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mayo, 2006:

Suma de Ángeles

Como va a ser breve, no quiero dilatar un día el anuncio y comentario a la exposición que se acaba de abrir (y ya está a punto de cerrar) en las salas bajas del Palacio del Infantado de Guadalajara. Se trata de la titulada “Ángeles Marianos”, y ofrece los lienzos, de gran tamaño, que presentan los doce ángeles que se pintaron para adornar los muros de la capilla de los Montesoro y Rivas en la iglesia parroquial de Tartanedo, de esto hace más de 250 años.

Inaugurada por la Consejera de Cultura Blanca Calvo, el pasado jueves 17 de mayo, en la víspera del Día Mundial de los Museos, se ofrece en una alargada estancia de rojos muros, en la zona correspondiente a la antigua Sala de Escipión.

Alternando con paneles explicativos, llenan los muros con su fuerza y serenidad doce figuras pintadas al óleo sobre lienzos, que representan a doce seres angélicos, teóricamente los mismos que forman la corona de la Virgen María, llevando en sus manos y en cartelas o escudos, los símbolos de la Letanía Lauretana. Tienen más, sin embargo, que estos simples detalles enumerados. Tienen la fuerza del arte barroco hispano, pues son sin duda piezas ejecutadas en los talleres de pintura del Cuzco, en las alturas incaicas del virreinato del Perú, y aquí traidas por encargo de un noble y acaudalado ganadero molinés, hace más de dos siglos y medio.

Imágenes andróginas

Decía José Luis Sampedro en su novela Octubre que “Los ángeles son andróginos castos”. Todos los seres andróginos son, por esencia, castos, puesto que se trata de especies biológicas básicas que poseen los dos sexos, pero no pueden fecundarse a sí mismos. Aunque los ángeles han sido considerados siempre masculinos, al menos en el cristianismo moderno, y sus nombres, especialmente los de los arcángeles, que son los más usados, han sido dados a los varones (Miguel, Rafael, Gabriel y Uriel), no dejan de ofrecer, hoy todavía, una inquietante imagen hermafrodita. Y dado que hay tanta gente, al menos en nuestro país, que no tiene nada qué hacer, no sería extraño que ante la exposición que hoy comento se levante de nuevo la bizantina cuestión, clásica en el anaquel de las frases hechas, de tratar en hondura, con amplitud y hasta en Congreso, sobre “el sexo de los ángeles”.

Viene esta disquisición a propósito de lo que, en el rato que estuve viendo la exposición “Ángeles Marianos” que hasta el próximo 30 de mayo se expondrá en las salas bajas del Palacio del Infantado, se levantó entre algunos espectadores: “aunque son ángeles, parecen mujeres”, “es que son ángeles y no tienen sexo”, “es que los ángeles realmente son femeninos”… etc.

En la muestra aparece espléndida la docena de ángeles procedentes de Tartanedo. Hace 30 años, en ocasión de visitar la iglesia parroquial de aquel pueblo molinés, dedicada a San Bartolomé, acompañado de mi buen amigo Teodoro Alonso, que allí tiene casa, la de sus mayores, pude admirar la capilla del lado meridional del crucero: la que fundaron en el siglo XVIII los Montesoro y Rivas, un linaje de procedencia italiana, que había afincado en la planicie molinesa durante los años de la pujanza económica generada en torno a la ganadería lanera.

Allí estaba, como en penumbra, el conjunto artístico barroco más impresionante del templo: en un muro colgaba, medio deshecho, un enorme cuadro representando el Juicio del Rey Salomón (hoy ya restaurado) y en ángulo los muros ofrecían sendos retablos pequeños, uno de Santa Catalina y otro de la Inmaculada Concepción, rodeados hasta la cubierta con pinturas de trampantojo que simulaban grandes retablos barrocos, rematados por los escudos del linaje, y adornados de una telas que mostraban, oscuros, sucios y ajados, doce ángeles de apreciable factura. De aquella visita guardo la fotografía que acompaña estas líneas, en la que se da idea de cómo era originalmente el espacio.

