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marzo, 2015:

En el centenario de Pepe de Juan

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Placa conmemorativa en la casa del Horno de San Gil de Guadalajara donde vivió y murió José de Juan-García Ruiz

El próximo miércoles, 1 de abril, hubiera cumplido –de haber seguido vivo- nada menos que cien años quien fuera nuestro director, en “Nueva Alcarria”, mucho tiempo. José de Juan-García Ruiz. De quien esta cabecera guardará siempre el mejor recuerdo, como periodista, como persona, y como amigo.

En Guadalajara nació, un 1 de abril de 1915, quien fuera un niño soñador y tímido, descubridor de las mil maravillas que por entonces tenía la Calle Mayor y atrevido viajero por las cercanías del Cerro del Pimiento, el Alamín arriba y hasta los Mandambriles. Un niño que fue a estudiar al Instituto de Enseñanza Media, ocupante del viejo palacio renacentista de don Antonio de Mendoza, luego convento de la Piedad, y por entonces recién restaurado por Ricardo Velázquez, quien le puso a los muros de su patio una colección colorista de azulejos sevillanos, y en el centro le plantó una enhiesta palmera que sirvió para que los estudiantes de entonces pensaran aún más en la Andalucía recoleta y sonora de los versos que iba escribiendo Antonio Machado, y que unos a otros se pasaban, admirados de aquella belleza palabraria: muchos de aquellos estudiantes, de principios del siglo, vendrían a rendirse luego a los pies de la musa Talía que viene a ser la clásica patrona de la poesía bucólica, además –como todos saben- de la comedia y el teatro.

En 1933, en un concurso que organizó la Asociación de Estudiantes de Guadalajara (con su sede en el Instituto de la Calle Museo) quedaron finalistas tres adolescentes, que presentaron sus trabajos con seudónimo. Y el jurado, una vez leídos, declaró ganador del primer premio a un tal Antonio Buero Vallejo; del segundo a José de Juan-García Ruiz, y del tercero a Miguel Alonso Calvo (que luego sería conocido como Ramón de Garciasol). ¡Vaya trío de plumas! Y eran los alumnos… el ambiente en el Instituto de Guadalajara, en aquella época, muchos lo han dicho, era de un gran nivel literario.

Una vida dedicada a la enseñanza y el periodismo

José de Juan-García estudió, tras su bachillerato, en la Escuela Normal de Magisterio, la que estaba en el viejo caserón que había sido convento de frailes de San Juan de Dios, y aún antes corrala de teatros y comedias, en la parte baja de la ciudad amurallada. Muy joven aún le pilló la guerra, y después de ella entró a trabajar como maestro, encargándose de la clase de Preparatoria que se instaló en los bajos del Instituto. Ahí le recuerdo yo, siempre con su carpeta bajo el brazo, (qué de sueños llevaba siempre en la carpeta!) un poco encorvado y con un saludo de optimismo y bohemia confundidos.

En 1940 se sumó a la naciente redacción de “Nueva Alcarria” donde enseguida fue considerado redactor jefe y luego director, puesto en el que se mantuvo 25 años, dándole al periódico el empuje que le hicierea pasar de ser un pasquín de propaganda del Régimen franquista, al de un comedido semanario de provincias, fuente de todas las noticias y saberes de estab parcela de nuestra geografía.

De Juan se formó académicamente en la Escuela Oficial de Periodismo de Madrid, y ello le valió el reconocimiento como profesional en Guadalajara, pues muy pocos había que se movieran con ese título bajo el brazo para seguir dando vida a la prensa guadalajareña (Toquero, Martialay y pocos más tenían ese título). Murió de Juan-García en julio de 1972, de forma inesperada, pues contaba con 57 años, de los que casi la mitad llevaba como director de este periódico.

Además de maestro de la Preparatoria, nuestro personaje actuó en ocasiones como profesor ayudante de Geografía e Historia en el Instituto de Enseñanza Media, así como en la Escuela de Maestría Industrial, que por entonces se había abierto. Colaboró como concejal del Ayuntamiento de Guadalajara, fue diputado provincial, y movió desde abajo y desde su inicio el tema de los “Días de la Provincia” que trató de ir organizando, cada año, por una de las cabezas de partido judicial. Él fue uno de los creadores de la Institución Provincial de Cultura “Marqués de Santillana”, y en los años 60 sin duda estuvo presente, como protagonista muy activo, en la naciente actividad cultural de Guadalajara y su provincia. Al menos le fue reconocida tal dedicación con la “Medalla de Plata de la Provincia” aunque a título póstumo.

Inquietudes literarias

Esas inquietudes culturales le nacían de su pasión por la literatura, que demostró desde muy pequeño. Hubiera podido desarrollar sus indudables capacidades, pero prefirió quedar a vivir en su Guadalajara natal, depurando y sublimando su germen literario en aras de una cultura íntima y propia, local.

Años después de su muerte, los amigos que dejó trataron de dar memoria cierta a su capacidad de escritor, porque las piezas que había compuesto y que habían salido al aire de encuentros literarios, Días de la Provincia, o sesiones de homenaje, sin contar con sus artículos habituales en “Nueva Alcarria” merecían quedar en letra impresa y guardados en el cofre de un libro.

