Un paseo literario por Guadalajara

viernes, 29 abril 2011 0 Por Herrera Casado

Además de las leyendas que los guías de Guadalajara cuentan a los visitantes de la ciudad, y de los cuentos que en Junio suenan por las arcadas del Infantado, Guadalajara tiene un ancla poderosa echada en los mares de la Literatura. Son muchos siglos de caminar entre los calendarios y las tormentas, muchas palabras lanzadas, que por azar unas veces y otras a sabiendas, forman bellos trenzados, poemas hondos, curiosas novelas.   

El aire literario de Guadalajara puede saborearse a nada que se siga esta Ruta que aquí propongo, parando cada diez minutos a mirar un monumento, o una plaza, y evocando las letras de quienes pasaron su tiempo escribiendo por estos lares.   

Espectáculo literario en el patio de los Leones del Palacio del Infantado de Guadalajara.

 

 El Palacio del Infantado   

En el gran palacio ducal de los Mendoza palpita la literatura en todas sus formas. Antes de ser lo que es, desde hace ya cinco siglos, ocupó su solar un palacete o caserón viejo que fue la morada de don Iñigo López de Mendoza, el primer marqués de Santillana, quien en la primera mitad del siglo XV escribió entre sus muros, quizás desde una ventana que daba a la claridad abierta del valle del Henares, los poemas y Serranillas que le hicieron universalmente famoso. Allí nació también el “Diálogo de Bías contra Fortuna” y la famosa “Carta al Condestable de Portugal” que es en realidad el primer tratado histórico sobre la literatura peninsular.   

Más adelante, ya en el palacio cuya forma y silueta picuda vemos hoy resplandeciente (precisamente lleno de colgaduras y cuentos deslizándose por sus muros) se creó en la mitad del siglo XVI una auténtica corte literaria que tuvo por capitán al cuarto duque del Infantado, también llamado Iñigo López de Mendoza. Acogiendo en sus salones a gentes como el novelista y poeta Luís Gálvez de Montalvo, al ensayista Alvar Gómez de Castro, o a los impresores alcalínos Robles y Comellas, que montaron en sus salas bajas la imprenta que sacó a luz el gran “Memorial de cosas notables” que el propio duque escribió y a su costa imprimió en 1564.   

Para la historia de la Literatura, el palacio del Infantado queda sellado como lugar preeminente al dar acogimiento al Maratón de Cuentos que se hace vivo, cada año en junio, entre sus muros. Un círculo de voluntades y mágicos encuentros, que hacen de este palacio un emblema del arte y de la literatura.   

La calle mayor   

En ella se arraciman los recuerdos. Es la calle del “Ayer Perdido” de Ramón Hernández, por la que sus personajes, unos atormentados y otros rientes, pasean cada día. Como lo hicimos muchos, cuando íbamos con pantalón corto a las clases del Instituto. Por esta calle, en 1946, transitó Camilo José Cela, cuando se bajó del tren que le traía de Madrid, subió la cuesta del Hospital, y descansó en el bar del Hotel España, antes de coger otra vez el macuto y echarse, calle mayor arriba, para Torija. En esta calle se detuvo a leer “el Nueva Alcarria” en la tienda de periódicos que hoy regenta Ascen de Blas, y en cuya fachada quedó el recuerdo del Nobel esmaltado sobre unas cerámicas.   

La calle mayor de Guadalajara es muy literaria: tiene miradores, y en medio de ella, en la plaza, aún quedan soportales. Aunque hoy parece un paisaje en guerra (el típico paisaje de la Guadalajara del siglo XXI, todo levantado y en obras) hubo días en que subía y bajaba el taxi del Pincas y el cochecito del delegado de Industria, que era un mini Renault de lo más mini. Sonaba el metal de las herraduras de las mulas del Guadalajarilla, y el Mangurrino tocaba la guitarra de juguete a toda prisa. Pepito Montes, con su mandil gris y su carteraza, todo serio subía hacia el puesto de las estampas, los caramelos SACI y las postales de la Antigua. Entre toda esa maraña, lenta y luminosa, había quien escribía novelas, que no llegaron nunca a publicarse.   

