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septiembre, 2006:

De Castillos por Galicia

El recientemente celebrado Congreso Nacional de la Federación de Escritores y Periodistas de Turismo, que tuvo por sede la ciudad de Pontevedra, nos permitió a cuantos acudimos a este importante evento la admiración de muchos elementos patrimoniales gallegos, que forman la creciente oferta turística de esta Comunidad. En especial los cascos viejos de Pontevedra y Vigo llamaron la atención de los asistentes. Pero también la fuerza de sus viejas piedras graníticas, retocadas con arte por el hombre, bañadas siempre de historia y tradiciones. Así fueron el conjunto de hórreos de Combarro, el castillo de Sotomayor, o el Museo Provincial de Pontevedra. A lo que habría que añadir la rica gastronomía, basada siempre en los productos del mar de sus rías y las efusiones vinícolas del Salnés. Galicia, en cualquier caso, es destino turístico creciente y seguro.

El castillo de Monterrey, en Orense.

Castillos de hierro y rocas

Decenas de castillos salpican el paisaje de Galicia. De un mundo medieval constituido en feudos que tenían por eje la casa del señor, la altura pétrea y almenada de su bastión férreo. El elemento arquitectónico de la fortaleza medieval, de la alcazaba árabe, del castillo o torreón de defensa y vigilancia, sigue comportando una dosis, creciente ahora, de interés por parte de viajeros y gente que quiere llenar de contenido sus viajes.

Si en Guadalajara el tema es tan atrayente que podemos asegurar que cada día son más los viajeros que acceden por nuestra carreteras a contemplar, exclusivamente, ese centenar largo de castillos que aún quedan en pie (por eso nuestro diario va a sacar próximamente un nuevo coleccionable basado en un extenso catálogo de este tipo de edificios) también en Galicia merece la pena planearse un viaje solo por ver estos extraordinarios faros de memoria y belleza de contornos.

En la tierra celta del noroeste, desde antes de nuestra propia Reconquista, ya se elevaban los castros y castillos por cerros y cumbres. Sería interminable hacer una relación de ellos. Por eso, solamente quiero dar aquí noticia de cuatro especialmente notables, que por sí solos merecerían una visita, pero que pueden servir como complemento a ese “viaje total” a la Galicia que sigue ofreciendo paisajes verdes, comidas únicas, playas sin límite, fiestas increíbles y arte, monasterios, labras heráldicas, callejas húmedas y galerías acristaladas sobre el mar.

Monterrey al llegar

Al adentrarnos en Galicia, si lo hacemos desde Zamora, se atraviesa la provincia de Orense, y al pasar por Verín vemos a la derecha, sobre una altura poderosa, la silueta del castillo de Monterrey. Hay que subir, pasear por ese conjunto urbano (porque al final, en la altura, el viajero comprobará que aquello no es solamente un simple castillo, sino una completa ciudadela fortificada). Le creció hace años, un poco a su sombra, un Parador Nacional, de construcción moderna, que no aporta al conjunto más que la presencia de esos “coleccionistas de estancias en Paradores”, que los hay, y que de paso visitan el castillo.

Este monumental conjunto fortificado, en que se asentaron los linajes de los Ulloa, los Zúñiga, los Viedma, los Fonseca, los Acevedo y los Duques de Alba, fue enclave estratégico desde la Edad Media en la frontera con Portugal. La acrópolis más grande de Galicia está formada por tres recintos amurallados sobre una alargada loma. En el recinto superior se encerraba la población medieval, conservándose el palacio renacentista, la torre del Homenaje del siglo XV, la Torre de las Damas, los restos del hospital de peregrinos y la iglesia gótica de Santa María. Estas construcciones se deben en gran medida a don Sancho Sánchez de Ulloa, primer Conde de Monterrey en tiempo de los Reyes Católicos.

En la Edad Moderna se construyeron dos recintos abaluartados que encerraban los conventos de franciscanos y jesuitas, bajo la dirección de los ingenieros militares de Felipe IV, Juan de Villarroel y Carlos de Grunemberg. La función militar del conjunto fortificado, se complementó con la  importante vida cultural de la pequeña corte nobiliaria, en la que se imprimió el primer incunable gallego y se impartía docencia en gramática, artes y teología.
Los torreones, los grandes muros, las rampas y fosos, los escudos tallados, los arcos nobles, todo en Monterrey da sensación de solidez, de inmanencia tras el paso de los siglos. El castillo, la iglesia, los palacios y conventos, las viviendas de los siervos, en medio de un espeluznante silencio, le dan al viajero la auténtica sensación de haber vuelto a un siglo lejano y viejo. Entre todo, quizás lo que más poderosamente llama la atención es ña iglesia parroquial de Santa María, que fue construida entre los siglos XIV- XV, con una sola nave cubierta de madera y ábside rectangular con bóveda de crucería, y que tras su portada gotizante, con un tímpano presidido por Cristo y el Tetramorfos, ofrece al viajero un bello retablo gótico de piedra en el interior.

Sotomayor en la noche

Uno de los actos del Congreso de Escritores y Periodistas de Turismo tuvo lugar en el castillo de Sotomayor, hoy perteneciente y administrado (cuidado con mimo, además) por la Diputación Provincial de Pontevedra. Se trata sin duda de una de las fortificaciones más notables de Galicia, que se encuentra situado en el centro geográfico del Concejo del mismo nombre, equidistante de Vigo y Pontevedra, llegándose con facilidad desde un desvío que sale de la carretera entre ambas ciudades, a la altura de Arcade. Desde su imponente altura, rodeada de bosques densísimos (aunque este mes de agosto fue afectado por la oleada de incendios) se ven los valles ricos en producción agrícola, imaginando sin esfuerzo como sería paisaje, construcción y entorno en los siglos de su nacimiento, allá por el tiempo feudal.
Su construcción primera data del siglo XV. Fue don Pedro Alvarez de Sotomayor, más conocido como Pedro Madruga, quien desarrolló el edificio, que siempre perteneció a esa familia, hasta que en el siglo XIX, muy abandonado y medio en ruinas, lo adquirió la familia de los marqueses de la Vega de Armijo, que lo restauraron y adecentaron tomando las bases de su construcción medieval y añadiéndole elementos, especialmente al interior, de la arquitectura y decoración romántica. Se le pusieron en torno los jardines, una capilla, y los dueños llegaron a invitar al Rey Alfonso XIII, que lo visitó en cierta ocasión. Por motivos políticos la familia lo tuvo que abandonar (la marquesa de Ayerbe, considerada de ideas revolucionarias, y su marido el doctor Lluria, cansados de recibir dificultades lo dejaron caer) y casi en total ruina lo adquirió la Diputación Provincial de Pontevedra, que lo ha remodelado y usa como lugar de cultura, recepciones, centro horticultor, museo de la naturaleza y las hortensias, etc.
Como edificio, ofrece formas medievales y neoclásicas, románticas y renacentistas. Grandes torres y galerías neogóticas arropan estancias de altas bóvedas y escaleras de caracol. En todo caso, Sotomayor es un lugar que el admirador de los grandes castillos no debiera perderse nunca.