Nació así la obra “Y soñé”, que surgió por iniciativa de la Diputación Provincial, a través de su Institución de Cultura “Marqués de Santillana” y por el cuidado personal de José Antonio Suárez de Puga. El título –que retrata la actitud vital del personaje- obedece sin embargo a un motivo más concreto: así fue como tituló José de Juan-García el texto con el que quedó segundo en el Concurso Literario del Instituto en 1933. La obra, con humildes parámetros tipográficos, lleva fecha de 1979, y la puso prólogo Antonio Buero Vallejo, quien consigue en esta ocasión rematar un monumental texto. Las palabras de Buero son magistrales, e icluso en ellas aprovecha para decir que su amigo “Pepito de Juan” como él le recordaba, “…poseyó dotes innegables de escritor valioso”. El libro aporta, en su inicio, un extraordinario soneto de Suárez de Puga, escrito en 1959, y en las palabras de Buero, que acuden entre otras cosas al análisis de la amistad, del paso del tiempo, y de los destinos humanos, se leen cosas como que “era oficiante en el gran culto de la literario” refiriéndose a de Juan.

Y soñé

La obra “Y soñé” de José de Juan-García Ruiz, cuyo análisis breve puede servir para completar este recuerdo en el centenario de su nacimiento, tiene 262 páginas, y hoy es un libro muy difícil de encontrar. Consta de cinco apartados en los que encontramos cosas como las “Primeras Prosas” que forman la primera parte, en las que nuestra autor puso sus apreciaciones sobre el Mar, la Luna, los sentimientos amorosos, de renuncia, de sacrificio… escribe sobre pintura y pintores, y con sus bien redactadas impresiones con demuestra su capacidad literaria y una cultura por encima de lo común producto, -como suele ocurrir- de sus muchas lecturas.

La segunda parte se titula “Ensayos” y en ellos habla de Alvar Fáñez, de los Libros de Caballerías, de Don Quijote, de El doncel, de victorio Macho, del pintor Fermín Santos y de algunos pueblos de la Alcarria que va conociendo y admirando, entre ellos Pastrana y cuanto esta villa tuvo que ver con la Reforma del Carmelo.

En esos primeros escritos ya demuestra claramente de Juan su “alcarreñismo” militante y bien cimentado. Yo mismo confieso que en esas frases, a veces excesivas, pero siempre cuajadas de amor limpio por la tierra, bebí cuando empecé a dar mis primeros pasos en la literatura. En su tercera parte, el libro “Y soñé” muestra los artículos (algunos de ellos solamente) que de Juan publicó en “Nueva Alcarria” y en los que ofrece garra periodística. La suma de ellos está en esos catorce artículos (algunos se acordarán todavía de las cosas que decía en ellos y cómo lo decía) que entre 1967 y 1968 dedicó a charlar con “Barbas, el perro de la imprenta”. Unos pocos poemas, muy discretos, ocupan la cuarta parte del libro, que dejan paso a la quinta, sus “Discursos” utilizados en ocasiones de relieve institucional, y en los que, durante los últimos tres-cuatro años de su vida, le confirmaron como un escritor de fuerza y saberes. Tras ellos, la muerte, que como vemos le llegó en el momento de su mejor inspiración y su inspiraicón más plena.

En esos discursos, de Juan nos presenta sus ideas acerca de Iñigo López de Mendoza en el “Homenaje al Marqués de Santillana” que la ciudad le brindó al poeta medieval en 1958; otros discursos aparecen, cuajados de pasión por el terruño, en Brihuega, Pastrana y Cifuentes. Genial el texto que en 9 de noviembre de 1969 dedicó en Valfermoso de las Monjas a glosar la figura de la madre Felisa de San José de Calazanz”, justo el día que la monja cumplía cien años, y justo el día en que Dios la llamó consigo.

De lo mejor de José de Juan es el texto que leyó el 20 de septiembre de 1970, en la celebración del IX Día de la Provincia, en la iglesia de San Francisco, en aquel acto en el que, bajo el lema “Liturgia de prosas y versos con alabanza de coros y orquesta para los tapices de Pastrana” se vió acompañado de las voces de José Antonio Suárez de Puga y José Antonio Ochaíta. Lo recordaré siempre, porque estuve presente, y fue el primer día que entré en aquel templo, que para la ocasión forró sus paredes con la colecicón completa de los tapices pastraneros.

Lo último que leyó de Juan, y es lo último que aparece en este libro, resumen a su vez de su vida y de su obra, fue el discursos de provlamación del XI Día de la Provincia en el salón de actos de la Diputación de la plaza de Moreno. El 9 de junio de 1972 leyó sus palabras cuajadas de saberes y de intenciones, solamente un mes antes de morir.

Ahora, al recordar el centenario de su nacimiento, he tratado con esta evocación de “poner al día” a esta figura de nuestras letras, de nuestro periodismo y de nuestro “alcarreñismo militante” que fue José de Juan-García Ruiz, a quien mando de nuevo mi aplauso, una vez más de las muchas que en vida suya le mandé.

Santuarios de la Alcarria

Santuarios_de_Cuenca

Baltasar Porreño escribió «Santuarios del Obispado de Cuenca», un gran libro que ha permanecido inédito en manuscrito hasta ahora, y en el que entre otros lugares estudia en profundidad la historia y leyendas de Salmerón en la Alcarria guadalajareña.

