Visita en Potes a la Torre del Infantado

viernes, 27 noviembre 2009 0 Por Herrera Casado

Unas jornadas literarias vividas en Potes, y la asistencia al acto de entrega de la Medalla Vasconcelos 2009, han sido motivo de haber visitado nuevamente la localidad cántabra de Potes, capital de la comarca de la Liébana. En un paisaje espectacular de verdes prados y altísimas cumbres de los Picos de Europa, la villa que fuera cabeza de uno de los valles más importantes de la geografía castellana es hoy un centro de turismo centrado en la Naturaleza y la escalada. Pero también la gente busca el orujo de sus destilerías, los quesos de sus granjas y el buen yantar de sus cientos de mesones y restaurantes viejos. 

La torre del Infantado 

La obra más representativa y sobresaliente de la arquitectura civil de la villa de Potes es la Torre del Infantado. Alrededor de su patio central, se levanta el complejo arquitectónico. Se trata de un edificio de origen medieval, construido en mampostería, con la excepción de sus esquinas y vanos, compuesto por cuatro cuerpos y una azotea, con cornisa de modillones que sostenía una barbacana corrida, que a su vez estaba rematada por almenas. En cada una de sus esquinas luce una torre cúbica almenada, evidencia de su inicial sentido defensivo, guerrero. El acceso, tras ascender una gran escalinata, lo tiene en una puerta con arco apuntado. Por encima de la puerta hay un balcón corrido con los ventanales enmarcados por alfiz. Y en medio un gran reloj de metal.

Los cerrados muros de la torre solo ofrecen escasos y estrechos vanos, lo cual le confiere ese evidente y ya mencionado sentido defensivo, de ser baluarte de una familia, guerrera y potente, que a pesar de la lejanía de otros centros de poder y lucha, quieren afirmar su preponderancia con tan espectacular edificio.

Aunque relacionada, -por familias y personajes- con la tierra de Guadalajara, el origen de la Torre del Infantado de Potes se atribuye a la familia de los Lama. En el siglo XIV perteneció a Don Tello, señor de Liébana, hermano del rey Enrique II e hijo de Alfonso XI, de quien recibió los realengos de las merindades de Liébana y de Aguilar. Todo lo heredó su hijo, Juan Téllez, quien recibió de Enrique II el 18 de febrero de 1371, en donación por vía de mayorazgo, entre otras muchas posesiones, las tierras de Liébana. Casó Juan Téllez con Leonor de la Vega y tuvieron dos hijos en su matrimonio: don Juan y doña Aldonza. Juan Téllez, falleció en la batalla de Aljubarrota, junto a otros muchos caballeros castellanos, entre los que se contaba don Pero González de Mendoza, origen de esta saga en tierras alcarreñas.

Al morir Téllez, hereda Potes su hijo Juan, quien también falleció muy joven sin tener descendencia. Y sería su hermana, doña Aldonza, que había casado con García Fernández de Manrique, primer conde de Castañeda, quien finalmente lo heredara. Pero como la donación de Enrique II había sido por línea de mayorazgo, al morir Juan sin descendencia, el señorío de Liébana pasó nuevamente a manos del rey, si bien, como perteneció a don Tello, pudo continuar en la línea familiar y así retornó a doña Aldonza.

Leonor de la Vega, al enviudar, se casó en segundas nupcias con don Diego Hurtado de Mendoza «El Almirante», viudo de doña María de Castilla, hija de don Juan I. Mediante un privilegio concedido en el año 1395, Enrique III dona a Diego Hurtado de Mendoza la Liébana, Pernía y Campoo de Suso. Al fallecer don Diego en el año 1405, le sucede su hijo, don Iñigo López de Mendoza, primer Marqués de Santillana, quien se casó con doña Catalina Suárez de Figueroa, por entonces señora de Escamilla y, entre los hijos que tuvieron, uno de ellos fue don Diego Hurtado de Mendoza, primer duque del Infantado, título que fue concedido por los Reyes Católicos en el año 1475.

