Guadalajara viva en Sevilla

viernes, 24 diciembre 2010 0 Por Herrera Casado

Un viaje cultural por la ciudad de Sevilla, me ha servido para recoger algunas imágenes, visiones y recuerdos de Guadalajara en la ciudad del Guadalquivir. Ella, la más hermosa perla de Al-Andalus, la ciudad sorprendente que enamoró a reyes, escritores, artistas y viajeros durante siglos, tiene unos cuantos ladrillos de su edificio hechos con la argamasa de la Alcarria. 

El sepulcro renacentista de don Diego Hurtado de Mendoza, en la capilla de la Virgen de la Antigua, en la catedral de Sevilla.

 

La Virgen de la Antigua 

 Si Guadalajara tiene a la Virgen de la Antigua por su patrona celestial, y cuenta con el cariño y la veneración de miles de ciudadanos, los sevillanos no le van a la zaga y defienden esta advocación de María madre de Dios como su principal referencia. Y eso nada menos que en la tierra de María Santísima como se denomina popularmente a la campiña sevillana. 

Dice la tradición hispalense que cuando en 1248 entró triunfante en Sevilla el rey castellano Fernando III, apareció una imagen en una pintura mural en una de las mezquitas de la ciudad, que luego se transformó en catedral: efectivamente, la iglesia mayor, dedicada a la Virgen, de la Sevilla cristiana, se alzó sobre una importante mezquita (no la principal) de aquel cosmos islámico. Y aún cuentan las leyendas que una noche, durante el asedio a la ciudad de Sevilla, el rey Fernando de Castilla, estando en el campamento, se postró ante la Virgen de los Reyes para pedirle auxilio. Fue entonces cuando la Virgen le llamó por su nombre y le dijo: «Tienes una constante protectora en mi imagen de la Antigua, a la que tú quieres mucho y que está en Sevilla«, prometiéndole la victoria. Después, un ángel le hizo penetrar en la ciudad hasta llegar a una mezquita señalada, en cuyo interior le fue mostrada la pared que la ocultaba, que se volvió transparente, tal como el cristal, y Fernando III pudo contemplar la imagen de la Virgen tal como había sido pintada siglos atrás. El mismo ángel le orientó para volver al campamento, al que llegó sin menor sospecha e ileso. 

Esa imagen aparece en muchos lugares de Sevilla. El principal, la capilla de su advocación en la catedral, junto a la puerta del crucero norte. En la capilla donde descansa desde 1502 el alcarreño Diego Hurtado de Mendoza. Es una imagen pintada, no de talla. Y su estilo es plenamente bizantino, una imagen en pie, cubierta de un amplio manto que le sobrepasa por completo la cabeza, sosteniendo a su Hijo en brazos. Sostiene delicadamente en su mano derecha una rosa, mientras carga en su brazo izquierdo al Niño, que juega con un jilguero. 

Un poco en el estilo de la Virgen del Perpetuo Socorro y de otras tan populares en el mundo cristiano oriental, en el mundo de fe ortodoxa. Sobre la cabeza, dos ángeles se disponen a coronarla, en tanto otro ángel, más arriba, extiende una cartela en la que se lee la frase evangélica «Ecce María venit ad Templum» en una alusión a la festividad de la Purificación.El fondo de la imagen es dorado, adornado con un fino tapiz geométrico de motivos estrellados. 

Esa misma tipología la encontramos en otros lugares sevillanos que hemos visitado estos días y en que casualmente nos hemos encontrado con la misma imagen. Así por ejemplo en el templo mayor de Carmona, donde tiene altar la virgen de la Antigua en la cabecera de la nave de la Epístola. En uno de los altares laterales de la recién restaurada iglesia del Salvador, en el corazón de la vieja Sevilla, cuya imagen reproduzco junto a estas líneas. O en una estampa que se guarda, grabada en cobre, en el Hospital de los Venerables Sacerdotes del barrio de Santa Cruz. 

