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diciembre, 2012:

Claroscuros en la cultura provincial

El monasterio de Bonaval, cerca de Tamajón, en una imagen de 1973

A fin de año, cuando suenan las doce campanadas del último de sus días, la gente se suele plantear ideas de acerca de lo que ha hecho, de lo que ha dejado de hacer, y de lo que deberá en un futuro hacer o cambiar. En esta hora de recapitulación, me parece oportuno hacer un poco resumen del año y propuesta de enfrentar el nuevo, especialmente en el capítulo del Patrimonio cultural, artístico e histórico de nuestra tierra. Allá van algunas reflexiones, preocupaciones y propuestas por si a alguien le parece que en ellas puede haber algo de provecho.

En el año que acaba estos días, el 2012 que fue un fin de ciclo de la cultura maya, y por lo tanto puerta de otro nuevo, las cosas anduvieron revueltas por España y por Castilla la Mancha. Revueltas y confundidas, que es peor. Fruto sin duda de tiempos demasiado alegres y despreocupados, de tiempos llenos de un ingenuo optimismo. No puedo evitar recordar (todos la conocéis) la fábula de Esopo de “La cigarra y la hormiga”. Se acabó el verano de cantares vanos, y llega el invierno de conformarse con lo que se allegó de veras.

En el tema cultural, y hablando de basamentos, este ha sido un año de convulsiones: por un lado, los presupuestos para las bibliotecas públicas (laprovincial, lasmunicipales…) se dejaron reducidos a un mínimo con lo que de peligro ha supuesto, -sigue suponiendo- para la función social que cumplen estos centros, que es el del estímulo de la lectura por parte dela población. Solouna población que lee, que es un poco más culta y educada cada día, puede aspirar a protagonizar algo serio e importante en la historia del mundo. Las cabalgatas y los torneos de paddle pueden hacernos más felices en algún momento, pero el calado de futuro de los libros no puede desdeñarse.

Por una parte, elAyuntamiento de Guadalajaraconcluyó y abrió (sin inauguración oficial siquiera)el nuevoArchivo Histórico Municipal. Y la Junta terminó la construcción, y a punto está de ponerlo en marcha, del Archivo Histórico Provincial. En este sentido, las sombras y las luces de la cultura de los papeles están ahí, dinámicas y ojalá que avanzando.

 

En el aspecto de las artes escénicas, también hubo claroscuros. La semana pasada, un extraordinario recital de Ainhoa Arteta conmemoraba el 10º Aniversario de la existencia del Auditorio Municipal “Buero Vallejo” que durante los 10 años que lleva de existencia ha visto pasar por su escenario un millar (se dice pronto) de actos, solemnidades, representaciones teatrales y funciones musicales. Todas ellas de categoría, y acompañadas siempre del fervor y el interés de la gente dela ciudad. Unprecioso libro editado por el Ayuntamiento hacía recapitulación, a todo color, de los mejores momentos del Auditorio.

Pero sin embargo en la ciudad se había cerrado otra puerta, muy significativa y con mayor solera, por la que entraba y salía la cultura y las artes escénicas: el Teatro Moderno, de convocatoria más selecta y reducida, pero abiertamente popular, ha sido cerrado. Las razones ya se saben, las han dicho los responsables del mismo: quieren cambiar la dinámica administrativa de su gestión. Bien, todo es mejorable. Pero lo que no se puede es echarle el candado, y ahí queda eso. Hay cosas que urgen, que no pueden estar esperando a que a alguien se le encienda una bombilla encima dela cabeza. Alos médicos se les pide que actúen cuando uno llega ahogándose, o desangrándose o con un fuerte dolor enla rodilla. Puesen esto igual: hay que hacer algo, y ya.

