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junio, 2006:

Peñalver en la memoria de todos

Mañana sábado, 1º de julio, y al caer la tarde, en el salón de actos del Ayuntamiento de Peñalver tendrá lugar un homenaje que el pueblo alcarreño tributa a uno de sus hijos más preclaros. Pocas veces se dan estos actos, de emoción y agradecimiento, hacia quien ha dedicado sus entusiasmos todos por un pueblo. Pero en esta ocasiona ha cuajado la bonahomía de los peñalveros, y mañana se declarará en forma de aplausos, parabienes, y aún asombros al ver, cuajada en un libro, la tarea de amor y estudio que Doroteo Sánchez Mínguez le ha dedicado durante toda su vida a Peñalver.

Gentes que pasaron por Peñalver

Si de Peñalver han salido siempre los meleros, y han llenado el mundo con su conocida mercancía, salida de las soleadas agrupaciones de colmenas alcarreñas, a Peñalver han llegado variopintas gentes que se quedaban entre sus edificios para dar su granada experiencia en forma de oficios de lo más pintoresco.

Así llegaban, ahora a fines del mes de junio, los segadores, desde lejanas latitudes gallegas, o los cochineros, más el componedor (de los trastos de la cocina) el afilador, los capadores, el tostonero, los quincalleros (la ilusión de los niños y las mozas, ambulantes centros comerciales llenos de sorpresas y novedades), los cacharreros, los hortelanos, los pieleros, los maranchoneros y tratantes en mulas, o los pelayos, que como los meleros recorrían el mundo, también, pero vendiendo sus productos sacados de la resina de sus antiguos bosques.

Venían además los “granaínos” unos cabreros alpujarreños que transportaban por toda la península su largo rebaño de dóciles cabras, grises y delgadas, con unas ubres enormes de las que en la plaza, y al pedido de las peñalveras, sacaban leche sin cuento, poniéndola en los cubos y cobrando en directo. O los esquiladores, para dejar a las ovejas magras y pálidas, tras descargarlas de su densa lana, o para dejar bien compuestas las pelambreras de las mulas, a las que con unas largas tijeras les dibujaban tiras y esquinazos geométricos sobre las ancas.

En el libro de Doroteo Sánchez Mínguez que mañana se presenta en Peñalver, hay un texto que, no por corto es menos significativo de la forma en que escribe este autor alcarreño, desde ahora obligada referencia en las lides del folclore y el más auténtico costumbrismo de nuestra tierra. A propósito de los esquiladores nos dice Sánchez Mínguez: “La operación tenía lugar en la tenada, envueltos por el polvillo de la sirle y rodeados de un calor asfixiante. El esquilador maniataba y trababa con diestra rapidez a la res y procedía a despojarla de su protector abrigo natural. Antes se hacía todo a tijera, más tarde con unas máquinas movidas por un motor. De manos de estos trabajadores salían unos animales menguados, disminuidos, blancos y espectrales, angulosos, en nada parecidos a los, hasta hacía tinos minutos, lucidos y orondos. Balbuceantes y ruborosas, como avergonzadas de su repentina desnudez, iban formando un rebaño casi fantasmal al que había que cuidar mucho los primeros días de las posibles tormentas, fatales para el desabrigado animal”.

Además entrega su recuerdo, minucioso, lleno de cariño y morriña, a los “criaos”, (los mozos de mulas), los rochanos y los pastores, al alguacil, el barbero y el hornero, a gentes de delicado hacer como el confitero, el carpintero, el carnicero y el zapatero.

Juegos de siempre

Entre los elementos que caracterizan la evocación del pasado en la Alcarria, en esta ocasión cuajado en Peñalver a través de la gran obra recopiladora de Sánchez Mínguez, están los juegos antiguos, de simples reglas y entrañables emociones. Había juegos de todo el año, y juegos de estaciones y épocas. Los toros, el gran “juego” que aún sigue vivo, casi el único, se hacía por septiembre en las fiestas. La emoción vital de enfrentarse a la muerte, a sabiendas, es algo que va tan dentro del ser humano que será lo último que pase.

Pero había otros muchos inocuos e infantiles juegos, como las chapas  y los bolillos, que se practicaban en torno a la Semana Santa; o la pelota (siempre, más en verano) la barra y los bolos. La primera llegó a ser casi el “deporte nacional de la Alcarria”, pero hoy está en bastante olvido, porque la única pelota a la que se sigue es a la del balón de fútbol, y eso desde un sillón o silla de bar, nunca, o muy poco, detrás de ella.

Los bolos se jugaban en la plaza mayor de Peñalver, en una “bolera” montada al efecto. Hubo una época en que se hizo junto a la Fuente Nueva. Y en la plaza o plazoletas del pueblo se seguía jugando a la mamola, la cartuja, las majujillas, las botuillas y la taba, esta última como excelente ejemplo de juego barato y reposado, sin peligro de formar “hinchadas destructivas” que por la noche fueran destruyendo el mobiliario urbano.

En Peñalver todo el año se estaban haciendo fiestas, a iniciativa de la gente, de las cofradías y hermandades, de la religión y el cambio de estaciones. Poco ya dicen estos nombres a los peñalveros de hoy: el capuchinito, el ti, el guá, las cañás y los correazos, el trompo, el churro, la rilanca y el espumarajo… las restreguillas, la tuca, la rayuela, los nidos y la hoja del amor. Todos ellos los analiza y explica, minuciosamente, porque él sí jugó a ellos, Doroteo Sánchez Mínguez, que ese libro monumental y sabroso “Peñalver en mi memoria” que mañana se presenta.

