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octubre, 2006:

Un paseo por la Historia

Este pasado lunes se presentó, en el Centro de Prensa de la Asociación Provincial de profesionales periodistas, la nueva edición de un libro clásico ya donde los haya: la “Historia de Guadalajara” de Antonio Ortiz. Una visión completa, redonda, pulida con las lijas de la experiencia y maquillada como para salir a la escena más luminosa. Un historia de la ciudad, con brillo e imágenes, y un cartel larguísimo donde salen a torear (a los siglos, que tienen unos pitones imponentes) muchos diestros que se dejaron el alma en la corrida.

Como no es habitual que se trate, ni en prensa escrita ni en televisiva, de historias locales, es el momento de recordar algunos detalles de los mil que tiene el devenir pretérito de Guadalajara. Personas e instantes, retratos y edificios. Todo está palpitante y moderno, aunque tenga quinientos años, en la mano del profesor Ortiz, que ha sabido acercarse con facilidad, con el don de la docencia que muchos años de profesionalidad le han dado.

Una historia entera

Es difícil decir, en pocas líneas, ni la historia entera de Guadalajara, ni lo mejor (o peor) de ella. Es una historia densa, hecha por gentes, altas y bajas, dentro de unos muros, sobre unas calles y plazas. El río Henares (que aunque hoy ya no se ve, existe) fue la causa de que aquí naciera esta ciudad. El puente, el empedramiento de su vado, los castros primero y luego el alcázar, el nombre mismo (Wad-al-Hayara = Valle de los castillos) todo lo que hace nacer y crecer a Guadalajara está en función de su río. Hoy, aparte de casi no lleva agua, retenida en las sierras donde nace, es que se dejó oscurecer de arboledas, tapias y olvidos. La historia, sin embargo, se fraguó sobre él, y cualquier circunstancia es buena para reivindicar la recuperación y dignificación de nuestro río, de ese Henares al que Cervantes (y Lope, y el Arcipreste, y Gálvez y tantos otros…) cantó con ganas.

Cuatro momentos claves

En algunas ocasiones me han pedido que esbozara los mejores momentos de la historia de Guadalajara. Esos que pudieran ser los hits-parade de su historia, los que hacen levantar al público en aplausos. Pues van aquí, resumidos. Sería el primero el instante de su conquista. Visto lo visto, nada mejor le pudo pasar a Guadalajara que pasar de ser una ciudad musulmana a una cristiana. Desde finales del siglo VIII hasta el año 1085, estuvo bajo el control político de los árabes, y aunque pequeña y sin apenas crecimiento, Wad-al-Hayara se constituyó en cabeza militar, social y económica, del valle del Henares. Su alcázar controlaba el puente que cruzaba el río, y sus jefes político-religiosos vivían felices, suponemos que construyendo versos y mezquitas, mientras los habitantes de la medina se afanaban en el diario trabajo de los campos y huertas y en el trasiego por las estrecheces comerciales de su zoco.

La voluntad de Alfonso VI, con la colaboración de su alférez Alvar Fáñez de Minaya, terminaron por pasar a Guadalajara, que heredó el nombre de los andalusíes, a la vena del cristianismo, en el que, mal que bien, aguantamos hasta hoy, preparando el futuro.

Otro de los momentos claves de Guadalajara es el siglo XIV, cuando en la ciudad conviven las tres culturas hispánicas, armónicamente, bajo el mando y con los privilegios que a la (todavía) villa le concedieron los reyes castellanos. Cristianos, moros y judíos acuden en sus fiestas a las iglesias, mezquitas y sinagogas. Surgen escritores y artistas en sus comunidades, y desde el teólogo Mosé ben Sem Tob, guardián de la Kábala, pasando por los alarifes mudéjares de templos, palacios y baños públicos, hasta el propio Juan Ruiz, Arcipreste de Hita, que por aquí anda predicando y escribiendo sátiras de cuanto ocurre en el entorno solar de las Campiñas, todos saben que Guadalajara es un buen lugar donde pasar los días.

El Renacimiento mendocino, en la mitad del siglo XVI, cuando a Guadalajara la denominan “Atenas alcarreña”, es otro de esos instantes de gloria, pasajera, pero firme: el duque del Infantado, el cuarto concretamente, escribe libros de historia y los imprime en su palacio. Mantiene en su compañía a filósofos, poetas y novelistas (Alvar Gómez de Castro, Luis Gálvez de Montalvo, Alvar G. De Ciudad Real) a pintores, escultores y arquitectos de la talla de Rómulo Cincinato, Pedro López de la Parra, Pedro Barrojo, y Acacio de Orejón más los discípulos de Alonso de Covarrubias.