 

En el tema de los parques arqueológicos, que son lugares donde la historia, la prehistoria, la voz de los siglos, y la razón de nuestra cultura está fielmente reflejada, también ha habido triste movida. Se han cerrado dos de nuestros más importantes polos de atracción viajera, de curiosidad de muchos, de apetencias científicas de algunos. Se ha cerrado la Cueva de los Casares, templo mayor de la Prehistoria española, y se ha hecho por una razón verdaderamente anecdótica: porque se ha jubilado, -por razón de años y de ley- quien ha sido su guarda oficial durante decenios. Emilio Moreno, a quien todos debemos nuestro conocimiento y nuestro entusiasmo por ese lugar, ha tenido que ir, personalmente, a entregarlas llavesdel candado de la verja de la cueva y a oir cómo, a pesar de querer seguir siendo guía y guardián del lugar, mientras tuviera fuerzas (porque pasión no le ha de faltar nunca) se le decía que aquello quedaba cerrado hasta nueva orden.

Lo mismo ha pasado en Recópolis, la ciudad real de los visigodos, con un Museo estupendo donde todos hemos aprendido cosas nuevas de la vida en la Alcarria en tiempos lejanos: cerrado, no puede verse. Las razones son las mismas: se está pensando en implantar un nuevo sistema de gestión, entre público y privado, para poner aquella maravilla a la contemplación dela gente. Y la reflexión que se me viene es la misma: hagan como quieran, pero háganlo ya. Lo que no se puede es tener esos, -y algunos otros más- elementos del patrimonio histórico, artístico y cultural de nuestra provincia, cerrados y sin que nadie pueda admirarlos como se debe.

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Las tablas de San Ginés, vigías de la Navidad

Uno de los conjuntos de piezas artísticas más interesantes del patrimonio de nuestra ciudad, es el grupo de las llamadas tablas de San Ginés, que consisten en cinco grandes pinturas de finales del siglo XV, hechas sobre tabla, con técnica muy común del fin de la época gótica y del comienzo de la moderna, que, tras diversos avatares de olvidos y restauraciones, hoy pueden ser admiradas por todos los alcarreños amantes de su historia.

El conjunto de estas cinco tablas se puede encuadrar en el estilo de los primitivos castellanos de fines del siglo XV o comienzos del XVI. Representan estos cuadros algunas escenas de la vida de Cristo (La Natividad, -partida y perdida su parte inferior‑, la Presentación del Templo, y la Resurrección), además de un magnífico dibujo al óleo del Arcángel San Miguel, y un retrato del Gran Cardenal Mendoza orante acompañado de cuatro eclesiásticos familiares. Un sexto cuadro, que representaba el Nacimiento de San Juan Bautista, desapareció en la Guerra Civil. En todos estos cuadros aparecen figuras tratadas con una gran perfección y realismo, encuadradas en paisajes muy minuciosos, y con ropajes propios de la época.

Fueron hechas estas tablas para conformar el gran retablo mayor del monasterio de San Francisco de Guadalajara, obra acometida poco antes de 1495 por encargo y con el patrocinio de Pedro González de Mendoza, Cardenal de España. Hace ahora poco más de 500 años de aquello, y de esta magna obra, tras guerras y destrucciones, quedó muy poco. Tan sólo seis tablas, que, partidas, cortadas y machacadas, fueron llevadas en el siglo XIX a la iglesia de San Ginés, donde se colocaron como mesa de altar y baranda del coro.

Hacia el año 1934, el Cronista Provincial, don Francisco Layna Serrano, y el párroco de San Ginés, don Vital Villarrubia, las descubrieron, limpiándolas y poniéndolas colgadas de las paredes del templo. De milagro se salvaron de la quema que hicieron en esta iglesia unos cuantos vándalos en julio de 1936, y enseguida se llevaron a Madrid, a ser custodiadas con el resto de bienes del patrimonio artístico eclesiástico durantela Guerra Civil. Trasella, en 1942, volvieron a Guadalajara, y enseguida se restauraron, siendo depositadas provisionalmente en el Ayuntamiento de la ciudad, donde lucieron un tiempo por los muros de la escalera principal, y luego en la Sala de Comisiones, que es donde ahora paran de forma habitual.  Cuando gobernaba la institución municipal el doctor Sanz Vázquez, se decidió que fueran devueltas a su lugar de origen, pero tal hecho se ha ido posponiendo. En todo caso, lo ideal sería que una vez que el templo de San Francisco recupere su visibilidad y cuando se abra al uso de los alcarreños, adornaran sus muros o una de sus capillas, pues realmente fueron concebidas para vivir allí.

