Lupiana, una joya tan cerca

viernes, 31 marzo 2006 1 Por Herrera Casado

A tan solo 10 minutos desde Cuatro Caminos, está el monasterio de Lupiana, un conjunto que es monumento nacional desde hace décadas, y que atrae a muchos viajeros como meta de su interés por contemplar las obras arquitectónicas fundamentales del arte español.

El claustro grande del monasterio de San Bartolomé de Lupiana, cabeza de la orden jerónima durante siglos, es una de las joyas artísticas de esta provincia, y sigue siendo muy visitada por viajeros llegados de lejos. Lástima que los alcarreños, que lo tenemos a solo 10 minutos de casa, sigamos yendo tan poco a verlo.

Un viaje rápido y a tiempo

Subiendo la cuesta de la carretera de Cuenca y Estación del AVE, llaneando un poco por la meseta, enseguida aparece a la izquierda el desvío a Lupiana. Otra recta de poco más de un kilómetro y ya entramos en la vaguada de olivos y zarzas que nos llevará, de un lado al pueblo (encantador en su hondonada) de Lupiana, y de otro lado al monasterio de San Bartolomé, puesto en el borde de la meseta, altivo en sus torres y edificaciones, oteando el horizonte de bosques.

Al penetrar por la avenida de centenarios chopos y altos cipreses que a tantos viajeros, incluso a reyes, llevaron hace siglos a este monasterio, nos embarga una emoción incontenida: es emocionante pasear por un lugar tan silencioso y espectacular, cuajadas las cunetas de arboledas frondosas, encontrando al final la silueta de una iglesia monumental, que en cierto modo recuerda al Escorial, con su torre de piedra, sus muros de piedra gris, tilos y sequoyas, en un lugar donde aún suena el manantial de la Fuente de las Palomas, y tras un recoveco se accede al patio de entrada.

Es de destacar que solamente los lunes por la mañana se puede visitar este monasterio. Es de propiedad particular, desde que en 1835 lo adquiriera el Sr. Páez Xaramillo cuando fueron expulsados los monjes jerónimos. Hoy se dedica a residencia de sus propietarios, y a la celebración de banquetes de bodas. Pero la simple visita de turista, un lunes por la mañana, compensa del viaje y el tiempo empleado.

Memoria de los jerónimos

La Orden de San Jerónimo se fundó a finales del siglo XIV por unos cuantos hidalgos alcarreños. Los Pecha fundamentalmente fueron los promotores de este empuje espiritual, que cuajó en 1373 con la concesión de la Bula papal que establecía la regla, uniformes y propiedades de esta orden. Aquí nacida, como eremitorios humildes, y luego crecida en edificios que se levantaron por toda España y América. La orden religiosa más hispánica, cuya casa madre fue Lupiana, y en ella residió siempre el General, y con casas aún más poderosas y bellas, como El Escorial, Guadalupe, San Jerónimo de Granada, o los jerónimos de Lisboa, cuajó de individuos sabios y al tiempo poderosos, puesto que eran consejeros de Felipe II, profesores de Universidad, compositores e intérpretes de música clásica, etc. Disuelta por Mendizábal la orden, sus edificios fueron vendidos o utilizados por otras órdenes, como ocurrió con El Escorial (que lo tomaron los agustinos) o Guadalupe (para los franciscanos). Años después, a finales del siglo XIX, volvió a renacer la orden, y hoy la componen poco más de dos docenas de monjes, teniendo su casa madre en El Parral de Segovia.

La joya de San Bartolomé

En San Bartolomé de Lupiana, como casa madre de la Orden, se puso un edificio de lo mejor que el arte permitía. Apoyados por los arzobispos toledanos, los Mendoza alcarreños y los monarcas hispanos, con muchas propiedades y mucho dinero encargaron la construcción del conjunto a los mejores arquitectos. Así, la iglesia, de comienzos del siglo XVII, fue debida a arquitectos castellanos, y el claustro mayor, lo diseñó y dirigió, y aún talló capiteles de su propia mano, el arquitecto toledano Alonso de Covarrubias.