El convento de la Piedad   

El que hoy es Instituto “Liceo Caracense” y fue palacio de don Antonio de Mendoza allá por los inicios del siglo XVI en que lo construyó para habitarlo, es también un espacio en el que late, de un modo distinto, la literatura. Porque si desde su inicio fue lugar de rezos y latines (se ocupó por doña Brianda de Mendoza, sobrina del fundador, para ser convento de monjas franciscanas) tras la creación en él, a mediados del siglo XIX, del Instituto de Enseñanza Media, por sus aulas pasaron profesores leídos, y alumnos por leer, que en modo muy diverso dieron luego vigor a la médula literaria de Guadalajara. Y así, y resumiendo, recordamos cómo en sus aulas estudiaron muchachos que hoy tienen todos calles con rótulo en nuestra ciudad, porque granaron su interés literario y creativo en sus aulas: desde el dramaturgo universal Antonio Buero Vallejo, al poeta Ramón de Garciasol; desde el sencillo juglar de lo alcarreño Jesús García Perdices, al periodista afamado José de Juan-García. El historiador Francisco Layna Serrano o el filólogo Gabriel Mª Vergara… Y entre los vivos, y por no apretar demasiado la nómina, que podría hacerse larga y hasta pesada, es obligada la referencia de José Antonio Suárez de Puga, Ramón Hernández, Alfredo Villaverde, David Pérez Fernández o Antonio Pérez Henares… Un vivero de inspiraciones bajo las severas líneas de las zapatas y los capiteles renacentistas.   

La Capilla de Luís de Lucena   

Abierta al público los fines de semana, puede saborearse entre sus breves y cuidadas paredes, bajo sus pintadas bóvedas de manierismo resplandeciente, la memoria de su creador, del médico humanista alcarreño don Luís de Lucena, que fue de todo, hasta cuidador de la salud de los Papas en la corte pontificia de Roma. Lucena quiso levantar una capilla para honrar a Nuestra Señora de los Ángeles, y mandó a Rómulo Cincinato que pintara en sus bóvedas una “Historia Sagrada” acompañada de figuras proféticas (profetas del Viejo Testamento y Sibilas de la paganidad) contando en la literaria forma de un “camino en el Cielo” sus ideas acerca de la religión cristiana, su visión de un mundo distinto, muy influenciado por Erasmo de Rotterdam.   

Aquí creó Lucena, a través de su largo testamento personal, la primera biblioteca pública que hubo en España. Dijo que toda la capilla, y su parte superior especialmente, sirviera de acogimiento a libros de todos los temas, para que cualquier persona, letrada o no, pudiera leerlos, consultarlos, aprender de ellos. Sus sucesores no siguieron el dictado del médico arriacense, pero la voluntad quedó plasmada y con certeza puede decirse que ahí, en el interior de esa murada y fortísima capilla de ladrillos inquietos, tuvo primera vida una idea, la de que la literatura y la ciencia fueran patrimonio común de los humanos.   

San Francisco   

Más allá en nuestro paseo, y tras cruzar el denso arbolado de su viejo parque de castaños, llegamos al monasterio de San Francisco. Hoy puede verse, ya recuperado para la ciudad, su templo magnífico, gótico, y su cripta mendocina, lugar de acogimiento de huesos y memorias, ahora en plena tarea de restauración. Este monasterio tiene otra referencia literaria sorprendente: aquí estuvo prisionero una temporada, en el siglo XIX, José de Espronceda. Cuando muy joven se levantó en airada protesta contra el régimen absolutista de Fernando VII y con otros jóvenes literatos fundó la sociedad secreta de “Los Numantinos”, la policía fernandina le tomó prisionero y más que a una cárcel, se le trajo a este monasterio ya vacío para que purgara sus novas ideas entre sus húmedos y fríos muros. Aquí empezó a escribir Espronceda su poema épico “Pelayo” que fuera de este lugar acabaría.   

El Ayuntamiento   

Acabará la Ruta Literaria por Guadalajara en su Ayuntamiento, porque es también un lugar donde late la literatura con fuerza y rigor. Tantos y tantos personajes bien leídos y bien escritos ocuparon cargos concejiles, a lo largo de los siglos, que sería tarea lenta, difícil, propia casi de una tesis doctoral, el mencionar sus nombres, sus obras, sus méritos. Pero hay que recordar al menos tres, porque para la ciudad son claves y su presencia, desde la sombra gris del pretérito, se hace viva justo ahora. Aquí fue don Jerónimo Castillo Bobadilla corregidor de la ciudad, y en ese cargo escribió su “Política para corregidores y señores de Vasallos en tiempos de paz y de guerra…”. Y aquí fueron también regidores perpetuos, como concejales de por vida, meritados por su amor a la ciudad con ese cargo, los historiadores Alonso Núñez de Castro y Francisco de Torres, que escribieron sendas y sucesivas “Historias de Guadalaxara” ambas puestas hoy en las manos de los lectores que gustan de estas viejas historias. Por el salón de plenos del Ayuntamiento han pasado Reyes, Premios Nobel, escritores de todo tipo a presentar sus obras, poetas que han recordado con su intenso verbo a otros predecesores….hasta José Antonio Ochaita pasó, también por el balcón que da a la plaza, a recitar su Pregón de unas fiestas de hace muchos años. Bien puede decirse que la Sala grande del Ayuntamiento es un escenario, lo ha sido muchos siglos, de la literatura y la creatividad. En ese lugar acaba nuestra Ruta Literaria por Guadalajara. Que siempre quedará abierta a que cualquier nuevo hallazgo la complete.