La cripta de los Mendoza, un espacio recuperado

viernes, 8 abril 2011 1 Por Herrera Casado

No podía dar crédito a lo que veía: el pasado sábado, una vez más, penetraba en la cripta o mausoleo del linaje Mendoza, bajo el suelo de la iglesia del monasterio de San Francisco, en nuestra ciudad. Y por fin, después, después de muchos años, de muchas visitas, de muchas frustraciones, he podido verla restaurada, limpia, perfecta. Estas palabras iniciales quieren ser de aplauso a cuantos han hecho posible este milagro. Por una parte, a la Consejería de Educación y Cultura de la Junta de Comunidades, que ha apostado, y muy fuerte, con sus fondos allegados de los presupuestos y del “uno por ciento cultural” del ministerio de Fomento. De otra, al arquitecto Juan de Dios de la Hoz, por su trabajo meticuloso. Y a todos los estudiosos, proyectistas, artesanos y técnicos que durante meses han puesto su ilusión y su trabajo diario en esta obra. Lo han conseguido. Van a hacer felices a muchos ciudadanos de Guadalajara, que queríamos ver esto limpio y recuperado. Gracias, simplemente.

La escalera que desciende a la cripta de los Mendoza en San Francisco de Guadalajara.

 Desde el viernes pasado, el Ayuntamiento se ha hecho cargo, como propietario del fuerte de San Francisco, y del cuidado de sus edificios anejos, de este nuevo Monumento Nacional que se añade al plan “Guadalajara abierta” para mostrar los espacios artísticos y patrimoniales de nuestra ciudad. En los últimos años esos espacios han ido creciendo, y ahora son bastantes los que están así a la oferta pública, aunque solamente sea los fines de semana. Lo importante es que de una forma clara, sencilla, organizada, se podrá admirar esta joya arquitectónica, única o casi, en España, y que ha de añadir nuevos visitantes a la ciudad, nuevos viajeros que la recorran y se admiren de lo que los siglos pasados nos dejaron.

Los Mendoza siempre

Tuvieron que ser los Mendoza los que produjeron, con sus dineros inacabables y su afán de pervivencia aún después de la muerte, este espacio solemne. La cripta de San Francisco es la construcción arquitectónica en la que reposaron, durante un siglo escaso, todos juntos los Mendoza más grandes, desde el marqués de Santillana al cuarto gran duque del Infantado.

Después de haber servido de fortaleza sacra a los caballeros templarios, esta colina elevada al este de la ciudad se transformó en convento de frailes de San Francisco, gracias a la ayuda de la infanta de Castilla doña Isabel, hija de los reyes Sancho IV y María de Molina. Iba mediado el siglo XIV cuando esta señora impulsó la fundación y crecimiento del convento, que se hizo mayor cuando los Mendoza, en este caso el mayorazgo don Pedro Hurtado, almirante de Castilla, su hijo don Iñigo López, primera marqués de Santillana, y el hijo de este don Pedro González, gran cardenal de España y Canciller del Reino, quienes lo impulsaron tomando el patronazgo de la capilla mayor.

El templo de San Francisco

La iglesia alza sus altos muros y su torre sobre los tejados y los parques de la ciudad. De ella dijo el antiguo cronista Núñez de Castro que pudiera ser Catedral de un gran Obispado según su grandeza. Consta al exterior de unos paredones pertrechados de gruesos contrafuertes en sillarejo, ofreciendo la puerta principal sobre el muro de poniente, y en el ángulo noroccidental la torre que acaba en agudo chapitel de evocaciones góticas. Tanto una como otra son de reciente construcción, pertenecientes a la última reforma llevada a cabo, tras la Guerra Civil española, bajo la dirección del teniente coronel de Ingenieros señor López Tienda. En una placa sobre la fachada aparece grabada la falsa leyenda de que aquí estuvo, prisionero y luego enterrado Juan Ruiz, el arcipreste de Hita.

