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abril, 2014:

Los Casares, Almonacid, Alcocer: un patrimonio evocado

Aplaudido por todos, llega a nuestras manos el tomo noveno de las “Obras Completas de Layna Serrano”, una vez editados ya todos los libros escritos por este autor, Cronista Provincial de Guadalajara, en la segunda mitad del siglo XX. Esta obra viene a ofrecer los escritos que fue publicando en revistas especializadas, en folletos sueltos, en publicaciones locales, o como conferencias.

De aquellas viejas revistas de arte, hechas con medios técnicos que hoy nos asombran, sin color ni papel verjurado, pero con mucha técnica y ganas, recordamos ahora el Boletín de la Sociedad Española de Excursiones, (de la que fue directivo el cronista alcarreño), la Revista “Arte Español”, y el Boletín de la Sociedad Española de Amigos de los Castillos, este último aún vivo, y siempre a mejor.

La España de posguerra vio caídos por el suelo, fruto de la contienda civil, innumerables edificios, dando por desaparecidos muchos otros elementos muebles de interés artístico. La secuencia constructiva en España ha sido como una gran curva de Gaus de varios siglos de duración: empezó a construirse en época del reino de los visigodos (desde el siglo VI en adelante, llegando a una espiral altísima en la época del Renacimiento y el Siglo de Oro). Tal fiebre constructiva se alzó entonces, que tuvo que exportarse a América donde también se llenaron las grandes ciudades de catedrales, monasterios, palacios y fuentes). Empezó a caer la curva en los inicios del siglo XVIII, empobrecido el país tras las actuaciones de nefastos gobernantes, aparición de guerras en nuestro territorio, invasiones de austriacos y franceses, y finalmente dos mazazos resolutivos (la Desamortización de los Bienes Eclesiásticos, y la Guerra Civil 1936-39, de la que ahora se cumplen los 75 años de acabamiento) con lo que se esfumaron, destruidos e incendiados, robados o apaleados, un porcentaje inmenso de elementos patrimoniales. De lo poco que quedó, aún puede presumir España de ser uno de los países con más elementos artísticos de Europa ¡Qué no habría entonces, cuando la fiebre constructiva lo llenó de todos de talladas filigranas y retablos de brillo y color!

La destrucción del patrimonio

Layna Serrano fue testigo de ese momento de destrucción, y en sus escritos, la mayoría de ellos posteriores a la Guerra Civil, nos da constancia de lo que había, incluso con fotografías. Su afán estudioso del arte y la historia de Guadalajara se despertó en 1931, al ver cómo una organización norteamericana (formada por Hearts, Morgan, Byne y otros elementos depredadores) se llevaba a California entero el monasterio alcarreño de Ovila. Recorrió la provincia estudiando, fotografiando y haciendo planos de todos sus castillos y edificios románicos, y en una etapa febril, que abarcó los años de la República, se recorrió todos los pueblos de Guadalajara, anotando de ellos sus elementos más representativos, retablos, rejas, obras de orfebrería rincones de arte e historia… que durante la contienda, (que Layna hubo de pasar recluido en Madrid, entre su actividad médica y la Biblioteca Nacional) fueron destruidos.

De aquellas visiones, casi transitorias e irreversibles, el cronista (que lo era por nombramiento de la Diputación Provincial desde 1934) guardó datos e imágenes. Y esos fueron los temas que fue dando, a partir de 1940, en forma de estudios sueltos (a más de sus grandes libros de historia como los de Guadalajara, Cifuentes, Atienza y el palacio del Infantado) distribuidos por las Revistas de la época.

El libro que ahora ha aparecido, como siempre de la mano de la editorial alcarreña Aache, es un monumento a la memoria de Layna y de sus contemporáneos, amantes de su tierra y estudiosos de ella. Porque en este grueso volumen de las “Obras Completas de Layna”, al que se ha dado el título de “Arte y Artistas de Guadalajara”, aparecen limpiamente impresos los escritos sueltos que Layna Serrano fue publicando en esas revistas, o incluso algunos otros que quedaron inéditos. Entre los temas que se ofrecen, en torno al medio centenar, están los estudios del aljibe de Valfermoso, las iglesias de Mondéjar, El Salvador de Cifuentes, Alustante, la Piedad de Guadalajara, Almonacid de Zorita, La Cruz de los Becerril de La Puerta, el castillo de Torija, la catedral de Sigüenza, la Santa Cruz Aparecida de Albalate de Zorita, la reconstrucción del castillo de Sigüenza, un par de estudios complementarios sobre La Caballada, el Mambrú de Arbeteta, excursiones por la provincia visitando castillos con la Asociación de Amigos de los Castillos de España, el descubrimiento de la cueva de los Casares, y así hasta un total de 50 artículos muy interesantes, con innumerables ilustraciones.

