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marzo, 2005:

Semana Santa en Budia con los Soldados de Cristo

 

La celebración de la Semana Santa en Budia está centrada por “Los Soldados de Cristo”. Para los pueblos cristianos, la conmemoración de la muerte de Cristo  se tinta de mensajes de penitencia y dolor, de consideración del sacrificio hecho por Dios mismo al entregar a su Hijo a los mayores padecimientos, y a la muerte, con objeto de dar ejemplo y redimir a la Humanidad. Perdida durante años, se ha recuperado en 2001, gracias al impulso de su actual capitán, Julio Escribano. En torno a esa Cofradía gira hoy la solemnidad de la Semana Santa en este pueblo alcarreño, que merece ser admirada como algo peculiar y nunca visto.

La Semana Santa en la Alcarria tiene matices peculiares, aunque siempre dentro de una severidad castellana, rural y metafísica. En Budia se celebra con los diversos actos religiosos que en cualquier otra parte de la España cristiana tienen lugar: procesiones, cánticos, ceremonias en la iglesia, sermones, etc. Desde hace 3 años, añade el interés de ser protagonizada por una Cofradía masculina, los “Soldados de Cristo” que fieles a una tradición multisecular la hacen llamativa y en todo caso interesante.

Ha comenzado la semana el Domingo de Ramos con la bendición de las palmas y los ramos de olivo, previamente adornados con cintas y colgando alguna rosca que hacen las madres, sin  olvidar la costumbre de estrenar algo, pues ya se sabe, “el Domingo de Ramos, quien no estrena se queda sin manos”.

Con una antigüedad de cinco siglos, pues ya consta en viejos documentos su existencia, estos “soldados que en la actualidad son quince, incluidos el capitán, se reúnen por primera vez, tras una suculenta merienda, el domingo de Ramos, realizando ese día el sorteo y distribución de las guardias que habrán de hacer, y distribuyéndose las funciones que tendrán lugar en los días venideros (la guardia ante el monumento, la custodia del sepulcro, el lavatorio, acompañamiento del abad, procesión del Cristo Yacente, reparto de la caridad, etc.).

El Miércoles Santo han comenzado los oficios de penitencia, y esa misma noche es cuando tiene lugar el Oficio de Tinieblas, al que acuden los niños, con impaciencia, esperando el momento de tocar “a rebato” y poder hacer con sus carracas todo el ruido que quieran, pues en ese instante se apagan todas las luces y se tapan todas las imágenes con telas negras.

El Jueves Santo vuelven a juntarse los miembros de la Hermandad, esta vez en el lugar denominado como ”las Cuatro Calles” que es el corazón de Budia, el pueblo que a su vez puede calificarse como “el corazón de la Alcarria”, y  forman militarmente, en fila de a dos, hasta que el teniente da las novedades al capitán, y comienza la  marcha en formación hasta la iglesia. Al llegar a esta, el capitán pasa revista a los Cofrades, manda formar a ambos lados de la puerta un pasillo por el cual pasan los feligreses, mientras el capitán con cuatro soldados va en busca del sacerdote  a su casa, y, en llegando, da tres golpes en la puerta, abriéndose esta y diciendo el sacerdote: ¿Que deseáis?, y contestando el Capitán: Deseamos escoltarle hasta la iglesia, como corresponde a nuestro abad

De esta manera, custodiado por los cuatro soldados más el capitán, que va al frente, llegan de nuevo al atrio de la iglesia, donde  el oficial pronuncia estas palabras: “Representamos a Budia, hagámoslo con honor y defendamos el Santo Nombre de Cristo”. Hoy no sale, no se ha incorporado a la recuperada fiesta, la figura del judío,  que se quedaba en el atrio del templo, y con sus ruidos molestaba a los feligreses. Quizás se consideró que era una figura irreverente y distraía de la solemnidad religiosa de un Jueves Santo. Pero era también la tradición…

A continuación comienza la Misa del Jueves Santo, formando los Soldados de Cristo a ambos lados del párroco una homogénea hilera de apuestos hombres vestidos de negro, y saludando con un sonoro llamamiento de carracas el momento de la Consagración, en el que además todos ellos se ponen con una rodilla en tierra, inclinando sus lanzas hacia el suelo. En otros momentos de la misa los soldados ayudan al sacerdote, y se procede al Lavatorio de pies, al que asisten también el Capitán y el Teniente.

