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febrero, 2006:

La Torre de Aragón, valiente y nueva

Hoy mismo, viernes, 24 de febrero de 2006, por la mañana, ha tenido lugar la solemne inauguración de los trabajos de restauración de la gran “Torre de Aragón” de Molina, uno de los edificios más impresionantes y emblemáticos de nuestra provincia. Que representan con su silueta y la historia que contienen, buena parte del pretérito discurrir de nuestra tierra.

A la inauguración ha asistido la Consejera de Cultura del gobierno regional, doña Blanca Calvo, y el alcalde de la ciudad, don Pedro Herranz, así como representantes de la entidad financiera Ibercaja, que ha corrido con el costo total de la obra, y responsables técnicos de la restauración, entre ellos don Carlos Clemente San Román, arquitecto conservador del patrimonio monumental de la Universidad de Alcalá.

Aunque la Torre de Aragón está en lo más alto de Molina, batida de todos los vientos, y sometida a unas temperaturas siempre frescas, por no decir gélidas en estas épocas invernales, el calor que emanaba la alegría de los circunstantes a punto estuvo de derretir las piedras. No era para menos: se conseguía dar un giro de ciento ochenta grados en el devenir de este monumento, de parar su progresiva ruina, y de abrir un cauce de dinamización, a través del cual no solo la Torre de Aragón volverá a la vida, sino que ella arrastrará la revitalización del castillo entero, y de la población molinesa. Seguro.

Cara meridional de la Torre de Aragón, como remate y torre albarran del castillo de Molina.

Un monumento capital

La Torre de Aragón es uno de los edificios más altos que se levantan en la Edad Media castellana. Nada menos que 30 metros mide desde el nivel del suelo, hasta la terraza. Diecisiete hombres altos, uno encima de otro, equivaldrían a esa altura. Con los sistemas de ataque practicados en la época de su construcción, aquel bastión era inexpugnable. Y, en efecto, a pesar de diversas batallas y ataques sufridos, nunca ningún ejército pudo conquistar la Torre de Aragón.

Es el núcleo del que surge el castillo molinés. Fue construida, (muy posiblemente sobre un primitivo castro celtíbero, dominante del valle del río Gallo) por los árabes, que en ella fundamentaron la esencia de un reino taifa, de los pequeños, sí, pero con su personalidad propia. A mediados del siglo XI, cuando el Cid Campeador pasa por aquellas alturas, en su camino desde Burgos hacia Valencia, le recibe Abengalbón, rey moro de Molina, y le alberga en su castillo-palacio. Muy posiblemente en esta misma torre.

Tras la reconquista del territorio, por parte del rey aragonés Alfonso I el Batallador, y de su paso a pertenencia de la familia Lara, que aquí fundamentan su señorío, en la primera mitad del siglo XII, esta torre sería reconstruida. En los trabajos actuales de restauración, se han encontrado las basamentas de la primitiva defensa árabe, y se ha evidenciado que sobre sus ruinas, y aprovechando los restos de su derrumbe, don Manrique de Lara levantó el nuevo complejo, que ya sería definitivo.

Si esta Torre de Aragón tiene una corta serie de protagonistas (el rey moro Abengalbón, el conde don Manrique de Lara, el general francés Suchet, el general carlista Cabrera…) hoy añade a ella un nombre sin connotación guerrera alguna: más bien un pacifista que ha puesto todo su empeño en devolver la forma y el empaque a la Torre. Es Pedro Herranz Hernández, actual alcalde de Molina, y persona de entereza y convicciones, admirable. Un ejemplo de político que marcará, con su estilo propio de hacer las cosas, toda una época.

El castillo molinés

Molina de Aragón, la capital del Señorío, está presidida por uno de los castillos más hermosos y ge­nialmente dispuestos del país. El relato de su historia es el relato de la de sus señores y vasallos. Desde que a comienzos del siglo XII creó el Señorío molinés don Manrique de Lara, dando Fuero al pueblo y tierras de su contorno, comenzaron a levantarse murallas, torres y al­menas, como expresión máxima de un poder sobre la tierra en torno.

Don Manrique fue quien, aprovechando el viejo y decrépito alcázar árabe, que solo consistiría en una precaria torre situada en lo más alta del cerro, rodeada de pobres construcciones desvencijadas, comenzó a levantar la fortaleza, que es, por tanto, de construcción totalmente cristiana y occi­dental. A pesar de su aspecto arabizante y alcazareño, el castillo de Molina de Aragón es concepto y masa nacida de manos castellanas.

