San Francisco abre sus puertas

viernes, 21 junio 2013 2 Por Herrera Casado

Iglesia de San Francisco, en Guadalajara. Nave del templo.

Tras la inauguración oficial por las autoridades regionales, provinciales y locales, y la misa del Corpus Christi, acaba de abrir su puertas al público la iglesia del que fuera convento de San Francisco de Guadalajara, de una vez por todas arreglada, limpia y puesta a disposición de los ciudadanos. Una visita guiada y una explicación pormenorizada por los técnicos que han llevado a cabo esta restauración ha tenido lugar hace dos días, a la que no he podido asistir por encontrarme en un Congreso fuera de España. Pero el mismo día que se abrió a las visitas públicas tuve la oportunidad de acceder al templo, y pude admirarlo a mi sabor, porque durante la hora que permanecí observándolo no entró absolutamente nadie más.

Es larga la historia de este edificio y su entorno. El convento de San Francisco pone sus orígenes en el siglo XIII, cuando la reina de Castilla doña Berenguela levantó en este altozano una casa convento para los Caballeros Templarios, pasando en 1330, tras la disolución de la Orden, y por donación de las infantas Isabel y Beatriz, hijas de Sancho IV y señores de la ciudad, a la Orden de San Francisco, cuyos frailes asentaron en este lugar, recibiendo múltiples ayudas por parte de la ciudad: el Concejo, incluso, les concedió una limosna anual que sacaban de la renta de la harina.

Los Mendoza, señores “de facto” de la ciudad de Guadalajara, apoyaron esta institución desde su llegada, en el siglo XIV: ya en 1383, cuando don Pedro González de Mendoza hizo su testamento, fundó cuatro capellanías y dio cantidades importantes para las obras del claustro de San Francisco, ordenando ser enterrado en su iglesia. Cuando en 1395 un incendio destruyó totalmente el cenobio, don Diego Hurtado de Mendoza, Almirante de Castilla, se comprometió a levantarlo de nuevo. Fue este aristócrata quien tomó el patronazgo de la capilla mayor, disponiendo ser enterrado, al igual que los herederos de su mayorazgo, en el presbiterio. Su hijo, el gran cardenal don Pedro González de Mendoza, construyó la iglesia y puso un retablo gótico, obra del artista pintor de Guadalajara Hernando Rincón de Figueroa. Los restos de este retablo se conservan hoy, en tablas sueltas, en el Ayuntamiento de la ciudad.

La familia mendocina continuó ayudando al convento franciscano: doña Ana, sexta duquesa del Infantado, puso nuevo retablo, y don Juan de Dios de Mendoza y Silva, décimo duque, construyó bajo el presbiterio el panteón de restos mortales de sus antepasados, cometiendo el gran error de desmontar los magníficos enterramientos góticos que hacían de la capilla mayor de este templo un auténtico santuario del arte de la Edad Media, y de los que no queda descripción ni recuerdo.

Otras muchas ilustres familias arriacenses protegieron este cenobio, entre ellas las de los Gómez de Ciudad Real, los Orozco, los Avalos, Velázquez, Velasco y Castañeda, quienes dotaron las capillas laterales del templo, poniendo en ellas ricos altares y enterramientos.

En cuanto a su importancia dentro de la orden seráfica, hay que reseñar que en el siglo XVI lo ocupaban más de 70 frailes, siendo sus rectores figuras de la talla de fray Bernardino de Torrijos, y manteniendo una escuela de Arte y Filosofía Moral de la que salieron importantes figuras, entre ellas la de fray Antonio de Córdoba, que allí escribió en el siglo XVI una obra sobre Suma de casos de conciencia.

Durante la guerra de la Independencia fue totalmente saqueado y destrozado por los franceses. En 1835 la ley desamortizadora de Mendizábal le dejó vacío, y en 1841 le fue entregado al Ministerio de la Guerra, que lo ocupó hasta el año 2000, habiendo pasado entonces a ser propiedad de la ciudad.