Un libro dentro de otro libro

Me atrevería a calificar como lo más notorio de este libro, los dos grandes artículos que Layna publicó, en la Revista “Arte Español” en 1944, en dos entregas, titulados “El Arte en la provincia de Guadalajara hasta 1500” y “Los estilos Renacimiento y Barroco en la provincia de Guadalajara”, en los que repasa de forma completa lo más relevante del arte provincial, aportando muchas fotografías y planos de edificios, conjuntos y piezas. Podría calificarse a estos dos artículos como el germen de algún libro que Layna no llegó a completar nunca, pero que pretendía con ello analizar desde una perspectiva única el patrimonio monumental provincial. Entre las páginas 245 a 295 aparece este importantísimo texto.
Y luego, por detenernos en aspectos puntuales y sorprendentes de esta obra, podemos mencionar el estudio que hace de la muralla de la villa de Hita (páginas 421-431), la primera descripción conocida del Dorado de Jirueque (pp. 345-353), el análisis con dibujos del aljibe del castillo de Valfermoso de Tajuña (pp. 13-19) o la descripción que supone el descubrimiento en 1933 de la Cueva de los Casares en Riba de Saelices (pp. 19-27 y 489-499). A los interesados en patrimonio desaparecido, recomiendo los trabajos sobre Obras de Arte perdidas y recuperadas (pp. 353-361) y el Catálogo de la Exposición Fotográfica de Guadalajara que se celebró en Madrid, en el Círculo de Bellas Artes, en 1944. Además, el análisis del cuadro de Ribera en Cogolludo, con otros similares encontrados en América…. Estoy seguro de que este libro va a ser un lugar de sorpresas y emociones, de descubrimientos y satisfacciones para quienes aprecian los escritos de Layna y, en general, el saber y aprender acerca de la historia y el arte en Guadalajara.

 

De las sorpresas que se nos muestran ahora, yo rescataría algunos elementos especialmente relevantes. Como por ejemplo el aljibe del castillo de Valfermoso. Utilizado durante siglos como almacén de paja, Layna tuvo la facultad de comprender su sentido y función, puesto que al aljibe se entraba, en contra de lo esperado, por su parte inferior, después de haberse derrumbado en altura la mayor parte del castillo. No se tuvo muy encuenta aquel hallazgo hasta que hace pocos años la Junta de Comunidades finalmente los restauró muy adecuadamente, y hoy luce como uno de los monumentos más curiosos de la Alcarria. Lástima que su horario de apertura sea tan irregular y escaso.

Por el contrario, uno de los edificios estudiados por Layna en un artículo, y reproducido con abundante material fotográfico en este libro reseñado, el monasterio de la Concepción de Almonacid de Zorita, solo quedan ya sus cuatro muros, abandonado y saqueado, prácticamente perdido para siempre. Sus joyas muebles, como el gran retablo de Correa de Vivar, pudieron salvarse porque alguien con dinero y sensibilidad lo compró y luego lo donó a un convento de monjas en Oropesa, pero la iglesia solemne, cuajada de escudos y filigranas, como el resto del convento, ha quedado arrasada.

Algo similar ocurrió en Alcocer, aunque ahí la historia ha sido de ida y vuelta. En los años en que Layna la estudió, estaba en su apogeo de esplendor, con diversos retablos, cerámicas y contenido brillante, que fue destruido en la guerra. Posteriormente, el ánimo de dos curas, como don Andrés [Pérez Arribas] y don Crescencio [Chencho] Sáiz Sáiz, la restauraron y adecentaron, con sus propias manos, siendo hoy uno de los edificios más interesantes de nuestra provincia (la Catedral de la Alcarria, algunos la llaman, no sin razón).

El cronista y académico Layna descubre en esta obra un elemento sorprendente del arte que había estado durante siglos olvidado: el enterramiento de “El Dorado de Jirueque”, y nos da primera noticia de su personaje y de los detalles iconográficos que en él se acumulan. Con detalle (casi fatigoso en algún momento, hay que reconocerlo) estudia luego el cuadro de “El Capón de Palacio” que todavía en Cogolludo recuerda a su autor, el tenebrista Ribera. Y vuelve a descubrir algunas joyas hasta entonces mudas, como la gran cruz plateresca de La Puerta, que asigna al taller de los Becerril de Cuenca, o la cruz románica  con esmaltes tipo limusinos de Albalate de Zorita.

Más noticias inéditas

De todo este cúmulo, que parece no acabar nunca, de información sobre arte, historia y tradiciones de Guadalajara, es rica esta publicación que acaba de aparecer. A quienes nos gustan los libros, podemos decir que esta una piscina en la que uno no se cansa de nadar.

El volumen “Arte y Artistas de Guadalajara”, con sus 512 páginas en tamaño gran folio, encuadernación en tela y cientos de imágenes antiguas, está prologado por Tomás Gismera Velasco, que bien puede calificarse como biógrafo y mejor conocedor de la obra de Layna Serrano. En las dos páginas que firma el escritor atencino, nos da a conocer incluso nuevos detalles sorprendentes y hasta ahora desconocidos, como es esa novela que preparaba Layna y no llegó nunca a terminar (“Amelia de Castellar” se hubiera titulado), o el primer artículo que publicó, nada menos que en 1909 sobre “La marcha del soldado”.

Lenguaje medieval en Pinilla de Jadraque

La iglesia parroquial de Pinilla de Jadraque, dedicada a la Asunción de María, está catalogada como Monumento Histórico‑Artístico de categoría nacional, y es una obra magnífica de estilo románico rural, construida a finales del siglo XII o principios del XIII.

En su galería porticada, podemos ver una serie de capiteles que encierran significados sorprendentes. Aquí hablamos de ellos.

