Platos y Jarros made in Pelegrina

viernes, 1 febrero 2008 1 Por Herrera Casado

A cualquiera que avance, despacio siempre, desde Sigüenza hacia Pelegrina (que es lugar con castillo episcopal y muy hermosos paisajes con arboledas, cantiles rocosos, águilas y cascadas) le sorprenderá ver a manderecha de su camino una gran torre con pinta de medieval postura ¿quizás de tiempos del Cid Campeador? ¿Quizás mendocinos? ¿Un puesto de mando de la Guerra Civil, una atalaya de reconocimiento de los árabes? Nada de eso. Según se sube desde Sigüenza a Pelegrina, a la derecha, quedan los restos devastados de una de las curiosas y vistosas empresas fabriles que tuvo Sigüenza en su historia, durante varios siglos, hasta casi ayer mismo: La Pelegrina, un complejo de fabricación de mil cosas hechas con barro y esmaltes.

Un bonito libro que ha puesto en nuestras manos la Diputación Provincial, escrito por Juan Castillo Ojugas, veterano compañero de estas páginas, nos ha ilustrado totalmente sobre aquella fábrica, sobre quienes la montaron, y nos ha dado cientos de imágenes de lo que allí se hacía. Algunas cosas tan hermosas como las que con estas líneas se alinean.

Alfarería de la tierra

Hacia 1700 alguien se propuso aprovechar las buenas materias primas que daba la tierra en torno a Sigüenza: abundantes y baratas, las diversas calidades de arcilla suponían un filón para con arte, agua, tiempo y saberes fabricar todo tipo de elementos que hicieran más agradable la vida y pudieran servir de adorno y maravilla.

Ya Larruga en sus “Memorias Políticas y Económicas” de 1792 nos decía que “En Sigüenza hay una fábrica de loza que para el país la tienen por fina…” y después de la Guerra de la Independencia todavía hablaba de ella Sebastián Miñano, en su ”Diccionario Geográfico y Estadístico” en el que decía que “En Sigüenza hay una fábrica de loza…” Todavía a finales del siglo XIX, don Juan Catalina García López, en su obra “El libro de la provincia de Guadalajara” que quería ser, -en sencillo pero completo diccionario del momento- una enciclopedia de lo que nuestra provincia daba de sí, escribía que Sigüenza disponía de un centro alfarero, una “fábrica de Baldosín fino de distintos colores” al que le daba muy buen porvenir.

Lo tuvo, y produjo muchas y bonitas cosas, durante todo el siglo XIX y el primer cuarto del XX, siendo primeramente denominada como “Fábrica de La Pelegrina” y después “El Acierto”. Lo más lucrativo del negocio consistió en hacer tejas y baldosas, pero el número y tipo de piezas que aquí se fabricaron alcanza el medio centenar de variedades, destacando entre otras cosas las jarras, platos y botijos, las tazas y cuencos, y hasta cristales de mejor o peor calidad, pero también se hicieron, de tal modo que abastecieron de productos para sus medicamentos al mismísimo Hospital de San Mateo de Sigüenza.

Un trabajo meticuloso

Recientemente, un estudioso de la alfarería provincial, el doctor Juan Castillo Ojugas, descendiente de Montarrón por su padre, que fue el famoso escritor e investigador don Juan Castillo de Lucas, ha elaborado un denso trabajo de investigación sobre este centro alfarero, hasta el punto de haber obtenido con él, y por unanimidad del jurado, el Premio Provincial de “Investigación Histórica” del año 2006. En su obra, aporta más de 500 imágenes de lo que él pacientemente buscó y recogió entre las ruinas de la antigua fábrica. Como un simple buscador de cascotes, Castillo se entregó horas, y días enteros, a recoger todo aquello que sobre la árida superficie de la paramera brillaba o tenía color. Y de cada pieza, numerada y clasificada, fue sacando conclusiones hasta obtener y edificar todo un estudio, plasmado en libro, de lo que en aquel lugar de La Pelegrina se fabricó entre los siglos XVIII, XIX y parte del XX.

Primero analiza el sitio: al viajero que hoy se acerque por allí le va a impresionar sobre todo la presencia del gran horno, que es lo que queda más entero. De su chimenea concretamente, que con planta circular, muy amplia, y remate en almenas, parece enteramente una atalaya militar del Medievo. Enseguida se ve que por los alrededores quedan muchas ruinas de naves, depósitos, almacenes, embocaduras, conducciones, caminos ocultos y amontonamientos de cascotes y desechos. Todo ello, que a cualquiera que pase deprisa le puede parecer un simple estercolero, es en realidad la ruina pulverizada de una gran empresa. Un ejemplo, quizás, una muestra más de lo que ha ocurrido con nuestra tierra, con nuestra provincia: que lo poco que pudo tener de prosperidad quedó disuelta en el olvido. Sí, esto es un poco exagerado, porque Guadalajara crece por otros sitios. Pero esta zona de en torno a Sigüenza, estas sierras atencinas y molinesas, de lo poco que tuvieron se lo llevó este viento de la modernidad, y hoy tienen que ser gentes, -con paciencia inaudita, como Castillo Ojugas-, que tengan dedicación y amor por esta tierra, las que con paciencia y visión de realidad investiguen estos viejos sones.

