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agosto, 2010:

Un viaje a Viso del Marqués

En estos días, todavía largos, del verano, cabe la posibilidad de hacer una excursión por la tierra ancha de la Mancha, y llegarnos hasta el último confín de la Autonomía, frontera casi de Jaén, pero lugar donde la maravilla del arte pone contrapunto a la simpleza del paisaje.  

Si nuestra región puede presumir de algo, es de patrimonio monumental, cuestión heredada de antiguos siglos y de manos generosas, que hoy, al menos, se intenta mantener. Uno de esos lugares, increíbles a fuer de sorprendentes, es el palacio del Marqués de Santa Cruz, en Viso del Marqués. Allí nos vamos, echándole al menos dos horas y media de viaje, desde Guadalajara, y otras tantas de vuelta.   

Imagen de la Ciudad de Argel, uno de los cientos de pinturas que adornan las techumbres del interior del palacio de don Alvaro de Bazán en El Viso del Marqués (Ciudad Real)

 

Un lugar manchego   

Al sur de la provincia de Ciudad Real, no lejos de la autovía de Andalucía, d ela que hay que apartarse a la altura de Almuradiel, se encuentra el Viso del Marqués. La plaza del Pradillo es la más grande de la población, y en ella se conjuntan sus mejores edificios: la iglesia parroquial de la Asunción por un lado, y el palacio del Marqués de Santa Cruz. En su centro se alza la escultura en bronce de Don Álvaro de Bazán, capitán general de galeras del rey Felipe II y primer marqués de Santa Cruz. Vencedor en Lepanto, tomó gran afición a esta villa de la que fue señor, beneficiándola de muchas maneras, pues construyó el primer convento de la Orden Franciscana de Capuchinos en España, así como su propio palacio, siendo patrono de su iglesia parroquial.   

Gran marino y militar, don Alvaro de Bazán fue llamado “padre de los soldados”. Así lo asegura Cervantes, que fue soldado a sus órdenes en la batalla de Lepanto contra los turcos. Tras ello fue nombrado por el rey Felipe II Capitán General de la Mar Océana, y le llegó la muerte cuando preparaba la invasión de Gran Bretaña.   

El palacio del marqués de Santa Cruz en El Viso es un ejemplo extraordinario de palacio renacentista muy influido por los modos constructivos italianos. El momento de su construcción abarca de 1564 a 1588, siendo su arquitecto diseñador Enrique Egas el Mozo, en 1562. Y luego fue Giovanni Battista Castello il Bergamasco, quien dirigió el proyecto, ayudado de otros maestros menores, algunos italianos.   

Tiene planta cuadrada, de grandes dimensiones, y sus muros están construidos de ladrillo, piedra rodada, cantería en algunas esquinas y mármoles preciosos extraídos del término de El Viso, en sus partes más nobles. El interior del palacio del marqués de Santa Cruz conjuga influencias netamente italianas con tradiciones españolas. Pero lo más precioso es el patio.   

El patio   

La entrada en este patio da una sensación de solemnidad y belleza que deslumbra, sobre todo por el contraste que supone con la pobreza de elementos de la fachada exterior.   

Tiene dos niveles de arcadas semicirculares, siendo las del nivel inferior de orden dórico, en forma de anchas pilastras, y las del superior de orden jónico, con balaustres y pasamanos, todo de mármol. De este patio surge la escalera que asciende a la galería y estancias superiores, que son las más nobles y donde se ofrecen las pinturas que han hecho famoso a este edificio. Esta escalera es de doble tramo, y en ella sendos lunetos que albergan cada uno una estatua colosal, representando una de ellas al propietario, don Alvaro de Bazán, bajo la figura de Marte, y la otra al almirante Andrea Doria, bajo la figura de Neptuno.   

Las pinturas   

Lo esencial de este palacio, el motivo de su fama, aparte de la bella conjunción arquitectónica del edificio y sus contenidos como zaguán, patio y escalera, son las pinturas que lo adornan. En gran profusión ocupan sus muros y techumbres y son tan abundantes y varias sus temáticas, que sin duda este palacio se alza como el más importante elemento de pintura mural de carácter civil en toda España.   

El programa iconográfico de este inmenso conjunto pictórico tiene como finalidad la exaltación de las empresas militares del marqués de Santa Cruz y de sus antepasados. Y lo hace con representaciones de temas mitológicos y campañas militares. En el zaguán se representa la leyenda de Neptuno, dios del mar, y “patrón” por decirlo de alguna manera, del propietario, que es gran marino.   

Junto al zaguán, hay dos saletas también con pinturas en sus techos, tomadas de las Metamorfosis de Ovidio y el Asno de Oro de Apuleyo. En la sala occidental aparecen Venus y Adonis y en la oriental Apolo y Coronis.   

En las galerías del patio se ven representadas ciudades en las que don Alvaro realizó sus hazañas: Ceuta, Tánger, Marbella, y Navapico. En los ángulos, alegorías de España y los Estados Pontificios, rodeadas de las ciudades de Burgos, Toledo, Granada, Sevilla, Venecia, Génova, Nápoles y Roma. Acompañadas a su vez de las figuras de Carlos V, Felipe II y Pío V. Enfrente, las naciones enemigas: Francia, Turquía, con sus ciudades más importantes, Paris, Marsella, Lion y Bolonia, más Damasco, Constantinopla, El Cairo y Argel, y los monarcas Enrique IV y Selian.   

En las salas bajas aparecen escenas de la leyenda de Ulises, sus compañeros, y sus aventuras. Al lado opuesto se encuentra la Sala de los Cuatro Elementos dedicada a Escipión. En las bóvedas de la escalera, entre prominentes estucos, se ven los siete pecados capitales (Vanidad, Gula, Ira, Avaricia, Lujuria, Envidia y Pereza) más la Ignorancia, frente a otros tantos Trabajos de Hércules: así se pinta la lucha eterna de la Virtud contra el Vicio, y dando de nuevo valor a la que se supone idea de buen ciudadano de don Alvaro de Bazán.   

