Las tarascas del Corpus en Guadalajara

viernes, 20 junio 2014 0 Por Herrera Casado

La tarasca del Corpus de Guadalajara en 2006

Aunque ayer fue la festividad del Corpus Christi, -de siempre la fiesta más bullanguera y brillante de la ciudad, durante largos siglos- no será hasta el domingo que aparezca por sus calles de nuevo la procesión con la Custodia y el acompañamiento solemne de los miembros de la Cofradía de los Apóstoles, que son alcarreños de pura cepa revestidos de primeros discípulos y acompañados de niños y niñas que han realizado su Primera comunión en días-semanas-años precedentes.

La festividad del Corpus Christi ha tenido desde hace largos siglos muy cumplida manifestación en nuestra ciudad. Además del significado puramente religioso, que hoy prima, en épocas anteriores fue una auténtica «fiesta popular», en la que todo el mundo se echaba a la calle, en una jornada en la que solía ser buena la temperatura, y además de asistir a los oficios religiosos y contemplar el paso de la procesión, con su Cofradía de los Santos Apóstoles revestidos según antiquísima tradición, se divertían con las representaciones teatrales que el Ayuntamiento ofrecía, así como con los desfiles de pantomimas, gigantes, cabezudos y tarascas. Por la tarde había alguna justa de tipo medieval como residuo del predominio caballeresco en la Edad Media.

De este modo, podemos decir que la fiesta del Corpus alcanzó toda su plenitud en el siglo XVI, época de la que existen muchos datos relativos a su celebración, entre ellos los contratos que hacía el Ayuntamiento a las compañías de comediantes y danzantes para que ejecutaran sus saberes en las calles. En 1586, el Concejo contrató a un tal Angulo, «maestro de hacer comedias», para que se encargara de realizar todo el conjunto de actos profanos que ese día tendrían lugar en Guadalajara: dos representaciones teatrales, en forma de autos sacramentales, y otra de simple devoción; tres entremeses cortos en las calles de la ciudad; una danza de máscaras, y otras cosas. Por todo ello, el Ayuntamiento debía pagar al tal Angulo 150 ducados. Por esos años, el Concejo contrató a dos vecinos de la ciudad (Miguel Zapata y Pedro Palacios) para que por su cuenta montaran la «Historia del Martirio de San Mauricio y el Emperador Maximiano», que además contaría con la presencia de ocho tarascas para que en forma de danza amenizaran la función.

La tarasca del Corpus

En un artículo publicado el pasado año en la Revista “Hispania Nostra”, nos contaba José Ramón López de los Mozos cómo la primera vez que aparece mencionada la tarasca de Guadalajara, es en un documento del Archivo Municipal de 1614, aunque se sabe que ya antes existía. Allí se describe pormenorizadamente, esta figura singular, y que dio pie a su rescate y reproducción en las procesiones de hace unos 10 años en nuestra ciudad, cuando Josefina Martínez era concejala de festejos, y de su entusiasmo surgió la recuperación de esta figura que nuevamente ha quedado arrinconada, cuando todo lo que sean raíces deberían ser estimuladas y recuperadas.

Hoy recordaremos precisamente esa imagen de la tarasca que amenizaba habitualmente las procesiones y representaciones del día del Corpus en toda España, siendo en Madrid muy sonada esta figura, y alcanzando en Guadalajara un relieve primordial. La Tarasca era una máquina de madera montada sobre ruedas, habiendo en su interior uno o varios individuos que la hacían moverse y caminar. Dicen los escritores de la época que representaba al demonio Leviatán, y parece ser que su nombre deriva de la ciudad provenzal de Tarascón, donde según la tradición existió un gran demonio o serpiente a la que venció en lucha Santa Marta. En las procesiones españolas del Corpus salía este armatoste como recuerdo del demonio vencido por la santidad.

El viajero Brunel, en su «Voyage en Espagne» que redactó a partir del que hizo en 1655, describe así la Tarasca que aparecía en la procesión del Corpus de Madrid: «un serpentón de enorme tamaño, con el cuerpo cubierto de escamas, de vientre ancho, larga cola, pies cortos y boca grande y abierta. Pasean por las calles a este espanto de niños, y sus conductores, ocultos bajo el cartón y papel de que se compone, le manejan con tal arte, que quitan los sombreros a los descuidados. Los aldeanos sencillos le tienen mucho miedo, y, cuando los coge, la gente ríe a carcajadas». Era esa la especialidad de la Tarasca de Madrid: coger los sombreros de la gente descuidada, especialmente de los aldeanos que ese día se echaban al camino para acudir a la fiesta más sorprendente de la Corte, que en esa jornada bien podía calificarse «de los milagros».