Dos son las tablas en las que propongo ahora entretenernos. Una es la dedicada, como retrato, a don Pedro González de Mendoza, que aparece en ella con aspecto de tener unos cuarenta años parcamente sobrepasados, mirando severamente a un punto infinito situado a su izquierda. Cuando se pintan estas tablas, el cardenal tal vez estaba ya muerto o, en todo caso, sería muy anciano, El pintor decidió representarlo en el momento glorioso de su vida y su carrera religioso-­política, cuando Mendoza se convierte, al advenir los Reyes Católicos al trono, en su brazo poderoso e imprescindible. Calvo para entonces, su rostro y su postura es la misma de otros retratos que se le hicieron en vida (los de San Cruz en Toledo y otros varios). Cubiertas las espaldas del manteo rojo de su prebenda religiosa, pues llegó hasta la mitra primada de España, pasando por los puestos de arcipreste de Hita y Guadalajara, obispo de Calahorra, Sigüenza, Osma y Sevilla, finalmente de Toledo y Cardenal por tres títulos (“Santa María in Dominica”, “San Jorge” yla “Santa Cruz”), llegando, en el culmen de su carrera, a ser nombrado patriarca de Alejandría.

Tras el poderoso eclesiástico, y en arbitrario escalonamiento, se ven cuatro de sus fieles colaboradores, para los que es inútil tratar de buscar una identificación, pues es claro que no ha sido la voluntad del artista retratar personas en ellos, sino simples soportes humanos de los atributos cardenalicios, de Mendoza. Sus rostros inexpresivos, semejantes entre sí; sus cuerpos rígidos, a excepción del más alto, que, suavemente inclina su cuello a la izquierda, para romper el hieratismo de la composición; sus riquísimas vestimentas, sólo nos hablan del lujo que rige en la corte del Cardenal Mendoza. Ellos sostienen, en sus finas manos los cuatro emblemas de don Pedro como, Cardenal de la iglesia católica. De abajo arriba, vemos el palio con la Santa Cruz, la mitra cuajada de pedrería, el capelo rojo, y, en lo alto,la Cruz Patriarcalque, él mismo pondría en lo más alto de la Torre de la Vela, en Granada, cuando, en enero de 1492 el ejército cristiano acabó en  esa ciudad con la multisecular Reconquista. (más…)

Las esquinas europeas del escudo de Yebes

 Hace pocos días se presentaba en Yebes el libro que trata de su historia, de sus personajes, de su patrimonio y de mil curiosidades anejas a este pueblo alcarreño, ahora más cerca que nunca a Guadalajara, porque su barrio más emblemático, la Ciudad Valdeluz, está a 5 minutos del centro.

Una de las anécdotas que más ha gustado de este libro es la evolución de su escudo heráldico municipal, del que aparece una página a todo color enseñando su evolución y sus causas.

Este es el blasonado oficial del escudo heráldico municipal de Yebes: “En campo de azur, un castillo de plata con dos torrecillas a los lados y entre ellas un árbol de sinople cuyas raíces salen por la puerta del castillo, Por timbre lleva la corona real”. Fue creado este símbolo en 1988 por García Muñoz y Grupeli Gardel tras los estudios que estos autores realizaron sobre la historia de Yebes, y con el consejo que obtuvieron de don Eduardo Figueroa y Alonso-Martínez, octavo conde de Yebes, quien les propuso contar con la estructura heráldica que desde el siglo XVII utilizaron los señores de la villa, que tuvieron el condado de Yebes por concesión de Felipe IV. Cosa que ocurrió a mediados del siglo XVII, exactamente el 8 de septiembre de 1648.