En la escalera, las bóvedas albergan luego escenas variadas de la historia de Roma, como es la propia historia de su fundador Rómulo, la Coronación de Numa Pompilio, el asesinato de Julio César, la construcción de la Mole Adriana, y la historia de Mucio Scévola. Surgen aquí también las alegorías de la Gloria y la Fama, muy utilizadas en lugares de acceso y paso.   

Ya en las salas del piso superior, en los salones altos, las inmensas colecciones pictóricas que suponen la formación de la Sala de Portugal, con las escenas del asedio por mar a Lisboa, los generales y personajes que participaron, vistas de la costa, etc. Esta sala es toda ella pintura, color, acción y memoria. Tanto en su bóveda como en sus paredes, aparecen escenas de la toma de Lisboa y otras ciudades, vistas desde lo alto. Todas ellas se conforman en la campaña que se inició en Cádiz en julio de 1580 y acabó el 28 de agosto de 1581. También aparecen representados personajes vinculados a las batallas de esta campaña, que son Felipe II, el duque de Alba, Pedro de Médici, Próspero Colonia, Carlo Spínola, Bernardino de Mendoza, el Prior de Hungría, Hernando de Toledo, Alonso de Bazán, Alonso de Leiva, Juan de Cardona y el marqués de Santa Cruz.   

En el Salón de Linajes, los muros y bóvedas se llenan con retratos del pasado, árboles genealógicos y alusiones al mito de Hércules. En el centro de la bóveda del Salón de Linajes, aparece la escena que da nacimiento a la nobleza del apellido Bazán: es el momento en que don Alonso González de Baztán, en el año 882, libera al rey de Navarra Sancho Abarca Tercero del poder de los franceses, y este en premio le mandó dejar sus armas y tomar las del tablero de damas. Es muy curiosa la disposición de las pinturas de esta sala, pues recorriendo la bóveda, y simulando una balaustrada, asoman a ella, emparejados con sus esposas, los antepasados de los Bazán, que se identifican fácilmente por los carteles que bajo ellos corren.   

Los autores de la maravilla   

Por lo que respecta a los autores del conjunto pictórico, debemos decir que fue su principal artífice el piamontés Cesare Arbasia, que vivió en El Viso entre 1576 y 1589. Tuvo lógicamente muchos ayudantes, destacando entre ellos la amplia familia de los Peroli. En los documentos, Arbasia es denominado el maestro. También trabajó en el grupo el castellano Mohedano. Arbasia, que trabajó antes en Roma (Vaticano), Florencia (la catedral Santa María dei Fiori) y otros lugares de Italia, fue traido a España por Pablo de Céspedes, y se ocupó primero en grandes programas iconográficos para las catedrales de Málaga y Córdoba. Arbasia es sin duda un pintor completo, pues hace retratos, paisajes, batallas, arquitecturas, y en Córdoba y Málaga grandes programas de temática religiosa.   

La intencionalidad del conjunto de pinturas que tapizan paredes y techos de este palacio, es la de exaltar las empresas militares del marqués de Santa Cruz y sus antepasados, aunque sin duda la armazón ideo­lógica estaba basada en un complejo mundo de erudición y sabiduría humanista.   

El jardín   

Un romántico jardín surge en el costado occidental del palacio. En él encontramos, además de una bellísima serie de azulejos talaveranos, modernos, descriptivos de escenas de guerra renacentista, adosadas al muro del palacio las esculturas funerarias de los marqueses: las estatuas sepulcrales de don Alonso de Bazán y de su esposa doña María de Figueroa, pertenecen al primer tercio del siglo XVII. Fueron ejecutadas para ser puestas en el Convento de la Concepción de El Viso del Marqués, pero finalmente se pasaron a este lugar que les da dimensión más personal. Fueron talladas por Antonio de Riera, escultor catalán próximo a la Corte, por las que cobró mil ducados. El diseño arquitectónico de los nichos que  cobijan las estatuas son de la acreditada mano del arquitecto carmelita Fray Alberto de la Madre de Dios, y fueron realizados por los canteros Martín de Azpillaga y Francisco de Mendizábal. Están los marqueses en actitud orante, arro­dillados sobre el reclinatorio. Son obras ejecutadas en mármol blanco, que con­trastan con el gris azulado de los nichos, destacando el tratamiento de las telas y la minuciosa decoración de los vestidos.   

Avatares hasta hoy mismo   

Como muchos otros edificios capitales del arte español, este palacio del marqués de Santa Cruz vivió épocas penosas. Sirvió en ocasiones como hospital de guerra; se usó para albergue de mendigos y peregrinos, que hacían lumbres en sus salones, deteriorando sus pinturas. Durante la Guerra Civil española se usó como granero y almacén de intendencia, por lo que los frescos se dañaron aún más. Después de la Guerra se usó como escuela del pueblo. A partir de 1948, en que se creó el Museo-Archivo General de la Armada Española, se comenzó a restaurar y acondicionar para servir de sede a dicha institución, y en 1950 se abrió finalmente para este uso. Sus propietarios, los descendientes de los marqueses de Santa Cruz, lo alquilaron al Estado por la simbólica cantidad de una peseta al año.  Su actual propietario, el duque de San Carlos, mantiene esa concesión al Estado. El Palacio se encontraba en aquellos momentos en unas condiciones lamentables, pero poco a poco la Marina fue restaurando todas y cada una de las salas, instalando en la planta baja su Museo-Archivo General. Se puede realizar la visita del edificio en horarios de mañana y tarde todos los días de la semana excepto lunes.  

