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julio, 2013:

Millana nos entrega una nueva imagen

La iglesia románica de Millana en la Alcarria de Guadalajara.

La sorpresa ha sido verla completamente restaurada, con una tarea perfecta de contención, limpieza de sus piedras, respeto máximo hacia sus detalles iconográficos, y urbanización del entorno, de tal modo que se alza tras ello una de las etapas más productivas y positivas de aquel “Plan del Románico de Guadalajara” del que nunca más se supo. Al menos, aquí en Millana, cuajó y dio fruto.

La villa de Millana se encuentra situada en plena Alcarria, en el valle del río Guadiela, dentro de lo que históricamente se conoce como la Hoya del Infantado. Esta villa de la plena Alcarria reconoce un pasado común con Alcocer, Salmerón y otros lugares del mismo entorno geográfico. Tras diversos avatares señoriales, en el siglo XV quedó en poder de los Mendoza alcarreños, que la poseyeron durante muchos siglos. Pero anteriormente fue posesión señorial, por donación del Rey Alfonso X el Sabio, de doña Mayor Guillén de Guzmán, la misma que tuvo en señorío a Cifuentes. Ocurría esto en 1253, y ateniéndonos al patrocinio directo de dicha señora, en la construcción del templo mayor de la villa cifontina, no es difícil suponer que ella fue también la inspiradora de la iglesia parroquial de Millana y de su gran portada abocinada, pues el estilo es muy similar al de Cifuentes, aunque en este caso resulta más pobre en la decoración. De cualquier modo, resulta fácil datar la portada meridional de la parroquia emilianense de Santo Domingo de Silos en los inicios de la segunda mitad del siglo XIII, lo cual añade otro dato a nuestra teoría de una cronología muy avanzada para el románico alcarreño.

 

La iglesia de Millana presenta importantes restos de su primitiva construcción románica. En el siglo XVI fue completamente rehecha, pero se conservaron sus dos portadas y buena parte de sus muros, procediéndose solamente a la reedificación y ampliación de la cabecera del templo. Su interior es de una sola nave y no ofrece elementos de interés. En el exterior, es lo más señalado, aparte de las numerosas y diferentes marcas de cantería en los sillares de sus muros, especialmente en el del norte, la presencia de dos portadas que le confieren un interés especial.

La portada norte es muy sencilla y se encuentra hoy tapiada aunque también ha sido cuidadosamente restaurada. Consta de un arco muy simple, con moldura sencilla y decoración de bolas. Enmarcando al arco aparece un filete con simple molduraje, también incompleto. En cualquier caso, y a pesar de su sencillez, esta portada norte, utilizada en tiempos remotos, del templo parroquial de Millana, es interesante y prueba de un modismo constructivo habitual en el siglo XIII.

Pero el elemento más valioso y definitorio del templo que ahora estudiamos, es su gran portada meridional, que ofrece una estructura muy clásica dentro de lo que el arte románico suele presentar. Situada centrando el paramento sur del edificio, necesitó que a éste se le hiciera un cuerpo saliente para albergarla, debido a la profunda bocina de sus arcos. No cabe duda que desde su construcción, en el siglo XIII, esta portada se ha mantenido sin cambios apreciables en su conjunto. Se aloja, como decimos, en un saledizo cuerpo de sillares bien tallados, en los que abundan las marcas de canteros. Este cuerpo saliente se cubre de un tejaroz sostenido por magnífica serie de canecillos que alternan con metopas o rosetas en las que aparece decoración interesante. El ingreso propiamente dicho se constituye por una serie de cinco arquivoltas baquetonadas, llevando al interior un arco liso que hace el oficio de cancel, y que se apoya en lisas jambas laterales que escoltan el ingreso, en tanto que las cinco arquivoltas descansan sobre una serie de cuatro columnas adosadas a cada lado, con basa moldurada y corrido plinto. Estas columnas rematan en sendos capiteles que ofrecen una bella e interesante decoración, que comentaremos a continuación. Finalmente, ante la portada descrita se abre un amplio espacio rodeado de alta barbacana, correspondiente al antiguo cementerio o salón del templo, hoy ocupado de árboles y jardines, lo que le confiere un encanto aún mayor.

La portada románica de Millana tiene unas característi­cas comunes con la del Salvador en Cifuentes. Es de su misma época (segunda mitad del siglo XIII), está erigida y costeada por la misma persona (Dª Mayor Guillén de Guzmán), y presenta una dis­tribución de sus elementos tectónicos y decorativos muy simila­res, aunque evidentemente es más sencilla. El estilo de sus elementos iconográficos es, dentro de su ingenuidad y rudeza, también similar a los de la referida portada, y a su vez a los de la puerta mayor del templo de Santa María del Rey de Atienza. Pertenecen al arte muy esquemático y simple de una cuadrilla de canteros que, obedeciendo programas previamente establecidos por clérigos y matizados por señores, recorren la Alcarria poniendo en esa época su ingenua visión del mundo trascendente. Están todos ellos, además, en el discurso de la “Ruta de la Lana” o Ruta a Santiago atravesando la Alcarria.

Los elementos iconográficos más destacados de esta estructura románica se encuentran localizados en el friso superior de canecillos y metopas alternantes, y en la serie de ocho capi­teles que rematan las columnas adosadas en el ingreso. En los canecillos apenas se advierte rastro de escultura, pues la mayoría son simples bloques de piedra tallada, ofreciendo algunos muy esquemáticos perfiles de animales. En los huecos entre los canecillos aparecen tallas denominadas metopas, en las que se pueden observar algunas curiosas figuras. Predominan las de tema vegetal, con rosáceas, palmetas, etc., siempre tratadas con una intención claramente decorativa e irreal. También se ven dos figuras de animales: un cuadrúpedo, que podría ser un león, y un ave de presa, indudablemente un buitre, que ataca y engulle a una víctima.

