Recordando a Caro Baroja, un enamorado de Guadalajara

viernes, 22 marzo 2013 0 Por Herrera Casado

Una casa de Robledillo de Mohernando, dibujada por Julio Caro

Muy amigo de Sinforiano García Sanz, Julio Caro Baroja, de quien al año próximo se cumplirá también el centenario de su nacimiento, vino a Guadalajara pero ni paró: estuvo subiendo cuestas por Retiendas, tomando tintos por Robledillo, cogiendo olivas por Tendilla y mirándole el culo a las mulas en la fiesta de las Candelas de El Casar, aunque de esto no llegó a escribir. Una lástima, porque le hubiera sacado mucho jugo, seguro.

La última vez que Julio Caro Baroja estuvo enGuadalajarafue el 12 de febrero de 1991. Fue esa también una de las últimas veces que se alejó más de lo debido de «lchea», su casona residencial, su familiar mansión en la orilla del Bidasoa, en un difícil equilibrio fronterizo entre España y Francia, pero en el corazón de uno de los territorios más hispánicos que existen: Euskadi.

Esa fue la última vez que el gran historiador, el gran intelectual español Caro Baroja estuvo en Guadalajara. Antes había venido muchas otras veces por nuestra tierra. En ella fue el descubridor, junto al también desaparecido Sinforiano García Sanz, de quien el pasado año celebramos su centenario, de las botargas de nuestros pueblos serranos y campiñeros. El fue quien valoró el inmenso tesoro etnológico de estas figuras ancestrales, y con ellas y la pericia cinematográfica de su hermano Pío, rodó una película de soberana grandeza: «A caza de botargas» que restaurada por el DEFIHGU de Guadalajara se está proyectando en encuentros culturales, el último de ellos en el IV Día de la Serranía celebrado el pasado octubre en Jadraque.

Julio Caro Baroja ha sido una de las colosales figuras de la cultura española del siglo XX. Como decía Alvar en su apresurada necrológica, la mejor definición que le cabía era la de ser «un hombre libre, un hombre independiente». Qué pocos podemos decir hoy eso. “Sólo soy libre, cuando me siento libre” intentaba definir Paul Valéry a esa intangible condecoración que para el hombre esla Libertad. CaroBaroja la llevaba puesta, antes que esos premios (decenas de ellos tenía cosechados) que Academias, jurados, Príncipes y ministras le concedieron. En 1980, el entonces ministro de Cultura Ricardo dela Ciervale nombró asesor suyo. Pocos meses después abandonaba el puesto (que a tantos les hubiera parecido miel sobre hojuelas) declarando que la vida pública española le desencantaba profundamente: seguiría dedicando sus horas a la investigación, al estudio, a la meditación, a los viajes, a ilustrar con sus libros y sus palabras la inacabable y honda avenida de las antropo-aguas españolas. ¡Qué sencillo era, qué sabio!Comole admiramos todos a don Julio, a su ejemplo de serenidad, de paciencia, de serio enfrentamiento con la realidaddelpasado, que es mucho más difícil que la de hacerlo con ladelpresente, tan vacía.

Julio Caro Baroja había nacido enMadridel 13 de Noviembre de 1914. Su padre, Rafael Caro Raggio, era editor de libros, y su tío, Pío Baroja, universal escritor hispano. En un ambiente de intelectualidad serena y cierta creció el joven, que estudió en el Instituto Escuela de Madrid, luego en la madrileña Facultad de Filosofía y Letras, y después de la guerra en numerosas escuelas y universidades de Europa. Soltero pero no sólo («el hombre no tiene una soledad absoluta decía‑ porque la soledad pura no existe») alcanzó a ser director del Museo del Pueblo Español en su primera etapa, abriendo un camino de investigaciones sobre antropología española, hasta entonces tan marginales entre los sesudos profesores universitarios, que no tardaría en hacerse acreedor a las máximas distinciones de la cultura española: académico de número dela Realde Historia en 1962, fue elegido en 1985 miembro de la máxima entidad de las letras,la Real Academiadela Lengua. Subibliografía llegó a ser tan extensa, que en 1978 se contabilizaban ya 380 títulos entre libros y artículos, y al final llegaron a sumar el medio millar. Un récord que no es tan sólo numérico, sino cualitativo, porque pocas personas habrá en España que hayan dicho tanto, tan importante, y tan sucintamente como lo dijo Caro Baroja. No sólo antropólogo fue,comosu estereotipo repite, sino grandioso historiador, fabulador, folclorista, científico, pintor, y viajero: un sabio al uso antiguo, pero en nuestros días. Un ejemplo para todos. Un español, como a su muerte le calificó Laín Entralgo, «irrepetible».

Guadalajara es un lugar donde el hueco de su vida se muestra patente y dolorido. Porque él conoció bien esta tierra, la pateó a modo, la estudió y dibujó con pausa, con amor incluso. Recordar solamente cómo de su viaje a Robledillo tomó apuntes que luego plasmó en sendos dibujos: la ermita dela Soledady una casona popular, que serían incluidos en el Catálogo de su Exposición antológica de 1986 en San Sebastián. Recuerdos del paso de este hombre porla Campiñadel Henares, y que también anduvola Alcarriabuscando colodras para su Museo madrileño, que llenó con lo que él y su amigo el americano Foster recogieron a través de los16.000 kilómetrosque se hicieron andando por España. ¿Quién queda hoy con este bagaje y esta capacidad? ¿De quien podría decirse, como lo hacía Francisco Rico en el necrológico «tombeau» que le dedicó, que fue «Libre, genial, erudito,/ tímido y audaz y raro,/ en la prosa y en la vida… Julio Caro»?.

