Lenguaje medieval en Pinilla de Jadraque

viernes, 18 abril 2014 0 Por Herrera Casado

La iglesia parroquial de Pinilla de Jadraque, dedicada a la Asunción de María, está catalogada como Monumento Histórico‑Artístico de categoría nacional, y es una obra magnífica de estilo románico rural, construida a finales del siglo XII o principios del XIII.

En su galería porticada, podemos ver una serie de capiteles que encierran significados sorprendentes. Aquí hablamos de ellos.

El edificio parroquial de Pinilla, obra original del siglo XIII, sufrió reformas posteriores, pues en el XVII se eliminó su ábside, que sería semicircular, para hacer una capilla mayor más amplia donde colocar un altarcillo barroco, y luego un incendio en el pasado siglo XX la arruinó en su interior, aunque fue finalmente reconstruida, y en estos últimos años restaurada1.

El edificio consta de una sola nave, con presbiterio cuadrado y sacristía adosada al sur. En ese interior, que siempre está en la semipenumbra de los edificios típicamente medievales, y en los que solo la luz de los ojos puede con la tiniebla de los siglos, destaca el arco triunfal que da paso desde la nave a la capilla mayor, y que se apoya, perfectamente semicircular, en sendos capiteles de muy perfecta talla y conservación: en el uno hay palmetas, en el otro piñas entrelazadas.

De su exterior, lo que nos llama la atención es la gigantesca espadaña que corona el muro de poniente: es de cuatro vanos, muy pesada, toda ella de sillar calizo. Solamente otro templo románico hay en la provincia de Guadalajara con una espadaña de similares características: la de Hontoba en la Alcarria.

Apoyando en los muros del sur y poniente, aparece la estructura del atrio o galería porticada, heredero en este caso de las construcciones románicas que en las provincias de Soria y Segovia, y en el resto de la Castilla septentrional, adornan tantas iglesias rurales. Es la pieza más hermosa y meritoria de este templo, que por sí sola justifica un viaje y una detenida contemplación.

En el centro del costado meridional se abre la puerta de ingreso, consistente en un estrecho arco de medio punto apoyado en columnas pareadas que rematan en bellos capiteles de decoración geométrica y vegetal estilizada. De su ábaco surge una corrida imposta muy simple que se prolonga sobre el muro esquinero. El resto del ala sur del atrio se compone de ocho arcos, cuatro a cada lado de la puerta, también de medio punto, que apoyan sobre columnas pareadas y presentan magníficos capiteles de estilizada decoración foliácea. Estos arcos descansan sobre un podio o basamento.

En el ala de poniente del atrio se abren tres arcos más, también estrechos y apoyando sobre columnas pareadas, y sobre unos capiteles especialmente interesantes, pues muestran sus caras ocupadas por una abundante colección de temas iconográficos que posibilitan al viajero la ocasión de enzarzarse en evocaciones medievales, mitológicas y legendarias sin fin: como si del claustro de una poderosa catedral se tratase, en esos capiteles del ala de poniente de Pinilla surgen figuras arquetípicas como la mujer que sostiene peces en sus manos, los sirénidos coronados, los tres sabios de Oriente leyendo en filacterias, y por supuesto algunas imágenes de la religión cristiana, así como la presentación alegórica máxima de la Gloria del Hijo de Dios, que en su mandorla avellanada aparece majestuoso rodeado de los cuatro símbolos de los evangelistas.

En el interior del atrio, aparece la puerta de entrada a la iglesia, que muestra también muy hermosas características. Tiene todos los elementos propios del estilo: arcos semicirculares, baquetones múltiples, decoración de hojas, de puntas de diamante, etc. Conviene señalar que, distribuidas por los sillares de la parte más visible del templo, multitud de marcas de cantería nos hacen evocar a los constructores esforzados e ilusionados que levantaron este edificio.

Los capiteles historiados

Hasta aquí la sucinta relación de los hechos. O sea, la descripción de la iglesia de Pinilla, en un ejercicio de análisis formal elemental. Pasando a las siguientes etapas del proceso informativo que todo elemento artístico tiene, vamos a proceder, en primer lugar, a la descripción iconográfica de sus capiteles, en los que reside sin duda un mensaje que, finalmente, trataremos de adquirir con el análisis iconológico del total de sus relieves escultóricos, que en el caso de este templo nos han llegado muy estropeados, tras largos siglos de agresiones y abandonos.

Es en la galería oeste donde aparecen dos capiteles con decoración tallada en sus cuatro caras. El primero de ellos tiene en cada una de sus cuatro caras representaciones de la Historia Sagrada, que en algún caso presenta dificultad su identificación.

Una cara, la interna de la galería, muestra a Cristo crucificado, sostenido por dos personajes, de un tamaño mayor que la propia cruz, en una disposición que procede de antiguos códices miniados. Indudablemente Cristo crucificado es presentado como un “emblema” por dos sujetos posteriores a él y al hecho de la Crucifixión.

