Viajeros extranjeros por Guadalajara

viernes, 30 julio 2010 0 Por Herrera Casado

La pasada semana, en el contexto de uno de los Cursos de Verano que organiza la UNED en nuestra provincia, fui invitado a hacer una reflexión, y un recuerdo, en torno a los viajeros que durante siglos pasados han recorrido la tierra de Guadalajara, anotando de ella anécdotas, sorpresas o simplemente lo más evidente para todos: la estructura de sus pueblos, lo notable de sus monumentos y la forma de ser de sus gentes.

El curso se denominaba “Viajes, literatura y periodismo” y mi charla “Mentalidad viajera: viajeros extranjeros por Guadalajara” de la que quiero extraer aquí cuatro mínimos apuntes porque seguro que van a interesar a más de uno.

El patio de los Leones, del palacio del Infantado, por Doré

Los caminos de la provincia

En tiempos pasados la gente atravesaba la provincia más o menos por donde hoy se hace. De tal modo, que en el recuerdo de la mayoría las tierras de Guadalajara quedaban en la retina como un páramo inacabable de tierras pardas, algunos bosquecillos de robles y chaparros, y una línea azul de montañas en la lejanía del Occidente. El recuerdo más concreto era una fonda, una venta, un mesón, algún convento, para muy pocos un palacio, o una casa de labrador rico.

Tres caminos fundamentalmente se han establecido, desde la más remota Antigüedad hasta los tiempos de la dictadura del general Primo, para atravesar la provincia de Guadalajara, lo que entonces era “la tierra de los Mendoza y del duque de Medinaceli”.

El primero era la vía romana más primitiva y sencilla, la que junto al río Henares pasaba desde Complutum (Alcalá) Arriaca (Marchamalo) hacia Untiana (Espinosa) y por Mandayona llegaba a Segontia (Sigüenza) desde donde ascendía muy fácilmente la sierra Ministra y llegaba al valle del Jalón por Medinaceli y Bilbilis (Calatayud) para así completar el camino desde Emérita Augusta (Mérida) a Caesar Augusta (Zaragoza.

Ese camino romano pronto se vió sustituido por el llamado “Camino Real de Navarra” que seguía en principio el río desde Alcalá, Meco, Azuqueca y Alovera por Marchamalo, Fontanar, Junquera y Humanes para cruzarlo con la barca de Heras y ascender por Sopetrán hacia Hita, luego a Jadraque, y también desde allí por Villaseca y Mandayona hasta Sigüenza, Horna y Medinaceli. Ese camino lo hacen un buen número de viajeros, especialmente durante la Edad Media e inicios de la Moderna.

Pero es entonces cuando, ya en uso mejores coches de caballos, incluso diligencias dotadas de comodidades pero necesitadas de caminos más llanos, se impuso el llamado “Camino Real de Aragón”, que desde Guadalajara ascendía hasta Torija por su umbrío valle, y allí tomaba los llanos inacabables de la meseta alcarreña por Trijueque, Gajanejos, Algora, Torremocha hasta Alcolea [del Pinar] donde se dirgía a Levante por Anguita y el Campo Taranz hacia Maranchón, y de allí adentrándose en la sesma del Sabinar, atravesaba el territorio molinés por Anchuela, pasaba junto a Establés y a Labros, atravesaba Tartanedo y se dirigía a Tortuera, donde estaba la Aduana de Castilla, pasando a Aragón por Embid.

Los viajeros y sus ocupaciones

Para hacer esta memoria de viajeros por Guadalajara he consultado variada bibliografía, pero me he centrado en el mejor libro que sobre el tema hay hasta ahora: el de Jesús y Angel Villar Garrido, “Viajeros por la Historia. Extranjeros en Castilla- La Mancha. Guadalajara” que nos presenta 55 relatos de viajeros, a los que he añadido algunos otros, más modernos o de españoles ilustres que merecía considerar.

Así he podido analizar algunos parámetros que son aclaratorios de las circunstancias de estos viajes. Por ejemplo, el que atañe a las ocupaciones o misiones en las que actuaban estas gentes. De todos ellos, la mayoría vienen en función de una acción militar. Es triste, pero es así. La Historia no admite idealismos, sino realidades. De todos ellos, 10 vinieron como militares de distinta graduación a intervenir en las guerras sobre nuestro territorio: bien como soldados y aún generales franceses en la invasión napoleónica, bien como entusiastas del carlismo empecinado, dejando, al menos, su recuerdo en forma de escritos.

Otros 10 vinieron sin embargo como viajeros de curiosidad y placer. La forma más romántica y libre de viajar, aunque hay que tener en cuenta lo molesto que esto era en tiempos antiguos: sin aviones, ni AVEs, ni autovías ni medios algunos más que las diligencias, el caballo o a pie… Otros 9 vinieron formando parte de séquitos reales, papales o señoriales: esas largas comitivas presididas por un monarca (Francisco I de Francia, Cosme III de Toscaza, o Felipe I “el Hermoso” desde Flandes) o pomposos eclesiásticos que llevaban en torno a sí decenas y decenas de acompañantes, recorriendo España entera y atravesando, siempre, indefectiblemente, la tierra alcarreña.

Como geógrafos, naturalistas y estudiosos del planeta, vinieron 9, otro solamente como arquitecto, mientras que 5 eran informadores reales, venían a tomar nota de lo que veían para informar a sus respectivos gobiernos, y 4 como informadores de Ordenes Religiosas. Esto era común, en siglos pasados, para que las gentes con capacidad decisoria estuvieran bien informados. En calidad de embajadores de sus respectivos países pasaron escribiendo 5 sujetos, y solamente 4, los más modernos (siglos XIX y XX) lo hicieron en calidad de periodistas, recogiendo información para plasmarla en sus crónica y artículos de periódicos extranjeros. Hemingway, muchos lo estáis pensando es uno de estos, el más moderno, que aún tuvo que vivaquear en un frente gélido y mojado, el de la batalla de Guadalajara de marzo de 1937, para escribir sus crónicas y mandarlas a sus jefes de la North American Newspaper Alliance.

