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mayo, 2008:

Cinco paradas en Castilla-La Mancha

En el día en que los alcarreños podemos estar satisfechos al ver cómo dos de nuestros nombres más queridos, han sido nombrados castellano-manchegos de honor (don Manuel Criado de Val, investigador, y don Carlos Santiesteban, artista pintor), la celebración de este Día de la Región debe servir para darla a conocer entre todos sus habitantes, especialmente entre esos que, por circunstancias de su trabajo, o de su imposibilidad de desplazamiento por su ancha geografía, no han podido aún disfrutarla en toda su dimensión.

Tiene Castilla en esta su geografía nueva y plana que desde la Sierra de Ocejón baja hasta la Sierra Morena descubriendo en su mitad la anchísima llanura manchega, una serie de espacios que todos sus habitantes deberían conocer. Por eso me dedico ahora, en este momento de víspera de la celebración regional, a dar una pincelada, una por cada provincia, de lo que me gustaría poder visitar, de nuevo, en los próximos días o meses. Y es lo que le propongo también al lector: que en un futuro inmediato se lance a los caminos de su región y vea, disfrute, se admire, al menos con estos cinco espacios de maravilla.

Albacete

Aquí me detengo en su plaza de la Catedral, en el mismo centro: allí se alza el Museo de la Cuchillería, que es algo que una vez visto, siempre se quiere repetir, por el montón de cosas curiosas que encierra. El edificio es la llamada “Casa de Hortelano” encargada al arquitecto Daniel Rubio en 1912 por el acaudalado industrial Joaquín  Hortelano, que le pidió construyera un edificio en arrebatado estilo ecléctico. Muchos años desocupado, ha sido finalmente destinado a acoger el gran Museo de la Cuchillería de Albacete, inaugurado en 2004, y que contiene, en sus dos plantas, diversas colecciones de armas, cuchillos, navajas, y piezas hechas en acero por los artesanos de la provincia. Este museo tiene dos ámbitos bien diferenciados: uno ofrece la colección histórica y muestra la evolución del arte cuchillero a través de los siglos, y otro ofrece las mejores piezas que la industria albacetense del último siglo ha producido, en el marco de la Asociación de Cuchillería y Afines de Albacete.

Además se puede admirar la llamada “Colección Caja Castilla La Mancha”, adquirida por esta entidad, en junio de 2002, a Rafael Martínez del Peral y Fortón, Marqués de Valdeguerrero, que fue iniciada y formada por este señor a lo largo de 33 años recorriendo almonedas, chamarileros, rastros y mercados de ciudades, pueblos y caseríos españoles y extranjeros: una actividad que él mismo calificó de pequeña locura a la que dedicó tiempo y hacienda. Más de 500 piezas la forman. Y recientemente Jesús Vico Monteoliva ha hecho lo propio con su fabulosa colección. Resultado: un conjunto impresionante de piezas de arte. Que merece una visita segura.

Ciudad Real

La plaza mayor de Almagro es el lugar al que nos acogemos en esta provincia.

Tiene Almagro el título de ciudad desde 1796, pero desde mucho antes es un lugar importante en La Mancha, por cuanto fue, durante muchos años, capital de la Orden de Calatrava, y espacio de residencia de sus maestres primero, y luego de los delegados regios de la misma.

Esta plaza fue a lo largo de la historia testigo de la celebra­ción de justas y torneos, además de tener su clásica función de servir de celebración de las corridas de toros. La llegada a la población, en el siglo XVI, de los empresarios alemanes Fugger, concesionarios de la explotación de las minas de mercurio de Almadén, hizo que se levantaran nuevos edificios en la plaza, y en las calles aledañas, así como palacios, conventos y oficinas administrativas reales y concejiles. Nació así esta plaza, que es sin duda la más hermosa la Región, y una de las más hermosas de toda España. Sus grandes dimensiones se concretan en los 105 metros de largo y 37 de ancho que tiene, y su maravillosa consistencia deriva del armónico conjunto de viviendas que se disponen sobre soportales en dos alturas, sostenidas por ochenta y cinco columnas de piedra de orden toscano, sobre las que des­cansan las gruesas zapatas y vigas de madera pintadas de almagre. Estas edificaciones están construidas con materiales modestos, como el yeso, el adobe y el ladrillo y ofrecen su mayor originalidad en el doble piso de galería acristalada, que proporciona un característico sabor y la originalidad consistente en que evoca con nitidez las construcciones populares de los países del Norte de Europa, especialmente Alemania y Países Bajos. Actualmente todo este conjunto de arquitectónico maderamen está pintado de verde.

Demás de ello, en la plaza se para el viajero y sin mover los pies contempla, al frente, el viejo Ayuntamiento renacentista. A su derecha, un palacio, el Corral de comedias, luego los jardines donde está la estatua del conquistador de Chile, el palacio de los Rosal, el antiguo palacio de los Maestres Calatravos, ya restaurado y destinado a Museo Nacional de Teatro, más el museo de los encajes en el callejón del Villar. Por encima de los tejados, se empinan las cúpulas de los conventos de jesuitas, y de agustinos, y por el aire se palpa la densa memoria de tantos nobles, caballeros y gentes varias que dieron vida a esta ciudad impresionante, Almagro.

Cuenca

En Cuenca escojo el castillo de Belmonte, sobre el cerro de San Cristóbal, dominando la población y los amplios paisajes del entorno ya manchego. Construido en el siglo XV en sus finales, por orden de don Juan Pacheco, marqués de Villena, su arquitecto fue Juan Guas, el autor de otros emblemáticos edificios de la Región como el palacio del Infantado de Guadalajara o el monasterio de San Juan de los Reyes de Toledo. Consta el edificio de un recinto exterior, y otro interior o castillo propiamente dicho. Del exterior, arranca la muralla que rodea por completo al pueblo.  Al castillo se entra por una sola puerta orienta a Levante, de estilo gótico, que nada más traspasar nos presenta un patio de irregular trazado con un gran pozo en su centro, dando paso a las escaleras que permiten subir a sus estancias varias.

De una parte, conviene subirse por escaleras de piedra a las defensas exteriores, con sus almenas y garitones defensivos. De otra, hay que visitar las estancias interiores, que en su mayoría fueron restauradas para en ellas vivir mucho tiempo Eugenia de Montijo, mujer que fue del emperador francés Napoleón III. En ellas se admiran algunas chimeneas de arte gótico, espectaculares, ventanas profundas y, sobre todo, artesonados sin cuento, de mil formas y colores, que le prestan al lugar una sensación de castillo de leyenda, sintiendo el visitante que está a caballo entre la historia real y la fantasía más absoluta.