Una obra esperada, casi mítica, que en Cuenca especialmente y en la Alcarria toda se consideró siempre como fundamental para conocer, de primera mano, la historia de algunos pueblos y sus santuarios en las fronteras del Tajo, el Guadiela y el Cabriel… ese viejo manuscrito que todos sabíamos había escrito Baltasar Porreño, pero que nadie encontraba, por fin sale a la luz. Y con su mismo título de “Santuarios del Obispado de Cuenca y personas ilustres en santidad que en él ha habido”.

Una paciente tarea de búsqueda y analisis 

Esta obra que hoy nos llega es capaz de introducirnos ampliamente en la vida y obra de uno de los escritores más prolíficos del Siglo de Oro, y también de los menos conocidos. Porque Baltasar Porreño nos dejó mucha obra que, en parte fue impresa, y en parte quedó inédita, en manuscrito, y de esta mucha se ha perdido. Sabemos que pasó su vida escribiendo, poniendo sobre el papel sus infinitos conocimientos, pero no llegó a ver impresa sino una mínima parte de esa ingente obra. Hoy, por suerte, vemos que se pone en manos de los lectores y curiosos del siglo XXI la buscadísima Relación de los Santuarios de Cuenca, que durante siglos anduvo perdida en añejos archivos.

El trabajo que nos ofrece en esta ocasión la especialista en filología, y profesora de la Universidad Autónoma de Madrid, Pilar Hualde Pascual, es muy ambicioso, y el gran tamaño de esta obra, y su enorme carga gráfica, ha impuesto el destino final de la edición: esto es, se ha optado por sacarlo en formato digital, como PDF, grabado en disco incluido en carpeta de plástico, con carátula que le da portada y explica su contenido.

Baltasar Porreño, un gran historiador alcarreño

La Introducción o capítulo I de este libro está dedicado, con gran amplitud, al análisis biográfico y búsqueda bibliográfica de Baltasar Porreño. Nacido en Cuenca, en 1569, en el seno de una familia de intelectuales, estudiosos y artistas, se formó en la Universidad de Alcalá de Henares, y se ordenó de clérigo, actuando ya muy joven como Vicario General de la diócesis de Cuenca, y viviendo luego y optando por ser “cura de pueblo” en Huete, Sacedón y Córcoles, fundamentalmente. La mayor parte de su obra la escribió durante su estancia en Sacedón, que duró varios decenios.

La autora de este libro analiza los escritos de Porreño, dividiéndolos en libros impresos (los que se imprimieron en vida del autor y los que lo hicieron después de su muerte) y libros inéditos que quedaron como manuscritos (la parte más numerosa) localizados algunos de ellos, y considerados perdidos otra buena parte de los mismos. Relativos a la provincia de Guadalajara es curioso señalar que uno de sus manuscritos es el titulado “Vida y hechos hazañosos del Gran Cardenal de España, don Pedro González de Mendoza, Arzobispo de Toledo” y entre los perdidos figura el “Catálogo de los milagros de Nª Srª de los Llanos de Hontoba”. Fueron perdidos quizás lo más granado de su obra, como la “Historia de la Ciudad de Cuenca” y la “Historia de San Julián, obispo de Cuenca”, mientras que a caballo entre una y otra categoría (perdido y hallado el manuscrito) aparece esta obra titulada “Santuarios del Obispado de Cuenca y personas ilustres en santidad que en él ha habido”, de la que hoy se sabe que tuvo dos partes, aunque la primera nadie la vió nunca, y esta segunda que se dio por perdida, luego la localizó el erudito alcarreño don Juan Catalina García López en la Biblioteca Real de Madrid, desapareciendo de allí y apareciendo, tras la Guerra Civil, en el Fondo Antiguo de la Biblioteca Universitaria de Salamanca, que es donde la ha hallado la autora de este libro que comentamos. A la Biblioteca Real llegó en época de Carlos IV, y tras la Guerra la reclamó y consiguió llevar a Salamanca el catedrático de esta Universidad, Antonio Tovar, en 1954.

Los santuarios que aparecen estudiados en este gran libro, y que seguro han de interesar mucho a la gente que en Cuenca, Guadalajara y Valencia se apasionan por el viejo patrimonio de la tierra, son los siguientes:

Nuestra Señora de Tejeda, junto a Garaballa

Nuestra Señora del Puerto, en Salmerón

La Santa Cruz de Carboneras

Nuestra Señora del Socorro, en Valdeolivas

Nuestra Señora de los Remedios, en Cuenca

Nuestra Señora del Sagrario, en Garcinaharro

Nuestra Señora del Soterraño, en Requena

Nuestra Señora de Llanes, en San Pedro Palmiches.

