En el Centenario del Crimen del Ermitaño

viernes, 30 diciembre 2005 4 Por Herrera Casado

 

En su maravillosa Historia de Cifuentes, casi al final de su voluminoso relato, después de haber asistido a la pormenorizada relación de señoras dominantes, de aventurados guerreros, de ilustres condes y de amargas batallas, Layna nos ofrece la relación meticulosa, vivaz, entrañable y emotiva de una historia que, sin poderlo remediar, se va cabalgando hacia las metáforas del sueño, y hoy nos queda, justo un siglo después de haber sucedido realmente, como en una nebulosa donde toma los perfiles suaves y dantescos a un tiempo de la leyenda.

Se trata de la historia del «crimen del ermitaño», ocurrida en 1905 en la Cueva del Beato, y concluida con la victoria de la justicia sobre el asesino cobarde que mata por envidia. Es una historia que se ha ido transmitiendo, de abuelas a nietos por Cifuentes en lo que va de siglo. Y que ahora, al cumplirse el centenario, quiero rememorar un instante, para general conocimiento.

La situación

El año 1905, Cifuentes vio alterada su tranquilidad habitual por un suceso dramático que mantuvo en tensión constante a todo el vecindario: fue el conocido por “crimen del ermitaño”.  La situación se plantea así: en el cercano Santuario de Nuestra Señora de Loreto había un santero que se ocupaba en cuidar del lugar. Allí recibía casa gratis y una pequeña paga que se detraía de las limosnas depositadas en la ermita. Quien a la sazón, a principios del siglo XX, ocupaba ese puesto, era un vecino de Cifuentes apodado el pastor.

La historia empieza un año antes: en 1904 se presentó al párroco-arcipreste un hombre de unos cuarenta años, “vestido con hábito negro de corte frailuno, con amplio capillo, capucha, cordón de San Francisco a la cintura del que pendía negro rosario y calzado con sandalias; era de mediana estatura, delgado, la cara picada de viruelas, negra barba rala, expresión humilde y bondadosa, y por ser corto de vista usaba gruesos lentes así como un cayado para caminar más seguro”; se llamaba Bibiano Gil y exhibía una licencia del obispo seguntino para poder habitar como ermitaño en el santuario de la Cueva del Beato, cuidar de éste y recoger limosnas para el mismo.

El llamado pastor se sintió apartado, y Bibiano Gil se instaló en aquel tranquilo espacio, adecentándolo poco a poco gracias a su trabajo personal y a las limosnas recogidas durante frecuentes peregrinaciones hechas a pie por provincias lejanas; la pequeña iglesia quedó aseada. Bibiano Gil se ocupaba además de visitar enfermos, llevar limosnas a los más pobres del pueblo, haciendo él solo las funciones que hoy hacen parroquia y ONGs a destajo.

¿Quién era Bibiano Gil? Nadie sabía exactamente quien era, de donde venía. Tenía una educación esmerada y parecía muy bien relacionado con personas distinguidas de Madrid. Se sabía que mantenía relaciones epistolares con gente de la Corte, pero se ignoraba todo acerca de él. Solo se sabía de su carácter alegre, afable, siempre dispuesto a ayudar. Pero bruscamente, en febrero de 1905, se echó en falta a Bibiano, y pasadas algunas semanas todo el mundo se inquietó, pensándose que había muerto, que quizás había sido asesinado. Enseguida, y por lógicas deducciones de cosas sabidas y oídas durante los meses anteriores, todos sospecharon de “el pastor”, por ser su enemigo natural. Este negaba radicalmente cualquier actuación criminal. Se le detuvo, y se iniciaron las pesquisas, pasándose tras largos días de indecisión, a realizar una exploración de la sima o pozo existente en la sierra del Val, donde la voz popular decía que habría sido arrojado su cadáver. Solo un albañil de Cifuentes, llamado Perfecto, se animó a bajar a lo profundo, sujeto por una cuerda de un cabestrante en la boca de la cueva. Al cabo de un rato, y cuando estaba a unos 40 metros de profundidad, dio voces de que le izaran. Salió a la superficie, llevando en el extremo de la soga el cuerpo semiputrefacto de Bibiano Gil envuelto en su hábito negro, con la cabeza destrozada a golpes de piedra…

El desenlace

Un rato antes, en el cuartelillo de Cifuentes, viendo lo que se suponía iba a ocurrir, el pastor había “cantado” de plano. Él había sido el criminal. El 16 de marzo de 1905, la revista “Nuevo Mundo”, de Madrid, publicó una amplia información con fotografías. En el pueblo se conservan muchas coplas y romances relatando el crimen, y el abogado de Brihuega y diputado provincial don José Pajares, editó el año 1906 un folleto de poesías sobre el mismo tema. A los restos de Bibiano se les dio sepultura ante el retablo mayor de la ermita de la Cueva del Beato, donde queda una lápida de blanca piedra en que se relata esta historia y se dicen las virtudes de Bibiano Gil, de quien se supo finalmente cual fue su fin, pero nunca pudo saberse cual había sido su auténtica personalidad y anterior vida.

Hace tan solo tres años, una escritora de nuestra tierra, Sole López, escribió una novela, que llamó “La melera del Beato”, en la que hacía a este personaje protagonista de una historia de amor con una muchacha de Alocén, que por diversos lugares de la Alcarria y Madrid daban vida a una biografía más de esa gente que, salida de la Alcarria, va y viene por el mundo desbordando emociones y sentimientos: meleros y meleras, beatos y comerciantes, soñadores y gentes de pueblo, que montan historias increíbles en torno a la realidad más llana.

En todo caso, es este un obligado recuerdo a esa historia/leyenda de Bibiano, el ermitaño de la Cueva, en el oratorio de la Virgen de Loreto, junto a Cifuentes, que conocida por todos en la villa alcarreña, supone siempre una emotiva relación de pasiones y misterios, resueltos definitivamente, con la sangre y el terror sembrados por los páramos de la Alcarria. Las palabras y el ingenio de Layna Serrano, junto con su entretenido hilar de las palabras, nos ha permitido esa remembranza que al final del año 2005, en su centenario, convenía rememorar.

El Santuario de la Virgen de Loreto en Cifuentes

En la zona que en Cifuentes llaman “la Sierra” y que son los altos pinariegos que rodean a la villa por el mediodía, nos encontramos en una vaguada del terreno, como escondido entre los bosques de pinos que crecen al este de Cifuentes, y tras subir las curvas de la carretera que nos lleva a Canredondo y Saelices, el pequeño santuario de la Virgen de Loreto, también conocido popularmente como la Cueva del Beato, pues desde remotos siglos existía ya en aquel lugar una pequeña ermita en donde la tradición situaba el martirio de San Blas. Allí se retiró a hacer vida solitaria, en 1671, un sacerdote cifontino, don Pedro Girón de Bueno. Enseguida se le unieron otros sacerdotes, fundando en aquel lugar la Congregación del Oratorio de San Felipe Neri, levantando con ayudas del pueblo un edificio moderno, obra del siglo XVII, y que consiste en un templo en formato de ermita, adherido a una pequeña residencia, cuyo portón principal está rematado por un gran escudo heráldico de la Orden de San Francisco. Todo ello, y su entorno, está actualmente restaurado y el paraje muy bien acondicionado para hacer una deliciosa excursión, pasar el día bajo las sombras de los pinos y contemplar bellos paisajes al tiempo de recordar las tradiciones singulares de Cifuentes, y en especial la truculenta historia que hoy hemos relatado.