La batalla de las Navas de Tolosa, 800 años después

viernes, 13 julio 2012 0 Por Herrera Casado

Tapiz de la Batalla de las Navas de Tolosa

El próximo lunes, 16 de julio de 2012, se cumplirán con exactitud los ochocientos años de la Batalla de Las Navas de Tolosa, el acontecimiento histórico puntual que llevó a desbaratar el dominio de los almohades sobre Andalucía y la naciente Castilla, cambiando desde entonces el signo político de las tierras ibéricas, y cortando y haciendo retroceder el poder islámico que desde siglos antes se había ejercido sobre la Península, y amenazaba extenderse al resto del continente europeo.
Aquí van unos sucintos retazos de la batalla, de sus protagonistas, de sus participantes, y la consideración que me viene a la mente acerca de lo que realmente supuso aquella batalla, aquella victoria de los ejércitos cristianos, y una breve reflexión de lo que algunos opinan, todavía hoy, sobre ella.

Sin duda es la Batalla de las Navas de Tolosa, acaecida en las tierras de Jaén, frontera de Castilla-La Mancha, hace exactamente ocho siglos, el acontecimiento que marcó el rumbo de la historia de Europa hasta hoy mismo: un camino de inspiración cristiana en el que se han desarrollado, desde muy diversas perspectivas, las formas de convivencia que los europeos nos hemos ido dando: organización política, educación, formas de sociedad, cultura y arte, respeto a la mujer, ganas de mejorar y avanzar… una cultura, en definitiva, que todavía hoy choca contra la otra forma de ver el mundo y la sociedad, la islamista, que hubiera sido la nuestra de no haberse producido en aquel 16 de julio de 2012 aquella batalla sangrienta.

Se produce este conflicto, puntual y de muy rápido desarrollo (un solo día) tras la evolución de un estado de cosas que se acentúa en los años y meses anteriores. La España islámica, deshecho el Califato omeya de Córdoba, se dividió en múltiples reinos de taifas, que ante el peligro de ser conquistados por los reinos cristianos, llaman a los almohades (los habitantes del desierto y del norte de África, los súbditos de los reyes mauritanos de Marrakech) quienes llegan a la península e implantan un régimen de islamismo radical y Guerra Santa cuyo objeto es tomar bajo su mando la Península Ibérica y saltando los Pirineos llegar a Europa.

De ese lado está Muhammad al-Nasir, el califa almohade, un hombre que durante años no ha conocido la derrota, y que piensa en conquistar Toledo como jugada inmediata para ir pasando a otras de más largo alcance. El rey de Castilla, Alfonso VIII, toma conciencia clara de la situación y sus  derivaciones, y decide convocar un gran ejército cristiano para hacer frente al almohade.

De este modo se forma una coalición, a comienzos del año 1212, en la que forman parte el rey de Castilla (el de León también, aunque sin mucho entusiasmo), el de Portugal, el de Aragón y el de Navarra, los ejércitos de las Órdenes militares, especialmente la de Calatrava, la del Temple y la de San Juan, más la protección y el ejército del Papa Inocencio III, y el apoyo de muchos, de miles de caballeros, señores feudales y obispos de las llanuras europeas. Se convoca desde Roma una Cruzada para aplastar el poder militar de los almohades. Ese es el origen.

De Toledo salieron las huestes cristianas atravesando la Mancha lentamente, a lo largo del mes de junio. Se calcula que unos 12.000 soldados, entre infantes y caballeros, formaban este ejército. De Navarra, y comandados por su rey Sancho VII, solamente venían 200 hombres. Y de Vizcaya, al mando de su señor Diego López de Haro, acude también un numeroso tropel de jóvenes soldados. Pero es Castilla la que aporta el núcleo principal del ejército. Las mesnadas comuneras de Medinaceli, Soria, Almazán, Madrid, Medina del Campo, Almoguera… por nombrar algunas, se juntan con los hombres que aportan los señores obispos, capitanes en esta ocasión, como Rodrigo Jiménez de Rada, arzobispo de Toledo, que personalmente se pone, tras el pendón personal que porta el alcarreño Domingo Pascual, al frente de su grupo.

