Alaminos, una picota con garra

viernes, 15 abril 2005 3 Por Herrera Casado

 

Sorprende en Alaminos, en su plaza mayor, la existencia de tres monumentos que conjuntados ofrecen un ámbito de serenidad y clasicismo. Poco más tiene esta villa que ver, pero lo suficiente para merecer una visita tranquila. Porque esos tres elementos monumentales, cual son la picota, la iglesia y el Ayuntamiento, que se abarcan de un vistazo, son la quintaesencia de una cultura y de una sociedad, que ha funcionado y ha hecho que España sea uno de los países más sabios y consistentes del planeta. O al menos hasta ahora lo era.

Llegada a Alaminos

Imaginad la meseta alcarreña, la que corre de Torija a Alcolea del Pinar, esa por la que cruza ahora, incesante, la carretera nacional a Barcelona, o A-2.- Sobre esa meseta, y muy cerca de la línea del AVE que también la surca recta y divisora en dos de la provincia, se alza un otero suave. Y sobre el otero, Alaminos, ofreciendo vistas por levante y sur a los pequeños valles que van cayendo y ahondándose para llegar hasta el Tajuña. Su situación en lugar alto, desierto de vegetación y expuesto a todos los vientos le hacen muy frío. Al menos hace cinco días, en plena primavera ya, soplaba por sus calles un cierzo más que moderado, helador y severo, que dejaba las manos y la cara como témpanos. Su caserío presenta ejemplos de la casa tradicional de la zona, con fábrica de sillarejo calizo y algunos entramados en pisos altos. De vez en cuando aparecen portones adovelados, y en alguna casa que tuvo su dintel tallado y prolijo, aunque se ha renovado le han salvado de la quema, y luce en el muro, pregonando su rancia historia.

El rollo de Alaminos

En la plaza, presidiéndola, junto a un pino que hace lo que puede por ponerle vegetal contrapunto, se alza en piedra caliza, agrisada de las lluvias y los soles, el rollo o picota, el símbolo de la jurisdicción propia. Era este un elemento que servía para varias cosas. La primera, sin duda, la de señalar la capacidad de la villa y del concejo para impartir justicia de primera instancia. La segunda, aneja a ella, la posibilidad de que a algún condenado se le colgara de los salientes del remate. Nunca un rollo ejerció esa capacidad, porque la función de poner a un delincuente condenado y ejecutado en posición de echar bendiciones con los pies, se delegaba en la picota, que era elemento más humilde, al tiempo que más macabro, y solía ser de madera, con ganchos de hierro en lo alto, y puesta en las afueras del pueblo, nunca en su plaza.

Así pues, este rollo de Alaminos está proclamando su capacidad de “villa por sí” y memorando aquella función de poder juzgar los casos leves judiciales surgidos entre los vecinos, por sus propias autoridades, aquellos otros miembros de la comunidad que habían sido elegidos, democráticamente, sus representantes.

El monumento es un rollo cilíndrico de piedra caliza, con remate en pináculo agudo, y con cuatro medios cuerpos de leones, bien tallados, en las cuatro direcciones. Apoya en tres niveles de circulares gradas de piedra, que han sido puestas, -con todo acierto- recientemente, porque durante unos años le construyeron una fuente de pilón en torno, que le rompía toda su idiosincrasia. Ahora es este de Alaminos un rollo serio, un rollo como Dios manda. Sin duda que fue tallado y ahí puesto en la segunda mitad del siglo XVI.

Lo más curioso de este rollo es su remate. En el capitel que remata el hito, se tallan beligerantes, fieros, los medios cuerpos de cuatro leones, con sus melenas onduladas, grandes orejas y los hocicos prominentes. Era costumbre, en los remates de las picotas, centrar todo el arte del elemento, y poner en las cuatro direcciones del viento, que era como decir en los cuatro puntos cardinales, en el planeta entero, un signo de fuerza, que en ocasiones son caras humanas, en otras aves o seres mitológicos, mezcla de águila y león (los grifos) y en otras estos leones, que es el elemento elegido en Alaminos, como los fue en otros como El Pozo de Guadalajara y Lupiana. En el caso que ahora contemplamos, estos leones están muy bien dibujados, tienen hasta expresión, y todo ello gracias a una perfecta conservación desde hace más de cuatro siglos.

