El Capitán Félix Arenas

viernes, 19 abril 2013 0 Por Herrera Casado

El Capitán Arenas, por Ferrer Dalmau

Hoy se celebra  en nuestra ciudad un acto que a pesar de tener un tinte estrictamente castrense, como es la inauguración del Centro Militar que existe junto al Polígono de Cabanillas, al que se va a trasladar el Acuartelamiento PCMMI «Capitán Arenas» anteriormente instalado en Villaverde (Madrid) y se le va a poner ese mismo nombre de “Capitán Arenas”, inaugurándose una estatua de este personaje para memoria de todos los alcarreños, tendrá también, sin duda, la capacidad de ponernos en la frente la hazaña de este molinés de pro, de Félix Arenas, el capitán heroico del que a continuación doy algunos perfiles y recuerdos.

Memoria de un héroe

La historia, breve y dramática, del Capitán Arenas, es la de una valentía, la de un soldado español que, lo mismo que otros muchos miles a lo largo de nuestra historia, no tuvo miedo a la muerte, y ésta al final le tomó la delantera, en uno de los hechos guerreros más desfavorables de nuestra historia contemporánea. Su postura fue de auténtico heroísmo, despreciando el riesgo por salvar a sus compañeros en una campaña y batalla que desde mucho antes se sabía perdida. Esa serenidad en la actuación, ese desprendimiento y generosidad, ese final y sereno enfrentamiento con la muerte, es lo que agiganta la figura del Capitán Arenas, que precisamente por su vibrante juventud supo y pudo llegar a los límites últimos del sacrificio.

Le historió con detenimiento don José Luis Isabel Sánchez en su obra “Caballeros de la Real y Militar Orden de San Fernando”, dedicada a los que en el Arma de Ingenieros obtuvieron esa recompensa.

Su vida

La carrera de Félix Luis Arenas Gaspar había sido fulgurante. Había nacido en Puerto Rico, en 1892, hijo del Capitán de Artillería del mismo nombre, que a la sazón se encontraba destinado en aquella isla americana. Pero muy poco después la familia regresó a España, y el joven Félix llegó a Molina de Aragón, de donde era toda su familia, viviendo allí su infancia y primera juventud, cursando los estudios en el Centro que los Padres Escolapios tenían montado en un moderno edificio, con vistas a los Adarves.

Aún muy joven, a los catorce años, en 1906 ingresó en la Academia de Ingenieros, a la sazón en Guadalajara, y a los diez y ocho de su edad ya había sido promovido a teniente, alcanzando el grado de capitán poco después, en 1919, haciéndose cargo del mando de la 2ª Compañía de Zapadores de la comandancia de Ingenieros de Melilla. Un año después, en noviembre de 1920, tomó el mando de la Compañía de Telégrafos de la Red Permanente de Melilla.

Anteriormente, su servicio como Teniente lo hizo en el Servicio de Aerostación y en los Talleres del Material de Ingenieros de Guadalajara, hasta que fue enviado con las tropas que batallaban en el Norte de Africa, agregado a la compañía de Aerostación en Tetuán, a continuar librando aquella desafortunada guerra colonial en la que España puso lo mejor de sus hombres, pero sin la fe necesaria para mantener sus posiciones en un continente en el que, ideológicamente, ya nada ni nadie nos pedía continuar. El año 1921 fue en esa guerra de Marruecos el más desafortunado y triste.

Tras el desastre de Annual, las tropas indígenas marroquíes habían crecido en moral y empuje, llegando ya, en el verano de ese año, hasta las mismas costas mediterráneas. El ataque arrollador de los moros, que diezmaban sin piedad al Ejército Español, sonó como un clarín de alarma en Melilla, donde se encontraba Félix Arenas, capitán a la sazón de una Compañía de Telégrafos.

Su hazaña

Con sus hombres tomó en ascenso el río Zeluán, llegando hasta la cabecera de la llanura de B-Sidel, en Batel, donde se dió cuenta que el enemigo ya les cerraba el paso. Allí tuvo que tomar el mando de todo el ejército que se batía en retirada, por ser el Capitán más antiguo, y en un momento de verdadero peligro, cedió su caballo a un sargento herido, para que pudiese ser evacuado. Siempre en la retaguardia del ejército hispano, Arenas fue sosteniendo el empuje moro, retirándose a Tistutín, y luego a Monte Arruit. En la defensa del primero de estos enclaves, ya tuvo Arenas ocasión de mostrar su valor y genio militar. Por las noches extendía con su gente gran cantidad de paja, que rociada prendía luego, dificultando así el avance enemigo. dirigió con serenidad las operaciones de retirada hacia el valle, y siempre en el puesto de mayor peligro, muy próximo ya al refugio de Monte Arruit, cayó muerto de un balazo en la cabeza.

Homenajes póstumos

La figura del Capitán Arenas, queridísima para cuantos habían sido compañeros de campaña, se agigantó tras su heroica muerte. Previos los trámites correspondientes, en 1924 le fue concedida a título póstumo la Cruz laureada de San Fernando. Y en 1928 se inauguró en Molina de Aragón, en un solemnísimo acto al que acudió el Rey Alfonso XIII y parte de su Gobierno, un monumento a este preclaro hijo del Señorío, que aún hoy puede admirarse en el atrio de entrada al Instituto. Vemos junto a estas líneas el busto realizado en bronce por el extraordinario escultor Coullaut Valera, de quien aparece firma en la parte baja de la talla, y consta de un pedestal que sostiene un monolito de piedra, rematado en un castillete símbolo del Arma de Ingenieros, y sobre una repisa en su parte anterior, se muestra el busto en bronce del militar que, con su gran juventud -tenía 29 años al morir- supo escribir página tan gloriosa para la historia de España y poner así su nombre en el abultado número de las figuras que por uno u otro motivo han merecido quedarse a vivir en la memoria de sus paisanos. En el mismo monumento molinés aparece esta leyenda «El Cuerpo de Ingenieros y la Ciudad de Molina al laureado Capitán D. Félix Arenas. Muerto en Tistoren – Africa, 29 de Julio de 1921. Inaugurado por S.M. el Rey D. Alfonso XIII el 5 de julio de 1928». En ese momento, la ciudad de Molina le dedicó una calle, y en 1956, lo hizo también la ciudad de Guadalajara, quedando su memoria eternizada en la céntrica rúa que va de San Ginés a la Plaza de Toros. A partir de hoy, un busto en bronce, réplica del existente en Molina de Aragón, y su nombre al frente del acuartelamiento de Ingenieros en la parte de la Vega del Henares de nuestra ciudad, le recordará entre nosotros.