Una paseo por el alto Sorbe

viernes, 26 diciembre 2008 0 Por Herrera Casado

Ahora que la nieve ha hecho su aparición sobre cumbres y valles, y que el Ocejón, el Cerbunal, la Peña Perdices, la peña Centenera y el Santo Alto Rey se han cubierto de un denso manto de hielo, es un buen momento para andar por la senda que marca el hilo de agua que nace de aquella altura inhóspita.

Esa nieve se convierte a ratos en el alto Jarama, y en el alto Sorbe, y ellos se encargan de convertir el paisaje, horadando rocas y limando valles, en un espectáculo por el que merece la pena viajar y recrearse en el magnífico deporte del senderismo.

Aquí van algunos datos para conocer sitios de belleza segura y poca densidad de domingueros. El alto Sorbe, por ejemplo, entre Muriel y Beleña. O la zona de la presa del Vado, cerca de Tamajón, donde el Jarama se estrecha y tiembla.

El Sorbe por Muriel

Cogiendo la carretera que desde Cogolludo sube a Tamajón, la GU-143, tras pasar Arbancón y densos pinares de repoblación, bajamos al valle del río Sorbe, todavía joven y encajonado entre rocas altivas y oscuras. Dejamos Muriel a la izquierda, pasando sobre el puente que se rehizo tras la guerra, y que nos deja ver, casi pasmados, el río que baja denso de nueves derretidas.

En el kilómetro 12,5 de esa carretera, antes de que empiece a trepar a la meseta de Tamajón, donde Felipe II barajó poner su monasterio de San Lorenzo, sale un camino desde un amplio rellano en el que siempre hay algún automóvil estacionado, dejado allí por los andarines que circulan por este camino de sorpresas.

Canta el río entre las arboledas, ahora peladas, dejando ver en lo alto las peñas oscuras. Pronto se llega al arroyo de Sacedoncillo, que baja desde las alturas en las que estuvo este pueblo, abandonado desde hace decenios, pero todavía reconocinle su iglesia y sus casas. Queda lejos, y nos olvidamos de él. Porque enseguida vemos el molino de Muriel, que deja caer su agua sobrante por un antiguo caz, y que hoy ha sido restaurado por sus propietarios, con buen gusto.

Diez minutos más de marcha por el cómodo camino, y llegamos a un espacio en que el río Sorbe parece detenerse, amansarse, en una poza de aguas muy claras, y escoltado en su orilla izquierda por unas rocas muy lamidas, orondas y serenas: parecen viejos animales antidiluvianos que fueron a beber y se quedaron allí, meditando. Se ven las estructuras hidrológicas del viejo molino, bien conservadas, y se admiran los rincones de este valle del Sorbe, alto y estrecho. Poco después se llega a un puente que cruza sobre otro arroyo con nombre, el arroyo de la Hoz, pero con poco agua, mientras que otro puente sobre el río Sorbe nos deja cruzarlo para alcanzar un merendero que está en la orilla izquierda. Aquí podrán terminar su paseo, relajante e inolvidable, los cómodos.

Para los incómodos y aventureros, les recomiendo seguir río arriba. Es largo el camino, y en ocasiones peligroso, porque se pega a las rocas que se tallan en altura sobre las aguas del fondo. A ese camino algunos lo han llamado “la trocha de los cobardes”. No sé la razón, pero sí sé que es un lugar espectacular y que segrega adrenalina. Si se pasa, lo cual no es difícil, se arranca ya por el último tramo, que a los más valientes llevará a los pies de la presa del embalse del Pozo de los Ramos, el primitivo remanso que retuvo a las aguas del Sorbe en su camino libre desde el Ocejón en que nacen. No se puede subir a la presa sino es con técnicas de escalada, por lo que no queda más remedio que echar atrás, y volver a la carretera y estacionamiento de donde partimos. Un paseo para todos los gustos, pero que debe hacerse.

El Jarama por el Vado

Desde Tamajón hay otra excursión, esta más civilizada y sencilla, pero con espectaculares paisajes para admirar. Es simplemente el viaje hasta la presa de El Vado. Se puede llegar cogiendo antes, viniendo desde Guadalajara, un ramal a la izquierda que baja hasta Retiendas, y pasado el pueblo sigue subiendo rumbo a la presa, a la que aborda desde abajo. O bien seguir de Tamajón en adelante, hacia la sierra, y poco después de haber pasado la ermita de los Enebrales, en un ensanche en que se dividen las carreteras, dejar que siga a la derecha la que va a Campillo de Ranas, y coger la de la izquierda, que nos lleva, bordeando entre pinadas las aguas del embalse, hasta la presa de El Vado.

Se llama así este embalse porque está hecho en las cercanías de un antiguo pueblo, así llamado “El Vado” y que ha quedado en la memoria de muchos porque sabemos que por él pasó el Arcipreste de Hita en sus caminares serranos, dejando unos versos dedicados a Santa María, una imagen de la Virgen que en ese lugar se veneraba. Hoy una placa a la entrada de la presa nos lo recuerda. Y la imagen de la iglesia románica de ese pueblo, abandonada en lo alto de un cerro, reflejándose su silueta en las aguas, nos lo demuestra fehacientemente.

