Los caminos de Sefarad: Sinagogas en Guadalajara

viernes, 11 septiembre 2009 2 Por Herrera Casado

Pocas son las sinagogas judías que han quedado en Guadalajara. Alzada, desde luego, ninguna. Recuerdos de ellas, pocos, pero ciertos. Las tres culturas alcanzaron a convivir en nuestra tierra, como lo hicieron en la ciudad y reino de Toledo, de forma armoniosa y ejemplar. Eran los siglos de la central Edad Media. Eran las calendas de los alfonsos reyes: el VIII de Las Navas, el décimo Sabio, el undécimo emperador. Por todos los pueblos sonaban los rezos musulmanes y los gorritos negros de los judíos se dejaban ver a la entrada de sus fastuosas sinagogas. Llegarían tiempos malos para ellos, tiempos de odio y persecución. Tiempos de envidias y mentiras: palabras parejas, que suelen coincidir por las calles de España, del brazo siempre. Vale la pena recordar, aunque sea someramente, el paso, y la huella de los judíos, los caminos de Sefarad por Guadalajara.

Guadalajara

Tras la extensión del imperio musulmán a la Península Ibérica, encabezada por Tárik y Muza, asentaron muchos judíos en territorio hispano. Precisamente Tárik era judío. El realizó, según dice la leyenda, la toma de Guadalajara. Poco después del año 711. Ya ha llovido. Y aquí encontró un fuerte contingente de hebreos que ya estaban instalados, encomendándoles precisamente a estos judíos la administración y defensa de la plaza, mientras el ejército árabe continuaba su conquista rumbo al norte.

Siglos después, exactamente en 1085, Guadalajara era reconquistada por Alfonso VI de Castilla. Él monarca cristiano Alfonso VII, tal como se había establecido por costumbre a lo largo de aquella guerra de recuperación, concedió fuero especial a la ciudad, Y en ese primer fuero, los judíos eran equiparados totalmente a los caballeros. Esta era la prueba, el reconocimiento tácito de la gran importancia económica y cultural que habían alcanzado los hebreos instalados en nuestra ciudad. Según el más viejo fuero arriacense, dos tercios de los judíos varones y en edad propicia deberían acompañar al rey en sus campañas. El resto protegería la plaza de posibles ataques y se encargaría de recaudar las rentas de la Corona. En la Baja Edad Media, Guadalajara alcanzó a ser un centro de prosperidad y de cultura, a la que contribuyeron de manera notable los judíos que vivían en su recinto. Entre sus más destacados nombres recordamos a Moshé Arragel, primer traductor de la Biblia al castellano (1430), e Ishaq Abravanel, comentarista de la Kábala y hombre de gran fortuna, que ofreció altas sumas a Fernando el Católico para evitar la expulsión de 1492.

En aquella época, la judería de Guadalajara tomó auge, cobró población y riqueza y se desarrolló culturalmente de manera más destacada que el resto general de la población. Los documentos nos han dejado los nombres de, al menos, cuatro sinagogas: a) La Mayor, que estaría situada donde hoy la concatedral de Santa María. b) La llamada «sinoga» de los Matutes. c) La «sinoga» del Midras. d) La «sinoga» de los Toledanos. Como en muchos otros lugares del reino toledano, la decadencia de la aljama de Guadalajara comenzó con las matanzas de 1391 y, poco después, aumentó con los sermones y las amenazas de fray Vicente Ferrer. A pesar de ello, prosiguió en la ciudad un notable movimiento cultural de la mano de los judíos. Y así sabemos también que en 1482 se instalaba entre nosotros una de las primeras imprentas de España, regida curiosamente por judíos. En ella trabajó como impresor y corrector Simón ben Moshes Leví Alcabiz, imprimiéndose en la aljama guadalajareña una edición de los comentarios a los profetas escritos por David Kinji, así como el «Tur Eben Haezer», la obra de Jacob ben Asher.

El siglo XV fue, en cualquier caso, turbu­lento para los judíos de Guadalajara. Después del año 1444, en que la comunidad no pudo pagar más que la tercera parte de sus impuestos, a causa de problemas de malas cosechas, malos negocios, y malos tiempos, el rey Juan II trató de paliar la situación, autorizando a los conversos a ser tratados en igualdad de condiciones que los cristianos. Pero sería finalmente el Edicto de Expulsión dado por los Reyes Católicos en 1492 el que propició que prácticamente todos los judíos no conversos de Guadalajara se tuvieran que marchar, dirigiendo sus pasos hacia Argel, Marrakech y el norte de África.

¿Dónde estuvo situada la judería arriacense? Entre las calles de Ingeniero Mariño y Benito Hernando existe aún la “calle de la Sinagoga”. En esa porción baja de la vieja ciudad, la hoy situada entre la zona de Santa Clara, la Calle Museo, y la carretera vieja hasta la cotilla y Santa María, estuvieron situados los judíos. Cuando don Antonio de Mendoza compró casas y patios para construir su palacio que luego su sobrina doña Brianda de Mendoza ampliaría a Convento de la Piedad, hubo de entenderse con numerosos judíos, habitantes del barrio.

