El baile de los gigantes

viernes, 3 junio 2005 2 Por Herrera Casado

 

En los pasados días, el Jardinillo de Guadalajara ha sido el espacio más animado de la ciudad. No sólo por la presencia en él de la Feria del Libro, que le ha conferido durante casi dos semanas un aire de cultura y encuentros, entre autores y lectores, entre libreros y editores, entre asombrosos y asombrados, sino porque por él ha desfilado la corte de los gigantes, el barullo de los cabezudos, la sorpresa de la tarasca, y la tradición solemne de la cofradía de los Apóstoles en la procesión del Corpus.

La primavera, con su tiempo magnífico de sol y temperaturas agradables, ha dado el espaldarazo de cortesanía a esta ciudad que se alza en la modernidad sin olvidar sus tradiciones. Libros y gigantes, una mezcla que destila posibilidades y abre rutas a la imaginación y a los sueños últimos…

La comparsa de gigantes y cabezudos

En las señaladas celebraciones de la ciudad, nunca falta la comparsa de gigantes y cabezudos recorriendo las principales calles: elementos ancestrales de la sorpresa y el miedo, de lo monstruoso y terrible. Los cabezudos, que parecen hombres pero impresionan por su enorme cabeza, se dedican a asustar a los chiquillos (ahora con unos latiguillos, antes con las vejigas infladas) mientras que los gigantes nos asombran por su belleza, su andar alegre, su baile continuo, su referencia mitológica a seres de otros planetas, de otras razas, con superiores poderes.

No se ha escrito mucho sobre los gigantes y cabezudos de Guadalajara, aunque hay que reconocer que en los últimos años se les ha dotado de una vitalidad renovada, de tal forma que constituyen hoy una de las comparsas más hermosas y dignas de ver de toda la Comunidad Autónoma. De hecho, esa característica la consiguen por el carácter castellano de Guadalajara, pues es de esta tradición de la que nacen: de tradición más europea, se sabe que Guadalajara cuenta con estos elementos como amenizadores de sus fiestas desde la remota Edad Media.

Por una parte el etnógrafo José Ramón López de los Mozos, en su ya clásica obra “Fiestas Tradicionales de Guadalajara”  y por otra los estudiosos del folclore local, Molina y García Bilbao, más las investigaciones de Pedro J. Pradillo y Esteban sobre el Corpus, nos da algunas interesantes noticias sobre estos personajes, que no están vivos pero lo parecen cuando desfilan entre el asombro y el griterío de la chiquillería.

Fueron concretamente Molina y García Bilbao los que más hicieron, hace pocos años, por que el Ayuntamiento recuperara viejas imágenes y clásicos sujetos de este conjunto. El que fuera concejal de Fiestas, Jesús Orea, puso también su esfuerzo de servicio a la ciudad recuperando imágenes. Todo ello nos ha llevado a ver, en los pasados días de en torno al Corpus, esta flamante tropa de gigantes y cabezudos, ya completa con esa fabulosa y mítica Tarasca que el año pasado fue recuperada, con el ánimo de Josefina Martínez Gómez, la actual concejala de Fiestas, para recomponer un mosaico antiguo que entronca a la perfección con los aires del nuevo siglo. Un aplauso para todos ellos.

Algo de Historia de los Gigantes

Si de ancestralismos y mitologías hablamos, podrían considerarse a unos y otros, gigantes y cabezudos, como descendientes de domésticos dioses, representantes de cultos menores a los aspectos más cotidianos de la naturaleza, especialmente a los ritos propiciadores del crecimiento de los vegetales, de la fecundidad de la tierra, etc. Es curioso que pueden emparentarse a los cabezudos con las botargas, pues ambos son pequeños, con máscaras que representan seres distintos de los que en realidad son, vestidos de llamativos colores, que persiguen a los pequeños con porras, latiguillos o vejigas de cerdo… Para López de los Mozos, esta relación está más que clara: los gigantes y cabezudos son expresiones populares llevadas a la fiesta laica de una sociedad religiosa, en representación de las más antiguas y paganas figuras de los dioses agrícolas de la fecundidad.

