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noviembre, 2008:

Historia, Arte y Cultura a lo largo del Henares

Se celebra en estos días, desde ayer 27 al domingo 30 de Noviembre, y en nuestra ciudad, el XI Encuentro de Historiadores del Valle del Henares. Un acontecimiento cultural de gran magnitud, que supone la reunión, el cambio de opiniones, y la manifestación de los estudiosos e historiadores, de los pensadores y hombres de letras de este entorno común a dos provincias y dos comunidades, Guadalajara y Madrid, separadas administrativamente pero unidas a través de un espacio geográfico único: el Valle del Henares.

El Encuentro de Historiadores del Valle del Henares, vuelve a poner de actualidad la unidad geográfica de lugares tan relevantes como Guadalajara y Alcalá, Meco y Azuqueca, Sigüenza y Valdeaveruelo…

Una reivindicación pendiente

Otra vez nos llega el clarinetazo del Encuentro de Historiadores del Valle del Henares, para hurgarnos en la conciencia esa pendiente asignatura que es la de analizar con rigor y honradez la distribución territorial del espacio geográfico en el que vivimos.

Convocado el Encuentro “por libre” con el apoyo de tres instituciones culturales, (de Alcalá. Guadalajara y Sigüenza) y movido por gentes con inquietud y dinamismo a las que nunca agradeceremos bastante tanto trabajo y personal ocupación (José Ramón López de los Mozos y Francisco Viana, muy especialmente, más Juan Antonio Martínez Gómez-Gordo, y en esta convocatoria María Jesús Lázaro Silgado y José Luis Valle Martín, que han cargado con todo el peso de organización y engranaje de estas jornadas) este Encuentro de Historiadores del Valle del Henares, ya en su undécima convocatoria, es sin duda muy importante y de un calado cultural digno de mejores aplausos.

Desde hace ya 20 años, alternando cada dos la sede entre Alcalá y Guadalajara,  se han venido celebrando estos Encuentros en la intención de reunir a cuantos escritores, investigadores y estudiosos del devenir pretérito de nuestra tierra quieren exponer sus trabajos y contribuir con su presencia a un llamamiento que se hace en cada una de estas ocasiones: el de considerar como único y coherente el espacio geográfico del Valle del Henares, desde Horna donde nace hasta Mejorada donde desagua en el Jarama. Y considerarlo único como entidad histórica (desde hace siglos, muchos) y como entidad humana y económica (sin discusión alguna, en Guadalajara somos más “hermanos” de los alcalaínos, que de las gentes de Tomelloso, de Puertollano ó de Cuenca).

Este territorio en el que vivimos, fue dividido administrativamente entre dos comunidades autonómicas, en la precipitación del momento, y con las prisas de algunos por construir espacios políticos propios. El Valle del Henares es un territorio único, que algún día habrá que unir. Tema es este que no vamos a reivindicar de forma estrepitosa, pero que tampoco vamos a dejar que caiga en el olvido, porque la lógica de la realidad geográfica es algo que va más allá de las elucubraciones metafísicas o filosóficas de los políticos y sus consejeros.

Las comunicaciones científicas

En este XI Encuentro de Historiadores del Valle del Henares, que tendrá lugar (se inauguró ayer jueves por la tarde, en el salón de actos del Conservatorio de Música de nuestra ciudad, y se clausurará el próximo domingo en el transcurso de una comida de confraternización tras un viaje por los “retablos de la Alcarria”, se leerán cinco decenas de comunicaciones científicas relacionadas con la arqueología, la historia medieval y moderna, la archivística, el arte, la heráldica, la toponimia y el costumbrismo de la cuenca del Henares.

La inauguración se hizo ayer, y corrió a cargo del profesor don Pablo Martín Prieto, quien habló ampliamente y con rigor de los Fueros de Guadalajara, analizando a fondo la historia y evolución de estos códigos legislativos que marcaron la forma de vivir en la Edad Media.

Las comunicaciones que hoy están leyendo y mañana continuarán haciéndolo, en el referido centro cultural de Guadalajara, ofrecen este año un denso programa de novedades. Unas relativas a Alcalá, otras a Guadalajara, y algunas a Sigüenza. Yo destacaría la comunicación relativa a la secuencia constructiva del templo parroquial de Arbancón, que elabora el historiador seguntino Juan Antonio Marco Martínez.

También debe destacarse la comunicación de López de los Mozos y Fernández Serrano sobre las lápidas funerarias y escudos heráldicos existentes en el templo de Santiago (antiguamente Santa Clara) de nuestra ciudad. En Encuentros anteriores ya hicieron dos partes iniciales de esta clasificación, que aspira a la totalidad.

Y por supuesto el interesante estudio que hace Pedro José Pradillo y Esteban acerca de la aportación al arte del escultor Miguel Blay, muy relacionado con los Figueroa, y autor de la conocida estatua del Conde de Romanones en la Mariblanca de Guadalajara.

