Dos rutas por la Sierra del Ocejón

viernes, 14 noviembre 2008 0 Por Herrera Casado

En estos días de otoño, la sierra del Ocejón se ofrece con sus mejores paisajes para quienes piensan ir conociendo, paso a paso, esta provincia de mil facetas.

Las carreteras en buen estado, los caminos señalizados, los paisajes cubiertos del oro mágico de las hojas caducas, y el aire limpio, fresco, sonriente.

Vamos a hacer las dos rutas que escoltan al Ocejón, por el poniente y por el levante: es la primera la ancha ruta del Concejo de Campillo. Y el segundo la línea sinuosa que entre bosques de roble se llega hasta Valverde de los Arroyos. Ambas pueden hacerse, hoy y en coche, en un solo día. Y cuanto se ve no se olvida: los viajeros que caminan el trecho con este cronista, y que han venido de lejos, dicen no haber visto en su vida más hermosos paisajes, y más sinceros.

De Tamajón a Majaelrayo

El primer trayecto comienza en Tamajón. Se llega desde Guadalajara en tres cuartos de hora, pasando por Humanes. Y tras mirar las rectas calles del pueblo que es llave de la Serranía, y aún pararse un rato ante la severa y grandiosa iglesia, con su atrio de memoria románica, se sigue por la estrecha carretera que nos llevará, en principio, a la “Ciudad Encantada de Tamajón”, que es un lugar de atractivas formas pues grandes rocas calizas, deformadas por las aguas a lo largo de cientos de siglos, han dado un grupo de roquedales, callejas, cuevas y paredes que siempre sorprenden.

Y después a la ermita de los Enebrales, donde los viajeros se bajan, estiran las piernas y respiran el aire que viene cargado del aroma de las sabinas y enebros del lugar. La ermita, bien cuidada, ofrece siempre sus puertas abiertas, por tradición, pero con una reja que trata de poner difícil a los destructores de cosas sus ímpetus naturales. En el interior se ve una gran pintura mural que refiere gráficamente la leyenda de haber estado el lugar dominado por una serpiente hasta que un bravo caminante la hizo frente con la ayuda de la Virgen.

La carretera empieza a penetrar en bosques continuos, pinos y carrascos, y tras dejar a la izquierda el desvío que lleva a la presa del Vado, se hace más ancha, recién asfaltada, y cómoda en lo que cabe, a pesar de las continuas revueltas que va dando entre las torrenteras que bajan de los altos cargadas de agua, y los derrumbes de pizarra. Tras atravesar un arroyo, con sus orillas cuajadas de chopos amarillentos, se llega a Campillejo, el primero de los pueblos de la Sierra Negra: a los viajeros, que se bajan del automóvil y recorren sin prisa las calles y espacios que quedan entre las vetustas y enormes casas de gneis y pizarra, les encanta ver esta arquitectura única y severa.

Siguen luego, y enseguida llegan a El Espinar, donde la hierba atenaza al pueblo, y todo es un conjunto de verdes y negros que piden nuevas perspectivas. Tras él la carretera se abre, y enseguida se ve, en la lejanía, la torre de Campillo de Ranas, la siguiente parada. Poco antes de llegar a este pueblo, sale a la izquierda una carretera que llevará a  Roblelacasa, otro de estos pueblos del Concejo que tras haber estado muchos años vacío y en ruinas, se ha recuperado y hoy lo pueblan mucha gente que se ha construido casas.

Campillo de Ranas es un poco la capital del Concejo de su nombre, y un verdadero muestrario de la arquitectura negra, de las esencias serranas. Le está saliendo, hacia el fondo del valle, una urbanización que al menos por lo que se ve hasta ahora, es respetuosa con el entorno en cuanto a arquitectura y disposición de los edificios, un tanto sueltos a su aire por las lomas y entre los arroyos. El pueblo como tal es un encanto, con su iglesia de enormes proporciones, pero pobre y sencilla, como todo lo serrano. Delante de la iglesia hay un plazal con mil cosas: una leñera abierta y concejil, un juego de bolos, una fuente, las ruinas de un edificio al que solo le queda el reloj de sol, y muchas casas recias y firmes, que se han ido manteniendo y aún cuidando, de tal modo que hoy Campillo es una referencia, quizás el mejor pueblo de la Sierra del Ocejón, en su costado oeste, en cuanto a variedad de espacios, y respeto total a la tradición constructiva.

Más allá, unos 4 kilómetros adelante, y tras dejar otro pequeño ramal que lleva a Robleluengo, los viajeros llegan a su destino final en esta primera ruta. Es Majaelrayo, el lugar donde se inician las escaladas al pico Ocejón, que esta mañana aparece rojizo y tierno, cubierto de sus eternos bosques de roble aviejando sus hojas. La cumbre está cercada de nubes, porque el día ha amanecido algo húmedo y frío. El agua corre por todas partes, y los viajeros llegan a la hondonada donde está la fuente, que se hizo cuando reinaba en España la Majestad de Carlos IV. Sobre los caños tiene una inscripción que lo dice, y todos se admiran de las grandes lajas de pizarra que sirven de apoyo al paso de coches y antiguamente de carretas y caballerías.

En el pueblo sorprenden las casas grandes, espléndidas y recias de gente que vive allí todo el año. Un joven animoso, con aspecto hippy, nos explica como va sobreviviendo el lugar, y otro abuelo que nos saluda, el señor Elías, dice que este es el lugar mejor del mundo, si no fuera por los fríos que hacen en el invierno. La plaza mayor está ensanchada y limpia, y en un Hotel rural que hay junto a ella, la dueña nos muestra lo acogedor del sitio, y podemos comprobar lo caliente que está el ambiente en su interior. Ayuntamiento y casonazas de pizarra dan por doquier su tono oscuro y vibrante a Majaelrayo.