Esta crucifixión que mira al interior del atrio es, en mi opinión, la mejor obra de escultura románica que tenemos en la provincia (después de los relieves de Beleña). Es un Calvario sencillo a la vez que majestuoso. Su estado de conservación es, milagrosamente, muy bueno, a pesar de haber estado largos años tapado con un tabique. El color de la piedra es oscuro. Cristo descansa, como hecho de palo y cera, sobre una cruz griega de clásicas proporciones. Su gesto de estupor dolorido colma todos los clamores de la ingenui­dad y la fuerza que el arte románico arrastra consigo. La traza es verdaderamente primitiva, pues no existe escorzo en la postura ni apenas pliegues en los paños. Pero tiene «garra» y se mete muy dentro del que lo contempla. Las figuras que le acompañan interpreto que son las de San Juan y María. Aparecen más grandes que él, y sujetan con sus brazos los de la cruz. Es éste un modismo muy poco usado en la representación de los Calvarios. Las figuras de la Virgen y el Apóstol predilecto van ganando tamaño lentamente en las obras del siglo XII, muy especialmente en los Evangeliarios (el de la reina Felicia de Aragón, el de don Gonzalo, en Oviedo, etc.) y aparece ya claramente esta composición en un capitel de la iglesia de Santa María de la Alabanza, en Burgos (hoy, en el Fogg Museum, de Cambridge, Mass.) y en el tímpano mayor del pórtico de la Gloria de Santiago de Compostela. Pero creo que su aparición en un capitel de iglesia aldeana, tan al sur de todas las corrientes internacionales del románico, supone un dato de importante valor para la catalogación de esta obra.

Otra cara, al extremo externo del capitel, muestra una escena difícil de interpretar, puesto que se ve en el centro un personaje sin facciones, que parece estar dentro de una piscina, o quizás tras una mesa, de tal modo que solo se le ve emerger el torso y la cabeza. Junto a él, dos figuras enteras, en pie, le acompañan. Se ha interpretado como la resurrección de Lázaro, o como el Nacimiento de Cristo. En cualquier caso, es una escena de “surgimiento”.

Entra ambas, la tercera cara representa la Maiestas Domini, o Cristo incluido en la mandarla rodeado de los símbolos de los evangelistas (angel, aguila, toro y leon) a lo que se añade una rudimentaria palmera.

La cuarta escena, muestra mejor conservados a tres varones, al parecer ancianos, de cuerpo entero, revestidos de túnicas con muchos pliegues, y que en sus manos llevan filacterias (en la derecha) y vasijas (en la izquierda).

Este gran capitel historiado de Pinilla conjunta por tanto cuatro escenas al parecer sin hilación entre sí, aunque todas muestran aspectos del Evangelio y la Teología. Muerte (Cristo crucificado) y Resurrección, se equilibran con Gloria (la Maiestas Domini) y Revelación (profetas, reyes, sabios…). Conviene destacar que las cuatro escenas del capitel se basan en el número tres (en la Crucifixión, en los viejos sabios donantes, en la escena de Nacimiento/Resurrección. El número tres es el perfecto, es el de la Trinidad, y el que cifra los hondos misterios del Cristianismo.

El otro capitel, aunque tuvo originariamente cuatro caras, tiene la que mira al norte tapada por el muro que se colocó con posterioridad. Fue estudiado con detenimiento, en su aspecto de receptor y transformador de tradiciones fabulosas, por López de los Mozos2. En las tres caras visibles, se articula una escena que tiene cinco personajes entrelazados, aunque su ocupación se basa en todo caso en el número dos, pues de dos en dos dan los peces unas a otras figuras. Al centro de la cara principal aparece una mujer que sostiene en sus manos sendos peces, los cuales entrega a dos figuras que forman las esquinas del capitel, y que son seres quiméricos, pues tienen el torso y la cabeza barbada de varón, pero de medio cuerpo abajo son peces con dos colas. Llevan un tocado y denotan cierta gravedad. Realmente se trata de tritones marinos, tal como la mitología griega los describe. Ellos a su vez comparten con sus otras manos, otros peces con figuras humanas que asoman vestidas con largos mantos. Se conjugan en este capitel dos corrientes distintas, como son la mitología clásica y el bestiario medieval, frente a la simbología cristiana. Esta nos habla del pez como representación de Cristo, una imagen muy utilizada en el primitivo cristianismo oriental, que es entregado por fieles cristianos a monstruos orientales, evidentemente representaciones del paganismo. Es la transmisión de la Fe y la Doctrina. Aunque, como siempre ocurre en estas lides de la interpretación iconográfico-iconológica, pudiera explicarse de otros modos. Esta representación se ve muy parecida en un capitel de la relativamente cercana iglesia de Santa María del Rivero en San Esteban de Gormaz (Soria).

En definitiva, y aparte de la aparición de unas piñas, símbolo de la resurrección, en los capiteles vegetales del entorno, estos dos grandes y expresivos capiteles de Pinilla nos dan mensaje evangélico, teológico, complejo, en el que se muestra a la Divinidad en diversas formas, y a sus símbolos repartidos entre los paganos.

Notas 

1 Estudiada a principios del siglo XX por Juan Catalina García López en su “Catálogo del patrimonio artístico de la provincia de Guadalajara”, Aache ediciones, formato CD, Guadalajara, 2002, con unas interpretaciones muy superficiales de sus capiteles, posteriormente recibió el interés, más ponderado, de Francisco Layna Serrano, en su obra “La arquitectura románica de la provincia de Guadalajara”, Aache ediciones, Guadalajara, 2002, págs. 81-85, y recibiendo nuestra atención especialmente en lo que respecta a la iconografía de los capiteles, en Antonio Herrera Casado “Los capiteles románicos de Pinilla de Jadraque”, en “Nueva Alcarria” de 31 marzo 1973, hoy legibles en http://www.herreracasado.com/1973/03/31/los-capiteles-romanicos-de-pinilla-de-jadraque/

2 José Ramón López de los Mozos: “Mitología en la iglesia románica de Pinilla de Jadraque”, en “Wad-Al-Hayara”, 2 (1975), págs. 39-49.