Los autores del diseño del escudo dieron una explicación un tanto literaria del mismo, por cuanto explicaban en su informe previo que con estos muebles (castillo y árbol) se hacía hincapié que Yebes es de Castilla y en su escudo aparece un castillo como tal. “Además, tiene un árbol grande y fuerte –decían- en el que podemos recordar el último olmo perdido por la grafiosis, el olmo que existió en la Plaza de Arriba, la olma de la ermita, e incluso el que existe en la Plazuela de la Olma”.

Además del escudo, el Ayuntamiento posee como emblema desplegable para sus fiestas y actos públicos una bandera, compuesta de tres franjas horizontales, en la que el color azul tiñe la superior, el blanco la central yel rojola inferior. Este diseño fue de la autoría dela Sociedad Españolade Vexilología, a la cual también se le encargó proyecto de escudo, saliendo con una propuesta tan original como rocambolesca pues los expertos de esta institución proponían seleccionar dos temas para el escudo: uno del pasado remoto y otro de actualidad. De la historia antigua echaron mano de la existencia de un poblado y una necrópolis ibérica. Del presente, el Observatorio Astronómico próximo al pueblo. El resultado era un escudo cortado, el primero de gules con dos tumbas de plata, y el segundo de azur con un telescopio asomando que más se parecía a una batería antiaérea. Al final, el Ayuntamiento decidió aprobar el escudo inicial propuesto por García Muñoz y Grupeli Gardel y la bandera, en el pleno de 13 de abril de 2005, día de San Hermenegildo y San Martín.

Modernamente, y elaborado por el Gabinete de Comunicación del Ayuntamiento de Yebes, se ha adoptado un logotipo que tiene su raíz en el escudo heráldico. Así vemos que aparece la silueta del castillo superpuesta sobre el olmo, y sin olvidar las raíces: una imagen moderna y funcional que se representa siempre con el código numérico Pantone 534, un azul oscuro que se ha convertido en el color oficial dela institución. Asípuede ser reproducido con fidelidad, y dar su imagen nítida en cualquier soporte, desde el papel timbrado oficial a una camiseta. La evolución de la historia hasta el simbolismo cotidiano, eso es lo que representa la heráldica municipal, que en el caso de Yebes está bien medida y hasta aquí anotada con cifras y datos.

Los orígenes de Imbrea

Pero la historia y el significado del escudo de Yebes no acaba aquí. Más bien empieza aquí, porque el escudo oficial, y tal como explicaban sus autores, va más allá de representar el castillo de Castilla, y el olmo de la plaza de Arriba. Más allá incluso de haber sido las armas propias del primer señor de Yebes en el siglo XVII. Este escudo es el dela familia Imbrea, un grupo de gentes que alcanzaron un gran poder (el que da el dinero) a mediados del siglo XVI, y que desde su pueblo de origen, Imbrea, en la costa de Liguria, llegaron a Génova donde alzaron imponentes palacios en los que vivieron y regentaron su negocio, el de la Banca prestamista a muy altos niveles.

Hace poco paseaba yo por Génova, y mis amables guías me llevaron a lo que ellos opinaban que era uno de los lugares donde el poder más alto se destilaba desde los muros de sus edificios. Concretamente se referían ala Vía Garibaldi, así llamada una calle peatonal de la parte alta del viejo Génova, y que antiguamente fue denominada Strada Nuova porque en el siglo XVII se decidió construir un lugar emblemático en el que las grandes fortunas genovesas, que por entonces controlaban el mundo de las finanzas a nivel universal, tuvieran sus palacios primeros. (más…)

Una ruta por la sesma del Campo de Molina

El castro celtibérico de "El Cabeza del Cid" sobre Hinojosa, visto desde Labros.

Al fin del año, volvemos a Molina, a seguir recorriendo sus mil caminos, ahora fríos pero siempre espléndidos. En esta ocasión, propongo dirigirnos al extremo más septentrional del Señorío, que es también el más cercano a Aragón de toda la provincia: la sesma del Campo, limitada a oriente por las sierras del Ducado, y a occidente por la depresión que desde el río Piedra se anuncia hacia el Jiloca. Tierras más secas y llanas, aún en la altura.