Lo lógico es que fuera primeramente levantada la hoy protagonista torre de Aragón, que es el bastión que corona la ladera norte del pueblo, y que, asomándose hacia la cuenca del Jalón lejano, domina amplísimas extensio­nes de terreno. Probablemente fuera el rey don Ramiro de Aragón quien iniciara esta construcción, con idea de fortificar y dominar el paso de su reino al de Castilla, pues sólo con ese edificio bastaba para sus fines. Pero con seguridad sería el primer conde, don Manrique, y desde el momento -año 1129- de su asentamiento defini­tivo como señor de Molina, comenzó a levantar torres y murallas.

Sus descendientes, los condes don Pedro, don Gonzalo y doña Blanca, se dedicaron a reforzarlo e ir completando detalles. Esta última, quinta en la lista de los señores molineses, puso su energía bien patente en mu­chas actividades de la ciudad del Gallo. Fundó templos y construyó mo­nasterios. Peleó cuando hizo falta y no cejó en la tarea de engrandecer a Molina y su territorio por todos los medios a su alcance.

Datos y detalles de la Torre de Aragón

El elemento superior de la fortaleza, la torre de Aragón, auténtica torre albarrana de este alcázar, fortín singular por sí mismo, es lo más antiguo de todo el castillo. De planta pentagonal, apuntada hacia el norte, guarda tres altos pisos unidos por escalera y coronados por terraza almenada. Se rodea por un recinto externo de alto murallón, y se comunicaba con el castillo por una sinuosa coracha o túnel, ya hundido y hoy con visos de trinchera. La silueta inmensa, coloreada de rojizos sillares en cada una de sus múltiples esquinas, de este alcázar medieval, es un estandarte magnífico que puede llevar la tierra molinesa como explicativo de su historia.

Su capacidad defensiva es pareja a la función de vigía. Es curioso señalar que su planta pentagonal no se corresponde con su interior, que tiene cuatro paredes. Esto significa que el fragmento de torre que mira al norte-nordeste, el que apunta hacia Aragón, y que está peor defendido por tener frente a sí las llanuras de la Sexma del Campo, está construido en forma de proa, muy macizado y por lo tanto resistente a los bombardeos.

Lo torre, hoy convertida en “Centro de Interpretación” del conjunto de la alcazaba, se rodea de un alto muro que la convertía en “donjon” de estilo francés, esto es, un castillo independiente, todo él “torre de homenaje”, recinto único. Se penetra a ese recinto interior, que puede recorrerse en todo su trazado, descubriendo además elementos aparecidos durante la restauración: niveles salvados mediante escaleras de piedra, subida al adarve almenado, horno para cristal, acequias talladas y otros curiosos detalles que nos hablan claramente de la historia de la torre, en la que fueron protagonistas los Lara, pero que también sufrió avatares durante las guerras fronterizas con Aragón, en la Guerra de la Independencia, que fue ocupada por el ejército de Napoleón, y en las guerras carlistas. Se salvó de milagro de su derrumbe total, para el que ya había daod autorización la reina Isabel II.

El interior, al que se accede hoy por su auténtico portón de entrada, aunque en épocas de guerra solo podía entrarse a través del orificio abierto en el primer piso, por medio de escalas móviles de mano, es un delirio espacial, por el asciende, entramada en madera, la escalera que con sus 78 escalones nos permite subir a la terraza, y entre las almenas puntiagudas mirar allá abajo, como en una miniatura o maqueta, el auténtico castillo, la ciudad entera, los caminos y calles, el río, los montes lejanos, otros castillos en la bruma del horizonte (Zafra, Peracense), y el verdor oscuro del Alto Tajo, todo al Sur.

Un folleto explicativo

Un sencillo pero bien trazado folleto de 32 páginas, titulado “La Torre de Aragón, centro de interpretación del castillo de Molina de Aragón”, nos sirve a partir de hoy como guía certero para descubrir este monumento. Su historia primero, su descripción después, sazonada con mil y un detalles de curiosidades y sorpresas, más la oferta de admirar una tierra inmensa y rica desde lo más alto de sus almenas, es lo que nos cae en las manos si accedemos a él.