Finalmente, yo destacaría los años 60 del pasado siglo XX. Cuando conducida la ciudad por el entusiasmo de don Pedro Sanz Vázquez, esta recibe del Estado la consideración de Polígono de Desarrollo y despega, ya imparable, hasta hoy mismo, como espacio de crecimiento urbanístico, industrial y cultural, siempre dependiente (lo queramos o no) de la capital del Reino. Un paseo de las Cruces que surge entonces y se nos queda como elemento magnífico de un urbanismo ejemplar, hasta unas líneas de experimentación en arquitectura urbana y monumental que debemos mantener como símbolo de identidad, y de unión con el pasado.

La historia guardada

Esta de ver, -vivo y parlanchín-, un libro sobre historia de Guadalajara, es una nueva oportunidad para pedir la creación de un Museo de Historia de la ciudad. En un reciente viaje a Melilla, he podido comprobar cómo una ciudad de sus dimensiones (la mitad que Guadalajara) y su secular aislamiento, porque está nada menos que en otro continente, no ha sido impedimento para que el Ayuntamiento mediterráneo haya montado (lo inauguró hace más de 30 años) un magnífico Museo de la ciudad en el que aparecen, en los varios pisos de un edificio antiguo, los hallazgos arqueológicos perfectamente explicados, los documentos capitales de su devenir, cuadros y esculturas, símbolos y planos, cientos de cosas que ofrecen a los ojos y al corazón de quien visita el enclave, un rastro perfecto para saber de su pasado.

En Guadalajara es ya urgente ponerse manos a la obra. Las dimensiones y el relieve que nuestra ciudad está tomando en el contexto económico y de desarrollo español, no puede aguantar la crítica de no tener su ámbito museístico propio y digno. Las mínimas propuestas, perfectas y plausibles, que hasta ahora se han hecho (Torreones de Alvar Fáñez y Alamín, Capilla de Luis de Lucena, o Salón Chino de la Cotilla) son mínimos balbuceos de lo que debería ser el gran Museo de Historia. El lugar, sin duda, el propio palacio del Infantado. Pero por aquello de que no es de patrimonio municipal, podría considerarse una buena alternativa, que sí lo es, el recinto del monasterio de San Francisco, amplio y en una situación ideal para recibir visitas y ampliar el recorrido sobre una zona de la ciudad especialmente nutrida de monumentos.

La Batalla de Guadalajara

Cuando se van a cumplir, (el próximo mes de marzo de 2007) los 70 años de la Batalla de Guadalajara, -que significó, por haberla perdido el bando franquista, el retraso en el acabamiento de la Guerra Civil-, esta “Historia de Guadalajara” la recupera en sus páginas con todo detalle, y la analiza en el contexto de lo que significó para la evolución de la Contienda del 36-39, así como los datos concretos y hasta anecdóticos que en ella sucedieron, como la actitud de las fuerzas italianas enviadas por el Jefe Mussolini, la participación decisiva de una borrasca invernal que no todos habían calibrado en sus auténticas dimensiones (la predicción meteorológica no estaba en 1937, ni mucho menos, tan avanzada como hoy) y el bombardeo de Brihuega hasta los cimientos de sus edificios.

Un libro histórico

El libro “Historia de Guadalajara” ha sido escrito por el profesor del Liceo Caracense don Antonio Ortiz García. Es la segunda edición que alcanza esta obra, muy bien recibida en su primera entrega. Ahora se ofrece con mayor lujo de apariencia, más páginas, nuevos datos, y nuevos gráficos, muchos de ellos en color. Tiene 302 páginas, un tamaño de 17 x 24 cms., y unas pastas duras que permiten su lectura fácil, al poder ser abierto entero sobre una mesa. La obra se complementa con índices topográfico y onomástico, claves para ser de utilidad en la búsqueda de lugares y personajes. Además lleva una amplia revisión bibliográfica para quien quiera ampliar conocimientos en otros libros y documentos. Editado con una Ayuda a la Edición de la Consejería de Cultura de la Junta de Comunidades, está ya a la venta en librerías e Internet, y se ofrece como verdadera ventana a la historia y a la memoria de gentes y lugares de Guadalajara.