Acabada la misa, quedan dos soldados de centinelas, mientras el resto asiste a la procesión, colocándose el Capitán tras la cruz, e indicando los lugares donde deben realizarse las paradas.

Los soldados de Cristo

La Cofradía y actividades religiosas de los “Soldados de Cristo” de Budia ha sido recientemente catalogada como Fiesta de Interés Turístico Provincial. Los quince miembros de la misma, que son soldados, más un teniente y un Capitán, visten trajes de pana negra, se cruzan el pecho de una banda roja, y se cubren con un sombrero también negro de ala ancha. En la mano, todos llevan una lanza.

Sigue la celebración el Viernes Santo. En este día, que es el de hoy, los soldados tienen como primer deber preparar el Vía Crucis, en el que escoltan al portador de la Cruz. En la tarde de este día, en la solemne  procesión del Entierro, los Soldados llevan sobre sus hombros el “Sepulcro de Cristo”, terminando la procesión en la ermita de la Soledad, donde dos de ellos hacen guardia desde mucho antes. Ahora llevan ese Cristo Yacente o en sepulcro, entre cuatro soldados, levantado sobre sus brazos estirados, lo que supone un verdadero ejercicio gimnástico que solo los jóvenes aguantan.

En la Semana Santa de Budia existe la costumbre de que la procesión del Viernes Santo por la tarde-noche se apaguen totalmente las luces de la villa, quedando sus calles iluminadas tan solo por las luces de las velas y hachas encendidas. Eso, y el silencio total, roto solamente por los golpes de las lanzas que dan los “Soldados” sobre el empedrado del suelo, impone una sensación de respeto y emoción honda. Es este sin duda el cenit de la Semana religiosa, todo un espectáculo sobrecogedor donde se une lo profano y lo litúrgico. La procesión, que partió de la parroquia, llega a la ermita de la Soledad, donde los soldados quedan de guardia toda la noche. Ahora no reciben la visita de “La cantinera”, que era otra figura típica de la Semana, y que no se ha recuperado también por respeto a la seriedad del rito religioso, aunque surgía como un ancestralismo siempre celebrado.

El Domingo de Pascua, a las 12 de la mañana, tiene lugar la Procesión del Encuentro. Ese día, que siempre es luminoso, despierta Budia con alegría, acercándose los vecinos, poco a poco, al atrio de la iglesia, donde habrá una hoguera  y en ella se encenderá un gran cirio. En ese momento comienza un alegre repique de  campanas, anunciando a todos que el Señor ha resucitado. La procesión tiene lugar a continuación de la Misa de Pascua. Es un rito muy antiguo y muy común en los pueblos de la Alcarria. La procesión del Encuentro consiste en la formación de dos bloques: uno en el que van los hombres llevando las andas de Cristo Resucitado, y otro en el que van las mujeres con las andas de la Virgen María, cubierta con un velo, que se quitará al encontrarse ambas procesiones en la Plaza Mayor. El párroco va caminando bajo palio, con la Custodia, acompañando a la procesión de los hombres. Mientras tanto, las mujeres cantan unas estrofas tradicionales, que comienzan “Por allí viene Jesús / aquí tenemos su madre /hágase la gente a un lado / que viene a visitarme…”

Tras juntarse ambas imágenes y ser bendecidas por el párroco, todos regresan a la iglesia, donde se materializa el triunfo de la Cruz sobre las lanzas con estas palabras. Este es el triunfo de Cristo resucitado. Los “Soldados de Cristo”, terminados misa y procesión, reparten entre los asistentes limonada y rosquillas.

Antiguamente, el Domingo de Pascua tenía lugar por la tarde lo que llamaban “rilar el huevo”, que consistía en ir en familia, o en pandillas, hasta las afueras de la villa, y allí merendar, a base de hornazos y huevos de Pascua.