Está escrito íntegramente por Pedro Herranz, actual alcalde de la ciudad de Molina, e ilustrado con fotografías de ZENZA. Con un lenguaje amable y cercano, casi coloquial, el autor nos va dando razón de los porqués de esta gigantesca construcción: en sus páginas explica cómo llegar, por donde entrar, lo que hay que ver, como era y como es la entrada, la escalera interior, la terraza almenada, lo que se ve desde arriba… en definitiva, un inestimable compañero de viaje para empezar a conocer tamaña tierra: la de Molina.

La Fábrica de la Hispano-Suiza, un monumento por los suelos

La fábrica de la Hispano-Suiza, que a principios del siglo XX fue exponente de la industria española que se dinamizó a partir de la necesidades bélicas contra Marruecos (es que tuvimos una guerra contra Marruecos, y dura de verdad, con muchos muertos, por si a alguien se le ha olvidado) se construyó en Guadalajara, sirviendo para dinamizar a la sociedad arriacense, con muchos puestos de trabajo, muchos ingenieros, muchas visitas reales, y mucho movimiento económico, que falta le estaba haciendo.

Entre otras cosas, esa fábrica produjo motores de avión, coches de lujo, y autobuses. Se levantó un complejo fabril de envergadura, se dio empleo a muchísimos parados, y su imagen y su fama recorrieron de punta a cabo la península ibérica. Hoy sigue existiendo, su edificio solamente, en ruinas completas, y parece ser que la solución que se le da a tan triste final es ignorarlo. La técnica del avestruz, que esconde la cabeza bajo el ala, y el peligro desaparece.

El edificio de la Fábrica "Hispano-Suiza" de automóviles, en Guadalajara, tal como se veía en 1970.

Una lamentable realidad

Hace poco más de seis meses, el verano pasado, una tarde de rabioso calor y brillante luz estratosférica, se alzó una columna de humo negro, denso, amenazante, sobre la ciudad de Guadalajara. Casi nadie se enteró, porque la mayoría de sus habitantes dormían la siesta. Los bomberos sí se enteraron, porque tuvieron que bajar a toda prisa, como siempre, a apagar un espectacular incendio que se había declarado en la fábrica de la Hispano-Suiza. Al día siguiente, escuetas notas de prensa emanadas de la central de bomberos, dieron cuenta que se había producido la combustión de un gran montón de ruedas de caucho que los habitantes de los derruidos edificios de la Hispano-Suiza almacenaban en ellos. Se apagó rápidamente, y punto.

Aquello fue un acontecimiento, breve e intenso, que puso en evidencia, una vez más, el abandono en que está aquel conjunto de edificios que forman parte de la historia y el patrimonio de Guadalajara, y del que nadie habla, porque de él no se pueden sacar conclusiones victoriosas y optimistas.

Personalmente, creo que no hay más remedio que alzar la voz, todo lo fuerte que esta página me deje, en favor de la antigua Fábrica de la Hispano-Suiza en Guadalajara, ese lugar que, con una extensión de un millón de metros cuadrados, se alza a la derecha del río y del ferrocarril, en la parte baja de la ciudad, en la carretera a Marchamalo, a la entrada del Polígono de las industrias pesadas. Y voy a hacerlo con el mismo texto que publiqué hace once años es este periódico. Para que quien sepa leer, entienda que a pesar de las apariencias, en esta ciudad quedan todavía muchas asignaturas pendientes para hacerla, de verdad, culta, moderna y próspera.

La situación actual

Bajar hoy (cualquiera puede hacerlo, incluso andando, sólo hay que cruzar por la carretera de Marchamalo el puente sobre la vía férrea) hasta *la Hispano+, es una propuesta de escalofrío. Medio borrada por la mancha densa de los castaños que le han crecido sin tacha delante, la fachada de ladrillo y piedra de este edificio industrial tiene todavía el empaque de un monumento que en silencio pide atención y cariño. En el frontispicio se ve el título de la Fábrica, y sobre él se alza medio borrado el escudo de España. Entornando los ojos puede aún verse a S.M. el Rey Alfonso XIII, bigotudo y marcial, rodeado de señoras con mantilla, diputados con levita y chiquillería con gorrito de visera, subiéndose al primer coche producido en esta fábrica, un flamante Hispano-Guadalajara, blanco y brillante, potente y asombroso, que poco después sería solicitado por príncipes y magnates (el príncipe de Mónaco no quería otra marca que esta). El recuerdo se quedó plasmado en las fotos de Goñi, y en la memoria de algunos que, hoy ya tan viejos, casi la han perdido.