Sobre la evolución urbana de Guadalajara en el siglo del Renacimiento escribe Angel Mejía; sobre el ocaso del Antiguo Régimen, Juan Pablo Calero Delso; sobre los fondos bibliotecarios María Pilar Sánchez-Lafuente; sobre la villa de Mandayona, Manuel Rubio, y sobre el pintor campiñero Alejo Vera y su discípulo Juan Luna, Rosario Baldominos. Y como no hay espacio para mencionar y valorar a todos, sí decir que este año es especialmente denso el número de trabajos de investigación realizados en torno a la Guerra de la Independencia, tratando muchos aspectos que hacen alusión a aquel hecho, del que ahora se cumplen exactamente dos siglos: Amparo Donderis, la archivera de Sigüenza, escribe sobre las “Andanzas de Juan Martín el Empecinado por tierras de Guadalajara y su papel en la Guerra de la Independencia”; Luis Antonio Martínez Gómez hace un exhaustivo estudio documental del saqueo francés en Fuentelahiguera; Miguel Toledano Lanza expone su investigación sobre don Vicente Batanero, al que titula ¿”El Cura Merino de Sigüenza”?; Son, finalmente, Rita García y Miguel Angel Vivas quien nos dan un estudio pormenorizado y amplio sobre la “Contraguerrilla josefina: Cazadores de Montaña y Húsares de Guadalajara” con las andanzas por nuestras tierras de Villagarcía, Mesa y el Manco.

Es un Encuentro denso y digno, de estudiosos y alentadores de una auténtica cultura local, al que aplaudimos sin reservas.

Una historia común en el Henares

La historia ha sido explícita en rasgos aunados sobre las tierras del Henares. Después de ser asiento de una “Vía Augusta” por donde la cultura romana dejó sus huellas, durante varios siglos, este “río que nos une” sirvió de frontera de Al‑andalus en su marca Media, frente al reino castellano.

Los califas cordobeses, y luego los reyes de taifas toledanos pusieron en esta frontera sus defensas en forma de castillos, que aun en mejor o peor estado los vemos desde la fortaleza de Alcalá, pasando por el alcázar de Guadalajara, hasta los castillos de Hita, de Jadraque y Sigüenza, sin olvidar la multitud de torres de defensa y vigilancia que escoltaban los pasos y vados del valle.

Y aún en historia aparecen rasgos comunes, regidos de los mismos personajes: los Mendoza serían unos, con sus posesiones a lo largo del curso del agua, en sus orillas, desde las alturas de Espinosa hasta el final del río en Mejorada.

Sus fundaciones, sus patrocinios de obras de arte, de instituciones culturales, así lo prueban. La Universidad Complutense, hoy revitalizada en Alcalá, estuvo a punto de tener su sede primera en Guadalajara, ó por lo menos los duques del Infantado así lo intentaron. El Cardenal Ximénez de Cisneros, su fundador real, vivió siempre en este valle, pues desde su puesto de vicario en Sigüenza, al de arzobispo toledano fundador de la Universidad, pasando por su estancia en el monasterio franciscano de La Salceda junto a Tendilla, las aguas oscuras y susurrantes del Henares acompañaron su densa biografía.

El costumbrismo, en fin, nos muestra también que las fiestas, los decires, las canciones, los bailes, la toponimia, y en general los modos de enfrentarse a la vida las gentes de este entorno, son absolutamente similares desde Horna a Mejorada. Y ello es lógico, pues a todas las razones apuntadas anteriormente se unen las geográficas y económicas, quizás las más fuertes. Una cuenca única, bastante cerrada en sus límites, propicia el crecimiento de una sociedad muy compacta.

Ello nos lleva de nuevo a la consideración inicial sobre el presente y muy especialmente sobre el futuro de este valle del Henares. Y es la evidencia de esa partición administrativa actual realmente absurda. El hecho de que poblaciones como Alcalá y Guadalajara, vecinas y en todo comunes, estén inscritas en dos Comunidades autónomas diferentes, es una prueba más de lo mal planteada que estuvo la partición de España, hace todavía escasas fechas, en Comunidades Autónomas que solo se rigieron por las premisas previas de unas provincias ya constituidas. Ojalá un día voces como la nuestra se dejen (simplemente se dejen) oír.

De momento, invito a mis lectores a que en este fin de semana hagan un esfuerzo y se acerquen por el Salón de Actos del Conservatorio, en el paseo de Fernández Iparraguirre, para  participar, -al menos para escuchar y compartir estos temas- en el XI Encuentro de Historiadores del Valle del Henares. Es en estos acontecimientos, en estas reuniones de expertos y estudiosos, de gentes que bien demuestran estar en el día a día del trabajo cultural y científico, donde se fraguan los cimientos de una cultura autóctona, de un saber sobre nosotros mismos, sin esperar a que vengan otros a contarnos los caminos por los que debemos ir. El nuestro está bien claro, no necesita inventos: es el Henares, -valle arriba, valle abajo- por donde caminaron los romanos, los árabes, las huestes castellanas, los juglares y los cancioneros, los Mendoza y sus amigos europeos, y hasta el ferrocarril… un valle que une mucho más que separa. Estos días, en Guadalajara, el Henares  se ensancha.