Los capiteles que rematan a las columnas adosadas ofre­cen una decoración que entronca con la idea románica de exponer en las portadas elementos del Antiguo y Nuevo Testamento alter­nando con las figuras irreales del bestiario medieval, en esa mezcla tan típica de una edad en la que todo lo maravilloso e intemporal cae dentro de un mismo concepto narrativo y concep­tual. A la izquierda del espectador se presentan cuatro capiteles en los que aparecen parejas de figuras enfrentadas en su centro. A pesar de la dificultad de identificación debido a las agresio­nes que han sufrido a lo largo de los siglos, y al esquematismo de su inicial talla, vemos de izquierda a derecha una pareja de grifos, otra de centauros, otra de grifos y otra de arpías. En el grupo situado a la derecha del espectador, se encuentran otros tantos capiteles, en los que de derecha a izquierda vemos un ser con cabeza bovina y otro con alas que sujetan  o atraen hacia sí a dos pequeñas figuras humanas desnudas; le sigue otro capitel con una pareja de centauros enfrentados; otro en el que se ve a un anciano junto a un ángel que baja de la altura; y finalmente, el más interno, ofrece una figura de ángel separada por la esquina central del capitel de otra figura de aspecto femenino. En cualquier caso, la rudeza de la talla y el desgaste secular de estos capiteles les hacen muy difícilmente identificables en su contenido iconográfico.

El intento de su identificación no debe dejar de hacerse. Es claro el significado de los cuatro capiteles  de la izquierda. Son parejas de elementos del bestiario medieval. Los grifos, mezcla de águila y león, son elementos benéficos, protectores de los caminos y de los caminantes. Los centauros retratan la parte animal y baja del hombre, y pueden identificarse con elementos pecadores. Las arpías son también seres mitológicos, se dice que hijas de Neptuno y el mar, y representan al vicio en su doble expresión de culpa y castigo. En definitiva, la serie de capiteles de la izquierda de la portada de Millana tienen un equilibrio perfecto en cuanto a representación del Bien y el Mal en forma de animales del bestiario.

En los capiteles de la derecha, vistos desde dentro a fuera, nos encontramos en el primero con lo que podría ser la representación de la Anunciación del ángel a la Virgen María. Una figura angélica saluda a otra femenina, y es fácil identificarlo con la escena bíblica referida (San Lucas, 1, 26). Pero en su cara exterior aparecen dos figuras femeninas abrazadas, lo que sin duda constituye la escena bíblica de la Visita de la Virgen María a su prima Santa Isabel. El segundo capitel muestra un ángel que, como si descendiera de lo alto, se aparece a un personaje con características de viejo, barbado. Podría identificarse, con ciertas dificultades, y en base a su hilación con la escena aneja, a la revelación del ángel a San José, en sueños, de la concepción milagrosa de María (San Mateo, 1,18). Tras la restauración, ha quedado a la vista la continuación de esta escena, en la que aparece claramente una cuna sobre la que yace un Niño, escoltado de dos animales que le alientan, uno con orejas grandes y el otro con cuernos. Se trata de la Natividad. En el tercer capitel, aparecen sendos centauros, con su habitual significado impuro. Y en el cuarto una imagen diablesca, con cabeza de animal, repulsiva, y otra angélica, con gran ala, disputan o acosan a un ser humano central, desnudo y de pequeño tamaño. Está claro que, sin un orden neto, esta serie de capiteles representan dos escenas de la Biblia, del Nuevo Testamento en concreto, más otra del bestiario y, en fin, una típica manifestación del Juicio de las almas, con su sentido premonitor y advirtente de los Novísimos.

La limpieza cuidadosa de estos capiteles, los ha dejado hoy más claros en su significado. Lo que incluso me ha posibilitado añadir algún sentido a un par de ellos. En definitiva, se trata en este caso de Millana de una iglesia románica de la que apenas sobreviven sus portadas, apareciendo en una de ellas elementos tradicionales de la iconografía medieval, inscritas en un área de influencia que en relación directa con Atienza y Cifuentes, y con otras del camino de Santiago por la Alcarria, que últimamente ha quedado bautizado con el nombre de “Ruta de la Lana”, y que prolonga desde la provincia de Cuenca, por la baja Alcarria hacia la castilla del Duero, un modo de hacer de origen netamente franco y poitevino. En cualquier caso, las precedentes líneas han pretendido analizar en detalle uno más de los múltiples templos de estilo románico que todavía existen en la provincia de Guadalajara, y al que hemos sorprendido en su mejor momento, el de la reciente restauración que nos le ha devuelto, limpio y terso, para poder ser admirado unos cuantos siglos más.

El palacio del Infantado, nueva visita

El palacio del Infantado es el edificio emblemático de la ciudad de Guadalajara. A su importancia capital en la historia del arte español y occidental, une la característica de ser la expresión más depurada de la historia de un linaje que dio vida a la ciudad durante siglos: los Mendoza. Uno de ellos está, vigilante, puesto en bronce ante su fachada. Es el Cardenal Pedro González.

En breves líneas voy a poner lo más relevante que ha de conocer el viajero que llega, por primera o enésima vez, a Guadalajara, y se enfrenta a este que ya debiera haber sido declarado Patrimonio de la Humanidad, porque reúne sin duda alguna todas las características que para este nombramiento se precisan. Vaya aquí, de inicio, mi felicitación al alcalde Sr. Román, por haber puesto en marcha, nuevamente, el trámite de esa solicitud, y mi apoyo a seguir trabajando ante las instancias de la UNESCO para que este emblemático palacio sea considerado como lo que es: la esencia de una época y un estilo artístico.