La medicina popular

Además de las plantas, descritas minuciosamente en sus propiedades y formas de encontrarlas, están estupendamente descritas las enfermedades que preocupaban a los peñalveros de décadas pasadas. Hoy todo se arregla acudiendo al especialista correspondiente en el Hospital de la Curva del Toro, pero antes las mujeres que acababan de ser madres solían tener “el pelo” que era una mastitis la mar de molesta, que les hacía sufrir por infección de los conductos galactíferos a la que daban de mamar a su retoño. Explica Sánchez Mínguez como se solía remediar este problema en el pueblo, ayudando unos y otros: o con un moderno aparato “sacaleches”, o llevándole a la puérpera una camada de perrillos, o simplemente llamando a un auténtico especialista en estas lides, el “tío Mamón” que como el lector puede imaginar prestaba sus servicios con veteranía y disposición inmediata por todos los hogares de la Alcarria.

Es tan divertido este capítulo del libro de Doroteo Sánchez, que es recomendable leerlo y admirarse ante enfermedades que parecían castigos divinos, y hoy los arregla el especialista con unas pastillas de diazepam o con una operación de anginas: el niño “encanao” era el que se quedaba privado con frecuencia, arreglándolo con golpecitos en la espalda y una retahíla de frases mágicas. El grave problema de “juntarse las mantecas” que acontecía a los obesos, era más complejo. Todos saben que la obesidad, antes casi inexistente, llevaba a la gente que la padecía a la tumba en poco tiempo. Hoy no solo hay cada vez más obesos/as, sino que la propia “civilización” que padecemos nos anima a enfermar de esta manera: “son más felices, los gordos” (referencia bibliográfica, J. Mac Donalds y cols.). Y muchos se lo creen.

A las nerviosas se las etiquetaba de tener por enfermedad a “los malos” y la mayoría de las afecciones, a nivel de catarros y otras molestias, se subsanaban con unas cucharadas “del hongo”, una especie de puré de horroroso aspecto que se cultivaba en un cacharro en la propia casa. Todo ello lo trata Sánchez Mínguez en su libro con una gracia y un lenguaje castizo, que suponen un entretenimiento y una fuente de saber inagotable. Lo mejor de todo, sin duda, la forma en que se diagnosticaba y trataba “la pepita de las gallinas…” Rigurosamente cierto.

Apunte

Doroteo Sánchez Mínguez, en homenaje

Doroteo Sánchez Mínguez nació en Peñalver el 21 de mayo de 1937, saliendo del pueblo para hacer sus estudios medios y cursar en Guadalajara la carrera de Magisterio. Desde muy joven, y con una vocación a prueba de toda adversidad, se dedicó a ejercer de Maestro Nacional en pequeños pueblos de la provincia, entre ellos Casasana, Zarzuela de Jadraque, Establés y Valdenuño Fernández, alcanzando finalmente su gran ilusión de llegar a ser maestro en su pueblo, y dar clases en la misma que él había recibido sus primeras enseñanzas.
La huella que Sánchez Mínguez dejó en Peñalver, a lo largo de más de 20 años en que ejerció como maestro, con otras tantas generaciones que cariñosamente le apelaron “don Doro”, permanece viva, y hoy todos le quieren y saben que es él uno de los más preclaros estudiosos del pueblo, de los que mejor le conocen, y quien con más ahínco ha trabajado siempre en la promoción de sus valores: llegó en ese sentido a ser también alcalde de su localidad natal. La jubilación le llegó estando de profesor en la capital, en Guadalajara, donde ahora reside.
Ha ejercido durante años de «tertuliano» en la Cadena Onda Cero, en temas de la provincia de Guadalajara, a la que conoce en profundidad. Sánchez Mínguez ha sido quien más y mejor ha escrito sobre Peñalver a lo largo de la historia. Quien ha rebuscado los viejos legajos de su archivo municipal y parroquia, quien conoce tradiciones, dichos, toponimias, palabrarios, ritos y leyendas: en su haber figuran gran cantidad de artículos repartidos por revistas científicas, periódicos provinciales, y la “Peñamelera” que él fundara y en la que en ningún número ha dejado de escribir. Es especialmente reseñable su trabajo sobre “La botarga” de San Blas, que se publicó en un folleto de gran valor por su contenido y lenguaje.
Toda su obra se ha visto reunida en un gran volumen titulado «Peñalver en mi memoria» y en el que a lo largo de 368 páginas ofrece sus profundos estudios sobre la historia, el arte y, sobre todo, el costumbrismo de su pueblo natal.

Apunte

Peñalver en mi memoria

Será mañana sábado cuando se presente este libro, en Peñalver, y salga a la luz tanta sabiduría y memoria relativa a esta villa. La obra completa de Sánchez Mínguez queda reflejada en este volumen de 368 páginas, y varias docenas de artículos, muchos de ellos de gran amplitud. Resaltamos el dedicado a la botánica y farmacopea popular: quien quiera afianzar su salud con remedios naturales, esta especie de “guía de las plantas medicinales alcarreñas” nos ofrece la oportunidad de buscar y saber para qué sirven muchas de ellas. También hay una referencia muy amplia a las construcciones más simples y populares: los chozos, las cabañas en medio del campo. Sánchez Mínguez las cataloga y clasifica, de tal modo que casi estamos ante una “guía de chozos y cabañas” donde poder refugiarse de la lluvia en pleno paseo por la Alcarria. El libro ha sido editado por AACHE, con el patrocinio de la Excmª Diputación Provincial y la coordinación del Ayuntamiento de Peñalver, que lo ofrece en homenaje a su autor, Doroteo Sánchez Mínguez.

Atienza y los toros: al compás del Amparito Roca

Si hay una localidad torera, aficionada, entusiasta, de la fiesta nacional o de las corridas de toros, esa es Atienza. Una tradición de siglos corre pos las venas y las cuestudas callejas de la medieval villa. Ahora ha puesto en nuestras manos un precioso libro, que es suma de investigaciones y manantial de recuerdos y sorpresas, Jesús de la Vega García, un estudioso de lo atención, y un coleccionista de memorias, carteles y fotografías. Como también él anduvo (tenía hasta remoquete taurino, “el Batidos”, a saber por qué, y “El Clases” y “El Maestrillo” por su profesión, pero actuó de banderillero y retador de astados desde lejos) en las lides taurinas, lo lleva en la sangre, y todo lo que cuenta es porque lo ha visto o lo ha estudiado.

