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mayo, 2009:

De Caballada por Atienza

El próximo domingo, 31 de mayo toca este año que coincidan la fiesta regional de Castilla-La Mancha con la ancestral celebración de La Caballada de Atienza.

Estas líneas quieren ser recuerdo de lo que fue y todavía es con viveza y color, esta fiesta, al tiempo que pretenden animar a mis lectores a viajar a Atienza, para pasear en ella entre las callejas empinadas y olorosas, mientras se contempla el ir y venir de los “caballeros cofrades” de la Hermandad de la Santísima Trinidad, que vestidos a la usanza antigua y castellana, sobre sus caballerías renovadas, pero con su rito fiel a la historia, circularán por ella y aún bajarán a la ermita de la Estrella, a orar, cantar y bailar jotas, comer cordero y rosquillas, vivir en la estela de sus mayores.

Cada año por primavera surgen en las tierras altas de Guadalajara algunas fiestas sonoras, famosas y muy visitadas. Quizás las tres que nadie debiera perderse son la Loa del Barranco de la Hoz, las danzas de la Octava del Corpus en Valverde de los Arroyos, y la Caballada de Atienza. La primera y la tercera suelen coincidir, por lo que conviene organizarse, a efectos de viaje, para ver las dos en el mismo día, o, mucho mejor, ir un año a una y otro año a otra.

De la Caballada de Atienza me hago eco ahora porque precisamente el domingo próximo será su día magno. Es una fiesta que tiene muchas jornadas de ritual: en San Isidro, en el Domingo de la Santísima Trinidad, y en otros días, pero es el domingo de Pentecostés, y el sábado de antes, cuando se escenifica con todo su color y boato el rito ancestral y multisecular.

Han sido ya miles de personas las que han ido a Atienza a disfrutar de esta grandiosa celebración, que ensalza el castellanismo, porque rememora una gesta histórica en la que el rey Alfonso VIII estuvo a punto de perder su trono (aún siendo niño le correspondía) y a Castilla casi le cuesta su identidad como nación, al haber sido en ese momento absorbida por el reino de León. Todo ello se evitó gracias a la intervención de los recueros de Atienza. Y ese hecho (salvar al rey castellano del acoso de su tío leonés) es lo que se rememora. Los hombres que ya entonces, en el siglo XII, formaban la Cofradía de la Santísima Trinidad y San Julián, dedicados a la arriería y el transporte de mercancías por todo el reino, decidieron conmemorar aquel hecho con la institución de esta fiesta, que inmediatamente fue sancionada con privilegios y apoyos por parte de la cancillería real, y en siglos posteriores sería apoyada por otros monarcas.

La historia

La tradición más característica de Atienza es la Fiesta de la Caballada, una de las más antiguas y curiosas de España. Se trata de la fiesta anual de una cofradía, la de arrieros o recue­ros de Atienza, puesta bajo la advocación de San Julián y la Santísima Trinidad. Tiene sus orígenes en los antiguos gre­mios medievales formados para la defensa de los intereses de un oficio o actividad, como era en este caso la de los arrieros o transportistas de mercancías en mulas, de las que había cre­cido número en esta villa, cruce de caminos entre las dos Cas­tillas y Aragón. Estos arrieros atencinos protagonizaron un bello gesto de lealtad al monarca castellano, el aún niño Alfonso VIII, que tenían en Atienza custodiado ante las ame­nazas de su tío el rey Fernando de León de acaparar el reino de Castilla. Y estos hombres de Atienza, decidieron, una mañana de primavera del año 1163, sacar de la villa a su rey, escondido en una comitiva de arrieros, para llevarle a Segovia y allá ponerle a salvo. Este acto fue base del gran aprecio que Alfonso VIII tuvo siempre por Atienza, favoreciendo al pue­blo con mercedes y exenciones. Y este acto de valentía y fide­lidad fue la base de una celebración anual que los hombres de Atienza han mantenido incólume durante más de ocho siglos: la Caballada. Con unas ordenanzas, escritas en pergamino en aquella época, y un ritual perenne que cada año, el domingo de la Pascua de Pentecostés, se repite.

La fiesta

La fiesta de la Caballada comienza realmente el sábado. Los cofrades se reúnen y comen juntos “las siete tortillas”. Con diversos materiales (jamón, escabeche, etc.) hechas por sus mujeres, el acto consiste en una reunión preparatoria del siguiente día, que es el importante, y vienen a recordar las siete jornadas que emplearon los arrieros en trasladar desde Atienza a Segovia al rey niño Alfonso.

El domingo aparecen, de cada casa, los cofrades de la Santísima Trinidad vestidos de fiesta, arrastrando sobre sus hombros las solemnes capas castellanas, a pesar del calor que ya suele hacer en estos días. Pero ya se sabe lo que dice el refrán: “Hasta el cuarenta de mayo, no te quites el sayo”.

