La ciudad encantada de Tamajón

viernes, 30 septiembre 2011 3 Por Herrera Casado

Escapada de domingo para gozar de la Naturaleza. Dos propuestas sencillas, una por la mañana y otra por la tarde, o viceversa. Con la comida en medio, en uno de los interesantes restaurantes de Tamajón. El primer objetivo, puramente natural, es la Ciudad Encantada de Tamajón, espectacular amasijo de rocas y fenómenos erosivos de millones de años de antigüedad. El segundo, las ruinas de un monasterio medieval, cisterciense, el de Bonaval, cuyos restos aguantan como pueden tras siglos de abandono.

Un detalle de la ciudad encantada de Tamajón

Tamajón es la puerta de la Sierra Norte, la avanzadilla de los serrijones pizarrosos y los sabinares silenciosos, de las construcciones de arquitectura negra y los olorosos jarales. En Tamajón debe parar el viajero que suba hacia la “Sierra Negra”, hacia el Ocejón y el Puerto de la Quesera, a disfrutar de las Casas Rurales de Campillejo, Campillo de Ranas y Majaelrayo, a patearse la mínima belleza recuperada de Roblelacasa, y a descubrir que el mundo está limpio todavía, abierto y vacío por esas alturas a las que pone bóveda el cambiante pincel de las nubes.

En Tamajón hay varias cosas que ver, pero no es ese ahora nuestro objetivo. La iglesia parroquial románica, el Ayuntamiento /Palacio de los Mendoza, la casona de los Montúfar… sus plazas recoletas y sus largas y vistosas calles, son algunas de las cosas que el viajero puede degustar en su viaje. Eso sin hablar de la magnífica gastronomía que en sus “Casas de Comidas” puede degustarse. No. Nuestro objetivo ahora está un poco más allá, a un kilómetro largo del pueblo en dirección a Valverde y Majaelrayo. Justo a partir de la bifurcación de las carreteras que llevan a ambos sitios, empieza el sabinar y se muestra espléndida una de las joyas de la Naturaleza en la provincia de Guadalajara. Se trata de la “Ciudad Encantada” de Tamajón, a la que invito a ir a quienes quieran pasar un rato admirando tierra valiente y expresiva, paisajes únicos y vistosos.

Un sabinar perfecto

Compuesto de densas masas del Juniperus thurifera, en altitud que media de los 1.000 a los 1.100 metros, nos permite pasear sin problemas entre sus ejemplares antiguos y venerables, sin que la vegetación de arbustos, también muy desarrollada, nos moleste lo más mínimo. No es cuestión aquí de hacer literatura barata, a propósito del sonido del viento entre las ramas, etc, etc, ni aportar datos específicamente científicos de lo que allí se encuentra. Solo decir del valor que ese sabinar, amplio y todavía vivo, tiene de cara al conjunto del patrimonio natural de nuestra tierra. Desde siempre fueron respetuosos en Tamajón con este espacio boscoso, y las escasas labores agrícolas que en su torno se han hecho lo han respetado. La excepcionalidad de su situación geológica, a caballo entre el área de materiales paleozoicos de la Sierra, y las calizas cretáceas de  la campiña, permite ver contrastes interesantes en el suelo y la vegetación.

Es curioso reseñar la existencia de un edificio monumental, cargado de arte y leyenda, en medio de este bosque. A la orilla derecha de la carretera que conduce al pantano de El Vado y a Majaelrayo, se alza la ermita de Nuestra Señora de los Enebrales, patrona de Tamajón, a cuya imagen y devoción se han escrito también versos y endechas por los habituales vates de la mariología alcarreña. La ermita es realmente un templo grande, como de pueblo. Y en su portada luce el escudo, todavía polícromo, de los Mendoza de Tamajón, una rama secundaria nacida del tronco de los Infantado arriacenses. En el interior, tras la reja que protege al templo por la necesidad/costumbre de tener siempre abierta una hoja de la puerta, se ve la gran pintura mural que recuerda la aparición de la Virgen sobre una sabina al sacerdote don Diego Castro de San Félix, quien al ir a decir misa (en tiempos remotos) al hoy desaparecido lugar de Majadas Viejas, le salió al paso un terrible reptil que le amenazó de muerte, siendo salvador por la intercesión de la Virgen aparecida. Es un lugar lleno de encanto, que merece una parada en medio del lustre de la vegetación serrana.

La Ciudad Encantada

Pero lo que centra el interés de nuestra excursión es la maravilla natural de “La Ciudad Encantada”. Primeramente, trataremos de describir con palabras técnicas, tomadas de la “Guía de Espacios Naturales de Castilla-La Mancha”, este espacio. Para luego comentar nuestras impresiones y sugerencias.