Aparece el palacio sobre la vieja ciudad

Ocupa este palacio el lugar que ya en el siglo XIV utilizó el primer Mendoza alcarreño, don Pero González, para poner sus casas principales. Reformadas sucesivamente por otros mayorazgos del linaje, entre ellos don Iñigo López de Mendoza, primer marqués de Santillana, que en ellas vivió largas temporadas y mantuvo su principal biblioteca y estudio, fue hacia 1480 que el segundo duque del Infantado, don Iñigo López de Mendoza también llamado, decidió derribarlas y construirse un nuevo y esplendoroso edificio palaciego por acrescentar la gloria de sus progenitores y la suya.

Las obras se hicieron muy rápidamente, y en 1483 estaba ya construida la fachada, poco después el patio, y al terminar el siglo XV lucía el monumento en todo su esplendor de goticismo, de artesonados y riquezas. En 1569, el tataranieto del constructor, don Iñigo López de Mendoza, quinto duque del Infantado, inició una serie de reformas, dirigidas por Acacio de Orejón, que tendían a parangonar su palacio con el que Felipe II levantaba en Madrid, poniendo para ello ciertos detalles renacentistas, tanto en la fachada (abrió nuevas ventanas, tapó las antiguas, desmochó los pináculos góticos), como en el patio, y decorando los techos de los salones bajos con pinturas al fresco realizadas por los artistas italianos que por entonces vinieron a decorar El Escorial y otras obras reales. Se construyó también entonces el magnífico jardín mitológico situado a mediodía de palacio.

En siglos posteriores, los Mendoza marcharon a la Corte y su palacio arriacense quedó abandonado. Fue vendido al Ministerio del Ejército, que colocó en él su Colegio para huérfanas de militares, y en 1936 fue bombardeado y destruido. Una completa restauración le ha devuelto en los últimos cincuenta años su primitivo esplendor.

Juan Guas, un arquitecto europeo

El viajero se preguntará quien fue el arquitecto que ideó este colosal edificio. Fue trazado y dirigido por Juan Guas, autor primeramente del castillo mendocino del Real de Manzanares, y del monasterio toledano de San Juan de los Reyes, y luego de varias obras en la catedral toledana y de la hospedería real en Guadalupe. Colaboraron con él Egas Cueman y Lorenzo de Trillo. Una larga nómina de artistas mudéjares participaron en los diversos aspectos decorativos de la casona: artesonados, frisos, azulejería, pinturas y rejas. Es su estilo radicalmente hispano. Pues aunque parte de la decoración y estructura de balconajes o portadas son de corte gótico de tradición flamenca, otros muchos elementos decorativos, y la disposición de vanos en la fachada, incluso el mismo tema ornamental de las cabezas de clavos, son de herencia morisca, y de lo más exquisito que ha producido el arte mudéjar. Supera uno y otro estilo, y adquiere el marchamo hispánico del estilo mendocino.

Vamos a caer en la admiración de la fachada

Lo más llamativo del palacio del Infantado es su fachada. Ofrece una mezcla muy vistosa de estilos, pues el gótico flamígero se da la mano con lo mudéjar y con variados detalles del Renacimiento avanzado. En esa fachada aparece la puerta descentrada, flanqueada de dos gruesas columnas cilíndricas, que apoyan en basas prismáticas, y cubren toda su superficie con una fina trama de rombos, entre los cuales aparecen medias esferas, siendo repetición miniaturizada del orden de las cabezas de clavos del resto de la fachada. Rematan estas columnas en volada cornisa de salientes mocárabes. En la superficie rectangular y vertical que limitan estas semicolumnas y el friso, se encuentra la puerta, que goza de estructuras diferentes, pues el total se forma con un alto arco apuntado, cuya rosca presenta, entre molduras, una larga frase tallada en letra gótica alemana.

A dos tercios de su altura, se remata el vano de la puerta propiamente dicha, mediante arco conopial mixtilíneo muy rebajado, que descansa en ménsulas de talla vegetal y se decora con bolas y cardinas. Sobre el tímpano de esta puerta aparece la corona ducal, una celada de frente, y los escudos coronados de Mendoza y Luna. A sus extremos, sendas tolvas de molino, con largos cordones rodeándolas, símbolos adoptados por el segundo duque, don Iñigo. En las enjutas del arco, dos grifos rampantes muestran otro par de tolvas.

Sobre esta puerta vemos hoy el gran escudo ducal que pone el sello de la grandeza de un apellido, el de Mendoza, a toda la fachada del palacio. Dos velludos varones sostienen el circular complejo emblemático en que consiste este grande y hermosísimo escudo. Encerrados en conopiales volutas aparecen veinte distintos escudos (cruces, castillos, leones, frases y encinas en bulliciosa amalgama) que vienen a representar los múltiples estados, títulos y señoríos que desde la antigüedad hasta ese día estuvieron en la casa de Mendoza. En el círculo central, inclinado y rodeado de góticas verduras, el escudo del apellido que une las armas de Mendoza y de la Vega, correspondiente a don Iñigo. Se cubre con una corona ducal, y remata con celada terciada sobre la que asoma orgullosa alada bicha de alas desplegadas y grandes orejas. Dos tolvas de molino le circundan.

