Lecturas del Quijote en San Petersburgo

viernes, 3 junio 2011 0 Por Herrera Casado

El pasado jueves 19 de mayo tuvo lugar la Jornada sobre Miguel de Cervantes y don Quijote de la Mancha, organizada por el Centro de Estudios y Cultura Española “Adelante” que tiene su sede en los locales del Instituto Cervantes, en la Avenida Nevsky de San Petersburgo, la antigua capital de Rusia. 

En esa Jornada intervinieron diversos miembros de la Asociación de Escritores de Castilla-La Mancha, y entre ellos su presidente, el alcarreño Alfredo Villaverde Gil, sus directivos Luis F. Leal Pinar y Miguel Romero Sáiz, además de quien esto escribe. 

Un centenar largo de asociados rusos, todos ellos estudiantes del idioma español, y entusiastas de la historia y la cultura hispánica, siguieron con interés las diversas ponencias. La mía en concreto versó sobre un tema que tenía a la Alcarria y a los alcarreños por protagonistas. Traté de las “Traducciones raras del Quijote”. 

La Academia de Ciencias de San Petersburgo y la portada de la traducción del Quijote al latín macarrónico por el horchano Ignacio Calvo.

 

 Un viaje de estudios por las orillas del Neva 

 A San Petersburgo se la llama también la ciudad del Neva, uno de los más caudalosos ríos de Rusia, que viene desde Siberia, atravesando enormes bosques y lagos enormes como mares, casi siempre helados, a dar en el golfo de Finlandia. El Neva atraviesa, majestuoso, la ciudad, se extiende por estrechos canales entre sus calles, y cuando se pasea por ellas en barcazas uno se queda anonadado al ver desfilar, a uno y otro lado, los majestuosos palacios de la aristocracia rusa de los siglos XVIII y XIX. Se calcula que en la ciudad hay más de 500 palacios, todavía bien conservados. 

Hoy es esta ciudad un referente de la cultura rusa, espléndida a lo largo de los siglos, y centrada desde el siglo XVIII en esta ciudad que fue levantada por su emperador Pedro I, continuada por sus herederos, y en el siglo XX carnaza sobre la que se cebó la desgracia, con una dictadura soviética que destruyó buena parte de su patrimonio, sobre todo las iglesias, y luego fue terminada de rematar por el acoso del ejército alemán, que no pudo conquistarla como pretendía, gracias al heroico comportamiento, durante larguísimos meses, de sus habitantes, los peterburgueses. 

Que hoy viven en una libertad soñada, pero con unos niveles de participación ciudadana que descolocan a quienes venimos de países ya con acendrada estructura democrática. Al alcalde de San Petersburgo, por ejemplo, no le eligen los ciudadanos de la gran urbe. Valentina Matviyenko es hoy alcaldesa de San Petersburgo por designación directa del presidente Dimitri Medvedev. Los chistes que corren sobre ella, y sus continuos viajes a la Costa del Sol, son de lo más sabroso. Pero ellos tratan de ser felices y tampoco admitirían que las democracias occidentales se pusieran a darles consejos. Van poco a poco. 

Los cinco millones largos de peterburgueses van de acá para allá por sus parques y avenidas, y enseñan sus palacios, sus teatros, sus iglesias y museos finalmente recompuestos y restaurados. Tuve la suerte de que esta vez me mostrara esta ciudad una mujer entusiasta de su historia, de sus museos e iglesias, de sus antiguos trances: Liudmila Kosareva, que nos llevó durante 3 horas por las salas densas del Ermitage, a ver pintura italiana, a Rembrandt, a Matisse y Picasso, a los españoles del siglo de Oro (allí están maravillosos Velázquez, lujosos Zurbarán, Goyas, Murillos, Mainos…). Allí está la sala, que suspende la respiración, de los mariscales rusos, aquellos trescientos generalazos de principios del XIX que hicieron frente al imbatible ejército de Napoleón… y le vencieron. La sala de Canova, la de los esmaltes rusos, la de los retratos de los zares, las zarinas y los zareviches… 

Liudmila nos llevó luego, como en volandas, al interior de la catedral de Santa María de Kazan, a la iglesia ortodoxa de San Nicolás de los Marinos, y a la gloria de color y formas de la iglesia del Salvador sobre la Sangre Derramada, el exponente más lujoso del arte ortodoxo. Con ella paseamos los canales, pateamos la avenida Nevsky, ahora ya colapsada de tráfico, y viajamos hasta el palacio de verano de la emperatriz Catalina, el Peterhof que se asoma a las frías y transparentes aguas del golfo de Finlandia… Gracias, Liudmila, por tu entusiasmo y tu sabiduría. 

 Las traducciones raras del Quijote 

 En el Centro Adelante de Cultura Hispánica, fuimos recibidos por su director, el guatemalteco José Fernando Carrera, y asistido de otras encantadoras amigas, Maria Bakó, y Olga Aleexeva, que personifican la cultura y la amabilidad de las mujeres rusas. Con la asistencia de muchos estudiantes de español, y algunos hispanistas, dimos las charlas que estaban previstas. 

Fueron seguidas con un interés digno de mejor causa las palabras, escuetas, pues no pasaron de quince minutos, con que ilustré a mis amigos rusos sobre los avatares del Quijote en punto a traducciones del texto cervantino, a lo largo de los siglos y las naciones. Es imposible contar hoy las ediciones que se han hecho de esta obra, la más reproducida en la Tierra después de la Biblia. 