Al igual que los actuales y recuperados “Soldados de Cristo”, existieron en Budia otras cofradías, que eran hermandades de socorros mutuos para atenderse en sus momentos difíciles los cofrades entre sí: llamábanse los nicolases y los crispines. Estas salían no solo en ocasiones de enfermedades y entierros de sus miembros, sino en los días de sus patrones, San Nicolás y San Crispín, respectivamente, que eran feriados y de descanso para todos.

La Semana Santa en Budia se ha convertido, gracias a esta recuperación, de la que aquí vemos algunas fotografías del año en que se puso nuevamente en marcha la tradición, en una de las singulares de nuestra provincia, que merece ser contemplada.

Semana Santa en la Sacristía de las Cabezas

 

Llega la Semana Santa, que se abre hoy precisamente, viernes de Dolores, con la proclamación literaria de su ser completo. Llegan los días en que los cristianos de todas las latitudes dedican unos momentos al recuerdo de los detalles de la Pasión y Muerte de Jesús, el hijo de un carpintero de Bethelem, en Israel, que predicó una doctrina nueva sobre la clásica religión judaica, preconizando el amor entre los hombres, la Fe sumada de las buenas obras, y que hoy la Teología cristiana, siguiendo sus palabras y algunos, muchos, elementos encadenados, juzga como Dios mismo, el hijo de Dios, la segunda persona del la Santísima Trinidad.

La muerte de Jesús, el Cristo, en Jerusalem, tras un juicio estrafalario montado por sus enemigos, y una muerte terrible clavados sus miembros en una cruz de madera, es la esencia del Cristianismo. Mejor dicho: la esencia es que tras esa muerte, Jesús resucitó y subió a los Cielos. Estas cuatro líneas resumen la raíz, justifican los evangelios, y dan sentido a una creencia. De hecho, la religión cristiana tiene en estas memorias su dimensión más amplia. Y en estos días que se avecinan, los fieles recordaremos aquellos sucesos, ocurridos hace ahora 1972 años. En ellos, de mil formas se ha dicho, se ha pintado, se ha cantado y hasta se ha filmado aquella Pasión y Muerte. En el arte de nuestra provincia, han quedado también marcadas algunas piezas con la fuerza del recuerdo.

La sacristía de la catedral de Sigüenza

Un lugar donde se encuentra el cristiano con el mensaje de Jesucristo, repetido y explicado, tallado y pintado, esculpido y reverberado, es en la sacristía mayor de la catedral seguntina. Ya en otras ocasiones he hablado de esta joya de la arquitectura y el arte de Sigüenza: el Sagrario Nuevo o Sacristía de las Cabezas, que es, sin exageración, uno de los elementos más relevantes de la historia del arte español. Situada en el costado norte de la girola de la catedral, se levantó en el siglo XVI, en momento de empuje reformador y constructivo en este templo cabeza de la diócesis. El obispo García de Loaysa fue quien decidió llevarla a cabo y la impulsó especialmente.

Debe recordarse que las funciones de la Sacristía, o Sagrario Nuevo, como se llamó mucho tiempo, fueron las de almacenar los ornamentos litúrgicos, los elementos de orfebrería y en especial las reliquias de todo tipo que, hasta la primera mitad del siglo XVI fueron consideradas como joyas preciosas, maná celestial y guía segura de salvación. El erasmismo y otras reformas dieron al traste con tanta idea mal orientada, que en muchos casos sirvió de fuente de sabrosos ingresos para la Iglesia, durante muchos siglos.