En los niveles de la planta baja y principal de la fachada, se abren algunas ventanas y una puerta, obras de la reforma del quinto duque: llevan lisas molduras, frontoncillos con el escudo ducal y rejas de la época. En la línea superior de la fachada aparece como un corrido alfiz la galería de ventanales y garitones que prestan su característica más singular al palacio. Consiste en una serie de ventanales que alternan con garitas salientes, con múltiples columnillas y capiteles, antepechos y tracerías góticas, apoyado todo ello en amplia faja de mocárabes, repartiéndose por el conjunto los escudos de Mendoza y Luna. El resto de la fachada, toda ella construida con dorado sillar de Tamajón, se cubre con ornamentación de cabezas de clavos dispuestas en peculiar distribución en una ideal red de rombos.

Otras muchas cosas tiene el palacio del Infantado que poder admirar. La más importante, el Patio de los Leones. Un amplio espacio abierto que más parece salón principal de una casa, con los paramentos afiligranados en función de adorno más que de elemento tectónico. Los arcos mixtilíneos de ambas plantas, apoyados sobre columnas simples los de abajo y entorchadas los de arriba, dejan ver en su frentes tallados singulares animales: leones (que le dan el nombre) en la galería baja, y grifos en la alta, seres mitológicos protectores del linaje. Además escudos de armas, tolvas como enseñas, y un larguísimo pergamino en el que van talladas palabras en tipo gótico alabando a los Mendoza y valorando su esfuerzo.

En las salas bajas, también salvados tras la ruina de la Guerra Civil, hoy vemos cinco salas cuyos techos están profusamente decorados con pinturas que realizó Rómulo Cincinato, pintor florentino, y sus ayudantes, entre 1578 y 1580. Un complejo programa iconográfico que ya anteriormente he descrito, y que viene a ser el resumen del “Arte y el Humanismo mendocino en Guadalajara” sorprende al visitante, que siempre quiere saber más sobre esas escenas y figuras.

Lo mejor del palacio del Infantado

Una serie de elementos puntuales destacan del conjunto del palacio. Para quien lleve prisa en mirarlo, tan solo cinco minutos, estos son los elementos imprescindibles:

 

• Las tracerías góticas de la puerta principal. Un complejo entrelazado de cardinas y puntiagudas hojarascas abrigan los escudos heráldicos de Mendoza y Luna, constructores del edificio.

 

• Los picos de la fachada, dispuestos en una trama de rombos, son el elemento más característico. Esos clavos están fijando sobre la piedra una invisible tela en la más atrevida de las imágenes arquitectónicas.

 

• La galería alta que recorre toda la fachada, bajo el tejado, con ventanales, garitones y decoraciones finísimas.

 

• Los mocárabes que sirven de apoyo a esas galerías, un recurso ornamental árabe, muy utilizado por Guas, el arquitecto constructor. Parecen panales, estalagtitas, un arabesco sorprendente.

 

• Los escudos, los leones y los grifos que pueblan los muros del patio. Un zoológico profuso y un grito de símbolos.

 

Las Salas dedicadas al dios Tiempo, a las Batallas mendocinas, a la leyenda de Atalanta e Hipómenes, a los héroes romanos y a los dioses griegos. Un prolijo rumor de pinturas, de símbolos y misterios.

Diálogos de piedra: santos cristianos y héroes paganos en la Alcarria

A propósito de una visita a la localidad de Romancos, en pleno valle del Tajuña, y de ver y estudiar el edificio de su iglesia parroquial, y sobre todo de analizar y ponderar en lo que vale el conjunto escultórico de su coro renacentista, ha sido preciso continuar viaje por otros pueblos de la provincia, desde Sigüenza a Pareja, pasando por Peñalver y Budia, y deteniéndome en muchos otros de la Campiña, del Henares, para poner sobre la mesa otro tema que casi ha pasado desapercibido, pero que al analizarlo ahora, muchos lectores se darán cuenta de que cada esquina del patrimonio provincial tiene un valor, y un significado. Vamos a escuchar ahora los “diálogos en piedra entre santos y paganos”.

En muchos templos de nuestra tierra, en las enjutas del arco semicircular que (sirviendo de entrada a la Gloria, a lo Sagrado) oficia de puerta principal, aparecen medallones con bustos, caras, cuerpos enteros, en parejas, en solitario. Unos son evidentemente personajes de la Biblia, normalmente del Nuevo Testamento. Y otros son personajes de la Antigüedad clásica, surgidos de leyendas, de historias, de homilías varias.

La mezcla de lo santo y lo profano, de los cristiano y lo pagano, es muy propia del comedio del siglo XVI, cuando ha estallado plenamente la Reforma (Lutero, Calvino, Melachton, Erasmo, los Valdés, Lucena… de un modo u otro) y la jerarquía católica en la Península Ibérica, y en general en la Europa meridional, se prepara para una dura batalla que rematará el Concilio de Trento. Confirmando la ortodoxia romana, pero dejando puertas abiertas a la interpretación y la aceptación de las bondades éticas y morales de los no cristianos, desde los sabios griegos a los médicos islámicos.

A modo de ejemplo, simplemente por dar pistas, para que mis lectores cuando viajen se fijen en detalles que tienen un significado hondo y transmiten con fuerza un debate que fue acalorado y pasional hace cinco siglos, refiero los lugares donde se pueden contemplar estos diálogos de piedra entre santos y paganos.