Desde 1605, en que se llevó a vender por todas las ciudades españolas y algunas americanas, empezaron las traducciones de la obra de Cervantes: en 1612, Thomas Shelton lo traduce por primera vez al inglés, y en 1614 César Oudin lo hace al francés. Todos los idiomas occidentales vieron traducido el Quijote antes del siglo XX: en Rusia la primera traducción la hizo Ignati Antonovich Teils, en 1769, y la traducción romántica de Zhukowski en 1804 fue muy leída. Los rusos, sin embargo, hasta tiempos recientes, en que ha sido analizado por hispanistas avezados, no entendieron el Quijote en su esencia, pensaban que era simplemente un libro de chistes y de gracietas de un loco. 

No puede olvidarse la anécdota que protagonizara Alexander Pushkin, que tenía en su biblioteca un Quijote entero, editado en París en 1835, pero íntegramente en español. El gran poeta nacional ruso aprendió nuestro idioma expresamente para poder leer el Quijote en su lengua original. ¡Todo un detalle que desde aquí le agradecemos! 

Desde el siglo XIX hay traducciones al hebreo: Jaim Najman Bialek lo puso en imprenta en Odesa en 1912, en Jerusalén en 1920 y en Berlin en 1923. Se ha pasado también al coreano, al árabe y recientemente, a partir de 1978, tras la muerte de Mao, la escritora Yang Jiang lo ha traducido al chino alcanzando tiradas de millones de ejemplares. 

Como versiones curiosas, recordé la puesta en verso del Quijote completo, por el malagueño Enrique del Pino, en los finales del siglo XX. Y fue el alicantino Antonio Peral Torres quien en 1998 lo pasó íntegro al latín culto del Lacio clásico. 

Algunos alcarreños jugaron un notable papel en las “traducciones” raras del Quijote. Así Fernando de Diego fue el primero que lo tradujo al esperanto, en 1975, y a principios de siglo el doctor Francisco Fernández Iparraguirre inició su traducción al Volapük, el otro idioma universal que quisieron crear los alemanes. Pero fue, sin duda, el horchano Ignacio Calvo, “cura misae et ollae”, quien realizó la más divertida y rara de las traducciones quijotescas. Lo pasó nada menos que al latín macarrónico. ¿Qué era esto del latín macarrónico? Una broma, un divertimento que ha terminado por ser un libro divertidísimo y muy leido todavía hoy en día. Se titula «Historia Domini Quijoti Manchegui» y surgió de un castigo que a nuestro paisano, estudiante de cura en el Seminario mayor de Toledo, le impuso un profesor por ser bromista. Le castigó a traducir al latín el primer capítulo del Quijote. Y él se lo tomó a broma, porque, además de no saber muy bien el idioma de Cicerón, tenía una retranca de muchos quilates. Cuando unos días después el profesor leyó lo que había hecho, no paró de reir y le dijo, más o menos: -Amigo Calvo, como latinista no podrá ganarse la vida, pero con esto que ha escrito, ya tiene las habichuelas aseguradas. 

El latín macarrónico (en latín, “Latinitas culinaria”)  es una locución que se utiliza para referirse a textos que están en un latín muy poco académico desde un punto de vista gramatical, ortográfico, etc., o en un latín con un vocabulario de origen moderno latinizado. En general se usa por ignorancia o con un fin humorístico. 

Para que mis lectores sepan de qué va esto del Quijote en latín macarrónico, les doy aquí el primer párrafo de la inmortal obra cervantina: “In uno lugare manchego, pro cujus nómine non volo calentare cascos, vivebat facit paucum tempus. quidam fidalgus de his qui habent lanzam in astillerum, adargam antiquam, rocinum flacum et perrum galgum, qui currebat sicut ánima quae llevatur a diábolo. Manducatoria sua consistebat in unam ollam cum pizca más ex vaca quam ex carnero, et in unum ágilis‑mógilis qui llamabatur salpiconem, qui erat cena ordinaria, exceptis diebus de viernes quae cambiabatur in lentéjibus et diebus dominguis in quibus talis homo chupabatur unum palominum. In isto consumebat tertiam partem suae haciendae, et restum consumebatur in traiis decorosis sicut sayus de velarte, calzae de velludo, pantufli et alia vestimenta que non veniut ad cassum”. 

Rara y divertida esta traducción del Quijote, que completa una larga serie de interpretaciones, y que han hecho de nuestra magna obra castellana, la magna obra mundial, después de la Biblia. 

Esta charla, y las que mis compañeros escritores castellano-manchegos dieron (allí estaba Alfredo Villaverde, con su “Cocina quijotesca”, Luis F. Leal, con su “La Música en el Quijote” y Miguel Romero Sáiz con su intepretación de “El Quijote descubrió a Cervantes”) supusieron un entusiasta recibimiento de los alumnos de español que son cientos en San Petersburgo. Aunque el ruso es de por sí patriota, y mucho, sobre todo los jóvenes estudiantes tratan de esforzarse para hacer de su país algo serio y respetado, y están enamorados de España, donde han viajado y donde han admirado las joyas del arte hispano, que se conocen a la perfección algunos de ellos. A Nicolás Alexandrovich Vepsyev le pregunté sobre las ciudades españolas que él conocía. Y me contestó: “Pocas, solamente las más importantes”. ¿Y cuales son esas? “Toledo, -me dijo- Burgos, Sevilla…. Solo me interesan las ciudades en que late el corazón de España”.