El interior de este templo, con su aspecto original, aunque ahora vacío de mobiliario y decoración mueble, es de una sola nave, de grandes dimensiones, pues mide 54 metros de largo, 10 de ancho y 20 de altura. Presenta cinco capillas de escaso fondo a cada lado de esta nave, ofreciendo unos arcos de entrada muy esbeltos, ojivales, profusamente decorados con los elementos propios del gótico flamígero, y múltiples escudos de armas de las familias constructoras. Se escoltan de fascículos de columnas que a la altura de los capiteles ofrecen unos collarines de contenido vegetal. Las capillas del costado norte añaden bellas ventanas que se adornan con parteluces y calados adornos góticos.

En esta nave, cubierta de altas y bellas bóvedas de crucería, en cuyas claves surge tallado en multitud de ocasiones, así como en los capiteles de las columnas adosadas al muro, el escudo de armas de Mendoza, timbrado del capelo cardenalicio propio del Gran Cardenal don Pedro González, principal constructor de este templo. En el primer tramo, a los pies del templo, se alza el coro sobre una bóveda de crucería que en su parte anterior sustenta en arco muy rebajado y elegante.

A su muerte, los Mendoza “mayores”, marqueses de Santillana, condes de Saldaña, duques del Infantado, se enterraban en los muros y el suelo del presbiterio de la iglesia de San Francisco. Es de pensar que algunos de ellos tendrían tallados espléndidos mausoleos en esos muros. Pero nada concreto ha llegado hasta nosotros, pues fue a principios del siglo XVII cuando la sexta duquesa doña Ana de Mendoza quiso hacer una cripta subterránea, elegante y amplia, para en ella enterrar a todos sus ancestros. Se iniciaron las obras y se comprobó con desasosiego que el nivel freático en esa zona de la ciudad era muy alto, por lo que esa cripta inicial quedó muy pequeña, muy húmeda y pronto inutilizable. Fue a finales de ese siglo cuando el décimo duque tomó la iniciativa de hacer algo grande y hacerlo bien.

La cripta de los Mendoza

La cripta construida en los primeros años del siglo XVIII a instancias del décimo duque don Juan de Dios de Mendoza, es un lugar verdaderamente espectacular y solemne, es el espacio que acabamos de ver recuperado, brillante y llamativo. Imita en gran modo a la cripta que bajo el altar mayor de la basílica del monasterio de El Escorial construyera Herrera en el siglo XVI y adornara con el fragor del barroco Juan Bautista Crescenzi en el siglo XVII.

Corrieron las obras a cargo de los maestros Felipe Sánchez y Felipe de la Peña, quienes lo construyeron entre 1696 y 1728. Para evitar la humedad, -los arroyos subterráneos mejor dicho-, que en ese nivel existe, hubo que plantear la rasante de la cripta a nivel del freático, y para ello fue preciso elevar mediante escalinata el acceso al presbiterio y altar mayor del templo franciscano. Se hicieron dos accesos a la escalera principal que baja al sótano: una puerta desde el muro de la Epístola del templo, que recorre un primer tramo corto, y otro desde el exterior, desde la espalda del templo, junto al ábside. Esa puerta exterior, de elegante decoración (que se ha quedado sin restaurar porque ha debido de acabarse el presupuesto justo al llegar a ella), también permite acceder por la escalinata común, de dos tramos, muy largo el final, hasta el subsuelo, en el que otra corta escalinata asciende al espacio frío y vacío del “pudridero”, hoy recuperado al menos con dignidad.

Además el arquitecto Sánchez programó una gran fachada barroca, de hermosa piedra caliza con tonos amarillentos, una piedra rubia de calidad, para servir de espalda a la cripta y, a través de un amplio vano, conseguir para ella luminosidad y aire, respiración, posibilidad de evaporación de sus seguras humedades.