La iglesia de San Francisco

Destaca la iglesia conventual de San Francisco sobre un denso bosque que la rodea, en una eminencia al norte de la ciudad, sobre el entorno de la plaza y puerta de Bejanque: aunque lo que hoy vemos, en su exterior, son una fachada y una torre relativamente modernas, construidas en el siglo XX imitando las líneas góticas, y un cuerpo gigantesco, de muros lisos que sustentan gruesos contrafuertes de mampostería, y ventanales apuntados en lo más alto, el edificio se fraguó en el siglo XIV y lo que hoy queda y ha sido restaurado es su reconstrucción en el XV y sus reformas posteriores.

Uno de los importantes hallazgos en estos trabajos que acaban de finalizar, acertadamente dirigidos por el arquitecto Juan de Dios de la Hoz, ha sido la constatación de que existió una iglesia de construcción románica, del siglo XIII en sus finales, y que ha aparecido con su ábside semicircular y sus contrafuertes bajo el pavimento de la nave central, al pie de la escalinata que asciende al presbiterio. Prueba evidente de que la actual se construyó exactamente sobre la primitiva.

El interior nos da sensación de grandiosidad, de elegancia y sencillez. Como decía el historiador Núñez de Castro, en el siglo XVII, cuando la describió, bien pu­diera ser Catedral de un gran Obispado según su grandeza.

Es de nave única y capilla absidal elevada sobre la nave, sorprendiendo lo elevado de sus techumbres y lo bello de sus proporciones. Consta la nave de seis tramos: el primero, a los pies, cubierto por coro alto que se sustenta en una magnífica bóveda de crucería, con arco rebajado y atrevido; luego otros cuatro tramos idénticos, en los que se abren a cada lado sendas capillas, a través de arcos apuntados, moldurados, que apoyan en haces de columnas adosadas rematadas en collarines de vegetales exornos. Estas capillas se cubren de bóvedas de crucería. Y entre uno y otro arco de acceso a estas capillas, se adosan al muro de la nave altísimas pilastras recubiertas de haces de columnillas semicilíndricas, con basas de tipo gótico, y remate en collarines vegetales, -decorados con escudos mendocinos- de los que arrancan las nervadas bóvedas. El ábside también se cubre de esta manera, pero con una complicada bóveda estrellada que ahora ha recuperado su perdido esplendor. En lo alto de los muros se abren ventanas de apuntado arco, algunas de ellas con parteluces y calados ojivales. Su aspecto es severamente gótico, y su constructor fue, según probanza documental, el cardenal de España don Pedro González de Mendoza. Los muros de la nave y las capillas están ahora casi vacíos de decoración, aunque se sabe que tuvo numerosos retablos, cuadros, estatuas, y elementos de arte mueble, ya perdidos.

Pinturas murales aparecidas

Una de las sorpresas que ha deparado esta restauración, han sido las pinturas murales que se mantuvieron (aunque deterioradas) bajo las capas de cal y revocos a las que se sometió el templo en siglos pasados. Una de ellas es especialmente curiosa, la que se ve en la segunda capilla del lado de la epístola, que tradicionalmente se ha asignado a la familia Dávalos, y a don Juan Dávalos como su fundador. Además de la bóveda de crucería muy coloreada en sus nervios, en ella aparece una gran pintura mural en la que se distinguen diversas figuras que sin duda componen la escena clásica de la última Misa de San Gregorio, Pontífice y Padre de la Iglesia, y al extremo derecho del bloque pictórico, aparecen dos individuos (hombre y mujer) arrodillados y orantes, que bien pudieran ser los patronos de la capilla en aptitud de donantes. La portada de la capilla hacia la nave lleva expresiones muy italianas en sus trazados, y un par de medallones en las enjutas altas representando personajes sacros.

En la pared de los pies del templo, en el muro del Evangelio, otra gran pintura ha aparecido, más difícil de identificar en este caso, aunque parece tratarse de la “Exaltación de la Santa Cruz” que sabemos existía en el templo antiguo, y que se pondría por especial devoción del Cardenal fundador, don Pedro González de Mendoza. Ají se ve una cruz lisa en lo alto de un monte (quizás el Calvario) y a un lado un ser verdoso, terrible, con garras (quizás el Demonio) y al otro lado un par de mujeres orantes, una de ellas con corona (quizás Santa Elena, descubridora de la Cruz en el Gólgota). Debajo hay un letrero del que no distingo a leer nada.