Muchos años después, y gracias a la continua atención que hacia los valores del templo siempre demostró Teodoro Alonso Concha, se consiguió que la Junta de Comunidades los sacara de allí, los llevara a Toledo, y los restaurara. Hecha tal imprescindible tarea, este invierno pasado se mostraron en una exposición en la sacristía del convento de San Clemente de Toledo, y ahora se exponen en el palacio del Infantado de Guadalajara, como paso previo a su traslado y definitiva colocación en el lugar de donde salieron, la capilla Montesoro de la iglesia de Tartanedo.

De origen virreinal

Los cuadros de estos ángeles, sin embargo, vinieron de más lejos. Sus formas, sus actitudes, sus ropajes, sus adornos, todo indica que proceden de los talleres de pintura de la ciudad de Cuzco, una de las más importantes, junto con Lima y Potosí, del virreinato del Perú, en el que fue primer mandatario un paisano nuestro, el mondejano Antonio de Mendoza, y por el que luego pasaron otros varios alcarreños, que allí llevaron de ayudantes y funcionarios a gentes de la Alcarria, y de donde vinieron otros, aristócratas y nobles de medio pelo, a vivir en Guadalajara.

La riqueza del entorno, que recibía herencia capitalina de los incas, y se llenaba de ideas nuevas, mezcla de lo indígena andino, lo recién llegado del barroco andaluz, y lo naturalmente crecido de la pujanza criolla, dio un arte peculiar que levanta la admiración de quien contempla sus palacios, conventos e iglesias. Cuzco, la fría y lejana capital del virreinato, dio un estilo de pintura de ángeles que no ha sido igualado por ninguna otra escuela. Y es de ella de donde surgieron, sin duda, los doce cuadros de ángeles que vinieron a ser colocados en los muros de la capilla de Tartanedo. Desconocemos las circunstancias de su llegada, compra, autoría, etc. Pero de lo que no cabe duda es que proceden de allá.

Porque entre nosotros, sin ir más lejos, tenemos excepcionales conjuntos de arcángeles pintados: mirar, si no, los cuatro arcángeles de Bartolomé Román que procedentes de algún convento exclaustrado se ofrecen en el Museo Provincial de Bellas Artes. O los cuatro arcángeles que adornan las pechinas de la bóveda principal de la ermita de Nuestra Señora de la Luz de Almonacid de Zorita, iglesia que fue primitivamente del convento de los jesuitas de aquella localidad. Pero los ángeles de Tartanedo no se parecen a ellos. Son más sencillos, sin duda, pero tienen el aire neto de la mezcla indígena-barroca del virreinato.

Estos doce ángeles, pintados sobre fondo neutro de grises y ocres, se nos ofrecen en actitudes amables, cariñosas, dulces, como de paso de danza, en andadura sosegada. Sus vestiduras son amplias, rimbombantes, de capas y faldellines, con algunas corazas, botas y rodilleras especialmente hermosas, broches ricos en el pecho, y largos pelos sobre suaves facciones que, a nada que se observen, nos dejan en esa duda que expresábamos al comienzo, en esa confusión de sexo e intención que muestran. Todos ellos llevan en su mano un escudo o cartela en el que se pinta una figura tomada de la Letanía de la Virgen, por lo tanto son ángeles que quieren honorar a María Madre de Dios, llevando sus poéticos iconos tomados de los Salmos: “Electa ut Sol”, “Fons signatus”, “Scala Salutis”, “Lilia miner spinas”, etc. Tres de ellos añaden un símbolo, pudiendo ser caracterizados como arcángeles: el principal, el jefe de todos ellos, es Miguel, con vara de mando y gran sombrero de plumas coloreadas. Otro es San Rafael, caracterizado por su bordón y su esclavina como arcángel caminero. Y el tercero, que levanta en su mano izquierda un puñado de rosas, se trata de San Gabriel. Los demás son ángeles, del montón, ninguno armado, pero elegantes, soberbios, bellos e inolvidables. Sin nombre propio, pero nacidos de la corona de estrellas (doce estrellas) que la virgen María Inmaculada lleva.

Estamos, pues, ante una oportunidad única: la de admirar este conjunto de telas recién traídas de Toledo, sabiamente restauradas, que van a ir a parar a su destino último, la iglesia de Tartanedo, donde ya serán, -y siento ser así de pesimista, pero a las pruebas de lo que pasa en nuestra provincia me remito-, bastante más difíciles de ver: por su colocación en alto, y porque la iglesia suele estar cerrada. Ahora en el Infantado, durante cuatro días todavía, mis lectores tienen la oportunidad de avistarlas, de disfrutar con sus elegantes atuendos y sus delicadas poses, como en un desfile de moda angelical y cuzqueña.    