El Santuario de Nuestra Señora del Puerto, en Salmerón (Guadalajara)

Seguro que el más interesante para mis lectores es el Santuario de Nuestra Señora del Puerto, en Salmerón. Por si no lo saben todavía, les explico donde está: a la izquierda de la carretera que desde Alcocer se dirige (pasado Millana) a Salmerón, como un kilómetro y medio antes de llegar al pueblo. Hoy se ve allí un pequeño edificio, con aspecto de ermita, pero con todas sus paredes abiertas, como un humilladero. Es lo que pervive de un complejo monumental que desde la profunda Edad Media sirvió de lugar de descanso, de posada, de “puerto seguro” para caminantes, y como en esos lugares suele ocurrir, se centró la devoción a la Virgen que tomó esa advocación de Nuestra Señora del Puerto, y hasta en el siglo XIV, exactamente en 1340, vió como un caballero alcarreño, don Gil Martínez de Espejo, fundó allí un convento de monjes agustinos, en memoria del fabuloso encontronazo que dicen las leyendas que tuvo el tal caballero frente a una gran sierpe (un dragón a la clásica usanza, co piel de serpiente, cuernos, grandes morros y mucho fuego por ellos) a la que venció con un espejo. En una batalla que parece reproducir fielmente la lucha de Perseo contra Medusa.

Esta leyenda se ha ido repitiendo de boca en boca, de siglo en siglo, y hoy son muchos en la Alcarria quen la conocen y repiten. El lugar donde asienta este pequeño y humilde santuario, sin duda es mítico, tiene fuerza, concita energías antiguas. Por allí pasaban, y se cruzaban, caminos de ganaderos (cerca está la Galiana), calzadas secundarias romanas, que conducían a las gentes desde Ercávica a Segontia, y desde la Baja Edad Media la “Ruta de la Lana”, hoy camino santiaguista plenamente aceptado tras estudios y documentos, y espacio de peregrinación, de relaciones viajeras, de sorpresas continuas. No es un lugar cualquiera, Nuestra Señora del Puerto, es un lugar de mérito.

De lo que fue convento de agustinos, nada queda. Las ruinas de este convento, vivo y famoso durante siglos, empezaron a crecer cuando su abandono tras la exclaustración propiciada por la Desamortización de Mendizábal. Y sin llegar a ser solemnes y hermosas, al menos daban la impresión clara de lo que había sido el conjunto. Yo mismo las conocí e incluso llegué a hacerlas fotografías que conservo: el convento agustino de Salmerón…. Pero a comienzos de este siglo en que estamos, por avatares que (como siempre, en esto de la destrucción del patrimonio) no pueden expresarse claramente porque puede haber problemas relativos al físico de uno mismo, desaparecieron. Ya no queda nada, ni rastro, de aquel cenobio de origen medieval.

No me resisto a copiar aquí para el disfrute de mis lectores el texto original de Baltasar Porreño acerca de la fundación, y los avatares del nacimiento, de este santuario famoso, el de Nuestra Señora del Puerto en Salmerón. El texto, afortunadamente recuperado y ahora publicado, es de una sencillez y expresividad que emociona leerlo:

El conbento de san Agustin de la villa de Salmerón se llama N(uest)ra Señora del Puerto, porque sigún tradiçión de los antiguos en esta parte havía un monte tan espeso y tan çerrado, que por lo temeroso que era de pasar se llamava el Puerto; aquí se criavan animales fieros i serpientes ponçoñosas, i era monte mui aparejado para caça y montería. Suçedió, pues, que un caballero que era despensero maior de don Ju(an), hijo del infante Don Manuel, i se llamava Xil Martínez, andando un día a caça por estas tierras, llego a este puerto i le salio un animal de los feroçes que en él avía, que diçen era una sierpe, la qual aco/metió a él para despedaçarle, y el cavallero biéndose afligido pidió socorro al çielo, inbocando el favor de la Virgen Sanctísima, a quien prometió, si le librava de aquel peligro, haçerle un conbento de rreligiosos en aquel mismo lugar; y fue caso milagroso que estando el cavallero ia casi rrendido de la serpiente se le apareçió la Virgen María Nuestra Señora, que sigún algunos diçen es la imajen que oi dia se llama Nuestra Señora de Afuera, la qual está fuera del conbento, en una hermita, o humilladero junto a él, i en señal del amor que le tenía lo defendió y amparó del peligro en que estava, a la qual merçed agradeçido el dicho cavallero, en cumplimiento de su promesa, edificó este convento el año de mill y treçientos y quarenta i uno, puniéndole por nombre Nuestra Señora del Puerto, al qual conbento dexó mucha haçienda, i labró en él la iglesia, claustros y rrefitorio, i murió labrando la casa, y está enterrado en la capilla mayor, al lado derecho del evangelio, donde se bee su entierro con un bulto suio y en él su figura de piedra franca…

El libro recuperado 

Esta edición de tan importante obra, se realiza a base de un estudio previo sobre la biografía del autor. Considera Pilar Hualde que Baltasar Porreño debería figurar entre los autores de primera línea del siglo XVI, porque escribe bien y proporciona abundante información. Analiza además su lenguaje y forma de escribir. Y a continuación dedica un capítulo a cada uno de los santuarios objeto del manuscrito, con estudio previo de la autora narrando historia, descripción actual, leyendas, anécdotas y gran carga gráfica, y poniendo a continuación el texto íntegro de Porreño dedicado a cada santuario, apareciendo en todos reproducida alguna página o fragmento de ese tema.