Por escalerillas de caracol alojadas en el grosor de las grandes torres esquineras, que miden, por cierto, 18 metros de altura, puede subirse al adarve y a las terrazas de las torres, que conservan sus almenas de forma escalonada, y que, en cualquier caso, es el complemento ideal de la visita a esta fortaleza, dado que puede apreciarse desde ella la estructura interna del castillo, sus sistemas primitivos de defensa, lo macizo de su construcción con sillarejo firmísimo, los escudetes que adornan los remates arqueados de las torres, etc. Todo ello sin olvidar las vistas magníficas que de la villa de Belmonte y de sus campos colindantes se divisa desde la altura.

Guadalajara

El panteón de la duquesa de Sevillano es el sitio elegido. Cada fin de semana lo hacen cientos de turistas. Para muchos viajeros de la ciudad, este es el sitio que más les ha impresionado. Es curioso que son siempre de fuera los visitantes: los alcarreños apenas si pasan por su interior.

Pero sin duda es una joya del arte de nuestra ciudad, un sitio al que hay que ir, al que hay que volver siempre. De una parte, por contemplar al exterior su impresionante mole de piedra blanca mediterránea, cubierta de esa cúpula de tejas de cerámica esmaltada y corona dorada. Las formas son tipicamente románicas en estilo lombardo, aunque la fecha de su construcción fue en los primeros años del siglo XX. Debe cumplirse ahora, más o menos, su centenario. Lo diseñó y dirigió el arquitecto castellano Ricardo Velázquez Bosco, y lo encargó y pagó la duquesa de Sevillano, doña Diega Desmiassiéres, que lo mandó construir para enterrar en su cripta a sus padres y familiares. Acabó siendo ella, sin quererlo, la protagonista del lugar. Porque después de subir las escaleras, y contemplar atónitos el interior del templo, en forma de cruz griega, y alta bóveda semiesférica en la que luce un complejo programa iconográfico todo él formado de pequeñas teselas conformando un mosaico al más puro estilo bizantino, se bajan las escaleras que están tras el altar y se contempla la cripta en cuyo centro aparece el enterramiento de la duquesa, tallado en mármoles y piedra basáltica, con un medallón que la representa, y cuatro ángeles que portan la caja que la contiene más otro que canta, extendidas las alas, su buen comportamiento. Un lujo de arte y un asombro verlo.

Toledo

Aquí lo mejor, para el viajero, es el monasterio franciscano de San Juan de los Reyes. Todo es fabuloso, pero yo le diría a quien hasta aquí se venga, que se tire un buen rato, media mañana si puede, en el claustro. En días de visita está, quizás, demasiado animado. Muchos lo consideran el más bello claustro de España. Tiene 24 bóvedas de crucería que se abren al jardín central por ventanas ojivales de profusa decoración vegetal. Los pilares se enriquecen con imágenes de santos y finísima labor de pequeños motivos ornamentales, en las que se aprecia la labor de cestería característica de quien diseñó el edificio todo, Juan Guas (arquitecto también del palacio del Infantado en Guadalajara) pero sobre todo destaca la variadísima flora y fauna, real o fantástica, que cubre como un sueño profuso sus muros, pilastras, capiteles, arcos, bóvedas… Hay que admirar también la escalera de subida al claustro alto, que es obra atribuida a Alonso de Covarrubias, y ofrece bóveda de media naranja, con máscaras, veneras y casetones. Y luego arriba, en el claustro alto, con sus ventanales de arcos conopiales, balaustrada de piedra y decoración de emblemas de los Reyes Católicos, ofreciendo el techo cubierto por un artesonado de madera, pintada con los símbolos y escudos de Isabel y Fernando, mientras que cada vez que el viajero se asoma a las balconadas, se asombra de ver esas gárgolas de curiosas y atrevidas formas. Una maravilla de espacio que obligadamente hay que visitar, al menos una vez, en la vida.

Puentes para cruzar siglos

De las muchas formas que puede mirarse Guadalajara, una de ellas es mágica y sorprendente. Se puede mirar Guadalajara a través de los ojos… de sus puentes. Después de andar, de subir y bajar, de pararme en plazas y quedarme en la orilla de los ríos a mirar cómo pasa el agua que no suena, me he dado cuenta que hay muchos modos de mirar esta tierra. De buscar en ella sus recónditos saberes y sus brillos escondidos. A través del románico y sus hojas de acanto; a través de las lajas de pizarra de su arquitectura negra; a través de las almenas de sus castillos; o por en medio de sus arboledas de junto a los ríos, cualquier cosa justifica echarse a andar y mirar don detalle sus cosas.

Eso es lo que hace ahora el viajero, con su cámara de fotos, su libro de notas, y sus ganas de ver en cada momento la provincia… a través de los ojos de sus puentes.

De los grandes ríos que cruzan la provincia de Guadalajara -de Norte a Sur siempre- destaco el Jarama, el Henares, el Tajuña y el Tajo. Muchos otros afluentes suyos, a veces con más agua, les dan vida y diseño. El Jarama que viene de la Sierra de Ayllón, el Henares de la Ministra, el Tajuña del Ducado, y el Tajo de la serranía de Albarracín, todos ellos atraviesan de vez en cuando bajo los puentes de vieja sabiduría y piedras rojas o blancas, siempre desgastadas del sol y el agua que les cae desde hace siglos. Parece que con su tenacidad, el río abre esos ojos, y los siglos, como espectadores, se asombran de tanta fuerza.

Haremos un recorrido por tres ríos y veremos en cada uno de ellos un puente singular. Vendrán otros, lo prometo, porque esta primavera y aún este verano, voy a dedicarme a cruzar puentes para cruzar siglos.

El puente de Cerezo en el Henares

Sobre el Henares, y en Cerezo, son de ver dos puentes a cual más interesante. El primero, que es magnífico, es el que usan los pescadores del coto de truchas para ponerse las botas y pescar con caña desde el pretil. Se llega por un camino cómodo y llano que atraviesa la vía del tren y baja hasta el río, donde se acaba. El puente se hizo a principios del siglo XX para dar comunicación a la Campiña con las tierras montuosas de la Alcarria. Pero luego no se continuó la carretera, y se quedó ahí, hermoso y grandioso, sin más uso que el de dejar paso a algún tractor y componer un paisaje idílico, porque cincuenta metros aguas arriba del puente se construyó un amplio azud para recoger las aguas del Henares y con ellas crear un canal estrecho que sirviera para dar fuerza a una Central Hidroeléctrica que se levantó aguas abajo. Hoy el azud está seco, y el caudal del río pasa entero por una estrecha compuerta creando ancha poza delante del puente. Este tiene siete ojos, de ocho metros cada uno de ancho, con tajamares puntiagudos contra la corriente. Todo él de ladrillo sobre los pies de piedra caliza, con pretil de lo mismo, un tanto deteriorado, pero, sin duda, uno de los más bonitos puentes de todo el Henares.