La presa de El Vado para recoger las aguas del Jarama y poder abastecer con ellas a Madrid, es idea que surgió en las mentes de nuestros políticos allá por lo inicios del siglo XX. Cuando se fraguó la idea de montar la conducción del Canal de Isabel II con las aguas claras de la sierra guadalajareña, pero con la necesidad previa de hacer grandes presas para retenerla y domeñarla. Nacieron así, la más antigua de todas, la presa del Pontón de la Oliva, cerca de Uceda. Y luego El Atazar, el Pozo de los Ramos y por fin El Vado, que se acabó en 1954 y se puso en funcionamiento en 1960. Es capaz de almacenar, pletórico, 55 Hectómetros cúbicos, y la presa tiene una altura desde cimientos de 69 metros. La costa que forma, toda de pinares y bosques densos, es de 32 kilómetros, en los que hay caminos que nos permiten recorrerla en su amplitud.

A la entrada de la presa hay un monolito, una placa que recuerda la construcción, y al viejo arcipreste de Hita, que conoció el lugar muchos siglos antes. A la torre que sobresale de las aguas, y que es torre de control de aguas, llegan las que proceden, por un canal subterráneo, desde el azud del Pozo de los Ramos. Pasado el río esta dificultad, sigue entreteniéndose entre meandros de altas orillas rocosas: pasa junto al viejo monasterio cisterciense de Bonaval, del que ya hemos hablado en ocasiones anteriores, y se va dirigiendo a territorios también encantadores y cuajados de vegetación y sorpresas, en los términos de Puebla de Valles y Tortuero, donde encontramos un precioso puente de traza medieval.

Todos estos son caminos que merece recorrerse andando, siempre llevando alguna guía, -que las hay y muy buenas- en la mano, que nos digan claramente los lugares, las distancias, las señaladas alturas y los vados recomendables. Desde la presa del Vado, andando o en coche que permita el paso por malos caminos, como suelen los de tracción a las cuatro ruedas, se llega trepando los cerros boscosos hasta La Vereda, un pueblo puro de la Arquitectura Negra, hoy sin carretera, y siempre con mal camino, que quedó abandonado en los años 70, al tiempo que Matallana, en las inmediaciones, y que luego fue adquirido por el Colegio de Arquitectos, quedando hoy un poco en abandono, pero al menos vivo y merecedor de una visita.

Ni Sorbe ni Jarama: las lagunas de Puebla de Beleña

Entre los valles de Sorbe y Jarama, en la meseta que se alza como mirador de la Sierra, con la dulce Peña Centenera al fondo, ahora también nevada hasta las raíces, está el pueblecillo de Puebla de Beleña. Muy cerca del mismo, y ahora perfectamente señalizadas porque han sido declaradas Reserva Natural, están las “Lagunas de Puebla de Beleña”, que son dos, la Grande y la Chica, y que pueden visitarse siguiendo un sendero, para recorrerlo a pie, desde un pequeño enclave de interpretación y unos paneles informativos.

Estas lagunas de tipo estacional son testimonio de una antigua red de drenaje, son de agua de dulce, y en años muy lluviosos pueden llegar a unirse entre ellas. Aunque el pasiaje que forman es muy sencillo, puesto que sus orillas apenas levantan y se transforman en humedales de difícil identificación (por lo que no se recomienda acercarse a ellas, especialmente en las estaciones frías y de lluvias) podemos decir que tienen un enorme interés botánico y faunístico: esto último porque son un lugar de parada en la migración de miles de aves, entre las que destaca la grulla común, que hace unas tres semanas pasó, en grandes bandadas, dirigéndose al sur, en señal inequívoca de que los grandes fríos estaban al llegar.

Numerosas plantas de humedales densos viven en torno de estas lagunas. Todas ellas son especies protegidas que caracterizan el hábitat 3120: «Aguas oligotróficas con contenido de minerales muy bajo de las llanuras arenosas del mediterráneo con Isoete». Y entre las especies de aves acuáticas que en ellas paran en sus trayectos migratorios, destaca la ya mencionada grulla común (Grus grus) y otras muchas variedades que descansan en sus orillas en noviembre, y desde mediados de febrero a mediados de marzo. Hace unos años escribió un interesante artículo Rafael Ruiz López de la Cova en la Revista “Medio Ambiente de Castilla-La Mancha” como un ejemplo de humedal Ramsar. Esta clasificación incluye en España más de 60 lugares, entre los que destacan las Tablas de Daimiel, el parque de Doñana, el Mar Menor de Murcia, etc. Merece la pena desplazarse, a la vuelta de esas otras excursiones más “duras” a darse una vuelta por esta blandura, la de las lagunas de Puebla de Beleña.

Apunte

La guía de la Ribera

Para conocer y aprovechar al máximo los caminos y las rutas de la Ribera alta del Jarama, las del Sorbe y sus inmediaciones como las lagunas de Puebla, es aconsejable utilizar el libro que ha editado recientemente la Juntas de Comunidades de “Castilla-La Mancha” como número 1 de su “Colección Guías”. Lo ha escrito Francisco Martín Macías, que ya tiene en su haber otros libros sobre la zona. Consta de 236 páginas, y va profusamente ilustrado a color, con imágenes de las rutas y de mapas para no perderse en ellas. Su título es “Veredas y Caminos de la Ribera. Valles del Jarama y del Sorbe”. Con toda seguridad, lo más completo que existe sobre esta zona.