Nobles casas molinesas

La casa grande de los García Herreros en Milmarcos

 Leer la historia del antiguo eñorío de Molina, es adentrarse en la auténtica manera feudal de entender la sociedad, y conocer la expresión de unos modos ancestrales de vida y convivencia. Fruto de la conquista a sus ocupantes árabes, las altas tierras molinesas, desde los miradores sobre el Jiloca hasta las hoces del Tajo, fueron puestas bajo las manos de los Lara, de sus condes don Manrique, don Gonzalo, don Alonso, aquellos que supieron mantener su independencia entre Aragón y Castilla. De su Corte de Caballeros surgieron cuantos iban a constituir, siglos adelante, la nobleza limpia de los hijosdalgo molineses. Su asentamiento en los grandes pueblos de ocupación agrícola y ganaderas, en los diversos sexmos del Campo, el Sabinar, el Pedregal y la Sierra, llegó a dar un aire propio a cada pueblo, y hoy levanta en el visitante, añoranzas y deseos de conocer más a fondo aquellas vidas, cargas de ejecutorias de nobles linajes y orondas golillas, que poblaron sus muros.

El viajero que ande el Señorío va a encontrar edificios verdaderamente singulares y curiosos, todos ellos merecedores de una visita detenida y evocadora. En Mazarete, a la vera de la copuda olma de la plaza, se ve la ya medio desvencijada casona de los López Mayoral. En el siglo XVII fue construida, con elementos lineales y geométricos muy en la línea del momento. Pero puede el viajero divertir su atención observando cuantas extrañas cosas se tallaron en su frontis, sobre la piedra grande del dintel. El nombre del dueño, don Gregorio López Mayoral, los anagramas de Jesús y de María, y luego el cúmulo de atributos de su profesión ganadera: un cayado, una pica, un calderón, dos caballos, dos ovejas, y la gran cabeza de un astado.

Sigamos a Milmarcos, donde varias casonas mantienen imperturbables sus frentes nobles: la de los López Montenegro, en la plaza, frente al Ayuntamiento, con un gran portón de semicircular dovelaje, un magnífico escudo tenido de ángeles y monstruos, y anchos balconajes de hierro bien colado. Aún en el mismo lugar no saludan las antiguas casonas de los López Olivas, de los Badiolas y, en la calle del Jesús, ese magnífico palacio, propio de una real Corte, que en siglo XVII edificio la familia García Herreros, de la que surgió el Inquisidor y Obispo don José García Herreros, y que luego fue ocupada de los Téllez y Liñán, hasta finalizar en la famosa Doña Pepa con cuyo nombre hoy todos en el pueblo conocen este edificio.

Tortuera sorprenderá al viajero con varias casonas de antiguo y rico linaje. Es la mejor, sin duda, la de los López-Hidalgo de la Vega, gentes de numerosas ejecutorias de nobleza desde el siglo XV, grandes propietarios de ganados, siempre radicados en esta villa, aunque de la familia surgieran grandes figuras del pensamiento, la religión y la literatura. Uno de ellos, por mencionar algún nombre, fue D. Diego López de la Vega, Obispo de Badajoz y Coria, mediado el siglo XVII. Es esta casona un colosal y limpio ejemplo de la vivienda nobiliaria en el Señorío de Molina. Portón arquitrabado, rematado en gran escudo de armas. Ventanales simétricos, cubiertos de rejería de la época. Un patio adjunto con tapial rematado de almenas. Al interior, y a pesar de modernas reformas, escalera noble y grandes techos oscuros de madera. Ni rastro ya de pinturas y blasones que cubrían sus paredes.

En el mismo lugar de Tortuera, vemos los palacios de los Moreno y de los Romero de Amaya, gentes de alta prosapia.

Prados Redondos no va a la zaga en casonas solariegas. La de los Cortés de de comienzos del siglo XVI. Un portón magnífico, de semicircular dovelaje, remata con el escudo familiar. Delante de la casa, un patio rectangular con puertas a los extremos. Encerrada en el pueblo, la casa de los Garcés semeja mucho a la anterior, y está magníficamente conservada en sus interiores.

Y acabemos en Molina, la capital del Señorío. El recuerdo de los palacios que cayeron, no hace mucho todavía: el de Obregón, el de los Peyró del Castillo, tantos otros… la presencia digna, magnifica, de otros que aún parecen guardar el hálito conceptista del Siglo de Oro: el de los Motesoro, el de los Funes, el de los Garcés de Marcilla… y, en fin, ese colosal ejemplo de lo que fue el palacio señorial, en el siglo XVIII; el de D. Fernando Valdés, virrey de Molina, con sus paramentos cubiertos de pinturas y escenas relativas a la nobleza de la familia; con su gran portada barroca… y hoy ya lamentablemente desguazado, agredido y violado por quienes desprecian de manera total este testimonio arquitectónico del pasado de su tierra.

Juderías: Y a los cien años resucitó

Mañana mismo, por la tarde, en Sigüenza, se va celebrar un entrañable homenaje a la memoria de uno de los escritores más castizos e importantes que ha tenido nuestra provincia en el siglo XX, y al que, en el centenario justo de su nacimiento, se le quiere rendir aplauso y recuerdo. La Excmª Diputación Provincial de Guadalajara, atenta siempre a lo que supone aliento a la cultura de raiz provincial, a lo que tiene rumor de manantial propio y consistente, lidera esta jornada, en la que tendrán fuerza las voces de Lorenzo Díaz, Javier Sanz Serrulla y quien esto escribe. 

De izquierda a derecha, Gregorio Marañón y Alfredo Juderías

 

 Un escritor molinés 

Aunque nacido en Madrid, su infancia la pasó en Molina, pocos le relacionan con el Señorío, y aunque dejó un escrito maravilloso sobre su tierra, al final hay que dar la razón a quienes dicen que “nadie es profeta en su tierra”. Fue en Madrid donde desarrolló toda su carrera. Venido al mundo en 1910, cursó la licenciatura de Medicina, en la Universidad Central y el Hospital de San Carlos, aprendiendo el oficio junto al mejor maestro que hubiera soñado: con don Gregorio Marañón, de quien se hizo no solo admirador, sino devoto, propagador y estudioso más allá de la muerte del gran clínico. 