La Sacristía de las Cabezas

Quizás el más emblemático y espléndido, por arte y por contenido, de esos lugares, sea el Sagrario Mayor, o Sacristía de las Cabezas, de la catedral de Sigüenza, construida a instancias del cabildo catedralicio, y encargado al mejor artífice del momento, Alonso de Covarrubias, en 1535. Este espacio consiste en una gran estancia rectangular, en cuyos lados mayores se abren amplias hornacinas, en las cuales se alberga la cajonería con talla profusa, magnífica, plena de figuras y simbolismo. En las enjutas de los arcos aparecen enormes medallones representando bustos de profetas y sibilas. Entre ellos, pilastras adosadas y rematadas de estupendos capiteles. Sobre la corrida cornisa se inicia la gran bóveda, de medio cañón, seccionada en cuatro partes, en las cuales aparecen varios centenares de casetones circulares, bien alineados, ocupados por rosáceas y cabezas humanas, estas últimas todas diferentes, provistas de una expresividad increíble, debidas a un verdadero genio del arte: Alonso de Covarrubias, que fue el diseñador de este recinto, aunque la talla directa se hizo, años más tarde, hacia 1550, por Martín de Vandoma, que en esta pieza se consagró como un consumado artista. Muchas de estas cabezas (hay 304 en total) son retratos de personajes de la época, incluyendo al Papa, al Emperador, a la mujer de éste, a diversos canónigos, cardenales, ofi­ciales del templo, etc.

Es en este lugar, que lleva la firma de Covarrubias (aunque luego sería Nicolás de Durango quien realmente dirigiera la construcción de la estancia) donde más claramente se contempla este “diálogo en piedra” entre los santos, los héroes y los humanos. La entrada al recinto está escoltada por santos clásicos y vírgenes de la primera Iglesia. El interior, su bóveda, está ocupada por la Humanidad completa, entre la que hay virtuosos, cristianos, paganos, mahometanos y judíos, autoridades concretas…. Una clara representación de la Humanidad. Y finalmente el complemento de profetas y sibilas, todo ello componiendo ese “maramagnum” que intenta decirnos cómo el espacio sagrado de la Gloria (es lo que pretende simbolizar esta Sacristía) está ocupado por unos y otros, por cristianos y paganos, por profetas y sibilas, por autoridades (el Papa, el Emperador) y pueblo llano…

El monasterio de Lupiana

También obra de Alonso de Covarrubias, héroe por sí mismo del arte y la estructura, basamenta de la evidencia del poder elcesiástico en el arzobispado de Toledo, es el claustro mayor o de las procesiones del monasterio jerónimo de San Bartolomé, en Lupiana. Ese claustro está concebido y diseñado en 1535, aunque entonces solo se hizo la panda norte, bajo la mirada atenta, y con la gubia en la mano de Alonso de Covarrubias, motor de todo esto. Allí pone, especialmente en sus capiteles, la iconografía de seres híbridos, bichas y querubes que él acostumbra. Pero donde salta el contraste es entre los medallones de las enjutas del interior de esa panda norte (representaciones de la virgen María, San Pedro, San Pablo. San Jerónimo y San Bartolomé) y los medallones que pone en las zapatas que sostienen el entablamento de segundo y tercer piso de ese ala: allí está la mujer pagana de hermoso rostro y cenefas sobre el turbante que la cubre, y allí está el guerrero antiguo, sirviendo ambas de contrapunto a los santos de abajo.

El rastro de Covarrubias en la Alcarria

A los templos, portadas, capiteles, atrios y detalles que recuerdan intensamente a lo trazado por Covarrubias, pero que aún no ha podido demostrarse que sea de su popia mano, se le denomina “estilo covarrubiesco”. Hay muchos templos que, especialmente en sus fachadas, pertenecen a este estilo. Y no sólo en la provincia de Guadalajara: también en Madrid, en Cuenca, en Ciudad Real y sobre todo en Toledo.

En Guadalajara, los más relevantes sin duda son los de El Cubillo de Uceda, Malaguilla, Peñalver, Budia y Trijueque. En todos ellos, con unos sintagmas estructurales muy similares, aparecen también decoraciones que comulgan de una idea pareja, directriz, y que va en el sentido que estamos viendo de expresión de un humanismo filosófico expresado a través de la Iglesia Católica. Una forma de adecuarse a los nuevos tiempos, sin romper abiertamente con el pasado. Y una expresión de cultismo que mantiene la imagen de seres letrados, “leídos y sabidos”, a los eclesiásticos locales. Porque son ellos los que tienen que explicar qué significa poner en las portadas de las iglesias, todas ellas construidas en esos años (1530-1550) a San Pedro y San Pablo, y  a la Virgen María, entre damas antiguas y guerreros paganos.

El ejemplo más deslumbrante de esta época, y en el que vemos claramente ese diálogo entre el cristianismo y el paganismo, es la iglesia de El Cubillo de Uceda, y especialmente su portada occidental, dedicada a San Miguel. Obra magnífica de la primera mitad del siglo XVI, es un perfecto ejemplar del estilo plateresco de la escuela toledana. El ingreso se escolta de dos jambas molduradas y se adintela por un arquitrabe de rica decoración tallada con medallón central y abundantes grutescos, amparándose en los extremos por semicolumnas adosadas sobre pedestales decorados y rematados en capiteles con decoración de grutescos. Lo cubre todo un gran friso que sostienen a los lados sendos angelillos en oficio de cariátides; dicho friso presenta una decoración a base de movidos y valientes grutescos, rematando en dentellones. En su parte central, un medallón muestra una figura femenina tocada de un gorro en forma de concha: ¿la Virtud en equilibrio con la virgen María? En la cumbre de la portada, gran tímpano semicircular cerrado de cenefa con bolas y dentellones, albergando una hornacina avenerada conteniendo talla de San Miguel, y escoltada por sendos flameros. Lo más curioso es que el interior del templo, obra de la misma época, mitad del siglo XVI, es un equilibrado ámbito de tres naves, más alta la central, separadas por gruesos pilares cilíndricos rematados en capiteles cubiertos de decoración de grutescos muy bien tallada, y en los que la mano de Covarrubias está clarísima, entre otras cosas porque las figuras, escorzos y distribución de los temas es exactamente igual que en la galería norte de Lupiana. Además, en el interior, sobre el muro norte aparece un gran tondo de talla en que figura la Virgen y el Niño.