La realidad, abriendo los ojos del todo, es muy distinta. Las puertas, las ventanas, los tejados, todo ha desaparecido. Dentro viven gentes varias. Delante se han hecho con cuerdas y alambres una especie de corrales donde guardan caballejos y algún burro. Furgonetas en mediano uso, muebles rescatados de derribos, bicicletas recompuestas, pirámides de palés y una alegría faraónica lo puebla todo. Es difícil acercarse más de cien metros de la panorámica, porque puede haber bronca. Dentro, ni se sabe. Eso es todo. Eso es, hoy por hoy, la Fábrica de automóviles, motores de avión y material de guerra de la Hispano-Suiza de Guadalajara. Una pena.

La Fábrica de la Hispano-Suiza de Guadalajara

En el año 1916, el Consejo de Administración de La Hispano‑Suiza de Barcelona decidió iniciar el estudio de un proyecto para el establecimiento de una nueva factoría o taller‑sucursal a situar en alguna localidad del centro de España, cercana a Madrid, al objeto de acercarse con mayores posibilidades al núcleo del poder del Estado.

El estudio recomendó el emplazamiento de la nueva fábrica en Guadalajara, por lo que el consejo de administración contrató terrenos de una superficie de un millón de metros cuadrados, cercanos a la vía del ferrocarril, con objeto de que esta pudiera derivarse hacia el interior de la nueva factoría. En 1917 se formó La Hispano, la *Fábrica nacional de automóviles, aeroplanos y material de guerra+, entidad que en adelante fue más conocida por el simple nombre de La Hispano‑Guadalajara. En un comienzo se desarrolló con independencia de la fábrica de Barcelona, funcionando así hasta 1923, momento en que, por problemas financieros y de organización, la fábrica catalana se vio obligada a intervenir para reorganizarla, siendo entonces adquirida su totalidad por La Hispano‑Suiza. La fábrica de Guadalajara fue dirigida, primero, por don Juan Antonio Hernández Núñez y luego por don Ricardo Goritre Bejarano, ambos prestigiosos ingenieros militares. Es más, el proyecto de la fábrica en su conjunto, presentado al Ayuntamiento de Guadalajara con fecha de 1917, y hoy conservado en el Archivo Histórico Municipal en el legajo 772, fue redactado en su totalidad por el Sr. Goritre.

En la fábrica de la Hispano‑Guadalajara se produjeron camiones para finalidades militares, destinadas al servicio del Ejército español en Marruecos, así como camionetas para servicios civiles, de 15/20; 30/40 y 40/50 CV, capaces para un tonelaje comprendido entre los 1.500 y los 5.000 kilos de carga útil. También se fabricaron autobuses (ómnibus los llamaban) con capacidad de 14 a 40 viajeros, vehículos que, al igual que los fabricados por La Hispano‑Suiza de Barcelona estaban muy bien estudiados, tenían una robustez proverbial y eran considerados muy aptos para satisfacer las necesidades de los servicios mineros, municipales y demás obras públicas y oficiales. La firma de Guadalajara fue durante varios años, la proveedora de material de transporte para la distribución de los productos de la Compañía Arrendataria del Monopolio de Petróleos, S. A. (la CAMPSA) para la cual construyó gran cantidad de camiones­-cubas de 5.000 litros de capacidad.

También se fabricaron en Guadalajara coches de turismo. El más popular fue un modelo ligero de 8/10 CV, comenzado a fabricar en 1918. Su nombre oficial era LA HISPANO, y en ese año se matriculó en Baleares, con el número de matrícula PM‑147, uno de estos ejemplares que es posiblemente el único que queda hoy vivo y todavía funcionando, y cuya fotografía acompaña estas líneas.

En la Fábrica de La Hispano-Suiza de Guadalajara se construyeron también pequeños aviones, algunos de cuyos prototipos fueron exhibidos en la Exposición Hispano‑Americana de Sevilla en 1929. Antes de la Guerra Civil, la fábrica alcarreña sufrió problemas económicos graves, muchos de ellos repercutiendo sobre los obreros de la misma, siempre numerosos. En 1935 pasó a ser propiedad de la FIAT de Italia, fabricándose a partir de ese momento el modelo 514, de cuatro cilindros, de 67 x 102, de 1.438 c.c. y 3.400 revoluciones por minuto, coche de turismo que fue conocido por la marca FIAT‑HISPANIA, modelo que llegó a tener una gran aceptación y se fabricó en grandes cantidades.