Siguió toda su vida trabajando en su profesión, descansando en los tiempos que la administración habilita para ello, en su casa de la Calle Mayor de Sigüenza, pasando largas jornadas y profusas tertulias en la Alameda de la ciudad mitrada. Quedó viudo pronto, y siguió acudiendo a Sigüenza con su hermana, que le ha sobevivido. Él murió en Madrid, en agosto de 1991, cuando en Sigüenza sonaba la fiesta mayor de San Roque. 

Sus temas literarios 

Alfredo Juderías empezó a escribir porque se lo pedía el cuerpo. Y las aficiones, pues en Madrid vivió siempre en las tertulias literarias de la posguerra, acompañando a gentes como César González Ruano, Federico Carlos Sainz de Robles, Antonio Mingote, García Nieto, Federico Muelas y Gerardo Diego. Muy amigo de quienes hacían cultura en Guadalajara por aquellas épocas, Juderías trabó amistad con José Antonio Suárez de Puga, Fermín Santos, Angel Montero, y Juan Antonio Martínez Gómez-Gordo. 

Como siempre pasa, el quehacer y la práctica pronto le soltaron y auparon a un estilo propio en el que, sin haber llegado a dejar una obra copiosa, sí que la tuvo medida, homogénea y atractiva. 

Algunas de sus cosas fueron dedicadas a la tierra natal. Así, en 1976 su amigo José Martialay le proporcionó la edición de un breve opúsculo sobre su ciudad natal, titulado así “Molina de Aragón”. Era del mismo corte, pero mucho más breve, que el que había escrito y editado en 1958 dedicado a Sigüenza. El que en homenaje a la figura de su maestro, también tituló “Elogio y Nostalgia de Sigüenza”, que es un libro único, maravilloso, lo mejor que salió de su pluma, en el que apunta un recorrido por la ciudad y por la catedral seguntina, en un lenguaje que parece sacado del mejor de los clásicos, de una novela picaresca, de un entremés cervantino… 

Ese “Elogio y nostalgia” de la ciudad en que vive y sueña, es la mejor obra, la más pulida y definitoria de la literatura de Juderías. Quienes la han leído (y no lleva más de una hora hacerlo) la tienen por lucero que guía sus pasos en la vieja ciudad castellana. Nadie debería entrar a ella sin haber tenido entre las manos esta meditación y este llamado de don Alfredo. Debería examinarse de su lectura a cuantos penetren en la catedral, y aquel que no sepa de ella, que no se haya entretenido un rato con sus definiciones a lo Mateo Alemán de enterramientos y lápidas, no debería ser admitido. 

La fórmula es repetida por Juderías en otros tres lugares: en Molina de Aragón, por ser su ciudad natal. En Santiago de Compostela, donde con motivo de un Congreso Médico, la Reunión del Collegium Internacional de Radiología ORL, en 1973 le lleva a preparar un recorrido por la ciudad del Apóstol, en ese lenguaje coloquial, ricamente humano, que levanta sonrisas y pide pasos. Finalmente, lo repite en Lourdes, en 1979, dándonos otra lección de conocimiento profundo de un lugar turístico, pero humano, al que él acudía todos los años por colaborar con cuantos se arriman a la posibilidad del milagro en los Pirineos franceses. 

También fue poeta Juderías. Dedicó poemas de la ciudad de su amores, a la catedral seguntina, a mil cosas más. Trabajó en la reunión de poemas de médicos compañeros (estuvo activo muchos años en la Sociedad Española de Médicos escritores y Artistas) y publicó la Primera Antología de Médicos Poetas en 1957, en la que inlcuyó cosas suyas, cosas de Martínez Gómez-Gordo, y de Francisco Cortijo, entre los guadalajareños. 

De su especialidad no escribió demasiado. Tiene un libro firmado en 1956 y que titula “Sobre la Medicina práctica” en el que apoya la sistemática clínica por encima de cualquier otra, y una “Educación e higiene de la voz” de 1969, con el que varios años se encargó de enseñar a cantar y a usar bien la laringe a los alumnos de la Escuela Nacional de Canto. 

En los periódicos de Guadalajara (Nueva Alcarria primero, y Flores y Abejas después) Alfredo Juderías dejó algunos artículos referentes a temas seguntinos. Son difíciles de encontrar ahora, a no ser que se purgue con paciencia la colección completa de ambas publicaciones. Una cosa sí que quedó, el año antes de su muerte, impresa en el nº 12 de la Revista “Abside” que por entonces dirigía y animaba el actual arzobispo de Sevilla, don Juan José Asenjo. En ese número publicaba un “Réquiem de urgencia por el maestro Sebastián de Almonacid” a propósito de las diversas teorías que entonces, como ahora, se mantenían danzantes acerca del autor de la estatua del Doncel. Nadie lo ha llegado a concretar, pero esa visión del escultor medieval, con ribetes renacentistas, que da el salto mortal haciendo la estatua de Martín Vázquez tras tallar otras más hieráticas de Campuzanos y Tendillas, es la que Juderías toma con su cabal sentido del humor y el buen escribir que le caracterizó. 

Su pasión por la gastronomía 

Entre los temas que más le interesan a Juderías está el de la Gastronomía, la coquinaria antigua. Se decantó por algunos aspectos aún más peculiares de ella, y así produjo la “Cocina para pobres” que le ilustró su amigo Antonio Mingote, y aún anda reproduciendo ediciones. Hizo también un curioso ensayo sobre cocina judaica. Lo tituló “Viaje por la cocina Hispano-judía”, y se lo editó también Seteco. Es de 1990, un año antes de morir, y como me imagino que hizo con muchos otros amigos, me mandó un libro regalado, con esa dedicatoria que me llena de orgullo: “Un libro y un amigo”, A. Juderías. 

De todo ello hablará Lorenzo Díaz en su homenaje. 

Su ideario marañoniano 

En la parcela médica, Juderías fue un seguidor a ultranza de Gregorio Marañón. Se formó con él en el San Carlos, y de él aprendió esa moderna Medicina que puso a la española en la punta de los avances científicos a mediados del pasado siglo. Sobrepasando al puro ejercer clínico de Letamendi, Marañón aumenta la visión del médico, desde la siempre presente clínica, con los avances analíticos, ayudándose de la radiología naciente, de la bioquímica, y de todas las tecnologías que hacia 1950 van apuntando. 