Días de Alfareros

Con motivo de la Farcama (Feria Regional de Artesanía de nuestra Región) celebrada el pasado fin de semana en el recinto ferial de la Peraleda, de Toledo, se ha presentado un nuevo libro que estudia la artesanía del barro y la arcilla, la multisecular manualidad de la alfarería, en la provincia de Guadalajara.

Con este motivo, recordamos hoy algo de esa rica herencia cultural, que merece ser guardada, al menos en el recuerdo, porque ha sido expresión de una singularidad y de unos usos que reflejan la forma de ser de las gentes de nuestra tierra.

Cacharros de Guadalajara

Dícese, cuando se habla de alfarería, que es esta la primera industria del mundo: la más antigua, la más prestigiada. Porque nada menos que Dios fue el primer artesano, y el Hombre  su primer cacharro. Con estas frases tan líricas y literarias, en siglos pasados se venía a reconocer que el arte de hacer objetos de uso diario, o de lujo y entretenimiento, a partir de la simple arcilla, era una capacidad que tintaba al hombre de rey supremo de la Naturaleza, porque sacar de unos elementos tan simples, como el agua y la tierra, piezas solemnes y bellas, o cacharros útiles y fundamentales para dar confort a la gente, era un acto que llenaba de orgullo a quien lo hacía. Y aunque parezca que no, y hasta hace muy poco, o todavía en las sociedades sencillas y primitivas, al hombre le ha llenado de orgullo hacer cosas que le diferencian de los animales, que expresan su inteligencia y argucia.

En la provincia de Guadalajara se practicó la alfarería desde muy antiguos tiempos. Sin duda desde la Prehistoria, pues en las necrópolis celtibéricas que por las tierras del antiguo ducado de Medinaceli se han hallado (léase Anguita, Luzaga, Luzón y Herrería, entre otras) aparecen los recipientes de barro que contuvieron las cenizas de guerreros y matronas, de jóvenes alegres a los que un puñal mal guiado segó la vida. Ya perfectas y pintadas, esas antiguas piezas significan el remoto origen de esta industria. Siempre siguió, y hasta tiempos recientes ha habido lugares en los que hornos calientes y manos expertas han seguido dando forma al barro húmedo. Alfares famosos, como los de Lupiana, Cogolludo y Malaguilla, exportadores por media España, y alfares humildes, como los de Humanes y Milmarcos, que sirvieron para nutrir las necesidades del propio pueblo. En Guadalajara ciudad, un barrio entero (el de San Julián, al que tradicionalmente, -y aún hoy los más viejos- llamaron “de cacharrerías”) se dedicó a esta industria, y aún hubo un pueblo en nuestra provincia, Zarzuela de Jadraque, en plena serranía del Ocejón asentado, que vivió toda su población de hacer cacharros, hasta el punto de haberle cambiado el nombre, y todavía ser conocido por “Zarzuela de las Ollas”, por la cantidad, calidad y originalidad de las que hacían.

El proceso de hacer cacharros

En los alfares clásicos, el trabajo se dividía en varios lugares. Tradicionalmente eran familias completas, que heredaban el oficio de abuelos a nietos, quienes se dedicaban a esta manufactura. De una parte, iban a los mejores terrenos del término a recoger arcilla de buena calidad. Se hacían con agua de la más limpia. Y se organizaban en un taller en casa, donde se ponía una de las piezas claves de todo el proceso: la rueda. El taller del cacharrero, como se le decía en la mayoría de los pueblos, se situaba dentro de la misma casa en que vivía la familia, en una de las habitaciones de la planta baja, que comunicaba directamente con un cobertizo destinado a secadero, levantado en el corral de la vivienda, donde también se hallaba el horno, la pila de remojar y pisar la tierra, y la mesa de sobar. El obrador ocupaba una habitación rectangular en la que se encontraba la rueda de pie y las tablas de oreo, que según iban llenándose de cacharros se colgaban en la pared, para pasarlas más tarde al secadero. Junto al obrador había una pila cuadrada en la que se remojaba y pisaba la tierra. Desde febrero a noviembre se elaboraban los cacharros, descansando los meses más crudos del invierno, por causa del frío, que podía helar la obra.

El propio cacharrero, con ayuda de sus hijos, se encargaba de extraer la tierra, sin llegar a almacenarla en cantidad. En su taller y con su rueda, que en unos casos era de tracción a pedal, y en otros, más primitivos, manual, hacían uno a uno los cacharros que pensaban podrían venderse, o los que habían recibido por encargo. Los secaban luego, y los metían finalmente, en hornadas numerosas, en el gran horno, donde se calentaban, se secaban y adquirían la consistencia, casi eterna, que ha permitido que hoy estas piezas, ya casi arqueológicas, se puedan ver en museos o en casas de coleccionistas. Porque lo que es usarlas, ya nadie las usa, ni en el más recóndito de los pueblos de nuestra provincia: el plástico ganó todas las batallas.

