Apolo en la Catedral de Sigüenza

viernes, 13 enero 2012 0 Por Herrera Casado

El dios Apolo, tallado bajo la silla episcopal del coro de la Catedral de Sigüenza

No es fácil entrar al coro de la catedral de Sigüenza, -salvo que uno se alce con el beneficio de una canonjía, y eso cuesta lo suyo- y allí pararse entretenido a mirar las cosas que hay talladas sobre la oscura madera que desde el siglo XV al XVIII algunos artistas, artesanos y carpinteros fueron poniendo como mensajes dictados, como elementos parlantes a cuantos miraran. Que siempre fueron pocos, y estos clérigos o muy expertos en la iconografía de las catedrales.

El pasado noviembre, a la que se inauguró el nuevo órgano de la catedral seguntina, tuve la oportunidad de pasarme un par de horas en el coro. Y allí me encontré con algunos guiños que la madera de nogal, oscura y brillante, me hizo. Tan simpáticos los guiños, y tan profundos, que van a merecer cada uno un amplio comentario en estas páginas. Va el primero.

 Apolo en Sigüenza

En el altar de Santa Librada, en la parte alta de la pintura principal que muestra a la santa patrona seguntina sobre un trono cuatrocentista, aparece un friso que pintó Juan de Soreda en los primeros años del siglo XVI en el que se ven nítidas y espectaculares cuatro escenas de los Trabajos de Hércules (con los toros de Gerión, con el León de Nemea, etc.) y que han sido interpretadas como símbolos de la fortaleza y la virtud pagana protegiendo y apoyando a la cristiana.

En la sacristía de las cabezas, obra cumbre de Alonso de Covarrubias, en la misma catedral, las enjutas de los grandes arcos están ocupadas por medallones en los que aparecen talladas las Sibilas, profetisas paganas que hablaban a los griegos, y a los romanos, del porvenir.

Estos y otros datos nos hacen comprender que no es raro que en los templos cristianos, especialmente en los surgidos a raiz de la eclosión del humanismo renacentista, aparezcan figuras paganas que apoyan con la fuerza de su leyenda el sentido cristiano que se quiere dar a algún elemento, altar, o espacio. Esto es algo que surgió en Italia y luego en toda Europa, en el contexto de la corriente filosófica y de pensamiento conocida como neoplatonismo, y que inició Marsilio Ficino en las escuelas del humanismo florentino.

Lo que nadie había mencionado hasta ahora, en ningún libro aparece referido, nadie lo describe ni queda documento alguno sobre ello, es el hecho de que en el eje mismo del coro catedralicio, en el mueble delantero de la silla episcopal o prioral que sirve para que el obispo, o el deán del cabildo se siente y apoye sus libros de oraciones, figura tallada una figura que es de estirpe pagana. Con el aire de la talla que el maestro Pierres imprimía a sus obras, y de las que vemos estupendas piezas en la sacristía (contraventanas con los cuatro evangelistas, muebles de ropas con virtudes talladas) aparece en este sitial el busto de un joven desnudo, de alborotada pelambre, y que tras su hombro izquierdo surge un carcaj lleno de flechas que se presume le cuelgan a la espalda. ¿Quién puede ser este personaje que parece presidir el coro seguntino? No es un santo, nos un profeta, es simplemente un dios pagano, Apolo, la figura que sin duda fue sustituida por Cristo en la evolución iconográfica y simbólica del primer cristianismo. En el humanismo integrador era muy fácil que para representar a Cristo se utilizara la evidencia de Apolo, dando así ese nuevo giro de modernidad y avanzada visión de la piedad renacentista.

No existe documento, o no está publicado, que especifique esta identificación. Ni tampoco se sabe documentalmente el autor, aunque por el estilo, repito, yo apostaría por decir que es de la mano de Pierres o del propio Vandoma.

Apolo en la Mitología

Apolo es un dios que procede de la unión de Zeus y de Leto. No fue fácil el parto de Apolo, sobre todo porque Hera, celosa de los devaneos de Zeus con Leto, amenazó con destruir cualquier lugar donde a Leto se le ocurriera parir. Por eso Leto fue a parar a Delos, una isla pobre y árida donde pensó que Hera no la encontraría nunca. Entre tanto, Hera se preocupó de distraer a Ilitia, la diosa del parto (hija suya por cierto), lo que prolongó los dolores de Leto durante nueve días insufribles. Finalmente Ilitia comprendió lo que ocurría y ayudó a nacer al hijo de Leto, mientras ésta se agarraba desesperada a una palmera.