No hace falta decir nuestra simpatía hacia estas apariciones, recordando además la popularidad de la advocación de María Antigua en tantos y tantos lugares de la Cristiandad, tanto de España como de América hispana. Desde la que está en el Santuario de Nuestra Señora de La Antigua en Orduña (Vizcaya) hasta la de El Casar, en nuestra provincia, o la de Villarta de los Montes, en Badajoz. O más allá del mar, desde la que sirvió para fundar el primer santuario dedicado a la Virgen Antigua en Darién (Panamá), hasta la que hoy preside también altar y capilla en la catedral de México. La lista se haría interminable. Dejo a mis lectores la imagen de la sevillana Virgen de la Antigua, en la que quizás habría que fijarse para establecer más concretamente los orígenes de la advocación arriacense. 

 El sepulcro del Cardenal Mendoza en la catedral de Sevilla 

En la Capilla de la Virgen de la Antigua, que es la primera que se abre junto al enterramiento de Cristóbal Colón, en el crucero norte, hay dos grandes enterramientos de arzobispos. La capilla es un Museo de cosas notables, principalmente el retablo barroco de la Virgen titular. Pero quizás lo más interesante sean los enterramientos. El de la derecha del espectador corresponde al arzobispo y Cardenal Luis Salcedo Azcona, del siglo XVIII. Y el de la izquierda, lo mejor de todo, es el de nuestro paisano Diego Hurtado de Mendoza, un Tendilla puro, que fue Arzobispo de Sevilla (los tempus de la Historia se repiten: ahora el arzobispo sevillano es un seguntino) en los años finales del siglo XV, cuando los Reyes Católicos andaban montando España. 

Diego Hurtado de Mendoza y Quiñones, fue hijo de Iñigo López de Mendoza, primer conde de Tendilla, y de Elvira de Quiñones, cuyos enterramientos, procedentes del convento de Santa Ana de Tendilla, todavía se ven, aunque descuartizados, en el crucero de la iglesia de San Ginés de Guadalajara. 

Fue hermano del segundo conde de Tendilla, llamado como su padre Iñigo López de Mendoza, y principal cortesano de los reyes Isabel y Fernando. Fue el segundo cardenal de los Mendoza (el primero lo había sido el que tiene la estatua de bronce en la plaza de los Caídos). Como él estudió en Salamanca comenzando su carrera eclesiástica como ayudante de su tío, cuando era obispo de Plasencia en 1481. Luego fue nombrado obispo de Palencia desde 1471 a 1485, y más tarde arzobispo de Sevilla en 1485. También fue nombrado cardenal de Santa Sabina en 1500. 

Tras aparecer siete años en su magno puesto eclesiástico, la muerte le alcanzó en Tendilla, en 1502. Por ello fue enterrado, como sus padres, en el presbiterio del monasterio jerónimo de Tendilla, del que había sido importante benefactor, pero una vez concluido este mausoleo de la catedral sevillana, encargado por su hermano, sus restos se trajeron aquí. 

Este sepulcro se hizo entre 1508-1509. Fue su autor Domenico di Alessandro Fancelli, y lo hizo en Florencia, por encargo del hermano del muerto, don Iñigo López de Mendoza, segundo conde de Tendilla, y primer marqués de Mondéjar, capitan de los Reyes Católicos y su embajador en Italia donde estuvo casi dos años, empapándose de cultura renacentista. El sepulcro está hecho a imitación del del Papa Paulo II en el Vaticano, obra de Mino da Fiésole y Giovanni Dálmata. Gustó tanto este enterramiento, que le llovieron encargos a Fancelli, sobre todo los reales de la tumba del príncipe Juan en Santo Tomás de Avila (1512) y de los Reyes Católicos (1517) en la Capilla Real de Granada. 

Cuando lo encarga Iñigo López de Mendoza, dice que sus “ymagines eran lo más principal y costoso de toda la obra” y en una carta al maestro mayor de la Catedral de Sevilla Alfonso Rodríguez, le pidió que el sepulcro se haga totalmente “al romano” porque “my voluntad es que no se mezcle con la otra obra ninguna cosa francesa ny alemana ny morisca sino que todo sea romano y que de lo otro que aya en él debuxado no se mude cosa ninguna” 

El sepulcro, al que invito a mis lectores alcarreños que no dejen de visitar algún día, y admirarlo como se merece, es un tipo de sepulcro arcosolio u hornacina muy del gusto de los artistas italianos del quattrocento en las iglesias de Florencia y Roma. El yacente, tratado con suaves líneas y planos, reposa sobre una cama o lecho que a su vez se sustenta sobre ménsulas que sujetan un cuerpo muy labrado y adornado con guirnaldas. 

