Iconografía románica en Molina

viernes, 23 mayo 2014 0 Por Herrera Casado

Portada del templo de Santa Catalina, en término de Hinojosa, en el Señorío de Molina (Guadalajara). En su interior, aparecen interesantes capiteles decorados, cuyo sentido se analiza en este artículo.

De la iconografía románica de Beleña, Cifuentes, Labros o Pinilla, vamos hoy, finalmente, a dos lugares del Señorío de Molina que muestran espléndidas sus formas parlantes: Hinojosa, Tartanedo, la misma Molina de Aragón…

La ermita de Santa Catalina en Hinojosa

En el término municipal de Hinojosa, territorio del Señorío de Molina, junto a la carretera que baja desde Labros a Milmarcos, y en medio de un denso y antiquísimo sabinar, puede admirarse la ermita de Santa Catalina, que fue iglesia parroquial, en la Edad Media, de un pueblo que llevó por nombre el de Torralbilla, del cual ya sólo quedan informes ruinas en su derredor. A la belleza intrínseca del edificio, el viajero percibirá en este caso la singularidad del espacio en que asienta, la magia de un territorio desértico, silencioso, aislado como pocos, en el que las formas arquitectónicas románicas emergen puras de un pasado devastado.

El edificio está construido con mampostería y buen sillar en las esquinas, en las ventanas y en el atrio. Lo primero que destaca de este templo es el atrio porticado, adelantado sobre el muro meridional, formado por seis arcos adovelados de medio punto que apoyan sobre sus respectivos pares de columnas que a su vez rematan en capiteles de sencilla decoración vegetal. Este atrio tiene entradas por sus extremos oriental y occidental, no pudiendo accederse por el sur debido a la pendiente del terreno y la altura de su paramento. En el costado oriental hay tres vanos: uno de ellos sirve de acceso, rasgado hasta el suelo. El otro cubre el antepecho de la galería, y el tercero, sobre los anteriores, hace de ventana.

El ingreso al templo se hace por su portada inserta en el muro meridional del mismo: consta de un amplio vano formado por cuatro arcos semicirculares de arista viva, con una cenefa de puntas de diamante en derredor de la más externa. Estos arcos de degradación apoyan en capiteles de hojas de acanto, muy estilizados, que a su vez apoyan sobre tres pares de columnas adosadas. En la cabecera destaca el ábside, de planta semicircular, cuya cornisa sostienen variados canecillos de curiosa decoración, algunos con pintorescas figuras antropomorfas, animales, herramientas y trazos geométricos. Dicha cornisa presenta toda su superficie tallada con temas vegetales y decoración de ajedrezado.

El interior ofrece una nave única, recorrida en su basamenta por un poyo de piedra, que también se extiende al presbiterio y al ábside. Era así como las gentes en la Edad Media se reunían en la iglesia: sentadas de espalda a los muros, sobre los poyos de piedra en ellos cimentada. El pavimento es de grandes losas de piedra. La techumbre es de madera de sabina. El presbiterio, ligeramente elevado sobre la nave, da paso al ábside semicircular. Un arco fajón o triunfal, apuntado y doblado, que media entre la nave y el presbiterio se apoya sobre pilastras y sendas columnas adosadas, que rematan en otros tantos capiteles decorados. El de la derecha (lado del evangelio) es de motivos vegetales, mostrando talladas volutas de hojas; mientras que el de la izquierda (lado de la epístola) tiene tallados dos trasgos enfrentados. Son seres voraces, con grandes bocas sanguinarias, garras certeras y músculos en el cuerpo de ave que destilan veneno y pasión sin límite. Son inhumanos, ajenos a este mundo, como gritos ahogados. Son en realidad un par de figuras tomadas del bestiario medieval, grifos y sirenas, símbolos del Bien y el Mal, tomados de los capiteles del claustro monasterial de Silos, que hasta aquí ejerce su influencia iconográfica.

Este capitel, que se conserva como recién tallado, está coronado por sencilla imposta en cuyas tres caras aparecen roleos vegetales de calibrado equilibrio. Bajo ellos, y constituyendo el cuerpo del capitel, hay cuatro ejemplares que son fieles representantes de la mitología cristiana medieval: frente a frente, y separados por una palmera esquemática, dos grifos de fiero aspecto constituyen la cara frontal del capitel. Escoltándolos aparece un par de sirenas o arpías de perfecto rostro femenino. El grifo, como ya es sabido, consta de cabeza y cuerpo de águila, y patas o simplemente cola de león. Hay diversas variedades en su representación. En el caso de la ermita de Santa Catalina su cuerpo es, efectivamente, de alado volátil; su cabeza es parecida a la de un gesticulante perro, y su enorme y enrollada cola presenta una serie de poros que le identifican con un basilisco. En definitiva es una mezcla de todos ellos, tallada con cuidado siguiendo algún boceto dado por algún viajero. Las sirenas, de serena actitud, poseen un sencillo cuerpo de ave sustentando su rostro de mujer. En la simbología medieval, que utiliza muy frecuentemente al grifo, a partir de las miniaturas mozárabes hispánicas, de donde se extiende luego a Europa, trae, por su mezcla de águila y león, animales solares y superiores, un significado benéfico, protector, vigilante de los caminos que conducen a la salvación espiritual. Por el contrario, en el mismo contexto de interpretaciones simbólicas, la sirena representa la maldad, el engaño, la voz dulce y armoniosa que atrae y distrae al caminante. Las dos fuerzas que desde su nacimiento, tratan de ganar la atención humana, cual son el bien y el mal, en el sentido radical que la religión cristiana, enraizada en otras creencias asiáticas anteriores ha poseído.