Costillares en Atienza

Aunque la historia taurófila de Atienza se remonta a lejanos siglos, cuando se ocupaban sus munícipes de sacar uno o dos toros a la plaza grande a ser corridos por aficionados, valientes y desocupados, en los días del Corpus y aledaños, no es hasta el siglo XVIII que se organizaron fiestas en serio, de envergadura.

Así consta que con motivo de la inauguración, en octubre de 1755, de la capilla barroca del Santo Cristo en la iglesia de San Bartolomé, y con la asistencia del señor Obispo de Sigüenza, don Francisco Díaz Santos Bullón, hubo grandes “corridas de toros” llegando a matar en una de ellos nada menos que 6 bichos, ante la expectación de cientos de personas, en la Plaza Mayor hoy llamada “del Trigo”, ante la fachada de San Juan y el palacio de los clérigos capitulares de la villa.

Pero ya en 1773 la cosa se animó de tal manera, que el Concejo contrató para sus dos corridas del 13 y 14 de septiembre, la fiesta del Cristo, al torero sevillano Joaquín Rodríguez, “Costillares”, que lidió el primer día 4 toros, y el segundo 5, de la ganadería de don Juan del Pozo. Quedan carteles de entonces, y memoria de su buen hacer y gallardía. No en vano se le tiene a Costillares, rival entonces del rondeño Pedro Romero, por inventor del volapié y aún de la verónica, aunque de esta última más bien parece ser que la dio consistencia y la regularizó como lance de frente.

Amparito Roca

No han pasado grandes nombres por la plaza de toros de Atienza. Pero siempre ha tenido fama su fiesta grande, muy torera, en la que todos cuantos han tenido algo que decir en ese difícil “arte de Cúchares” lo han dicho.

Desde hace más de 60 años, la corrida empezaba con los sones de un pasodoble brillante y pegadizo, torero y español por los cuatro costados: el “Amparito Roca”. De tal manera se hizo costumbre y tradición, que hoy uno de aquellos que fue torero en Atienza, por afición y nacencia, ha puesto de título a su Restaurante el de ese pasodoble. Que, curiosamente, lo compuso un músico catalán, Luis Texidor Damau, y lo estrenó en el teatro del Siglo de Carlet, en Valencia, donde vivía y dirigía la Banda de Música “Primitiva”. El nombre se lo proporcionó una niña de trece años, amiga de su hija, que así se llamaba, Amparito Roca, cuando en 1925 solo contaba con tres años, y que aparece, verdadera reliquia gráfica, fotografiada con oscuro y pomposo uniforme de alumna monjil en el libro que Jesús de la Vega ha escrito y publicado en estos días.

De aquellas aficiones taurinas, al conocido restaurador atencino Jesús Velasco, le llovieron los apodos y remoquetes, que usó entre amigos y en los carteles de las corridas y festejos, tal como se ve en el libro de de la Vega. Por “el Homilías”, “el Casarillo” y, sobre todo, por “So Angustia” era conocido. Los años y las ocupaciones lo han retirado de los ruedos, seguro que con suerte para todos.

Las plazas de toros de Atienza

En Atienza se sucedieron, a lo largo de los siglos, los espacios donde se celebraban las corridas. Repito: si hay algún pueblo en Guadalajara con tradición taurina, aparte de ¨Brihuega y Sigüenza, de Horche y Budia, es Atienza uno de los primeros.

Inicialmente, las corridas se celebraban en la propia plaza mayor. En ese espacio levemente inclinado entre la mole de San Juan y el caserón que fue Consistorial morada, acompañada del palacio del Cabildo de Curas y otros caserones y palacetes, en lo que hoy se llama “Plaza del Trigo” o plaza alta. Dado que aquello era un lugar al parecer peligroso para estas lides y estrecho, se llevó a principios del siglo XX el espectáculo a la llamada “Plaza Nueva” que se hizo en un ancho espacio que mediaba entre la iglesia de la Trinidad y la parte de muralla que escoltaba a la Puerta de Guerra. Aguantó allí, con sus enormes entablados, defensas y gradas, hasta que pasada la Guerra Civil, y al construirse en su solar la llamada “Casita Rural”, se tuvo que pensar en cambiar de sitio.

Así se pensó en el corral de las Escuelas Viejas, el que yo conocí cuando una tarde de septiembre de 1974, y por invitación del entonces alcalde y diputado don Julián, disfruté de aquel jolgorio, caluroso y sonoro, vivo y recio como solo una fiesta de toros en la tarde veraniega de Castilla puede ser. Muchos años sirvió aquel solar, hoy todavía vacío y cubierto de maleza, para ofrecer las corridas atencinas, hasta que en 1982 se adquirió, del matador de toros ya retirado Paco Camino, en 785.000 pesetas de las de entonces, una plaza de toros portátil que se montó bajo el castillo, en la loma arañada sobre la iglesia de la Trinidad, y ahí sigue: de “lata de tomate oxidada” la han calificado algunos, porque aunque sirva para hacer hervir en su interior la “España cañí” que Atienza suelta como una melena al viento algunas tardes de septiembre, realmente es fea y antiestética, y le sienta a la histórica y monumental villa como a un santo Cristo dos pistolas. Seguro que se está pensando ya, para cuando haya dinero suficiente, en hacer una nueva plaza, que albergue esa ilusión por la “Fiesta Nacional” que a Atienza le surge del corazón todos los años.