Por la cuarta sesma, que aún nos quedaba por recorrer, esta del Campo, el lector y viajero comprobará que sus ríos corren afluentes hacia el Ebro, por lo que estamos en la España mediterránea aunque en su más altas ramas: el Mesa y el Piedra arañan el costrón del Campo, y en su altura, entre trigos y ahora nieves duras, yacen los pueblos cargados de historia.

Llegando desde Aragón

Para quien viene por el norte, desde Aragón, la sesma del Campo y el valle del río Mesa van a ofrecer con abun­dancia los temas artísticos y los motivos suficientes para animar un viaje.

En el Mesa se visita Villel, que además del castillo ofrece el pintoresquismo inolvidable de su situación, a caballo entre un rojizo peñascal y el denso arbolado del río. La iglesia  parroquial, que está construida en el siglo XVI, ofrece detalles  de interés en su interior, especialmente en lo que se refiere a  altares variados. Sobre la plaza, el palacio de los marqueses de Villel también captala atención. Las callejas muy empinadas, cubiertas a veces con amplios alerones, y otras cubiertas sus  paredes de tapial o madera, dan a Villel un aspecto pintoresco y muy agradable.

Ya en lo alto del páramo, Milmarcos se ofrece como villa de animada vida veraniega, en la que un fuerte movimiento cultural está poniendo a flote su acervo costumbrista y el plan­tel de monumentos que posee. Destaca la iglesia parroquial de San Juan, precioso edificio del siglo XVI aislado en medio del pue­blo, con portada plateresca de líneas sobrias. En su interior, un gran retablo renacentista, de tendencia ya manierista, con tallas  excelentes, hecho en 1636 en los talleres de Calatayud; sus autores fueron Juan Arnal y Francisco del Condado. También es de  reseñar la ermita de Jesús Nazareno, obra preciosa del siglo XVIII, en estilo rococó, con muchos retablos barrocos. Incluso la  ermita de Nª Srª de la Muela, en lo alto del pueblo, ofrece una portada renacentista y un interior amplio y elegante, con retablo barroco en mal estado. Las construcciones civiles en Milmarcos son numerosas, y juntan varias casonas representativas al máximo  de este tipo de construcciones del Señorío: el palacio de los  García Herreros, joya de la arquitectura señorial molinesa, las  casonas de los Montenegro, López Olivas, Fernández Angulo, la  Inquisición, López‑Celada‑Badiola, etc., son también ejemplares, cubiertos de buenos hierros tallados, escudos nobiliarios, etc. La torre del reloj, y los dos enormes olmos de la plaza (que  tienen más de trescientos años de vida cada uno). Ya sólo es recuerdo el «Teatro Zorrilla«, en el que en épocas de esplendor y  riqueza del pueblo se daban funciones todo el año, con su estructura clásica de patio, platea y palcos. Solo queda de él la simple fachada.

En Fuentelsaz, también rayano con Aragón, hay que ver  el templo parroquial, en cuya fachada están grabados a decenas  los nombres de los hijos ilustres del pueblo, que llegaron a  obispos, canónigos, profesores o notarios. Por dentro es grande, un tanto pesada de formas, y tiene bastantes y buenos altares  barrocos. Por el pueblo se distribuyen las casonas: la de los  Gálvez es la más representativa y mejor conservada. En lo alto del cerro, sobre el poblado, las ruinas del castillo. En su  término está el caserío de Guisema, que fue pueblo, y fuerte, durante la Edad Media. En Labros, hoy renacido, debe pararse el viajero a admirar la portada románica  de su iglesia, obra sencilla y perfecta del románico moli­nés, con arco de medio punto baquetonado, y sendas parejas de capiteles que rematan las columnas sustentadoras, en los que surgen los mitos del Medievo con frescura y gracia.

