Volviendo a Pioz

viernes, 4 enero 2013 0 Por Herrera Casado

El castillo de Pioz (Guadalajara)

Cuando se busca, cada semana, un lugar del patrimonio, las probabilidades de dar con una iglesia románica, un viejo palacio, o un castillo casi se reparten a partes iguales. Vamos a dar hoy una idea para que viajen mis lectores, cerca de Guadalajara, cualquier domingo de enero por estas planicies de la primera Alcarria, y se dirijan hasta la monumental masa pétrea del castillo de Pioz, que alberga una historia considerable y, sobre todo, nos da la imagen segura de una fortaleza medieval.

Uno de los lugares que, en la Alcarria, mayor encanto reúne para una visita corta, de esas de tarde de domingo invernal como las que ahora tenemos, es la villa de Pioz, en la llanura que remata las cuestas pasado Chiloeches, camino del valle del Tajuña. Solamente hay un elemento monumental que llame la atención del viajero, y es el castillo, soberbio pináculo de piedra gris que parece gritar su poderoso sueño sobre la plana sabana de viñedos y matorrales.

Pioz perteneció en un principio a la Tierra y Común de Guadalajara. Su historia es larga y suculenta, pero aquí la resumo en aras de la brevedad que un periódico impone. En el siglo XV, el rey de Castilla Juan II entregó el lugar en dote a su hermana Catalina, al casar ésta con su primo, el turbulento infante de Aragón don Enrique. Pero el mismo Rey se lo quitó, pues el cuñado le movía guerra, y lo entregó en señorío a don Iñigo López de Mendoza, primer marqués de Santillana, quien tras su muerte lo transmitió a su hijo, el gran Cardenal de España don Pedro González de Mendoza. Otro lugar más de esta ancha Alcarria que nos presta su anchura, en el que la familia Mendozainscribe su verdiroja enseña de poderío. Este magnate, el Cardenal de España, comenzó la construcción del castillo en la última mitad del siglo XV. Posteriormente, en 1469, lo cambió a don Alvar Gómez de Ciudad Real, secretario de Enrique IV, por su villa de Maqueda. Así, pues, desde esa fecha perteneció Pioz y su fortaleza a la familia de los Gómez de Ciudad Real, en la que se mantuvo hasta el siglo XIX, cuando murió sin sucesión la última poseedora del mayorazgo, doña Vicenta de la Cerda y Oña.

Este castillo de Pioz pasa por ser uno de los más bellos ejemplares de la provincia de Guadalajara, al menos en lo que a arquitectura de tipo militar medieval se refiere. Bien conservado en sus paramentos exteriores, su interior está completamente arruinado. Y a pesar de que al fin quedó en la propiedad del municipio, y de que algún alcalde de años pasados se tomó muy en serio su restauración, no ha venido a más su estampa. Nadie aporta nada para su restauración, cuando sería, -estando tan cerca de la capital- otro poderoso elemento de atracción turística para Guadalajara.

Su planta es cuadrada. Consta de un recinto externo y el núcleo interno. Al recinto externo o barrera, le rodea un foso ya poco profundo, que sólo podía salvarse mediante el puente levadizo existente en su flanco sur. Este recinto exterior presenta torreones cilíndricos en las esquinas, con saeteras circulares que rematan en cruz. El ángulo noroeste consta de un trazado poligonal. Se constituye por una rampa o escarpa muy pendiente, de hormigón cubierto por sillería bien labrada. En la parte norte, dentro del foso, presenta una poterna de escape, hoy único acceso fácil al interior.

El cuerpo interno se ciñe de un paseo de ronda; la puerta principal se halla en el muro de poniente, y desde ella se pasaba al patio de armas. El cuerpo presenta sendas torres cilíndricas en cada esquina, siendo la mayor la del ángulo noroeste, que era la del homenaje. Para entrar a ella y a las salas de su interior, era necesario subir una escalerilla de piedra que aún persiste, y desde su estribo final, pasar sobre otro puente levadizo que se dejaba caer desde la torre, que presenta escalera de caracol en su ángulo interno. A las otras torres se accedía desde los pisos altos de los corredores laterales dela fortaleza. Es muy de destacar el curioso sistema de acceso en zig‑zag a esta fortaleza, tan típico de la arquitectura militar medieval, y que se ve en otros castillos (Manzanares) y palacios (el del Infantado en Guadalajara) que construyeron los Mendoza en el siglo XV. La entrada desde el exterior obliga a trazar varias curvas hasta llegar al interior del castillo.

Guarda éste de Pioz, tanto en su estructura, como incluso en el nombre, un gran parecido con el castillo dela Roca Pia, de Tívoli, que se edificó en 1459. Y al que el arquitecto del de Pioz  ‑quizás el mismo Lorenzo Vázquez, italianizante, autor de otras construcciones mendocinas en Guadalajara‑  copió en muchos detalles. Tras haber visitado recientemente el castillo, también mendocino, de Manzanares, y comprobar su grandeza y su estructura, me aparece ahora la enorme semejanza que ambos castillos tienen: este mandado construir por el Cardenal. Aquél por su hermano ¿o quizás también por el Cardenal? Allí en Manzanares anduvo como arquitecto Juan Guas. ¿No estaría también por Pioz, dando trazas, aportando detalles? Este castillo fue, en todo caso, muy sencillo, y no destinado a residencia, sino como símbolo de poder y señorío. Pero las mismas fechas, los mismos comitentes, quizás los mismos autores… son un dato a considerar.