El libro de Toros en Atienza

El pasado mes de mayo se presentó en Atienza este libro, que es joya valiosa para los aficionados a la tauromaquia de nuestra provincia. Un volumen grueso, de 352 páginas, cuajado de cientos de fotografías, muchas de ellas a color, y de datos, recuerdos, nombres y acontecimientos, que suponen una crónica completa y bien escrita de cuanto se relaciona con la fiesta torera en Atienza. El autor es Jesús de la Vega García (Atienza, 1961) historiador con varios libros y muchos artículos a sus espaldas. Sangre torera y análisis documental se juntan en su escrito. En la cubierta, el castillo de Atienza y un viejo cartel de una “grandiosa becerrada” celebrada en Atienza en 1944. En la contracubierta, una imagen preciosa de la plaza de las “Escuelas Viejas” con el torero local Juan Jesús Asenjo dando quiebros al astado mientras suena la banda de música tocando el “Amparito Roca”.

Puebla de Valles, olivareña y rosa

El próximo jueves 22 de junio, y a eso de las siete y media de la tarde, en el salón de actos de la Biblioteca Pública Provincial, que está en la segunda planta del palacio de Dávalos, va a tener lugar la presentación de un libro que tiene por protagonista a un pueblo de nuestra provincia: Puebla de Valles es en este caso la estrella, el lugar del mundo que se ve retratado, analizado, recordado y con toda su historia, su arte, sus leyendas y sus gentes en pie.

Acudirán de estrellas de la presentación sus autores, que son Manuel Sanz Iruela, “Manolo” allí, que fue alcalde muchos años de Puebla, y se ocupó en revivir el elemento que ahora es símbolo del pueblo, su olivo milenario. El otro coautor es Francisco Martín Macías, “Paco”, un neo-rural que ha servido de acicate y renovación con su Casa de la Vereda de Puebla, y sus ideas y memorias, constituyendo la labor de ambos un precioso documento que se lee de un tirón y nos da la imagen de un lugar vivo, tan antiguo.

Historia y Patrimonio

La primera parte de este libro es como la esencia del espacio que retrata. Se habla en ella de la Naturaleza, de la Historia (más aún, de la Prehistoria) y de sus monumentos, que parecen escondidos, pero que tienen latido, sonido, como el olivo, y rostro, como la torre de la iglesia, a la que alguno ha querido ver como el “fantasma particular” de Puebla.

En la Naturaleza de puebla sorprenden sus erosionadas terreras que forman parte de los naturales muros del valle donde asienta. Como arañados por un gigante omnipotente, como si fueran “las huellas de un dinosaurio” como allí cariñosamente las llaman, o como unas “pequeñas médulas” que nada tendrían que envidiar a las grandes de León: el caso es que solo por ver esos espacios que rodean al pueblo, merece el viaje hasta Puebla de Valles.

Luego se describen los barrancos, los caminos, los bosques y los arroyos que forman la escolta del gran valle del río Jarama, que por allí pasa apenas nacido, y que da espléndidos rincones, en especial ese cercano “puente medieval” que en el camino hacia Valdesotos nos hace soñar con épocas pasadas, con leyendas sin fin.

De los monumentos, que no son muy abundantes, cabe mencionar la iglesia parroquial, de época renacentista aunque con arreglos posteriores, dando sombra a los peregrinos su generoso atrio, y emoción en los pechos cuando suena su campana.

Además los restos de un viejo palacio; el molino del rulo, que Manuel Sanz ha convertido en espléndido museo particular; la plaza del Rincón; los puentecillos, la espléndida fuente de tono barroco, y el olivo, sobre todo el olivo “milenario” que se ha convertido ya en emblema de Puebla, y que se ha confirmado como el más capaz de atraer visitantes a la villa, para degustar la sensación de vida (vegetal, pero vida latiente y sonora) que se desprende de sus ramas múltiples, de su tronco rugoso y sabio.

Las Leyendas y los cuentos

En Puebla de Valles, y este libro las recoge todas, existen algunas curiosas leyendas que conviene conocer. Las cuentan, al amor de la lumbre, en el invierno, los viejos y viajes del lugar. Las oyeron de niños quienes ahora las escriben. Y deben caber en todos los oídos, porque son hermosas y terribles a un tiempo. Ahí está la leyenda del “Pozo Oscuro” que se ha quedado prendida en el nombre de una calle, el “Callejón de las Ánimas”. O la de Canrrayao, el pueblo que desapareció del mapa en el siglo XIX, y para el que la tradición le busca explicación por tres caminos: el mágico, el tradicional, y el trágico. Si el segundo es el más plausible, el tercero es terrorífico, y el primero excesivo, pero en cualquier caso sirve para pasar el rato, contándolo, rememorándolo, sacando conclusiones…

La leyenda de “Patas Blancas”, detrás de la curiosa relación de “La dama del Pinar”, sumada a la de la Cadena de Oro, al relato de las centellas y decenas más, nos sumergen en un mundo de misterios y dudas, que en pocos lugares más se concentra en tal modo. Es posible que este sea, el capítulo dedicado a los cuentos y las leyendas, el más nutrido y valioso de este libro que acaba de salir y se presenta el jueves próximo. Un mundo de evocaciones rurales y apariciones santas o demoníacas, resonando entre los muros de adobe de este lugar de nuestra serranía.

Tradiciones y usos de Puebla

Los autores, que llevan años preguntando, recordando y apuntando cosas, han reunido también un puñado de referencias a los usos del mundo rural de nuestra provincia. Aunque los ritos y procedimientos que cuentan son comunes a muchos otros lugares, ellos nos los dicen de una manera que parece que fueran inauditos y únicos en el mundo. Los detallan y viven, como por ejemplo la secuencia de la recogida de las olivas, el cuidado previo de los olivos, la técnica completa de la obtención de aceite, a través de los molinos aceiteros, con su argot detallado, sus pasos contados, su auténtica solemnidad, porque formaba todo ello parte de la vida del pueblo.