En el camino  ‑que atraviesa un denso sabinar‑  entre Milmarcos y Labros, sorprende la atención del viajero una ermita románica: la de Santa Catalina. Es obra espléndida del siglo XII  en sus finales, con atrio porticado al sur; ábside semicircular a  levante, cuyo alero sostienen varias piezas o canecillos de  atrevida talla y significado; portada pétrea con baquetones y puntas de diamante; el interior limpio, sobrio, intacto, en el que  un gran arco de triunfo da paso al presbiterio iluminado por aspilleradas ventanas del estilo. Dicho arco apoya sobre sendos capiteles en los que las sirenas y los trasgos se combinan, en clara herencia de la tradición iconográfica silense.

Más abajo, ya en la llanura cerealista que da nombre a la sesma, está Hinojosa, que fue pueblo muy rico en el Siglo de Oro, y sede de un buen plantel de personajes y linajes. Se halla  resguardado este pueblo por un cerro amesetado en su cumbre, en la que aparecen claros restos de un poblado o castro celtibérico. En Hinojosa hay un rollo o picota de sillar calizo, bien labrado. Una bella ermita, barroca, dedicada por su constructor, el obispo García Herreros, en el siglo XVIII, ala Dolorosa. Y una iglesia parroquial del siglo XVI, con portada de elementos popu­lares y un interior amplio, de una sola nave, con varios altares interesantes. Por el pueblo se reparten varias casonas hidalgas, siendo especialmente interesantes la de los Ramírez, la de los  Malo, la de los García Herreros, y la de los Moreno, muy repre­sentativas de la típica casona molinesa.

En Concha merece verse la iglesia parroquial, con un retablo mayor barroco, obra de Miguel Herber, y otro menor, del mismo estilo, con tallas  alusivas a la familia del historiador López de la Torre y Malo, natural del Señorío y uno de sus mejores conocedores y estudio­sos, en el siglo XVIII. A las afueras del pueblo quedan los restos de la gran “Casa del Mayorazgo” en la que habitó este erudito intelectual y abogado, en el siglo XVIII. Por delante de ella pasaba el Camino Real, por el que discurrieron desde reyes a embajadores, recueros y militares, en incesante marcha durante años.

Tartanedo detendrá también la visita del viajero, al menos para conocer el templo parroquial dedicado a San Bartolomé,  que tiene una mezcla de estilos en la que sobresale el primitivo románico de la portada: obra de la época de la repoblación, el portalón de Tartanedo aparece resguardado por un gran atrio. Se  trata de un arco semicircular de grandes dimensiones, degradado en varios moldurones baquetonados, el más externo cuajado de decoración de puntas de diamante. Sendas parejas de capiteles a  cada lado, con decoración muy primitiva, en la que destaca un  león rugiente. El interior del templo es de una sola nave, con acusado crucero, presbiterio elevado y capillas laterales. Entre  los varios retablos existentes destaca el mayor, barroco, con una  buena talla del santo titular, y el de San Juan Bautista, obra al óleo sobre tabla de mitad del siglo XVI, pintado por el artista  molinés Gerónimo de Moya y Contreras. En el lateral altar de los Montesoro y Ribas, se han puesto ahora, restaurados, los lienzos que representan ángeles y arcángeles pintados en América, y que conforman un grupo nutrido, brillante y sorprendente de este tipo de figuras, que nos remiten a la estética barroca más decidida. Hay también una buena pila bautismal románica, con decoración vegetal, y un predicatorio rococó en el que destacan tallados los padres dela Iglesia. Otras ermitas se reparten por el pueblo y su término, destacando entre ellasla de San Cristóbal, levantada en el siglo XIII, con  buen artesonado. Como obra civil, es de interés el palacio del Obispo Utrera, que viene a ser un ejemplo muy característico de casona molinesa, erigido a comienzos del siglo XVIII por don  Pedro Utrera, y en el que llama la atención su fachada, con puerta central, ventanas y balcones laterales cubiertos de reje­ría, escudo superior y varios vanos mínimos para airear las cámaras. Está dedicado durante el verano a Casa Rural con encanto.