Enfrente, Miramamolín (así le llamaban los cristianos) reúne un enorme ejército que los exagerados cronistas castellanos hicieron subir hasta 300.000 hombres, pero que no fueron tantos. Armaban mucho ruido, sí, porque los atambores africanos retumbaban en las sierras de Despeñaperros con una fuerza enorme. Pero los cálculos de los historiadores modernos hace parejo el ejército islámico, y calculan que lo formaban otros 12.000-15.000 hombres a lo sumo. La tienda del sultán, en la retaguardia, estaba rodeada de una fuerte empalizada y gruesas cadenas, custodiada por la Guardia Negra, forzudos guerreros-esclavos del Senegal que fueron sujetos por cuerdas y cadenas al suelo, para que solo tuvieran dos opciones: o luchar a muerte o morir, en la defensa de su señor, que vestía de riguroso verde, el color del Islam, llevando en la una mano un ejemplar del Corán y en la otra una cimitarra.

De nada le sirvió aquel parapeto, porque tras numerosas embestidas mutuas, que duraron un día, y en las que murieron cientos, miles de hispanos y de árabes, los hombres de Sancho de Navarra, con su rey al frente, llegaron a la tienda de Miramamolín, y le pusieron en fuga, no sin acabar con su “Guardia Negra” y arrebatar las cadenas que custodiaban la tienda, y el diamante verde que ornaba su Corán, poniendo desde entonces, dice la leyenda, esos elementos en el escudo de armas del reino de Navarra, sobre el fondo rojo que memora la sangre que corrió ese día.

Quien se acerque hoy por Las Navas de Tolosa, que es un pueblo de la provincia de Jaén cercano a Santa Elena, entre abruptos cerros que bajan desde la Sierra  Morena, le costará imaginar aquella batalla. Solo cabe tomar un dato para hacerse idea de su dureza: un 16 de julio, en esa cazuela de Jaén, bien podrían haberse superado los 40º C. Los combatientes irían, en su mayoría desvestidos. Pero los cabecillas, los capitanes, los reyes mismos, iban protegidos de armaduras y cotas de malla, de cascos, de escudos, con los caballos forrados también de guatas, todo al objeto de protegerse de la temida embestida de los arqueros almohades. En el lado musulmán tampoco estaban más frescos. La lucha fue dura, terrible, y aunque los cronistas antiguos cuentan la estrategia de unos y otros, es fácil suponer que las cosas discurrieron en medio de la confusión y de las ganas de unos y otros por sobrevivir, que es lo único que se plantea, a nivel personal, en esos trances.

El hecho es que los castellanos y sus aliados, con ese protagonismo de los navarros que nunca nadie ha discutido, lograron desbaratar las últimas defensas de la caballería pesada turca, los agzazes, y los valientes guerreros ayubíes, libios, mauritanos y algún que otro andalusí, alcanzando la tienda de Al-Nasir, quien no tuvo otra salida que la precipitada huída para salvar la vida. Los cristianos tomaron, entre otras cosas que aún se guardan en iglesias y museos de Andalucía, el gran pendón del califa almohade, que hoy está expuesto en el Museo del real monasterio de las Huelgas de Burgos, donde, además, hace unos siglos, se pintó un enorme fresco representando la batalla, porque las monjas de entonces, y sus mentores, sabían que esa tela de color rojo desvaído, con hermosas caligrafías árabes, era el corazón del Islám derrotado en aquella remota batalla.

Visita al Centro de Interpretación de la Batalla

Como en muchos otros lugares de España, en el lugar donde se desarrolló la batalla de las Navas, que debería haberse denominado de «Las Navas de la Losa» que es como se le conoce en la tierra jiennense, se ha levantado un Centro de Interpretación que, nunca mejor dicho, no sigue la verdad histórica, sino la “interpretación” que los encargados por la Junta de Andalucía le han dado al tema, a la batalla y al contexto en que esta se desarrolló.

Con el sesgo interpretativo del socialismo español actual, cargado de buenismo y de admiración por «la bondad y sabiduría» del mundo islámico, lo que allí se muestra es la actuación de un ejército cristiano violento, rencoroso, y vengativo, que cargó sin misericordia sobre unos muchachos árabes que son calificados de cultos, refinados y pacíficos. Parece ser, según los paneles expuestos, que el rey castellano hace la guerra movido exclusivamente por el «rencor» de haber perdido la anterior batalla de Alarcos, y que los árabes se defienden, porque ven cómo «sus tierras legítimas» se ven amenazadas por los violentos caballeros cruzados.

Es muy explicativa de las intenciones que llevaron a la Diputación de Jaén, a la Junta de Andalucía y al Ministerio de Política Territorial a gastar 2 millones de Euros en este Centro de Interpretación, la lectura de una de las frases que abren la visita: profundizar en el debate de la multiculturalidad y el diálogo entre civilizaciones, desde una reflexión crítica sobre los conflictos que vivimos en la actualidad y como una pequeña aportación a la cultura de la paz.