Hay más pinturas, aquí y allí: especialmente relevantes las estructuras nervadas de la bóveda estrellada de la capilla interior de los Velázquez, con fuertes contrastes en sus colores, y en las ménsulas de donde arrancan los nervios, sendos angelotes de corte gótico portando escudos en los que se ve una flor de lis de oro sobre campo de sinople. En la primera capilla de la epístola también se ha podido rescatar, en parte, la pintura de los escudos que la ornaba, quedando especialmente claro el de los Orozco, más el de las llagas de Cristo.

En fin, especialmente destacable es la recuperación de las pinturas originales de los nervios de la bóveda del presbiterio, y que consisten en multitud de cuerpos y cabezas de dragones, de color verde, con largas lenguas y ojos acentuados, que parecen dejar escapar de sus bocas los propios nervios que componen una preciosa estructura de bóveda estrellada.

Otros detalles recuperados

Recordando el estado de este templo, durante años, decenios pasados, me sorprende que, por fin, se ha limpiado en su totalidad, se ha ensolado perfectamente, se han limpiados sus muros, se han descubierto sus bóvedas, y se han limpiado los elementos ornamentales de las ménsulas de los arcos de las capillas laterales (que ha resultado ser espléndidas filigranas cotizantes, consistentes en complicadas cardinas) así como los collarines de los pilares que sostienen la gran bóveda de la nave, que si bien muy altos, aún nos dejan ver los emblemas heráldicos del constructor del templo, el Cardenal Mendoza: aparece su escudo propio, timbrado con el capelo cardenalicio, y los emblemas de sus dos principales linajes, Mendoza (por el padre) y Figueroa (por la madre). Lástima que tengan que convivir (en la foto que adjunto se comprende este lamento) con tantos aparatos eléctricos, de vigilancia, de medida, de iluminación, etc, hasta el punto de que el visitante se fija más en esa multitud de aparatos electrónicos que en los propios escudos ¿No habría modo de evitar tanto trasteo y tanto cable por los muros?

En la bóveda del coro, entrando por la puerta principal, vemos recuperado el escudo de los Mendoza y Luna en sus colores originales, y a los lados de este coro dos pequeñas puertecillas con arcos conopiales, originales. Muy poco se ha podido conservar de la riqueza ornamental y mueble del edificio: se lo fueron llevando las revoluciones, los asaltos y las rapiñas. Solo queda un magnífico San Francisco, barroco, de escuela sevillana, que se ha puesto en la pared del fondo del presbiterio, y una virgen María en la capilla de los Orozco, también barroca. Más un cuadro mediano de San Juan de la Cruz en otra capilla, una talla de San Francisco Javier, tirando a floja, y una Pentecostés restaurada, bastante mala, en el sotocoro. De los Grecos que hubo en este templo, nada quedó aquí (ver el “Patrimonio Desaparecido…” de García de Paz, para saber algo más de sus avatares.

Una última advertencia, para quienes deseen ir (así lo recomiendo) de inmediato a verla: la entrada se hace por la parte trasera, por donde se entraba desde hace 3 años a la visita de la cripta. La visita se puede hacer viernes, sábados y domingos, de 11 a 2 por las mañanas, y de 5 a 7 por las tardes solamente los viernes y sábados. Un horario, en mi opinión, demasiado restringido. Aunque quizás sea suficiente dada la escasa demanda que hay para visitar este templo, que, en todo caso, debería ser incluido en todos los tours de visita turística en la ciudad, estimulando a su conocimiento por parte de los jóvenes, estudiantes, asociaciones, etc… Todo lo que sea dar a conocer nuestro patrimonio, explicarlo y cuidarlo, será poco. En todo caso, las albricias están dadas, porque algo que estaba casi perdido, se ha recuperado nuevamente.