El autor ha encontrado documentos acreditativos de los artesanos que trabajaron tiempos atrás en esta fábrica. En los anaqueles del Archivo Histórico Provincial de Guadalajara ha encontrado cantidad de contratos firmados por alfareros, con obligaciones de hacer piezas o de mantener aprendices (Melchor Ariza, Bernardo de Alvaro, Antonio Rello…) y en los libros de legos del Catastro del Marqués de la Ensenada, de mediado el siglo XVIII, también aparecen muy detalladament consignados nombres, producciones, ganancias, etc.

Piezas talaveranas, cristales de La Granja

En La Pelegrina se fabricaron piezas alfareras en imitación de las más prestigiosas del país. Así vemos que de aquí salieron algunos botijos, algunos platos y jarras calcados de Talavera. Con sus formas y sus colores, con sus dibujos y siluetas calcadas de la famosa tierra talaverana. También se hicieron cosas similares a lo que entonces se fabricaba en Manises: delicados tazones, orondos platos para frutas. Incluso se llegó a copiar el tipo de alfarería esmaltada en verde de Bailén, con sus grandes orzas, tinajas, fuentes adornadas de grecas geométricas y florales… se ve que atendían a la demanda de un público femenino siempre atento a lo más bello, a lo más llamativo, aunque fuera falso en el fondo, hecho en el taller de al lado de casa (como ahora los relojes primimarcas venidos de la China con los títulos suizos).

En todo caso, el volumen mayor de La Pelegrina fue la fabricación de tejas, tanto de tipo árabe como plaquetas, también ladrillos, normales y artísticos, y baldosas y baldosines, estos con mucha variedad y finura, lo que al fin le dio fama al complejo pelegrinesco.

Se hizo también cristal, o al menos el autor del estudio ha encontrado muchos restos entre las ruinas. La técnica de la cristalería se ha ido haciendo con el tiempo más sencilla. De aquellos lugares en los que solo donde había una sílice superfina (aquí en la provincia eran lugares serranos como El Recuenco, Villanueva de Alcorón o La Solana) se podían hacer buenas piezas, se pasó a hacerlas en cualquier fábrica donde se tuviera horno y arcillas finas. De diversos colores, con imperfecciones, formas irregulares, y todos los peros que se quieran, pero aquí en La Pelegrina, sin duda, hubo también facienda de cristal. Lo cual suma un nuevo espacio a esta artesanía maravillosa que aún hoy goza de la admiración de los coleccionistas.

Finalmente, quiero apuntar la teoría, expuesta, pero valiente, del investigador Castillo sobre el origen de gran parte del botamen de la farmacia del Hospital de San Mateo de la ciudad de Sigüenza. En estas páginas nos dice que bien pudo ser realizado en La Pelegrina, puesto que si bien la farmacia del hospital se abrió a mediados del siglo XVII, muchas piezas se romperían y habría que reponerlas, acudiendo a la fábrica cercana, donde además, -esto está demostrado- hacían todo tipo de cacharros imitación Talavera. Con este motivo, Castillo hace una memoria y resumen de la historia de la botica de San Mateo, uno de los lugares más emblemáticos (sumido ya, irremediablemente, en el virtual espacio de la memoria histórica) de la Ciudad del Doncel.

Apunte

Un autor y un libro

Antonio Castillo Ojugas es autor del libro titulado “Investigación histórica y etnográfica del complejo industrial alfarero de La Pelegrina”, presentado hace unas semanas por la Diputación Provincial de Guadalajara.

Castillo nació en Madrid, y tiene tres doctorados: uno en Farmacia (su tesis versó sobre los colirios con óxido de cinc a través de la historia), otro en Bromatología (con su tesis sobre “Liofilización de alimentos”) y otro en Ciencias Empresariales. Ha sido su pasión el estudio de la alfarería española, y ha dedicado numerosos trabajos, artículos, libros y conferencias al estudio de la alfarería de Guadalajara. No hace mucho publicó un libro sobre Tejas y Tejares de nuestra tierra.

Ha ganado el Premio Provincial de “Investigación Histórica” en el año 2006 y ha visto publicados sus trabajos monográficos sobre viejos alfares desaparecidos, en este mismo diario “Nueva Alcarria”.

El libro del que es autor tiene 246 páginas, y medio millar de ilustraciones, aportando noticias, documentos, e información veraz y contrastada sobre esta sorpresa de la industria antigua de Guadalajara y Sigüenza: el alfar de La Pelegrina.