Muy pocos, con tímida expresión y como pidiendo perdón a la progresía, en estos días se van a celebrar algunos actos conmemorativos de esta Batalla fundamental, que no me atrevo a calificar de gloriosa, porque ninguna lo es, pero sí de esfuerzo sobrehumano que todavía es muy de agradecer a los Alfonsos, Pedros y Sanchos que les pararon los pies a esos almohades que no nos traían precisamente sentimientos de paz y amor social.

Concretamente, y hoy mismo, en la altura del castillo de Calatrava la Nueva, término de Aldea del Rey en la provincia de Ciudad Real, se va a celebrar una solemne sesión conmemorativa: a las 8 de la tarde, en la explanada del castillo se presentará la Semana Cultural en la que hablará Enrique de Diego, periodista y escritor de larga trayectoria en el ámbito nacional y autor del libro “Las Navas de Tolosa”, quien presentará este libro y realizará una breve reseña histórica de la Batalla y su repercusión en la Orden de Calatrava. Al acto han prometido su asistencia, además de autoridades locales, provinciales y regionales, miembros de las Órdenes del Sacer, De Veracruz (Jaén) y los Caballeros Medievales. Después tendrá lugar un Concierto de Música Medieval interpretado por la banda Municipal de Aldea del Rey.

Un alcarreño en la Batalla

Muchos alcarreños participaron en esta batalla. Iban reclutados al llamado o pendón alzado de los comunes de Villa y Tierra de Castilla: gentes de Atienza, Guadalajara, Hita y Zorita. Entre todos ellos destacó un alcarreño, Domingo Pascual, que nacido en Almoguera alcanzó el puesto de canónigo de la catedral de Toledo, a finales del siglo XII, y en esta ocasión iba como portador del guión personal del Arzobispo don Rodrigo Jiménez de Rada. De su participación corrieron siempre leyendas en su pueblo natal, y así en 1850 copiaba Madoz en su diccionario: “Hace Almoguera por armas tres cabezas de moros, dos banderas encarnadas con unos signos árabes, y en medio una cruz y un castillo”.

Mejor explicación sobre este tema aparece en las «Relaciones Topográficas» que la Villa de Almoguera envió en 1566 al Rey Felipe II, redactadas por sus vecinos Diego de Salcedo el Viejo, y Pedro de Salcedo, en las que se hace mención de las armas propias usadas ya entonces en dicha Villa. Este importante documento se encuentra en la Biblioteca del Real Monasterio de San Lorenzo de El Escorial, y textualmente se dice en él: «El Escudo de armas de Almoguera son tres cabezas de Moros en campo verde, y un castillo dorado con una cruz roxa, dos banderas coloradas escriptas en ellas unas letras arabigas, que dicen galler galium, y laala, las cuales interpretan los que entienden la lengua arabiga que quieren decir: no hay vencedor sino Dios. Dícese que dio estas armas a esta Villa el Sr. Rey Don Alonso Noveno, porque en la batalla de las Navas de Tolosa, se hallaron muchas personas por el Concejo de esta Villa, y otros hijosdalgo particulares que hicieron allí lo que eran obligados al servicio de su Rey, y entre ellos fue un Domingo Pascual, Canónigo de Toledo, natural de esta Villa, que llevó el guión del Arzobispo de Toledo D. Rodrigo en la dicha batalla».

El significado de este escudo de armas municipal de Almoguera, enraizado en la tradición de la Reconquista en la que su concejo participó ampliamente, se centra en la presencia del castillo, en recuerdo del que tuvo la Villa y le dio fama y fuerza, más la cruz roja de Calatrava, orden militar a la que perteneció. Las cabezas de moros estarían en recuerdo del enemigo contra el que se luchó, y las banderas rojas serían ganadas a dicho enemigo en alguna batalla, que desde luego no fue la de las Navas de Tolosa, sino otra posterior contra el reino de Granada, en tiempos de Sancho IV o Alfonso XI. En dichas banderas se lee el lema de la familia de los al-Ahmares, que decía «Gua-la-Gálib-ila-Allah».

Dicho escudo goza del uso tradicional en la villa desde hace, al menos, cinco siglos, pues además de la referencia documental citada, en el Ayuntamiento había otro escudo pintado, con las mismas armas, del siglo XVIII, y en el siglo XIX se utilizó habitualmente en sellos, documentos e impresos.