Un kilómetro más arriba, aparece otro puente, más sencillo (porque es de rasante horizontal, sin pretiles) pero más antiguo, puesto que ya en las Relaciones Topográficas de finales del siglo XVI se le menciona, y Madoz le cita y llama “pontón”, que fue mejorado en 1864 bajo los planos y dirección de José del Acebo Pérez. El puente tiene estribos y pilas de piedra con formas redondeadas aguas abajo y triangulares aguas arriba, siendo los vanos de una media de 7 metros de ancho. Se cruza andando sin problemas, y un poco más arriba, en la orilla izquierda, se ve discrurrir otro caz que viene caudaloso para nutrir un molino.

El puente de Catrueña en el Tajuña

Sobre el Tajuña está el puente de Catrueña. Pertene al término municipal de Fuentenovilla, que lo usaba para cruzar sus gentes al otro lado del río y cultivas las feraces tierras que en derecha orilla tenían. Allí junto al puente había un pueblo, Catrueña, hoy ya desaparecido, y en el siglo XVIII el rey Carlos III mandó poner puente nuevo y venta de caminos.

En 1491 el puente que mantenía la villa de Fuentenovilla sobre el Tajuña necesitaba reparaciones. Así se manifiesta en la visita que ese año hace a la villa el responsable de la Orden de Calatrava, a la que pertenecía la villa. En 1534 Los visitadores exigían que la construcción de los puentes se hiciese con solidez y no de madera, para evitar las consecuencias de las avenidas que a veces se producían. Este era el caso de Fuentenovilla, localidad en la que en múltiples ocasiones los puentes de madera habían sido arrastrados por la corriente. La mayor parte de los vecinos tenían sus tierras de labranza al otro lado del Tajuña, en el denominado término de Catrueña y se veían perjudicados. Se ordenó hacer un puente de cal y canto, por «maestros que sean espertos sabidores de la qual arte, para que la obra que se hiziere sea perpetua», recurriéndose a un repartimiento de los gastos a los vecinos según las posibilidades económicas de cada uno, si no bastara con las rentas de los propios concejiles. En 1575 ya estaba construido de cal y canto. Catrueña era un pueblo o aldea de Fuentenovilla al otro lado del Tajuña, en su orilla derecha, donde tenían labor muchos vecinos de Fuentenovilla.

El puente que hoy vemos se reconstruyó en la segunda mitad del siglo XVIII como lo indica la inscripción que permanece en una placa conmemorativa. Es casi un milagro encontrarle pleno y mantenido, -aunque viejo- tal como se construyó en tiempos de Carlos III. Se encuentra al lado de la carretera CM-236 en dirección a Orusco, junto a una densa arboleda, y pegado a la casona soportalada que fue en su época “venta del camino”. A continuación de ella, el puente de piedra tallada muestra sus arcos poderosos, casi ocultos por la maleza, y sobre el pretil derecho una enorme piedra que en su talla conmemora el momento de su construcción. Dice así aunque se puede leer claramente en la foto que acomaña a estas líneas: “Reinando Carlos III a los 28 años de su coronacion se fabrico este puente i casa venta con caudales del fondo publico de caminos i de los propios y arvitrios de la villa de Fuente-Novilla Año de 1786”. Aunque parece que Fuentenovilla está hoy alejada del río y como plantada en medio de tierras secanas, fue siempre muy volcada al valle del Tajuña. Lo prueban estas noticias sacadas de su Relación Topográfica: que el rio que esta mas cerca de esta Villa, esta y pasa media legua della, y se llama el Rio de Tajunia, y es rio caudaloso, por que ay en el muchas paradas de molinos y puentes de piedra, y esta acia el poniente yendo de esta Villa al dicho Rio. Y ansi mismo, tiene el Concejo de esta Villa en el dicho termino, Catruena, un molino de un cubo de una piedra sola, y le vale al Concejo de aprovechamiento, treinta fanegas de trigo; y ay en el dicho Rio Tajunia una puente de cal y canto, y que por el pasage de ella, no se cobra ningun derecho. Y ansi mismo ay otra puente de cal y canto en el arroyo que va del dicho molino, del Concejo, y tampoco se paga ningun derecho por el pasage.

El puente de Trillo sobre el Tajo

Sobre el río Tajo, el más largo de la Península, tuvo Trillo puente desde tiempo inmemorial. Ya en las Relaciones Topográficas de 1580 se dice que por junto á las Casas de este pueblo pasa un rio caudaloso, que se llama Taxo, en el qual se crian truchas, y anguillas, y barbos, y otras cosas de pesca que dicen luinas y cachos, de esta pesca ay en abundancia; y este dicho rio ay hecha una puente de calicanto de silleria, que atraviesa todo el rio de un ojo solo y confina por las mismas casas del dicho lugar; y el rio viene por la parte derecha de donde el sol sale; y ansimismo viene otro rio por medio de este lugar, que nace dos leguas de aquí en la Villa de Cifuentes aquí nombrada, y un quarto de legua que toma dicha rivera, ay huertas, y cañamares y arboledas de todo género. Pero mucho antes, en la Edad Media, cuando el lugar tan estratégico fue tomado y poseído por el infante don Juan Manuel, el puente se complementaba con el castillo, del que tomó nombre el lugar (Torre=Torrillo=Trillo). Si probablemente le construyeron los árabes, en 1770 recibió una restauración completa por parte del ilustrado gobierno de Carlos III, tan preocupado siempre de las obras públicas. Ese puente sufrió constantes acosos en la Guerra de la Independencia contra Napoleón, tanto por parte de los franceses como de los guerrilleros españoles. Al fin, se hundió y quedó el pueblo (y la comarca) separado en dos partes imposibles de comunicar. En 1817 solicitó el pueblo al Consejo Real que se procediese a repasar el puente “tan dañado por los enemigos”, alabando su grandiosidad y potencia.  Así se hizo, quedando ya tal como hoy lo vemos, y en una piedra del pretil, tallada esta leyenda para memoria de todos los que le crucen: reynando el sr. D. fernando vii se reedificó este puente volado por el ejercito invasor de napoleon en 23 de octubre de 1810 en su vergonzosa y precipitada fuga. Monumento eterno del heroismo de los españoles de los paternales desvelos de s.m. y de la gloria de su trono a 18 de junio de 1826. Aún en otra piedra de la entrada se lee: director facultativo nombrado por s.m. d. juan jose oñate, que sería el director de aquellas obras.