Hita

La villa de Hita, alzada sobre las secas planicies de en torno al Henares, tuvo desde siglos remotos una fortísima implantación judía, de tal modo que su aljama era una de las que mayor cantidad de maravedíes cotizaba a las arcas reales. Aunque la mayoría de los judíos de Hita eran campesinos, dedicados muy singularmente al cultivo de la vid, algunos jerarcas de las finanzas tuvieron en sus cuestudas laderas asiento: Entre otros no podemos olvidar a Samuel Leví, que puso en el alto castillo de Hita la sede de sus finanzas, pues se encargó en época de Pedro I de recaudar los impuestos generales del reino de Castilla. Cerca de Hita, en la orilla real del río, Jadraque también tuvo aljama más o menos numerosa de judíos.

Y al fin Sigüenza

Como siempre que se habla de historia, Sigüenza sale a relucir. No puede ser de otra manera, hablando de judíos. Porque en la. Ciudad hoy Mitrada se conserva de forma más o menos fehaciente la huella de los hebreos. El primer documento que los cita está datado en 1124, y es el que extiende el rey de Castilla Alfonso VII, concediendo al obispo don Bernardo la jurisdicción sobre la aljama hebrea, ya entonces existente. Ello suponía que buena parte de sus tributos irían a parar al cabildo catedralicio. Esos tributos debían ser importantes, porque la judería de Sigüenza, (de la que junto a estas líneas ponemos un mapa tomado de Juan G. Atienza, que la sitúa como ya es sabido en la parte alta de la ciudad vieja, cerca del castillo) era una de las más grandes y ricas de Castilla. Los judíos de Sigüenza, según documentos de 1226, tenían importantes negocios de salinas, lo mismo que sus vecinos sorianos de Medinaceli. Además hemos podido constatar que los tributos pagados eran los más altos de toda la tierra alcarreña. Todavía en 1490, cuando ya la prosperidad hebrea era un recuerdo lejano, la judería de Sigüenza pagó 204.464 maravedíes por el rescate de los judíos de Málaga, recién conquistada por los Reyes Católicos.

En los documentos del Archivo catedralicio seguntino aparecen muy a menudo noticias y datos sobre su población judía. De ellos puede colegirse la extensión urbana de la aljama: por el norte, desde la iglesia de San Vicente y la plazuela donde se levanta la Casa del Doncel. Por el este, bordeando el declive que conduce al castillo hasta la muralla que bordea la calle de Valencia, la cual, con la puerta o portal Mayor, formaría su límite sur. Al oeste tenía su límite en la Travesaña Baja, hasta la calle de San Vicente por donde doblaría nuevamente hacia el norte. Dentro de estos límites se encuentra la actual calle de la Sinagoga, donde se alza silenciosa la ermita de San Juan, a la que se aplica el oficio de templo judío en los siglos medievales. En el estudio que sobre estas judería hace J. G. Atienza en su obra Caminos de Sefarad (Guía judía de España), dice que el barrio alto y viejo de Sigüenza conserva, «si no casas, sí muros de la judería que conforman el perfil retorcido de sus calles y contribuyen a hacer recordar, con una relativa exactitud, el lugar que habitaron los judíos. Aún queda al­guna casa que, si no se puede asegurar con certeza que sea de las que ellos habitaron, sí tiene una forma muy específica que recuerda las costumbres implantadas en las tiendecillas judías, instaladas inmediatamente al lado de la vivienda, con un pequeño escaparate o ventanuco. Se está refiriendo el investigador de la España exotérica a las casas de la Travesaña Alta, en las que hoy queda muy palpable la esencia de los comerciantes hebreos. Tras la expulsión, que no fue del agrado del Cardenal Mendoza, a la sazón obispo de Sigüenza, los bienes judíos se repartieron entre los poderosos. Un documento del referido Cardenal, en 1494, hace alusión a la donación de la Sinagoga seguntina a un sobrino suyo, don Pero Lasso de Mendoza. El edificio se mandó retejar a poco, ofreciéndose en venta en 1498 por un total de 20.000 reales. Recuerdos todos ellos que nos dejan entrever (han sido unas breves líneas recordatorias de período tan floreciente) la importancia que la cultura judía tuvo en nuestra tierra. Un recuerdo obligado para los miembros de aquella raza y aquella religión que bien podemos decir todavía «la nuestra». Somos herederos, querámoslo o no, de las tres culturas medievales.

Apunte

Algunos libros sobre judíos en Guadalajara

Muchas obras se han escrito sobre los judíos en tierra de Guadalajara. La más detallada, documentalmente, la que en 1975 publicaron Cantera Burgos y Carrete Parrondo con el título de “Las juderías medievales en la provincia de Guadalajara”, en el contexto de la Revista Hispania de ese año.

Uno de esos libros es especialmente curioso: el que fue editado en 1998, “Las sinagogas de Sigüenza”, escrito por Marcos Nieto, y que refiere con todo lujo de detalles los hallazgos y memorias de los judíos seguntinos. Tiene 232 páginas y es una pieza de gran interés, editada por el propio autor.

Otro acaba de aparecer, y aunque no está directamente relacionado con Guadalajara, al menos podemos decir que ha sido editado en nuestra ciudad. Se trata de la historia de una saga de siglos, de origen bíblico, cuyos retazos siguen todavía vivos. “Los Seror en España” es esa historia de una familia sefardita que ha escrito Antonio García Seror, uno de sus miembros todavía vivos, y que ha editado AACHE, como número 24 de su Colección “Letras Mayúsculas”, este verano.

Y otro, muy leído en su día, cuando apareció, y hoy prácticamente agotado, es “La halconera de Hita” de Beatriz Lagos, una preciosa novela ambientada con toda minuciosidad en la Hita del momento de la expulsión.