En la Campiña encontramos dos templos que comulgan de este covarrubismo, y muestran señales escultóricas del humanismo toledano: una es la de Cerezo de Mohernando, con arco semicircular y medallones en las enjutas, donde aparece tallado un viejo y una mujer, profanos, más bichas aladas entre ángeles en la rosa del arco; y la otra es la de Malaguilla, en cuyo friso principal aparecen a los extremos sendos medallones que muestran finamente tallados los bustos de una mujer y un hombre vestidos con elegancia, y que no son identificables con santos, porque son civiles, y muy posiblemente aluden a virtudes, para lo que tienen que adoptar los símbolos antropomorfos de la elegancia y la belleza.

En la Alcarria, son Budia y Peñalver los protagonistas de este modismo: en la portada de San Pedro de Budia, las enjutas del arco muestran dos grandes medallones representando a  San Pedro y San Pablo, mientras la Virgen María aparece en talla exenta, de cuerpo entero, al centro de la fachada. Sin embargo, aún aparece entre la decoración un medallón con rostro femenino que no es de santa, sino que posiblemente aluda a la Virtud. Y Peñalver, en una estructura similar presenta bajo arco escarzano todo el paramento cuajado de tallas. En lo alto de la portada se ve la Virgen con el Niño adorada de angeles; y en las enjutas dos medallones con bustos de San Pedro y San Pablo; y a lo largo de toda la portada una interminable y magnifica serie de frisos y pilastras cuajados de grutescos, roleos, escudos, conchas y símbolos de peregrinaje santiaguista, más dos figuras (un guerrero con casco y un busco femenino con cenefas).

En un sintagma heredado muy directamente de Budia, se nos muestra la iglesia (lo poco que queda de la iglesia, y la portada a medio derruir) de la vieja parroquia de Trijueque: San Pedro y San Pablo en las enjutas, y la Virgen de bulto arriba al centro.

Más moderna es la portada meridional de la iglesia de Pareja, más evolucionada, y sin duda de otra mano y otro taller salida, en este caso venida la influencia desde Cuenca, a cuya diócesis perteneció durante siglos, siendo villa muy querida de sus obispos. La mano de Jamete, de Vandelvira, de cualquiera de los grandes arquitectos y decoradores levantinos, se ve aquí en Pareja, donde aparte de grutescos y escudos, aparecen en las enjutas del arco dos grandes figuras no religiosas, que como joven y viejo parecen hacer alusión a la Vida y a la Muerte, a la Virtud y al Pecado, a la Iglesia y al Paganismo…están de cuerpo entero y muy bien tratadas.

Pastrana como motor del Renacimiento humanista

En el palacio de los condes de Mélito (luego de los duques de Pastrana) aparecen decoraciones que pudieran ser origen de las formas que hemos estado viendo en estos templos rurales. En este palacio, que doña Ana de la Cerda encarga construir y decorar a Alonso de Covarrubias, van a aparecer imágenes expresivas del diálogo entre el cristianismo y el paganismo, esencia soterrada del Humanismo tolerado por la Iglesia española de la primera mitad del siglo XVI. Así en la portada vemos, a más del escudo de Mendoza y la Cerda, y de la frase que pregona el linaje, una pareja de medallones, en uno el busto de un hombre, en otro el de una mujer. Sin identificar por ningún cartel, suponemos que alude al diálogo de la Virtud y la Fuerza, o quizás quieran ser representaciones de Adan y Eva. En ningún caso son santos (no es el edificio un templo religioso), pero sí que puede ser considerado, como los palacios de la época, un Templo de la Fama, y por lo tanto los bustos aluden a la virtud y la fama, al pensamiento y la fuerza, etc. Un ejemplo más de neoplatonismo expresado de la forma más sintética.

En el interior del palacio, y sin estudiar todavía en la dimensión que merecen, los artesonados de sus tres salones principales, los que dan a la fachada, que tras siglos de abandono y progresiva ruina han sido rescatados en la restauración que hace años hizo la Universidad de Alcalá, y que ahora pueden verse en visitas guiadas. Son los frisos de estos artesonados, tallados por los escultores madrileños  Justo de Vega y Cristóbal de Nieva en 1549, los que nos ofrecen un mundo abigarrado de medallones con figuras paganas, de la Antigüedad, mezcladas con bichas, grutescos, roleos y monstruos híbridos. Son el antecedente directo del coro de Romancos y otra de las muestras del arte renacentista con raíces del humanismo neoplatónico, en un ámbito liderado por Alonso de Covarrubias y su gente.

El coro de Romancos, un discurso humanista

Veíamos la pasada semana cómo por estructura y decoración la iglesia parroquial de Romancos es un ejemplar admirable de la arquitectura religiosa en la Alcarria. Pero dejábamos para otra entrega la descripción y el intento de interpretación de su coro, mejor dicho, de las vigas que, -sacadas de enormes ejemplares de pinos serranos- fueron decoradas minuciosamente tratando de transmitir un mensaje arcano, un mensaje que hoy nos resulta misterioso, cuando a mediados del siglo XVI, cuando se hizo, estaba meridianamente claro para quienes lo veían.