Los alfares clásicos de Guadalajara

En algunos lugares de nuestra provincia, se hicieron durante siglos cacharros de gran belleza y utilidad. De tal modo, que la memoria de ello ha quedado cuajada en los propios pueblos, y aunque estos tiempos están borrando, de forma acelerada y en muchos casos sistemática y premeditada, la memoria de lo antiguo, aún hay quien se acuerda de sus abuelos alfareros, o de la fama que sus cacharros tenían por toda Castilla.

Así fueron lugares como Málaga del Fresno, donde se fabricaron exquisitas y elegantes piezas, como bebederos (de palomas) baldosas, botellas de agua, botijo y botijas, cántaros, ollas, encetas, macetas, jarros y huchas… una gran variedad de elementos que se vendían muy bien por toda Castilla. También Cogolludo tuvo alfar sonado, de exquisitas piezas. Y Guadalajara, que ocupó a los habitantes de todo un barrio, el de San Julián (justo donde hoy está el parque móvil, los chalets de esa zona, y los talleres y dependencias de la empresa Quiles) que llegó a tomar el nombre de “barrio de cacharrerías” que muchos aún recordarán. Desde 1936 nadie volvió a hacer “cacharros” en este lugar.

Otro de los alfares más conocidos fue el de Almonacid de Zorita, que abasteció a toda la zona de la baja Alcarria. Y en las sierras, Anguita, donde se produjeron hermosos cacharros, de tipo botijas, bebederos, caloríferos, envés (un gran embudo de barro que servía para trasehar líquidos de uno a otro contenedor) más pucheros, orzas, jarros, morteros, trancas y tarros, garrafas, etc. En Sigüenza existió, como gran ciudad que fue durante siglos, una tradición firme de alfarería. En el libro de Eulalia Castellote se desmenuza la historia del alfar seguntino, de tal modo que puede decirse que se aporta aquí una aspecto bibliográfico muy poco conocido hasta ahora de la Ciudad Mitrada: lugares de alfar, piezas, alfareros conocidos, métodos de comercialización, etc.

Los alfares menudos

Además hubo lugares donde, en pequeña cantidad, y casi para uso propio de las familias que los hacían, la ciencia del alfar se mantuvo viva mucho tiempo. Tal es el caso de pueblos como Brihuega, Tobillos, Tamajón, Usanos, Ciruelos, Lupiana (este más amplio en su capacidad exportadora), Jadraque, Loranca, Molina de Aragón (de donde ha quedado memoria, pero no piezas, de que tenía también importante industria alfarera), Milmarcos, Torija, etc.

En definitiva, un panorama rico y variado, que nos demuestra que la vida que hubo en Guadalajara fue densa, movida, siempre rica de variedades productivas: el costumbrismo cuajado en fiestas, que ahora se están recuperando, pasó antes por unos modos de vida que dejaron improntas artesanales, casi olvidadas. Esta obra de la profesora Castellote Herrero, sobre la Alfarería de Guadalajara, es un prodigio de evocación, y un sanísimo ejercicio de memoria.

“La Alfarería de Guadalajara” es el libro que acaba de aparecer con motivo de la Farcama. Se trata de un trabajo ya clásico, porque alcanzó dos ediciones antes de esta. En él se recoge, con minuciosidad y ciencia, todo el recuerdo de esta artesanía humana y ancestral en Guadalajara. El libro ha sido escrito por la profesora Eulalia Castellote, de la Universidad de Alcalá, y aunque anclado en años pretéritos, y descriptivo de objetos y de procesos que ya no existen, mantiene el rigor de un estudio serio, y la oferta visual y rigurosa de una artesanía que significó vida. Todo un recuerdo que se materializa en estas páginas. El libro ha sido editado por AACHE, y hace el número 62 de su ya clásica colección “Tierra de Guadalajara”. Tiene 240 páginas y un sin fin de grabados y fotografías. En él se referencian todo tipo de piezas clásicas y los alfares que existieron en 24 pueblos de nuestra provincia. Ya está a la venta en librerías y en Internet.