Durante la Guerra Civil española de 1936-39, todas las instalaciones de la fábrica de la Hispano-Suiza de Guadalajara fueron abandonadas, y la sociedad liquidada: la fabrica­ción de automóviles y camiones se extinguió por completo y la sección de aeronáutica fue trasladada a Sevilla, donde en lo sucesivo se conoció como HISPANO-AVIACION. Ocurrió así que la gran empresa que a principios de siglo fundaran en Barcelona los catalanes Damián Mateu Bisa y Francisco Seix junto al ingeniero suizo Marcos Birkigt, y que tantos motivos de gloria dio a la industria española y a la alcarreña en particular, pasó al recuerdo y a la historia.

Pocos recuerdos quedan ya hoy en Guadalajara de un pasado que, en realidad, es tan reciente. El nombre del fundador de la Hispano-Aircraft, don Francisco Aritio, quedó al menos para denominar la nueva calle que desde la Fábrica de la Hispano-Suiza iba hasta la estación del ferrocarril. En aquel barrio, en aquella calle que a menudo se inundaba con las crecidas del río Henares, vivieron los obreros de la nueva fábrica, un nuevo estímulo al desarrollo de Guadalajara patrocinado en buena medida por el entonces Jefe de Gobierno don Alvaro de Figueroa y Torres, conde de Romanones, cuya bigotuda presencia aún se luce entre los pinos de la Mariblanca. Pero la imagen de aquella fábrica, sus naves enteras, sus esqueletos férreos, su fachada de rosada mezcla ladrillera y pétrea, está a punto de perderse para siempre. )No habrá posibilidad de hacer algo por evitarlo?

Peñalver en la memoria

El pasado sábado 4 de febrero, y en un abarrotado salón de actos del Ayuntamiento de Peñalver, tuvo lugar el esperado momento de la presentación del libro “Peñalver, memoria y saber” que ha sido escrito por López de los Mozos, García de Paz y Herrera Casado, editado por AACHE Ediciones, promovido por el Excmº Ayuntamiento de Peñalver, y patrocinado por Caja de Guadalajara.

Estuvo presidido el acto por el alcalde de la villa, don José Angel Parra Mínguez, y contó con la presencia de los autores, convirtiéndose finalmente en un espontáneo homenaje a quien también estaba en la presidencia del acto, Doroteo Sánchez Mínguez, a quien el libro está dedicado.

El alcalde manifestó su alegría de ver finalmente escrito y publicado un gran libro sobre la historia y el ser de Peñalver, y los autores explicaron el proceso de su redacción, preparación y  montaje con las intenciones que les han guiado, y que no han sido otras que las de proporcionar a todos los actuales vecinos de Peñalver, y a cuantos se sientan de algún modo, familiar o sentimentalmente ligados a esta villa, un documento amplio y atrayente donde conocer todo lo relacionado con la historia, el patrimonio y el costumbrismo de Peñalver.

Tiene este libro la virtud de no dejar indiferente a quien lo coge y lo ojea. Si la Alcarria está llena de lugares interesantes, pueblos con antiquísima historia, edificios nobles y artísticos, costumbres curiosas y diferentes, sin duda Peñalver es uno de los más destacados en estos aspectos, porque cuaja en su solo nombre, y en las callejas silenciosas y umbrías en que se reparte el caserío, todo el interés de esos aspectos antiguos.

Historia de Peñalver

Tuvo su origen, remoto y medieval, en la repoblación tras la Reconquista. Mínima aldea del común de Guadalajara, enseguida fue donada a la Orden militar de San Juan, que la poseyó durante largas centurias, hasta que en el siglo XVI fue vendida, por su gran maestre y monarca absoluto de España, Carlos I, a unos particulares que la adquirieron por una buena suma de dinero. Los Suarez de Carvajal se hicieron con el señorío de Peñalver, que durante mucho tiempo antes había sido uno de los lugares más emblemáticos, en toda  Castilla, de la poderosa Orden de los caballeros hospitalarios de San Juan.

En este libro se aporta, por primera vez y con la conciencia de ser un dato de gran relieve y hasta ahora inédito, la existencia de dos fueros que la Orden concedió a los habitantes del lugar, que de ese modo se estableció con la categoría de villa. El más antiguo de esos fueros es del siglo XII, otorgado por la Orden hacia 1150. Y el segundo, del que ya se sabía su existencia, pero cuyo texto se daba por perdido, es de 1272.