(El estudio de esta pieza de arte, hasta ahora no publicada ni analizada por nadie, debería hacerse en otro medio, pero la ausencia (en el momento actual) de revistas especializadas  en arte en nuestra provincia y región, me condiciona para su publicación en este semanario de información general)

En los pies del templo parroquial de Romancos, un coro alto ocupa la extensión de las tres naves. Se divide en tres espacios, más ancho el central que los laterales. Cada uno de ellos, muestra en su frente una viga tallada, y el central, tiene a su vez cuatro viagas con decoración, que miran al interior del espacio que marcan. La que haría de espalda de la viga central, no tiene ahora decoración. Se dice que en el pueblo que la tuvo, pero que por razones que se ignoran la perdió. En definitiva, el coro de Romancos ofrece un total de seis vigas talladas, tres al frente de la nave, y tres en el interior del tramo central. Trato de mostrar su distribución en el esquema que adjunto, y paso a describir los elementos que aparecen tallados en esos espacios de madera, en un orden que previamente he establecido como más lógico en punto a interpretar luego el contenido de esa decoración, que lógicamente tenía un orden de lectura.

La viga central, el cristianismo

La primera de las vigas (nº 1 del esquema) es la que soporta el coro en la nave central, y mira hacia la nave, hacia el altar: es la parte noble y capital del conjunto, la que tiene un sentido que irradia su estructura a las otras vigas, y las compromete en su significado.

Muestra tres grandes medallones (uno al centro, y dos en los extremos) arropados por figuras quiméricas aladas, con un querube entre ellas, escoltado en ambos lados  por parejas de cabezas que a su vez se enfrentan. Un conjunto armónico, del que doy en fotografía adjunta las imágenes de los personajes. Este equilibrio de medallones central y laterales separados por figuras y bloques de parejas de cabezas, se va a repetir en las demás vigas.

En esta principal, el medallón central representa a la Virgen María. Está arropada por sendas figuras de un tritón y una sirena. El medallón de la izquierda (siempre según miramos) representa a San Pedro, anciano con su atributo principal, las llaves. El medallón de la derecha representa a San Pablo, anciano con su atributo, la espada. Estos medallones llevan el apoyo de un tritón. Entre ambos, surgen rostros de querubes que se escoltan de parejas de cabezas a su vez separadas por conjuntos de corona, máscara y escudos apilados. Como se ve, es la representación de la esencia del Cristianismo: la Virgen María, San Pedro y San Pablo, los pilares de la religión católica, pero acompañados de seres mitológicos, híbridos orientales surgidos de las leyendas paganas, que aquí actúan de contrapunto estético.

La viga posterior, el paganismo

La segunda de las vigas (nº 2 en el esquema) es la viga principal interna del espacio central del coro. Creo que es la que sirve de contrapunto dogmático a la principal, y en su dialéctica está la clave del conjunto de este monumento, que no es otro que la visión neoplatónica del Humanismo renacentista.

En el medallón central aparece Platón, como un varón barbado simplemente revestido de una camisa abotonada. Se escolta de seres híbridos que en esencia son esfinges (rostro y cuerpo con mamas de mujer, y garras de león de las surgen grandes alas, pero cuerpo de pez). El medallón de la izquierda representa a la Sibila de Cumas, una mujer joven que mira al centro de la viga. Y el medallón de la derecha representa al profeta Isaías, anciano con gorro. La sabiduría filosófica de la Antigüedad, de la que emana la fuerza del Humanismo, se escolta de los que en el mundo precristiano anuncian la llegada de Cristo: la sibila (una de ellas, me decanto por la Cumana, porque tradicionalmente es la que anuncia la llegada del Mesías) y el profeta (escojo a Isaías, porque es el que dice ocho siglos antes de Jesús su nacimiento y misión salvadora).

Este enfrentamiento y equilibrio entre ambas vigas (cristianismo y paganismo precristiano) es la esencia del humanismo neoplatónico. Este diálogo es el que justifica el resto de las representaciones en las otras cuatro vigas, que vemos a continuación.

Las vigas laterales, la Antigüedad clásica

La viga delantera a la izquierda del coro (nº 3 del esquema) es más corta, como la siguiente (nº 4) y en ella aparece un emblema central, y dos medallones laterales, llevando de acompañamientos otros seres híbridos (esfinges, aves fénix y tritones). El emblema central es una piña, símbolo de la muerte, que en este caso aparece cubierta de piñones, como abierta. En los medallones laterales aparecen dos personajes parecidos, son varones que adornan sus cabezas con una corona de laurel: sin duda son poetas laureados, de la Antigüedad. Se escoltan de tritones barbados sobre cuyas colas se alzan aves fénix.

En la viga nº 4 que aparece sobre la nave del evangelio, el centro lo protagoniza una piña, esta vez lisa, y escoltados de tritones aparecen sendos medallones cuyos sujetos son varones que se tocan de cascos militares, por lo que se interpretan como guerreros, también de la Antigüedad. Su casco, similar en ambos, acaba con un adorno de concha, como un nautilus.

Las vigas interiores, el Humanismo

Y finalmente nos queda ver el contenido de las vigas interiores bajo el coro, las más difíciles de ver porque apenas llega la luz a iluminarlas. Y las más escuetas en ornamentación, porque son más cortas. Pero la descripción de su contenido es fácil de hacer, y bastante claro.