Una vez todos los cofrades vestidos con el traje castellano, oscuro, de pana, con grandes capas negras, sombreros de ala ancha, y montados en enjae­zados caballos o mulas, van a la casa del cura o abad de la cofradía, a recogerle a su morada, el cual monta también a caba­llo. Luego pasa lista el «fiel de fechos» poniendo multas a quien haya incurrido en alguna pena durante el año anterior. Se subasta luego la bandera o el guión de la cofradía, dando el grito de «¡Buen mozo la lleva!» cuando se adjudica. Luego se pone en marcha la comitiva, precedida de un gaitero y un tamborilero, más el abanderado. Pasan las calles del pueblo, y bajan hasta la ermita de la Estrella, a unos dos kilómetros del pueblo. Allí se saca en procesión a la Virgen, se subastan las andas y un árbol de rosquillas, se baila la jota serrana a la puerta de la ermita, y se come: los cofrades, en privado, en un apartado de la ermita, y el pueblo sobre los prados que la rodean. A la tarde, se regresa al pueblo, se toma un vaso de vino en la plaza del Trigo, todos aún caballeros de sus mon­turas, y luego se trasladan a la vega de poniente del castillo, donde se celebran carreras animadas, a caballo, de los cofra­des, por parejas. Es una fiesta muy vistosa y tradicional, a la que cada año acuden centenares de curiosos, turistas y estu­diosos del costumbrismo castellano.

Apunte bibliográfico

Recientemente se ha presentado un libro que ofrece entera y verdadera a la Caballada. El 16 de mayo en el contexto de la Feria del Libro de Guadalajara, y el 19 del mismo mes en la Casa de Guadalajara en Madrid, se ha puesto de largo esta obra que recomendamos: el título es La Caballada de Atienza, el autor don Tomás Gismera Velasco, y la edición ha corrido a cargo de la editorial alcarreña AACHE que la ha incluido como nº 72 en su Colección “Tierra de Guadalajara”. Tiene 88 páginas y una gran cantidad de imágenes a color y en blanco y negro.

Tras un prólogo de Luis Carandell,  y una introducción de José Antonio Ochaita (textos rescatados de la bibliografía de ambos autores) Gismera desgrana su información en 9 capítulos cuyos títulos son estos: El acto heroico, Los orígenes de la Cofradía, Alfonso VIII y la villa de Atienza, Los Privilegios y las Ordenanzas, Usos y costumbres, La fiesta en la actualidad y Así cuentan que ocurrió.

El Museo de la Trinidad

La iglesia de la Santísima Trinidad es el templo donde tuvo su nacimiento y su sede la Cofradía de la Caballada. En los últimos años se ha transformado en un espectacular Museo, en el que se recogen muchas obras de arte que siempre estuvieron en esa iglesia, y otras procedentes de otros templos de Atienza. Todo un conjunto de bellezas artísticas que conviene, en esta jornada festiva, visitar y admirar.

En la Sacristía del templo se han colocado elementos múltiples relativos a la Cofradía de La Caballada. Ello hace que sea este un Museo monográfica de esta Cofradía castellana, ofreciéndose los estandartes, los manuscritos en pergamino de las primitivas constituciones, muchos documentos claves de la historia de la cofradía, muchas fotografías y muchas curiosidades. Tanto a los atencinos, que viven en lo más hondo esta costumbre centenaria, como a los visitantes, les llenará de asombro este Museo de La Caballada.

Vemos en sus paredes los estatutos originales, privilegios concedidos por los Reyes de Castilla, emblemas en bronce, capas, sombreros, y muchas fotografías, la mayoría realizadas por Santiago Bernal, de los momentos claves de esta fiesta castellanista. Destaca la bandera de la cofradía, de comienzos del siglo XIX.

Por el resto del templo, el viajero puede admirar cosas tan interesantes comolas que se han reunido en la capilla del bautismo donde se admira, además de la pila románica, un Calvario en el que destaca el Cristo de los Cuatro Clavos, impresionante talla del siglo XIV, de la que llama poderosamente la atención la cabeza solemne de Cristo.

La pieza mejor del conjunto museístico es el Cristo del Perdón, de Luis Salvador Carmona, quien en un gesto muy utilizado por este artista castellano, nos presenta a Cristo doliente y en plena Pasión, poniendo su rodilla dolorida y ensangrentada sobre la bola del mundo, en la que aparecen pintados Adán y Eva, como orígenes del pecado en la naturaleza del hombre, y que Cristo viene a perdonar y redimir. Procede del Hospital de Santa Ana, y luego pasó a la parroquia de San Juan, recuperándose con mejor vistosidad y visibilidad en este espacio.