Algo de historia

Perteneció Alaminos, desde la remota Edad Media, al Común de la Tierra de Atienza, estando bajo su jurisdicción y usando su Fuero. En 1434, el rey don Juan II hizo donación de este lugar, junto con otros muchos de tierra de Jadraque y Atienza, a su fiel cortesano don Gómez Carrillo y su esposa doña María, que están enterrados en el presbiterio de la catedral de Sigüenza, bajo sendas estatuas de alabastro. Su hijo don Alfonso Carrillo de Acuña lo vendió a don García de Torres, caballero soriano, de quien pasó a su hijo, don Ruy Sánchez de Torres. Y aún en el siglo XVI sufrió otro traspaso de poder, yendo a las manos de los Silva, los nuevos condes de Cifuentes, que lo incluyeron en sus amplios estados, formando un mayorazgo desde 1523 junto a los lugares de Renales y Torrecuadrada. Poco después de esa fecha es cuando Alaminos obtuvo el privilegio de Villa.

La casa de Silva procedía de nobles individuos portugueses que arraigaron en Castilla en el siglo XIV, estableciéndose en Toledo al amparo y bajo el favor de su pariente el también portugués arzobispo Tenorio, en atención al cual el primero de los Silva, al que la historia denomina como Alonso Tenorio de Silva, recibió cargos tan importantes como el de adelantado mayor de Cazorla, que era título equivalente a Capitán General del ejército episcopal toledano, uno de los más fuertes, en la Edad Media, de los que colaboraban con la monarquía castellana. Los Silva obtuvieron el señorío de Cifuentes en 1431. El alcance de la posesión de Juan de Silva no ofrece dudas a este respecto, pues se refiere “a donación mera y pura y no revocable para vos y para vuestros herederos y sucesores por juro de heredad para siempre jamás, de la mi villa de Cifuentes y su tierra, con su castillo y fortaleza y con su termino y distrito y justicia y jurisdicción civil y criminal y mero mixto imperio…”. Poco después, en 1445, los Silva recibieron, añadido al señorío de la importante población alcarreña, el título de condes de Cifuentes.

Alaminos entró a formar parte del señorío cifontino a comienzos del siglo XVI, en vida del tercer conde de ese título. Tenían, además de muchos pueblos en el área de la Alcarria, el señorío de la villa y aldeas de Barcience, cerca de Torrijos, en Toledo. Hasta las Cortes de Cádiz mantuvieron esta posesión, que quedó luego diluida pasando Alaminos a conformarse como un municipio más, con sus prerrogativas propias, en el contexto de la España liberal y constitucional.

Otras sorpresas

Poco más queda por ver en Alaminos. Si el rollo es el elemento principal, y el que merece por sí mismo un viaje, la iglesia parroquial no se le queda atrás. Es elemento humilde, pero con garra. Fue construida en el siglo XVI, en esos años de entrada en el señorío de los Silva, y presenta algunos detalles de interés: aunque su fábrica, de sillar y sillarejo, es amazacotada y sin relieves, en cambio destaca su portada, orientada al sur, en la que se mezclan elementos góticos (un alfiz enmarcando el arco de entrada, de traza conopial con remate de florón central) y renacentistas (molduras que rodean el arco semicircular de ingreso). Es también esbelta y llamativa la espadaña que remata el liso muro de poniente. Su interior, de una sola nave, presenta un gran arco triunfal entre la nave y el presbiterio. Se trata de un gran arco de sillares con molduras, rosetones y bolas talladas, de fuerte tradición gótica.

En la misma plaza, de amplios perfiles, y frente al rollo, se alza el Ayuntamiento, que es edificio clásico donde los haya en el orden concejil, con su gran balconada central, y rematando el alero un reloj incluido en esa especie de frontón que le da carácter y severidad. En todo caso, un conjunto muy elocuente de las formas del vivir tradicional, que hoy han pasado a mejor vida, porque a decir verdad, en todo el tiempo que los viajeros se pasearon por Alaminos, el pasado fin de semana, no vieron alma humana, inserta en un cuerpo de ídem, por todo el caserío. La verdad es que el día no estaba para muchos paseos, pero el aire de estos pueblos mesetarios, en tiempos de poca fiesta y trajín, es patético, silencioso, casi muerto.

Otros rollos de la Alcarria

Quizás sea ocasión esta para recordar otros magníficos rollos que hay por la Alcarria. Nos los recordó Felipe Olivier en un libro, publicado hace años y ahora ya agotado, que titulaba “Rollos y Picotas de Guadalajara”. Allí destacaban los de Fuentenovilla, que sin duda es el más hermoso ejemplar de rollo no solo de la provincia, sino de toda la región y aún me atrevería a decir que de España entera. Están también los mencionados más arriba de Lupiana y El Pozo de Guadalajara. Y algunos como los de Valdeavellano, Moratilla de los Meleros, Cifuentes y Peñalver, todos con la misma estructura, su columna pétrea, su remate picudo, sus fieros elementos tallados en el remate, tienen también características de fuerza y belleza, que invitan a visitarlos.