El puente es de un solo arco de 20 metros de amplitud, con una rasante levemente alomada, y una anchura de solo 4,40 metros. A Trillo hay que ir a visitar su antiguo casco urbano, siempre curioso, a pesar de las remodelaciones modernas que ha sufrido, los Baños de Carlos III, ahora recuperados y en uso a través de un moderno hotal, y los parques que circundan al río en su trayecto hasta la zona deportiva y piscina municipal. Un lugar de relax y vacaciones, sin duda.

Delante del puente grande desagua en el Tajo un pequeño afluente, el Cifuentes, que procede de ese pueblo cercano. Lo hace habiendo dado una cascada muy bonita, junto a la “casa del suizo”, en el entorno de San Blas, y teniendo para cruzarlo un pequeño puente en ese paraje.

Villaescusa de Palositos, imágenes para el recuerdo

En la Feria del Libro que se está celebrando en Guadalajara, y precisamente hoy viernes, a las ocho y media de la tarde, va a tener lugar un acto cultural en el que será protagonista un libro, pero con una historia humana muy especial, porque se va a poner en la calle, en el núcleo palpitante de los libros y las memorias, la colección fotográfica de la antigua esencia de un pueblo hoy desaparecido (aunque no abandonado), Villaescusa de Palositos.

Con la participación de los miembros de la directiva de la Asociación de Amigos de Villaescusa de Palositos, en la carpa central de la Feria del Libro se presentará esta publicación, que va acompañada de un DVD en que se ofrece la película realizada allí en 1979, y que enseña vivo aún aquel paraje que enseguida quedaría silencioso.

Una tarea común

Esta obra, que se subtitula “Imágenes para el recuerdo”, consiste básicamente en la presentación de un centenar largo de imágenes rescatadas del olvido. La tarea de rebuscar fotografías antiguas, entre una población muy dispersa, dado que el pueblo está ya vacío y todos sus habitantes repartidos por mil y un sitios de la geografía española, ha sido mucho más compleja que en otros intentos similares.  

Con esta obra, la asociación “Amigos de Villaescusa de Palositos” hace realidad un proyecto que asumió prácticamente desde su creación y pone en manos de los lectores una colección de fotografías, cedidas para este fin por varias familias con profundas raíces en el pueblo, que documentan la vida y costumbres hasta el momento de su despoblación a finales de la década de los setenta, y que constituyen un valioso legado cultural que salvaguardar y difundir. Con similares palabras, Carlos Otero Reiz, verdadero artífice y coordinador de esta obra, explica lo que ha supuesto su tarea: una llamada constante a puertas y teléfonos, a corazones y memorias, para sacar de viejas cajas de metal, o de carteras ajadas, fotografías que eran risas cristalizadas y momentos de un verano, de una vacación, de un esfuerzo, puestas sobre el papel.

Dice así Otero, y con él los que han hecho posible la obra (Tomás, José María y tantos otros que han rebuscado y se han movido para abrir esas viejas cajas de sus familias) que son las aquí reunidas “imágenes de la vida de nuestras gentes… de lugares familiares y de personas que seguramente nunca nos han resultado desconocidas porque hemos oído a nuestros padres y abuelos hablarnos de ellas en muchas ocasiones. Imágenes de una forma de vida distinta, no tan lejana en el tiempo, más dura y humilde, pero que todos recordamos más auténtica y feliz. Imágenes de un lugar que sigue vivo en nuestros corazones”.

El libro sobre Villaescusa no es un libro más de fotografías antiguas recopiladas para la ocasión. Otros pueblos han editado el suyo pero tienen la gran ventaja de que los sitios y lugares, aún cambiados por el tiempo, siguen estando allí, a su alcance. Este es un caso diferente, porque los espacios, casas, plazas, que aparecen en el libro, ¡ya no existen! De ahí que se convierte en un libro-denuncia ante lo que ha ocurrido en los últimos ocho o diez años en aquel pueblo de la Alcarria Alta: la compra por un solo propietario de todo el caserío, el permiso para derribarlo, el vallado del mismo, y la prohibición de llegarse allí, de entrar, de visitarlo, de fotografiarlo… todo con un discurso de prepotencia vehiculado por guardas y encargados que en ocasiones llegaron a utilizar la violencia física, ha quedado como un ejemplo de lo que podía haber ocurrido en tiempos pasados, pero que ya en los actuales es impensable, aunque ha ocurrido hace solo unos meses.

Los sucesivos intentos de acudir, todos los antiguos vecinos y sus descendientes juntos, a lo que queda de Villaescusa de Palositos, y allí estarse una tarde, una, en todo el año, junto a la fuente, a la olma o al cementerio, ha sido reiteradamente prohibido y aún defendido por la Guardia Civil. Este año, el último domingo de abril, volvió a repetirse la marcha, y, (a la tercera va la vencida) parece ser que se practicó más la cordura que en ocasiones anteriores. Los expedicionarios entraron en el pueblo, se pasearon por él, no molestaron a nadie ni nadie les molestó a ellos, y aunque con cierto rictus desangelado, todos volvieron felices de la aventura. La Tercera Marcha de las Flores al fin cuajó y como un brote nuevo surgió ese día, entre todos los asistentes, este libro que hoy se presenta a la ciudadanía y los lectores/coleccionistas de Guadalajara.

Dice Otero en su Introducción que “la memoria es indestructible, por mucho que algunos se empecinen en borrarla, aunque a veces nos cueste algún esfuerzo recordar detalles y rincones de Villaescusa. Por eso hemos querido incorporar una película del pueblo tomada hacia 1979 cuando quedó deshabitado después de que las últimas familias se vieran forzadas a abandonarlo, pero su entorno y sus calles, sus plazas y sus fuentes, sus casas y corrales, el ayuntamiento, la escuela, el cementerio municipal y la iglesia románica se conservaban prácticamente intactos”.

Algunos datos sobre Villaescusa

Este pueblo de las parameras más altas y frías de la Alcarria se encontraba situado entre los términos de Viana de Mondéjar, La Puerta, Escamilla, Salmerón, Castilforte y Peralveche, habiendo quedado su antiguo término y sus intereses hoy anexionados a este último municipio. Está a 1.100 metros sobre el nivel del mar, y se localizaba en una suave elevación del terreno que daba vistas a un arroyo siempre seco que circulaba al norte del caserío. Lo más alto, hoy ocupado por la iglesia, y que sus antiguos habitantes denominaban “la Coronilla”, tuvo posiblemente alguna atalaya en tiempos medievales, al inicio de la repoblación. Estuvo muchos siglos en el territorio aforado de Huete, marcando su límite norte. Exenta de impuestos, y con elementos que hacían notar esa función de frontera (de ahí el nombre de “villa escusada” o libre de pagar), y el apellido de los “palos hitos” o enhiestos que marcan un límite o frontera, llegó -reconociendo solo al rey su señorío- hasta el año 1834 en que dejó de pertenecer a la tierra/provincia conquense y pasó a estar incluida en la de Guadalajara.