En esta misma sesma del Campo, y centrando una vasta superficie plana de casi infinitos campos de cereal, aparece Tortuera, donde el viajero puede pararse a admirar el antiguo rollo o picota, del siglo XVI aunque con resabios góticos en su decoración. La iglesia parroquial es enorme, con detalles rena­centistas tanto en su portada como en su interior, en el que aparece un enorme lienzo de la familia López. Una bella ermita, de Nuestra Señora de los Remedios, hay en las cercanías del lugar, en cuya plaza mayor destacan varias casonas molinesas, como la de los Moreno, Castillo y otras. También es de admirar el palacio de los López Hidalgo de la Vega, y el «pairón de las  ánimas«, un altar de camino donde las gentes de Tortuera y del Señorío se paran a recordar a sus antepasados.

Embid, ya en la frontera con Aragón, tiene un castillo  que sorprende en la distancia, y una iglesia parroquial que por  sus dimensiones le acompaña. Está dedicada a Santa Catalina, y hay en ella un buen altar de pinturas de escuela aragonesa dedi­cado a San Francisco, otro de tallas a la Virgen del Rosario, y  el mayor, barroco, no malo. Conserva también un magnífico frontal  de altar, de cordobán oriental, y una cruz procesional románica. El castillo, que estuvo a punto de venirse al suelo, ha sido recientemente restaurado y ofrece una estampa decidida de fortaleza fronteriza.

En La Yunta, pueblo que perteneció durante siglos a la  caballeresca Orden de San Juan, se contemplan en la plaza princi­pal los restos del castillo, del que ya hablamos, y la iglesia  parroquial, profusamente sembrada de los símbolos de la Orden, con un buen altar mayor de tipo barroco, y otro dedicado a la  reliquia del Santo Cristo del Guijarro. También en Campillo de Dueñas hay que ver la iglesia, que fue levantada a lo largo del siglo XVII, con múltiples detalles barrocos que avaloran su grandiosidad. El interior sorprende, en pueblo tan ínfimo y alejado de todas partes, con su profusión de altares, de ornamen­tación dorada, de santos de talla, pinturas y orfebrería. También  es un buen motivo la cantidad y calidad de arquitectura popular que hay en Campillo para acercarse hasta allí y estudiarla con detalle. Como muchos otros pueblos del Señorío, Campillo ofrece a su entrada un bonito pairón.

Los Cubillejos, el del Sitio y el de la Sierra, son dos pintorescos pueblecillos puestos en la vertiente norte de la  Sierra de Caldereros, que preside el «Pico del Aguila» con sus 1.443 metros. En Cubillejo de la Sierra hay un torreón que fue casona de los Ponce de León. En Rueda de la Sierra, el templo parroquial dedicado a Nª Srª de las Nieves presenta una  gran portada de estilo románico, bien guardada por cerrado pórti­co, con arco semicircular baquetonado, capiteles vegetales, cane­cillos, metopas y todo el repertorio clásico de ornamentación  medieval. El color intensamente rojizo de la piedra le confiere un valor plástico aun mayor. Dentro, el templo ofrece de parti­cular la capilla de los Martínez Vallejo, con portada plateresca de no excesivas pretensiones, y un gran retablo del siglo XVI con buenas pinturas de escuela aragonesa, dedicado a San Andrés y en el que aparece al completo la familia abundante del oferente.

Un libro con alas

Como complemento a este viaje por la sesma del Campo en Molina, yo propondría al lector que llevase, aparte de una buena guía de la zona, un libro de meditación y cabecera. Por ejemplo, el que han escrito, no hace mucho, José Antonio Suárez de Puga y Teodoro Alonso Concha, dedicado a los “Angeles de Tartanedo”.

Es este un libro de versos y emociones, pero también de información y de enseñanza. Porque en la primera parte se muestran los versos, bellísimos, que el veterano poeta alcarreño dedica a la docena de ángeles que hoy lucen restaurados en la iglesia de Tartanedo. Y en la segunda aparecen con todo detalle desgranados los datos de la historia, las influencias y los significados de esos ángeles, que fueron pintados en algún taller remoto del Virreinato del Perú, y traidos al Señorío molinés a finales del siglo XVIII.