El castillo lucense de Pambre

Hoy en día es un castillo de propiedad privada, que solo en circunstancias especiales puede ser visitado. Así y todo, merece verse, porque es sin duda una de las construcciones militares medievales mejor conservada de Galicia.
Construido, a finales del siglo XIV por don Gonzalo Ozores de Ulloa, sobre un escarpado peñasco a orillas del río Hambre, que ejerce de defensa natural, durante años fue escenario de las luchas, primero entre Pedro I y Enrique de Trastamara y después entre la nobleza y el arzobispo de Santiago, Don Alonso de Fonseca y Acevedo. Después de pasar por manos de los Ulloa, en 1484, pasó a propiedad de los condes de Monterrey. En 1895, el duque de Alba vendió la fortaleza a José Soto, vecino de Palas de Rey, por 27.000 ptas. Por último, después de pertenecer a la familia Moreiras Blanco desde 1912, en la actualidad es propiedad de D. Manuel Taboada Fernández, conde de Borraxeiros.
La muralla exterior, adaptada a la configuración del terreno, tiene un espesor de 2 a 2,5 m. llegando en la zona de la puerta a los cinco metros. Esta puerta de acceso tiene arco de medio punto con el escudo de armas de la familia Ulloa en la clave. A la derecha de la entrada se encuentra la capilla de San Pedro construida a finales del siglo XII. El castillo es de planta cuadrada, con cuatro torres situadas en los vértices, lo que le confiere su agradable estampa desde la lejanía, rodeado de verdes espesuras por doquier.
En el centro de la fortaleza se alza la torre del homenaje que tiene planta cuadrada y tres alturas. La primera es ciega; la segunda se eleva unos cinco metros del suelo y existen vestigios que permiten imaginar un puente interior que comunicaría esta planta con la muralla, a través de una puerta con arco apuntado y escudo de armas de los Ulloa; en la tercera planta hay un ventanal de arcos apuntados. Todas las torres están almenadas en voladizo con almenas en punta o triángulo. En definitiva, un precioso espectáculo, mezcla de naturaleza y arte, el que puede admirar el viajero llegando a Hambre, en el camino hacia Santiago.

En Rivadavia el castillo de los Sarmiento

Tiene Rivadavia muchos elementos que hacen atractiva su visita. Además de su emplazamiento en la ribera boscosa del río Miño, ya ensanchado, junto a la desembocadura del Avia, y de su bien conservada judería, la mejor de España, añadido de la Feria Medieval más genuina de Galicia, debemos mencionar su espléndida fortaleza. Todo la hace merecedora de una parada en cualquier viaje, sea cual sea el destino.
La construcción de este castillo data de la segunda mitad del sigo XV, aunque la fortificación completa de la villa es más antigua, del XIII. El territorio, el enclave y el señorío fueron entregados por el rey Enrique II de Castilla a don Pedro Ruiz Sarmiento quien luego recibiría el título de conde de Ribadavia
En lo más alto de la medieval villa, su puerta principal consta de un arco semicircular y puerta corredera en la que destacan tallados en granito los escudos de los Sarmiento y Fajardo. Fue abandonado en el siglo XVII, cuando los condes de Ribadavia fijaron su residencia en el palacio que luego llevaría su  nombre (Palacio de los Condes), que aún se ve en la plaza mayor, aunque estaba comunicado con el castillo a través de una puerta. La muralla de Rivadavia se conserva casi íntegra, y podemos hoy ver 3 de sus 5 puertas: la Puerta de la Cerca (puerta de entrada al castillo), la Puerta Nueva (camino al río) y la Puerta Falsa (la del camino al molino).
En todo caso, y como colofón a este breve apunte de caminos y fortalezas, recomendar Galicia como destino turístico, porque en ella se puede encontrar, y a raudales, todos los elementos que hoy busca el viajero y quien quiere cambiar de aires y ver cosas interesantes: si el paisaje fue siempre el pionero de los valores patrimoniales gallegos, y que está perdiendo a manos de unos cuantos cientos de insensatos, al menos sigue mostrando enhiestos sus baluartes castilleros, sus enjoyadas catedrales, sus mínimos y tiernos hórreos.

Por un cambio del escudo heráldico de Guadalajara

La inauguración, hace escasas fechas, del torreón de Alvarfáñez restaurado, nos ha permitido contemplar en su interior una serie de propuestas que recuerdan la leyenda de la conquista de la ciudad, y la evolución del escudo heráldico municipal, que hoy representa al héroe castellano al mando de su mesnada conquistando la ciudad a los musulmanes. No siempre fue así el escudo, y el hoy complicado emblema oficial es una especie de compleja leyenda o escena de ópera, cargado el escenario de personajes y guirnaldas que deberían ser revisadas, por no decir eliminadas, en aras del justo orden histórico.

El autor propone modificar el escudo de Guadalajara de la manera que aquí se ve.

Lo que hoy vemos en todos le edificios

El escudo de Guadalajara, tal como hoy aparece en documentos, edificios, autobuses y estandartes, muestra un paisaje medieval: un campo llano al fondo del cual surge una ciudad amurallada. Alguna torre descuella sobre las almenas del primer tramo. Una puerta cerrada se acurruca en una esquina del murallón. Sobre la punta de la torre, un banderín con la media luna nos dice que la ciudad es islámica, que la pueblan moros, aunque no se les vea. Sobre el campo verde del primer término, un guerrero medieval monta un caballo. Va revestido el caballero de una armadura de placas metálicas, una celada que le cubre la cabeza y plumas que como lambrequines brotan de élla. Va armado con una espada, o lanza, en señal de fiera ofensa. Detrás de él, formados y prietos, unos soldados admiran el conjunto, expectantes. De sus manos surgen verticales las lanzas. Parte de sus cuerpos se recubren por escudos que llevan pintadas cruces. Son un ejército cristiano que acaudilla un caballero: se llama Alvar Fáñez, el de Minaya, y está curtido en mil batallas por los campos de Castilla. Un cielo oscuro, de noche cerrada, tachonado de estrellas y en el que una media luna se apunta, cubre la escena.