Se trata, en cualquier caso, de un lugar bello y sugestivo, de un entorno silencioso y evocador en el que, con facilidad puede cualquiera fundirse, como en un experimento mágico, con ese ojo del huracán del tiempo, en el que todo pasa (los siglos incluso) en un solo instante. Siglo mendocino, siglo lunar… y Pioz sedente y callado, esperando tu visita.

Otros castillos mendocinos

El linaje de los Mendoza fue dejando su alfoz señorial cuajado de señas de identidad, marcando con ellas territorio, para aviso y certeza de sus súbditos y acreedores (o deudores, que de todo tenían).

Así, podemos memorar de forma rápida, pero con intenciones de agrupar memorias quizás dispersas, los castillos y fortalezas que levantaron en sus territorios y posesiones.

El más señalado puede ser el de Jadraque, sobre el cerro que otea el valle del Henares en su curso alto. Allí había un castillo viejo y medio hundido, desde la época de los árabes, cuando lo conquistó el Cid Campeador. Pero al adquirir el señorío de ese territorio, un gran Alfoz desgajado del poderoso común de Atienza, el Cardenal Mendoza mandó construir un gran castillo que, según se ha sabido o deducido recientemente, era algo más, concretamente un palacio enriscado, que tras su aspecto fiero guardaba un cuidado claustro renacentista. Lo mismo que pasaría luego en la localidad granadina de La Calahorra, donde el hijo mayor del Cardenal, don Rodrigo Díaz de Vivar y Mendoza, mandaría construir su joya italianizante.

El cardenal de Toledo (que también llegó a serlo, y a un mismo tiempo, de Burgo de Osma, Sigüenza y Sevilla) levantó castillo en Maqueda, poniendo almenas nuevas en la alcazaba de Sigüenza, y erigiendo esa monumental atalaya de la Mancha que es el castillo sobre La Puebla de Almenara.

Cuesta trabajo creer que un mismo personaje, el Cardenal Pedro González de Mendoza, fuera promotor de exquisiteces arquitectónicas del calibre del Colegio de Santa Cruz en Valladolid o del Hospital de Santa Cruz en Toledo, y al mismo tiempo planeara la construcción de avanzadas castrenses como las de Pioz, Jadraque o Santorcaz.

Sus antecesores, y sus descendientes, todos Mendoza, labraron enormes edificios , potentes y perennes, sobre la geografía castellana: en Mendioz, junto a Vitoria, nació la casta, y esa casa-torre de los Mendoza que es hoy Museo de la heráldica alavesa así lo recuerda. Por ahí debe empezar la excursión que nos lleve a conocer lo más granado de su expresión constructiva. El viajero que llegue a Mendioz (entre Nanclares de Oca y Vitoria) se asombrará de qué manera, perfecta y educada, el gobierno autónomo de Euskadi restauró este recuerdo arquitectónico. Y lo bien que lo mantiene y muestra a los visitantes.

Palazuelos y Torija son también fortalezas que deben a los Mendoza su construcción y aspecto actual. Heridas ambas por el tiempo, una se ha restaurado con primor y alberga en su interior el Centro de Interpretación Turística de la provincia: por allí anduvo, a mediados del siglo XV, el marqués de Santillana ejerciendo más de guerrero que de poeta. La otra no ha tenido tanta suerte con su restauración. Pero al menos la vemos en pie, rodeada de esa muralla sorprendente que rodea, aún, al pueblo entero.

Otros castillos que los del linaje mendocino levantaron o reedificaron y usaron para sus intereses estratégicos, fueron sin duda el de Tendilla (solar principal, junto con Mondéjar y luego Granada, de los condes de ese título), el de Cihuela en tierras sorianas del Campo de Gomara, y por supuesto el de Buitrago, rodeado porel serranoLozoya, y suntuosa población de corte medieval que ellos retuvieron siempre con gran estima… sería curioso estudiar (no sé si alguien lo ha hecho) las iniciales construcciones que el primer virrey dela Nueva España, don Antonio de Mendoza, de la casa de los Tendilla y Mondéjar, mandó levantar al construir la capital de ese nuevo territorio castellano en Ultramar. Seguro que, de alguna manera, sobre todo las de residencia y fortificación, se parecían a las que sus ancestros habían ido levantando por toda Castilla.

Sistemas de vigilancia y defensa

Entre los primitivos y sofisticados sistemas de defensa, las troneras de remate cruciforme que vemos en Pioz (lo mismo que en Manzanares o los castillos de su época, como Belmonte, Coca y Turégano) destacan ante el viajero de hoy. Hay que verlas desde dentro, desde la torre o flanco en el que se ponía el ballestero defensor, y uno se asombra al contemplar lo espacioso de su vista y la manejabilidad que desde esa hendidura tenía, mientras que desde fuera se hacía muy difícil acertar e introducir por su estrechura algún elemento de ataque.

Todavía en algunos lugares se ven, enteros o a medio caer, los matacanes que suponían una avanzadilla de piedra con defensa almenada, y un pavimento perforado que permitía arrojar el aceite hirviendo, las piedras o las flechas hacia quienes se atrevían a llegar hasta el muro o puerta que defendían. Uno de esos elementos, espectacular, se ve todavía en el castillo de Mombeltrán, en la sierra de Avila, que el valido real don Beltrán de la Cueva construyera para la misma tarea de marcar territorio. Son etapas y son hitos de un viaje que puede durar años, pero que siempre asombra a quien con pasió e interés los ejerce: la admiración de esas viejas alcazabas castellanas que dieron nombre a nuestro país.