El edificio parroquial de Pinilla, obra original del siglo XIII, sufrió reformas posteriores, pues en el XVII se eliminó su ábside, que sería semicircular, para hacer una capilla mayor más amplia donde colocar un altarcillo barroco, y luego un incendio en el pasado siglo XX la arruinó en su interior, aunque fue finalmente reconstruida, y en estos últimos años restaurada1.

El edificio consta de una sola nave, con presbiterio cuadrado y sacristía adosada al sur. En ese interior, que siempre está en la semipenumbra de los edificios típicamente medievales, y en los que solo la luz de los ojos puede con la tiniebla de los siglos, destaca el arco triunfal que da paso desde la nave a la capilla mayor, y que se apoya, perfectamente semicircular, en sendos capiteles de muy perfecta talla y conservación: en el uno hay palmetas, en el otro piñas entrelazadas.

De su exterior, lo que nos llama la atención es la gigantesca espadaña que corona el muro de poniente: es de cuatro vanos, muy pesada, toda ella de sillar calizo. Solamente otro templo románico hay en la provincia de Guadalajara con una espadaña de similares características: la de Hontoba en la Alcarria.

Apoyando en los muros del sur y poniente, aparece la estructura del atrio o galería porticada, heredero en este caso de las construcciones románicas que en las provincias de Soria y Segovia, y en el resto de la Castilla septentrional, adornan tantas iglesias rurales. Es la pieza más hermosa y meritoria de este templo, que por sí sola justifica un viaje y una detenida contemplación.

En el centro del costado meridional se abre la puerta de ingreso, consistente en un estrecho arco de medio punto apoyado en columnas pareadas que rematan en bellos capiteles de decoración geométrica y vegetal estilizada. De su ábaco surge una corrida imposta muy simple que se prolonga sobre el muro esquinero. El resto del ala sur del atrio se compone de ocho arcos, cuatro a cada lado de la puerta, también de medio punto, que apoyan sobre columnas pareadas y presentan magníficos capiteles de estilizada decoración foliácea. Estos arcos descansan sobre un podio o basamento.

En el ala de poniente del atrio se abren tres arcos más, también estrechos y apoyando sobre columnas pareadas, y sobre unos capiteles especialmente interesantes, pues muestran sus caras ocupadas por una abundante colección de temas iconográficos que posibilitan al viajero la ocasión de enzarzarse en evocaciones medievales, mitológicas y legendarias sin fin: como si del claustro de una poderosa catedral se tratase, en esos capiteles del ala de poniente de Pinilla surgen figuras arquetípicas como la mujer que sostiene peces en sus manos, los sirénidos coronados, los tres sabios de Oriente leyendo en filacterias, y por supuesto algunas imágenes de la religión cristiana, así como la presentación alegórica máxima de la Gloria del Hijo de Dios, que en su mandorla avellanada aparece majestuoso rodeado de los cuatro símbolos de los evangelistas.

En el interior del atrio, aparece la puerta de entrada a la iglesia, que muestra también muy hermosas características. Tiene todos los elementos propios del estilo: arcos semicirculares, baquetones múltiples, decoración de hojas, de puntas de diamante, etc. Conviene señalar que, distribuidas por los sillares de la parte más visible del templo, multitud de marcas de cantería nos hacen evocar a los constructores esforzados e ilusionados que levantaron este edificio.

Los capiteles historiados

Hasta aquí la sucinta relación de los hechos. O sea, la descripción de la iglesia de Pinilla, en un ejercicio de análisis formal elemental. Pasando a las siguientes etapas del proceso informativo que todo elemento artístico tiene, vamos a proceder, en primer lugar, a la descripción iconográfica de sus capiteles, en los que reside sin duda un mensaje que, finalmente, trataremos de adquirir con el análisis iconológico del total de sus relieves escultóricos, que en el caso de este templo nos han llegado muy estropeados, tras largos siglos de agresiones y abandonos.

Es en la galería oeste donde aparecen dos capiteles con decoración tallada en sus cuatro caras. El primero de ellos tiene en cada una de sus cuatro caras representaciones de la Historia Sagrada, que en algún caso presenta dificultad su identificación.

Una cara, la interna de la galería, muestra a Cristo crucificado, sostenido por dos personajes, de un tamaño mayor que la propia cruz, en una disposición que procede de antiguos códices miniados. Indudablemente Cristo crucificado es presentado como un “emblema” por dos sujetos posteriores a él y al hecho de la Crucifixión.