Dice la tradición que este emblema, tan historiado y prolijo, es la imagen fiel de un momento, de una singular jornada de la ciudad. Representa la noche del 24 de junio de 1085, una noche espléndida y luminosa de San Juan. La ciudad del fondo es Guadalajara la árabe, la Wad-al-Hayara de las antiguas crónicas andalusíes. El campo verde sería la orilla izquierda del barranco del Coquín, lo que durante muchos años fue Castil de Judíos. Allá se apuestan el caballero Alvar Fáñez y sus hombres de armas. Esperan el momento, en el silencio de la noche, cuando sus habitantes duerman, y uno de los suyos abra el portón que da paso desde el barranco al barrio de los mozárabes. Escondidos cada cual por su lado, a la mañana siguiente aparecerán con sorpresa por las calles del burgo, y sus habitadores ya nada podrán hacer ante la consumación de la conquista.

Como fue en su origen

Pero el originario escudo heráldico municipal de Guadalajara no es el emanado de esa leyenda. Es algo más sencillo y prosaico. Se formó, posiblemente en el siglo XV, cuando las ciudades comenzaron a utilizar blasones heráldicos lo mismo que los individuos. En principio usó como emblema heráldico exclusivamente la imagen de un caballero, andante o galopante, con espada o lanza en la mano, solo o acompañado de un sembrado de estrellas. El origen de este viejo escudo está en el hecho de la toma de una imagen procedente del sello concejil, el juez o alférez de la hueste ciudadana, refundidas luego sus dos caras en una sola imagen, añadiendo el reverso de ese sello con una visión de la Guadalajara primitiva. La existencia de este sello la descubrió el primer cronista provincial de Guadalajara, don Juan Catalina García López, quien mandó reproducir, en cera, y a mayor tamaño, aquel sello que colgó de sedas rojas, blancas y verdes de los documentos medievales del concejo arriacense.

Ese sello, redondo, y en cera, lo ponía el juez en los documentos que el Concejo extendía. Donaciones, cambios, derechos, inventarios, etc. llevaban pendientes de sus pergaminos esta marca ciudadana. En su reverso aparecía una gran ciudad medieval sobre las aguas de un río. Por encima de las ondas suaves del agua (suponemos que del Henares) se alza una ciudad en la que, tras pequeña muralla, vénse iglesias, palacios y torreones. Es, sin duda, la Guadalajara del siglo XII, el burgo que con su Fuero y sus instituciones en marcha comenzaba a escribir una historia larga y densa. En derredor de la ciudad, una leyenda que dice «Sigillum Concilii Guadelfeiare», que viene a significar «el sello del Concejo de Guadalajara».

En el anverso, un caballero revestido a la usanza de la plena Edad Media, montado en brioso y dinámico corcel que cabalga. El personaje lleva entre sus manos una bandera, totalmente desplegada, en la que se ven varias franjas horizontales. Junto a él, una borrosa palabra parece interpretarse: «ius» que significaría «juez» y que identificaría al caballero con este personaje, el más importante y representativo de la Ciudad, en aquella época. Era el juez, el más señalado de los «aportellados» o representantes del pueblo, que gobernaban la ciudad durante unos años, renovándose periódicamente. Administraba justicia, presidía los concejos, cabalgaba al frente de las procesiones cívicas portando el estandarte de la ciudad. Y guardaba el sello concejil, ése en el que él mismo aparecía, para estamparlo en los documentos más importantes. En su derredor, otra confusa leyenda nos deja ver el fragmento del texto que lo circuía: «Vías Tuas Domine Demostra Michi Amen».

Largos siglos de uso

A principios del siglo XV, la todavía Villa de Guadalajara usaba por armas propias, según se lee en el «Libro de los Blasones de España», de Diego de Cervellón, en campo de oro, un caballero armado, jinete en caballo de plata, tremolando con la diestra mano un pendón de gules de dos farpas. Poco después, en 1460, el rey Enrique IV concedió a Guadalajara el título de Ciudad, y desde entonces fueron sus historiadores quienes se afanaron en determinar con exactitud la forma de su escudo de armas. Entre los tratadistas clásicos, debemos mencionar también a Diego Fernández de Mendoza, quien en su obra «Linajes de España» conservada en manuscrito en la biblioteca del Palacio Real de Madrid, describe así, a comienzos del siglo XVI, el escudo de la ciudad de Guadalajara: [tiene] por armas en campo de oro un caballero encubertado de malla, y una bandera en la mano, llamada el alférez. Hay que hacer notar que el caballero es señalado como alférez, por llevar en la mano una bandera, y porque ese era el cometido que se pensaba en la ciudad tenía el sujeto de su emblema. Si en su origen fue el juez (máximo mandatario civil) se transforma luego en alférez (elemento representativo del Concejo y de su hueste). En cualquier caso, queda clara la identificación de este caballero con el alférez de la ciudad, no con Alvar Fáñez de Minaya.

Ya a finales del siglo XVI, concretamente en 1579, aparece otra alusión al escudo. Está en el texto de las «Relaciones Topográficas» enviadas a Felipe II. En las Relaciones leemos Las armas que esta ciudad tiene y el escudo que trae es un caballero, armado de todas armas puesto en un caballo, que es Alvar Áñez de Minaya. Hay que señalar el cambio de identificación que se produce respecto al sujeto del emblema.

Los diversos historiadores de la ciudad en el siglo XVII describen el emblema de su Ayuntamiento, y por ende del burgo todo, y aceptan el cambio de significado del caballero que lo fundamenta. Dice así Francisco de Torres: «Tomóle la ciudad a Alvar Fáñez por armas en la misma forma que entró por la Puerta de la Feria, armado de punta en blanco, el caballo encubertado y la lanzada enristrada; está en campo azul con estrellas de oro, las cuales, dicen algunos, se pusieron por ser de noche cuando hizo la entrada». Claramente se decanta por identificar al personaje a caballo con el mítico conquistador de la ciudad a finales del siglo XI. La leyenda está ya cuajada.