Se pueden admirar también un par de estatuillas góticas, en alabastro, proce­dentes del convento de San Francisco; un busto de Ecce Homo, de gran naturalismo; destacan en el coro un gran catafalco con la Danza de la Muerte, así como cantorales, relicarios y cruces, carracas de Semana Santa, moldes de sagradas formas, etc. En su conjunto, este Museo e iglesia ofrecen al visitante un espectacular conjunto de piezas de arte religioso enmarcadas en su ámbito natural: una iglesia magnífica que sigue siendo lugar de culto, y sede de la Cofradía de La Caballada.

Otros datos sobre esta iglesia-museo:

Situación: Iglesia de la Santísima Trinidad. Al final de la Calle Cervantes. Atienza.
Telef. 949 399 286
Horarios de apertura, sábados, domingos y festivos, de 11:30 a 14 y de 16 a 19 h.
Precio de la entrada: 3 Euros, con los que se ven el resto de los museos de Atienza.

Viaje a los pueblos que ya no lo son

Se va a presentar la semana próxima, concretamente el lunes que viene, 25 de mayo, por la tarde, y en el salón de actos de la Caja de Guadalajara, un libro que lleva mucha sangre y mucha historia, tras su portada: mucha vida, en definitiva. Una vida que pasó, que se fue y se olvidó, pero que ahora es recogida en el contexto de un estudio preferentemente toponímico, pero esencialmente volcado a la memoria de los pueblos que fueron y ya no son: los que llaman “despoblados” y aún mantienen nombre, presencia mínima y memoria en la cabeza de algunos, muy pocos ya, y aun viejos.

La torre de Morenglos es el resto de la espadaña triangular de su iglesia románica. Está en un despoblado junto a Alcolea de las Peñas.

Por una vez dejamos las carreteras señaladas en los mapas, renunciamos a visitar los pueblos, sus plazas, sus templos y sus hontanares sonoros, y nos vamos a visitar esa otra Guadalajara inmensa, atónita, y silenciosa, que yace perdida entre los recovecos de la geografía provincial: nos vamos a ver despoblados, lugares donde hubo alguna vez un pueblo, y que tras el ataque de una peste, de una plaga o de una contingencia atmosférica ó social, quedó vacío de habitantes, y empezó a hundirse.

Desde la Edad Media hasta hoy, se cuentan en nuestra provincia más de 500 lugares con esas características. El viajero se ha decidido a poner aquí, en brevedad mayúscula, cinco de ellos. Hay más, muchos más, por descubrir y visitar.

Morenglos

En los páramos de la tierra atencina, cerca de la villa de Alcolea de las Peñas, se pueden visitar los restos de un antiguo poblado al que hoy todavía se conoce con su primitivo nombre. Es Morenglos. Un lugar impresionante y misterioso, que ofrece en cada ángulo de su breve extensión la oferta de un origen remoto y el misterio de su estructura permite elucubrar sobre sus funciones.

El centro del lugar es una roca contundente, caliza, muy firme, que surge aislada sobre un valle alto de erosión. En lo alto de la roca hubo un templo, de construcción medieval sin duda, de estilo románico, del que solo queda en pie la espadaña, pero en la que se adivina el arranque de su triangular remate con los huecos para las campanas. En las piedras de su muro occidental se ven numerosas marcas de cantería.

Repartidas sobre la superficie de la roca, aparecen numerosas tumbas talladas en ella, todas de origen medieval, unas grandes, y otras muy pequeñas, de niños, sin duda. Están orientadas, dentro de un indudable rito cristiano. Y lo más curioso aún del despoblado de Morenglos, al que aún nadie ha dado la importancia que el lugar merece, es la suma de cuevas y cavidades artificiales que hay excavadas en la roca que sustenta el conjunto. Esas cuevas, profundas algunas, altas y espaciosas, talladas hace muchos siglos, tuvieron la misión de resguardar de las inclemencias del tiempo a los habitantes iniciales del lugar ¿Fue eremitorio? ¿Lugar de prácticas religiosas, o sagradas? ¿Resguardos de caza, o de pastores? En todo caso, Morenglos es hoy uno de los espacios que más llaman la atención en este conjunto de más de 500 despoblados que López de los Mozos y Ranz Yubero han estudiado en la provincia.

La Golosa

Caminando por la Alcarria pura de Fuenelencina y Berninches, sobre el páramo que se asoma a los hondos y pacíficos valles de la tierra alcarreña, ahora verdes a rabiar en esta primavera espléndida, se encuentran los viajeros con el despoblado de La Golosa, un lugar que, como tantos otros, dicen que se comieron las termitas, pero que en realidad (y está documentado) se despobló tras la Peste Negra de mediado el siglo XIV. Sus habitantes, los que quedaran tras la epidemia, decidieron fundir su término con el de Berninches. Hoy queda, aislada entre los pedazos de tierra en barbecho y cereal granando, la silueta espléndida de su iglesia románica, en la que aún se ven sus altos muros (le falta la techumbre) y la planta alargada con semicircular ábside, además de la portada de arcos de medio punto sostenida sobre capiteles de decoración vegetal. Muy leves son los restos que en el entorno quedan de casas y edificios, pero aún se columbran, y más en vista desde satélite. La Golosa es ejemplo magnífico de despoblado medieval con huellas fehacientes e historia documentada.