Apunte

Libro de Actas del XI Encuentro de Historiadores del Valle del Henares. Edita la Excmª Diputación Provincial de Guadalajara. 984 páginas en tamaño 17 x 24 cms. 48 trabajos densos sobre arqueología, historia, arte y etnografía. Un conjunto de estudios inéditos que llaman la atención y constituyen a este libro de actas en el referente bibliográfico obligado, que junto a los tomos, similares en tamaño, de los diez Encuentros anteriores, van alcanzando ya la cifra de las 7.000 páginas editadas con documentación científica sobre el Henares.

Este es el valor auténtico de los encuentros, y las comunicaciones. Saber lo que están haciendo los historiadores de nuestro entorno en estos momentos, y poder consultar cómodamente sus aportaciones, sus hallazgos, sus sabidurías. Muchas ilustraciones y un formato –a pesar de su voluminosidad- de fácil lectura y consulta.

Viaje al románico de Morillejo

En estos días se vuelve a hablar del románico, y para bien. Realmente, uno de los recursos patrimoniales y turísticos más importantes de la provincia de Guadalajara es la arquitectura románica, el hálito de vida medieval que aún le quedan a muchas viejas piedras de nuestra tierra.

La restauración, el pasado año, de una ermita románica, aislada y mágica en medio de un paisaje agreste y rocoso, como es la de Morillejo, ha supuesto que este viajero se haya echado al camino y una vez más se haya dado cuenta de la riqueza casi inacabable de este tema, el del arte románico que llena siempre los días y colma los objetivos.

Primero en Trillo

El viajero ha llegado hasta Trillo, donde se encuentra con un mundo de agua. Viene de arriba, [desde Teruel] el Tajo que aquí deja de ser alto para transformarse en medio. Por su derecha le llega el Cifuentes, que es corto río que viene de dos pueblos más arriba, pero siempre con fuerza y agua, dejando una espectacular cascada bajo los muros de la iglesia. El espacio, ahora remozado y limpio, donde las aguas del Cifuentes se encuentran con las del Tajo, es espectacular, y merece llegarse  a Trillo para verlo, y ya aprovechar para quedarse en la orilla y comer buenas carnes en el restaurante que han puesto bajo el denso ramaje de los plátanos.

Siguiendo el Trillo hacia arriba, puede verse la novedad del Balneario de Carlos III por fin refundado y utilizado al cien por cien. Se dejaron las huellas visibles de los arqueológicos memoriales, y se ha levantado un edificio con aires de vetustez, aunque moderno, y con todas las comodidades: un nuevo modo de lanzarse al futuro con las imágenes del pasado, bien utilizado. Lo han hecho bien, muy bien, en Trillo.

Luego Azañón

Para muchos Azañón es el pueblo de la curiela, de la mujer sanadora que con cordones de zapato y leche agria, con oraciones a santos milagreros y hierbas fascinantes, curaba de todo: los males de garganta, de corazón y de asma, tumores y ronchas: todo.

Hoy apenas quedan vecinos en Azañón. En la mañana de otoño luce espléndido el paisaje que le rodea, cuajado de arboledas doradas, de distancias azules. El viajero trepa una cuesta y llega a la plaza, que a pesar de las reformas conserva el viejo aire de pueblo con enjundia. Hay un palacio de soñolienta piedra, con un escudo de la Inquisición encima de la puerta. Y una casa de vieja estampa alcarreña con galería corrida y muros blancos. La otra costalada de la plaza la han hecho moderna, pero a pesar de todo sigue gustando.

Una paseo breve por sus cuestudas calles, y nos asomamos al hondo foso del Tajo, donde estuvo el monasterio de Ovila, (término de Azañón) al que desde aquí se llegaba en media hora de paso rápido, Total, media legua de camino abajo. La iglesia de esta villa es enorme, con una torre gigantesca, tal que hubiera tenido una enfermedad de las junturas y hubiera crecido, sin que nadie se diera cuenta, por las noches. La puerta es sencilla, bajo el atrio, y tiene la semicircularidad del Renacimiento de pueblo. Alguna ermita en los alrededores y poco más. Pero a Azañón se vuelve, siempre, porque tiene gancho.

Morillejo allende

La llegada a Morillejo se alarga. Aquí la fama la tiene el orujo. De sus paisajes, que son ya Alto Tajo hermoso y verdeante, casi nadie ha dicho nada. Pero el viajero, en la carretera de 8 kilómetros que media entre Azañón y Morillejo, no deja de dar curvas, y de asombrarse por tanta roca que le sale al paso, tanto subir y bajar, tanto nogal perdido, zarzales y olivos, algún rincón donde la viña se extendió, y ya rojiza dice que sus uvas salieron a la pisada.

Antes de subir la fuerte cuesta que nos llevará a Morillejo, los viajeros se asombran de los roquedales en forma de barcos varados que dejan a la derecha. Como una hoz corta pero exuberante. Y más allá, también a la derecha y en alto, la ermita de Nuestra Señora de Jerusalem, que verán luego.

En el pueblo, lo que llama la atención es la reforma que están haciendo. No una calle, o una plaza, o un edificio, no. El pueblo entero está en obras, las calles levantadas, los cables apartados, casas nuevas, coches extranjeros, radios a tope. Este pasado verano montaron un concierto de alto copete (y mucho ruido). En fin, que aunque apartado, y una piensa que en el remoto olvido del mundo, Morillejo está vivo y latiente.