Esta crucifixión que mira al interior del atrio es, en mi opinión, la mejor obra de escultura románica que tenemos en la provincia (después de los relieves de Beleña). Es un Calvario sencillo a la vez que majestuoso. Su estado de conservación es, milagrosamente, muy bueno, a pesar de haber estado largos años tapado con un tabique. El color de la piedra es oscuro. Cristo descansa, como hecho de palo y cera, sobre una cruz griega de clásicas proporciones. Su gesto de estupor dolorido colma todos los clamores de la ingenui­dad y la fuerza que el arte románico arrastra consigo. La traza es verdaderamente primitiva, pues no existe escorzo en la postura ni apenas pliegues en los paños. Pero tiene «garra» y se mete muy dentro del que lo contempla. Las figuras que le acompañan interpreto que son las de San Juan y María. Aparecen más grandes que él, y sujetan con sus brazos los de la cruz. Es éste un modismo muy poco usado en la representación de los Calvarios. Las figuras de la Virgen y el Apóstol predilecto van ganando tamaño lentamente en las obras del siglo XII, muy especialmente en los Evangeliarios (el de la reina Felicia de Aragón, el de don Gonzalo, en Oviedo, etc.) y aparece ya claramente esta composición en un capitel de la iglesia de Santa María de la Alabanza, en Burgos (hoy, en el Fogg Museum, de Cambridge, Mass.) y en el tímpano mayor del pórtico de la Gloria de Santiago de Compostela. Pero creo que su aparición en un capitel de iglesia aldeana, tan al sur de todas las corrientes internacionales del románico, supone un dato de importante valor para la catalogación de esta obra.

Otra cara, al extremo externo del capitel, muestra una escena difícil de interpretar, puesto que se ve en el centro un personaje sin facciones, que parece estar dentro de una piscina, o quizás tras una mesa, de tal modo que solo se le ve emerger el torso y la cabeza. Junto a él, dos figuras enteras, en pie, le acompañan. Se ha interpretado como la resurrección de Lázaro, o como el Nacimiento de Cristo. En cualquier caso, es una escena de “surgimiento”.

Entra ambas, la tercera cara representa la Maiestas Domini, o Cristo incluido en la mandarla rodeado de los símbolos de los evangelistas (angel, aguila, toro y leon) a lo que se añade una rudimentaria palmera.

La cuarta escena, muestra mejor conservados a tres varones, al parecer ancianos, de cuerpo entero, revestidos de túnicas con muchos pliegues, y que en sus manos llevan filacterias (en la derecha) y vasijas (en la izquierda).

Este gran capitel historiado de Pinilla conjunta por tanto cuatro escenas al parecer sin hilación entre sí, aunque todas muestran aspectos del Evangelio y la Teología. Muerte (Cristo crucificado) y Resurrección, se equilibran con Gloria (la Maiestas Domini) y Revelación (profetas, reyes, sabios…). Conviene destacar que las cuatro escenas del capitel se basan en el número tres (en la Crucifixión, en los viejos sabios donantes, en la escena de Nacimiento/Resurrección. El número tres es el perfecto, es el de la Trinidad, y el que cifra los hondos misterios del Cristianismo.

El otro capitel, aunque tuvo originariamente cuatro caras, tiene la que mira al norte tapada por el muro que se colocó con posterioridad. Fue estudiado con detenimiento, en su aspecto de receptor y transformador de tradiciones fabulosas, por López de los Mozos2. En las tres caras visibles, se articula una escena que tiene cinco personajes entrelazados, aunque su ocupación se basa en todo caso en el número dos, pues de dos en dos dan los peces unas a otras figuras. Al centro de la cara principal aparece una mujer que sostiene en sus manos sendos peces, los cuales entrega a dos figuras que forman las esquinas del capitel, y que son seres quiméricos, pues tienen el torso y la cabeza barbada de varón, pero de medio cuerpo abajo son peces con dos colas. Llevan un tocado y denotan cierta gravedad. Realmente se trata de tritones marinos, tal como la mitología griega los describe. Ellos a su vez comparten con sus otras manos, otros peces con figuras humanas que asoman vestidas con largos mantos. Se conjugan en este capitel dos corrientes distintas, como son la mitología clásica y el bestiario medieval, frente a la simbología cristiana. Esta nos habla del pez como representación de Cristo, una imagen muy utilizada en el primitivo cristianismo oriental, que es entregado por fieles cristianos a monstruos orientales, evidentemente representaciones del paganismo. Es la transmisión de la Fe y la Doctrina. Aunque, como siempre ocurre en estas lides de la interpretación iconográfico-iconológica, pudiera explicarse de otros modos. Esta representación se ve muy parecida en un capitel de la relativamente cercana iglesia de Santa María del Rivero en San Esteban de Gormaz (Soria).

En definitiva, y aparte de la aparición de unas piñas, símbolo de la resurrección, en los capiteles vegetales del entorno, estos dos grandes y expresivos capiteles de Pinilla nos dan mensaje evangélico, teológico, complejo, en el que se muestra a la Divinidad en diversas formas, y a sus símbolos repartidos entre los paganos.

Notas 

1 Estudiada a principios del siglo XX por Juan Catalina García López en su “Catálogo del patrimonio artístico de la provincia de Guadalajara”, Aache ediciones, formato CD, Guadalajara, 2002, con unas interpretaciones muy superficiales de sus capiteles, posteriormente recibió el interés, más ponderado, de Francisco Layna Serrano, en su obra “La arquitectura románica de la provincia de Guadalajara”, Aache ediciones, Guadalajara, 2002, págs. 81-85, y recibiendo nuestra atención especialmente en lo que respecta a la iconografía de los capiteles, en Antonio Herrera Casado “Los capiteles románicos de Pinilla de Jadraque”, en “Nueva Alcarria” de 31 marzo 1973, hoy legibles en http://www.herreracasado.com/1973/03/31/los-capiteles-romanicos-de-pinilla-de-jadraque/

2 José Ramón López de los Mozos: “Mitología en la iglesia románica de Pinilla de Jadraque”, en “Wad-Al-Hayara”, 2 (1975), págs. 39-49.