Al fallecer Leonor de la Vega, comienzan los enfrentamientos entre primos, pues tanto don Iñigo López de Mendoza, como doña Aldonza pretenden la soberanía sobre la Liébana. Tras visitar el pueblo y los lugares del valle, uno comprende que todos los que tenían algún derecho a ser propietarios de aquel enclave lo esgrimieran contundentemente.

Las luchas fueron muy sangrientas entre los partidarios de las dos familias, aunque finalmente concluyeron en el año 1447. El pleito siguió su curso hasta el año 1576 en que quedó Liébana para los Mendoza y Santillana. La posesión de la torre de Potes pasó por don Diego, don Iñigo, doña Ana y doña Luisa. Después fue de los Silva y, finalmente, de doña Francisca de Beaufourt, casada con don Francisco Borja Téllez de Girón, duques de Osuna, casa nobiliaria a la que puso graciosa puntilla su último propietario, el elegante don Mariano Téllez de Girón, quien se deshizo de ella por venta en el año 1868. Durante la guerra de la Independencia, fue reducto fundamental de defensa para los guerrilleros lebaniegos, que lograron que los franceses salieran malparados en las dieciséis veces que entraron en la villa, mereciendo que el general Mahy enviase una proclama a los lebaniegos donde se hacía eco de su resistencia y sus victorias.  Hoy es propiedad del Ayuntamiento de Potes, que durante muchos años tuvo su sede en el propio torreón, hasta que lo ha vaciado y dejado, tal como está hoy mismo, vacío y sin uso.

Apunte

Potes y la Liébana

Aunque este edificio, la Torre del Infantado de Potes, nos ha servido para evocar la presencia de los Mendoza en tierras tan norteñas, lo que es evidente es que aquella comarca hoy perteneciente a la Comunidad Autónoma de Cantabria, pero históricamente siempre aneja a los destinos de Castilla, merece una visita por sí misma y por todo lo que la rodea.

A Potes se llega, desde el centro de la Península, por la carretera que sube hacia Valladolid y Palencia. Desde aquí, subiendo al Alto Campoo, a partir de Aguilar se desvía uno a Cervera de Pisuerga y allí se toma la carretera que asciende a la Cordillera Cantábrica: por el paso de Piedras Luengas se accede, tras una bajada de vértigo, a la Liébana. Desde Santander y la costa se puede subir, atravesando la larga y estrecha cortada del Desfiladero de la Hermida, una carretera que asciende junto al río Deva y entre altísimos murallones rocosos, a lo largo de 30 interminables kilómetros, a ese mismo valle. Por eso, porque la comunicación es más fácil y lógica a través de las montañas, la Liébana es una comarca que geográfica e históricamente perteneció a Castilla.

Desde Potes, la excursión más fácil y lógica es subir hasta Fuente Dé, el lugar donde mana el Deva de los altos riscos. Allí un teleférico sube a los turistas hasta la plataforma del corazón de los Picos de Europa, con paisajes de ensueño. Antes se habrá cruzado por lugares como Espinama y Mogrovejo, además de visitar el monasterio medieval (hoy reconstruido, tras la Guerra Civil) de Santo Toribio de Liébana, donde se conserva y venera el trozo más grande del “Lignum Crucis”.

En los alrededores inmediatos de Potes debe visitarse, de una parte, la iglesia mozárabe de Santa María de Lebeña, magníficamente conservada y puesta como un regalo entre los riscos azulados de los montes. Y hacia el sur, Piasca, otro de esos monumentos sorpresas que guarda España, a miles, ocultos entre los repliegues de su orografía violenta. La iglesia románica de Piasca tiene material para admirar y comprender, dos grandes portaladas, una espadaña, un complejo ábside y un frontal tallada con San Pedro, San Pablo y la virgen María que bien podría deberse a la mano del mismísimo “maestro Mateo” por su calidad exquisita. Entre otras cosas, este cronista pudo admirar en Piasca una tallada escena de la caza del jabalí, que junto a estas líneas aparece, y que allí es una más de las diversas tallas medievales que adornan la pequeña puerta lateral del templo que daba al viejo claustro del monasterio antiguo.

Todo ello es, creo yo, la evidencia de que el turismo por España, por sus regiones interiores, por sus pequeños pueblos, es el manantial que nunca se acaba, la vena gozosa de un eterno asombro.