Llegan los Figurantes a Guadalajara

viernes, 11 noviembre 2011 2 Por Herrera Casado

 Escribir es siempre una liberación. Aunque esto que voy a decir tendrá muchos detractores, yo creo que quien sufre, quien se siente oprimido, quien desea algo nuevo, mejor, ser más libre, más alto, más íntegro… debería escribir, escribirlo. La encrucijada sociopolítica en que nos encontramos puede ser un buen motivo para empezar: la rebeldía de decir y hacer algo más que poner un aspa delante de un nombre en una aburrida lista de candidatos.

Aprovechar ese tirón de indignación para ponerlo en la cotidianidad del trabajo, o del paro, de la diversión, de un viaje, de un cumpleaños, de un recuerdo, de un deseo, de una preocupación, de una depresión, de una tarde gris, de un no parar entre gimnasios y supermercados, entre clases de idiomas y consultas al médico. Lo mejor para curarse de la angustia es escribir. O del aburrimiento, o de la ansiedad, o de la desesperación. Y escribir sin esperar que nadie te lea, ni que nadie te recrimine por lo que escribes.

 

Estos rimbombantes pensamientos acerca del escribir se me vienen a la cabeza a propósito de que un amigo mío ha escrito un libro, y lo ha visto editado, y hasta va a organizar una fiesta literaria de presentación, esta tarde, en el Salón Multiusos del Centro Cultural San José, en Guadalajara. El escritor es Francisco Vaquerizo Moreno, un sacerdote ya jubilado, muy viajero siempre, muy franco en sus charlas, muy simpático todavía. El libro se titula “Los figurantes” y no va de teatro, precisamente, sino de la vida misma, que está llena de protagonistas (a la fuerza), de actores de primera fila, y de figurantes. Es un libro de cuentos, de relatos, de escritos, sin más.

Como estaría mal visto que yo escribiera aquí un artículo que no tenga nada que ver con Guadalajara, voy a justificar la aparición de este comentario al libro de mi amigo. Él es nacido en un pueblo de Guadalajara, ha sido cura de varios pueblos y ha dado clases en Sigüenza. Entre otras mil cosas. Y ahora que vuelve a escribir un libro (lleva ya casi treinta publicados…) aparecen en varios de sus capítulos historias de la provincia, de sus gentes, de sus formas de ser. Hay paisajes, puentes, obispos medievales, un ferroviario que se jubila y un lugar ideal (Arménida) que no se dice donde está pero sí que para en la Alcarria. Todo eso convierte a “Los figurantes” de Paco Vaquerizo en un caso clarísimo de alcarreñismo militante, y por eso lo traigo aquí.

Aparte de que al leerlo, a ratos, hoy un cuento y una semana después otro, me ha hecho sentirme feliz, por dos cosas fundamentalmente: porque escribe tan requetebién este señor, que es pura delicia leerlo. Parece que estuvieras charlando con alguien, en una terraza veraniega, caminando por entre los árboles, al sol alegre de una primavera que suena. Y porque todo destila campechanía, felicidad, optimismo. No a lo tonto, sino en plan concienzudo, como saliendo de dentro del pecho. Vamos, que te dan ganas de seguir viviendo otros cincuenta años más. Porque son los que probablemente va a durar todavía Vaquerizo escribiendo cuentos y relatos de esta talla, de este tenor.

Quien es Vaquerizo

Es Francisco Vaquerizo uno de los más firmes valores de la literatura alcarreña actual. Escribe, publica, da charlas y supone siempre un gran valor de experiencia y buen decir para cuantos tenemos, de vez en cuando, el placer de oirle y poder conversar con él.

Nació Vaquerizo en Jirueque, en 1936. Estudió en el Seminario de Sigüenza y empezó a ejercer de cura en 1959. Seguidamente se licenció en Derecho Canónico e hizo Periodismo en la Universidad de Navarra. Tras ocho años como párroco en Concha, Auñón, Alhóndiga y Entrepeñas, fue Profesor de Lengua y Literatura, en Sigüenza, durante un tercio de siglo. Ha ocupado su tiempo en enseñar, leer y escribir.

Vaquerizo ha publicado 25 libros y aún tiene por ahí media docena más pendientes de publicación. Es por ello que puede declarársele sin exageración como uno de los escritores guadalajareños más fecundos. Entre los escritores alcarreños, que aquí viven, y de nuestras cosas escriben, posiblemente sea uno de los valores más señalados en este momento. De ahí que esta nueva entrega de su ya larga bibliografía sea merecedora de un fuerte aplauso.
Don Camilo José Cela, en su «Nuevo Viaje a la Alcarria», le calificó de “clérigo de buenas letras». Y ya sabemos que don Camilo no era tendente a las alabanzas ajenas, sino más bien al contrario. Vaquerizo ha escrito también en los periódicos de Guadalajara, concretamente lo hizo con aplicación en “La Tribuna”, y ha ganado bastantes premios literarios.