Algo que ver: los soldados de Cristo llegan a Budia

Ya está en las puertas la Semana Santa. El Jueves que viene, día santo en los anales del Cristianismo por ser conmemoración de la institución del Sacramento de la Eucaristía, se celebrará de mil modos por toda España. En la Alcarria, hay un lugar que centra la atención de todos, porque esa celebración se tinta de tradición y seriedad, de solemne belleza y aparatosa muestra de respeto: son los “soldados de Cristo” que llegan, que salen de Budia, y despiertan el interés de propios y extraños.

La celebración de la Semana Santa en Budia está centrada por “Los Soldados de Cristo”. Para los pueblos cristianos, la conmemoración de la muerte de Cristo  se tinta de mensajes de penitencia y dolor, de consideración del sacrificio hecho por Dios mismo al entregar a su Hijo a los mayores padecimientos, y a la muerte, con objeto de dar ejemplo y redimir a la Humanidad.

En Budia se celebra con los diversos actos religiosos que en cualquier otra parte de la España cristiana tienen lugar: procesiones, cánticos, ceremonias en la iglesia, sermones, etc. Comienza el Domingo de Ramos con la bendición de las palmas y los ramos de olivo, previamente adornados con cintas y colgando alguna rosca que hacían las madres, sin  olvidar la costumbre de estrenar algo, pues ya se sabe, “el Domingo de Ramos, quien no estrena se queda sin manos”.

La celebración de la Semana Santa en Budia está aderezada con las ceremonias que organizan los miembros de la Hermandad de “Los Soldados de Cristo”. El mismo Domingo de Ramos, los miembros de la hermandad se reúnen por primera vez, tras una suculenta merienda, procediendo a sortear las guardias y distribuyéndose las funciones que tendrán lugar en días venideros (guardias, custodia del sepulcro, lavatorio, acompañamiento del abad, etc.).

El Miércoles santo comienzan los oficios o liturgias de penitencia, y es esa noche cuando se ofrece el Oficio de Tinieblas, donde acuden los niños, con impaciencia, esperando el momento de tocar “a rebato” y poder hacer con sus carracas todo el ruido que quieran, pues en ese instante se apagan todas las luces y se tapan todas las imágenes con telas negras.

El Jueves Santo vuelven a juntarse los miembros de la Hermandad, esta vez en el lugar denominado como “las Cuatro Calles” formando allí militarmente, en fila de a dos, hasta que el teniente da las novedades al capitán, y comienza la  marcha en formación hasta la iglesia. Al llegar a esta, el capitán pasa revista a los Cofrades, mandando formar a ambos lados de la puerta un pasillo por el cual pasan los feligreses, mientras el capitán con cuatro soldados va en busca del sacerdote  a su casa, y, en llegando, da tres golpes en la puerta, abriéndose y diciendo el sacerdote: ¿Que deseáis?, y contestando el Capitán: Deseamos escoltarle hasta la iglesia, como corresponde a nuestro abad.

Así es custodiado por los cuatro soldados más el capitán  que va al frente, llegando de nuevo al atrio de la iglesia, donde  el oficial pronuncia estas palabras: Representamos a Budia, hagámoslo con honor y defendamos el Santo Nombre de Cristo.

Antiguamente, y antes de pasar al interior del templo, aparecía la figura del judío,  quien con sus ruidos molestaba a los feligreses. Hoy esta figura ya no sale.

A continuación comenzaba la Misa, formando los Soldados de Cristo a ambos lados del párroco una homogénea hilera de apuestos hombres vestidos de negro, y saludando con un sonoro llamamiento de carracas el momento de la Consagración, en el que además todos ellos se ponen con una rodilla en tierra, inclinando sus lanzas hacia el suelo. En otros momentos de la misa los soldados ayudan al sacerdote, como en el Lavatorio, al que asisten también el Capitán y el Teniente.

Acabada la misa, quedan dos soldados de centinelas, mientras el resto asiste a la procesión, colocándose el Capitán tras la cruz, e indicando los lugares donde deben realizarse las paradas.

El Viernes Santo los soldados tienen como primer deber preparar el Vía Crucis, en el que escoltan al portador de la Cruz. En la tarde de ese día, en la solemne  procesión del Entierro, los Soldados llevan sobre sus hombros el “Sepulcro de Cristo”, terminando la procesión en la ermita de la Soledad, donde dos de ellos hacen guardia desde mucho antes. Poco antes del anochecer se han colocado antorchas desde la iglesia hasta la ermita de la Soledad, y a las once de la noche se apagan todas las luces para que dé comienzo la procesión de las Antorchas, en la que la imagen de la Dolorosa se acompaña por el golpeteo de las lanzas contra el suelo. Es este un espectáculo sobrecogedor donde se une lo profano y lo litúrgico, llegando así finalmente a la ermita. Los soldados de guardia ya no recibirán la visita de “La cantinera” pues esta otra figura de la Semana Santa budiera también ha desaparecido.