Estos fueros, de los que se conservan copias del siglo XV en el contexto del gran “Libro Becerro de la Orden de San Juan en España”, están actualmente custodiados en el “Museum and Library of the Order of Saint John” de Londres, y fueron publicados en 1995 en un estudio sobre el Libro de Privilegios de la Orden que dirigió el profesor Carlos Ayala Martínez de la Universidad Complutense de Madrid.

En esos fueros, que tienen el atractivo de ser breves, enjundiosos y claros, se ofrecen las normas de convivencia, leyes y multas que la Orden disponía sobre los habitantes de esta villa, con lo que se demuestra su vida plena, ya enraizada, en el comedio del siglo XII.

El eremitismo barroco

Uno de los pilares de la historia de Peñalver es el Monasterio franciscano de La Salceda, cuyas ruinas se conservan en su término. Fue el lugar donde comenzó, en el siglo XIV, a llevarse a cabo la reforma de la orden de San Francisco. En ese cenobio vivieron importantes figuras del franciscanismo, entre ellos el Cardenal Cisneros, que fue Guardián del Convento. Las riquezas monasteriales, los personajes que en él habitaron, los edificios y joyas artísticas que lo componían, las vicisitudes de comunidad y tierras, tienen un amplio estudio en este libro sobre Peñalver.

Quizás lo más curioso de todo sea el hecho de que, también por primera vez, se publica la Relación completa que el pueblo envió, a mediados del siglo XVIII, al Cardenal Lorenzana, arzobispo de Toledo, declarando en él cómo un grupo de eremitas, ajenos a La Salceda, pero conformando un auténtico “convento o eremitorio paralelo”, vivieron durante largos años en las Cueva de los Hermanicos, de la que se publica no solo un amplio estudio descriptivo e histórico, sino por primera vez un completísimo y veraz plano, que firma Benjamín Rebollo y otros colaboradores.

El carboneo de antaño

Entre las sorpresas que depara este libro, está la demostración de que la actividad de meleros, vendedores de miel y arrope, de quesos y embutidos, que tradicionalmente ha ejercido los peñalveros por el mundo, es una actividad relativamente moderna, que no va más allá de mediado el siglo XIX. Porque a lo que realmente se dedicaron la mayor parte de sus vecinos, fue al carboneo, a su venta y transporte por toda Castilla.

En los legajos voluminosos del Catastro del marqués de la Ensenada, que se guardan en el Archivo Histórico Municipal de Peñalver, aparece con todo detalle referido este dato. De las 108 familias que habitaban la villa hacia 1752, la mitad de ellas vivía del carboneo y su transporte. Mientras que colmenas existían solamente 19 en todo el término: algo realmente anecdótico. Los vecinos de Peñalver saben que, hoy todavía, son muchos los lugares del término donde se pueden ver esos grandes rodales de tierra carbonizada, que señalan los espacios donde se montaron aquellas cúspides de ramas y leñas para formar el “bustar” o máquina de producción de carbón. Parece imposible, pero más de dos siglos después, aún son evidentes las huellas de aquella industria.

Un homenaje a Doroteo Sánchez Mínguez

Era lógico, obligado y recogido con aplausos por todos los asistentes a la presentación: el homenaje que este libro quiere rendir a Doroteo Sánchez Mínguez, que figura con peso propio en el capítulo de “Personajes ilustres” de Peñalver, y no solo por haber sido maestro de primeras letras, alcalde y vecino querido de la villa en sus ya casi 70 años de existencia, sino por haber recogido y escrito en múltiples lugares las costumbres y las esencias del lugar. Se anunció la inminente publicación de otro libro, en el que se recogerán todos los escritos de este autor, referidos a Peñalver, y que se fundamentan en su costumbrismo (fiestas como la botarga, celebraciones como la Semana Santa, rondas y coplas) más un análisis que es general para toda la Alcarria, de la farmacopea, la medicina y la veterinaria populares.

De Doroteo Sánchez Mínguez se habló más que de nadie. Porque sin duda en él está la raíz de tantos saberes y tantas memorias como Peñalver acumula. A muchos les pareció sorprendente saber que su pueblo tiene tanta historia, tantos méritos y tantas curiosidades que permanecían ocultas. Al grupo de escritores e investigadores que han dado vida a este libro no les ha sorprendido, porque sabían donde había que ir a buscarla, y porque han trabajado sin duda muy a fondo para, una vez más, conseguir una publicación hermosa y cuajada de profesionalidad. La que da el saber y los años de moverse por pueblos, por fiestas y por archivos. 

