Mirando Castillos por el Valle del Henares

viernes, 15 febrero 2008 0 Por Herrera Casado

Puestos a viajar, por Guadalajara lo mejor es hacerlo en las zonas en que  más abundancia exista de restos monumentales, de bellezas paisajísticas, de buenas fondas y de mejores gentes. Y ese lugar es, sin duda, el valle del Henares: desde Azuqueca a Horna, todo el recorrido junto a las aguas, -río arriba-, del Henares es territorio propicio.

Mas de media docena de castillos encontramos hoy en la orilla izquierda del río Henares. Desde Alcalá hasta Guijosa, precisamente es en esa orilla izquierda donde se alzaron como defensa, y hoy constituyen una interesante ruta monumental que aquí ofrezco como aliento de viaje.

En el espacio que forma el río Henares y sus amplias orillas, un espacio que es rectilíneo y abarca poco más de 120 kilómetros, vamos a encontrar unos elocuentes restos del pasado de esta tierra: sus castillos. La explicación a que los haya, y a que sean tan numerosos, está en la propia historia: durante tres siglos, el Henares fue frontera entre Al Andalus (la Marca Media o reino de Toledo) y Castilla. Y la defensa de los musulmanes, puesta en su orilla izquierda, vio levantarse numerosas fortalezas para evitar la irrupción de los castellanos, que llegaban fácilmente a la orilla derecha.

Desde la desembocadura del río en el Jarama, poco más allá de Torrejón de Ardoz, empezamos a ver fortalezas. Es más, el nombre de la capital y de la provincia, Guadalajara, viene del apelativo árabe, Wad-al-Hayara, que significa “el río”, pero río con la acepción de gran valle de amplias orillas, “de las piedras2 o mejor dicho, de las fortalezas hechas con piedras, fuertes y duras como estas. Así, Wad-al-Hayara significó para los andalusíes, durante mucho tiempo, “el gran valle de los castillos”, y estos han pervivido, medio arruinados o recuperados, que de todo hay, hasta hoy mismo.

Los iniciales castillos

En Torrejón hubo castillo (el mismo nombre latino del pueblo lo demuestra) que fue mucho tiempo después sustituido por un palacio o casas grandes aún hoy existentes. En Alcalá, que en árabe significa lo mismo: “el castillo”, de al-kala, la torre alta y defensiva, hoy se ve aún en la orilla izquierda del río, en los altos que otea el cerro Gurugú, una torre a la que llaman “de Alcalá la vieja”, herencia de la época árabe.

En Guadalajara incluso, con su nombre relacionado como ya hemos visto, hubo también poderosa alcazaba, que llegó a ser en tiempos cristianos”alcázar real”, y que en época de inicial dominación musulmana sirvió para controlar lo que primero fue vado y luego puente levantado en época califal, cuando Abderramán III dirigía una inmensa estructura política desde Córdoba.

Aguas arribas vamos a ir encontrando sucesivos castros, atalayas y fuertes castillos que avizoraban las extensas planicies de la orilla derecha del Henares, hasta las estribaciones de la Somosierra. Se alzaron estos castillos precisamente sobre atalayas de terreras y sobre cerros testigos, y entre ellas hay que destacar dos: Hita y Jadraque.

Hita era ya espacio ocupado por los hombres primitivos y los romanos, pero los árabes la dotaron de un gran castillo en lo alto de su perfecto cerro. Desde allí arriba es sorprendente el espacio que se domina: Hacia el norte la Somosierra, por supuesto, nítida y con todos sus valles, ríos y caminos. Por el sur la mirada se pierde en la meseta alcarreña. El castillo fue, tras la reconquista, propiedad de los reyes castellanos, que se lo cedieron a nobles cortesanos, especialmente la familia de los Fernández de Hita, y luego a los Mendoza, que la hicieron centro de su primer feudo junto con Buitrago. A sus pies se levantó la villa que se rodeó de muralla en tiempos del marqués de Santillana, siendo albergue de importante aljama judía. Con los años llegó el abandono, y el castillo sirvió incluso de eje de una ofensiva en la Guerra civil de 1936-39.