En la calle principa, que empieza junto a la iglesia, todavía sobresale la casona que tiene escudo y antes balcón cuajado de flores. La iglesia es sencilla y más bien moderna (todo lo moderno que puede ser el siglo XVII, el de los felipes borbones sin guerras y sin ideas) pero por el pueblo sobresalen algunas casas flamantes, modernas, que poco tienen que ver con la tradicional arquitectura de la Alcarria.

Al otro lado del barranco, en un paisaje de verdes rabiosos, se alza el cementerio moderno y junto a él la ermita de Nuestra Señora de Jerusalem. Es este un edificio de tradición románica que ha sido recientemente restaurado y ha quedado muy bien, muy solemne y bello.
Su interés radica en que representa una síntesis de las construcciones románicas más clásicas y las características netas del estilo cisterciense. Aunque un tanto exagerado, podría decirse que esta ermita minúscula tiene el aire neto del estilo cisterciense que heredaría de Ovila, tan cercano, como este lo heredó de los monasterios de la Dordoña francesa de donde vino a la Alcarria. ¿Serían los mismos canteros de Ovila quienes tallaran muros, puertas y canecillos de esta ermita de Morillejo? Al menos las marcas de cantería que aparecen en sus muros son las mismas que las del gran monasterio bernardo de junto al Tajo.
Tiene la ermita románica de Morillejo, tal como cumple a un edificio del estilo, planta rectangular y nave única. El presbiterio es recto y el ábside perfectamente semicircular. La puerta principal, de origen moderno, a pelo y sin atrio, es fruto de la restauración. Pero en el muro norte, el de la umbría, se abría (hoy no, que está tapiada) una puerta solemne de arco apuntado, con molduras sencillas, pero en un estilo netamente cisterciense. No es de extrañar este influjo europeo y monacal en la ermita de Jerusalem de Morillejo. Porque en su término, y junto al río Tajo, estuvo en la Edad Media la aldea de Murel (Morillejo es palabro diminituvo de ese antiguo nombre, que a su vez deriva o recuerda algún “muro” o elemento constructivo venerable) y por allí anduvo puesto, y enhiesto a principios de nuestra Era, un puente romano de rasante recta y gran envergadura, del que aún quedan hoy importantes restos. Esa aldea fue dada en propiedad, por el rey Alfonso VIII de Castilla, a la Orden del Cister, que puso en este término su primitivo monasterio, trasladado pronto a la llanura amable y más productiva, mejor comunicada, del llano de Ovila (término, como antes hemos visto, de Azañón, y hoy accesible desde Trillo).
Aquí termina el viaje, que al ser en coche obligadamente debe volver a Azañón, porque de Morillejo no hay salida, si no es andando, hacia el Tajo. Desde el cruce, puede optarse por volverse a Trillo, donde hay buena opción gastronómica en “El Pozo” junto a la cascada del Cifuentes, o seguir adelante, y a poco de pasar “La Solana” en un alto dominando el arroyo de La Puerta, baja sobrepasando Viana de Mondéjar y llegarse a la calle mayor de La Puerta, donde tiene abierto fogón la señora Pilar, que da de comer (sin carta, lo que ella quiere) pero en plan Pantagruel y compañía. Una excursión, por estas alcarrias de Trillo, que no tiene desperdicio.

Dos rutas por la Sierra del Ocejón

En estos días de otoño, la sierra del Ocejón se ofrece con sus mejores paisajes para quienes piensan ir conociendo, paso a paso, esta provincia de mil facetas.

Las carreteras en buen estado, los caminos señalizados, los paisajes cubiertos del oro mágico de las hojas caducas, y el aire limpio, fresco, sonriente.

Vamos a hacer las dos rutas que escoltan al Ocejón, por el poniente y por el levante: es la primera la ancha ruta del Concejo de Campillo. Y el segundo la línea sinuosa que entre bosques de roble se llega hasta Valverde de los Arroyos. Ambas pueden hacerse, hoy y en coche, en un solo día. Y cuanto se ve no se olvida: los viajeros que caminan el trecho con este cronista, y que han venido de lejos, dicen no haber visto en su vida más hermosos paisajes, y más sinceros.

De Tamajón a Majaelrayo

El primer trayecto comienza en Tamajón. Se llega desde Guadalajara en tres cuartos de hora, pasando por Humanes. Y tras mirar las rectas calles del pueblo que es llave de la Serranía, y aún pararse un rato ante la severa y grandiosa iglesia, con su atrio de memoria románica, se sigue por la estrecha carretera que nos llevará, en principio, a la “Ciudad Encantada de Tamajón”, que es un lugar de atractivas formas pues grandes rocas calizas, deformadas por las aguas a lo largo de cientos de siglos, han dado un grupo de roquedales, callejas, cuevas y paredes que siempre sorprenden.

Y después a la ermita de los Enebrales, donde los viajeros se bajan, estiran las piernas y respiran el aire que viene cargado del aroma de las sabinas y enebros del lugar. La ermita, bien cuidada, ofrece siempre sus puertas abiertas, por tradición, pero con una reja que trata de poner difícil a los destructores de cosas sus ímpetus naturales. En el interior se ve una gran pintura mural que refiere gráficamente la leyenda de haber estado el lugar dominado por una serpiente hasta que un bravo caminante la hizo frente con la ayuda de la Virgen.