En ella se desarrolló la vida como en tantos centenares de pueblos de nuestra provincia: agricultura de secano, a merced siempre de cómo vinieran los vientos, los años, las nubes y las sequías… un año bueno era preludio de tres malos. No fallaba. Además se contaba con el producto escaso pero fijo de las pequeñas huertas, y los animales justos para la supervivencia: un cerdo por familia, una docena de gallinas, las cabras y ovejas a cuidar entre todos, y lo que apareciera por el campo (setas, majuelos y uvas de parra). La crisis de la emigración azotó a Villaescusa como a otros muchos lugares de la Alcarria. Yo recuerdo haber viajado por esta tierra nuestra, en los años 60 y 70, y cada fin de semana que pasaba se habían ido de cada pueblo dos o tres familias…  muchos lugares quedaron despoblados por completo, Querencia, Matallana, Villacadima, Valdelagua… por el sur y el norte, por el este y el oeste. Todos se fueron, unos a Alemania, otros a Suiza, otros a Barcelona, y los más a la capital. Los pueblos se quedaron solos y nadie tenía dinero para reconstruirse la casa y usarla los fines de semana. En fin: que a este como a tantos pueblos le llegó la hora de echar el cierre. Pero a Villaescusa con peor suerte que a otros. Porque aquí solo vino uno, que lo compró todo, le puso puertas al campo, y no volvieron a entrar ni para verlo de cerca sus antiguos habitadores. Desgajado de su propia historia, el municipio se anuló y quedaron sus tierras adscritas a Peralveche.

Cuando yo fui a visitarlo, a finales de los 80, el pueblo estaba ya vacío y la mayoría de los edificios hundidos. Solo quedaba en pie, altiva y hermosa, su iglesia parroquial de la Asunción de la Virgen. Un precioso ejemplar de la arquitectura románica de la que aparecen en este libro, también, fotos desde todas las perspectivas, con la alegría de las celebraciones en su puerta, con un párroco joven y alegre jugando con los vecinos, y con los paseos de San Antonio sobre unas andas por las empinadas calles de la villa.

Este templo, para el que tampoco está muy claro su futuro, pues se ha pensado desmontarlo y llevarlo a otra parte, cuando no existe amenaza cierta que le haga desaparecer en el lugar en que está, es una joya del románico, tiene en el muro de poniente un gran parche, generado en tiempos en que allí debió abrirse un boquete. Y a lo largo del eje central del ábside se está abriendo peligrosamente una gran hienda. Hasta hace pocos años se conservó digna, pulcra y perfecta, como recién hecha. En los últimos 8 años, ha sufrido una serie de actuaciones que, si en teoría podían justificarse como intentos de evitar su ruina, lo que en realidad han hecho ha sido llevarla a una situación caótica y peligrosa. Ha perdido la cubierta, se han puesto testigos adheridos a los muros, se ha desmontado el palomar de la espadaña, y se han cubierto de rasillas las columnas de la puerta.

La orientación del templo es clásica: hacia oriente el ábside, hacia poniente el campanario. La planta es rectangular, alargada de este a oeste. La puerta de ingreso, única, está en el centro del muro sur. Sobre el extremo poniente de ese muro se alza la espadaña (que los de Villaescusa llamaban “campanario”) de tres vanos. Los muros de poniente y del norte están lisos, cerrados herméticamente, sin el más mínimo adorno. El extremo de levante ofrece el airoso y elegante ábside de planta semicircular perfecta, con cuatro semicolumnas adosadas, apoyadas en basamentas polimolduradas, y en los tres espacios que dejan libres se abren sendas ventanas, aspilleradas. La central es algo más amplia y tiene una cenefa ancha y moldurada linealmente que cubre el arco semicircular superior y aún se alarga algo a los lados. Las laterales están hoy cegadas.

La puerta de ingreso es simple pero muy hermosa. Se inserta en un cuerpo que sobresale ligeramente del muro del templo. Se forma de un vano semicircular, abocinado en profundidad, con un arco externo decorado con bolas lisas, y luego otros dos arcos de arista viva que a través de una imposta moldurada apoyan en pilares adosados.

El interior es de una sola nave con tres tramos, algo más corto el occidental, y un presbiterio elevado y más estrecho que la nave. Rematando todo, un ábside de planta semicircular, cubierto de bóveda de cuarto de esfera, de piedra. La longitud de la nave es de 13 metros y su anchura de 9, adoptando el plano de este templo una forma en todo tradicional y del más puro y riguroso estilo románico rural. Su época de construcción, sin embargo, es muy tardía, posiblemente del siglo XIII en sus finales.

En las piedras del ábside se ven tallados múltiples signos lapidarios o «marcas de cantería» propias de los diversos canteros que las hicieron. Y tallado en una de las piedras del muro norte figura el nombre del autor, un remoto “maestro de obras” o rural arquitecto que dejó tallada esta frase en una piedra del muro norte: GILEM FECIT HAC ECCLESIAM. O sea, que tiene hasta la firma del arquitecto que la hizo en la Edad Media. Solo por eso ya merece un respeto.

Los Poetas de Guadalajara cobran protagonismo

Recientemente ha acontecido un hecho que, no por sencillo, deja de tener una gran importancia en la vida cultural de Guadalajara. Es la aparición, de la mano de la Fundación “Su peso en miel” que dirige Teodoro Pérez Berninches, de un libro muy pequeño, muy sencillo, pero muy grande por su aportación, y muy importante por su proyección, que firma José Antonio Suárez de Puga y que se titula “Betleem”. Tiene tan sólo 30 páginas de texto, y ofrece una serie de poemas que suponen ser la segunda salida a prensa de este autor, ya veterano, y reconocido desde hace mucho como la mejor pluma que tiene Guadalajara en estos momentos, y así desde hace docenas de años. Suárez de Puga, quien aportó su primera obra en forma de libro en 1957, titulado entonces “Dimensión del Amor” surgido de una imprenta de Guadalajara como primer número de una Colección de Libros que promocionó un grupo entonces minoritario titulado “Doña Endrina”, nos ofrece ahora un segundo micro-volumen, que ojalá sea preludio de una salida definitiva, abundante y completa, de su obra.