Hace seis años publicó a su costa un folleto que titulaba “Historia de mis libros o de cómo me fui haciendo escritor”. Esto no es habitual, ver cómo un literato se explica en la intimidad y en la sucesión de éxitos y fracasos. Normalmente, y lo digo por experiencia, uno tiende a recordar solamente lo bueno (de la vida, de los viajes, de las querencias, de los libros que ha escrito, de los aplausos que ha recibido, etc.) y de forma automática, autoprotectora, desaparecen de la memoria los malos tragos y las malas críticas recibidas. Pues a pesar de ello, Vaquerizo en este folleto lo cuenta todo. Demuestra con ello que es un hombre abierto, que no tiene nada de solemne, que está dispuesto a tomarse unos vinos con cualquiera que le pregunte, y a dar buenos consejos a quien se los demande.

En las 32 páginas de la “Historia de mis libros…” anota con la meticulosidad de un orfebre las fechas, las páginas, las críticas, las satisfacciones y los desengaños que le llevaron escribir y publicar sus obras. Que alcanzan la respetable cifra de 25 títulos. Unos de poesía (Un puñado de pena, Sigüenza y otros versos, Estas que fueron pompa y alegría, con un total de 84 poemas dedicados a mujeres que fueron algo significativo en su vida…), otros de historia religiosa (Leyendas y Romances del Saz, Historias, Romances y Leyendas del Madroñal, o su autobiografía Memoria de mi formación sacerdotal, que dio que hablar a muchos niveles, sobre todo diocesanos y curiales), otros, en fin, de información y recuerdos (el más querido para su autor, Pascua en Florida, Por los caminos de Jirueque y dos novelas históricas: En libertad bajo sospecha, protagonizada por el escultor Martín Vandoma, y Vísperas de siempre, que es la vida novelada e inventada de Bernardo de Agen, primer obispo de Sigüenza) a más de cien intervenciones en forma de charlas, recitales, conferencias y apoyos en actos culturales. Vaquerizo, con esto que digo y mucho más que forma su bagaje, es sin duda uno de los intelectuales de mayor calado que en este momento viven en nuestra tierra.

Qué son Los Figurantes

Como no es cuestión de destripar los asuntos que los veinte cuentos que forman el libro nos ofrecen, lo que cumple ahora es simplemente afirmar que el libro es entretenido, que salvo el primero, dedicado a la vida de un ferroviario de a pie por las alturas de Horna y Ambrona, los demás son breves, se leen con placer y muy a gusto, y queda uno con las ganas ciertas de tener en las manos otro volumen de relatos así, muy de la tierra, muy simpáticos, con guión pensado y conclusiones claras. Si hay uno, entre todos, al que personalmente me apunte, por ser como el resumen y la cifra de todo el libro, es el de “Mi abuelo Deogracias” en el que se condensan esas formas de ver el mundo tan propias de los ancianos castellanos: una filosofía que, no por devaluada, deje de tener hoy mismo sus anclajes en la humanidad más cierta.

La personalidad de un posible cura depresivo se desvela en unas “Memorias para el olvido” que son, quizás, la mejor pieza literaria del libro. Va mucho más allá de la anécdota y de la gracieta. Va al corazón del viejo, al meollo de la existencia humana, y puede ponerse como ejercicio práctico para siquiatras que empiecen.

De Guadalajara (es obligado hablar de ella aquí) tiene varios relatos. Uno memora al tío Gascón de Alhóndiga. Cuenta y no para de los viajes en autobús de marca Barreiros que llevaba a la gente desde ese pueblo hasta la capital, pasando por Valdeconcha, Peñalver, Armuña y Aranzueque. “El Gascón tenía un aire de diligencia del Oeste” y recuerda lo divertido que era viajar en la baca del autobús, sobre todo en el buen tiempo (en el invierno también había quien tenía que viajar en la baca, por falta de espacio dentro… el tema era más crudo, evidentemente). Es un canto a los pueblos, a sus gentes, a la “filosofía de la vida” de esta tierra tan poblada antes, tan tradicional y severa.

Otro relato está orientado sobre Entrepeñas, en verano, chicos y chicas, y nos dice de cómo él se hizo con una barca y todo, una barca a la que puso por nombre “el ataud”. En ella iban sus amigos y amigas, en unos años de dorada juventud, de verdadera sensación de eternidad.

La historia de los puentes de Jirueque es desternillante, curiosa, siempre con el buen escribir de Vaquerizo. Se suman los recuerdos de Evencio el de Valdelagua (un pueblo que ahora vuelve a renacer, junto a Budia, pero que durante décadas estuvo derruido y abandonado), y en “El Aniversario” nos presenta en brevedad la historia de Bernardo de Agen, el clérigo al que hicieron obispo de Sigüenza (cuando aún estaba esta en la “Barbariae pars”) para que no tuviera más remedio que conquistársela a los musulmanes. Viene a ser este relato como un “trailer” de su reciente novela “Vísperas de Siempre”, en la que aparece el purpurado durante más años y más batallas en activo.

Con todo esto, creo que queda justificada la noticia, el comentario y el espolique que pongo al principio, y que se me ha venido a la mente tratando de encontrar explicación a estas ganas de escribir que a Vaquerizo afectan. Que deberían afectar a todos, porque escribiendo más seríamos más libres, más sanos de mente y más cabalmente humanos.