La carretera empieza a penetrar en bosques continuos, pinos y carrascos, y tras dejar a la izquierda el desvío que lleva a la presa del Vado, se hace más ancha, recién asfaltada, y cómoda en lo que cabe, a pesar de las continuas revueltas que va dando entre las torrenteras que bajan de los altos cargadas de agua, y los derrumbes de pizarra. Tras atravesar un arroyo, con sus orillas cuajadas de chopos amarillentos, se llega a Campillejo, el primero de los pueblos de la Sierra Negra: a los viajeros, que se bajan del automóvil y recorren sin prisa las calles y espacios que quedan entre las vetustas y enormes casas de gneis y pizarra, les encanta ver esta arquitectura única y severa.

Siguen luego, y enseguida llegan a El Espinar, donde la hierba atenaza al pueblo, y todo es un conjunto de verdes y negros que piden nuevas perspectivas. Tras él la carretera se abre, y enseguida se ve, en la lejanía, la torre de Campillo de Ranas, la siguiente parada. Poco antes de llegar a este pueblo, sale a la izquierda una carretera que llevará a  Roblelacasa, otro de estos pueblos del Concejo que tras haber estado muchos años vacío y en ruinas, se ha recuperado y hoy lo pueblan mucha gente que se ha construido casas.

Campillo de Ranas es un poco la capital del Concejo de su nombre, y un verdadero muestrario de la arquitectura negra, de las esencias serranas. Le está saliendo, hacia el fondo del valle, una urbanización que al menos por lo que se ve hasta ahora, es respetuosa con el entorno en cuanto a arquitectura y disposición de los edificios, un tanto sueltos a su aire por las lomas y entre los arroyos. El pueblo como tal es un encanto, con su iglesia de enormes proporciones, pero pobre y sencilla, como todo lo serrano. Delante de la iglesia hay un plazal con mil cosas: una leñera abierta y concejil, un juego de bolos, una fuente, las ruinas de un edificio al que solo le queda el reloj de sol, y muchas casas recias y firmes, que se han ido manteniendo y aún cuidando, de tal modo que hoy Campillo es una referencia, quizás el mejor pueblo de la Sierra del Ocejón, en su costado oeste, en cuanto a variedad de espacios, y respeto total a la tradición constructiva.

Más allá, unos 4 kilómetros adelante, y tras dejar otro pequeño ramal que lleva a Robleluengo, los viajeros llegan a su destino final en esta primera ruta. Es Majaelrayo, el lugar donde se inician las escaladas al pico Ocejón, que esta mañana aparece rojizo y tierno, cubierto de sus eternos bosques de roble aviejando sus hojas. La cumbre está cercada de nubes, porque el día ha amanecido algo húmedo y frío. El agua corre por todas partes, y los viajeros llegan a la hondonada donde está la fuente, que se hizo cuando reinaba en España la Majestad de Carlos IV. Sobre los caños tiene una inscripción que lo dice, y todos se admiran de las grandes lajas de pizarra que sirven de apoyo al paso de coches y antiguamente de carretas y caballerías.

En el pueblo sorprenden las casas grandes, espléndidas y recias de gente que vive allí todo el año. Un joven animoso, con aspecto hippy, nos explica como va sobreviviendo el lugar, y otro abuelo que nos saluda, el señor Elías, dice que este es el lugar mejor del mundo, si no fuera por los fríos que hacen en el invierno. La plaza mayor está ensanchada y limpia, y en un Hotel rural que hay junto a ella, la dueña nos muestra lo acogedor del sitio, y podemos comprobar lo caliente que está el ambiente en su interior. Ayuntamiento y casonazas de pizarra dan por doquier su tono oscuro y vibrante a Majaelrayo.

De Tamajón a Valverde

Pero los viajeros aprovechan bien el tiempo, y como las carreteras están perfectas, se vuelven hasta la Ciudad Encantada de Tamajón, donde se tuerce a la izquierda, y se inicia el camino de Valverde.

Tras un largo trecho en llano, entre bosques de enebros, se avista a la izquierda el encantador poblado de Almiruete, al que no entramos, pero que promete y mucho, porque se le ve lejano, agreste, colgando de la montaña. Es realmente un sitio que merece una visita, y así lo haremos en próxima ocasión.

Tras dejar, en una hondonada húmeda y arbolada, el camino que sale a la derecha hacia la presa del Pozo de los Ramos, la carretera empieza a trepar por las faldas del Ocejón, y sube, sube, muy arriba, hasta que tras cruzar honda barranca llega atravesando densos robledales al lugar mínimo de Palancares, donde también paramos a ver sus edificios, menos cuidados, más alterados con los tiempos y los arreglos, presididos todos por la iglesia sencilla, en la que desde hace años se apoya un cartel reivindicativo de cuando se opusieron numerosos grupos ecologistas a que se repoblara con pino aquella sierra que es de robles. Finalmente se paró la tropelía.