Un nuevo libro de Suárez de Puga

Nada menos que cincuenta años han tenido que pasar desde su anterior libro a este. Aquí en Betleem, -que es la forma culta de llamar al pueblo hebreo donde nació Jesús de Nazaret- el poeta de Guadalajara nos entrega catalizada su esencia poética derramada en mil y un recitales, encuentros y noches poéticas. Ahora con el libro en la mano podemos no solamente oirle, disfrutar de la sonoridad y limpieza de su escritura, sino leer y releer esta profunda construcción poética.

En este breve libro, que tiene 16 poemas, monográficamente dedicados al nombre Belén y todo lo que ello significa (un lugar del mundo, un escenario de magia, el nombre de su hija, el sitio de nacimiento de Cristo, una luz y una esperanza) Suárez de Puga construye diversas formas de poemas, y nos deja maravillados con la pulcritud de su idioma. Hay en esta obra versos que podría haberlos firmado Lope de Vega. Parece contundente la frase, pero no se me ocurre otra para definir la impresión que me ha causado su lectura. Especialmente el último construido en forma de soneto es perfecto, y por sí solo definiría a un escritor cuyo destino está en las antologías, en los tratados y en las placas conmemorativas.

Porque escribir bien es algo que parece estar hoy de más, que no se necesita para nada útil, ni siquiera ya para aprobar los exámenes de las licenciaturas universitarias. Escribir y hablar bien, ¿para qué? Si escribiendo y hablando mal puede uno llegar a donde quiera, siempre que sepa colocar el codo en el sitio oportuno y en el momento adecuado… y aún más: escribir bien y decir cosas importantes, eso es el summus, la perfección, reservada a muy pocos.

El caso es que José Antonio Suárez de Puga, cronista de la ciudad de Guadalajara, miembro de las academias y grupos literarios que hubo en nuestra provincia, ha puesto por fin su mano sobre la cuartilla y ha reunido en un tomo pequeño sus dieciseis poemas referidos a Belén. Reflejan humanidad y denotan religiosidad sincera. Es una visión del alma y de su trascendencia, es un análisis del propio vivir y de su sentido. En torno a una figura, el Niño, o de un ambiente, el belén casero. Pero también cabe el cántico a su hija “A una niña que se llama Belén”, el canto obligado a un instante feliz, “Navidad en Pastrana”, o ese final soneto sin título que empieza así:

¿Por qué estando, Señor, tan alejado,
tú, creador de tanta criatura,
has querido bajar a la amargrua
de la muerte de todo lo creado?

Estas líneas son para dar la bienvenida a esa obra, a ese intento renacido de poner en la piel del papel las palabras medidas y hermosas de un poeta de cuerpo entero.. Y para hablar también, un poco, de ese renacer que la Poesía tiene en nuestra provincia, y que lo va a tener la semana próxima en torno a la celebración del Mapa de Poesías 2008, vivo en torno a la Feria del Libro que se celebrará del 14 al 18 de Mayo próximos.

Poetas de siempre

Nos dejó hace poco, porque se murió a su hora, Fernando Borlán, un animador del cotarro literario y cultural en la Guadalajara de fin de siglo. De él nacieron muchas ideas que dinamizaron la ciudad, como lo de poner en la calle la representación del Don Juan Tenorio, y por supuesto la de animar a los chicos y chicas jóvenes, sus alumnos del Instituto, en el camino de entender la poesía y las buenas palabras. De Borlán, que animó a nacer el grupo “El observatorio” y a caminar el MAPA de Poesía, se va a presentar el próximo miércoles 14 de mayo, a las 11 de la mañana, en la carpa de la Feria del Libro que también a esa hora inaugurará el alcalde Román, un libro póstumo. Su título “Aunque el alma se quiebre” y su enjundia, como siempre, la sincera voz de su autor analizando su alma, la del mundo, la del universo.

Y aún hay otros poetas que forman estos días noticia, y que apoyan con ellas esta sensación que se nos viene de estar renaciendo este quehacer tan humano. De una parte, Florencio Expósito Martínez ha terminado por fin su larga, su ambiciosa obra que titula «LA AURORA INDULTÓ SU VIDA» y que supone la transcripción de «Las Mil y Una Noches» en verso, captando en ella la picaresca, la sensualidad  y la belleza de la saga de Scherezade, ocupando 48.029 versos, que suman 192.110 palabras y ocupan una vez impresos 1.701 páginas. En esta obra, ingente y monumental, que posiblemente marque un Record Guinness, Expósito aporta toda su mejor vena poética, pasando a verso rimado uno de los más altos ejemplos de la literatura universal. Una tarea de muchos años que se ha visto, final y felizmente, cumplida ahora.

También va a ser pronto noticia la aparición, en tres gruesos tomos, de la poesía completa de José María Alonso Gamo, el poeta de Torija ya fallecido, pero que obtuvo a mediados del siglo pasado el Premio Nacional de Poesía. De él aparecieron, estos pasados años, dos importantes obras: el “Catulo” (traducción al castellano con un estudio profundo de la poética de este autor latino) y el “Santayana” (el análisis de la poética del escritor abulense al que los norteamericanos han considerado una de sus glorias literarias porque allí vivió la mayor parte de su vida).

El pasado año, también con motivo de la Feria del Libro, la Diputación Provincial sacó el primer tomo de la Obra Poética Completa de José Herrera Petere, lo cual supuso la sorpresa enorme de poder leer su arrebatado lirismo y su innovadora poética de corte surrealista. Ignoramos si este año saldrá el segundo tomo de esa Obra de Herrera Petere que se anunció con ánimos de continuidad.

De Ramón de Garciasol, el poeta humanense que decidió, al morir, que esparcieran sus cenizas sobre las aguas del Sorbe desde el puente del Sargal, no se ha vuelto a publicar nada recientemente. Y es sin duda otra de las grandes plumas de nuestra cantera provincial que bien merecería ser tenido en cuenta en este Renacimiento de las letras que auguramos. Siento un poco de envidia al pasearme por los textos de estos autores, tan sabios y tan medidos, tan dominadores del idioma, tan hondos de sentimientos. Porque me gustaría poder escribir como ellos, y lo veo imposible.

Y qué decir ya de aquellos otros que, ni siquiera nacidos en nuestra tierra, en ella pusieron sus ojos y se lanzaron a cantarla con la fuerza que da el amor, por las gentes, por los paisajes o por los latidos que da el día desde que amanece hasta que pone los árboles teñidos de oro en el ocaso. De aquellas palabras unidas, cosidas en un traje primoroso, que Rafael Alberti dedicó al Doncel de Sigüenza, y que empezaban así:

Volviendo en una oscura madrugada
por la vereda inerte, del otero,
vi la sombra de un joven caballero
junto al azarbe helado y reclinada.