Aguas arriba, Jadraque, el Castejón de Debajo de los cristianos, y el Xaradraq de los árabes, que tras muchos siglos de existencia, fue protagonista en una de las acometidas de rodrigo Díaz de Vivar, el Cid Campeador, por estas tierras. Situado sobre “el cerro más perfecto del mundo” como lo calificó Ortega y Gasset, este castillo pasó tras la reconquista por los Reyes a la familia del linaje Carrillo, que finalmente se lo vendieron al Cardenal Mendoza, quien aquí fundó un feudo nuevo, el Condado del Cid, y fue su hijo, don Rodrigo Díaz de Vivar y Mendoza, quien lo utilizó habitualmente y mandó levantar un mejorado castillo incluyendo en su interior un lujoso palacio renacentista.

Sigüenza, eje del valle

Aunque ya muy alto en el tramo superior del río, cuando el Henares es apenas un hilo de agua que procede de Sierra Ministra, el medieval burgo de Sigüenza debe su antañona importancia al castro que señoreó la orilla izquierda del río. Bien pudo colocarse en uno u otro lado del valle, pero es evidente que, aunque los primitivos celtíberos pusieron en Villavieja (lado derecho) sus castros defensivos, fueron los visigodos y posteriormente los árabes los que levantaron castillo sobre las rojizas rocas areniscas del lado izquierdo.

Conquistada la ciudad de Segontia por los castellanos y aragoneses en 1124, al mando de un ejército capitaneado por el clérigo francés Bernardo de Agen, que sería nombrado por Alfonso VII primer obispo y primer señor de la ciudad, desde ese momento se inició la construcción de esta alcazaba, que fue creciendo a lo largo de los siglos, y que vio todo tipo de acciones guerreras, traiciones, asaltos y hundimientos.  Desde el siglo XII al XIX, el obispo de Sigüenza tenía el mando en la catedral, en la diócesis, y residía en el castillo, controlando de una forma relativa, pero efectiva, a los priores y abadesas de monasterios y cenobios del gran valle (Valfermoso, Sopetrán) y aún más lejos (Buenafuente, Albendiego, Huerta…). Como sé que hay muchos lectores de estas páginas que antes, y no hace mucho, se han leído “Los pilares de la Tierra” de Ken Follet, solo les pido que se imaginen que muchos elementos de aquella Kingsbrigde del siglo XI se reprodujeron en esta Sigüenza de la Edad Media. Con una particularidad: que aquí el poder episcopal era omnímodo, y no tenían un Hamleigh que les tratara de hacer sombra. Ni siquiera la ciudad se hizo respondona en ningún momento. Las luchas y los avatares del castillo tuvieron por protagonistas a los clérigos del momento.

Más arriba aún, quedan vestigios de torres, y aún otro castillo, el de Guijosa. El camino sube entre cerros empinados que fueron castros celtíberos, todos excavados y mostrando las huellas de un pasado espléndido, en torno al siglo V antes de Cristo. La fortaleza de Guijosa, que aunque en ruina amenazante aún se mantiene para admirarla y fotografiarla, fue propiedad de los Orozco, que la tuvieron como elemento de contrapeso, siempre leve, frente al poder episcopal.

Y esto es todo cuanto se puede ofrecer como elementos a ver y considerar en esta hipotética Ruta de los Castillos del Henares, que en cuanto a historias y descripciones, valoraciones de sus alcazabas y ofertas para su visita, ya han sido ampliamente tratadas por otros autores. Aquí solo quería dar esa pincelada breve y oferente para que sirva de idea de un viaje descubridor, de una excursión emocionante.

Apunte

Una mirada a los castillos del Henares

Además de los libros de Layna, Jiménez,  Ruibal y algún otro, recientemente este diario “Nueva Alcarria” ha sacado a luz una obra de considerable calado, en la que se catalogan, describen y aprecian unos 400 castillos, atalayas y castros de la provincia de Guadalajara. El autor, el profesor de la Autónoma Dr. García de Paz, y el título “Castillos y fortificaciones de Guadalajara”. A lo largo de muchas de sus páginas, ampliamente ilustradas con fotografías y planos, se describen estos castillos del Henares, y algunos otros de menor entidad, pero que también forman la corte de estas remotas reliquias de nuestra historia.