Y dando aún más vueltas y subiendo y bajando en un vaivén que nunca acaba, pero por carretera por demás cómoda, se avista el Ocejón inmenso y en su ladera oriental disperso el caserío de Valverde de los Arroyos, que es nuestra meta en esta salida.

Encontramos el pueblo, como viene siendo ya habitual, ocupado de cientos de turistas. Se ha montado un aparcamiento de coches en las afueras, para evitar que los vehiculos entren en el caserío. Aquí solo pueden hacerlo los residentes y el servicio de los restaurantes, hoteles y comercios. La afluencia de turistas es más que notable, y cuando uno pasea las calles de Valverde, o llega a su plaza de la “Reina María Cristina” comprende por qué ocurre esto: se trata de un pueblo único en la Sierra, en la provincia, en España toda, porque está rodeado de una Naturaleza impresionante, con la soberbia altitud del pico Ocejón encima, que parece que cierra el horizonte y aún el cielo por el oeste, y de él bajan pequeños arroyos que forman barrancos y aún el lugar de “las Chorreras de Despeñalagua” que en la primavera se equipan con la sonoridad y la belleza del agua torrencial cayendo en grandes cascadas desde la altura.

Tras charlar con las gentes del pueblo, visitar sus tiendas, curiosear por sus casas rurales, su Museo (siempre cerrado) de los tejidos (hubo antaño telares en Valverde) y su iglesia, al final se llega a lo más alto, que son las eras, donde en el inicio del verano se ejecutan las danzas del Santísimo, con sus cofrades ataviados de exuberantes maneras (faldones blancos, mantones floreados, sombreros cuajados de flores y espejos). Allí nos enseña Fernando, nuestro amigo, sus casas hechas para el disfrute de los fines de semana bajo el Ocejón y entre un rodal de robles gigantescos: son “Las Hondonadas”, un lugar que merece visitarse y disfrutarse.

Después del aperitivo, la comida se hace obligada, y en este caso nos dirigimos a un lugar de armonía completa con el entorno, el Mesón “Los Cantos” donde a pesar de estar lleno, los jóvenes propietarios y cocineros nos atienden con la diligencia y profesionalidad que hoy son imprescindibles: la comida en Los Cantos, aunque tardía, nos sabe a gloria, porque son ya muchos los kilómetros andados, y muchas las cuestas subidas: los productos serranos, los huevos fritos, el pollo con pisto, la miel que es de primera calidad en esa sierra… el día acaba opíparamente y, por lástima, con lluvia que ya no cesa hasta regresar, a media tarde, a Guadalajara, donde todo se va en comentar lo visto, y donde se hacen promesas de volver, porque siempre a la Sierra Norte de Guadalajara hay que volver, a revivir aquella naturaleza límpida y húmeda, aquel otoño dorado, aquellas plazas y callejuelas oscuras y sonoras.

Apunte

El regreso a Guadalajara

La vuelta desde Valverde de los Arroyos se puede hacer por otro camino al de la ida. Nada más salir del pueblo se toma la carretera que, toda cuesta abajo, se dirige hacia el hondo foso del río Sorbe, en Umbralejo. Este es un pueblo que tras quedar abandonado en los años 60, se rehizo como “Aula de la Naturaleza” y hoy es otro modelo (un tanto artificial, también es verdad) de entorno vivo serrano. Desde allí, siempre hacia el sur, por carreteras muy bien mantenidas, y tras pasar por Arroyo de Fraguas, y lo que queda de lugares que perecieron en los años de la emigración (Las Cabezadas, Santotis, Semillas, Robredarcas…), se llega a Veguillas donde se coge la carretera hacia la derecha que lleva a Cogolludo, lugar en el que sobresalen aspectos monumentales que cualquier viajero debe admirar, como su palacio ducal, su templo parroquial, o su castillo calatravo. De allí a Humanes, y vuelta a Guadalajara por el valle del Henares, en el que el tráfico denso de los fines de semana está pidiendo a gritos la nueva carretera de sentidos desdoblados.

La Ruta de los puentes del Tajo

En la nueva programación cultural de la Casa de Guadalajara en Madrid, para el próximo martes (día de la semana que estará dedicado, a partir de ahora, a las actividades de este tipo) tendrá lugar la presentación en sociedad de un libro que mira a la provincia con ojos nuevos, con los ojos de los puentes.

Serán su autor, Juan José Bermejo Millano, y el vocal de Cultura de la Casa, Javier Lizón, quienes hagan la presentación pública de este precioso libro, que para los que hemos tenido la suerte de mirarlo, y aún de utilizarlo como preciosa guía de senderos acuáticos, nos ha abierto las ganas de andar la provincia, de hacerla otra vez nuestra, mirándola desde los calicantos de sus puentes: abajo el agua, arriba las nubes, a los lados los montes boscosos…

 

Tajo abajo

Nace el río Tajo, el más largo de los de España, entre la muela de San Juan (1.830 metros) y el cerro de San Felipe (1.839 metros), en los Montes Universales, en la provincia de Teruel. El lugar exacto del nacimiento, que está señalado por un monumento sencillo pero interesante, es la Fuente García, a unos 1.600 metros de altitud, y en pocos kilómetros y por fuertes pendientes baja a los 1.140 metros.
Inmediatamente penetra en la provincia de Guadalajara, o va haciendo de frontera entre esta y la de Cuenca. Desde ese momento, el río al que denominan en un espacio de más de 100 Kilómetros Alto Tajo, y que está incluido en un espacio bien delimitado y protegido con categoría de Parque Natural, nos ofrece un espectacular entorno paisajístico.