Seremos siempre deudores y aprendices de bellas palabras, de justas perfecciones en el ritmo y en la rima. También García Nieto, y Luis Rosales, y Gloria Fuertes, y Camilo José Cela, y Victoriano Crémer, y tantos otros nos han dejado su impresión, su emoción al saber de esta tierra en que vivimos.

Y también de reciente factura es una obra nueva, que ha sorprendido a todos por su perfección técnica y su lirismo, de David Pérez Fernández. Se titula “Manual de Instrucciones” y en ella nos da, como una oración continua de desamor y unción amorosa, en un oleaje sin fin de sentimientos, una colección de 24 sonetos que se acompañan de otras tantas ilustraciones que ofrecen imágenes de la ciudad del poeta, en los lugares que él imaginó que suceden los asuntos poéticos.

Letras de Porfirio Paramio

Recintemente descubrí lo que escribe otro alcarreño de la diáspora, de esos que nacieron aquí y tuvieron que irse, en los años cincuenta y sesenta y aún más tarde, a otras partes donde ganarse la vida. Es Porfirio Paramio Roca, que nació en Durón, y al que su primo José María Alfaro, otro alcarreño [de Budia] que escribe y pinta y da forma a las rocas, le tiene puestos sus versos en la pizarra móvil de su blog cantarín. De Paramio Roca, al que nos gustaría conocer más a fondo, oimos estas coplas que dicen, bien dichas, las memorias que a él le vienen de su añorada tierra:

¡Qué paisaje y qué luz en mis recuerdos!
¡Qué momentos de gozo y qué tristeza!
El tiempo no renace, sólo acude
cuando el grito del alma desespera.

Y aquí, junto a la fuente, bajo el olmo,
donde vieron mis ojos las estrellas,
te escribo a ti, Durón, austera Alcarria,
tierra donde nací…, patria pequeña.

Pero al fin cada cual, y más después de leer esta apresurada memoria, se va a lo suyo, y el escribir versos, y ligar palabras que aporten rima, y al mismo tiempo dicha, y mejor aún propuestas vitales, se queda para los días de fiesta, para cuando estás malo, para cuando desesperas.

Azuqueca de Henares también tiene historia

Una de las mayores fiestas que se celebran en Azuqueca es la dedicada a San Isidro Labrador, patrón de los labradores, que fue el título laboral de la mayoría de sus habitantes hasta hace pocos años. En torno al 15 de mayo, se celebra misa, Fiesta de la Espiga, Bendición de Campos, comida de hermandad y otros actos. Con este motivo de la cercanía de la fiesta azudense, me propongo hacer un corto pero sustancioso viaje por los elementos capitales de su historia. Tal como los he dejado descritos en un libro de reciente aparición, “La Campiña del Henares”, en que relato por más menudo esta secuencia, y añado los datos correspondientes a su escueto, pero interesante, patrimonio artístico.

A los pies de la villa, que es llana en toda su extensión, salvo leves cuestas derivadas de las “quebradillas”, se extiende la superficie abierta del valle del Henares, por donde discurre la autovía, el ferrocarril, los polígonos industriales, y el río, entre arboledas, viendo al frente como se alzan las terreras de la margen izquierda del Henares, y sobre ellas el alboroto de los cerros y la meseta de la Alcarria que, plana, se extiende a 1.000 metros sobre el nivel del mar.

¿De dónde procede la palabra Azuqueca? No está aclarado, pero según Vallvé Bermejo, este nombre deriva de as-sukaike, que significaría “camino estrecho, calzada”. El origen de la palabra aceca, derivado de as-sikka, es también significativo de “camino”. Esa “Aceca” que adquirió la Orden de Calatrava, cerca de Guadalajara, en el siglo XIII, puede ser “La Acequilla” de hoy que ya está documentada desde el siglo XV. En ambos casos, los nombres de Azuqueca, y la Acequilla, villa y lugar, en el Henares, son significativos de “camino, calzada, lugar de paso”.

Sin embargo, existen otras interpretaciones. Corriente dice que vendría del andalusí “assuqayqa”, representativo de “pequeño tallo” del torvisco, una planta de la que desconocemos si existe o ha existido abundancia en el término, y yo mismo he aventurado, en ocasiones anteriores, que podría venir del árabe “azouque” que significaría “mercadillo”.

Lo que sí es interesante es seguir a Ranz Yubero en la interpretación del topónimo “Henares”, el río que forma esta Campiña en la que asienta Azuqueca. Este nombre comenzó a utilizarse para denominar a nuestro río a finales del siglo XVI, no antes. Todavía en documentos del siglo XIX lo vemos escrito “Llenares”, de lo que Menéndez Pidal suponía alusión a la riqueza agrícola de su entorno. Pero es también posible que aluda a la condición de “Valle de Castillos y Fortalezas” que es el nombre que adoptó ese valle en época árabe y que finalmente recogió la capital: Wad-al-Hayara significa precisamente eso, “valle amplio” con abundancia de “edificios construidos con piedra”. El valle del Henares fue, durante más de tres siglos, frontera o marca entre Al-andalus y Castilla, y por tanto su orilla izquierda, más abrupta, se llenó de castillos y atalayas. Podría venir, pues, del árabe “nahr”, como torre o fortaleza, y de ahí, la forma también usada en lo antiguo de “Nares” que dio finalmente Henares.

Lugar de paso y camino siempre, Azuqueca tuvo dos calzadas principales: una por la vega, junto al río, que hoy es la autovía de Madrid a Zaragoza; y otra el Camino de Navarra, que pasaba por una terraza del Henares, justamente por el centro de la villa, hacia Alovera.

¿Desde cuando existe Azuqueca? Ya existiría como pequeño núcleo poblacional en el momento de la Reconquista. Su apelativo de origen árabe así lo justifica. Sus habitantes se dedicarían al cultivo, intensivo, de los feraces campos de la orilla derecha del Henares, viviendo de ello, vendiéndolo en mercados de grandes centros. Fue siempre lugar pequeño, de irrelevante carácter administrativo, teniendo en cuenta que todavía en 1785, la pequeña iglesia de Azuqueca era “anejo de la parroquial de Quer”. Pero esta iglesia aneja existía ya sin duda en el siglo XVI con el carácter monumental que hoy vemos.

Lugar de encuentros de la población árabe hispana, se conoce su existencia desde la Edad Media, en que aparece como aldea del Común o alfoz de Guadalajara. En esa calidad permaneció varios siglos: el señor de la Acequilla, don Melchor de Herrera, trató de comprar Azuqueca, pero no lo consiguió, y a finales del siglo XVI, cuando en 1575 se redactaron las Relaciones Topográficas de Felipe II, Azuqueca seguía dependiendo en todo de Guadalajara, componiéndose el pueblo de “casas de tapiería, con ladrillo, cal y yeso” teniendo ya entonces la iglesia y dos ermitas: San Juan y  Sebastián. En medio del pueblo había una fuente, que procedía de lejano manantial y cuya agua se traía por “viaje árabe” en el subsuelo.