La Torre de los Moros de Luzón

Otro de los lugares despoblados a los que merece la pena ir es a la “Torre de los Moros” en término de Luzón. Desde la villa, donde se puede aparcar el coche, se baja andando por camino cómodo, y junto al río Tajuña que acaba de nacer, hasta llegar a un estrechamiento del valle, que se abriga de alzados rocosos en sus laterales. A la derecha, en el costado norte, surge una torre antigua, de piedras bastas y color rojizo, a la que llaman “Torre de los Moros”. Es de planta cuadrada y no tiene vanos de ningún tipo: debía ser simplemente de vigilancia. En su torno se ven restos de antiguas construcciones, constitutivas del poblado que mencionan Ranz y López de los Mozos en su obra.

Frente a la torre, en el costado sur del valle, otras ruinas se alzan, pero estas son de castro celtibérico, uno de los mejores que pueden verse en la provincia. Ya estudiado por Valiente Malla en su obra sobre la Arqueología provincial, el castro de La Cerca impone por la monumentalidad de sus muros. El lugar, hermoso y bucólico, debió ser siempre muy poblado, desde antiquísimos tiempos.

San Marcos

Al despoblado de San Marcos, o de la Santa Fe, en término de Aldeanuela de Guadalajara, se llega con vehículo todoterreno por caminos cómodos desde la carretera que va de Centenera a Atanzón. Desde la distancia se distingue la masa arquitectónica de su antigua iglesia. Un gran ábside, de piedras y ladrillos, poligonal, se conjugaba con la torre, de la que quedan las basamentas. Hay quien lo llama “Centenera la Vieja” o “Centeneruela”. El caso es que desde su altura, en el borde de la meseta, se divisa un breve valle por el que discurre el arroyo Matayeguas. Este despoblado, mencionado en 1752 y en el Diccionario Geográfico de Madoz (1849) del que dicen Ranz, López y Remartínez que aquí venían los monjes jerónimos de Lupiana a decir misa es también muy llamativo y claro exponente de lo que son este grupo (medio millar, nada menos) de despoblados de nuestra provincia.

Por los páramos trigueños de la sesma del Campo, se encuentran muchos despoblados, breve muestra de la abundante secuencia de pueblos que tuvo el Señorío de Molina en tiempos medievales. El de Chilluentes está hoy, cómodo de alcanzar, entre Tartanedo y Concha. Sobre una leve costanilla alzada como un altar antiguo sobre los trigos aún verdes, se ve la gran torre vigía del lugar, enorme (más de 14 metros tiene) y con una disposición de sus piedras basales que recuerda lo islámico. Sus muros interiores aún muestran las huellas de vigas y construcciones habitadas. Cerca de ella, se alza entera la iglesia de origen románico. Hace ya muchos años que pasé por allí y pude fotografiar y dibujar esta iglesia y sus detalles. Hoy ha sido expoliada, y de su ventanal central del ábside, ilustrado con dibujos tallados en el siglo XII, nada queda. En el entorno se ven muchos restos de edificios, mínima expresión de aquel pueblo que fue, y ya es vaho.

En el término de Villaverde del Ducado, aunque la mejor forma de llegar a él es desde Luzaga, quedan los restos de un despoblado al que los antiguos denominaron “Portiella”. Estaba subido en alta roca vigilante de un estrecho valle que discurre desde los altos de Alcolea hacia el Tajuña, y de él quedan pocos montones de piedra aquí y allá diseminados, y su vieja iglesia románica, que se mantuvo siempre dedicada a la memoria de San Bartolomé y hoy ha sido incluso restaurada y da gusto verla.

De este antiguo despoblado, uno más de los 500 que estudian Ranz, López de los Mozos y Remartínez dicen los autores en su libro que ya estaba documentado en el siglo XII y luego en 1353. Asienta la ermita en un alto rocoso, el llamado “Cerro de la Fuente” y el origen de esa palabra hace alusión al sistema de cierre de fincas o ser lugar de paso.