Pero nos ponen sobre las páginas, vivos, los tránsitos humanos sobre la pesca, la recogida de nidos, los cuidados a ovejas y corderos, a los cochinos sobre todo, verdaderos seres mimados de la villa, para ser sacrificados al tiempo de su correspondiente San Antón.

Nos hablan Sanz y Martín de las costumbres pastoriles, de la caza, de la forma de distribuirse, hacerse y mejorarse la casa típica. En fin, un inacabable rosario de propuestas para conocer este lugar que, tras leer su libro, se nos antoja único en el mundo, o, al menos, singular en nuestra provincia. Esa es una idea que yo vengo sacando desde hace años de muchos de nuestros pueblos. Cuando hay me cuenta, o cuenta a todos, las formas en que las gentes de un pueblo trabajan, se divierten, o añoran el pasado, me parece que son únicos, originales, todo un espectáculo de sabiduría y verdad. Y esto es lo que me ha ocurrido leyendo el libro que ahora Manolo Sanz Iruela y Paco Martín Macías han puesto en nuestra manos: un libro amplio, bien hecho, y sobre todo cargado de viejas esencias, de sabidurías ancestrales, de profundas raíces que se incrustan en esta tierra de Guadalajara, y echan ramas, hojas e imágenes rescatadas de la antigua vida.

Apunte

Un libro divertido

El libro que firman Manuel Sanz Iruela y Francisco Martín Macías se titula “Puebla de Valles. Usos, costumbres, cuentos y leyendas” y está editado por AACHE como número 61 de la Colección “Tierra de Guadalajara”. Tiene 240 páginas, y un buen número de imágenes en color, algunos planos, y mucha información. La Naturaleza, el costumbrismo, las leyendas que vienen repitiéndose de abuelos a nietos, y un final “Diccionario local” muy divertido, preparado por Tomás Sanz, en el que se ofrecen cientos, miles de palabras propias de Puebla, con su significado originalmente aceptado.

Es sin duda este libro un acicate profundo para ir a conocer Puebla, sus gentes (también retratadas con tino) sus paisajes maravillosos y su aire de pueblo viejo y latiente a la vez.

Viaje a pie por el Henares

Un homenaje a Cela viajero

Estos días se revive el Viaje que retrató a nuestra tierra de Alcarria. Desde el martes 6, y hasta el jueves 15, diversos actos, caminares, exposiciones y lecturas rendirán memoria a un libro, el “Viaje a la Alcarria” que en 1946 inició Camilo José Cela, primero haciéndose él mismo el camino, y luego escribiéndolo.

En nuestra ciudad y en los pueblos por donde discurrió aquel periplo, que ha llegado a definirse como el retrato de una época con un paisaje de verdad al fondo, se abrirá de nuevo el libro viajero, se leerán sus páginas más sabrosas, y algunos caminantes reharán los pasos del escritor, marcando con sus pisadas, de nuevo, una senda que se ha hecho ya famosa, y eterna. Un carril que es carra y que discurre por la Alcarria. Una autopista de emociones.

De Sigüenza a Moratilla por el Henares

La mañana está fresca, como todas en el mes de junio. Hasta el cuarenta de mayo no te quites el sayo, dicen por la Alcarria, y el viajero se ha puesto un jersey ligero sobre la camisa de manga corta. Va a hacer el trayecto de Sigüenza a Moratilla de Henares, que es poco menor de una legua, unos cinco kilómetros, pegado al río, entre árboles. Solo lleva encima su máquina de fotos, sin mapa, porque no se necesita.

Al salir de Sigüenza, y tras pasar un polígono de medio pelo, de industria liviana, centro de salud y polideportivo, entre una densa arboleda cruza un puentecillo y pasa con él la página del paisaje. Aparece un camino, ahora asfaltado, escoltado de altos álamos que suenan al embate del viento sobre sus hojas. Parece una castañuela gigante, y como el aire le da en la espalda, porque es del norte, coge fuerzas y se anima al paseo.

Durante el trayecto, solo dos coches le adelantan. Los dos, muy finos, han disminuido la velocidad. Supone el viajero que será para evitarle daños, aunque también pudiera darse el caso de que lo hayan hecho para examinarle y colegir de sus facciones y formas de andar quien pueda ser. 

La carretera va recta casi todo el trayecto. A poco de salir de Sigüenza, a la derecha quedan las ruinas de un molino, que antaño aprovechó las aguas del Henares. Solo quedan los paredones, y al viajero, como siempre que ve ruinas sobre los campos de su tierra, le da por pensar que es un espejismo, que no es verdad lo que ve, que son ensueños. Porque en su tierra, Castilla-La Mancha ahora, solo hay crecimiento, caras alegres y un proyecto de futuro que nada tiene que ver con estas ruinas, que machaconas se ofrecen por todas partes en la provincia de Guadalajara.

El camino discurre entre altos cerros, de empinadas laderas, que lo escoltan por la izquierda. A su derecha, va el río Henares, delgadito y poca cosa, y al otra lado la vía del tren, por donde ve pasar, tirado por una máquina azul y cuadrilonga, que se le antoja una enorme lavadora industrial sin echar humo, un tren corto, de solo contenedores. Un tren de carga. Cavila el viajero que esto debe ser ya lo único que pasa por estas vías férreas (aparte de algún convoy de cercanías que sube hasta Sigüenza), pues los trenes de viajeros, los de alta velocidad, los que van a Zaragoza, Barcelona y Pamplona, discurren por el nuevo trazado del AVE, que va por la meseta alcarreña.

El paisaje es ameno, hay muchos pájaros, que el viajero no reconoce porque no es hombre de campo propiamente. Los que están más altos, deben ser buitres. Vuelan lentos, como aviones planeadores sin conductor, avizorando carroña. Otros negros y nerviosos, deben ser los cuervos, van de roca en roca, pasan por detrás de los árboles, caen en picado sobre los cañizares. Y luego un sinfín de avecillas, que cantan, pían, se expresan de mil formas, sin poder entender nada de lo que dicen, pero que seguro lleva su mensaje. Todo en la naturaleza tiene un mensaje.