Aquí, finalmente, la ficha técnica de tan importante obra: Hualde Pascual, Pilar“Santuarios del Obispado de Cuenca y personas ilustres en santidad que en él ha habido”. Aache Ediciones. Guadalajara, 2015. Colección Libros Digitales. 490 páginas, de ellas 100 con ilustraciones a todo color. Formato PDF grabado sobre CD e incluido en carpeta de plástico con carátulas. ISBN 978-84-92886-83-8.

Criado de Val en el recuerdo

Criado_de_Val_muereAcaba de dejarnos, aunque siempre seguirá con nosotros su recuerdo, don Manuel Criado de Val, el profesor que dio vida a la Alcarria por muchos de sus costados. Una verdadera figura clave de la cultura en Guadalajara durante el siglo XX, unánimemente reconocida, pálpito de Hita, generoso caminante de sus caminos, vocero de Cervantes, santiguador de los espacios carmelitas, estudioso de las letras, de los letrados, y de las estanterías donde sus recuerdos se guardan.

Cuando tantas figuras de relumbrón se nos cuelan hoy en día, y tantas noticias de ultimísima hora se suben a titulares, no aguantando en ellos más que esa ultimísima hora, porque no dan para más, la actividad del profesor Criado de Val ha supuesto un podio desde cuya altura hoy nos mira, siempre comprensivo, amigable, dispuesto a darnos su razón y su conocimiento. Fue un maestro, en el más amplio sentido de la palabra.

A los 97 largos años, ha fallecido en Madrid, donde también había nacido, el profesor don Manuel Criado de Val, ligado a la Alcarria por muchas razones. La primera de todas, porque de ahí le venía la sangre, ya que su padre era natural de Rebollosa de Hita, balconada sobre el Henares desde la que él, aún muy pequeño, descubrió el mundo de las coplas y los juglares, de los canónigos recitadores y los caballeros empeñados.

Pero Criado era, con el corazón, y con la pluma, alcarreño de pura cepa. En la Alcarria de Sopetrán quiso tener su casa, y allí la puso, entrañable, minúscula, oronda de antiguas piezas y de miles de libros, en el “molino de Sopetrán” al que se quedó pegada su memoria y allí seguirá, hagan con él lo que hagan. Porque el molino de junto al monasterio, perdido entre la hojarasca, ajeno a todo, guardará el eco de sus palabras, de sus amistades, de sus reuniones sencillas en las que con tantas gentes del ancho mundo quiso rodearse.

Muchas razones para el aplauso

En este momento de su muerte, regresa Criado de Val a estas páginas por algunos señalados hitos en su actividad reciente y por muchas razones que se han ido acumulando en los últimos años y que, incomprensiblemente, no han gozado del merecido comentario en la prensa provincial, ni en los mentideros de lo cultural, a pesar de su dimensión objetiva. La primera de ellas es que el Ayuntamiento de Hita, hace escasos años, decidió por unanimidad nombrar Hijo Adoptivo de la villa del Arcipreste a don Manuel Criado de Val. Lógico y obligado. Si alguien había revitalizado la esencia de lo que es Hita, de lo que ese nombre ha significado en la historia y en la literatura de Castilla, ha sido don Manuel. Cuando asistimos al florecer, tantas veces forzado, de las «culturas nacionalistas» de otros pueblos de España, la cultura de Castilla, las raíces y las esencias de nuestra tierra parecen esconderse, vergonzosas, o como sin ánimo, a descansar y a esperar tiempos mejores. ¿Por qué no decir que en Hita, aquí mismo, -desde la ventana de mi estudio veo cada tarde enhiesto el pico de su cerro pardo-, se fraguó buena parte del destino de Castilla? ¿Por qué no contar a todos que en sus templos, en sus plazas, en las bodegas/bodegos de su cuesta se atizaron las primeras letras de nuestra más genial composición poética? Criado de Val, desde hace más de 50 años, con la creación y mantenimiento de sus Festivales Medievales, y no digamos ya con la redacción de su grandiosa «Historia de la Villa de Hita y su Arcipreste», se ha convertido en el ambientador primigenio de ese lugar y su comarca. Hijo Adoptivo de Hita. Enhorabuena, profesor.

Pero el panegírico no acaba ahí. A veces, y en España sobre todo (en Guadalajara también ocurre, ahora se verá) los méritos de una persona los reconocen clamorosamente en el extranjero y aquí todo se va en un mirar por encima del hombro. Criado de Val ha organizado, entre otras muchas cosas, nada menos que diez Congresos Internacionales de «Caminería Hispánica», un tema científico que ha recibido cultivadores en todos los continentes. Los dos primeros se celebraron en nuestra ciudad, y el tercero, en México, en la ciudad de Morelia más concretamente, en cuya Universidad del Estado de Michoacán con ese motivo se creó la cátedra de estudios de Caminería Hispánica, a la que dieron el nombre de “Profesor Manuel Criado de Val”. Todo un detalle que no hace sino reconocer internacionalmente la valía de nuestro profesor alcarreñista. Vinieron después otros Congresos, en l’Aquila (Italia), en Lyon (Francia), en Colombia también, y en Cádiz, en Madrid, en Valencia…