En la escuela de médicos madrileña aprendió los rudimentos de la Otorrinolaringología junto al entonces catedrático, Antonio García Tapia, y de ahí también nació su querencia hacia esta parcela quirúrgica del actuar profesional. Tras el impasse de la guerra, volvió a Madrid a ejercer, haciéndolo primero junto a don Guillermo Núñez en la Facultad, y luego por su cuenta, integrándose hacia finales de los años 50 en el equipo constituido en la Ciudad Sanitaria “La Paz” donde junto a Sacristán y Gavilán desarrolló su principal quehacer médico-quirúrgico. 

Que no fue demasiado activo, pues Alfredo prefería dedicarse a las tareas de “relaciones públicas”, organización de congresos, y tareas de formación, que siempre ha de haber en un grupo tan numeroso y complejo como el de La Paz. Acudía una vez a la semana a pasar consulta y a operar problemas de su especialidad en la Clínica de “La Antigua” de Guadalajara, habiendo aún personas que le recuerdan en esta tarea, revestido de una gran bata blanca cerrada por delante, como era entonces, en los años 50, tradicional en esta especialidad. 

De Marañón aprendió todo, y a Marañón le devolvió su admiración en forma de estudios continuos. Preparó una edición del “Ideario” del clínico madrileño, así como el libro “Marañón, evocación al maestro”, que fue presentado en Guadalajara en 1962. Finalmente, y por encargo de Espasa-Calpe, se dedicó durante más de 10 años a recoger y editar las Obras Completas de Marañón, su obra más consistente, que fue apareciendo en 10 gruesos tomos de 1966 a 1977. 

De todos modos, de este aspecto profesional y marañoniano hablará mañana en su homenaje el médico seguntino Javier Sanz Serrulla 

Un apunte bibliográfico de urgencia 

Para buscar las cosas de Juderías, aquí va un apunte breve, quizás incompleto, pero útil, de su obra literaria. Recuperada ahora, a los 100 años de su nacimiento. En una resurrección a las que nos tienen acostumbrados los escritores. Hay que leerle. 

Sobre la Medicina práctica. 

Editorial Murga. Madrid, año 1956. 

Primera  Antología Española de Médicos poetas. (Siglos XV al XX).  

Prólogo de G. Marañón. Ed. Cultura Clásica y Moderna. Madrid, año 1957. 

Elogio y Nostalgia de Sigüenza.  

Prólogo de A. de Figueroa. Marqués de Santo Floro. Ed. Cultura Clásica y Moderna. Madrid, año 1958. (Hay edición actual de AACHE, Guadalajara 2008) 

Idearium de Marañón 

 Prólogo de F. Carlos Saiz de Robles. Ed. Cultura Clásica y Moderna. Madrid, año 1960 

La Medicina y los Médicos en la obra de Marañón  

Ed. Espasa‑Calpe. Madrid, año 1962. 

Educación e higiene de la voz . Ed. Atika. Madrid, año 1969 

Cocina para pobres.  

Prólogo de Luis Antonio de Vega (Portada de Mingote) Ed. SETECO. Madrid.   

Santiago de Compostela de noche. Ed. Gasa. Madrid, año 1973 (Traducciones al francés e inglés) 

Molina de Aragón. Ed. Comisión Provincial de Información, Turismo y Educación Popular de Guadalajara. Año 1977 (Portada de Fermín Santos) 

24 horas en Lourdes. Edit.SETECO. Madrid 1979. 

Obras completas de Gregorio Marañón (Selección de textos y notas) Ed. Espasa‑Calpe. Madrid. 1966-1977.

Los angeles americanos de Tartanedo

Hoy es noticia, una vez más, Tartanedo, y su patrimonio artístico. Y en concreto la docena de pinturas que representando ángeles se muestran, desde el siglo XVIII, en sendos altares de la capilla de los Montesoro, en su iglesia parroquial.

De su abandono ancestral, pasaron a ser restaurados en Toledo por la Consejería de Cultura, y de allí a ser mostrados, en exposiciones diversas, por la capital de la Autonomía, por Guadalajara y por Sigüenza. Una vez colocados en sus lugares primitivos, resplandecientes en su ambiente de pinturas y santos sobredorados, les ha llegado el momento de su ascensión a la memoria colectiva: a la semana que viene, el viernes 20 de agosto, será presentado en Tartanedo un libro que trata de ellos, que pone en la voz poética de José Antonio Suárez de Puga su glosa, y en el saber hondo de Teodoro Alonso Concha la razón de su existencia.

Una docena de ángeles

Estos ángeles cuzqueños llenan los muros de la capilla de los Montesoro con su fuerza y su serenidad. Son doce figuras pintadas al óleo sobre lienzos, que representan a doce seres angélicos, teóricamente los mismos que forman la corona de la Virgen María, llevando en sus manos y en cartelas o escudos, los símbolos de la Letanía Lauretana. Tienen más, sin embargo, que estos simples detalles enumerados. Tienen la fuerza del arte barroco hispano, pues son sin duda piezas ejecutadas en los talleres de pintura del Cuzco, en las alturas incaicas del virreinato del Perú, y aquí traídas por encargo de un noble y acaudalado ganadero molinés, hace más de dos siglos y medio.

Hay muchas colecciones de cuadros con ángeles en el arte hispánico. Bartolomé Román, en el barroco madrileño, consiguió el sabor de la elegancia en sus representaciones. En la provincia de Guadalajara, son de ver los cuatro arcángeles pintados en las pechinas de la iglesia jesuítica de la Virgen de la Luz en Almonacid de Zorita, y aún se asoman, un poco burdos, en relieve y repintados en la bóveda del crucero de la iglesia de Jadraque otros cuatro sujetos. Por el Señorío de Molina, en remota ermita, quedan otros por ver y estudiar.