Apunte

El folleto explicativo de la Exposición

Quien visite la exposición “Ángeles marianos” podrá llevarse una valiosa información impresa en un exquisito folleto. Suficientemente ilustrado con fotografías del pueblo, la iglesia, y la capilla, muestra una información exhaustiva del entorno y de las piezas que se muestran. De ellas se dan detalle de fechas y estilo, descriptivos, así como las fotografías de todos los ángeles y arcángeles. Unas páginas finales dan cuenta y muestran con fotografías en qué ha consistido la tarea de restauración de estos cuadros, pidiendo y consiguiendo con ello el merecido aplauso a tan cumplida y meritoria tarea.

Tiempo de Museos

Ayer jueves se celebró en toda nuestra Región, y en el mundo todo, la Jornada Mundial de los Museos. Actos, visitas, puertas abiertas, la Dama de Elche en su “ciudad natal” y en Toledo una presentación, la de un libro escrito por alcarreños que trata de Museos, de los Museos, todos, casi doscientos, de la Región castellano-manchega. Un acto que contó con la presencia de la Consejera de Cultura, doña Blanca Calvo, y de muchos directores de museos y caras conocidas de la cultura regional.

El libro, “Museos de Castilla-La Mancha”, ha sido editado por AACHE en nuestra ciudad, y cuenta entre sus autores al conocido investigador José María Ferrer González. Un viaje largo y detallado por los espacios que en nuestra tierra guardan la memoria de las viejas cosas, de los tiempos idos, de los grandes artistas, de las memorias mínimas. Un libro que, después de tenerlo en la mano, suscita lo que pretende: viajar y conocer, adentrarse en el mundo de las piezas únicas, de los grandes cuadros, de las excavaciones arqueológicas o de las rutinas domésticas de un arte popular que aunaba vida y belleza, latido y sonrisa.

Sigüenza, de nuevo abierto

Hace un par de meses abrió sus puertas, tras un largo proceso de remodelación, el Museo de Arte Antiguo de la Diócesis de Sigüenza, situado en el caserón-palacio de los Gamboa en el corazón de la Ciudad Mitrada, frente a la catedral.

Es este el capital Museo de nuestra provincia, en el que ofrece lo mejor del arte que los siglos dejaron disperso por los pueblos, parroquias y lugares de culto. En ellos se dispuso el más fino arte y la teología e historia sagrada dejó sus imágenes mejor talladas, o pintadas, o labradas.

Tiene ahora el Museo seguntino dos pisos, más abiertos y diáfanos que antes. Abajo están las piezas sueltas, como la Sala de las Vírgenes, pequeños retablos y orfebrería, mientras que en la sala superior se encuentran piezas como el gran retablo renacentista de Rienda, el San Elías de Salzillo, y otras más.

Me es imposible ilustrar estas líneas con alguna imagen del contenido del Museo, porque, a pesar de haberle visitado el día siguiente de su inauguración, en “jornada de puertas abiertas” todavía, me fue impedida la realización de fotografías. Este tema de la prohibición de hacer fotografías a las piezas de los Museos en general es algo que debería ser revisado, porque con ello no se ofende a nadie, no se estropean las piezas (siempre que no se use el flash) y no se atenta contra la economía de nadie. El derecho a tener todos, para uso privado, imágenes de lo contenido en los museos, creo que es tan obvio que no debería ser prohibido como ahora lo es en la mayoría de los Museos españoles.

Los Museos que aún faltan

Aunque en el libro que comento y que ha servido de referencia en nuestra Región a la celebración del Día Mundial de los Museos, están todos los que son, y son todos los que están, todavía quedan algunos museos que están por hacer y que son como las asignaturas pendientes de la museística en nuestra provincia. Sin duda que el principal de ellos es el Museo de la Ciudad en Guadalajara, del que desde hace años venimos proponiendo su creación y para el que sin duda existen no sólo piezas y elementos que pudieran darle vida, sino personas y equipos de técnicos y estudiosos que deberían laborar en su puesta en marcha. ¿El lugar para instalarlo? Tiene nuestra ciudad un buen número, todavía, de antiguos edificios en los que podría caber esta idea, pero sin duda el antiguo monasterio de San Francisco sería su marco ideal: evolución histórica de Guadalajara, sus personajes, sus maquetas, documentos, fotos antiguas, cuadros… un lugar más para la cultura y la información serena.