En la basa de la primera de estas columnas, se ve grabada la palabra PETRV- ¿quizás el nombre de su constructor, o del tallista? Y en el muro meridional del presbiterio vemos un arco empotrado en cuyo tímpano se encuentra un bajorrelieve que representa una cruz trebolada inscrita en un círculo, escoltada de sendas flores de lis.

El exterior del ábside, semicircular, de altos muros rematados en cornisa pétrea, muestra sujetando a esta una serie de canecillos en los que la simbología medieval toma cuerpo, y recita una vez más su hermética parsimonia de advertencias y cuidados, dichas a través de la tallada piedra en forma de monstruos. En este edificio, los canecillos del ábside nos muestran elementos muy sencillos, con billetes y molduras simples, uno con la talla de una serpiente enroscada que con su cuerpo forma una espiral (manifestación plástica del Infinitio), otros con figuras trepidantes, como músicos y narigudos contadores de chistes, un dragón y algún instrumento musical, un par de cantimploras o boteles, algunos con seres  escalofriantes, como trasgos, harpías y grifos, e incluso lujuriosos, pues uno de ellos muestra un hombre con las piernas abiertas entre las que habría tallados sus genitales que luego fueron censurados, y finalmente dos cuerpos desnudos frotándose…

La ermita de Santa Catalina en Hinojosa es, sin duda, uno de los edificios más sorprendentes de todo el románico provincial de Guadalajara, y dejará en el visitante una evocación permanente de luz, de paz y de silencio. Y de bien trazada arquitectura conforme a los más puros cánones medievales, por supuesto.

La iglesia de Tartanedo

 

Pertenece este lugar a la sesma del Campo, en el Señorío de Molina, estando considerado como uno de los más importantes de ella. Se extiende en la suave falda de una elevación que otea amplias extensiones del páramo molinés.

Su iglesia parroquial está dedicada al patrón del pueblo, San Bartolomé. Aunque toda su fábrica es obra del siglo XVI, época en la que se alzó casi por completo nueva, y aún presenta otras reformas posteriores, una parte de su primitiva estructura ha permanecido intacta y nos revela su primitivo origen medieval, más concretamente románico: es su portada un bello ejemplo del estilo más genuino de la Edad Media. Posiblemente construido a finales del siglo XII, consta de tres amplias arquivoltas lisas ribeteadas con una gruesa cinta externa ó chambrana de puntas de diamante o dientes de león. Ya por sí solas están hablando al fiel aldeano medieval de que entra a un lugar sagrado, un lugar que le llevará al Paraiso a través de ese sintagma geométrico para el que los curas sucesivos le han ido explicando. Sobre las cortas columnas en que se sustentan las arquivoltas externas, se ven cuatro capiteles, algunos muy destrozados, y sobre ellos los ábacos correspondientes con decoración tallada de flores de cuatro pétalos. En uno de estos capiteles nos sorprende por su directa expresividad la cara de un monstruo de tosca factura, de un personaje ambiguo del que sólo destaca su gesto de ferocidad y su prominente lengua. Suponemos que los otros tendrían también tallados elementos deformes, aterradores, expresiones del mal, que se quedan “fuera” del templo.

No es de este lugar describir el templo de Tartanedo en su interior, las múltiples maravillas que en forma de retablos, esculturas, pinturas y orfebrería conserva su nave y sus muros. Solamente resta advertir de ello al viajero y animarle a que no sólo contemple esta portada románica tan elocuente, sino que se entretenga largo rato con el prolífico tesoro artístico de su templo parroquial.

Otros lugares de interés

También en Teroleja, en su escueta y elevada iglesia parroquial, nos encontramos algunos canecillos tallados con figuras humanas y elementos rurales, como una tinaja, y una herramienta de labranza. En la capital, Molina de Aragón, la iglesia de Santa Clara es un espléndido ejemplo románico en el que apenas encontramos elementos tallados significantes: solamente hay tallas vegetales, grandes hojas de acanto, rosáceas, flores centrales y elementos geométricos. Algo similar pasa con la iglesia de Rueda de la Sierra, cuya portada hoy resguardada tras el portal de acceso, nos muestra una buena serie de arquivoltas lisas, protegidas por una chambrana de “dientes de león” que vienen a acentuar el mensaje de lugar sagrado, acceso al mismo, protección frente a lo desconocido, seguridad en el camino…

Y con este amplio repaso, espero haber conseguido que muchos lectores se hagan a continuación viajeros, para llegar hasta estos lugares recónditos en los que el mensaje voluntariamente oculto de los tallistas románicos pugna por llegarnos, por expresarse, por decirnos a través de la vieja piedra medieval, que estamos inmersos en un eterno “ir y venir”, atados a una rutina de progresos y decadencias en la que solo la palabra de Dios, la eterna Lucha entre el Bien y el Mal, y el deseo de superar al pecado, nos justifica.