Estos de Tartanedo, y ya restaurados, son impresionantes: una joya para el arte provincial, sin duda. Sus formas, sus actitudes, sus ropajes, sus adornos, todo indica que proceden de los talleres de pintura de la ciudad de Cuzco, una de las más importantes, junto con Lima y Potosí, del virreinato del Perú, en el que fue primer mandatario un paisano nuestro, el mondejano Antonio de Mendoza, y por el que luego pasaron otros varios alcarreños, que allí llevaron de ayudantes y funcionarios a gentes de la Alcarria, y de donde vinieron otros, aristócratas y nobles de medio pelo, a vivir en Guadalajara.

La riqueza del entorno, que recibía herencia capitalina de los incas, y se llenaba de ideas nuevas, mezcla de lo indígena andino, lo recién llegado del barroco andaluz, y lo naturalmente crecido de la pujanza criolla, dio un arte peculiar que levanta la admiración de quien contempla sus palacios, conventos e iglesias. Cuzco, la fría y lejana capital del virreinato, dio un estilo de pintura de ángeles que no ha sido igualado por ninguna otra escuela. Y es de ella de donde surgieron, sin duda, los doce cuadros de ángeles que vinieron a ser colocados en los muros de la capilla de Tartanedo. Desconocemos las circunstancias de su llegada, compra, autoría, etc. Pero de lo que no cabe duda es que proceden de allá.

Estos doce ángeles, pintados sobre fondo neutro de grises y ocres, se nos ofrecen en actitudes amables, cariñosas, dulces, como de paso de danza, en andadura sosegada. Sus vestiduras son amplias, rimbombantes, de capas y faldellines, con algunas corazas, botas y rodilleras especialmente hermosas, broches ricos en el pecho, y largos pelos sobre suaves facciones que, a nada que se observen, nos dejan en la duda, en la confusión de sexo e intención que muestran. Todos ellos llevan en su mano un escudo o cartela en el que se pinta una figura tomada de la Letanía de la Virgen, por lo tanto son ángeles que quieren honorar a María Madre de Dios, llevando sus poéticos iconos tomados de los Salmos: “Electa ut Sol”, “Fons signatus”, “Scala Salutis”, “Lilia inter spinas”, etc. Tres de ellos añaden un símbolo, pudiendo ser caracterizados como arcángeles: el principal, el jefe de todos ellos, es Miguel, con vara de mando y gran sombrero de plumas coloreadas. Otro es Rafael, caracterizado por su bordón y su esclavina como arcángel caminero. Y el tercero, que levanta en su mano izquierda un puñado de rosas, se trata de Gabriel. Los demás son ángeles, del montón, ninguno armado, pero elegantes, soberbios, bellos e inolvidables. Sin nombre propio, pero nacidos de la corona de estrellas (doce estrellas) que la virgen María Inmaculada lleva.

Muerte y Renacimiento de los ángeles de Tartanedo

Cuando dentro de unos días se alce de nuevo el telón de los ángeles, y tanto los vecinos del pueblo como cuantos lleguen hasta allí para asistir a este acto cultural que se presenta denso e interesante, los vean iluminados, se darán cuenta de la suerte que han tenido: porque ahora recuerdo que hace 35 años, en ocasión de visitar la iglesia parroquial de aquel pueblo molinés, dedicada a San Bartolomé, acompañado de mi buen amigo Teodoro Alonso, que allí tiene casa, la de sus mayores, pude admirar la capilla del lado meridional del crucero: la que fundaron en el siglo XVIII los Montesoro y Rivas, un linaje de procedencia italiana, que había afincado en la planicie molinesa durante los años de la pujanza económica generada en torno a la ganadería lanera, pude apreciar que allí estaba, como en penumbra, el conjunto artístico barroco más impresionante del templo: en un muro colgaba, medio deshecho, un enorme cuadro representando el Juicio del Rey Salomón (hoy ya restaurado) y en ángulo los muros ofrecían sendos retablos pequeños, uno de San José y Santa Catalina y otro de la Inmaculada Concepción, rodeados hasta la cubierta con pinturas de trampantojo que simulaban grandes retablos barrocos, rematados por los escudos del linaje, y adornados de una telas que mostraban, oscuros, sucios y ajados, doce ángeles de apreciable factura. De aquella visita guardo la fotografía que acompaña estas líneas, en la que se da idea de cómo era originalmente el espacio.

Tras infinitas gestiones, que Alonso Concha llevó con paciencia y buen tino, aquellas telas lograron su restauración, su muestra pública, el aplauso de cuantos las vieron, y su colocación definitiva en el lugar para el que fueron traidas desde la lejana puna.

Aunque no llevan los arcabuces que finalmente se hicieron símbolos de los ángeles cuzqueños, estos tienen el mérito de la elegancia, de haber nacido en un taller de cuidados artífices. Son americanos por un detalle: Aunque todos van descubiertos, su capitán Miguel tiene en lo alto de la cabeza un gorro que culmina en tres grandes plumas, de color rojo, amarillo y azul, que tomadas de los tocados de los mandatarios incas primitivos se transmitieron en fórmulas, rituales y pinturas a las representaciones cristianas. Y esto solo ocurría allí, en América. En la sacristía de Alocén aparece un cuadro de Santa Bárbara a la que han puesto en la cabeza un gorro igual, con las mismas plumas y colores. Viene sin duda del virreinato, es una especie de carnet de identidad.

Para ellos se escuchará en Tartanedo, dentro de unos días, la palabra honda del poeta Suárez de Puga, desgranando los poemas que ha escrito para ellos. Y la del escritor Alonso Concha, que ha llevado años investigando sobre ellos y, en general, sobre los ángeles y sus símbolos.