Esta sacristía fue diseñada y programada por el famoso arquitecto y escultor Alonso de Covarrubias, en 1532. Vino de Toledo a Sigüenza, en el mes de enero de dicho año, y aquí concertó con el cabildo catedralicio las condiciones de su trabajo. Muy posiblemente en Sigüenza, donde permaneció aproximadamente un mes, diseñó Covarrubias este espacio del arte, y los dibujos soberbios que darían justa fama a su techumbre. De su fuerte mano saldría esa galería de rostros retorcidos y firmes, doloridos y en éxtasis, que dan gozo a la vista y cavilación al espíritu. Pero la sacristía grande de la catedral de Sigüenza supone para la historia del arte y la civilización en España algo más que su mera presencia de piedra tallada y equilibrado ámbito arquitectónico. Supone un auténtico mensaje, una dicción de principios, un largo epitafio de algunos seres que en el silencio meditativo de un cuarto renacentista programaron ese techo, esos muros, esos medallones, para que dijeran algo concreto.

Realmente es difícil asegurar la total paternidad de Alonso de Covarrubias para con esta Sacristía de las Cabezas. Tardó en construirse 42 años, y al maestro de la catedral toledana siguieron aquí Nicolás de Durango y Martín de Vandoma, de los que sabemos recibieron poderes del Cabildo para seguir la obra «de la manera y forma que les paresciere». ¿Cambiaron ellos el diseño primero? No parece probable: la personalidad de Covarrubias está muy clara en esta pieza, y sus tallas son nacidas de su estilo inconfundible. Pero, en definitiva, ¿quién fue la persona que dio el programa y equilibrio final de las figuras? En investigaciones que hace años realicé, a ratos perdidos, en el magnífico archivo de la catedral y cabildo de Sigüenza, vi en cierta ocasión cómo quedaban diputados 2 eclesiásticos capitulares para elaborar la temática que había de ponerse en esta pieza de la sacristía. No apunté entonces sus nombres, y no puedo por ello decirlos ahora; fue en 1532, e indudablemente fueron doctores, quienes dieron a Covarrubias la pauta iconológica a seguir.

Algunos detalles de la Pasión

Sin duda lo más espectacular del Sagrario Nuevo de Sigüenza son las 304 cabezas talladas de la bóveda de la estancia. Gentes de todo pelaje, de todas las edades, profesiones y razas… una representación valiente y complicada de la Humanidad. Pero hay muchos detalles que nos recuerdan que Cristo está en el meollo de todo, en la razón de las alturas, de las tallas y los colores. Porque junto a la sacristía está la sala de planta cuadrada que llamamos Capilla de las Reliquias, y en cuya bóveda semiesférica, coronada por Dios Padre, y sostenida por los cuatro evangelistas, hay dos arcos en los que aparecen tallados angelitos con los símbolos de la Pasión. Esos símbolos que en estos días vamos a ver en los oficios, en las procesiones y Vía Crucis, al natural, portados por los pasos en la memoria oscilantes de luz y congoja.

Está los tres clavos que sirvieron para remachar a Jesús sobre los maderos cruzados; están los dados con que se jugaron los soldados que le vigilaban las vestiduras que le arrancaron; está la lanza que atravesó su costado, la esponja griega que empapada de hiel sirvió para refrescarle la boca; el martillo que clavó las puntas y las tenazas que las desclavaron; la propia cruz… en el siglo XVI, cuando tanto se afanaban los humanos por tener un linaje limpio, unas armas antiguas y una ejecutoria de hidalguía, los teólogos llevados de la tendencia corriente asignaron a Jesús una escudo de armas, que era ni más ni menos el campo de oro sembrados de cinco heridas de gules por las que mana sangre, bien puestas de dos, una y dos. Mas todos esos símbolos de la Pasión, como blasones añadidos, haciendo a Cristo el más noble de los mortales, el de mejor prosapia, el más limpio de cuantos han nacido.

Y todo esto se puede ver en los techos de la sacristía de la catedral seguntina. Un lugar al que hay bien entrenado de las vértebras cervicales, porque para admirarla en toda su dimensión hay que pasarse un buen rato echando hacia atrás el occipucio.