Apolo es el dios de la belleza, de la civilización, de la ética entre sus paisanos del Olimpo. A los humanos les muestra, más que poder y fuerza bruta, como hicieron otros parientes suyos, los valores de la mesura, de la serenidad y de la razón, resumido todo ello en la intención del “conócete a ti mismo”, siendo así que desde la época clásica lo  apolíneo no sólo es sinónimo de belleza, sino también de responsabilidad y buen juicio. Además se consideró siempre a Apolo como protector de las artes, especialmente de las artes musicales, llevando por atributo la lira.

Era Apolo también muy diestro en el manejo del arco, al igual que su hermana Artemis, teniéndolo como entretenimiento más que como objeto de caza. Por eso se le representa muy a menudo con un arco en la mano y un carcaj con flechas a la espalda.

Otros símbolos y sugerencias de Apolo en el mundo clásico son el talento para la profecía, añadiendo como símbolos suyos el trípode y el ombligo, este último como piedra sagrada que simbolizaba la situación de Delfos en el centro del mundo. El templo de Delfos, por supuesto, estuvo dedicado a Apolo.
Como protector de la Medicina se le considera también, formando en ella a su hijo Asclepio, que llegaría a ser el dios de esa rama del saber humano.
Su representación gráfica en el arte clásico evolucionó desde figuras disformes en algunos kurós primitivos a la perfección de su representación en el frontón del templo de Zeus en Olimpia o en el helenismo la imagen del Apolo de Belvedere.

Apolo en el Cristianismo

El Humanismo rescata a Apolo y se lo entrega, convenientemente barnizado, al Cristianismo. En los primeros siglos de este, la idea que los seguidores de Cristo tenían de su profeta era la de un dios clásico: sobre todo en el área helenística (las costas dela Magna Grecia, sur de Turquía, próximo oriente en Siria, costa mediterránea de Asia y en Alejandría, Cristo aparece con los atributos de Apolo, sin más: va en un carro, tiene rayos en la cabeza, es el sol que amanece, lleva en las manos rollos de legislador, o lleva una vara de augur. Más adelante Cristo empieza a ser representado como “buen pastor”, sin barba, semidesnudo, con toga de filósofo, como profesor, soldados, otra vez pastor, cazador, etc.

El hecho de que Apolo fuera tratado como personificación del sol (al ser hijo de Zeus) supone que el cristianismo atribuye a Cristo esas relaciones cosmogónicas y le hace ser nombrado “Sol que amanece” en mil formas metafóricas: los templos cristianos se ponen orientados (mirando su cabecera al oriente) al lugar exacto en que sale el sol, Cristo es tenido por “luz del mundo” y la utilización del paralelismo “Cristo-Iglesia” con “Luz-Sol” es muy frecuente en la historia. Lateología paleocristiana se nutre de la metafísica clásica y los neoplatónicos. La frase inicial del Evangelio de San Juan, el más “metafísico” e intelectual de los cuatro, es precisamente la que relaciona a Cristo con la Luz: «En el principio era el Verbo, y el Verbo estaba con Dios, y el Verbo era Dios. Él estaba en el principio con Dios. Todas las cosas fueron hechas por él, y sin él nada de lo que fue hecho se hizo. En él estaba la vida, y la vida era la luz de los hombres». Al decir que Cristo es la encarnación del Verbo, se remite a la idea de Apolo como propietario dela Palabra Divina a través de la profecía, de la que era dios y administrador en Delfos.

Para saber más de la catedral de Sigüenza

Hay mucha bibliografía, alguna todavía viva, sobre la catedral de Sigüenza: el clásico libro de don Aurelio de Federico, titulado “La Catedral de Sigüenza”, de Editorial Plus-Ultra en 1954; o el fundamental de Pérez Villamil, de finales del siglo XIX, reimpreso luego en el XX. O la monografía deFelipe Peces Ratatitulada “Fortis Seguntina” impresa por Escudo de Oro en Barcelona. O el que a Peces, Asenjo y a mí nos publicó “Musea Nostra” en Bélgica. Sobre las fábricas románica y gótica del templo mayor seguntino es fundamental la tesis de María del Carmen Muñoz Párraga. Y algunas otras guías y referencias monográficas sobre la ciudad, que dan la información precisa al viajero de hoy. Ninguna de ellas, ni ningún otro libro, había mencionado anteriormente esta talla de Apolo que luce, sonriente y sorprendente, en medio del coro.