El Domingo de Pascua se despierta Budia con alegría, acercándose los vecinos, poco a poco, al atrio de la iglesia, donde habrá una hoguera  y en ella se encenderá un gran cirio. En ese momento comienza un alegre repique de  campanas, anunciando a todos que el Señor ha resucitado. Ese día tiene lugar, a continuación de la Misa de Pascua, la procesión del Encuentro, que se forma en dos bloques: uno en el que van los hombres llevando las andas de Cristo Resucitado, y otro en el que van las mujeres con las andas de la Virgen María, cubierta con un velo, que se quitará al encontrarse ambas procesiones en la Plaza Mayor. El párroco va caminando bajo palio, con la Custodia, acompañando a la procesión de los hombres. Mientras, las mujeres cantan:

 

Por allí viene Jesús

aquí tenemos su madre

hágase la gente a un lado

que viene a visitarme

que hace que no se han visto.

Buenos días tengáis madre

con alegría y contento

como la tuvo José

la noche del Nacimiento.

Quitarle el luto a María

Que ese luto es muy pesado

No es razón de que lo lleve

Que su hijo ha resucitado.

Quitarle el velo a María

Quitarle ese velo negro

Que ya cantan de alegría

Los ángeles en el cielo.

Aleluya rosa hermosa

Aleluya sol dorado

Hoy es el triunfante día

Que tu hijo a resucitado.

Oh! Que mañana de Pascua

Oh! Que mañana de flores

Oh! Que mañana tan bella

ha amanecido señores.

Se le dan las buenas pascuas

al señor cura primero

a toda la compañía

y a todo el Ayuntamiento.

A los Soldados de Cristo

Debemos de saludar

por que han cumplido su cargo

como era de desear.

Tras la bendición del cura, todos regresan a la iglesia, donde se materializa el triunfo de la Cruz sobre las lanzas con estas palabras. Este es el triunfo de Cristo resucitado. Esta “procesión del Encuentro”, ha tenido siempre y desde muy antiguo, una gran tradición en los pueblos de la Alcarria, y hoy se mantienen en muchos de ellos.

Antiguamente, el Domingo de Pascua tenía por la tarde la celebración de “rilar el huevo”, que consistía en ir en familia, o en pandillas, hasta las afueras de la villa, y allí merendar, a base de hornazos y huevos de Pascua.

Cabría hacer mención a las cofradías que hubo antiguamente, y las que hoy quedan en Budia. La de los Soldados de Cristo, evidentemente, es la más importante, pero antiguamente existieron las que llamaban de los nicolases y las de los crispines. Ambas eran típicas sociedades de socorros mutuos, de ayuda en enfermedades, de acompañamiento en entierros, y de celebraciones religiosas en los días de sus patrones, San Nicolás y San Crispín, respectivamente. En todo caso, estas celebraciones [que hoy personifico en Budia, como villa en el corazón de la Alcarria] suponen una constante en el popular arraigo de las tradiciones multiseculares de nuestra tierra, y que mal o bien se siguen manteniendo, aunque hoy los tiempos están “que pasan” de lo antiguo y solo se fijan el efímero fulgor de lo moderno.

En el centenario de su muerte. En recuerdo de Alvar Fáñez de Minaya

Imagen del guerrero Alvar Fáñez de Minaya, en el paseo de las Cruces de Guadalajara

Una noticia adelantada: el 17 de mayo, en la Plaza Mayor, a la una de la tarde, habrá otro recuerdo señalado a este personaje que forma parte de nuestra historia y se levanta sobre sus más entrañables leyendas.

De todos es conocido el escudo de la ciudad de Guadalajara. Aparece en él una ciudad fuerte, amurallada, con torres y banderolas en su interior. La cubre el estrellado cielo de la noche. Ante ella, un caballero fuertemente armado, con bandera al viento, y tras él un reducido ejército.

La explicación tradicional es que la escena representa la conquista de la ciudad por Alvar Fáñez de Minaya y su mesnada cristiana durante la noche del 24 de junio de 1085.

Y aunque no es éste realmente el significado cierto y primitivo del escudo, heredero hoy de sucesivas leyendas, sí es un claro exponente de la tradición que encarnó siempre en nuestra ciudad el guerrero castellano Alvar Fáñez de Minaya, compañero del Cid, y autor de una importante tarea reconquistadora y repobladora en la Transierra de Castilla, concretamente en la comarca de la Alcarria.

En estos días del inicio de abril de 2014, se cumplen los 900 años de su muerte, que ocurrió en la ciudad de Segovia, y de forma imprevista, pues él andaba aún fuerte y activo, protagonista de batallas y algaradas.

Su vida inquieta

En unas breves pinceladas veremos la evolución de su vida. Era Alvar Fáñez un miembro más de la familia del Cid, Rodrigo Díaz de Vivar. Dicen que el sobrenombre que lleva, Minaya, viene del posesivo castellano “mi” y del sustantivo euskera “anai” (mi hermano). Más concretamente parece que fue sobrino del cid, por parte de la mujer del burgalés. Por lo tanto, algo más joven que éste desde su infancia también, formó parte de la casa y luego mesnada del Campeador. Y siempre le veremos, por más joven y valeroso, si cabe, junto al héroe castellano, codo con codo en las batallas, unidos en la desgracia y el destierro, en la conquista y el éxito. Será precisamente el «Cantar del Mío Cid», la gesta poética y heroica de Castilla, la que mayor cantidad de datos y mejor perfil humano de Alvar Fáñez nos aporten. Otros detalles proceden de los documentos históricos que, en escaso número, nos hablan de su peripecia vital y de sus cargos. Finalmente, la tradición prendida en las consejas y decires del pueblo, nos lo traen hasta hoy con un latido mágico, viviente, sonoro de metálicas andaduras y difíciles pasos de guerra.