Apunte bibliográfico

La obra que se presenta el lunes 25 de mayo, a las 7 de la tarde, en el salón de actos de Caja Guadalajara, se titula “Despoblados de la provincia de Guadalajara“. Son sus autores José Antonio Ranz Yubero, José Ramón López de los Mozos y María Jesús Remartínez Maestro. Tiene 294 páginas y ha sido editada por la Obra Social de Caja Guadalajara. Con pocas fotografías, y con unos estudios iniciales y finales acerca de lo que son los despoblados y la forma en que han sido estudiados y presentados, ofrece en esencia el catálogo de los exactamente 532 despoblados que los autores han localizado en Guadalajara. Un trabajo meticuloso, expuesto con científica sencillez y eficacia. De cada despoblado aparecen cuatro datos: 1) El término municipal en que se ubica (no se ponen las coordenadas por razones legales). 2) Las referencias históricas y documentales con las que cuenta. 3) La descripción somera del lugar. 4) La etimología del nombre, desde un punto de vista toponímico. El libro está prologado por el Cronista de Toledo, y afamado filólogo, Fernando Jiménez de Gregorio.

Pablo Iglesias en Guadalajara

En un día de octubre de 1882, por la mañana, con tiempo soleado, si nos hubiéramos dado una vuelta por el parque de la Concordia, nos hubiéramos fijado en la figura de un hombre joven todavía, un muchacho de 32 años, que lee plácidamente sentado en un banco el grande infolio de “El Imparcial” y a su lado quedan con señales puestas unos cuantos libros de la Colección “Biblioteca Universal”.

Ese joven era Pablo Iglesias, dirigente socialista, que tras haber tenido un año muy movido (su actuación en la gran Huelga General de ese año le había costado una temporada de cárcel) los padecimientos de gastritis y digestiones que le achacaban trató de curarlos permaneciendo un mes en nuestra ciudad, al cuidado de algunos amigos y compañeros de actividad. Tras las mañanas de lectura en la Concordia, pasaron las tardes en tertulias en las casas de esos amigos, entre los cuales figuraban Alfonso Martín Manzano y Julián Fernández, cofundadores con él del Partido Socialista Obrero Español y la Unión General de Trabajadores.

 

Durante estos días en que se está celebrando la Feria del Libro en Guadalajara, han sido diversos los que se han presentado en sociedad. La Concordia se tiñe del color de las tapas de los libros, y entre ellos hemos querido destacar uno que trata de un tema poco frecuente entre nosotros, y que viene a desempolvar esa “Memoria Histórica” que aún queda por desentrañar en muchas facetas de la reciente vida.

Se trata de “El Movimiento Obrero en Guadalajara (1868-1939)” y ha sido su autor Enrique Alejandre quien se encargó de presentarlo. Un estudio denso de acontecimientos, noticias, sucesos, huelgas y problemas laborales y sociales.

Es este libro la expresión impresa de una investigación larga y meticulosa. La investigación de todos los asuntos relativos a la lucha obrera durante la segunda mitad del siglo XIX y primera del XX. Un siglo entero, a caballo entre otros dos, en los que podemos decir que esa lucha surgió, se mantuvo, ganó batallas desde la base y perdió muchas otras desde el poder.  Épocas en las que se plantean fundamentos filosóficos y sociales que determinan el empeño de unos cuantos dirigentes, secundados por miles, por millones de trabajadores, para conseguir, de una parte, dignificar la calidad social y humana de los obreros, y de otra alcanzar y desarrollar el poder en la sociedad. Países como Rusia tras su Revolución de 1917, y muchos otros espacios del mundo a los que fue llevada esa forma de sociedad, la “dictadura del proletariado”, han demostrado luego las alternativas reales que daban a la clase obrera. Alternativas que han sido, en todo caso, muy cuestionables, al ver la forma en que hoy viven los obreros de uno de los últimos estados marxistas que existen (la República de Cuba, por ejemplo) o en otro en el que esa lucha no se produjo o, en todo caso, nunca alcanzó el poder, como Dinamarca, por poner otro ejemplo.

Obreros y dirigentes en la Guadalajara de entre siglos

El estudio de Alejandre, sumamente interesante, y fuente histórica fundamental para conocer los datos de nuestra provincia entre los años que indica el título de su libro (1868 a 1939) se basa en numerosos pilares: uno de ellos es la relación y análisis exhaustivo de los elementos productivos en los que están implicados obreros. Desde la Fábrica de Paños de Guadalajara, fundada en el siglo XVIII y cuyos operarios plantearon los primeros conflictos laborales conocidos en España, a los lugares donde hubo explotaciones mineras (Hiendelaencina con sus minas de plata, Setiles y sierra Menera con sus minas de hierro, y las salinas del norte provincial con las centradas en Imón (Atienza) y Armallá (Molina) principalmente. Además abarca el análisis de los telares productores de lienzos en Brihuega, Trillo, Alcocer, Ariecilla, Horche, Budia y Sigüenza; las industrias de jabones de Brihuega y Mondéjar, las de vidrios en Arbeteta y El Recuenco, las de papel en Gárgoles de Abajo y en Cívica, las de alfarería en Guadalajara, Cifuentes, Sigüenza y Cogolludo, o las de muebles rurales en Atienza. Añade Alejandre el estudio de la explotación de los pinares resineros de la zona del ducado de Medinaceli, en la fábrica de Mazarete qye funda en 1882 don Calixto Rodríguez, o la explotación industrial a gran escala y empeño europeo que arranca la Unión Resinera Española en 1898. A cientos se contaban los individuos que en esa época trabajaban en ese tema. Y no olvida, finalmente, la naciente masa obrera que se suma a los trabajos iniciales de instalación de los nuevos descubrimientos técnicos, como el ferrocarril (de 1859-1860 es la puesta en marcha atravesando la provincia de Guadalajara del primer ferrocarril Madrid-Zaragoza), los tendidos telegráficos, y los de energía eléctrica, realidad plena a partir de 1897 con la constitución de la Sociedad Eléctrica de Guadalajara.