El segundo, y también para la ciudad, sería el Museo Nacional del Automóvil. A nada que nuestras autoridades se movieran, podrían conseguir la creación de ese gran centro que España aún no tiene, y que en muchos otros lugares de Europa maravillan. Cuando visité el Museo Nacional de Alemania en Munich, su sección del Automóvil, me imaginaba lo impresionante que quedaría esa gran muestra de la automoción hispana puesta en una acondicionada “Fábrica de la Hispano-Suiza”

Todavía aquí podría situarse el Museo Regional de Fotografía. La ubicación que se propuso hace años, en la Capilla de Luis de Lucena, hubiera sido muy insuficiente. La Agrupación Fotográfica de Guadalajara, que ahora cumple los cincuenta años de existencia, siempre estuvo dispuesta a la participación en la creación y mantenimiento de este Museo. Me consta que su actual presidente, Santiago Bernal, hizo ofrecimientos a Diputación Provincial y Ayuntamiento de Guadalajara, en este sentido. Pero nunca se ha dado la decisión final, ni aportado el lugar ni el presupuesto reales para ponerlo en marcha.

Y en cualquier lugar de la provincia, pero con preferencia absoluta en Molina de Aragón, el Museo de la Celtiberia. Ese sí que nos lo merecemos. Molina más aún, después del incendio del verano pasado, cuando en los días de la compunción, la Administración estaba dispuesta a dar a esa tierra todo lo que pidiera.

El Museo de la Celtiberia sería la necesaria reunión de las piezas, (las hay a miles, únicas y perfectas) que el marqués de Cerralbo y otros continuadores encontraron en las excavaciones arqueológicas realizadas en Anguita, Aguilar de Anguita, Luzaga, etc y por todos los lugares significativos que en el Señorío de Molina ofrecen restos de los poblados y las necrópolis de los celtíberos. Están muchas de esas piezas guardadas en bolsas de papel (algunas ya rotas) en los sótanos del Museo Arqueológico de Madrid. Proceden de nuestra tierra, y están en Madrid. Si sacáramos a relucir, como lo hacen otros en esta “piel de toro” que nos confunde, la propiedad cultural, la esencia nacional, el derecho a tener voz propia, etc, etc, no habría voluntad que impidiera su “vuelta a casa”.

Apunte

Los Museos de Atienza

En Atienza abren sus puertas cada fin de semana (y en verano cada día) tres Museos nada menos. El más antiguo de los tres, el Museo de la iglesia de San Gil, está dedicado íntegramente al arte antiguo de Atienza. En el contexto arquitectónico del espacio eclesial aparecen cuadros, esculturas, tallas de Cristo y la Virgen, orfebrería, telas, y un largo etcétera de preciosas obras de arte, que dejan atónito al visitante.

El segundo es el de San Bartolomé, que ocupa también el espacio todo de esta maravillosa iglesia románica. Además de la capilla barroca del Santo Cristo de Atienza, talla inigualable del estilo gótico, aparecen más cuadros y esculturas, y una colección de fósiles que es sin duda la más importante de España después de la del Museo de Ciencias Naturales de Madrid.

El tercer Museo atencino es el de la Santísima Trinidad, en el que se han instalado, junto a piezas de la categoría del Cristo del Perdón, de Salvador Carmona,, unas salas dedicadas a piezas y memorias de la Caballada, como el antiguo pendón borbónico, fotografías de Bernal, insignias y documentos.

Barbatona de nuevo

Este domingo próximo, una vez más será Barbatona el destino de miles de peregrinos.

La Marcha multitudinaria que partiendo de Sigüenza se dirigirá, carretera adelante, o a través del pinar, arribará al Santuario para pasar allí un día en la cercanía y protección segura de María, en su advocación de la Salud.