La viga interior en el costado de la epístola (nº 5 del esquema) se centra por un jarrón o copa ancha del que emerge una calavera, símbolo también, inequívoco, de la muerte. A sus lados, sendas parejas de cabecillas de querubes y en los extremos dos medallones, escoltados de esfinges: el de la izquierda, muestra un varón tocado de bonete, sin duda un letrado o filósofo de corte occidental, europeo. El medallón de la derecha muestra un varón tocado con un gran turbante que va recogido en su parte trasera, sin duda un sabio o filósofo oriental, si no islámico, al menos representando en su antigüedad a un personaje honrado y sabio de la Antigüedad oriental.

La viga interior del costado del evangelio (nº 6 del esquema) se centra igualmente por el jarrón del que emerge la calavera, escoltado de parejas de cabezas de querubes, y sostenidos por esfinges, en los extremos dos medallones más: el de la izquierda nos muestra un varón sin tocar pero con un grande y prominente flequillo. No sé por qué, me recuerda a un emperador romano, aunque es evidente que no lo quiere representar el escultor. Posiblemente deba identificarse con un sacerdote de la religión romana. El medallón de la derecha nos presenta otro varón, destocado, y con una marcada tonsura, que le identifica con un sacerdote cristiano, católico concretamente, más que un monje.

El significado del coro de Romancos

Una vez analizada la iconografía de las seis vigas que nos han llegado (hubo una más, que fue destrozada al inicio de la Guerra Civil, y que nos hubiera servido para concretar aún más el significado de este coro), se nos plantea encontrarle un sentido. No ha sido difícil identificar los rostros que aparecen tallados en los medallones. Muchos de ellos carecen de nombre, pero no de significado: y la situación de unos y otros, de su equilibrio, acompañamiento y dialéctica muda, componen un cuadro al que se llega sin mayores dificultades, porque esa continua oscilación y mirada entre lo cristiano y lo pagano, sabiendo además la época en que se realiza esta obra, la del comedio del siglo XVI, en la que al menos en Castilla no se habla de otra cosa, en los círculos universitarios, cultos y eclesiásticos, nos lleva a ver en el conjunto un discurso de ofrecimiento y exaltación de Humanismo neoplatónico, la alternativa católica al luteranismo que alza su pujanza en Europa. Hay un equilibrio claro entre las figuras cristianas (María Virgen, San Pedro y San Pablo) y los elementos de la Antigüedad pagana que prefiguran y profetizan la llegada de Cristo (Platón, La Sibila Cumana y el profeta Isaías). El resto de figuras se articulan mostrando las esencias de la sociedad antigua (poetas, militares, sabios y orientales) que gracias a su Virtud alcanza la salvación, caminando todos con su saber (filósofos y teólogos, sacerdotes que se comunican con la deidad) hacia la única verdad, Cristo. Que, curiosamente, no aparece representado en esta obra. Pero que se da por supuesto su protagonismo, porque cualquier explicación del conjunto lleva a ello.

Son curiosas las figuras mitológicas que aparecen, como complemento ornamental, pero muy preciso: hay tritones (hombres con cola de pez) viejos, jóvenes, varones y hembras. Hay unas esfinges que añaden cola de pez, cosa poco vista. Hay querubes, cabezas de pequeños ángeles que forman el segundo coro de la jerarquía angélica. Y hay, cosa notable, una obsesiva presencia de la muerte, de las postrimerías, en los símbolos de la piña y el jarrón con calavera. Un total de 70 tallas forman este magnífico ejemplar de escultura renacentista de la iglesia de romancos. De ellas, 14 son medallones, 18 figuras acompañantes, 32 cabecitas (querubes y ancianos) y seis adornos (jarrones y piñas).

Autor y fecha

Al haber desaparecido la documentación archivística de la parroquia de Romancos, quemada en los inicios de la Guerra Civil, es imposible saber quién fue el autor o autores de esta obra. Ni cuando se hizo. Podemos deducir algunas cosas: la fecha debe centrarse hacia 1550, época en que, como ya vimos al hablar de la construcción del templo, se había terminado el cuerpo de la iglesia, y por tanto se necesitaba el coro. Es la época en que “está de moda” el tema del neoplatonismo, del lenguaje en el que generosamente se acepta a la Antigüedad pagana en el seno de la Iglesia. Y es la época en que los posibles autores, están trabajando cerca, en Pastrana, tallando similares vigas de madera de pino en los salones principales del palacio de los condes de Mélito.

Sabemos que en 1549, y con las trazas dadas por Alonso de Covarrubias, dos escultores de su confianza, madrileños, Justo de Vega y Cristóbal de Nieva, tallan los alfarjes de los tres salones principales del palacio pastranero, haciendo bonitas cosas con medallones, grutescos y figuras de la Antigüedad en sus frisos. Los contrató doña Ana de la Cerda, condesa de Mélito, porque tenían ya fama de hacer cosas similares en el alcázar real de Madrid, por entonces introduciendo decoraciones similares. Me apunto, pues, a estos nombres como sus autores.

Solo queda la cuestión más difícil, la de conocer al autor del programa iconográfico, al intelectual que planteó este tema tan movido y rico de significados. ¿Un párroco de Romancos? ¿Algún clérigo de Pastrana? Quizás un eclesiástico moderno del ámbito del arzobispado de Toledo. O los propios tallistas, reinterpretando conjuntos similares de algún templo de Madrid, de Alcalá o del propio alcázar real…

A la semana que viene (siento que no haya ahora espacio suficiente para continuar el tema) prometo enmarcar este conjunto espléndido de Romancos con la visión humanista de otros templos alcarreños, en los que apunta este neoplatonismo en escuetos detalles de fachadas. Ahora solo cabe mirar las figuras que acompaño, tomadas hace un par de meses en la villa del Tajuña, gracias a la amistad y ayuda de mis amigos Amador Ayuso y Alvaro Romera.