Este claustro, que hoy sorprende y emociona a quien lo visita, es una edificación que define el arte de la arquitectura renacentista. Es su cánon y espejo. En 1535 recibió Covarrubias el encargo de diseñarlo, y poco después Hernando de Arenas como maestro de obras y otros artesanos lo ejecutaron en el espacio de unos 3 años.

Es de planta rectangular, y suponía para Covarrubias el reto de construir un nuevo claustro sobre el antiguo preexistente, con unas dimensiones preestablecidas y forzadas. Ofrece cuatro pandas, dos de ellas más alargadas, y dos alturas, excepto en la panda norte donde aparecen tres alturas. La estructura es de arcos de medio punto en la galería inferior; de arcos mixtilíneos en la galería superior, y de arquitrabe recto ó adintelada la tercera, con zapatas muy ricamente talladas. Todas las galerías se protegen con un antepecho, que en el caso de la inferior es de balaustres, y en la superior ofrece una calada combinación de formas de tradición gótica. Las techumbres de este claustro, originales del siglo XVI, ofrecen un artesonado de madera con viguetas finas, todo muy finamente tallado. En el espacio central del claustro aparece una fuente, arrayanes de boj y algunas estatuas puestas por la actual propiedad, procedentes de la iglesia.

La decoración de este claustro jerónimo es plenamente renacentista, y tan característica de Alonso de Covarrubias, que si no existieran los documentos que prueban su autoría, esta le sería atribuída sin ninguna duda. Abundan sobre los arcos, tanto en su paramento externo, como en el intradós de los mismos, los detalles de ovas y rosetas, las acanaladuras continuas, y en los espacios vacíos surgen con profusión los tondos, que muestran nuevamente rosetas, escudos de la Orden jerónima (el león bajo el capelo) e imágenes especialmente delicadas en su trazo, y que en número de cinco aparecen en la parte interna de la panda del norte: San Pablo, San Jerónimo, Santa María Virgen, San Bartolomé y San Pedro.

Los capiteles son también muy ricos y deliciosamente tallados, acusando la mano personal de Covarrubias especialmente los de la panda norte. Los hay que muestran cabezas de carneros, grifos, calaveras y pequeños «putti» que juegan con cintas y cajas. También algunos angelillos y muestras muy diversas de vegetación. Es este, en definitiva, un lugar al que es obligado acudir, mirar, fotografiar y disfrutar de sus proporciones y decoración, en cualquier momento que se piense hacer una excursión, por corta y momentánea que sea, cerca de Guadalajara.

Los medallones de Lupiana

En la panda norte del claustro, y como enjutas interiores de sus arcos, aparecen cinco medallones en los que pocos visitantes reparan, pero que tienen una fuerza, expresión y belleza que conviene resaltar, para que sean mirados. Aparecen en las fotos adjuntas a este reportaje, y son, por este orden, de izquierda a derecha, dedicados a San Pablo, San Jerónimo, la Virgen María, San Bartolomé y San Pedro. En esa sucesión, que como se ve no está hecha al azar, aparecen los dos pilares de la Iglesia (San Pedro y San Pablo, aquel con las llaves y este con la espada y un largo pelo), el personaje clave de la Orden (San Jerónimo fundador, revestido de Cardenal) y el titular del monasterio (el apóstol San Bartolomé, con su atributo de martirio, una gran sierra), teniendo en el centro un tondo exquisito de María Virgen tallada al estilo rafaelesco.

Aún podríamos añadir a esta relación y museo vivo de medallones de Lupiana, el que aparece en otra enjuta, pero exterior, de esa panda norte: es el emblema heráldico de la orden jerónima, un león (aquel que manso le permitió a San Jerónimo que le arrancara de su pezuña una espina que se le había clavado) sobre campo italiano y con un gran sombrero plano propio de cardenal como timbre de todo el emblema. Todo ello tallado con limpieza sobre la dorada piedra de Tamajón con que está hecho este impresionante claustro.