Imágenes andróginas

Decía José Luis Sampedro en su novela Octubre que “Los ángeles son andróginos castos”. Todos los seres andróginos son, por esencia, castos, puesto que se trata de especies biológicas básicas que poseen los dos sexos, pero no pueden fecundarse a sí mismos. Aunque los ángeles han sido considerados siempre masculinos, al menos en el cristianismo moderno, y sus nombres, especialmente los de los arcángeles, que son los más usados, han sido dados a los varones (Miguel, Rafael, Gabriel y Uriel), no dejan de ofrecer, hoy todavía, una inquietante imagen hermafrodita. Y dado que hay tanta gente, al menos en nuestro país, que no tiene nada qué hacer, no sería extraño que ante la contemplación de estas pinturas se levante de nuevo la bizantina cuestión, clásica en el anaquel de las frases hechas, de tratar en hondura, con amplitud y hasta en Congreso, sobre “el sexo de los ángeles”.

Viene esta disquisición a propósito de lo que, siempre que me paro a contemplar estas pinturas, se levanta entre algunos espectadores que me acompañan: “aunque son ángeles, parecen mujeres”, “es que son ángeles y no tienen sexo”, “es que los ángeles realmente son femeninos”… etc.

El libro que se presenta en Tartanedo

Es una obra interesante y hermosa, salida de la factoría de AACHE, con el patrocinio del Ayuntamiento de Tartanedo, encuadernado en tela de color Burdeos, y todo él a color, mostrando muchas imágenes: todas las de los ángeles, a página entera, y otras que referencian su origen. El título de la obra es escueto: “Angeles de Tartanedo”, y sus autores son muy conocidos entre nuestros lectores: José Antonio Suárez de Puga, que escribe los versos de arte menor en homenaje a estos alados seres, y Teodoro Alonso Concha, quien se encarga de hacer un estudio de sus símbolos (esos elementos que portan y muestran en sus escudos) y aún de la búsqueda del sentido de los ángeles en el arte. A partir de la semana próxima el libro se podrá adquirir en Tartanedo, en Molina, en Guadalajara y en cualquier librería de España donde les guste ofrecer estas publicaciones tan interesantes de nuestra tierra.

La Ronda de Membrillera

En estos días del pleno estío, cuando todos los pueblos de la provincia se encuentran llenos, de oriundos, de turistas, de añorantes y de festeros, parece buena idea traer a la reflexión y al público conocimiento una obra que sacó no hace mucho a la calle ese constructor y recopilador de sentimientos y viejas memorias que es Gabino Domingo Andrés, el alma de Membrillera, en donde nació y a donde vuelve cada minuto que puede y tiene libre: de allí nos dio, hace unos años, dos libros magníficos de anécdotas y sucedidos, el “Membrillera, peripecias de otro siglo” y “La Casa tradicional de Membrillera”. En todo caso, una oportunidad de sacar a la luz viejos dichos, canciones llenas de humor, y de optimismo.

 

Cómo empieza la Ronda

El inicio de ese libro que ahora comento y me sirve para animar a que los lectores vayan a las fiestas de los pueblos, donde sigue existiendo el cante antiguo (no solo la bullanga rockanrrolera de incógnitos orígenes y nula tradición) y las ganas de entretenerse como antaño, es un inicio práctico y sabio. Lo prologa David Sanz, que sabe de Membrillera y sus tradiciones, y que se emociona al presentar esta colección de mil rondas.

Dice Sanz que se debe tener siempre a punto la memoria de cualquier pequeño pueblo castellano, y retrotraerse para ello a comienzos del siglo XX, pues todavía hay que de una forma personal, o al menos muy directa, los vivió.

Por entonces, nunca faltaban el ánimo y la alegría, a pesar de la escasez de los tiempos. Los chicos tenían siempre a mano alguna vieja guitarra, y con cualquier motivo se ponían a cantar, sacando las letras de la memoria de los más viejos, o inventando nuevos cantares con motivos del momento. Así es cómo surge la rondalla, cuando varios se juntan para cantar. Y así surgen los cantares de ronda, cuando hay algo gracioso que decir.

Los temas surgen con mirar alrededor, con ver calles, paisajes y personajes. A todo se hace referencia. Aunque son tres los temas más recurrentes que se utilizan: la conquista amorosa de la persona querida, las expresiones irónicas y exageradas sobre lo que les rodea, y la persona del cura párroco, como personaje principal del pueblo, al que se mira con lupa, y al que se sacan chispas.

La Ronda de Membrillera

En esas mil letrillas hay de todo, como en botica. Cualquiera destacaría, de esta recopilación de rondas, la originalidad y la creatividad de los mozos y gentes de esta villa campiñera. Parece como que en tiempos pasados, sin otras instancias que despistaran su imaginación, la de los mozos membrilleros estaba desatada, era un puro volcán de imaginación y salsa. Surgen alusiones a lugares, a personajes, a fiestas, a visitantes y políticos, a vecinos y sus idas y venidas. Los temas los califica el recopilador en función de su trasfondo: los hay peliagudos, prodigiosos o sorprendentes. Los hay calamitosos, ponzoñosos y salvajes.

Galantes cumplidos, cantos de amor sencillo, formas de llama rla atención y de expresarse por la mujer que les gusta, a la que querrían ver de esposa, para siempre. Así cantan la ronda los de Membrillera, por cualquiera de las chicas que bajan y suben las calles del pueblo:

Eres pequeña y gordita

como grano de cebada;

lo que tienes de pequeña

lo tienes de resalada.

Dicen que hace frío

cuando cae una nevada;

cuando pasa mi morena

derrite la nieve helada.

Si yo fuera millonario

intentaría comprarte,

aunque sé que no hay dinero

para pagar lo que vales.

El sol se va apagando

y se pierde claridad;

en cuanto abres tú los ojos

se acabó la oscuridad.

De la parra, los racimos;

de la huerta, el tomate;

de los cantares, la jota;

de tu cuerpo todo vale.

En la Casilla los Moros

hay una piedra marcada

donde pone que te quiere

el que ahora mismo te canta.

En la Casilla los Moros

corre y sopla el viento;

en tu figura se esconde

el tesoro que llevas dentro.