Sapos y Culebras en el Valle del Henares

El próximo martes 17 de Octubre, en Azuqueca, se va a presentar públicamente un libro que pretende marcar un nuevo hito en el conocimiento de nuestra tierra, a partir de una de sus facetas menos conocidas, y no por eso menos apasionantes: la fauna.

Se trata de un gran catálogo de los animales vertebrados que pueblan las tierras de en torno al Henares. Esto es lo que nos propondrá este libro que aparece gracias al empuje e iniciativa de la Mancomunidad “Vega del Henares”, que de nuevo (el año pasado ofreció una obra extraordinaria sobre las aves del territorio) se lanza a la divulgación del entorno natural, protagonizado en este caso por peces, anfibios, reptiles y mamíferos que pueblan las aguas del Henares y los bosques, humedales, caminos y peñascales de la zona.

Una labor de campo

El libro ofrece casi un centenar de especies animales que se mueven por el agua, charcas y praderas de la Vega del Henares. Los vertebrados tienen una larga historia de vida sobre la tierra: desde los más primitivos, que son los peces, a los más evolucionados, que son los mamíferos, el Henares junta una buena nómina de especies, entre las que saltan a la vista algunas que vemos todos los días, o entre ellas escondidas se agazapan otras muy raras, que rara vez alguien habrá visto pero que sin duda existen, tienen latido y sonido, color y memoria entre nosotros.

Un escritor ya veterano en estas lides de la divulgación naturalista, como es el zamorano (pero azudense de corazón) Roberto Mangas Morales, periodista y analista de memorias y realidades, es quien se lanza al análisis de la fauna vertebrada en nuestro entorno. Haciendo primero una labor de recuento, una tarea pesada y en principio poco vistosa de recopilación bibliográfica que le permita hacer la lista, definitiva y segura, de las especies que pueblan la zona. Con ella, se esfuerza en dar características esenciales y hábitats de los referidos animales, consiguiendo unos textos, en forma de fichas breves, que retratan con exactitud y claridad a los animales que presenta.

Además ha encontrado la colaboración, que es capital para lograr un libro bello y útil, de varios artistas, a los que no me resisto a nombrar, de arriba abajo, porque con sus siluetas han completado un catálogo sensacional. Son Úrsula Peñafiel, J. Félix Sánchez Baranda, Santiago García-Clairac, Miguel Angel Calvo Gómez, Irvis Manul y Luis González Echevarría.

Descripción de las especies más singulares

Roberto Mangas nos ofrece, al comienzo de su obra, una visión general de la geografía de la Vega del Henares y de su circundante Campiña. Con una memoria geológica del terreno, con una “historia natural” del río, y con un sencillo pero eficiente análisis de los espacios que se crean entre el agua, los juncales y cañamares, los sotos y riberas, y las extensiones de pan llevar o regadío, nos retrata la tierra en que vivimos con nitidez y valor suficiente para que a continuación comprendamos por qué son unos, y no otros, los animales que la pueblan.

De los peces cabe decir que andan los pobres sobreviviendo como pueden: de una parte al vertido de aguas residuales procedentes de núcleos urbanos y polígonos industriales que han llegado a provocar durante años la casi completa desaparición de cualquier vestigio de este tipo de vertebrados en tramos completos de su cauce. Pero afortunadamente (en palabras del autor del libro) “esta tendencia está invirtiéndose gracias a la construcción de nuevas estaciones depuradoras. Por ello, quizá, los únicos peligros que se vislumbran en el horizonte más cercano son, por un lado, el excesivo recalentamiento del agua como consecuencia del incremento paulatino de las temperaturas de un verano a otro, y, por otro, la constante introducción de forma intencionada e ilegal de especies exóticas, piscicarnívoras, muy voraces”. Esta práctica, que se hace para dar mayor emoción al deporte de la pesca, incide en el descenso de ejemplares autóctonos.

De esos peces merece recordarse el barbo, la boga de río, el calandino y el cacho. Tanto el pez gato como el pez sol se han introducido para la pesca deportiva, pero al ser especies muy depredadoras de las autóctonas, y muy agresivas, que pueden llegar a medir más de medio metro, están incidiendo en esa disminución de las especies más tranquilas.