Y Alonso Núñez de Castro, en su famosa «Historia de Guadalaxara» impresa en 1653, y recientemente editada en facsímil, especifia aún más: […] son las armas y blasón de esta ciudad, un caballero armado de punta en blanco a caballo, desnuda la espada en la mano derecha, levantado el braço, encubertado con coraças el caballo, y el campo del escudo con estrellas. Esta insignia es retrato de su conquistador el Conde Alvar Fáñez Minaya, a quien estimó tanto esta ciudad […] que juntándose todos los ciudadanos, concordaron entre sí, que se hiciesse una gran demonstración con el insigne libertador de esta ciudad, y pareciéndoles que la mayor era tomar por su blasón, y divisa el retrato de su conquistador, poniendo su estatua en el escudo de sus armas, con las mismas insignias que la conquistó, y porque se entró de noche la ciudad, se pone en el campo del escudo el cielo estrellado… Estas son las armas de Guadalaxara, y este su mayor blasón […] sobre sus torres, sobre sus murallas, en las plaças, y casas de ayuntamiento […]

Queda hoy un resto arqueológico que certifica la verdad del uso de este escudo descrito por los historiadores. Se trata de un par de medallones que hoy lucen en la escalera principal del Ayuntamiento, y que estuvieron en los contrafuertes que escoltaban la galería y fachada central del viejo edificio de Ayuntamiento, derribado a finales del siglo XIX, y sustituido por el moderno edificio actual. Se trata de un jinete sobre caballo agualdrapado, portando bandera y espada, y con un fondo de estrellas. Estos escudos fueron tallados hacia 1585, momento en el que sabemos se construyó ese edificio concejil a instancias del corregidor Jerónimo Castillo de Bobadilla.

De 1630 también es un sello de placa que se conserva en el Archivo Histórico Municipal. Además del caballero en relieve, armado de espada, sobre espacio circular, figura en su derredor la frase «La Ciudad de Guadalajara». Y de finales del siglo XVII o plenamente del XVIII con otros varios objetos municipales que aún hoy se conservan en perfecto estado y aún en uso: la campanilla de plata que sirve para amenizar las sesiones del Consistorio, lleva grabado el escudo con el sólo jinete. En el jarrón de votaciones aparece también, a color pintado, el caballero, y en la macolla de las grandes mazas que portan los maceros en las solemnidades se repite el mismo símbolo.

Del siglo XVIII es otro dato bibliográfico. El aportado por Antonio de Moya en su obra Rasgo heroico: declaración de las empresas, armas y blasones, con que ilustran y conocen los principales reynos, provincias, ciudades y villas de España y compendio instrumental de su historia, de 1756, en la que el autor describe así el escudo de Guadalajara después de haberlo visto por sus propios ojos, según refiere: tomaron su figura [la de Alvar Fañez Minaya] a caballo por blasones, la que mantiene dicha Ciudad en sus escudos, que blasona de Azur, sembrado de Estrellas de Oro.

Todavía durante la primera mitad del siglo XIX, el Ayuntamiento utilizó diversos sellos en tinta, con las armas tradicionales. Así lo demuestran ampliamente, en su estudio sobre la Evolución histórica del escudo de la ciudad de Guadalajara, los investigadores Javier Barbadillo y Salvador Cortés. En uno de esos sellos, el solitario caballero se rodea de la leyenda Antiquae Caraca Insignia. Y en otro de hacia 1840, que se usó mucho tiempo después, aparece un caballero de atavío novecentista sobre impronta ovalada y rodeado de la leyenda Ayuntamiento Constitucional. Guadalajara.

Es a lo largo del siglo XIX que aparece un elemento nuevo en el escudo de esta ciudad: una torre ante la que posa el caballero. Así lo vemos en el sello (1843) del Batallón Provincial de Guadalajara. Y en 1876 lo vemos en la «Medalla al Mérito en la Exposición Provincial» de ese año. A finales de ese siglo, ya se van pintando progresivamente la ciudad amurallada, la media luna en el cielo acompañando a las estrellas, y un grupo de soldados detrás del caballero, que es plenamente identificado con Alvar Fáñez, y a la escena con la toma de la ciudad a los árabes en junio de 1085. La leyenda, pues, se apodera totalmente del escudo de Guadalajara, quedando relegado a un saber erudito el viejo emblema, sencillo y medieval, auténtico y dignísimo, del caballero alférez sobre el sembrado de estrellas.

De todo ello cabe colegir la oportunidad, en tiempo de renovaciones y adelantos, como los que estamos, de conseguir, de un lado, simplificar y dar claror al emblema de la ciudad. De otra, apostar claramente por la tradición más lejana, la que más siglos ha estado válida. Con un estudio previo que el Ayuntamiento deberá encargar a algún especialista en heráldica, el cual presentará estudio y diseño unidos, y siguiendo los sencillos pasos que la ley autonómica manda, con la aprobación del pleno se enviará la propuesta a la Consejería de Administración Local de la Junta de Comunidades, la cual, tras pedir el visto bueno de la Real Academia de la Historia, sancionará oficialmente el uso del escudo heráldico municipal.

El torreon de Alvarfáñez, nueva estrella de nuestra historia

Se habla de estrellas en sus muros, nos habla de estrellas un documental, y entre las piedras parecen brillar, finas y cucas, las estrellas de un cielo castellano que se expresa silente y mágico, diciendo: “Yo lo sabía, y así fue, Alvar Fáñez el de Minaya vino a Guadalajara, la reconoció e hizo suya”.

Se acaba de inaugurar la restauración y limpieza del torreón de Alvarfáñez, largas décadas, por no decir largos siglos, abandonado y semihundido. Se ha hecho en estos días de fiesta y se ha adornado con varios paneles que explican, limpios y bien diseñados, la memoria del conquistador de la ciudad y  el sentido de su leyenda.

Un fragmento de la muralla medieval

El pasado día 5 de septiembre, con un corte de cintas, se inauguró la remodelación del antiguo torreón de Alvarfáñez, el que también fue conocido (porque durante más de un siglo hizo de ermita de ese título) como torreón del Cristo de la Feria. Dentro del plan de Dinamización Turística de Guadalajara, se ha recuperado un nuevo espacio patrimonial que siempre anduvo a la cola de todo: en un espacio marginal, rodeado de ruinas, desmontes y cardos, y una vez recuperado espléndidamente el barranco de San Antonio con unos “jardines mudéjares” que hoy huelen a boj y hacen pensar en el Generalife o en Sevilla, la silueta pentagonal del torreón del conquistador se ha limpiado por dentro y por fuera, y se ha adecuado como hito histórico y espacio documental.