Resumen asombrado

Y aquí radica hoy nuestra final pregunta, nuestro definitivo ruego a cuantos visiten esta sacristía. De esas 304 cabezas que la coronan )cuántas son realidad, y cuántas mito? Porque muchas de ellas son auténticos retratos: el florentino Julio de Médicis, a la sazón Sumo Pontífice de la iglesia romana con el nombre de Clemente VII, está retratado en un medallón. Y también el obispo García de Loaysa. Y el cardenal de Toledo, y el emperador Carlos I con su esposa Isabel de Portugal; y el príncipe Felipe; y algunos cortesanos, y otros clérigos, canónigos, frailes, artesanos y canteros de la catedral, mendigos de la plaza, trajinantes de las serranías del Ducado, moriscos de la Alpujarra prisioneros, soldados, peraíles, viejos al sol… no cabe duda que son retratos, la mayoría, de gentes del momento. La escala social está representada en su totalidad. Y lo está precisamente en un lugar de bóveda, de altura, de cubrición de un espacio sagrado: esto fue utilizado siempre en el arte como representaci6n del cielo, de la gloria. Quizás signifique la comunión del pueblo de Dios en el Día Final. La bóveda se sujeta por capiteles y enjutas en las que aparecen, bien declarados, Profetas y Sibilas de la antigua Ley.

La sacristía de las Cabezas, de Sigüenza, es un marco magnífico donde contemplar en su pureza el arte plateresco hispano. Es también un lugar donde recordar las esencias del cristianismo, sus modos expresivos, sus ringorrangos demostrativos, sus lecciones teológicas. Pero es al mismo tiempo un interrogante abierto y un acicate para el estudio. Todo es cuestión de pasarse algo más que el simple instante de una visita turística, ante sus piedras talladas y violentas. Tarea que recomiendo vivamente.

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Guías para visitar la catedral de Sigüenza

Aunque es conveniente hacer la visita de la catedral seguntina acompañados del sacristán o clavero, hoy ya guía turístico en el amplio sentido de la palabra, que se conoce al dedillo cada hueco del suelo, que lleva las llaves sonoras que abren las pesadas puertas, y que señala con su dedo los mejores detalles a contemplar, no está de más procurarse alguna de las guías que existen para visitar la catedral con cierto conocimiento previo.

Es la mejor la que escribiera en los años cincuenta del pasado siglo don Aurelio de Federico, y que editó “Plus Ultra”, con fotografías excepcionales, y un contenido justo y sabio. Es un libro raro de encontrar hoy. Salió luego el estudio publicado por Ibercaja sobre La Catedral y los Museos de Sigüenza (1992), con fotografías de lujo,  y finalmente la más usada hoy que es la titulada “Fortis Seguntina” de don Felipe Peces y Rata, con muchas fotos y medida explicación de todos sus detalles. Una guía más completa de la ciudad, a la que llamo “Sigüenza, una ciudad medieval” fue escrita por mí y editada por AACHE, en sucesivas ediciones desde 1985.

Viaje a los Entrerrios, entre Villares y Zarzuela

 

La Sierra de Guadalajara, la sierra negra que llaman, es hoy todavía, y después de dos meses de estarle pasando por encima un rigurosísimo invierno, la sierra blanca por excelencia. Está nevada de los pies a la cabeza, y sus charcos, sus arroyos, sus fuentes y sus pozos están helados, algunos en profundidad y con saña. Un hielo violento, un frío que endereza los alientos, una “rasca” que se ha insertado en lo único que tenía visos de vida sobre sus rugosidades: el agua. Y ha quedado todo hecho piedra.

Eso no es impedimento para que los viajeros se hayan echado al camino, y hayan llegado a los “Entrerríos”. Es este un lugar que merece la pena visitar, un espacio minúsculo, como encerrado en un cofre, de nuestra sierra, pero que alienta en quien lo ve el perenne deseo de volver. Explicaremos hoy donde está, como se llega, cual es la mejor forma de visitarlo y disfrutarlo. A la provincia de Guadalajara hay que vaciarla un tanto de estereotipos publicitarios, y decirle a la gente que se olvide de las fotos: que eche a andar, simplemente, y que mire lo que bajo el aire limpio ha quedado sin mancha. Una Naturaleza espléndida llena de sorpresas.