Así siguió, siempre en una vida muy tranquila, hasta comienzos del siglo XVII, en que fue declarada villa por sí en 1628, siendo vendida por el rey Felipe IV, en ese año, a doña Mariana de Ibarra y Velasco, marquesa de Salinas del Río Pisuerga, en cuya descendencia prosiguió hasta la abolición de los señoríos en el siglo XIX. La primera iniciativa de venta del señorío se hizo a favor del potentado arriacense Pedro Suárez de Alarcón, caballero de Calatrava, alférez mayor y procurador en Cortes, aunque finalmente este prócer se quedó solamente con las tercias reales y las alcabalas.

Esta secuencia de señoríos nos la da claramente delimitada Valdivieso García en su obra  Azuqueca de Henares. Ayer y hoy en su historia, editada por el Ayuntamiento de Azuqueca de Henares en 1999.

Los señores de Azuqueca quedaron siempre a vivir en la finca (que entonces era aldea) de La Acequilla, levantando progresivamente estupendos edificios, que han llegado hasta hoy, a pesar de tantos avatares. En 1752 era señor de Azuqueca don Juan Javier Joaquín de Velasco Albornoz, Sosa, etc., marqués de Salinas del Río Pisuerga y Conde de Santiago de Calimaya, residente en la ciudad de México. En ese año, en que se redacta el Catastro del marqués de la Ensenada, Azuqueca tiene 69 vecinos (solo 26 más que dos siglos antes, y más del doble d elo que tuvo a principios de siglo, tras la Guerra de Sucesión), que residen en 64 casas habitables, con 14 pajares, un granero, y algunos palomares y bodegas. Casi todos los vecinos eran labradores. Había un mesón y aún se mantenía la Venta de San Juan en pie, que seguía siendo de las monjas bernardas. Todo el siglo XVIII se mantuvo la población en torno a los 300 habitantes.

El título del marquesado prosiguió, tras las Cortes de Cádiz, ya con el señorío abolido. En 1870 era marquesa doña Rosa de Bustos y Riquelme, pasando luego, junto con gran cantidad de tierras del término, a los duques de Pastrana, y, más tarde, al conde de Romanones.

Lugares históricos del término de Azuqueca

Merece la pena hacer un repaso de los lugares que integran el término, porque por todas partes se respira historia y hechos interesantes devenidos de siglos. En las cercanías está el lugar despoblado (hoy Polígono Industrial) de Miralcampo. En 1430 aparece como señorío de Óñigo lópez de Mendoza, primer marqués de Santillana. En 1580 tenía 37 vecinos, y eral villa del marqués de Mondéjar. Tuvo por patrón a San Gregorio, que les salvó “del escarabajuelo que anda en las viñas”. Desapareció como población a principos del siglo XVIII, tras los desastres de la Guerra de Sucesión. En ese lugar, que perteneció al Conde de Romanones y sus descendientes, se levantó casa de labor, con capilla y elementos de culto que a finales del siglo XX pasaron a la parroquia de Azuqueca.

En el entorno de Azuqueca “lugar pasajero” a medio camino entre Alcalá y Guadalajara, hubo tres ventas: la “Venta de Meco” que aún existe transformada en restaurante y gasolinera; el “Parador de Cortina” o Casa de Postas, de finales del XVIII, frente a la finca de Miralcampo, y hoy ya derruida; la “Venta de San Juan”, situada en el camino que desde Azuqueca subía a Quer, cerca de una ermita dedicada a ese santo.

Otros lugares de interés histórico son el Camino de la Barca (que nacía en la misma plaza de San Miguel, yendo hacia el río, en cuya orilla se tomaba la gran barcaza, que existía ya en el siglo XVI, transportaba cosas y gentes al otro lado del río, término de Chiloeches.

Y La Acequilla que existe como lugar estratégico junto al río desde, al menos, el siglo XV. Allí hubo una venta, propiedad de la Orden de Calatrava, incluida como bien de la encomienda de Auñón. Esa finca amplia, de riego, en el siglo XVI era del marqués de Auñón, don Melchor de Herrera, quien también adquirió la dehesa de Casasola, al otro lado del río Henares. La historia de La Acequilla se extiende también por numerosos y sucesivos señoríos: a inicios del siglo XVII pasa a manos de Pedro Franqueza, secretario de Estado, y en 1614 pasó a don Luis de Velasco, primer marqués de Salinas del Río Pisuerga (virrey que fuera de Nueva España y de Perú). Entonces adquirió el rango de villa (antes que Azuqueca). Hasta 1869 permaneció en poder de este linaje, procediéndose entonces a la venta de sus bienes: el titular del marquesado era en ese momento José María Cervantes Ozta, y residía en México. La compró la familia Madrazo, que ya entonces tenían el título de marqués del Valle de la Colina. El comprador entonces fue don Valeriano Madrazo-Escalera. Además de los edificios centrales, que siempre tuvieron el aire de un pequeño castillete o palacio rural, es destacable en La Acequilla el puente colgante sobre el río Henares, decorado en estilo “art nouveau”, de uso particular y a pie.

Apunte

La avifauna del Henares

El Ayuntamiento de Azuqueca de Henares ha creado recientemente en “La Acequilla del Henares”, una Reserva Ornitológica Municipal, que se ha localizado en las instalaciones del antiguo sistema de depuración por lagunaje con que contaba Azuqueca. Ocupa 10 hectáreas, y cuenta con un bosque de ribera bien desarrollado, y está garantizado el aporte de agua limpia porque recibe el agua ya depurada de la nueva Estación Depuradora de Aguas Residuales. En 2004, tras su creación, fue declarada “Refugio de Fauna y Zona Sensible de Protección Concertada”. De toda la reserva, 6 hectáreas son de agua, son las lagunas, denominadas “La Focha”, “El Cohrlitejo”, “el Calamón” y “la Garza” y tiene 3 observatorios. Sus objetivos claros son la conservación de fauna y la investigación, así como la divulgación y la educación ambiental. Se quiere incluir en el plan de Turismo Ecológico que ha anunciado la Consejería de Turismo de Castilla-La Mancha, y la mejor forma de aprender sobre las numerosas especies de aves que allí pueblan es leerse el libro de Roberto Mangas sobre “Guía de las Aves de la Vega del Henares y la Campiña”.