Todas esas actividades las vemos divididas claramente en dos periodos: el primero abarca desde la Revolución liberal de 1868 y la proclamación de la I República (hasta fin de siglo y el crack de 1898) y la segunda desde inicio del XX hasta el fin de la Guerra Civil. A las industrias analizadas en el XIX se suman en el nuevo siglo la Compañía angloespañola de Cementos Pórtland, la Hispano-Suiza y la Fibrocementos Castilla.

El PSOE y la  UGT nacen en Guadalajara

Además de esos “núcleos de trabajo” a los que se suma el más numeroso en la provincia, el “campesinado”, Alejandre analiza con rigor y detalle la evolución de los partidos, las asociaciones, las agrupaciones, uniones, confederaciones, etc, que van cimentando la lucha de los obreros por conseguir sus objetivos.

No es exagerado decir que tanto el PSOE como la UGT nacieron en Guadalajara. De hecho, los mejores colaboradores de Pablo Iglesias en sus primeros años de lucha, son de aquí. El “grupo de los nueve”, todos ellos de ideas marxistas, es el que en 1872 crea en Madrid la Nueva Federación que va a constituirse pocos años después en el Partido Socialista Obrero Español. Sus ideas fueron proclamadas a través del periódico “La emancipación”. Y su base la tuvo en la Asociación del Arte de Imprimir, creada en Madrid como cooperativa, y presidida desde 1874 por Pablo [Paulino] Iglesias.

En Guadalajara nació, al compás de la Imprenta Provincial creada por la Diputación Provincial, y desde 1877, siendo su administrador Tadeo Calomarde, y su regente un joven tipógrafo de 25 años, llamado Alfonso Martín Manzano, al que se añadió Julián Fernández Alonso y luego Iglesias.

En Madrid, este grupo de dirigentes se reunía en el Café “El Brillante” o en la cafetería “Lisboa” de la puerta del Sol. De todos los asistentes, en 1879 surgió la idea de crear y formalizar el PSOE, cosa que ocurrió en la taberna “La Labra” de la calle Tetuán. Al año siguiente, empezaron a formarse agrupaciones de este partido por toda España. La 2ª tras la de Madrid, fue la de Guadalajara, a cuyo frente se puso Julián Fernández Alonso, en 1880. También al crearse la UGT, una de las primeras agrupaciones fue la de Guadalajara. Su grupo de tipógrafos, siempre pioneros en este campo de la lucha obrera y sindical, fueron claves en todo ello.

En cualquier caso,  la densa historia que Enrique Alejandre nos entrega en su libro, aclara estos hechos y pone en negro sobre blanco tanta fecha y tanto nombre que hoy ya son eso: historia del movimiento obrero en Guadalajara.

Entre tantas noticias, nos llaman la atención algunos aspectos biográficos de gentes encontradas. Por ejemplo, la de don Alvaro Figueroa  y Torres, conde de Romanones, del que entrega muchos datos, como por ejemplo el de ser uno de los mayores latifundistas de España, teniendo en el año 1931 exactamente 15.132 hectáreas, de las cuales casi la mitad estaban en Guadalajara. En paralelo, Alejandre nos da noticia amplia de la vida y hechos de Isabel Muñoz Caravaca, la maestra de Atienza que tanto escribió y luchó por el socialismo en Guadalajara y en España.

Un amplio recuerdo histórico de esta época nos viene a entregar este libro. Acaba con la desaparición de la Agrupación Socialista de Guadalajara, cosa ocurrida temporalmente a inicios del siglo XX, y sobre ello el autor nos dice que “Las semillas que dejó su labor germinarían en partidos y sindicatos más fuertes, con militantes más conscientes, herramientas con las que el proletariado luchó por dignificar sus condiciones de existencia y alcanzar una sociedad igualitaria, lucha idéntica a la que libra la actual clase trabajadora contra sus opresores”. El autor, Enrique Alejandre, en esta y otras frases de su libro viene a demostrar que practica un tipo de historia a la que se llamó “combativa” porque se escribía la historia desde una perspectiva ideológica. Es miembro activo de la Fundación “Federico Engels” y de la Corriente Marxista “El militante”, siendo actualmente, según nos señala en la solapa de su libro, responsable de la sección sindical de CCOO en el CAMF (IMSERSO). En todo caso, un libro a tener y consultar, porque una buena parte de la historia de Guadalajara en el último siglo y medio, vive real y documentado entre sus páginas.