A su paso por los pueblos de la provincia, sobre el Tajo vemos los puentes del Martinete, cercano a Peralejos de las Truchas, y de Poveda, en el término de este pueblo. Son puentes modernos, que han sustituido recientemente, con estructuras la mar de modernas, a los antiguos pasos que siempre andaban renqueantes y viniéndose abajo con las riadas. Lo usaron, en las guerras, todos los ejércitos, y en las paces, los aldeanos de aquellas tierras altas e inhóspitas. Otro de los primeros puentes, y este se visita más porque en el verano son miles de turistas los que le atraviesan, es el de San Pedro, en término de Zaorejas, donde el Tajo recibe por su derecha las aguas del río Gallo que viene desde la altura y profundidad del Señorío de Molina.

El puente de la Tagüenza

El viajero tiene que descubrir, a base de andar caminos (porque ninguna carretera accede a él con coche) el “puente de Tagüenza”, uno de los más espectaculares de la provincia. Hay que bajar a pie, bien desde Huertahernando, lo cual es relativamente fácil y cómodo, aunque más largo, bien desde Huertapelayo, más corto pero más difícil. Siempre fue muy utilizado porque ponía en comunicación a las gentes del Señorío de Molina con las de la serranía del Ducado. Le vemos firme y airoso, asentado sobre unas altas y verticales rocas, teniendo por cimientos a la misma piedra, que el agua en el transcurso de los siglos ha ido afilando para poder salir y seguir su curso. Aunque puesto puente en ese lugar hace muchos siglos, era al principio de madera, y luego de piedra, hasta que fue volado en la Guerra Civil de 1936-39. Fue José del Acebo su ingeniero constructor, a mediados del siglo XIX, y luego la Diputación presidida a la sazón por Manuel Rivas Guadilla no dudó en reconstruirlo tras la guerra, tal como hoy lo vemos. Los viajeros que hasta él lleguen dirán con razón que no han perdido el día.

Mucho más abajo, los buscadores de puentes se encontrarán, también gracias a cómoda carretera, con el puente de Valtablado del Río, que también fue, en tiempos viejos, de madera, de tablas, como el propio nombre del pueblo indica. Ya en época de Madoz se cita el puente, que dice era muy antiguo y fue quemado por los franceses en 1811. Después se hizo más consistente, pero las avenidas frecuentes lo derribaban, por lo que en 1924 se reconstruyó pero siguió deteriorándose hasta que en 1955 con el proyecto de Ramón Fontecha Sánchez se inauguró dando por fin con la fortaleza que el espacio requería. Asombrosamente corpulento, el puente de Valtablado es de los que dan categoría a un río, aunque en este caso sea en lugar tan remoto y poco frecuentado. De rasante horizontal, consta de dos arcos centrales de medio punto, de 20 metros de anchura cada uno, flanqueados a cada lado por otros dos arcos de 6 metros de luz.

La arqueología nos habla de un puente, esta vez construido por los romanos, en término de Carrascosa de Tajo. Aunque lejos de cualquier vía de comunicación, y hoy solo accesible a pie por caminos que parten de ese pueblo, el viajero podría observar que quedan muy importantes restos de este puente que servía de paso a una vía romana que desde Valeria y Segóbriga iba hacia Segontia. Al calor del puente, en la orilla derecha, se levantó el pueblo de Murel, que fue donde primeramente pusieron los monjes del Císter su monasterio, fundado con el apoyo del rey Alfonso VIII de Castilla. De lo que queda de puente, que está visitable por un camino que llega desde el propio pueblo de Carrascosa de Tajo, puede hoy admirarse el gran estribo de la orilla sur, verdaderamente “obra de romanos” con sillares de “opus quadratum” conformando un amplio recinto relleno de “opus caementicium”. En ese estribo se adivina que la rasante del puente era recta, y que por lo que se ve y colige tuvo seis arcos, apoyados sobre cinco pilas, una de las cuales, entera pero derrumbada y volcada sobre las aguas, aún hoy se ve, y otra en la parte norte, cercana al pueblo, que fue utilizada para canalizar un molino y hacer un mini-central eléctrica en tiempos antiguos. En todo caso, un caso curioso y verdaderamente notable de puente romano en esta tierra.

En la salida del Parque Natural, y en medio de un vegetación verde todavía, glamorosa de riscos, bosques y cascadas, está Trillo, con su gran puente, de un solo arco, hoy rodeado de parques y atractivos sitios de turismo. Merece la pena detenerse en la orillas, aguas abajo, y admirarle grandioso, renacido tras la voladura que de él hizo el Empecinado, hace ahora más o menos doscientos años.