El viajero, el que firma estas líneas, que se ha montado él solo este paseo como homenaje al sesenta aniversario del libro “Viaje a la Alcarria” de Cela, piensa que se pueden hacer muchas cosas, y disfrutarlas, sin necesidad de subvención. No puede evitar recordar a otro escritor bien famoso, de los buenos, aún vivo, que es un especialista en esto de viajar, él solito, por la orilla de los ríos, y de lo que este escritor dijo de este mismo paseo que el viajero está ahora haciendo: decía Francisco García Marquina, en su obra “Los pasos del Henares”, que Bajar de Sigüenza a Moratilla es sólo media legua larga de un camino lleno de curvas y sobresaltos, pero esenciamente recomendado para amantes de la belleza. Esto lo ha leído después de hacer su caminata, luego en casa, sacando de la estantería ese libro que el autor le dedicó poniendo con su letra pequeña y nerviosa “Para Antonio, mi hermano en las letras, en la tierra y en el trabajo como arte y deporte”. Y es que realmente hay que tener una visión especial de la vida para emplear una mañana de sábado en irse, uno sólo, a pie por la orilla del Henares, para llegar a Moratilla y darse una vuelta por tan solitario lugar. Y disfrutar encima.

El silencio de Moratilla

Moratilla de Henares es un lugar silencioso de voces humanas. Pero muy sonoro, muy bullicioso, de los sonidos del mundo. Debe hacer poco que han hecho una variante a la tradicional carretera, y cortando un trozo de monte, han alzado el camino sobre un puente de colores blancos y azules que recuerdan, porque son los colores institucionales, a la administración de Castilla-La Mancha. Y sin querer, el viajero lanza para sus adentros un “¡Castilla-La Mancha, comprometidos con nuestro futuro!”, y se queda tan ancho, seguro de haberse aprendido el mensaje.

Nada más entrar al caserío, junto a la primera de las semiderruidas viviendas, está José Sanz López descansando. Sentado, mejor dicho, vestido de paño negro, camisa blanca abrochada hasta el cuello, boina oscura, y un cayado, o bastón de empuñadura curva. Está pálido, como si un tumor malo le estuviera comiendo la sangre. Aunque ya hace calor, él tiene frío, y por eso se pone al sol.

-Qué, a ver pasar los trenes, eh? –se le ocurre decir al viajero.

-No, qué va, yo sólo vengo a ver crecer los campos… –le contesta el paisano.

Ni el viajero es hombre de largas parrafadas, ni el moratillero (supongo que será ese el gentilicio de quienes aquí habitan) es tampoco parlanchín. Después de informarse que en el pueblo solo quedan, “de contino”, cinco familias, y que los demás edificios se ocupan en fines de semana y vacaciones… después de alabarle el viajero la paz y hermosura del lugar, se despiden.

Por el pueblo solo aparecen tres perros, que ladran con fuerza, coraje y decisión al viajero, y un gato, que pasa rápido de un poyo a una gatera. Se ve un coche grande y nuevo aparcado en la plaza. Y otro, arriba, una furgonetilla, abierta por atrás, como si alguien estuviera metiendo materiales de construcción en ella. Pero no se oye una voz, nadie sale. Todo es sonar de vencejos, murmullo de abejas (detrás de la iglesia el viajero se sorprende al ver un colmenar enorme, desbaratado y perdido, bajo una roca valiente que parece el decorado de una ópera alemana) y silbar del viento entre las hojas. Da la sensación de estar en una fiesta, en la que solo cabe la música de las cosas que han nacido del suelo, que cuelgan del aire, que van corriendo sobre el lecho del río. Un sueño.

La vuelta la hace el viajero en automóvil. Le ha venido a buscar su hijo, tal como habían convenido. También Cela se volvió a Madrid, desde Pastrana, en el coche de línea. Y García Marquina acabó su viaje por el Henares en Humanes, volviendo a su casa montado en tren. Esto no le quita mérito alguno a la tarea.

Después, ya descansando, el viajero mira un libro que él mismo escribiera, hace muchos años, en el que dedica unas cuantas, breves líneas, a este lugar paradisiaco. Dice que Moratilla reconoce la misma historia que Sigüenza, a la que siempre estuvo unida. Realmente Moratilla no tuvo historia alguna, fue aldea del señorío episcopal seguntino, y tras la Constitución de 1812 alcanzó el rango de Ayuntamiento que ahora, casi dos siglos después, ha perdido para pasar a ser una simple pedanía. La iglesia parroquial, puesta en lo alto del caserío, es sencilla a más no poder. Tiene una torre que es de piedra por el frente y de ladrillo por la espalda. Tiene un atrio de tres arcos que resguardan la entrada, donde hay una placa en homenaje a un cura párroco que se desvivió por arreglarla. Y muestra un ábside, al oriente, de planta semicircular e innegable estilo románico, sencillo como un monje dormido.

Apunte

Los libros del viaje

El motivo de esta semana de andares, lecturas y exposiciones es el 60 cumpleaños de un libro, el “Viaje a la Alcarria”, de Camilo José Cela. Obra literaria que yo califico entre las cinco mejores escritas en España a lo largo del siglo XX. Las cosas de Salinas, Machado, García Lorca y Ortega se pondrían a su lado. Nada más. Ha visto cientos de ediciones. Quizás una de las más hermosas sea la de Alfaguara de 1966, que cuidó al mínimo detalle el propio Camilo, adornada de sus poemas alcarreños y las fotografías de Wlasak.

También recuerdo el libro “Los pasos del Henares”, que junto a otros de viajes por ríos, como el “Nacimiento y mocedad del río Ungría”, y “El río de las cienfuentes”, ha escrito más recientemente García Marquina, ese pedazo de escritor al que va a haber que empezar a hacer los homenajes que le corresponden. Al menos, para que disfrute de ellos en vida, porque ya muerto, a nadie le saben las cosas como cuando te entra el gusanillo por el pecho.