De los anfibios, están catalogadas un total de doce especies, de un total de las 29 que hay en toda España. Se encuentran todas éllas en las zonas húmedas del río Henares, en el Refugio de Fauna y Zona Sensible de Protección Concertada “Acequilla del Henares” (Azuqueca de Henares), y en el resto de arroyos y fuentes naturales o artificiales de agua y abrevaderos de animales. Todas corren peligro, y sería una pena perder a vecinos tan graciosos como la ranita de San Antonio, la de los grandes ojos prominentes, que gracias a sus extremidades ventosas ascienden por hierbas y hasta se suben a los árboles. Otras curiosas y que merece buscar son la salamandra, los sapillos y sapos diversos, entre ellos el singular sapo partero, cargadas de huevos sus espaldas.

Respecto a los reptiles, en la Vega del Henares están catalogadas un total de 19 especies autóctonas –y una alóctona, la Tortuga de Florida–. Nos dice Mangas que “salvo media docena de especies adaptadas para el medio acuático, el resto son animales preferentemente esteparios, por lo que se encuentran preferentemente en la Campiña”. En ellos radica el peligro de su supervivencia, pues salvando la Zona de Especial Protección de Aves, la ZEPA “Estepas cerealistas de la Campiña”, situada entre Villanueva de la Torre y Quer, protegida por las leyes de la Unión Europea, el resto de campos de esta comarca natural están sufriendo un grave deterioro medio ambiental: la masiva construcción de urbanizaciones y polígonos industriales conlleva el desplazamiento de cientos de animales de su hábitat natural hacia otros territorios y, en muchos casos, hacia la desaparición total.

De los reptiles vemos en este precioso libro/catálogo las fotos y dibujos de varios tipos de culebras: la de collar, la de cogulla, la bastarda y la de escalera. Es muy curiosa la “culebrilla ciega”, que parece un gran gusano porque vive bajo tierra excavando galerías y tiene unos ojos muy muy pequeños. Son llamativos y rarísimos de ver los “eslizones”, unos reptiles pequeños que están entre la culebra y la lagartija. Además encontramos y las fichas nos explican la vida de los galápagos, las diversas especies de lagartijas, el lagarto, la salamanquesa y, ¡no podía faltar! la temible víbora hocicuda, tan venenosa…

Entre los mamíferos sabemos que “en nuestro entorno nos podemos encontrar desde numerosas especies de quirópteros, atraídos por el buen número de cuevas que jalonan los acantilados rocosos del río Henares, así como pozos y construcciones humanas abandonadas o en estado de ruina, a Corzos, cada vez más habituales en el monte bajo integrado en las estepas cerealistas de la Campiña. Jabalíes o Garduñas, Tejones o Ginetas, buscan alimento junto a asustadizos Conejos y Musarañas que huyen al menor ruido. Y si nos acercamos hasta las aguas del Henares, curso arriba, en busca de los tramos más puros y cristalinos, podemos llegar a encontrarnos con especies tan emblemáticas y necesitadas de protección, como la Nutria o el Desmán de los Pirineos”.

Estas palabras de Roberto Mangas nos llevan a repasar, hoja por hoja, este magnífico libro en el que nos encontramos, finalmente, y antes de los correspondientes y útiles índices, las fichas relativas a estos mamíferos, entre los que destacan el zorro que vemos correr por montes y campos, las ardillas, los erizos, y los grandes que sufren el acoso de los cazadores: jabalíes, conejos y liebres.

Pero hay otros curiosos, que no nos resistimos a destacar. Así el musgaño enano, uno de los mamíferos más pequeños del planeta, puesto que no pasa su cuerpo de los 5 cms. de longitud, y su peso nunca alcanza los 3 gramos. O los murciélagos, tan feuchos pero tan útiles comiendo mosquitos. Hay en el Henares muchas especies, como los ratoneros, los rabudos, el de herradura, o el enano, tan pequeño como que tampoco supera los 5 cms. de cabeza a cola.

Entre los mamíferos está la bellísima nutria, reseñada como propia de la fauna del Henares gracias al estudio realizado por Miguel Delibes para la sociedad Española para la Conservación y Estudio de los Mamíferos (SECEM). A esta “nutria paleártica” como se la denomina científicamente se la ve cada vez más en los remansos del río, gracias a la construcción de depuradoras en muchos de sus pueblos ribereños.

El libro de los vertebrados

Es en este libro de 152 páginas, a todo color, y cientos de imágenes, en el que el lector encontrará la diversidad, policromía y maravillosos detalles de los vertebrados que viven en sus orillas. Dentro de la colección “Tierra de Guadalajara” (como número 63) de la editorial alcarreña AACHE, ha sido patrocinado por CESPA y surgido de las actividades divulgativas de la Mancomunidad “Vega del Henares”. Se pretende entregar la mayor parte de los ejemplares de su tirada nutrida, a los escolares de la zona henarense, poniéndose a la venta también en librerías.