Desde la misma catedral seguntina partirá la Marcha, en cabezada por el Obispo de la Diócesis, don José Sánchez González, rezando durante el trayecto el Rosario. Y la llegada a Barbatona en inmediata celebración de una misa, está prevista para las 11. Esta celebración se hará en la explanada, y en el ofertorio de la Misa presentarán ofrenda y recibirán cirio votivo las parroquias de Santa Teresa de Jesús y María Madre de la Iglesia,  de Azuqueca de Henares, Cogolludo, Uceda, San Nicolás de Guadalajara, Maranchón, Pastrana, Peñalver, Baides y Malaguilla. Además presentarán ofrenda y recibirán cirio votivo las siguientes instituciones: Delegación Diocesana de la Familia, Colegio Episcopal «Sagrada Familia» de Sigüenza, Delegación Diocesana de Catequesis y Comunidad “Sagrada Familia” de Sienes. Finalizará el acto con el canto de la Salve y una procesión, que siempre es emotiva y cargada de fuerza popular, con la imagen de la Virgen de la Salud hasta el Santuario.

Por la tarde se reza el Rosario y tanto a las 6 como a las 7, de nuevo Misa en el interior del templo.

Una tradición que se afianza

Creada en 1965, esta actividad de la Marcha Diocesana a Barbatona se hizo para crear un lazo de unión entre las tierras que formaron tradicionalmente, durante siglos, parte de la diócesis seguntina, y las nuevas que acababan de incorporarse desde otras diócesis fronterizas, como eran la ciudad de Guadalajara y las villas de Brihuega, Uceda, Pastrana y sus correspondientes comarcas, procedentes de Toledo, más Sacedón, Pareja y Alcocer, que procedían de Cuenca.

Esta Marcha, que ahora alcanza su 41 edición, yendo siempre a más, en fieles y en devoción, tiene un sentido mariológico y popular, que viene a demostrar que el cristianismo está vivo, pujante en el corazón y en el sentir cotidiano de muchos. Y que el seguimiento de las enseñanzas de Cristo se fundamenta también en el amor sencillo y entrañable a la mujer que le dio vida en la Tierra: a María que fue además Virgen, tal como el dogma de la Inmaculada Concepción proclamó hace ahora 150 años.

El año pasado se conmemoraba el medio siglo de la coronación Canónica de la imagen de Nuestra Señora de la Salud. En el mes de septiembre de 1955, concretamente el día 8 dedicado a la Natividad de la Virgen, se procedió por parte del Nuncio del Vaticano en España, monseñor Hildebrando Antoniutti, portador de especiales indulgencias del Pontífice Pío XII, a la coronación canónica de la Virgen y su Hijo. Se pusieron entonces sobre sus cabezas sendas coronas de oro, engastadas de pedrería, adquiridas por suscripción popular. Al acto asistieron las primeras autoridades civiles y militares de la provincia en ese momento, y todo el pueblo de Sigüenza y de muchas otras villas y aldeas de los contornos, incluidos pueblos de Soria y Zaragoza, pertenecientes entonces a la Diócesis seguntina. Se editó con ese motivo un amplio folleto, que hoy constituye una preciada rareza bibliográfica, en el que se pusieron imágenes de la jornada, escritos en recuerdo de la aparición de la Virgen, una impresionante poesía de José Antonio Ochaita, y diversas  exhortaciones suscritas por el Obispo, Abad de la Cofradía, cofrades destacados, etc.

Al acto de la Coronación Canónica de la Virgen de Barbatona asistió el referido Nuncio Antoniutti, el Obispo de nuestra diócesis don Pablo Gúrpide Beope, diversos obispos de diócesis fronteras, el entonces ministro del Ejército, Hijo Adoptivo de Sigüenza, el Teniente General Muñoz de Grandes, quien actuó de padrino de la ceremonia, junto a la esposa del entonces Gobernador Civil, el también general don Miguel Moscardó Guzmán. En la procesión y actos acompañaron a la imagen de la Virgen de la Salud muchas otras advocaciones marianas de la diócesis, entre ellas  la Virgen de los Quintanares, la del Robusto, la de Mirabueno, la Mayor de Medinaceli, la Dolorosa de Atienza, la de la Santa Cruz de Conquenzuela… y miles de personas entusiasmadas.