Criado de Val fue, hasta pocos meses antes de fallecer, un joven incansable. Tenía siempre tantos proyectos, tantas ideas, tantas ocupaciones, que no se preocupó de que un día le vendría la muerte. Seguro que la ha mirado con cara de extrañeza, como diciendo: ¡Eh, tú! ¿Qué vienes a hacer aquí? ¡Olvídame, que estoy muy ocupado…! Y es que por ese modo de ser no puede extrañarnos que hace escasos años, la Revista “Cuadernos de Etnología de Guadalajara”, en su número 28, ofrecía un artículo de este “joven profesor” en el que aportaba una identificación geográfica nueva para uno de los lugares clásicos del Libro de Buen Amor, el lugar de «Valdevacas» en el que don Juan Ruiz, Arcipreste de Hita, dice que su personaje de ficción don Carnal se encontraba como en su «lugar amado». Muchos interpretaron ese espacio como un pequeño y solitario despoblado situado en la provincia de Segovia, cerca de Sotosalbos. Pero la ciencia y la paciencia de Criado de Val, tras analizar viejos legajos y leer recientes estudios, llegó a la conclusión de que este lugar se encontraba en nuestra provincia, muy cerca de Brihuega, en el territorio histórico propiedad de los arzobispos de Toledo, justo en la ladera izquierda del valle del río Ungría entre Valdesaz y Caspueñas, entre los olivares de los Tinados y el Alto del Cerrillo: allí está (cualquiera puede verlo en un mapa del 1:50.000) Valdevacas «el mi lugar más amado» del personaje al que parodia el Arcipreste. Lógicamente, el Cardenal don Gil de Albornoz.

Imposible resumir en estas líneas –que están tratando de ser un íntimo y personal recordatorio de tantas horas junto a don Manuel, más que una biografía al uso- todo cuando hizo, pensó, maduró y escribió en su larga y fructífera vida. Entre otras cosas, el Atlas de Caminería Hispánica, una portentosa obra en la que aunó el trabajo de muchos colaboradores haciendo él mismo de director de una enorme y compleja orquesta. De esta obra, me consta, que se ha agotado en pocos años, se siguen pidiendo ejemplares de librerías y universidades de todo el mundo. En España la tarea de Criado de Val, aunque aplaudida, no fue nunca reconocida en su verdadera dimensión. Porque lo mucho que hizo en Hita (a veces contra la subida de la marea, que suele aparecer de vez en cuando en nuestros pueblos) y otras a favor pero él siempre sin pestañear y con el corazón lanzado varios metros por delante, tampoco lo saben muchos: cincuenta años de Festival Medieval, obras y obras de teatro, músicas y botargas, y detrás de todo un esfuerzo de año entero, de llamadas, de compromisos, de noches en vela.

La Televisión también fue su espacio, el que le dio más fama, y en el que consiguió (solamente durante unos años, luego la barbarie se ha apoderado del lenguaje hasta en esos altos medios) que los españoles se tomaran un poco en serio lo de pronunciar bien, utilizar adecuadamente las palabras para expresar las ideas y los deseos. “El espectador y el lenguaje” tendría que haberse establecido como asignatura, incluso, en el Bachillerato!

Y aún sin acabar todos los temas, sin entrar ni por asomo en los aspectos de la Alcarria que él cuidó y alentó, no puedo dejar de recordar (con admiración) la etapa en que don Manuel Criado apoyó la revitalización y nueva vida del Monasterio benedictino de Sopetrán. Él fue quien creó la sociedad de condueños de aquel espacio histórico, y quien durante años, batallando quijotescamente contra molinos y vizcaínos, contra leguleyos y aprovechados, trató por todos los medios de darle vida a ese lugar que es raíz histórica del valle del Badiel, de la primera Alcarria, de nuestra provincia. Ahora todo olvidado, silencioso, muerto con esa muerte absurda que levanta los dedos en V y admite aplausos.

Una biografía de urgencia

Aunque nacido en Madrid, Criado de Val era oriundo de Rebollosa de Hita, de donde era su padre. Fue creador del “Festival Medieval de Hita”, en 1961, y en él ha puesto, año tras año, la imagen literaria, etnográfica y vital del Medievo castellano, presentando además sus innumerables obras teatrales y sus adaptaciones a la abierta escena de la plaza de los clásicos de la literatura castellana, española y universal.

Fue director de la Sección de Estudios Gramaticales del Instituto “Miguel de Cervantes” del CSIC, y director de publicaciones filológicas como “Boletín de Filología Española”, “Español Actual” y “Yelmo”.

Autor de numerosos libros, entre los que destacan “Teoría de Castilla la Nueva”, “Historia de la villa de Hita y su Arcipreste”, “Fisonomía del Español y de las lenguas modernas”, así como creador y director del programa de TVE “El espectador y el lenguaje”. Hace diez años publicó, en la alcarreña editorial Aache, el capital estudio “Don Quijote y Cervantes, de ayer a hoy” en el que vuelca todo su saber sobre la obra cumbre de la literatura castellana, y sus mil entronques con el resto de los escritores castellanos.