Apunte

Un libro de referencia

El libro que estos días ha aparecido, presentado ya en diversos actos, lleva por título “El movimiento obrero en Guadalajara (1868-1939) y es su autor Enrique Alejandre Torija. Ha sido editado por la Fundación Federico Engels de Madrid, en 2008, y cuenta con 300 páginas y un buen álbum de gráficos y fotografías de la época.

Simplemente Horche

Se presenta hoy en Horche, en su Casa de Cultura, a las 7 de la tarde, un libro que ha empezado ya a hacer historia, y valga la redundancia, porque es justamente el titulado “Historia de Horche”. La semana pasada era en Madrid, en la Casa de Guadalajara, en la plaza de Santa Ana, donde en un acto memorable y multitudinario, se daba homenaje al autor, y se presentaba, por primera vez, este libro.

Ahora es Horche la localidad que acoge la presentación de esta obra que viene a ser paradigma de una historia local: bebiendo de lo ya hecho (Juan Talamanco escribió en el siglo XVIII una primera historia de la villa) y añadiendo con el rigor moderno lo que ha acontecido desde entonces, dándole tanto relieve a la historia como al patrimonio, a los personajes habidos como a las fiestas, y salpimentándolo todo con el dato preciso de los Aumentos documentales. Así sale un libro de más de 400 páginas. Rico en todo.

 

Llegando a Horche

A poco más de 10 minutos de la capital, por la “carretera de Cuenca”, se llega hoy a Horche en un simple paseo de coche. Creciendo por los cuatro costados, mantiene en su eje vital las esencias de una larga historia. Aunque no sea un lugar de solera, sin palacios de hidalgos ni catedrales góticas, el aire que tiene Horche en cuesta no se prodiga en otros sitios. El mejor placer, a mí me lo ha parecido, es recorrer sus calles, la larga de la iglesia, que va de la plaza al templo, o las cuestas y recovecos, desde la mayor a la de las Flores, saliendo luego a las huertas, bajando a la Fuensanta, marchándote hasta la ermita de San Isidro, en plena llanura, o bajando a refrescarse en alguna de las cien bodegas que pueblan su subsuelo.

Todo en Horche tiene su interés. A quienes buscan arte, poco les dirá la iglesia parroquial, aunque ha quedado muy dignamente restaurada, limpia y luciendo lo poco que quedó tras la Guerra Civil, en que fue destruido el retablo mayor que era una joya de la escultura renacentista. Se ve un bonito artesonado sobre el presbiterio y en el atrio exterior lucen perfectos los capiteles que rematan sus columnas. ¿Traídos quizás de Lupiana? ¿Trazados o aún esculpidos personalmente por Alonso de Covarrubias? Lo de menos es el detalle, lo importante es captar la belleza de cada pieza, la armonía del conjunto, la felicidad que emana de cada instante.

Horche y sus metáforas

Se vaya en día de diario, o se vaya en plena fiesta, el aire de Horche siempre está limpio y dispuesto a recibir al viajero. Solo con pasear y mirar, esquinas y aleros, o cuestas y jardines escondidos, ya disfruta el paseante. Pero si además llega con “los deberes hechos” y la historia del enclave sabida, o al menos oída, ganará en mucho el viaje.

Esa “Historia de Horche” que hoy se presenta, y que muchos horchanos ya tienen o piensan tener en breve, fue escrita por su cronista Juan Luis Francos a lo largo de los años, tras haber pasado largas horas en archivos, sacristía y chancillerías, buscando los documentos precisos que pudieran darle cuerpo al entero vivir de la villa.

Yo no sabría ahora decir lo mejor del pueblo. A mí me gusta la cómoda sonrisa de su plaza grande, el sano sonar del agua en su fuente del lavadero, o la imagen ancha del campo y las vegas que se divisa desde la puerta de la vieja ermita de San Sebastián, donde dicen que estuvo, siglos ha, el castillo. Todo en Horche está “allí arriba”. Eso es lo que dicen algunos que significa su nombre en vascuence antiguo: Or = arriba o en lo alto, y che (de etxea) la casa. La casa allí en lo alto… aunque también podría derivar de “huertos….hortes… y luego …horche”. Cualquier sabe. Esto de la toponimia es ciencia abstrusa que debe cogerse de la punta y mirarse de lejos, sin acercar demasiado la lupa.

El libro, en fin, lo ha escrito Juan Luis Francos, como digo, quien lo dejó acabado por completo pocos días antes de morir. Una obra monumental y concienzuda que da gusto tener entre las manos, abrir pausadamente, leer a pocos.