De Tamajón a Valverde

Pero los viajeros aprovechan bien el tiempo, y como las carreteras están perfectas, se vuelven hasta la Ciudad Encantada de Tamajón, donde se tuerce a la izquierda, y se inicia el camino de Valverde.

Tras un largo trecho en llano, entre bosques de enebros, se avista a la izquierda el encantador poblado de Almiruete, al que no entramos, pero que promete y mucho, porque se le ve lejano, agreste, colgando de la montaña. Es realmente un sitio que merece una visita, y así lo haremos en próxima ocasión.

Tras dejar, en una hondonada húmeda y arbolada, el camino que sale a la derecha hacia la presa del Pozo de los Ramos, la carretera empieza a trepar por las faldas del Ocejón, y sube, sube, muy arriba, hasta que tras cruzar honda barranca llega atravesando densos robledales al lugar mínimo de Palancares, donde también paramos a ver sus edificios, menos cuidados, más alterados con los tiempos y los arreglos, presididos todos por la iglesia sencilla, en la que desde hace años se apoya un cartel reivindicativo de cuando se opusieron numerosos grupos ecologistas a que se repoblara con pino aquella sierra que es de robles. Finalmente se paró la tropelía.

Y dando aún más vueltas y subiendo y bajando en un vaivén que nunca acaba, pero por carretera por demás cómoda, se avista el Ocejón inmenso y en su ladera oriental disperso el caserío de Valverde de los Arroyos, que es nuestra meta en esta salida.

Encontramos el pueblo, como viene siendo ya habitual, ocupado de cientos de turistas. Se ha montado un aparcamiento de coches en las afueras, para evitar que los vehiculos entren en el caserío. Aquí solo pueden hacerlo los residentes y el servicio de los restaurantes, hoteles y comercios. La afluencia de turistas es más que notable, y cuando uno pasea las calles de Valverde, o llega a su plaza de la “Reina María Cristina” comprende por qué ocurre esto: se trata de un pueblo único en la Sierra, en la provincia, en España toda, porque está rodeado de una Naturaleza impresionante, con la soberbia altitud del pico Ocejón encima, que parece que cierra el horizonte y aún el cielo por el oeste, y de él bajan pequeños arroyos que forman barrancos y aún el lugar de “las Chorreras de Despeñalagua” que en la primavera se equipan con la sonoridad y la belleza del agua torrencial cayendo en grandes cascadas desde la altura.

Tras charlar con las gentes del pueblo, visitar sus tiendas, curiosear por sus casas rurales, su Museo (siempre cerrado) de los tejidos (hubo antaño telares en Valverde) y su iglesia, al final se llega a lo más alto, que son las eras, donde en el inicio del verano se ejecutan las danzas del Santísimo, con sus cofrades ataviados de exuberantes maneras (faldones blancos, mantones floreados, sombreros cuajados de flores y espejos). Allí nos enseña Fernando, nuestro amigo, sus casas hechas para el disfrute de los fines de semana bajo el Ocejón y entre un rodal de robles gigantescos: son “Las Hondonadas”, un lugar que merece visitarse y disfrutarse.

Después del aperitivo, la comida se hace obligada, y en este caso nos dirigimos a un lugar de armonía completa con el entorno, el Mesón “Los Cantos” donde a pesar de estar lleno, los jóvenes propietarios y cocineros nos atienden con la diligencia y profesionalidad que hoy son imprescindibles: la comida en Los Cantos, aunque tardía, nos sabe a gloria, porque son ya muchos los kilómetros andados, y muchas las cuestas subidas: los productos serranos, los huevos fritos, el pollo con pisto, la miel que es de primera calidad en esa sierra… el día acaba opíparamente y, por lástima, con lluvia que ya no cesa hasta regresar, a media tarde, a Guadalajara, donde todo se va en comentar lo visto, y donde se hacen promesas de volver, porque siempre a la Sierra Norte de Guadalajara hay que volver, a revivir aquella naturaleza límpida y húmeda, aquel otoño dorado, aquellas plazas y callejuelas oscuras y sonoras.

Apunte

El regreso a Guadalajara

La vuelta desde Valverde de los Arroyos se puede hacer por otro camino al de la ida. Nada más salir del pueblo se toma la carretera que, toda cuesta abajo, se dirige hacia el hondo foso del río Sorbe, en Umbralejo. Este es un pueblo que tras quedar abandonado en los años 60, se rehizo como “Aula de la Naturaleza” y hoy es otro modelo (un tanto artificial, también es verdad) de entorno vivo serrano. Desde allí, siempre hacia el sur, por carreteras muy bien mantenidas, y tras pasar por Arroyo de Fraguas, y lo que queda de lugares que perecieron en los años de la emigración (Las Cabezadas, Santotis, Semillas, Robredarcas…), se llega a Veguillas donde se coge la carretera hacia la derecha que lleva a Cogolludo, lugar en el que sobresalen aspectos monumentales que cualquier viajero debe admirar, como su palacio ducal, su templo parroquial, o su castillo calatravo. De allí a Humanes, y vuelta a Guadalajara por el valle del Henares, en el que el tráfico denso de los fines de semana está pidiendo a gritos la nueva carretera de sentidos desdoblados.