El Profesor Manuel Criado de Val, conocido investigador de la lingüística castellana y de la literatura medieval y clásica de España, fue quien promovió los estudios de Caminería Hispánica, habiendo sido organizador y director de los diez Congresos Internacionales que sobre esta materia se han celebrado. Su enorme saber, junto a un gran equipo que formó en su torno, le posibilitó publicar hace pocos años el inmenso estudio “Atlas de la Caminería Hispánica”, que hoy se revela como esencia de la cultura y raíz de Castilla. Otras obras publicadas son: Fisonomía del español, Teoría de Castilla la Nueva, Gramática española y comentario de textos,  Estructura general del coloquio, Diccionario del español equívoco y La imagen del tiempo: verbo y relatividad. En la editorial Aache vio publicados su estupendo análisis “Historia de la Villa de Hita y su Arcipreste”, más la Antología de sus Estudios sobre Cervantes y el Quijote, y todos los tomos (miles de páginas, cientos y cientos de comunicaciones) de los diez Congresos de Caminería Hispánica que él presidió.

Moratilla de los Meleros

Moratilla_Picota

Remate del rollo jurisdiccional de Moratilla de los Meleros (Guadalajara), tallado a mediados del siglo XVI sobre piedra caliza de la Alcarria. Se representan animales, ángeles, diablos y seres mitológicos.

En lo hondo del valle alcarreño de su nombre, que lleva un hilillo de agua al más grande de Renera, y de ahí al Tajuña, se asienta esta villa que rezuma tipismo por sus cua­tro costados. El nombre ya indica que fue lugar de siempre dedicado a la industria de la miel, pues está en el corazón de la Alcarria, aunque en el siglo XVIII llegó a tener también muy florenciente industria de telares en que se elaboraban paños, lienzos y seda.

Su caserío, en suave recuesto asentado, guarda todavía muy interesantes ejemplos de arquitectura popular con edificios construidos a base de tapial y yeso, con entramados de carpintería.

Algo de historia 

Fue este lugar, prontamente repoblado tras la Reconquista, dado en señorío por los reyes castellanos a una familia de caballeros de Segovia: fue el primero don Pedro Miguel, titu­lado primer señor de Moratilla; el segundo don Miguel Pérez y el tercero don Gutiérrez Miguel de Segovia, todos durante la segunda mitad del siglo XII. Pero aunque sigue apare­ciendo algún caballero más de esta familia como señor de Moratilla, el hecho es que en 1176 donó este lugar a la Orden de Calatrava el rey castellano Alfonso VIII. Y en el poder de esta Orden militar de tan ancho predominio por la Alcarria, siguió hasta el siglo XVI en sus comienzos, en que Carlos I la enajenó y luego hizo Villa, que continuó siendo de realengo.

Su variado patrimonio

Lo primero que conviene ver, porque es a mi entender lo más llamativo e interesante, es el rollo o picota. A la entrada del pueblo, por el camino que desde nor­deste viene de Fuentelencina, se alza este elemento patrimonial, sobre el recuesto que es preciso subir para entrar al pueblo desde el vallejo.

Se trata de un ejemplar de la primera mitad del siglo XVI, sin duda, uno de los más hermosos e interesantes ejemplares de picotas de la provincia de Guadalajara. Sobre una gradería cir­cular de varios escalones superpuestos en disminución, apa­rece primero la basa, que presenta en cada una de sus cuatro caras sendos relieves con figuras, ya muy desgastados e irre­conocibles. En uno de ellos aún se distingue un hombre des­nudo, con una corna en la mano. Se trata de un conjunto que juega con el simbolismo del número cuatro ¿estaciones climá­ticas?, ¿los trabajos de Hércules?, ¿los cuatro vientos o puntos cardinales? Sobre esta basa se alza el fuste de la columna, con dos tipos de estriaje. Arriba, un grande y hermoso capitel, plenamente plateresco. Sobre el lado que mira el pueblo, lleva tallada una figura que parece tener espigas. Encima de ella, una carátula diabólica. Sobre los cuatro lados del pináculo, ros­tros de angelillos. Culmina todo con gran pináculo. De los cuatro brazos que pendían del remate de la picota, se distinguen aún, las cabezas de leones muy desgastadas. En cualquier caso, volvemos a encontrar la simbología de las figuras mudas sobre la piedra calcárea de la Alcarria. En una época, mediado el siglo XVI, en la que el Humanismo, como una moda que todo lo invade, se atreve a plantear cuestiones cuasi filosóficas sobre los paneles que sostienen el símbolo de villazgo de Moratilla. Sin las tallas que sobre la piedra se hicieron hacia 1550 son los trabajos de Hércules, estamos recibiendo afectuosmente el mensaje de un héroe pagano. Si son representaciones d elos vientos, nos dejamos arrastrar por relato escueto de los clásicos (también paganos). Y si son las cuatro estaciones, o mismo: solo nos falta elucubrar acerca de si esas cuatro figuras serían otros tantos santos y santas, como propuesto equilibro del cercano Trento, que ya por entonces se está fraguando. Pero no lo parece. Es una época en que la libertad de opinión y pensamiento ha volado muy alto. Tardará mucho en volver.