El espacio de la cripta de los Mendoza se plantea sobre una planta elíptica,  y ocho pilastras adosadas a sus muros que transforman el ámbito en poligonal, sosteniendo a través de un gran cornisa muy decorada los arcos que confluyen en el centro formando una bóveda muy rebajada, cuajada de decoración de alabastros y yesos sobredorados. En los intercolumnios se alinean, cuatro por espacio, sobre entrepaños de mármol, las urnas que contuvieron los restos mortales mendocinos. Solo una de esas urnas ha llegado entera a nosotros, una de las más altas, que los franceses no tuvieron tiempo o ganas de destruir. Las demás fueron destruidas, y mal que bien, ahí están: se han conservado tal cual, creo que con acierto. En total hubo 26 urnas, que llevarían en sus frentes los nombres de los duques y duquesas fallecidos. Unos 80 años (entre 1728 y 1808 estuvo aquello entero y cuidado. La destrucción de las tropas de Napoleón lo arruinó para siempre.

Quizás lo más llamativo de esta cripta de San Francisco es la decoración que duques y arquitectos quisieron darle, en un boato y magnificación del sentido de la muerte: Tanto el suelo, los muros, la cripta y la capilla, todo está revestido de llamativos mármoles de tonos rosa, gris y negro. Han sido rehechos prácticamente enteros, a excepción de algunos fragmentos que, pulidos y recompuestos, muestran la disposición original. También en esos tonos está decorada la escalera cubierta por bóveda alargada que permite al visitante entrar a este espacio.

Al fondo de esta cripta aparece en estrecho espacio la capilla, iluminada por gran ventanal. En ella se ven cuatro columnas adosadas que sostienen el clásico friso y cada una de ellas un angelote. Se cubre de bóveda hemiesférica, y también se reviste en su conjunto de ricos mármoles con adornos barrocos. Esta capilla no se llega a cubrir completamente, pues su parte más alta, la linterna estrecha de su bóveda, comunica con el baldaquino del altar mayor del templo. La humedad del suelo forzó a esta situación tan curiosa y llamativa, que no todos los visitantes entiende: el remate de la bóveda asoma sobre el altar mayor del templo franciscano.

Otras referencias de esta cripta

Los documentos que nos han dado a conocer la historia, los avatares tristes, y las etapas constructivas de este monumento del que a partir de ya puede presumir Guadalajara, los reunió en sus días de trabajo el cronista provincial don Francisco Layna Serrano, allá por los años 1930 y 1940, cuando escribió su gran obra “Los conventos antiguos de Guadalajara” en la que viene con detalle la de esta casa franciscana, su templo y su cripta. El libro, hasta ahora raro de encontrar, se ha reeditado en 2010 por parte de la editorial AACHE haciendo como número 6 parte de la Colección de las “Obras Completas de Layna Serrano”.

También es de advertir que en nuestra tierra, y con el apoyo mendocino, ha habido otras criptas en las que han tratado de enterrarse y descansar (qué difícil es descansar, en España, incluso después de muerto!)  los individuos de otras ramas del linaje de Mendoza. En Pastrana se hizo, a principos del siglo XVII, una cripta bajo el presbiterio de la iglesia colegiata, y en ella se enterraron en principio los duques de Pastrana (doña Ana de Mendoza, princesa de Éboli, su marido don Ruy Gómez de Silva, su hijo don Pedro González, arzobispo que fue de Granada y antes guardián de los franciscanos de la Salceda, etc.) y en definitiva, y a partir de 1860, todos los duques y demás alturas de la familia, pues los Osuna decidieron recoger los restos que los franceses había derramado por el suelo y llevarlos juntos a Pastrana.

En Mondéjar, en el convento de San Antonio, los condes de Tendilla y marqueses de Mondéjar hicieron lo mismo bajo el presbiterio del convento franciscano de San Antonio. De aquello hoy quedan dos paredones (que al menos son Monumento Nacional) y un terraplén de escombros y de yerbas bajo los que, seguro, está otra cripta a saber de qué categoría….. pero esta es otra historia, que como una madeja va saliendo, y nunca lleva a nada bueno.