A veces Pastrana

Ahora en estos días que preceden a San Andrés, cuando se preparan las gentes para que las nieves les lleguen a los pies, cuando las noches se vuelven heladoras, y son largas, y hondas, e impenetrables; ahora cuando parecen estrecharse los cielos y abrirse a la mañana el hondo valle que sin fin se abriga en la niebla, dan ganas de pensar en estos pueblos de la Alcarria que nunca dicen nada. Como Pastrana, como Valdeconcha, como Tendilla, como Hueva…

En los pueblos que tuvo la Alcarria un día con vida y sonrisas, hoy parece no escucharse apenas otro clamor que la bocina del panadero cuando llega, de mañana, a traer lo imprescindible. En muchos sitios ya no hay ni tiendas. Ya no hay médicos en ellos; los secretarios llegan, en algunos casos, una vez cada quince días; la gasolina anda en gasolineras lejanas, y cualquier cosa que se necesite (un cuaderno, una bufanda, una boina, o un lapicero… por decir las cosas que ocupan un puesto seguro en nuestra vida) hay que ir a buscarlas a la ciudad, a un centro comercial, más allá de todo. O yo no entiendo lo que pasa, o esto es ir a peor, al menos en la tierra de Alcarria, donde es lógico que nadie ponga su esperanza de vida.

He viajado estos años pasados por los caminos amables de esta tierra. He llegado a pueblos donde siempre había alguien conocido. Uno era popular –que no famoso- y por escribir en los papeles, o por estar siempre pendiente en el Hospital de lo que les pasaba a estas gentes, alguien identificaba al autor de estas líneas. Nos estrechábamos la mano, nos animábamos mutuamente. Pero esto va decayendo, no sé muy bien por parte de quien, pero se está apagando. Porque cuando voy a los pueblos están más vacíos (hago excepción de los puentes, del cogollo del verano, y de esas fechas en que se recuerda a los muertos y se va, haga el tiempo que haga, a poner unas flores encima de la sepultura de los padres) están más silenciosos, aunque se llega mejor a ellos. Por eso siempre pensé que las carreteras arregladas servían más bien para que la gente se fuera. Qué cruel, qué injusto soy al pensar esto. Debería callarme.

Pueblos con apellidos

Pero los pueblos de la Alcarria tienen un valor que no perderán nunca. Es el de su tradición, el de su sencilla historia, el del recuerdo de las gentes famosas que los incluyeron en sus biografías. De Valdeconcha, que está en lo hondo del valle del Arlés, era Antonio Pérez, el secretario del rey Felipe. O su familia. Bueno, que allí que ahora solo se escucha, y poco, el agua de la fuente que nos recibe al llegar, o el viento que le rasca las esquinas al templo en lo alto, se tiene siempre el recuerdo de que allí tenía Antonio Pérez casa, tierra, presencias de ir y venir siempre con prisas.

De Hueva era un músico solemne, que dos siglos después de su nacimiento dio motivos para hacer fiestas, conciertos, libros y jornadas culturales. De allí era natural don Melchor López Ximénez, que alcanzó a ser maestro mayor de la capilla musical de la catedral de Santiago de Compostela. Por él se recuerda ahora a Hueva, más que por su picota, su ayuntamiento clásico, sus calles empinadas.

En Tendilla surgen recuerdos siempre de don Pío Baroja, aquel escritor, oscuro y con boina, triste siempre porque se conocía al dedillo la historia de su tiempo, del que Ernest Hemingway dijo, en su entierro, que con gusto daría su título de Premio Nóbel por llegar a escribir como lo hacía don Pío. No se le perdonó al vasco que ejerció de médico en Cestona que se quedara en la España de Franco. Y eso que no creía en Dios, que no iba a misa y parodiaba a los curas. Don Pío y su hermano compraron unos olivares en las cuestas de Tendilla, y se hicieron una casa en el pueblo alcarreño. Iban muy de cuando en cuando por allí. A don Pío le gustaba saberse en tierras del Empecinado, en tierras donde las piedras parían guerrilleros. (más…)