De la incansable actividad de Juan Luis Francos como valedor de la cultura y la historia de la Alcarria, donde más saben es en Horche. De ahí era su Cronista, lo cual supone el mérito de dedicarse a estudiar, a propagar, a defender y a divulgar todo lo relativo a su esencia (que es como debe resumirse el conjunto de cosas que brotan de su historia, su patrimonio, su costumbrismo y su naturaleza). Y tanto sabía de Horche que había iniciado, años atrás, y luego de haber sido durante decenios corresponsal de este periódico en la villa, la redacción de una “Historia de Horche” que fuera actual y definitiva, que diera evidencia de lo que fray Juan de Talamanco en el siglo XVIII había escrito, y de lo que desde entonces, hasta hoy mismo, ha ocurrido en esa villa de nuestro entorno. La familia y los amigos se han ocupado de que esa historia no se quedara (como ya pasó con la que escribiera el cura Calvo) guardada para siempre en un cajón (o en un CD corrompible, que es peor).

Antes se había ocupado Francos de otras parcelas de Horche. Desde su puesto de corresponsal, desde hace muchos años, de este diario provincial, nada de lo que ocurría en Horche dejaba de tener reflejo en estas páginas. Muchas veces añadido de evocaciones, fiestas, anécdotas, siluetas de personajes y proyectos. Él fue uno de los que animó a Juan Francisco Ruiz Martínez para realizar la nueva versión de la picota, que seguramente pronto tendrá silueta en alguna plaza horchana. Él fue quien ha presidido la Asociación Cultural Padre Talamanco en los últimos años, homenajeando a todo y a todos cuantos han tenido que ver con Horche. Él ha sido, y esta me parece batalla difícil de ganar, y más con su ausencia, quien ha defendido la caligrafía de Horche sin hache, en base a que así se escribía en documentos antiguos. La hache muda, y con el solo objeto de adornar las palabras, es bandera del idioma castellano que a va a ser difícil de arriar, a no ser que se empeñen en ello los más encendidos enemigos de nuestras cosas, que los hay y cada vez más numerosos.

Memorias varias de gente horchana

El autor de esta magna “Historia de Horche”, Juan Luis Francos, debiera ser considerado como horchano de pro. Porque aunque nacido en Galicia, uno es de donde deja su corazón y sus amores. De donde la tierra y su memoria le hace vibrar. De la Alcarria toda era, sin duda, cuando ha ocupado (hasta el día de su muerte) el cargo de vocal de Cultura de la Casa de Guadalajara en Madrid. En 1997, fue nombrado Académico correspondiente de la Historia, y algo antes había recibido el título, honorífico, de Cronista oficial de la villa. Durante años fue, además, presidente y factotum de la Asociación Cultural “Padre Talamanco” dinamizando de forma contundente la vida cultural de Horche.

De la memoria de otras gentes horchanas hizo Francos su empeño. A los vivos dio homenajes, y a los muertos les construyó biografías a base de rebuscar en los viejos papeles. De cuantos sujetos trató, fue el primero el análisis biográfico de Ignacio Calvo, un alcarreño que dejó escritas páginas singulares sobre muchos aspectos de Horche, que también inició, y dejó escrita gran parte de la historia de esta villa, habiéndose perdido finalmente su manuscrito. Y que puso traducido al latín [macarrónico] el Quijote bajo ese título que se ha hecho finalmente tan conocido, “Historia Domini Quijoti Manchegui”, cuya última edición fue también prologada por Juan Luis.

De otras figuras horchanas se ocupó en varios libros: del fraile Tomás Moral y su Diario, del soldadito Víctor Muñoz que luchó en Filipinas defendiendo en Asia la bandera española, de la “Lega” una empresaria de espectáculos que siempre llevó –aunque se fuera a Cuba y rodara por España toda luciendo figura- muy alto el pabellón horchano. En el libro ahora nacido, son docenas las memorias de gente horchana que Francos reivindica. Con toda razón.

Detalles que interesan

El libro que hoy se presenta

La “Historia de Horche” es un libro que consta de 416 páginas, en cómodo tamaño de lectura, con multitud de fotografías, muchas de ellas en color. Añade de valor los dibujos iniciales de cada capítulo, y aún la ilustración de la portada, que las ha hecho especialmente para la ocasión el pintor Rafael Pedrós Lancha.
La obra ha sido editada por AACHE como número 71 de la colección “Tierra de Guadalajara”, y se divide en 5 grandes capítulos, que vienen a tratar de la Geografía, la Historia, el Patrimonio, los Personajes, y el Costumbrismo y fiestas de la villa, con numerosos apéndices que transcriben documentos, algunos tan curiosos como las epidemias que a lo largo de los siglos asolaron al pueblo, las guerras que por él pasaron, o los pleitos que en siglos pasados mantuvo Horche con la capital Guadalajara.