Los exvotos, manifestación de Fe

Para el simple curioso, Barbatona tiene muchos otros valores aparte del eminentemente religioso y cristiano: tiene el valor de la curiosidad etnográfica en sus exvotos. Desde hace siglos, las gentes sencillas (y las adineradas y sabias también, todo el mundo) confiaba a la Virgen de Barbatona sus peticiones de salud y mejoría. Al parecer, durante siglos, fueron numerosos los milagros efectuados por la Virgen, en su entorno de la ermita y a distancia. Comprobados muchos de ellos, dieron lugar a la plasmación en forma de cuadros pintados sobre tablas, en los que se hacía referencia escrita a la persona sujeto del milagro, su oficio, el tipo de enfermedad y la rapidez y totalidad de su curación. Los más pobres, decidían dejar en los muros del templo una nota, o un exvoto en forma de órgano (el afectado, el sanado) de cera, o el elemento que habían llevado anejo a la enfermedad durante años. Así se llenaron los muros de Barbatona de muletas, de pies de cera, de capas y uniformes, de fotografías, de escritos, de velos….. poner un exvoto pintado por un artista, representando a la persona sanada, a su familia, a los eclesiásticos colaboradores y a los médicos asombrados, era caro, y no todo el mundo lo podía hacer. Pero se pusieron muchísimos.

Hace cincuenta años, cuando la coronación canónica de la Virgen, eran miles los exvotos que colgaban de los muros, y cientos los cuadros con escenas milagrosas y milagros cumplidos que los adornaban. En reformas posteriores, se fueron retirando unas y otras piezas, hasta quedar hoy reducidas a mínimas representaciones, y a un abultado conjunto de lápidas que no dejan de ser emotivas, pero bastante más aburridas que los antiguos exvotos.

Fue hace unos 30 años que la profesora de la Universidad de Alcalá doña Eulalia Castellote Herrero, inició el estudio de ese conjunto de exvotos, como manifestación polimorfa de la religiosidad popular, fotografiando todos los cuadros que entonces existían, casi medio centenar. Y con ese estudio y esas fotografías completó un impresionante libro que recientemente nos ha ofrecido cuajado de belleza y sabiduría. Porque constituye un catálogo completo de los milagros pintados, y porque aúna en ellos (la mayoría desaparecidos) el rito del milagro, de la súplica, del agradecimiento.

En el estudio de la profesora Castellote se muestran las imágenes, a todo color, de los exvotos que se conservaban hace cincuenta años, y de cada uno de ellos el estudio iconográfico y estilístico. Se da cuenta de las formas en que la Virgen aparece en ellos, los enfermos/as, de qué padecen, qué piden, cómo lo agradecen, y quienes están junto a ellos: esposos/as, hijos, curas y médicos, estos últimos siempre vestidos de chaqué y chistera. Un mundo vivo y palpitante que se nos viene a los ojos en estas páginas sorprendentes.

La autora identifica a un total de cinco artistas populares, sin nombre propio, pero con estilos muy definidos, que deberían haber pasado (hoy lo hubieran hecho sin duda) a los anales de la historia artística provincial. Solo uno de ellos, un tal “Soriano” que pintó en 1814 el techo del camarín de la Virgen, con la escena de un milagro que esta obró en el asedio de la ciudad de Sigüenza por los franceses, es el que deja su nombre para la posteridad.

Es este tema de los exvotos pictóricos algo que nos llega demasiado tarde en su apreciación y estudio. Hubo muchos otros de estos elementos en santuarios marianos como los de la Virgen de la Hoz en Molina, la de la Granja en Yunquera, o la del Peral de la Dulzura en Budia. Casi nada queda de ellos en los lugares de origen: sí en los comercios de antigüedades y en las casas de los coleccionistas, que se los fueron llevando poco a poco. Pero nunca es tarde si la dicha llega, y ahora, en este luminoso día de Marcha a Barbatona, llega esta memoria de exvotos y colores, este estudio que nos devuelve en gran modo la devoción y la emoción por estas pequeñas cosas de nuestra historia compartida.

Viejos usos de la Alcarria

La llegada de la primavera, y con ella de la Feria del Libro, ha dado paso a la aparición de una obra que nos cuenta con todo detalle la forma de ser de nuestros pasados, especialmente la forma de hacer cosas para poder vivir con ellas: la artesanía, que tiene varias definiciones, encaja en nuestra tierra con una de ellas: la tarea de hacer instrumentos con los que sobrevivir, trabajar, divertirse y adornarse. Esa es la artesanía tradicional de Guadalajara, que en sus mil vertientes ha estudiado, y recogido en su libro, la profesora Eulalia Castellote Herrero.