Más cánticos a las mozas, a las que se trata de ensalzar, de criticar, de decir cosas que nos las dejen indiferentes. Ya se sabe que junto al amor más grande, parejo, cercano peligrosamente, está el odio más profundo. Aquí no llegan las cosas muy lejos, pero alguna se queda con el corazón parado al oir estas rondas:

Cerca de tu casa cuidé

un tallo con mucho esmero;

y la flor que allí salió

fue de un cardo borriquero.

Mañana voy a la feria,

a la feria de Jadraque,

a por una prenda íntima

que yo quiero regalarte.

Eres alta como un huevo,

derecha como una hoz,

blanca como el azabache;

buenas noches nos dé Dios.

Cuando yo te camelaba

te peinabas a menudo,

y ahora que no te camelo

pareces un perro lanudo.

Dicen que tienes buen moño;

dicen que tienes rodete;

y yo digo que es mentira,

que son trapos que te metes.

Algunas de las rondas hacen alusión a las cosas del pueblo, al frontón, a las fuentes, a la vendimia, a las tareas del campo…

Estuve en El Carrascalejo

con un cuévano bien lleno

de uvas blancas y negras

para llevarlo al cocedero.

En el Frontón de la Plaza

están jugando los mozos,

y las mozas van a ver

a cuál le echan el ojo.

En la fuente de Membrillera

los caños están cantando;

y cuando suena la guitarra

parece que están bailando.

Fuente Valdestebarrubio

es una fuente de la que mana

el agua que bebo yo

y la amiga de mi hermana.

En la fuente de Membrillera

bebe agua una paloma,

todo el que tiene sed

y el que juega a la pelota.

Y al final el recuerdo, el sentimiento siempre, por el pueblo en que se nace y al que seguro se vuelve:

¡Ay, calles de Membrillera!

Las veces que os he rondado;

y las que os rondaré

cuando venga licencíado.

Gabino Domingo y Camilo José Cela

Algunas palabras conviene decir sobre el autor de este libro, sobre Gabino Domingo Andrés, que es en Membrillera el alma del pueblo, el presidente de la Asociación de Amigos, el típico “factotum” que se mueve con las fiestas, con los papeles, con el PRODER, con las imprentas, y que ha creado una Casa-Museo típica… en fin, no voy a seguir. Porque ya se sabe (y sobre todo en la Alcarria) que cuando a uno se le pone muy bien en los periódicos, sus paisanos piensan que realmente lo que el escritor quiere es mortificar a otro, meterse con alguien. Y porque si de alguien hablas muy bien, o simplemente bien, la envidia crece como un campo de cardos, se pone densa, ahoga el paisaje y hasta las almas. Mejor dejarlo.

Es hombre de muchas relaciones este Gabino Domingo. Hace poco me contó como contactó y hasta amigó con Camilo José Cela. Un buen día le llamaron por teléfono, se puso, y el que llamaba le dijo que era Camilo José Cela, y que le quería preguntar unas cosas sobre su oficio de ventero y freidor de gallinejas. ¡Yo pensé –dice Gabino- que era un bromista que me quería tomar el pelo. Pero bueno…. le seguí la corriente. Y por no quedar mal, por esperar a ver qué pasa, atento, etc…. (muy alcarreño todo). Cela le preguntó hasta el más mínimo detalle todo lo relativo a su profesión, la de freidor de gallinejas. Y Gabino le contó lo que sabía. Luego Camilo volvió a  llamarle, le pidió más información, le dio las gracias, le animó a que recuperaran en Membrillera la fiesta de la Carrera del Cabro, y quedó muy amigo suyo. Tanto, que, impresionado, el escritor de Padrón le dedicó estas frases en un artículo que publicó en ABC el domingo 21 de diciembre de 1997: “ Gabino es hombre de buen hacer y acontecer, sabe de gallinejas y de freir gallinejas más que nadie, ama su oficio, discurre con fundamento y habla un español sonoro, preciso y señalador”. Caray, con esa frase, y en el mundo de las letras, uno puede hacer ya lo que quiera.

Parece como si aquellas charlas con Cela, que no fueron más de dos o tres, le hubieran imbuído a Gabino Domingo las capacidades de la locuacidad y la escribanía. O sea, como si una paloma mensajera en oficio de “espíritu de las letras” se le hubiera colado por el cable del teléfono…. porque a partir de entonces se puso a poner en papel lo que sabía de su pueblo: las anécdotas de cazadores, de guardias civiles, de curas y señoritos. Las bromas de los chavales a los arrieros. Los trabajos de segadores y alguaciles. Las ansias de señoritas y molineros. Las secuencias de fiestas, toros, cabros, rosquillas y pollinos. En fin: un mundo. Un mundo que ha quedado modelado, tallado en mármol, puesto a secar y presto a la admiración. El mundo de Membrillera a lo largo de un siglo, del veinte, de ese siglo en el que, allí, como en tantos otros pueblos de la Alcarria y de Castilla, se pasó sin medias tintas de la Edad Media al mundo digital, de las alpargatas a las Nike y de las chaquetas de pana a los chandals grises con tiritas azules. El ha sido un testigo serio y digno, un testigo que lo ha puesto todo en sus variados libros sobre Membrillera: las peripecias de su juventud, las anécdotas de su madurez, y ahora, a verlas venir todavía, lo ha cuajado con estos mil cantares de ronda que no se los salta un gitano.

Un libro de Rondas

Es este un libro sencillo y cargado de sonrisas. El autor es Gabino Domingo Andrés, y el título “1000 Cantares de Ronda en Membrillera”. Tiene 170 páginas, y aparte del prólogo escrito por David Sanz, y la Introducción del Autor, aparecen las 1000 rondas clasificadas según sus intenciones: las hay de temas peliagudos, prodigiosos, sorprendentes, calamitosos, ponzoñosos y salvajes. Hay de todo. Es un libro, en resumen, para pasárselo bien, y para tenerlo en conserva como hay que ir teniendo todo lo que se refiere al folclore autóctono de nuestra provincia.