Este fuerte edificio, como otros varios que tuvo la ciudad de Guadalajara durante la Edad Media, sirvió de torreón fortificado y cuerpo de guardia para proteger una puerta de entrada al burgo. No eran (como pasa con el del Alamín, y pasaba con el que hubo en Bejanque) puertas en sí mismos. Sino que eran espacios de defensa, almacenaje y sede de la guardia de la puerta. Otro hubo sobre el centro del puente árabe, torreón y paso, sede de guardia y de cobro de pontazgo. Otro debió haber en el inicio de la Calle Mayor, entrando desde Santo Domingo, donde se abría la Puerta del Mercado, y otro aún pegado al Alcázar real, que daba cobijo a su vez a la llamada Puerta de Bradamarte o de Madrid.

De aquella muralla fuerte, con sus torres, almenas y portones, nada quedó desde que a finales del siglo XIX el ensanche de la ciudad hiciera tabla rasa de ella. Sobrevivieron algunos torreones y pequeños fragmentos que hoy se han puesto en valor, y, como este de Alvarfáñez, van a servir para que todos cuantos nos visitan, y los alcarreños que se animen a saber algo de la historia de su ciudad, tengan más claro el concepto de lo que fue este sistema defensivo.

Un héroe medieval

En los paneles del ahora recuperado torreón de Alvarfáñez se describe sucintamente la biografía de este caballero castellano. Primo o familiar allegado del Cid Campeador, Rodrigo Ruiz de Vivar, sería como él de origen burgalés. Con él medró, en la guerrilla privada contra los musulmanes de la frontera, y tan fuerte hicieron su apuesta que llegaron a ser temidos por unos y por otros (cristianos y musulmanes) imponiendo condiciones para apoyar, proteger, servir y mantener estructuras políticas en los años finales del siglo XI.

Súbdito primero del rey Alfonso VI, se subleva contra él y marcha a Valencia, que conquista, haciéndose de paso amigo del rey árabe de Molina. Con el Cid colabora Alvarfáñez en la conquista de Castejón (Jadraque sobre el Henares) y hasta Guadalajara baja en algara. Pasa luego a colaborar con el ejército real, encargándose de la toma de la fuerte posición de Guadalajara. Sería más tarde alcaide de la fortaleza de Zorita, y capitán de la frontera puesta por el castellano ya en el Guadiela, amenazando a Cuenca.

La leyenda, que tintó con poéticas pinceladas la toma de Guadalajara al poder andalusí, dice que Alvarfáñez entró en la ciudad la noche de San Juan, apoyado por su fuerte ejército de castellanos. La leyenda dice que fue todo el fruto de una traición: alguien de los asediados facilitó la entrada de los infantes castellanos, incluso de algún caballero, que se cuidó de poner las herraduras del caballo al revés, para que al día siguiente los asediados habitantes pensaran que las huella eran de quien había salido. Mas no fue así: al amanecer del 25 de junio de 1085, los castellanos ocupaban las principales casas, edificios e instituciones de la ciudad. Y esta quedó ya para siempre en la nómina de las grandes ciudades del reino de Castilla.

Dos espacios en uno

La oferta cultural que el torreón de Alvarfáñez nos ofrece es múltiple. De una parte, el propio edificio, cuidado y firme, limpio en su exterior, consolidado en su interior, tiene planta pentagonal, ofreciendo la puerta principal en su muro oriental, el que da a la calle Alvarfáñez y los jardines del Infantado. En esa parte superior, se admira la gran bóveda sobre la que apoya la terraza. Otra puerta, inferior, a la que se accede desde los jardines mudéjares, permite entrar a la sala baja, que sería mazmorra y almacén, con bóveda frágil que hoy ha sido sustituida por un nivel de madera que hace de suelo de la estancia principal o superior.

En esta se ofrece a lo largo de unos cuantos paneles, la memoria del protagonista, Alvar Fáñez, la descripción del torreón como parte de un recinto amurallado, la leyenda / historia que forjó al personaje conquistador, y la evolución del escudo heráldico de la ciudad. Con un diseño muy moderno y atractivo, se narran en pocas palabras y muchas imágenes las facetas diversas que cimentan estos asuntos. Aunque no lo pone en ninguna parte, colijo que la realización de estos paneles se debe a la empresa catalana que ha montado, con gran profesionalidad y belleza también, el documental que se proyecta en el salón inferior del torreón. En ese salón, más oscuro, y a lo largo de unos ocho minutos, se nos refiere lo que de historia y leyenda sabemos acerca del personaje. Luego, en un ambiente cuidado de erudición y saber, un viejo profesor nos cuenta lo que él sabe de la evolución del escudo guadalajareño. Al final aparece, casi como en un destello, el nombre de la empresa, catalana, que ha elaborado el documental. A ella debo agradecer el singular favor que me ha hecho, al contar con diversos dibujos míos, tanto planos como escudos de armas, tomados de mis obras “Guadalajara, una ciudad que despierta” y “La heráldica mendocina en la ciudad de Guadalajara”. Ha sido toda una sorpresa (agradable, por qué no decirlo) que me ha permitido participar en esta singular y plausible tarea de rescatar de la ruina un interesante monumento de la ciudad.

El escudo de la ciudad

Un aspecto que se apunta, aunque muy someramente, en la documentación que ilustra el interior del torreón, es el de la evolución del escudo heráldico municipal de Guadalajara. Hoy se constituye por un historiado conjunto, -casi una escena operística- en el que se ve a un caballero blandiendo una espada (identificado con Alvar Fáñez de Minaya) al mando de un grueso ejército, ante una ciudad amurallada en la que destacan torres de mezquitas, todo ello bajo el oscuro cielo tachonado de estrellas y una media luna.