En estos días resurge, en la Concordia, la Feria Provincial de la Artesanía. Y allí se van nuestros pasos y nuestros ojos a ver maravillas salidas de la paciencia de unas manos, del ingenio de una cabeza. Pero en el Jardinillo se alza de nuevo el telón de la Feria del Libro, y también allí, quizás con más profusión, surgen las maravillas y las propuestas. Una de ellas, en forma de memoria y repaso a los fundamentos históricos de esa Artesanía que, afortunadamente, y aunque en Feria, sigue viva.

Empedrados y juguetes

El arte popular tuvo en nuestra tierra muchas manifestaciones. A mí especialmente me ha gustado la belleza que los empedradores de Molina pusieron, sobre todo en el siglo XIX, para lustrar los suelos de casas, iglesias, y aún de calles enteras. No se me olvidará nunca, y eso que pasé por allí hace muchos años, y supongo que ya habrá desaparecido por completo, el empedrado valiente, titánico y tan hermoso que usaba la calle mayor, empinada, de Adobes, en el Señorío molinés.

También recuerdo, y hasta pongo junto a estas líneas una foto que hice en 1964, el empedrado vibrante, multicolor, del atrio de la iglesia de Codes, hecho con lajas de piedras brillantes, duro y solemne. Y muchos otros, como el que había en el zaguán del caserón del Esquileo, en la capital molinesa, supongo que también desaparecido. Es curioso cómo los nuevos tiempos, que en teoría van a favor del pueblo, y de la gente común, arremeten contra todo lo que esta gente hizo con mimo siglos antes. Y así es muy difícil encontrar ya estos empedrados, como los que Eulalia Castellote recoge en su libro en forma de dibujo, de una casona de Maranchón.

Los empedradores llevaban todo su taller a cuestas: el martillo, el mazo, varias cuerdas (para usarlas como compás)… trazaban sobre el suelo un dibujo e iban colocando las piedras, rellenando los huecos con arena fina y luego todo se compactaba con las pisadas de humanos y animales. En los dibujos solían aparecer las iniciales del dueño de la casa, motivos florales o geométricos, y cruces y anagramas sacros en los atrios. Se aunaba, como dice la profesora Castellote, “lo bello y lo útil”, dando como resultado algo que era práctico (una casa a la que se entraba sobre un pavimento de piedra brillante, era una casa siempre limpia) y al mismo tiempo personal, bello y único. Un orgullo. Eso nos da señal de la dimensión de lo humano, del valor que el tiempo y el trabajo tenía antiguamente, del goce que estaba en un radio pequeño en torno a la casa, a la tarea, a los amigos.

La artesanía del juguete es especialmente curiosa. Los padres eran quienes hacían los juguetes a los hijos. Con pequeños saquitos de tela, se hacían muñecas. Se les estrangulaba con un cordón y arriba quedaba la cabeza. Se le pintaban los ojos, la nariz y la boca. Se le cosían a los lados unas manos, se añadía una cofia, se plantaban unos piececillos…. y las niñas soñaban que eso eran seres vivos, sus hijos, y jugaban, y cantaban. Los padres hacían también pirindolas y piribuses, más diábolos y yo-yos, para las chicas, o trompos para los chicos, que a su vez afinaban las puntas, los pintaban de colores, y pasaban la tarde entera haciéndolos girar sobre las losas de la plaza. Otros juguetes, hechos todos en la comunidad rural, eran los bolos, las tabas limpias, la imaginación siempre.

Cuando hoy veo que las niñas llevan muñecos que hablan, orinan y hacen mil cosas más…. o los chicos, los niños muy niños, llevan ametralladoras de plástico, mueven a monstruos que tratan de destruir a los que lleva su amigo, se montan en coches eléctricos que les llevan cien metros más allá sin necesidad de mover las piernas…. estoy viendo la evolución del ser humano en poco más de otro siglo: la atrofia de los músculos y, sobre todo, del cerebro, está cantada.