En ese camino que desde Tamajón lleva a la ermita de Nuestra Señora de los Enebrales, que hace pocos meses se ha dejado perfecta en arreglo de trazado y firme, nos encontramos con la pequeña y singular maravilla de la “Ciudad Encantada” de Tamajón. Una zona esculpida por los procesos de erosión y disolución que las aguas de lluvia han generado a lo largo de milenios.

La base del espacio que visitamos es una plataforma rocosa, a unos mil metros de altitud, determinada por los estratos calcáreos del Cretácico superior, y que se ofrecen en una posición levemente horizontal o subhorizontal. La progresión de los fenómenos kársticos y de hundimientos rocosos en todo este bloque, así como el hecho de que no todos los estratos calizos superpuestos tengan la misma fragilidad ante el ataque del agua han llegado a consolidar este formación en la que el viajero va a sorprenderse ante fenómenos, a pequeña escala, similares a los de la “Ciudad Encantada” de Cuenca, y que en esencia son la presencia de algunos monolitos aislados con forma de seta (tormos), pequeñas cavidades, socavación de paredes e incluso la aparición de algún «puente» rocoso.

Además nos debemos fijar, una vez deambulando entre las rocas y los enebros, en las microformas que dan toques de amenidad al conjunto, como los lapiaces o pequeños hoyos que horadan la roca caliza. Y por supuesto no hay que olvidar admirar la variedad de colores y texturas: la Naturaleza se expresa con su belleza máxima en este lugar, a través de las tonalidades crema, típicas de los bancos calizos, que se ven enmascaradas por un revestimiento superficial, que como un suave lienzo negro cubre algunas paredes de esta pequeña ciudad encantada: ello es la consecuencia del arrastre del agua y el depósito en los fondos de las rocas de sales de manganeso.

Es un placer andar subiendo y bajando estos roquedales de Tamajón. Uno piensa que se encuentra en un escenario (natural y viejísimo) en el que podrían representarse en cualquier momento emocionantes escenas de guerra y pasión. Se ven torres auténticas, gigantes envarados, sobre los las sabinas. Y un inmenso auditorio, con una escalinata preparada para que baje la artista principal, escalinata además tapizada por el agua que escurre desde algún nivel impermeable. Hay un gran puente de roca, efectivamente, y unos contrastes llamativos en el color de las paredes: desde el gris perfecto, que parece recién pintado, hasta los dorados solemnes y los negros pizarrosos. Un espectáculo de luz y silencio, una maravilla tan cerca…

En Tamajón tenemos, por tanto, la posibilidad de pasar un buen día de admiración de Naturaleza, de gozo artístico y de gusto gastronómico. En cualquiera de las direcciones que se salga del pueblo hay posibilidad de establecer paseos sencillos y cómodos por caminos que atraviesan bosques y miran siempre a la altura del Ocejón. Concretamente está muy bien señalizado el “Antiguo Camino de Tamajón a Retiendas”, que algunos llaman el camino olvidado y que pudiera rememorar, a los que lo anden con ganas de imaginar viejos tiempos, el paso de los monjes blancos del Cister en Bonaval o de los pardos frailes franciscanos del mismo Tamajón, junto a sus mulas, por entre los robledales de las orillas. En la oficina de Turismo de Tamajón se puede encontrar mapas concretos de esta ruta, otros más amplios de toda la sierra, y siempre la información abierta para quien desee hacer de este enclave serrano su lugar de inicio de los descubrimientos naturales de la Sierra Negra.

Una escapada a Bonaval

En el término de Retiendas, junto a Tamajón, nos espera otra maravilla, esta vez del patrimonio artístico heredado de siglos antiguos, y en suma perfecta también con la Naturaleza. Son las ruinas del monasterio de Bonaval, un cenobio creado por los monjes de la Orden del Císter, en el siglo XIII, y que llegó vivo hasta el siglo XIX, en el que las leyes desamortizadoras los vaciaron, entrando desde entonces en un proceso de deterioro y ruina que llega hasta hoy, en el que dicho proceso se está acelerando por la llegada de los vándalos de fin de semana, que lo están llenando de pinturas, de basuras, y vaciándole de capiteles.

Porque lo que queda de Bonaval, y aun puede ser admirado, es la iglesia de estilo románico cisterciense, con un ábside poligonal, y una portada de arcos apuntados y tallados en su muro sur. El interior, desprovisto de techumbres, mantiene la solemnidad de la ruina sacra. Urge limpiar y adecentar aquel entorno, porque corre peligro de una degradación irreversible, lo que supondría otra pérdida para nuestro patrimonio artístico secular.