Pero el escudo o emblema heráldico de Guadalajara fue siempre mucho más sencillo que eso: tal como lo vemos, entre otros lugares, en los medallones que adornan la escalera principal del Ayuntamiento, (y que fueron rescatados del antiguo edificio concejil) se trataba de un solo caballero portando un estandarte y cuajado el fondo de pequeñas estrellas. La figura del juez de la ciudad, o quizás de su alférez, es la auténtica seña de identidad de la ciudad, hoy rescatada en logotipos de corte más moderno. A ello deberíamos ir, puesto que razones las hay, de peso: a recuperar de forma oficial el escudo municipal tal como fue durante siglos. Más sencillo y elocuente. La semana próxima dedicaré mi trabajo semanal a este tema, porque merece la pena.

Pepe Noja y la escultura progresista

Antesdeayer se inauguró oficialmente, en el espacio de los Cuatro Caminos, una nueva escultura que adorna la ciudad. Esta es de las buenas, de las que tienen caché, por autor, por precio, y por prestancia. Titulada “Homenaje a los Pueblos de Europa”, el diseño de Noja nos ofrece dos grupos idénticos, pero anclados en distintos ángulos, uno junto a otro: son dos eslabones de cadena, hincados en el suelo, y unidos entre sí por otro eslabón abierto. La interpretación de la escultura es libre, y mientras el autor la hace simbólica de los pueblos de Europa (al parecer, de los que han roto hace poco sus cadenas) otros ya la han bautizado como “los nemertinos”, que son unos gusanos que viven en los roquedales de la costa.

El Homenaje a Europa de Pepe Noja. En la rotonda de Cuatro Caminos de Guadalajara.

La escultura que acaba de inaugurarse en Cuatro Caminos tiene algunas hermanas gemelas distribuidas por España. Esto de los eslabones de cadena unidos, incrustados en el suelo, o en edificios, lo ha utilizado el autor con cierta profusión en diversos lugares. El más parecido es el que se levanta en el Parque del Rinconcín, en Gijón, y allí lo tituló “Solidaridad”. Frente al mar Cantábrico luce mucho, y el verde del suelo (que en Gijón es natural, mientras que en Guadalajara es de pega, lo bajaron de un camión hace poco más de una semana, y lo extendieron sobre la parda llanada de nuestro erial) la hace aún más brillante. Como gustó mucho, la autoridad portuaria de Gijón le encargó a Noja otra escultura que él denominó “Tolerancia” y que se ha considerado en el momento de su inauguración, hace unos meses, como “hermana gemela” de la del Rinconcín.

Esta escultura que acaba de inaugurarse en Guadalajara está hecha con acero inoxidable, y pesa más de ocho toneladas. La elaboración técnica, siguiendo las pautas, o modelos, del autor, se ha realizado en Finlandia, y desde allí se ha trasladado al domicilio del autor en Madrid, desde donde finalmente se ha traído a nuestra ciudad. Cada cilindro tiene 80 cms. de diámetro, y el conjunto alcanza los cuatro metros y medio de altura. Según el autor, estos eslabones están anclados en el suelo para significar la fuerza de Europa, y dos de ellos están abiertos significando que en Europa caben aún más pueblos.

El tema de los cilindros de brillante acero, en los que se refleja el paisaje colindante y el azul del cielo, lo ha utilizado Pepe Noja con bastante asiduidad. En Torrejón de Ardoz, una gran escultura de este estilo, firmada por él, luce a la entrada del Polígono de las Monjas. Esa se titula también “Solidaridad” y viene a representar la de la villa campiñera con las tres poblaciones con las que está hermanada (Bir Gandul, en el Sahara Occidental, Boyeros, en Cuba, y Condega, en Nicaragua). En Avilés tiene otras dos muy similares: una al final de la avenida de San Agustín, presidiendo una rotonda, y otra en la calle Jovellanos, en un muro de la antigua cárcel, donde ahí representa el eslabón de una cadena que traspasa el muro del penal y se abre a la calle.

En Santurce tiene otra muy parecida. Esa la titula “Amistad”, y el significado que a los eslabones de acero pulimentado les da Pepe Noja es este: “Los eslabones en acero inoxidable simbolizan la unión, el abrazo por encima de ideologías, discrepancias o credos religiosos, sugiriendo en toda su pureza los valores que dan sentido a la existencia humana, tales como la libertad, la solidaridad, la justicia y el respeto a la diversidad en la pluralidad, todo aquello que hace de la utopía un motor para la esperanza”.

Una vida de artista

José Noja nació en Aracena (Huelva) en 1938. Realizó estudios de arte en Andalucía, y cursó estudios de aeronáutica, ingresando en 1957 en la Escuela del Aire, donde se graduó como piloto, y empezando a trabajar como piloto de aviación civil en 1960, laborando en un principio en la Compañía KLM. Aprovechando su estancia en Holanda jugó como futbolista en el Ajax de Ámsterdam, y en 1962 fue becado por el Estado holandés para estudiar en la Famous Arts School of California, empezando a partir de entonces su producción artística personal y sus exposiciones. Previamente había expuesto en Madrid, en algunas colectivas como El Otoño Juvenil,  en el Paseo del Prado de Madrid, en la Feria del Campo y en la Sala Lealtad, de Madrid, hacia finales de los años 50. Enseguida pasó a participar activamente de la vida artística y cultural de Europa Central, con numerosas exposiciones en ciudades de Bélgica, Holanda, Alemania y Reino Unido.

Aunque siguiendo la escuela de Pablo Serrano, a base de materiales firmes y consistentes, como la madera, la piedra y el bronce, inicia obras de expresionismo claro, luego pasa con nitidez al formalismo abstracto que Noja desarrolla desde una forma primaria en su concepto y casi exclusiva en su obra: el cilindro. Con ella se expresa en sus obras de interior y en sus esculturas públicas de espacios abiertos, donde utiliza el acero y, en los últimos tiempos, el acero inoxidable. Ha destacado además en la idea de crear museos de Arte al aire libre, poniendo inicialmente obra suya, y gestionando despué sla adquisición de otras obras de artistas contemporáneos, en ciudades con capacidad adquisitiva más que suficiente para este empeño. Ocurrió así en su pueblo natal, Aracena (1985), siguió en Huelva con el Museo de Arte Contemporáneo V Centenario, (1991), y se desarrolló posteriormente en Alcalá de Henares (1993), en Cáceres (1997) y, más recientemente, ha desarrollado otro Museo de este tipo en Santurce (2003). Recientemente, en Laviana (Asturias), donde Pepe Noja es presidente honorario de la Agrupación Socialista local,  ha dejado algunas esculturas, y ha propuesto (y ha sido aceptado) la creación de otro Museo de Escultura al Aire Libre, esta vez en el Parque de la Vega, entre Pola de Laviana y Barredos, donde bajo su dirección y con su proyecto se pondrán 25 esculturas, una por cada país de la Unión Europea.