En el extremo oriental del pueblo se ve una ermita dedi­cada a la Virgen de la Oliva, que no tiene más interés que el meramente devocional, pues su fábrica es de sillarejo y al mediodía presenta, bajo atrio arquitrabado, la portada sencilla de ingreso. Es edificio de planta cuadrada, con muros cerrados de mampostería y sillarejo, y en su costado meridional se abre la portada, que es de arco semicircular adornada de sillares irregulares, y protegida por un tejaroz que apoya en dos columnas de corte clásico. Se asciende a ella por una escalinata que a su costado muestra una fuente. En el interior, de una sola nave, muy alargada, de bóveda vaída, en la cabecera se alza el altar rematando el presbiterio, que es cuadrado, con bóveda hemiesférica y adornos geométricos sobre las pechinas. En el altar, moderno, figura de la Virgen de la Oliva.

Al extremo occidental, sobre un altozano, se levanta la iglesia parroquial dedicada a la Asunción. Su portada, orientada al sur, es de estilo románico, resto único de la pri­mitiva construcción del siglo XIII. Presenta cuatro arquivoltas de doble baquetón liso, que descansan en las correspondientes columnas y capiteles, ya muy desgastados, con decoración foliácea. Toda la puerta se incluye en un cuerpo saliente del muro sur de la iglesia, que en el resto de su edificio es de mampostería, llevando algo de cantería sobre estribos en la cabecera poligonal, y en la torre adosada a los pies.

Como el resto del templo, que ahora veremos en detalle, es del siglo XVI, nos hace suponer que del primitivo edificio medieval solamente se conservó la portada, al hacer la ampliación renacentista, porque les pareció curiosa, o, simplemente, porque se le tenía cariño a su disposición y aspecto.

El interior de este templo presenta una sola nave, tal como vemos en el plano adjunto, y se compone de planta de cruz latina, con magníficas techumbres de crucería gótica sobre el crucero, presbiterio y parte de la nave, que cargan sobre pilares adosados a los muros, recubiertos de medias pilastrillas. Así es que la figura planimétrica del templo de Moratilla se parece un tanto a un árbol, porque presenta una nave escueta y estrecha, que conservó el aire del templo medieval, y una cabecera enorme, profusa de capillas, crucero, presbiterio y altas bóvedas, como si ahí se hubieran querido lucir los maestros constructores del Renacimiento. Existe un coro alto a los pies del templo, y vuelvo a insistir en que todo el conjunto, excepto la puerta, es obra homogénea de comienzos del siglo XVI. Fueron sus autores el maestro cantero Juan de los Helgueros, que la concluyó hacia 1516, y García de Yela, que añadió la sacristía en 1538. A los pies del templo, y de forma no simétrica con respecto a la nave, se alza una torre cuadrada y de cantería con vanos simples semicirculares en su cuerpo alto. Junto a la cabecera y en su lado norte se alzó una sacristía semirectangular y cubierta con techumbre de madera artesonada al interior, cori formas acasetonadas y achaflanadas cuadradas y sin ninguna otra decoración. Tuvo un retablo construido, hacia 1520, por Diego Ramírez, escultor de Huete, del que nada ha quedado.

El espectacular artesonado mudéjar 

Quizás lo más curioso y admirable de este templo sea el magnífico arteso­nado de madera, que en forma ochavada se decora con profu­sión de trazos geométricos de tradición mudéjar y muchos otros detalles renacentistas, y que cubre por completo la nave. Es obra de hacia 1516, realizada por el carpintero Alonso de Quevedo, vecino de Alcalá de Henares, probable autor de la magnífica techumbre de madera de la capilla de San Ildefonso de aquella ciudad. Y ello se colige de que el tasador de esta obra alcarreña es Pedro Gumiel, autor de la iglesia de San Ildefonso de Alcalá, aneja ahora a la Universidad, y de otras obras en las que el Cardenal Cisneros dejó a cargo de su sabiduría y buen arte a este Gumiel que al menos como tasador pasaría a principios del siglo XVI por Moratilla.

Hace ya bastantes años, mi amigo Pedro Lavado Paradinas escribió un artículo sobre este artesonado en la Revista Wad-al-Hayara, y como él es un auténtico especialista en arte mudéjar, creo que lo mejor es reproducir íntegro su texto descriptivo de esta pieza única: “Esta es techumbre de madera ochavada de limas mohamares sobre trompas de lacería pintada a partir de estrellas de ocho, cintas y figuras de diseño renacentista. Los faldones de la armadura son de lazo ataujerado con las mismas estrellas de ocho y crucetas, imitando la labor apeinazada de las primitivas techumbres y los fondos de la tablazón pintados con figuras de tema renacentista; floreros y formas vegetales simétricas al estilo del plateresco. El almizate se cuaja completamente del lazo citado, resaltando en él los clavos dorados y los fondos de las estrellas con florones también policromados y dorados. El arrocabe policromado se decora con animales afrontados perdidos en una maraña vegetal y de formas platerescas en tonos azul, rojo, ocre y negro, y delimitado por dos líneas corridas de arquillos ciegos a manera de moldura”.

Des­taca en el interior de este templo un Calvario de talla gótica, donación particular procedente de otra provincia. El milagro, ahora que vemos la historia conperspectiva larga, es que hayan quedado estas huellas del tiempo pretérito alzadas y en admiración en pueblo tan pequeño como Moratilla. Se debe ello, sin duda, al cariño que sus habitantes han mostrado a su patrimonio, y al celo y acierto con que han sabido defenderlo y promover su cuidado.