Un Mendoza, casi el primer rey de América

Con motivo de la aparición de un libro que relata, con meticulosa y científica pulcritud, su ruta vital y la secuencia detallada de su existencia, no me resisto a dar aquí una pincelada breve de un Mendoza que, aun no nacido en la Alcarria, como lo fuera su padre, o sus hermanos, sí que llevó los colores de su linaje, y la memoria de su tierra paterna, por el ancho mapa de la América recién abierta a mano de hispanos. Me estoy refiriendo a don Francisco de Mendoza, a quien los historiadores ponen mote de “El Indio” para distinguirlo de otros familiares que llevaban similar nombre y apellido. Este fue, y así subtitula su libro el historiador manchego Francisco Javier Escudero Buendía, que ha tenido la paciencia y el acierto de investigar al personaje, nada menos que “Protomonarca de México y Perú, Comendador de Socuéllamos y Capitán General de las Galeras de España”.

Ruta Vital

Francisco de Mendoza fue el segundo hijo varón de don Antonio de Mendoza, primer Virrey de la Nueva España (México) y después del Perú. Nacido alrededor de 1523-1524 en la Casa Encomienda que su padre tenía en Socuéllamos (Ciudad Real), este le reclamó para que fuera Visitador General del virreinato en el año 1542, después de haber obtenido en España los cargos de Capitán de Galeras junto a su tío y padrino Don Bernardino de Mendoza y Alcaide de las fortalezas de Bentomiz y Vélez Málaga, cuando todavía era un niño, y haber participado en las batallas navales de Arbolán y Argel.

Durante los diez años que permanece en los “reinos” de México y Perú se labra una carrera ascendente junto a su padre, preparando desde el mismo momento de su llegada la sucesión en el cargo y el virreinato perpetuo y hereditario en una dinastía de los Mendoza en América, como antes habían hecho sus antepasados en el Reino de Granada y el resto de cargos que les habían sido entregados.

Don Francisco de Mendoza llega a gobernar “de facto” y en solitario en el palacio virreinal de la capital mexicana durante unos meses (1549-1550), mientras su padre convalecía de una enfermedad en Oaxaca (Morelia); es el momento en que está a punto de pasar a la historia de América y del mundo como el heredero de la dinastía de los Mendoza, apoyado por un movimiento “autonomista” de la colonia compuesto por múltiples religiosos –Fray Bartolomé de las Casas entre ellos-, políticos –el grupo de Oidores de la Audiencia-, encomenderos, y el propio Cabildo –Ayuntamiento– de la Ciudad de México.

Sin embargo el envío del Visitador e Inquisidor Tello de Sandoval (1543-1547), que pone en graves aprietos a ambos gobernantes y está a punto de suponer su remoción del cargo, y la posterior y taxativa negativa del rey mediante cédula a las pretensiones de don Antonio de Mendoza (1550), nombrándole Virrey del Perú, -realmente un “ascenso envenenado”-, supone el final de la carrera americana de don Francisco de Mendoza, su hijo, quien aún estuvo a punto de participar en una armada contra Gonzalo Pizarro (1547), y se dedicó a realizar una relación geográfica del Virreinato del Perú y Cerro del Potosí, hoy perdidas (1552) por las que debería haber pasado a la posteridad, también, como uno de los geógrafos de las Indias.

Ya de vuelta a España, don Francisco intentó rentabilizar los cuarenta años de servicio de su padre y los diez suyos, así como el aprendizaje de las diversas técnicas agrícolas y mineras, solicitando diversas mercedes al rey Felipe II en Flandes, que le fueron concedidas a partir del año 1554, en forma de un extraordinario y riquísimo repartimiento-encomienda en Perú (Pocona y otros pueblos) con un valor de 20.000 pesos anuales, que se completó a partir de 1556 con su nombramiento como Visitador primero y Administrador después de las Minas de los Reinos y de Guadalcanal (Sevilla), cargo que le llegó a reportar 2.000 ducados anuales.

Al año siguiente, la muerte de su tío Bernardino y de su hermano don Íñigo en la batalla de San Quintín (1557), le reportó la obtención de la Encomienda de Socuéllamos, cuyo valor en cada ejercicio superaba los 800.000 maravedíes, y poco después (1558), su ramillete de cargos públicos aumentó con su nombramiento de Factor de las Especias (jengibre, pimienta, clavo, canela, etc.) en España y Nueva España (México), lo que en caso de haberse materializado en la práctica podría haberle llevado a obtener 50.000 ducados.