Escultor de ideas

A partir de 1975, Noja regresa a España, y comienza a diseñar y producir obras que engalanan espacios públicos de ciudades y pueblos. En este sentido, podemos destacar sus diversos Monumentos a los Derechos Humanos, a la Constitución, y a los símbolos de la Amistad y la Solidaridad. Es precioso su grupo titulado “Estrellas” en el vestíbulo de la Estación principal de Metro en la Puerta del Sol de Madrid, y ha hecho monumentos a personajes genéricos e instituciones, como el del Minero en Puertollano, el del Zapatero en Almansa, el del V Centenario del Descubrimiento en Huelva, el de la Industria del Mueble en Yecla, al Abuelo en Alcobendas, y a la Libertad en Laguna de Duero, a las Tres Culturas, en Alcalá de Henares, al Milenio, en Leganés, y a la Música en el Auditorio Nacional de Madrid.

Escultor de personas

En el aspecto más figurativo cabe reseñar las esculturas que ha creado en homenaje a personajes españoles. Recordar así que en Alcalá se le debe el monumento a Manuel Azaña y el grupo de la rotonda de los  Aguadores. En Madrid ha colocado su enorme escultura dedicada a Largo Caballero, de grandes proporciones, en el Paseo de la Castellana, ante los Nuevos ministerios. Es el autor del busto que la Agrupación Socialista de Vitoria dedicó a Fernando Buesa, asesinado por ETA. A Ramón Rubial, presidente del PSOE desde 1976 hasta 1999, ha dedicado Noja dos esculturas. Una en Santurce, y otra en el edificio del Congreso de los Diputados, esta última por encargo expreso de la Fundación “Ramón Rubial”. También ha puesto recientemente un busto del político alemán Wilhelm (Willy) Brandt, en Huesca, dado que este personaje fue brigadista internacional por tierras del Alto Aragón. Y otro dedicado a Pablo Iglesias en Madrid, justo en el lugar donde estuvo otra estatua del fundador del PSOE, destruida en 1936, entre la avenida Reina Victoria y la Avenida Pablo Iglesias. Tiene además numerosas interpretaciones retratísticas de personajes como Enrique Tierno Galván (Ciudad Real, 1986), Pablo Neruda (Madrid, 1981), Pablo Picasso (Tudela de Duero, 1983), Julián Besteiro (Madrid, 1985), Don Juan de Borbón, en Cáceres, etc. Tiene, entre otros, los Premios Pablo Iglesias de Escultura (1978) y el Isaac Viñals, en Salamanca, en 1993.

Argecilla, oteando el Badiel

Desde la altura de Argecilla, se ve el Badiel, perdiéndose hacia poniente, silencioso y lleno de vida. Es este un valle corto pero intenso, un valle que define, por sí solo, la estructura geográfica de la Alcarria. La planicie alcarreña se hunde aquí abruptamente, dejando unas laderas pronunciadas y con las rocas calizas a la vista, apenas cubiertas de derrumbes y olivos. En el fondo, un arroyuelo al que pomposamente llamamos río, ahora seco, y arboledas densas de chopos y álamos. Cerca de los pueblos, algún huerto. Muchos girasoles y bastantes pedazos de abandono. ¿Para qué esforzarse tanto y pelear con una naturaleza hostil, si se saca más, mucho más, aparcando coches a la puerta de una discoteca?

La calle que sube a la iglesia, en Argecilla, tal como se veía en 1972.

Valle abajo

Desde Argecilla se ve primero, colgando en la cuesta, Ledanca, con su silueta eterna presidida por la espadaña de la iglesia. Luego surge, entre densas cortinas verdes de árboles, el monasterio benedictino de Valfermoso, un sueño de historias que se quedaron a medias. Después Utande, en el altillo seco, a la salida del Iregua. Y más abajo Muduex, ya en ancho, lleno de risas. Hacia abajo aún se pasa por Valdearenas, con su desmochado templo en lo alto, y finalmente Sopetrán, el otro monasterio, -este de hombres- benedictino, que no se entrega al fatalismo y hoy quiere resurgir de nuevo, aunque sea rodeado de urbanizaciones cuajadas de parejitas en chándal. Ya en Heras de Ayuso, el río mezcla sus aguas, o sus esperanzas, a las del Henares. Que son pocas, a pesar de que se alimenta, como de milagro, por el agua que echan esas fuentes de los pueblos del Badiel (Ledanca, Utande, Valdearenas) que son orondas y anchas, maternales, que no se agotan nunca. A mí me parece que en el Badiel las fuentes son más grandes y generosas que en cualquier otra parte. La fuerza del agua.

Argecilla, un poco de historia

Sobre la empinada ladera septentrional que escolta al ya por aquí profundo valle del río Badiel, asienta el pueblo de Argecilla. Oteando el Badiel, que es vía de antiguas civilizaciones y de transmisión de cultura, poblado desde antiguas épocas prehistóricas. Ya en el siglo dicinueve, excavaciones de aficionados pusieron al descubierto curiosos objetos del Neolítico, entre ellos una cuña transformada en amuleto, de jadeíta verde‑azulada, translúcida en su borde afilado, así como restos de poblado de esa época. Muy posiblemente ocupada por los árabes durante su larga estancia en Iberia, ellos debieron asignarla nombre.

Tras la reconquista por parte de los cristianos del norte, en los finales del siglo XI, quedó esta aldea en la Tierra de Atienza, rigiéndose por su Fuero y dentro de la directa autoridad real, de la que se transmitió por donación a comienzos del siglo XIV, a don Ruy Pérez de Atienza, Canciller de Castilla, a quien puede considerarse como primer señor feudal de Argecilla. Pasó después al poderoso magnate alcarreño don Iñigo López de Orozco, y de éste, en 1375, a su hija doña Teresa López, que estuvo casada, en segundas nupcias, con don Pero González de Mendoza, quien en 1380 fundó mayorazgo, en el que incluyó Argecilla, dejándoselo todo a su hijo don Diego Hurtado de Mendoza, almirante de Castilla. En 1404 pasó a la hija de éste, doña Aldonza de Mendoza y al fin vino a dar a su hermanastro don Iñigo López de Mendoza, primer marqués de Santillana, quien se lo dejó a su hijo Pedro González, el que fue gran cardenal de España y casi Papa. En su segundo hijo, don Diego de Mendoza, conde de Mélito y duque de Francavila, quedó Argecilla. Casó éste con doña Ana de la Cerda, señora de Pastrana. Les heredó su hija doña Ana de Mendoza y de la Cerda, princesa de Éboli, que casó con Ruy Gómez de Silva, gran privado y primer ministro del rey Felipe II, quien le otorgó el título de duques de Pastrana.