Título: Peñalver, memoria y saber. Autores: José Luis García de Paz, José Ramón López de los Mozos, y Antonio Herrera Casado. Editorial: AACHE. Cuenta con 264 páginas, y muchísimas imágenes la mayoría en color. Es el número 58 de la colección “Tierra de Guadalajara”, y su precio es de 20 Euros. Los apartados principales del libro son los dedicados a 1. Geografía y Toponimia. 2. Historia. 3. Patrimonio 4. Personajes 5. Costumbrismo 6. Apéndices documentales 7. Bibliografía.

La Botarga de San Blas

El domingo este que viene, día 5 de febrero, y si el tiempo no lo impide (que nunca lo ha impedido, porque la costumbre es que haga frío, y todos con guantes y bufandas se echan a la calle), saldrá la botarga en Peñalver. Una botarga que debería haber salido hoy, porque hoy es San Blas, su fiesta auténtica, el día en que la magia de la primavera soterrada se estremece. Ayer fue la Candelaria, y el tiempo ploró, lo cual quiere decir que el invierno, por esta vez, se ha consumido. Ya solo queda esperar que broten las yemas de los almendros.

En Peñalver es fiesta doble este fin de semana en el que ahora entramos. De una parte, mañana sábado, por la tarde, a las seis y media, en el salón de actos de su Ayuntamiento, se presentará un libro que viene a ofrecer todo cuanto es y ha sido Peñalver a lo largo de los siglos. Un libro que es una historia, con mayúsculas, de esta villa alcarreña, pero que sus autores han querido titularle “Peñalver, memoria y saber” porque tomaron sus notas de los recuerdos de sus gentes, y de los libros y documentos que narran sus viejos fastos. Comentaremos esta presentación, y este libro, la semana que viene. En ese libro, también, aparece con minucia detallada esta fiesta que aquí se anuncia.

Máscara de la botarga de San Blas, de Peñalver.

La botarga por las calles

Este año será el domingo 5 de febrero, domingo, por la mañana, cuando saldrá en Peñalver la botarga, recorriendo sus cuestudas calles, asustando a la chiquillería. La costumbre es ancestral, antiquísima, y es además poco usual en la comarca de la Alcarria. Ernesto Navarrete, estudioso del folclore alcarreño, daba hace años esta explicación, tomada de lo que la gente le contó, en 1950: «Se hace esto en loor de San Blas bendito, rememorando lo que el Santo quiso hacer con la Virgen. Como la Virgen era muy joven cuando salió a misa con su Divino Hijo, a la Presentación, el día 2 de febrero, San Blas, para que la  gente no se fijase en la juventud de la Madre y hubiese pábulo para la maledicencia, propuso vestirse él de «botarga» e ir delante de la Virgen cuando ésta fuese al templo, y con su raída vestimenta y sus movimientos y saltos se llevaría la atención de la gente, pasando con ello desapercibida la Virgen. Pero la Madre de Dios le dijo:»No, Blas; yo delante y tú detrás». Y por eso en el calendario la Presentación es el día 2 y San Blas es el día 3«.

Traje de botarga

Viste la botarga con pantalón y camisa blanca. Del primero cuelgan unas cintas rojas. No lleva gorro, y cubre su cara de una máscara de cartón duro, pintada de vivos colores y con gesto terrorífico. Esta botarga no lleva cencerros a la cintura ni a la espalda. Lleva en su mano una cachiporra con la que persigue a los pequeños, arrojándola al suelo cuando pasa la gente, para que tropiece con ella. Cuando termina la misa, se viste con capa castellana y cubre su cabeza con un pañuelo.

Fueron los Sánchez (Pedro, el padre, y Feliciano, el hijo) y luego Agustín Martínez Rebolledo, quienes dieron vida a la botarga de Peñalver durante largos años, casi un siglo. Se vestían en una casa junto al río. El vestirse la botarga, que lo hacía a solas, aunque dejaba que le mirasen, era todo un rito. Luego salía, acudía al templo, corría por las calles, se subía por las rejas y ventanas, acosaba a los niños preguntándoles “¿Tú, te meas en la cama?”… “Pues te llevaré a los montes Pirineos”… con una voz retumbante y aterradora. Y los chiquillos, a su vez, le gritaban: Botarga la larga,/ que a mi no me alcanzas.