Porque la imaginación no se estimula. Al menos nos quedan los cuentos, y los cuentistas, y el Maratón de Guadalajara, que junto a la plaza de la Jemáa el Fna, de Marrakech, declarada “patrimonio oral de la Humanidad”, son los lugares donde existe la artesanía de la palabra, donde se usa para evocar, para ayudar a soñar, para animar a pensar… hoy estamos acostumbrados a la noticia (la realidad masticada), a la descripción precisa, a la clase, todo muy formativo, muy fraguado. Pero nadie te da dos palabras y te dice “piensa ahora, tú, por tu cuenta”. A los que mandan les asusta que la gente piense por su cuenta: prefieren dárselo todo pensado. Y a la gente, al final, esto es lo que más le gusta. Por eso creo que la artesanía de la palabra existe y debería ser, también, como la otra, la del barro y los mimbres, estimulada. 

Chocolateros y boteros

La obra de Eulalia Castellote, que fue en su día una Tesis Doctoral calificada con la nota máxima, nos habla de esa artesanía “para la vida” que se hacía en la Guadalajara de hace medio siglo. Los caramelos y dulces, los cacharros de hojalata, la profesión albardera (hace unas semanas ha caído la última albardería que nos quedaba en Guada, la de Montes, en la Cruz Verde) el cultivo de la miel, la producción de carbón, la extracción de resina en los pinares y de la miera en los fríos páramos donde sólo la sabina y el enebro crecían, y de sus raíces los de Huertapelayo sacaban la miera  y la vendían por el mundo adelante… algunos se hicieron millonarios, pero la mayoría se quedaron viendo cómo lo único que movía, y cada día mueve más el mundo, es la gasolina, el “crudo” que nos va a poner la vida “muy cruda”.

Los chocolateros marcaron también una suculenta etapa de nuestras vidas. El cacao que primero venía de América (Caracas, Guayaquil…) y luego de Guinea, tenía en nuestra tierra grandes artesanos que lo ponían suculento en las bocas de sus afectos. Las últimas chocolateras fueron las de Brihuega, Maranchón, Guadalajara, Molina, Sigüenza y Sacedón. En Molina de Aragón llegó a haber tres fábricas, que regentaban, en plan familiar, los Iturbe, los Martínez y los Juana. Que pusieron a sus chocolates respectivamente los nombres de “La Cadena”, “Igual” y “Juana”, y que los vendían en tabletas y en polvo para hacer, a la francesa (con agua) o a la española (con leche)… en Brihuega hubo también afamada productora, la de los Ballesteros, que usaban el gran molino de rueda hidráulica que aún se ve en las afueras del pueblo.

Y de los boteros, ¿decimos algo? De los curtidores, que en Budia llegaron a ser legión, con una industria que dominó el mercado de Madrid durante el siglo XVIII, y que hasta después de la guerra siguió viva, como las de Mondéjar y Cogolludo. Los cordobanes que de allí salían, las pieles curtidas, los grandes botos para el vino…. todo se hacía en tenerías que ocupaban los alrededores de los pueblos, usando aquellos instrumentos de sonoras voces: el fuelle, las guadañas, las mordazas, los palillos de costuras, las tijeras y los bancos… la botana, los piezgos, el escarnado con dalla, la recogida de los pellejos, los golpes de sobón, el baile sobre los cueros…

Me perdonará el lector, pero termino emocionándome con esa cascada de memorias, de sonidos, de actividades. El mundo era, hace tiempo, más complejo y variado, más dinámico, estaban nuestros pueblos llenos de gentes sabias y honestas, de artesanos únicos, de herencias en saber y misterios. Eso es lo que he querido recordar, tan deprisa como un artículo breve, tan adentro como un verso trabajado.

Apunte

El libro de las Artesanías

La profesora alcarreña Eulalia Castellote Herrero ha escrito el libro “Artesanías Tradicionales de Guadalajara”, que ofrece en sus 576 páginas, el estudio de 16 artesanías, algunas tan variopintas como lo que caben en “Arte Popular” y otras tan profusas y antiguas como los “Tejidos”. Lo ha editado AACHE que lo ha puesto como número 59 en su Colección de libros “Tierra de Guadalajara”, permitiendo así a cuantos estén interesados en recordar, o aprender, cómo se hacían las cosas que usaban nuestros abuelos, que sepan técnicas, palabras y detalles de este venero de tradición e historia viva y popular.