En esta rama mendocina ‑los Silva y Mendoza‑ quedó Argecilla. Don Rodrigo de Silva y Mendoza, segundo duque de Pastrana, fue nombrado primer marqués de Argecilla. Muy encariñado con la villa, su descendiente don Diego de Mendoza y Silva, cuarto duque de Pastrana y tercer marqués de Argecilla, en el siglo XVII se encargó de levantar la iglesia parroquial y adornarla con sus escudos y nombre, añadiendo un palacio en la villa. En el marquesado de Argecilla que fue creado a comienzos del siglo XVII, y aún estando unido a los estados del duque de Pastrana, se incluyeron estos pueblos y lugares: Argecilla, Palazuelos y Carabias, Tamajón y Sacedoncillo, Castejón, Almadrones, Ledanca, Cogollor, Hontanares, Villanueva de Argecilla, Cutamilla, Henarejos, Retuerta y Sarracines. En el señorío de los Silva y Mendoza, luego ya emparentados con los duques del Infantado y, finalmente, con los de Osuna, quedó Argecilla hasta la abolición de los señoríos en el siglo XIX.

De paseo por Argecilla

El caserío de Argecilla sorprende al visitante por su curioso urbanismo y la originalidad de la disposición de sus casas, que andan como colgadas de la violenta cuesta, en perpetuo equilibrio. Son la mayoría de sillarejo en su planta baja, y de entramados de madera con rellenos de adobe en la superior, teniendo cubierta de teja a dos o a una vertiente. Por debajo de algunas de ellas pasan canalizados los arroyos que descienden impetuosos del monte, y por las calles se ven canales, puentecillos y conducciones para dar paso a este agua, que es muy abundante por todas partes.

En los últimos años se han ido cambiando los edificios: por el suelo, de viejos, los antiguos, han ido sustituyéndose por otros de ladrillo visto y balconadas capitalinas. Hasta la cuesta de entrada luce ahora una iluminación con farolas estilo “Madrid de los Austrias”.

Subimos, trepamos casi, hasta la iglesia parroquial, dedicada a San Miguel Arcángel. Se trata de un bello ejemplar de comienzos del siglo XVII, homogéneamente construido en un estilo sobriamente clásico. La portada, a mediodía, es de sencillo estilo jónico, con arco semicircular, mientras el ábside, imponente, se refuerza con contrafuertes, y en él aparecen algunos ventanales de elegante sencillez. El interior es de tres naves, con planta cruciforme, separadas por pilares que rematan en sencillas molduras y arcos apuntados de separación. Sobre los pilares del crucero, aparecen grandes escudos tallados en piedra, correspondientes a los magnates constructores. En uno de ellos se ve el león rampante bajo corona ducal, y esta frase: “Catherina de Silva Dux Francavile”, y enfrente el blasón de los Mendoza y esta leyenda: “Didacvs Dux Fracavile”. Como frontal del altar mayor, aparece una gran lápida tallada en piedra con múltiples labores de grutescos y en el centro un historiado emblema heráldico correspondiente a un cura benefactor del templo. Sólo quedan mínimos restos del púlpito renacentista, que en alabastro tallado hizo en 1545 un tal Rojas por encargo del cura y canónigo Juan Fernández del Castillo, de quien, en un costado de la nave de la Epístola, queda su lápida funeraria. De los altares con pinturas y esculturas que los señores de Argecilla mandaron poner en los muros de este templo, ya nada queda.

Destacan también en el pueblo algunas casonas nobles. Así, en la plaza mayor preside el recio caserón que fue de los marqueses de Argecilla y duques de Pastrana, obra del siglo XVII o algo posterior, con portada de piedra adornada de algunos elementos de almohadillado y cenefas vegetales. Ahora debe ser un bar o Centro Cultural a la moderna, porque las escaleras de acceso están cuajadas de jóvenes que beben, sentados en ellas, las cervezas que cumplen al rito del calor veraniego.

Existen otros ejemplos de casonas nobiliarias, algunas con escudo en sus muros. Una de ellas muestra en sus cuarteles una cruz, un castillo, una flor de lis y una banda entre bocas de dragones, rodeado todo de retorcido pergamino y rematado en celada con lambrequines, al que acompaña esta frase “Quien se umilla es ensalzado” y la fecha 1596, correspondiendo a algún hidalgo de los varios que habitaron el pueblo a partir de esa época. Sin duda fue de los Fernández del Castillo, uno de los cuales fue cura de su templo y puso ese mismo escudo por doquier.

Un personaje de leyenda

Hijo ilustre de Argecilla fue José Antonio Ubierna y Eusa (1876-1964) ilustre abogado que fue de la asesoría jurídica del Ministerio de Instrucción Pública, académico profesor de la Real Academia de Jurisprudencia, fiscal del Tribunal Provincial de Guadalajara y un gran profesional. A él se debe un interesante trabajo, dos veces editado, el Estudio Jurídico de los Fueros Municipales de la provincia de Guadalajara y otras muchas obras referidas a la jurisprudencia del Estado.

En el muro de la plaza de Argecilla, hay una placa de mármol con estas palabras talladas en afán de eternidades: “José Antonio Ubierna Eusa, jurisconsulto, abogado, fiscal del Tribunal Supremo, académico, consejero de Educación Nacional, senador del Reino, gobernador civil de Vizcaya, caballero Gran Cruz del Mérito Civil“. En el pueblo se dice, medio en serio medio en broma, que después de Dios, el ser más importante del Universo fue don José Antonio, que dio lustre para siempre a este pueblo. La verdad es que el viajero, siempre que viene por estos pagos, se acuerda de él, y en secreto le envidia. Porque eso de pasar a la historia, y que tus paisanos se sientan orgullos de ti, es lo que más mola a un muerto.