Sobre el cuerpo del personaje, en la pared, realizó Fancelli tres relieves representando a la Virgen sentada con el Niño, más la escena de la Resurrección y la de Santa Ana enseñando a leer a la Virgen. Por encima de este friso hay otro dividido en cuadros, con símbolos religiosos y en los extremos los retratos de los hermanos del cardenal, muy semejantes a los retratos de los sobrinos del obispo Thomas James (obispo) en su sepulcro de la catedral de Dolde-Bretagne (1507) realizados por Antoine de la familia de escultores Giusti de Florencia. Fue el historiador de arte Èmile Bertaux quien señaló este parecido, dando noticia probada de que Fancelli tuvo relación profesional con estos escultores. 

El arco de medio punto descansa sobre columnas con fustes muy decorados. Le sigue otra rosca y finalmente otra a modo de guardapolvos, todas con abundante ornamentación renacentista. En las enjutas de la rosca exterior pueden verse los escudos del linaje mendocino. A los lados de las columnas hay tres hornacinas aveneradas con las esculturas de San Pedro, San Juan, San Isidoro de Sevilla en un lado, y San Pablo, Santiago y San Andrés en el otro. En el centro del zócalo hay un epitafio con el resumen de la vida del cardenal que fue arzobispo hispalense y Patriarca de Alejandría. 

 El pabellón alcarreño en la Plaza de España 

 La mañana de sol otoñal invita a pasear la sevillana plaza de España. Recientemente restaurada de tanta inclemencia y tan poco respeto como se la ha tenido últimamente, ahora luce con todos los brillos de su ladrillo puro y su cerámica colorista. En el amplio semicírculo se instalan bancadas, rincones, dedicados a todas y cada una de las provincias de España. Era la forma de homenajear al propio país anfitrión de aquella Exposición Iberoamericana de 1929, tan espectacular y perpetuada en edificios y obras de arte. El arquitecto diseñador de tal maravilla, Aníbal González, derrochó ingenio e inspiración en ella. 

La provincia de Guadalajara tiene su bancada, ahora recuperada y con todas sus imágenes dispuestas a la admiración. Encima del todo, está el escudo de la ciudad, que vemos junto a estas líneas, y cubriendo el respaldo de los asientos, una composición de azulejos en la que aparece la escena de las bodas de Felipe II e Isabel de Valois, del que se acaba de cumplir los 450 años, y que a la semana que viene dedicaré el memorial que el hecho merece. 

Los bancos fueron realizados en el taller cerámico de la viuda de J. Toba Villalba, en el barrio de Triana. Y en ellos aparecen 8 imágenes de la capital de la provincia, en tinta parda amoratada sobre fondo blanco. Son estas las imágenes de Guadalajara, de una Guadalajara de hace cien años, qque aparecen en la plaza de España de Sevilla: El Panteón de la duquesa de Sevillana, terminado por esos años, y en vista desnuda del edificio, no hay ningún otro elemento, ni árbol, ni nada en torno a él; El torreón del Alamín; las vallas del Cuartel de San Carlos; el molino harinero del Henares; el puente árabe sobre el río; La Excmª Diputación Provincial; la Academia de Ingenieros y el Parque de la Concordia. Un colección de postales que permanecen en cuadernillo abierto sobre los bancos en los que cualquier alcarreño, al tibio sol del otoño (ni se le ocurra ir allí en verano!) podrá evocar de cómo era Guadalajara hace 80 años. 

El Hospital de los Venerables 

 En el barrio de Santa Cruz, dándose de codazos con los turistas que abarrotan sus minúsculas calles, sus plazas colmadas de mesitas para beberse el café o la cerveza a precio de Manhatan, surge la fachada blanca y severa del Hospital de los Venerables Sacerdotes. De casualidad entramos en él. Y no queda más que recomendar a todos su visita. Espectacular el patio, la iglesia, el íntimo silencio de sus galerías soleadas. Sobre todo impresiona el templo, cumbre de la ornamentación barroca andaluza: Valdés Leal en las pinturas y Pedro Roldán en las esculturas consiguen una atmósfera irreal, fuerte, espléndida.