El recorrido de la botarga actual, vestida de igual manera que antiguamente, es el pueblo todo. Desde la casa en que se viste, en el barrio de abajo, -de donde sale ya con su copa de anís tomada, por aquella de templar por dentro el cuerpo frío de la mañana febreril-, hasta la iglesia, y luego por todas las cuestas y callejas. En su recorrido por la villa le acompaña el alcalde, los concejales, y los miembros de la Hermandad de San Blas, que van recogiendo por las casas, y de quien quiera darles, la limosna en forma de dinero, o de uvas frescas y pasas, con las que luego formará “la caridad”. Acompañará al santo en procesión, y al final, en la puerta del templo, repartirá esa “caridad” que siempre se tuvo por milagrosa contra las enfermedades de la garganta.

En esta fiesta, además, participan los que en Peñalver llevan por nombre Blas o Blasa: ellos se encargan de dar a quienes los quieran tomar pestiños hechos con masa de trigo y miel abundante.

Fiestas de botargas

El folclore de nuestras tierras castellanas, a la chita callando (aunque algunas veces con más ruido que otras) es variadísimo y en cada época tiene una manifestación que permite ser vivida, gozada, participada por quienes la alimentan. En estas fechas (calendas podrían decirse, porque las centra la festividad de ayer, la Virgen de la Candelaria, y la de hoy mismo, San Blas) surgen como pequeñas explosiones de color y alegría, en medio de los campos húmedos y verdeantes, entre las escarchas tímidas de las vaguadas, al sol tímido de los mediodías, las fiestas de las botargas, que cada año son nuevas para muchos ojos, aunque todas tengan siglos de rodadura y cencerradas.

Especialmente en los pueblos de la campiña del Henares y primeras estribaciones de la Somosierra guadalajareña, mantenidas desde decenios inmemoriales, o recuperadas dignamente en años recientes, en este fin de semana aparecerán fiestas que son auténticos vestigios arqueológicos. Ya hubo en Valdenuño Fernández, los primeros días de enero, en la fiesta del Niño Perdido, y hace poco las ha habido en Robledillo, en Montarrón y Mazuecos. En plena euforia del “renacer festivo” de la naturaleza estamos.

En este fin de semana en el que entramos, oportunidad no faltará para enfrentarse a otras magníficas imágenes: las de botargas, diablos y cofradías subiendo y bajando los montes con su casi mitológica cargazón de carreras, de gestos, de porras talladas y gritos a la Virgen.

Las botargas de la Campiña y Serranía de Guadalajara son sin duda herencia directa de los días prehistóricos, de las reuniones tribales, basados en un concepto más vitalista de su uso y repetición que el meramente festivo que hoy se da: los ritos propiciatorios están en las botargas serranas de Retiendas, de Arbancón, de Montarrón o Beleña; también lo está, sin duda, en la carrera onírica de este ser monstruoso de Peñalver, que no deja rincón sin hurgar ni cara sin sorprender, con su tintineo de botarga en trance; o, por tirar algo hacia el Sur, y llegar hasta el límite meridional de las Alcarrias, en tierras que fueron en su día propiedad del Cardenal Mendoza y de la Princesa de Éboli, en Almonacid del Marquesado, en la provincia de Cuenca.

Nota de etnólogo

Según López de los Mozos, en su libro “Fiestas Tradicionales de Guadalajara”, con su prosa limpia y clara, en pocas palabras, nos dice qué sea esta fiesta y su personaje: “La Botarga de San Blas en Peñalver, se trata, en líneas generales, de un enmascarado cuya actuación se heredaba antiguamente de padres a hijos y que iba delante del santo a la hora de la procesión. Actualmente, esta botarga se ha logrado recuperar después de haber estado cerca de quince años sin hacer sus mojigangas y persecuciones a los niños y mozas casaderas, que le cantan eso de: *Botarga la larga / que a mi no me alcanzas+.

Su misión consiste en acompañar a miembros del Ayuntamiento y de la hermandad del santo provistos de unos cestillos en los que los peñalveros depositan uvas frescas o pasas y dinero. Después de recorridas todas las casas del pueblo se asiste a misa y, una vez terminada, en la puerta de la iglesia, sin máscara y revestida con una capa castellana, comienza a repartir las pasas, ahora bendecidas por el sacerdote, que se usan como medicina protectora de los males de la garganta”.