En Guadalajara, como hemos visto, salían varias tarascas habitualmente. No hemos encontrado descripción concreta de las mismas, pero en cualquier caso representaban lo mismo: culebras o dragones que se entretenían en asustar a la gente, especialmente a la menuda. Una referencia a esta costumbre la encontramos en la biografía que de fray Pedro de Urraca escribió en el siglo XVII el fraile mercedario Felipe Colombo. Dice que cuando el jadraqueño Urraca fue a América, por hacerse el simple aparentó asustarse mucho, como si un niño fuera, de la tarasca que salía en la procesión del Corpus en Lima. Y dice que a pesar de haber visto muchos años salir a la tarasca en las procesiones del Corpus en Guadalajara, aparentó asustarse como de cosa nunca vista.

La tarasca se completaba con otra figura que, sobre un sillón, desfilaba montada encima del artilugio: era la «tarasquilla», y solía ser una chica joven que vestía con cierta extravagancia, pero generalmente sacaba a la calle las últimas modas del vestir y peinar, de forma que todas las mujeres se fijaban en élla, sabiendo cuales serían las tendencias de la moda femenina en los meses siguientes. En los días posteriores a la procesión, peluqueros y sastres no daban a basto haciendo peinados o vestidos que fueran «como los de la tarasquilla», porque así era la costumbre y a todas les gustaba. Venía a ser un anuncio «televisivo» sobre ruedas y en plena procesión del Corpus Christi.

Esa figura de la tarasca, aunque hoy ya no se ve en ninguna de las procesiones del Corpus, era un elemento sustancial de la misma, y durante muchos siglos fue uno de sus atractivos. No el único, pues al menos en Guadalajara la cantidad de comparsas, gigantes y cabezudos, danzantes, botargas, músicos y comediantes que desfilaban por las calles junto a la carroza del Santísimo, sumados a los Apóstoles, a los soldados y a las gentes que representaban al pueblo en los cargos del Concejo, formaban bajo el sol brillante de Castilla un variopinto conjunto que, con los ojos de la imaginación, vemos y añoramos.

En su ya referido escrito*, López de los Mozos recoge la memoria del dragón como ser representativo del mal (especialmente el que en la “Leyenda Aurea” se menciona a propósito de la vida de Santa Marta), y sigue viajando por las memorias de las celebraciones procesionales del Corpus en toda España, y especialmente en el valle del Henares, donde salieron siempre “rocas” o “castillos” con representaciones sacras, en unos ritos magníficos que llenaban las ciudades durante todo un día. Así ocurría en Alcalá de Henares, y así ocurría en Guadalajara, en cuya procesión se añadía la presencia de los miembros de la Cofradía de los Apóstoles, desde el siglo XV.

López de los Mozos aporta el testimonio de Miguel Mayoral Medina, historiador de Guadalajara en el siglo XIX, y la amplia y colorista descripción que en su novela “El Corpus Christi de Francisco Sánchez” hace de la tarasca y de la procesión el escritor Salvador García de Pruneda.

En su escrito, nos vuelve a enumerar el investigador López de los Mozos los elementos que componían la tarasca, y que la constituían en gran dragón articulado, llevado por dentro por diversos individuos que en algunos lugares le hacía mover su gran lengua bífida, o reptar su enorme cola asustando a los niños, y llegando hasta el público con su cabezota, un poco al estilo de lo que hoy vemos en las celebraciones del Año Nuevo Chino, en las que el dragón, largo y articulado, es sin embargo símbolo del bien y la alegría. Las connotaciones mitológicas, religiosas, y etnográficas de todo tipo que la tarasca ha supuesto a lo largo de siglos, dan pie a López de los Mozos para ilustrarnos acerca de la riqueza del patrimonio inmaterial que debe mantenerse a toda costa, y aún más en esta Guadalajara que tan iconoclasta resulta, olvidando obstinadamente los elementos que mejor marcan nuestra evolución y nuestras costumbres más queridas: las botargas de febrero, y la tarasca del Corpus son dos de esos elementos que han sido postergados sin que sepamos muy bien por qué.

Es más, y aunque los tiempos no corren muy favorables para las demostraciones de piedad popular, haría bien el Ayuntamiento en potenciar esta procesión del Corpus con algunos de los elementos que la constituían y hacían famosa. Quizás utilizando alguna carroza que mostrara escenas de los antiguos gremios, o, mejor aún, montando aparte, al paso de la procesión, o después por la tarde, alguna representación callejera de un Auto Sacramental, cosa que no sería en absoluto inventada, sino basada en la más pura y añeja de las tradiciones arriacenses.

Porque, insisto y acabo, todo lo que sea recuperar antiguas tradiciones y costumbres, y darlas hoy revividas y nuevas a las gentes (muchas de ellas venidas desde muy lejos) que hoy la pueblan, sería una forma de hacer ciudad, de darla consistencia.

Nota:

* López de los Mozos, José Ramón: “La tarasca de Guadalajara. Una representación del mal domesticado”. Revista “Hispania Nostra”, Junio 2013, nº 11, págs. 52-55. Ilustraciones.