Como un joven ayudante o alférez de la mesnada personal del Cid aparece Alvar Fáñez. Ya desde el momento del destierro de Burgos se dibuja su figura. El poeta le señala una y otra vez por sus méritos y virtudes: «el bueno de Minaya», le adjetiva, y el mismo abad del monasterio de Cardeña así le llama: «Minaya, caballero de prestar«. El mismo Rodrigo Díaz en varias ocasiones, le dedica alabanzas sentidas, fiel dato de su aprecio: «Vos Minaya Albar Fañez/ el mio braço mejor» o «Venides Alvar Fañez / una fortida lança«. El carácter de Minaya como caballero de gran prestancia, valentía y fuerza se repite a lo largo del poema. Cuando se preparan campañas o correrías por tierras de moros, dice el vate en primer lugar: «Primero fabló Minaya, un caballero de prestar», y al describir las batallas suele salir alguna referencia al castellano, como, por ejemplo, cuando se narra la lucha de la mesnada del Cid contra los moros Galve y Fáriz, en el valle del Jalón:

«Cavalgó Minaya
el espada en la mano
por estas fuerças
fuertemientre lidiando
a los que alcança
valos delibrando.»

Y luego se entretiene el anónimo cantor en reseñar algunos otros detalles, sangrientos y hermosos, del batallar de Alvar Fáñez. En una ocasión, tan valerosamente pelea que la sangre de los moros que mata le va chorreando por el codo:

«A Minaya Alvar Fáñez
bien le anda el cavallo,daquestos moros

mató treinta y quatro:
espada tajador
sangriento trae el braço
por el cobdo ayuso

la sangre destellando.»

Detalles de su actividad política

Pero también como político, como buen mediador, como hombre con quien se puede hablar y con el que todos logran entenderse, le describe el «Cantar». Primero declara su lealtad al Cid en el momento del destierro. Rodrigo Díaz obliga al rey de Castilla a jurar ante la Biblia que no ha tenido intervención en la muerte de su hermano Sancho. Esta jura de Santa Gadea es la prueba de que los hombres castellanos tienen un claro deseo y visión de su independencia frente a la Corte leonesa. Por ello, Alfonso VI será recibido de uñas, aunque luego demuestre ser también un castellano de raza. Alvar Fáñez es fiel al Cid. Le acompaña, se pone en cuerpo y alma al servicio de su pariente y señor. Con él atravesará la extremadura castellana, el Duero, y remontará la sierra central, dejando a un lado Miedes y el fortísimo castillo de Atienza, todavía en poder de los árabes. Bajarán el Henares hasta Castejón de Abajo (el actual Jadraque) y allí harán su primera gran conquista, quedando dueños del castillo y la población. Después, bajando por Molina hasta Valencia, la conquista de esta plaza será una muestra renovada de la valentía del Cid y su mesnada.

Los meses siguientes servirán para demostrar el genio político de Alvar Fáñez. Es encomendado por el Cid para volver a Burgos y gestionar el perdón; él, personalmente, lo consigue, y para el Cid lo obtiene en un segundo viaje. Gestiona el matrimonio de las hijas del Cid con los infantes de Carrión, y, aunque queda como uno de los capitanes más destacados de la corte castellana, alcaide de algunas plazas fuertes, y brazo derecho del rey Alfonso, sigue también como ayuda principal del Cid en Valencia, defendiendo con él la ciudad del ataque repetido de los almorávides de Yuçuf. Esos oficios diplomáticos gustaron al Cid tanto o más que su fuerza guerrera. Cuando volvió de la Corte de Castilla con el perdón logrado, Rodrigo Díaz le dice:

«Ya Alvar Fáñez

bivades muchos días,

mas valedes que nos

tan buena mandadería!»

En su aspecto puramente guerrero, activo como capitán de su propia mesnada, le vemos primero haciendo una correría Henares abajo, desde Jadraque, donde acampaba con el Cid. Recorrió en pocas jornadas, con 200 hombres de confianza, los campos de Henares asaltando Hita, Guadalajara y Alcalá. No llegó a la conquista definitiva, pero entre la población árabe, muy numerosa, del valle quedó su figura como de héroe legendario en plena juventud. La morisma le temía y le admiraba al mismo tiempo. Y hoy se considera posible, incluso probable, que fuera en esa incursión o algara desde Castejón/Jadraque hasta Guadalajara, cuando se conquistara definitivamente la ciudad.

Siguiendo junto al Cid, participa en su sonada conquista de Alcocer. Es en Molina huésped ilustre del rey moro Abengalbón, del que consigue que pague tributos al Cid, su señor.