Los viajeros y sus procedencias

¿De donde venían estos escritores que miraban con lupa lo que veían en España? De Europa todos ellos, menos algunos norteamericanos en el pasado siglo XX. La mayoría, una tercera parte del total, procedían de Francia. La otra tercera parte se repartía entre tres países, Inglaterra, Alemania e Italia. Esta última con la salvedad de no ser puramente un estado único en la época en que tratamos: los viajeros procedían de la Señoría de Venecia, de los Estados Papales, del reino de Toscana, de Sicilia, etc. Y el resto, en número más escueto, procedían del vecino Portugal (gobernado bajo el mismo rey de España durante el siglo XVII), de los Países Bajos, de Irlanda, Suiza, Polonia, Rusia y Austria. Solo los países ricos, las cortes adineradas y poderosas, enviaban gente a recorrer la Península Ibérica, para formar grandes repertorios de anotaciones naturalistas, históricas y monumentales, o para estar bien informados en casos de guerras y necesidades.

Los lugares más visitados

Teniendo en cuenta los caminos que recorren, junto al Henares, son estas poblaciones las que más visitan. Así, de 55 autores, 42 se detienen en Guadalajara y escriben sobre ellas. Casi todos se admiran del gran palacio construido por los duques del Infantado, y hasta el siglo XVIII tuvieron palabras de elogio para el que había levantado el gran Cardenal Mendoza, que en ese siglo sucumbió por un incendio.

Le sigue en visitantes la ciudad de Sigüenza, en la que ven a la catedral como una rememoranza de los grandes templos europeos, asombrándose de la riqueza de los obispos, del gran número de eclesiásticos que allí viven, de los muchos dineros que tienen, y de la bien provista Universidad de que goza la ciudad.

En ese valle, siguen en número de visitantes las localidades de Hita y de Jadraque. A Hita llegaban casi todos los viajeros, y poco dicen de ella salvo que es “de gran antigüedad”, porque desde el siglo XVI, poco después de levantarlas, sus fuertes murallas estaban por los suelos, el castillo caído, y los templos no bien atendidos. Muchos paran en Torija, a la que consideran una verdadera joya en el camino. Así la juzga Magalotti, uno de los cinco cronistas que en 1668 trae junto a sí el monarca Cosme III de Toscaza, y que es dibujada por Piero María Baldi en ese momento: dice de ella que le recuerda en todo a los mejores pueblos de la Lombardía, especialmente la plaza, completamente soportalada.

Otros viajeros se adentraron por la provincia, visitando multitud de sitios: siguen en frecuencia a los dichos, Brihuega, Atienza, Cogolludo, Sacedón y cifuentes. Pasan muchos de ellos por Tortuela, Alcolea, Marchamalo…. Porque por allí pasa el camino. Y algunos se desvían a Trillo, por ver sus baños, y a Hiendelaencina por estudiar sus minas. Lo curioso de esta relación, es que ninguno se dirigió a Pastrana. ¿Es que no venía en los mapas, entonces?

Una visita olvidada, la de Gustavo Doré

Entre los significados escritores, cronistas, periodistas y militares que pasaron por la tierra de Guadalajara en siglos pasados, anotando sus impresiones, merece la pena recordar la venida, que fue muy breve, de apenas un día, de la pareja más consistentes de románticos franceses: me refiero al escritor Charles Davillier, autor del “Voyage en Espagne” que aún sigue mereciendo ediciones, y del artista Gustavo Doré. Ambos vinieron en tren, que, por entonces (era 1862) estaba recién inaugurado y aún les dio tiempo a ver las callejas de la ciudad, y visitar el abandonadísimo palacio de los duques del Infantado, que Doré dibujó en uno de sus apuntes, que acompaño a estas líneas, y que hasta ahora apenas se había dado a conocer.

En esa perspectiva del patio de los Leones, Doré refleja la riqueza de la ornamentación (columnas, arcos, tallas de grifos y leones, de escudos y panoplias) y el abandono a su suerte del recinto, pues se ve que está ocupado por viandantes, algunos con malas pintas, que allí se acogen del frío o las necesidades. En el conjunto de vistas de España que Doré realiza en este viaje (cientos de tipos de pueblo, de gitanos, de arireros y buhoneros, de desvencijados mesones y puentes en ruina) esta del palacio del Infantado de Guadalajara es una presencia de lujo y veneración por la historia de este país, al que ellos ven, como la mayoría de esos “viajeros extranjeros” como un lugar curioso, lejano y habitado de inútiles o pedigüeños que no hacen nada productivo, especialmente en las ciudades.

En todo caso, ha sido una oportunidad de contrastar la realidad que vemos hoy o la que intuimos vivía ayer, con lo que esos viajeros procedentes de países más civilizados escribían y opinaban de nosotros. Con los años, afortunadamente, y ese es un mérito de todos los españoles, nuestro país se ha puesto a la altura de aquellos lugares de donde venían a vernos como seres raros y atávicos. Quizás falten algunas cosas todavía, pero en general nos vamos poniendo a la altura de Europa. Habrá que ir pensando en ir haciendo el camino que ellos hicieron, pero a la inversa. Ahora nos toca a nosotros visitarles…