En el centenario de Fray José de Sigüenza

Interesantísima es esta figura, y una de las más destacadas que en nuestra provincia de Guadalajara vió la luz a lo largo de los siglos.

Hoy viene a esta crónica por haberse cumplido en estos días (fue exactamente el 22 de mayo) el cuarto centenario de su muerte. De siempre se ha tenido, en los ambientes cultos de nuestra provincia- una respetuosa admiración por este individuo, dedicado a la religion, como fraile de la Orden jerónima, pero también dedicado, y por eso llegó a ser famoso, a la escritura de libros, a la composición poética, al discurso histórico, a la descripción de edificios y al comentario patrístico.

Es por ello obligado que nuestra “memoria histórica” se dedique hoy, aunque solo sea un minuto, a recuperar la de este personaje, al menos por haber nacido en esta tierra, y también por su indiscutible capacidad con la pluma, que le llevó a pasar un largo tiempo en las cárceles de la Inquisición, dedicada entonces, en la segunda mitad del siglo XVI, al control ideológico de quienes decían y escribían cosas en público.

Una biografía sencilla

Como en una definición de urgencia, podría decirse de él que fue religioso jerónimo, historiador y poeta, desarrollando su actividad en la segunda mitad del siglo XVI, en plena Edad de Oro hispana. Se conoce con certeza también el lugar y fecha de su nacimiento: Sigüenza, 1544. Esa es la razón de que, cuando años después entró en la Orden religiosa de San Jerónimo, tomara por apellido el de su ciudad natal, como era costumbre entre los frailes de la misma.

Fue su padre un clérigo seguntino, sochantre de la catedral, llamado Asensio Martínez. Su madre tuvo una vida irregular: se llamó Francisca de Espinosa, nacida en Espinosa de los Monteros (Burgos) habiendo estado primeramente casada con un tal de Franca, de quien tuvo dos hijos: Juan de Franca, capitan en Flandes, y Pedro de Franca, clérigo en Sigüenza. Tras quedar viuda, tuvo otros dos hijos naturales: Isabel Fernandez y Librada Hernandez, y, finalmente, de su unión con el sochantre nacieron José (el escritor jerónimo que nos ocupa) y Matea de Espinosa, que casó con Jerónimo de Franco, joyero, vecino de Sigüenza. Así pues, el nombre secular del fraile jerónimo sería el de José Martínez Espinosa.

En su ciudad natal trazó sus primeros caminos en las letras: aprendió a leer y escribir, estudió gramática y canto; fueron sus profesores el maestro Torrijos y el licenciado Velasco en Gramática, y el maestro Chacón en canto. El año 1561 comenzó sus estudios en la Facultad de Artes de la Universidad de Sigüenza, obteniendo en 1563 el grado de bachiller en Artes. Inmediatamente inició sus estudios de Teología en el mismo centro, y al terminarlos, con 22 años, solicitó el hábito jerónimo. Un tiempo antes, en esa juventud decidida de los 21 años, marchó con un compañero suyo, seguntino también, Antón Mayor, a Valencia y Játiva, con pretensión de embarcarse en la expedición de socorro a la isla de Malta, cercada por los turcos. Falló su intento, sufrió una enfermedad, y finalmente llamó a las puertas del monasterio segoviano de El Parral, donde tomó el hábito jerónimo el 16 de junio de 1566, haciendo la profesión al año siguiente.

Tras esa fecha, se encierra ya la vida religiosa y de estudio, el encuentro perenne con Dios y su Escritura. Fechas correlativas marcan su paso por diversos centros jerónimos, monasterios donde su nombre gozó de la merecida fama de sabiduría y rectitud que le adornaban, y en los que dió enseñanza o ejerció la dirección. En principio, siguió estudiando, y así estuvo perfeccionándose en artes y teología en Santa María de Párraces (Segovia) hasta 1571. Al año siguiente fue ordenado de subdiácono, diácono y sacerdote. En 1575 terminó sus estudios en El Escorial, y en 1577 volvió a El Parral, donde se dedicó a la docencia, hasta 1579. De este año, hasta 1582, volvió a su ciudad natal, a Sigüenza, donde fue profesor de Artes en el Colegio de San Antonio de Portaceli, que los jerónimos tenían agregado a la Universidad. De 1582 a 1584 estuvo nuevamente en El Parral, leyendo artes, y en este último año fue elegido prior de dicho monasterio, para el trienio de 1584 a 1587, año en que pasó a el Escorial, definitivamente, como predicador. En esta casa, mimada del rey Felipe II, fray José de Sigüenza ocupó los cargos de bibliotecario, archivero y reliquero (1591‑1594), encargandosele la tarea de escribir la Historia de la Orden jerónima en ese año. De 1594 a 1597 es rector del Colegio escurialense, y en 1603 se le nombra prior del monasterio, siendo reelegido en 1606, año de su muerte.

Durante su estancia en El Escorial, ya es sabido el firme apoyo que recibió del monarca hispano, encargandosele en muchos casos la distribución de ornamentación del monasterio, obrando de auténtico cerebro director de la múltiple y complicada iconografía científica de aquella casa. Consejero a todos los efectos del rey Felipe, fue hombre en perpetuos deseos de aprender, y se reunió con otros sabios (Arias Montano, Pedro de Valencia, fray Lucas de Alaejos, etc.) con los que comunicó sus ideas un tanto avanzadas en materia religiosa.

Llevado de su inquietud (y quizás también movidos sus acusadores de envidia y despecho) fray José de Sigüenza fue sometido a un duro proceso por el Santo Oficio de la Inquisición. En la primavera de 1592 es sacado de El Escorial y llevado, preso, al monasterio de la Sisla, en Toledo. El fiscal de su causa, Soto Camano, le declaró por hereje, apóstata de nuestra santa fe católica, y ley evangélica, excomulgado, perjuro, y siendo puesto a cuestión de tormento, el cual le sea dado y repetido cuantas veces hubiese lugar a derecho. Fue absuelto de todas las acusaciones que se le imputaban, y quedó libre en febrero de 1593.