Como capitán de Castilla, Alvar Fáñez desplegará una gran actividad guerrera. Un año antes que el rey Alfonso VI haga suyo Toledo, Minaya conquista la importante ciudad de Guadalajara, punto clave de la defensa del reino moro toledano. Es el año 1085. Al mismo tiempo caerá todo el valle del Jarama y del Henares, como paso previo a la conquista del Tajo. También diversos puntos fuertes de la Alcarria quedan en poder de Castilla. La tradición lo señala así en Horche, donde dicen que Alvar Fáñez entró victorioso la noche antes de hacerlo en Guadalajara. El caso es que él participó también en la recuperación difícil de Zorita y su castillo, en la conquista de Santaver, legendaria atalaya fortificada de los árabes, y aun en la conquista de Toledo. En 1111 se reconquistó, fugazmente, la ciudad de Cuenca, y es a Alvar Fáñez a quien señalan por autor de este hecho. Lo cierto es que él figuró como alcaide de la fortaleza de Zorita, y capitán o delegado regio en Peñafiel, Toledo, Santaver y Cuenca. La ciudad de Guadalajara, aunque por él conquistada, tuvo por primer alcaide a don Fernando García de Hita, familiar del rey, y su delegado en Medinaceli, Uceda Talamanca, Hita, etc.

Se sabe que Alvar Fáñez de Minaya murió el año 1114 quizás en una pelea civil con los del concejo de Segovia. Está enterrado, junto al Cid, en el burgalés monasterio de Cardeña.

Memoria de Alvar Fáñez

Su nombre y su leyenda han quedado prendidos por numerosos lugares por los que su vida y su acción pasaron. En la provincia de Cuenca, y en su comarca de la Alcarria, un pequeño pueblo lleva su nombre. En Alcocer de junto al Guadiela, una de las puertas de su muralla, hoy ya caída, también era denominada con su apelativo. Ya hemos mencionado la tradición que existe en Horche de haber sido tomado el pueblo por las tropas de Alvar Fáñez. Y en Romanones mantienen la leyenda de que el héroe y conquistador pasó allí una temporada, quedando de su estancia algunos restos de armas y un pilón donde -dicen- comía su caballo. En realidad son los restos de la ermita de los Santos Viejos. También en Labros, en las alturas molinesas, y junto al recuerdo del Cid aparece el de Alvar Fáñez, poseedores cada uno de un monte en las cercanías. Todavía en Durón hay fama de que por allí anduvo Alvar Fáñez, y uno de los cerros que limitan por el norte al caserío lleva por nombre el de «cerro» o «atala­ya» de Alvar Fáñez de Minaya, por haber tenido en lo alto de élla un castillo este general victorioso.

Finalmente Guadalajara, la ciudad que es cabeza y Capitana del «valle de castillos» que su nombre indica, tiene por su conquistador a este hombre. Nada documental queda sobre el tema. Ni fecha exacta, ni forma de adquisición, ni hora ni lugar. La tradición del pueblo ha dado bella forma a este hecho. Y así la seguimos dando, tal como en el rodar de los siglos fue tomando su forma y su melodía: en una noche resplandeciente de San Juan, cuando el verano se inicia y las estrellas son más altas y limpias que nunca, un grupo de cristianos se acercan a la fuerte y amurallada ciudad de Guadalajara, donde los árabes llevan ya más de trescientos años dando culto a Alá, y haciendo una cultura propia y magnífica. Se aproximan los soldados, guiados por su capitán Alvarfáñez, al costado sur de la muralla. Atraviesan un hondo barranco y entran sin fuerza por el portón agudo que nadie defiende. Tienen buen cuidado todos de poner las herraduras de sus caballos al revés, y se introducen sin ruido en las casas de la ciudad. A la mañana siguiente, los jerarcas árabes oyen algo de que durante la noche se vieron cristianos por las calles, pero observan que las huellas de sus caballos apuntan hacia afuera: es señal de que se han ido. Por si acaso, cierran las puertas. Y en ese momento las tropas de Alvar Fáñez salen de sus escondites y acaban con la vida de los jefecillos moros, quedando la ciudad conquistada, y como una perla más del reino de Castilla. La puerta por donde entraron, que también se llamó «de la Feria» quedó enseguida con el apellido de Alvar Fáñez. La fecha, un 24 de junio de 1085, grabada en todas las historias arriacenses. Y la leyenda, de labio en labio, como un relato de las Mil y Una noches, primer capítulo de tan larga y fructífera historia.

Una historia novelada

El escritor de raíces alcarreñas, Luis Miguel Díaz González, ha dado vida recientemente a un libro que lleva por título “El Beso del Moro Abengalbón”, y en el que, al hilo de una visión novelada de unas jornadas turísticas por Sigüenza, refiere la historia del héroe castellano, de su oponente (y sin embargo amigo) rey Abengalbón de Molina, y de otros personajes que viven a caballo entre la realidad y el sueño.

Ese libro, y una sorpresa interpretativa sobre los personajes, se va a presentar en la ya cercana Feria del Libro de Guadalajara 2014 (exactamente el sábado 17 de mayo, a la una d ela tarde, en la Plaza Mayor). Aunque antes también se dará a conocer en uno de los lugares que protagonizan el libro: el Restaurante “El Doncel” de Sigüenza. Esto será el viernes anterior, el 9 de mayo, a las 7 de la tarde, en el mismo Restaurante.

A veces nos sorprende la historia que se mezcla con la leyenda, y los libros que amanecen en los restaurantes, pero es que la vida, hoy, es así de compleja.