Pareja y sus puentes

Tuvo Pareja una serie de puentes, para el cruce estratégico del hondo Tajo en su término. La construcción del embalse de Entrepeñas y su inicial ímpetu avasallador de aguas acabó con ellos, aunque dejando la memoria de tanta agua en la construcción del único paso que hoy queda, para la carretera que sube de Sacedón a Cifuentes, y que fue levantado por la Confederación hidrográfica del Tajo, en los años sesenta del siglo XX: es el gran viaducto que puso en comunicación ambas orillas del embalse  de Entrepeñas. Este elegante y vistoso elemento se sigue utilizando hoy y es un punto de referencia para viajeros y fotógrafos, puesto que da unas imágenes de gran belleza sobre las aguas del Tajo embalsado, sorprendiendo la docena de arcos, altos y elegantes, que le forman. Muchos pasan sobre él en coche, y ni se dan cuenta: hay que pararse en uno de sus extremos, subir algún cerro, tomar perspectiva, y admirar esta obra grandiosa.

Auñón medieval

El viajero que baje el río admirando los grandes y viejos puentes que cruzan el Tajo, quedará maravillado ante la obra de ingeniería que supone el medieval puente de Auñón. Lo encontramos aguas debajo de la presa de Entrepeñas, y se llega a él bajando por la arriesgada carretera que parte junto a la roca en la presa, o subiendo desde el cruce de la carretera de Cuenca y Sayatón. Tras andar un camino de asfalto ya suelto, le encontramos desplegado tras una amplia campa: tiene una longitud de 88 metros y ofrece un ojo principal de 11 metros. Algunos le dicen “el puente romano”, pero realmente es construcción medieval, sabiendo que ya estaba construido en 1361. Al estar en las cercanías de la vía que unía Sigüenza con la comarca de Cuenca, se convirtió en un paso muy utilizado durante la baja Edad Media, contribuyendo a que Zorita, perdiendo el tráfico de mercancías por su puente, continuase su declive.
Su epopeya principal fue vivida por este puente en la mañana del 23 de Marzo de 1811, cuando El Empecinado y el general Villacampa atacaron dicha posición, y después de muy reñido bregar, los enemigos se recogieron a Auñón, perdiendo muchos heridos y cien prisioneros, salvándose los demás refugiados en la iglesia de la villa por la llegada de una columna de socorro. Una vez construida la presa de Entrepeñas, y retenidas en ella las aguas del Tajo, el puente ha quedado en desuso y por desgracia abandonado y olvidado, empezando ahora a notarse ciertos deterioros.

El siguiente punto de admiración es Bolarque, lugar clásico de cruce del río, entre altas rocas. De los antiguos puentes y barreras ya casi nada queda, pero sí del puente “mixto” formado por dos arcos de medio punto, de sillería, y otro tramo central recto y de construcción metálica, compuesto de dos vigas en celosía, disponiendo de andenes laterales en voladizo para los peatones. Se levantó a comienzos del siglo XX, en época de Alfonso XIII, para servir de complemento a la central eléctrica que allí se creó. Hoy es testigo del inicio del Trasvase Tajo-Segura, y en todo caso, un paisaje espléndido que merece visitarse con detalle.
Ya pasado Bolarque, vemos un puente en término de Almonacid, frente a la central nuclear “José Cabrera”. Aunque muy antiguo, su última construcción moderna es de 1921, y aún siendo airoso hoy se ve un tanto panzudo sobre las aguas del que es remanso de Zorita, creado para dar agua a la Central.

Zorita al fin

Y por no alargar demasiado estas letras, mencionar findalmente el puente ¿o será la puente? De Zorita de los Canes, lugar defendido por fortísimo castillo calatravo que debió su riqueza e importancia a ese puente, en el que se pagaba el pontazgo del reino de Toledo. Se lo llevó el agua en varias ocasiones, y al final el gobierno de Felipe II se comprometió a hacer uno nuevo, recio, grandioso… no pasó de las intenciones. Hoy vemos, y hay que bajar a la orilla misma para admirarlo, un machón inicial que serviría para dar firmeza a ese puente que no llegó a hacerse. Si será grande el machón (se ve en la fotografía adjunta) que hace unos años se construyó encima un restaurante en el que caben…. cientos de personas, más la barra, y la cocina…un ejemplo más de la polivalencia de los puentes, y un atractivo añadido a quien quiera hacerse esta ruta de los puentes por Guadalajara.

Apunte

La Guía de los Puentes de Guadalajara

Este libro ofrece, en sus 128 páginas y cómodo formato de guía, la descripción de todos los grandes y pequeños puentes de la provincia. Una breve descripción e historia de cada uno de ellos, se acompaña de fotografías en color y planos. Se divide el libro en varias rutas, que están basadas en las cuentas de los ríos provinciales, como es lógico. Así encontramos las rutas del Jarama, el Henares, el Tajuña y el Tajo, más cada uno de sus principales afluentes. Acabando con la ruta de los ríos molineses, los que dan al Ebro, como son el Mesa y el Piedra.
El autor del libro es Juan José Bermejo, autor de otra “Guía de Fuentes”, y las fotografías suyas y de la editorial AACHE, responsable de este libro, que le coloca como número 68 de su Colección “Tierra de Guadalajara”. La presentación será el martes 11 de Noviembre, a las 7 de la tarde, en el Salón “Cardenal Mendoza” de la Casa de Guadalajara en Madrid.