Los dibujos de Robledillo

Julio Caro pudo demostrar que era tanto un erudito de despacho, como un hombre de su tiempo capaz de discernir lo libresco de lo real, alcanzando conclusiones que desvelan buena parte del ser de España y de sus pobladores.

Se inició en los trabajos arqueológicos y de historia antigua tras la Guerra Civil, comenzando a trabajar y publicar en los temas de «Los pueblos del norte de España» (1943), «Los pueblos de España» (1946) y «Los vascos» (1949). Tras éllos, Caro se decantó por una perspectiva etnológica y por la antropología cultural. En aquellos años publicó «Análisis de la cultura», resultado de un curso que dió en el Archivo Histórico de Barcelona. Sus conclusiones se mantienen absolutamente vigentes hoy.

En 1944 fue nombrado director del Museo del Pueblo Español, trabajando intensamente, hasta 1954 en que fue retirado del cargo, recogiendo piezas por España, y haciendo análisis profundos de la etnografía hispana. En esa época, 1950 concretamente, viajó por toda España, y muy singularmente por Andalucía, en compañíadelantropólogo norteamericano George M. Foster. Se hicieron 16.000 Kms. por los caminos de España, recogiendo entonces fotografías y sobre todo apuntes de campo y dibujos que han sido luego la base de su contundente muestra artística.

Porque Caro Baroja no es sólo un erudito o un antropólogo genial, es también un magnífico dibujante que supo plasmar lo esencial de las cosas vistas en cuatro trazos de plumilla. Si de aquél viaje con Foster surgieron libros tan interesantes como los «Estudios sobre la vida tradicional española» (1968), y otras cosas aún posteriores como «Teatro popular y magia», «El Carnaval» y «La estación del amor», es cierto que allí comenzó su pasión por el dibujo y de entonces se conservan los más genuinos esbozos de personajes, de fiestas, de elementos tradicionales y de arquitectura popular debidos a su mano.

Vinieron después los profundos estudios sobre la historia española, especialmente relativos a aspectos o minorías marginadas: los judíos, la brujería, la Inquisición, la literatura de cordel, los moriscos granadinos, etc. Quizás una de sus más profundas y monumentales obras, poco conocida aún, sea «Las formas complejas de la vida religiosa (Religión, sociedad y carácter en la España de los siglos XVI y XVII)», editada por Akal en 1978, todo un monumento de erudición y análisis. Trabajaba don Julio en una «Historia falsa de España» que cuando vino a Guadalajara nos presentó en idea, y que no llegó a terminar.

De su enorme y espléndida colección de dibujos, se hicieron numerosas exposiciones por España. Una de éllas, en 1986, en una galería comercial de San Sebastián, tuvo tal éxito, que según confesó el propio autor, ganó con élla más dinero que en toda su vida escribiendo libros. La Generalitat valenciana hizo otra en 1989, resultando de élla una publicación muy interesante, en la que el autor nos da una «Explicación defensiva» de su pasión por el dibujo, que es el exponente máximo de su real pasión por el análisis de las cosas.

En ese libro figuran los dos dibujos que hoy presento a mis lectores. Se trata de sendos edificios populares de la localidad campiñera de Robledillo de Mohernando: una casa de la plaza, y la ermita de laSoledad, a la salidadelpueblo. Los hizo Caro en enero de 1965, cuando junto a su hermano Pío viajó por algunos pueblos de nuestra provincia, para escribir el trabajo sobre «A caza de botargas» y producir para NO&DO el documental que luego se reprodujo mil veces, genial de factura y contenido, sobre estas tradicionales fiestas de nuestros pueblos. Fue a Montarrón, a Robledillo, a Beleña y a Retiendas. El artículo resultante de ese viaje, aunque sin dibujos, se publicó en la edición de «Estudios sobre la vida tradicional española» que en 1968 hizo Ediciones Península. Luego viajó Caro a otros lugares de Guadalajara, entre éllos a El Casar, donde analizó la fiesta de las Candelas, aunque nunca llegó a publicarla en profundidad.

Estos dibujos de Julio Caro Baroja sobre sendos edificios populares de Robledillo, dan una idea bastante justa de cual es su forma de tratar las cosas. Son apuntes rápidos, esquemáticos, pero muy fidedignos. Sin mediciones exhaustivas, sin proporciones exactas, tienen lo esencial de lo retratado, sus elementos que le identifican, y hasta algunos detalles de minuciosidad que prueban lo entrañable que resulta para este autor dibujar las edificaciones más simples de nuestra tierra. En éllas encontró, encuentra todavía, la esenciadelpueblo y de sus formas de vida. Y con esos dibujos estudia y se expresa, y a todos nosotros nos maravilla.

Hoy la fotografía alcanza más cosas y entresijos de una fiesta. Tenemos, incluso entre nosotros, estupendos fotógrafos de lo popular, del costumbrismo, que están dejando documentos para el futuro de gran valor (ahora recuerdo a Jesús de los Reyes Martínez Herranz, a Paul Rojas, a Javier Lizón y al irrepetible Luis Solano, que ya se nos fue, con la cámara en la mano). Pero esa pulcritud y profundidad con la que Caro Baroja analizó comportamientos, y diseñó con lápiz los personajes y las fiestas que veía, nadie la tiene ya en su haber. Un recuerdo, en todo caso, para este vasco, español y alcarreño por condecoración que en su casi centenario hoy recordamos.