Todos estos emolumentos le convirtieron en un hombre inmensamente rico, pues además de esas rentas en la península, poseía en México enormes extensiones de terreno, compradas en tiempos de su padre el virrey.
Todo ello le llevó a plantearse llegar mucho más allá que cualquiera de sus parientes cercanos, construyendo su legado y mayorazgo en forma de compra de las villas de Estremera y Valdaracete (Madrid), anteriormente Encomiendas de la Orden de Santiago, lo que le costó la enorme cifra de 160.000 ducados, con la no oculta intención de convertirse en el futuro Marqués de Estremera creando una nueva estirpe mendocina independiente de la de los Condes de Tendilla y Marqueses de Mondéjar (Guadalajara) de donde procedía, merced que el rey le negó.

En esos momentos le afectó una nueva desgracia, una más de las que jalonarían la segunda parte de su corta vida: el naufragio de La Herradura, en el año 1562, en que murió el Capitán General de Galeras de España, su primo don Juan de Mendoza, hijo de su tío y padrino don Bernardino, le supuso por derecho de “sucesión” hacerse acreedor de ese cargo por delante de figuras de la época como Andrea Doria. Así lo obtuvo, y su primera misión fue acudir al socorro del Peñón de Vélez de la Gomera, en poder de los españoles pero que estaba sitiado por los turcos.

A pesar de que la “jornada” como se llamaba entonces fue todo un éxito y acabó con victoria aplastante, apenas pudieron apresarse cuatro barcos franceses de abastecimiento, y los numerosos enemigos de Mendoza intentaron desacreditarle, aprovechando que había caído enfermo posiblemente de malaria en Málaga, por lo que no pudo acudir a la siguiente misión encomendada, que fue atacar el Peñón de Vélez de la Gomera. Falleció de malaria en Málaga, el 26 de julio de 1563.

Las cuantiosas deudas y censos en cantidad de 240.000 ducados que había pedido en préstamo para poder acceder a la adquisición de sus señoríos y múltiples negocios, y para las que contaba con sus múltiples rentas personales, le pasaron una terrible factura.

Los monarcas le revocaron una tras otra todas sus concesiones, que al no convertirse en hereditarias en las personas de su reciente esposa y prima Dª Catalina de Mendoza y su sobrino D. Diego de Córdoba, alias don Antonio de Mendoza, llevaron a éstos a negociar con ellas, venderlas por escaso precio e incluso a renunciar a la herencia y a la condición de herederos y a llevar el nombre de la estirpe “Mendoza” que por falta de descendientes varones también se perdió. Todas las posesiones materiales, muebles e inmuebles, las villas de Estremera y Valdaracete, sus archivos y bibliotecas, sus enseres personales, fueron vendidos en pública subasta y todo el legado de los Mendoza americanos, virreyes de México y Perú cayó en el olvido.

Tan sólo han quedado para la historia las múltiples referencias que tanto los cronistas de Indias como Garcilaso de la Vega “El Inca”, Diego Fernández “El Palentino”, Antonio de Herrera y otros hicieron a hechos tan notables como el solemne recibimiento que recibió don Francisco de Mendoza en la ciudad de Cuzco (Perú) como verdadero estadista, así como ensayistas y literatos que loaron repetidamente sus hazañas marineras, como Pedro de Salazar, Pedro Barrantes, Juan Vilches e incluso el propio Miguel de Cervantes que lo cita en una de sus obras de Argel “El Gallardo Español” como personaje e incluso con su propio diálogo.

Un libro completo

La edición de un libro sobre la vida y aventuras de Francisco de Mendoza “El Indio” es quizás la primera de las novedades bibliográficas del otoño alcarreño. Una obra monumental, de más de 250 páginas, ilustrada abundantemente con documentos, retratos, estatuas y paisajes americanos que el protagonista recorrió y dirigió con sabiduría.

La obra, editada por AACHE de Guadalajara, es de tamaño grande, letra cómoda, y ofrece secuencialmente los orígenes familiares del personaje, lo que permite encuadrarle en la compleja trama mendocina. Además refiere sus viajes, sus mandos, sus batallas, sus consecuciones científicas y su muerte. Presentado este libro en Socuéllamos a principios del pasado mes de septiembre, se va a presentar ahora en diversos foros culturales de Madrid, Guadalajara y América.