La obra realizada por fray José de Sigüenza fue enorme, y sus amplios conocimientos humanísticos, decantados en el tamiz de una honda espiritualidad cristiana, quedaron reflejados a lo largo de sus múltiples aspectos desarrollados en el campo de las letras. Fue ante todo un prosista excepcional, y literariamente se le puede encuadrar en el Siglo de Oro español, dentro del segundo Renacimiento, constituyendo su pluma una de las cimas estilísticas de la literatura hispana, y si desde el punto de vista histórico es una autoridad indiscutible, también ocupa un lugar de relevancia como teólogo, comentarista patrístico, autor ascético, y poeta. En este último terreno, el padre Sigüenza alcanzó sus mayores cotas en sus Paráfrasis de Salmos, traducciones libres en verso de algunos salmos bíblicos. También escribió diversos Villancicos y sonetos muy bien compuestos.

Como teólogo, el padre Sigüenza ahondó continuamente en las raíces del cristianismo, basado en la escuela de teología tomista, de lo cual es buena prueba sus Comentarios a la Suma de Santo Tomás. A través de sus largos contactos con Arias Montano, el jerónimo se inclinó hacia los estudios positivos, como revalorización de la Sagrada Escritura, y del testimonio de los Padres de la Iglesia. Otras interesantes obras suyas en este aspecto son la Vida de San Jerónimo y la Historia del Rey de Reyes. Como autor de temas ascéticos, fray José de Sigüenza debe ser destacado gracias a su Instrucción de maestros, obra que sintetiza su magisterio espiritual, y en la que se pone de relieve su mayor acento en la ascética que en la mística.

En su faceta de historiador, que le ha hecho pasar a la posteridad como concienzudo y erudito artífice, es de destacar su Historia de la Orden de San Jerónimo, compuesta por encargo del Capítulo de la Orden, y que ha conocido múltiples ediciones desde el siglo XVI en que fuera escrita. En este capítulo de la historia, y más concretamente de la artística, es de destacar la Fundación del Monasterio de El Escorial por Felipe II, en la que fray José de Sigüenza se revela como el auténtico cerebro ordenador del contenido simbólico del edificio supremo de la Contrarreforma hispana. Los múltiples valores, humanísticos, religiosos y literarios, aportados por fray José de Sigüenza a la historia española, han quedado reflejados en los estudios y valoraciones de múltiples autores, y su valía unánimemente reconocida. Menéndez Pelayo le calificó como uno de los tres mejores estilistas de la lebgua castellano, tan solo por detrás de Juan de Valdés y Miguel de Cervantes. Es, no cabe duda, una de las destacadas figuras de la nómina de personalidades de la historia alcarreña, y es por ello que hoy, en el cuarto centenario de su muerte, era obligado dedicarle un recuerdo y una Mirada retrospectiva.

El retrato de Fray José de Sigüenza

Sólo existe un cuadro que identifique claramente a fray José de Sigüenza. Está en El Escorial, en los muros de su solemne biblioteca. Aparece el monje revestido del hábito blanco y la casulla parda propia de la orden de San Jerónimo. Está sentado, t con un largo cálamo escribe sobre un papel, alguno de sus textos clásicos. Ya anciano, para su época, frisando la cincuentena, con un amplio claro de pelo sobre la cabeza, y una mirada un tanto hosca y ceñuda. Decían, todos cuantos le conocieron, que no era simpatico, sin más bien adusto: un hombre dotado para la introspección y la soledad, para el studio y la escritura.

Se dió siempre como autor de ese lienzo, espléndido de factura y hondura psicológica a Alonso Sánchez Coello, pintor de cámara de Felipe II, pero recientemente se ha revisado esa autoría, y hoy la crítica se inclina por atribuírselo a Bartolomé Carducho. En todo caso, de ese retrato, que reproducimos junto a estas líneas, se han levantado luego estampas, grabados, para nutrir colecciones de personajes, llenar galerías de retratos y apostar por las siluetas de los mejores escritores españoles.

Para saber más de Fray José

No son abundantes, pero sí completos y útiles, los textos existents hast ahoy en día sobre Fray José de Sigüenza. Uno capital es el studio que hizo el primero de los Cronistas Provinciales, Juan Catalina GARCIA LOPEZ, y que tituló “Elogio de fray José de Sigüenza”, discurso leído en la Academia de la Historia, Madrid 1897, y edición de 1907. Es clásico el texto de F. SANTOS “Vida del V.P.Fr. Joseph de Sigüenza”, dentro del volumen «Instrucción de Maestros y Escuela de Novicios, Arte de Perfección Religiosa y Monástica», Vol. I, Madrid 1793. L. RUBIO GONZALEZ, publicó un “Estudio crítico de los valores literarios de fray José de Sigüenza”, en la Revista «Studia Hieronymiana», I, Madrid, 1973, pp. 399‑520. Y debe ser leido por quien quiera saber a fondo de la aventura inquisitorial en que se vió metido fray José: el “Proceso inquisitorial del Padre Sigüenza”, escrito por G. de Andrés y publicado en Madrid en 1975. De 1979 es la publicación en la Revista Wad-al-Hayara de las “Notas para el estudio de la vida y de la obra de fray José de Sigüenza” del hoy obispo de Córdoba Juan José Asenjo Peregrina. Y muy actualizado y con intenciones divulgadoras es el texto que aporta José Luis García de Paz en su aportación a la biografía de Fray José en “Alcarreños Distinguidos”, el sitio webhttp://www.aache.com/alcarrians/siguenza.htm donde aparecen cientos de personajes de nuestra tierra.