Existe constancia de la salida en las calles de Guadalajara de gigantes y cabezudos al menos desde el siglo XV. Lo hacían precisamente acompañando, como un elemento más, colorista y sorprendente, a la procesión del Corpus Christi, siempre rodeados de músicos y chiquillería. La música era siempre popular, de flauta y tamboril. Las primeras noticias documentales acerca de estos personajes de cartón y tela son del siglo XVI, más concretamente de 1545, año en el que consta que se guardaban en los almacenes del Concejo “tres cabezas, una de enano, y el San Cristobalón”, que era un gigante, tal y como hoy aún se ve en muchas catedrales españolas, San Cristóbal como gigante que porta al Niño Jesús en sus hombros. También consta en documentos municipales que en el 1614 hubo que hacer unas figuras nuevas, debido al mal estado de conservación de las anteriores, afectando la reforma a cuatro gigantes, de unos cuatro metros de altura, que representaban al español y la española y al negro y la negra más dos enanos, siendo un tal Juan Navarro, quien se encargó de la tarea. Este individuo hacía en Guadalajara muchos otros oficios, entre ellos el de maestro de danzas, entallador, tallista, pulidor, pintor, etc. En otra relación de mediado el siglo XVII se dice que los gigantes eran seis hombres y mujeres, y que representaban a castellanos y a negros, con ese sentido de “maravilloso” que siempre tuvieron. Mediado el siglo XVIII un tal Francisco Gondoño, los recupera otra vez, siendo desde entonces figuras que representan a la nobleza hispana, a la monarquía, y a las razas lejanas. Cuando en 1900 se estrenó la zarzuela «Gigantes y cabezudos”, el Ayuntamiento de Guadalajara se decidió a rehabilitar y aumentar su “flota” de gigantes. Fue el alcalde Vicenti que destinó 300 pesetas del presupuesto concejil para encargar en Madrid al taller de Ribalta “dos gigantes y dos cabezudos: el chino y la china y don Quijote y Sancho, respectivamente. Luego vendrían el corregidor, el guardia de la porra, el viejo y el tonto.”

Nos dice Julio García Bilbao que el personaje más famoso y popular en la Guadalajara de hace un siglo era el de La Follolla, un cabezudo que aparece citado por primera vez en 1919, con renovaciones hasta 1950, y que representaba a Gregoria Alguacil, una popular anciana que iba recogiendo cuanto encontraba por la calle. Después de la guerra se añadieron nuevos cabezudos: el negrito y el visera loca, y representaciones de las razas humanas o Continentes (América, África, Asia….) en formato de gigantes.

La renovación del elenco

Hoy se ha conseguido llegar a las 6 parejas de gigantes, perfectamente emparejados, y con significados muy claros, dentro de un contexto explicativo de nombres y personajes, aunque con la herencia clara de aquella tendencia a representar seres fabulosos, mitológicos, de otros países muy lejanos. Así se conjuga su origen ancestral y mítico, con el de la explicación racional que hoy les damos. Una referencia a las parejas de gigantes de Guadalajara nos sirve para completar esta memoria “de gigantes y cabezudos”.

Las parejas

 1. De las razas primitivas, tenemos a los chinos. Del chino dicen que es “el del palacio de la Cotilla”. Ya es rizar el rizo para encontrar una relación de un chino con Guadalajara…. su pareja, la chinita, está clara.

2. Los indios americanos están representados en el monarca Moctezuma y en la india Malinche. Nombres propios para una esencia medieval.

3. También sacados, teóricamente, de la historia, las figuras de africanos son las de sendos musulmanes: él es el capitán Al-Faray, teórico fundador de la Guadalajara árabe. Y ella la princesa Elima, hija de Almamún, que se convirtió al cristianismo en su castillo de Brihuega.

4. Añadimos hoy los históricos: con un parche sobre el ojo izquierdo, belleza suma y una gorguilla al cuello, Ana de Mendoza, princesa de Éboli es fácilmente reconocible. El es un tio tatarabuelo suyo, el gran Marqués de Santillana, de riguroso negro.

5. Más clásicos los reyes castellanos medievales. Herencia del culto al jefe, al supremo: él es Alfonso VI de Castilla, reconquistador de la ciudad. Y ella (dicen) doña Constanza de Borgoña. ¿No será doña Berenguela, reina y señora de Guadalajara? Cualquier nombre es válido, por supuesto.

6. Y acabamos con dos de la tierra, modernos de verdad: él está tocado de boina y vende miel. Es el Melero Roque, de tierra-alcarria. Ella es la alcarreña Antigua, por su nombre y por la medallita que le cuelga de una cinta al cuello, en la que si nos fijamos vemos la imagen de la patrona, la Virgen de la Antigua.

Una colección fabulosa, que no tiene nada que envidiar a cualquier ciudad castellana que ofrece sus comparsas con tantos siglos de antigüedad como la nuestra.