Llegada a Villares de Jadraque

Se llega en coche, desde Guadalajara, Azuqueca, Alcalá o Madrid, por la vega del Henares, hasta Humanes, y aún subiendo un poco más hasta Cogolludo, que se rodea si es que ya se ha visto el frontal de su palacio ducal, que el otro día aquí mismo recordaba y recomendaba. Desde Cogolludo, sierra arriba, se llega al embalse de Alcorlo, y bordeándole enseguida arribamos a Hiendelaencina, que ahora tiene una “variante” cómoda que nos hace avanzar más aprisa, alcanzando enseguida el hondo barrancazo del Bornova, que lo vadeamos sobre un alto puente junto al molino que se quedó prendido en la literatura tras la obra “el río de la Lamia” de Pérez Henares.

Subiendo la cuesta, se llega de inmediato a Villares de Jadraque, un pequeño pueblo en el que ni los sucesivos arreglos han arrancado su puro sabor de oscuras y primitivas formas. Vemos el Ayuntamiento, la fuente, la ermita, que está muy bien restaurada, y desde ella echamos a andar, monte arriba, siempre hacia arriba.

Los Entrerríos

Caminando en cuesta, despacio, se alcanza la altura del cerro, en el que vemos algunas viejas tainas y otras modernas parideras o estabulaciones de ganado. El paisaje en invierno es seco, grisáceo, pero en pocas semanas se pondrá verde a restallar. Habrá praderas de buen pasto (porque ahora solo queda una leve piel amarillenta de hierbas quemadas por el hielo, entre los manchones blanquiazules de la nieve que se acumula en las umbrías) y matorrales de arizónicas más pinos. Seguimos una ancha pista de tierra, que lleva a Zarzuela de Jadraque, y a poco vemos en la lontananza el hondo foso del río de la Vega.

Sin problemas bajamos hacía el agua. Se puede hacer siguiendo la pista, o por senderos que lucen entre los pedregales. Esto es más sano, y nos permite disfrutar de la sensación auténtica del caminante serrano. En no más de una hora desde que salimos de Villares alcanzamos el paraje de Entrerríos. Es este un lugar en el que aprovechando una alameda se han puesto diversas mesas y asientos de piedra, alguna parrilla, y escalones que facilitan su acceso. De tal modo que en la buena época del verano es superagradable quedarse allí a comer, o tenerlo de base de operaciones de otras excursiones río arriba, o río abajo: en este último caso, llegaremos al espectacular enclave, que está a tan solo un kilómetro de los Entrerríos, donde el de la Vega desemboca en el Bornova. Un paisaje que encoge el ánimo, porque son laderas muy pronunciadas, casi verticales, en las que la roca no deja un solo espacio a la vegetación. Una sensación de caos geológico, que solo vive por el rumor del agua, nos invade.

Antes de llegar a esa desembocadura, habremos parado a admirar el punto más bonito de la excursión: el puente viejo, quizás románico, llamadlo como queráis, pero es el puente que desde hace muchos siglos permitió a los viajeros, pastores, recueros y ahora senderistas, pasar sin problema el frío y a veces tumultuoso río de la Vega. Este puente es de pizarra, de grandes lajas, y se le mire por donde se le mire, con sus alamedas en torno, el reflejo de las aguas, las grandes piedras que le escoltan, es una preciosidad. Un lugar de nuestra tierra donde uno se quedaría a vivir, si no fuera por lo lejos que está de todo, y por el frío que hace habitualmente.

Desde Zarzuela de Jadraque

Este paseo puede hacerse, nosotros lo hemos hecho también, desde Zarzuela de Jadraque. Se llega a esta villa subiendo desde Cogolludo por Veguillas, y poco más allá, ya en pleno pinar, tomando el desvío que sale inesperadamente a la derecha. Tras atravesar un suave valle se llega a Zarzuela, que merece visitarse, entre otras cosas, por ver su viejo horno de cocer cerámicas. A este pueblo le llamaron en la antigüedad “Zarzuela de las Ollas”, porque producía unos estupendos cacharros (los había de todo tipo: botijos, cántaros, tinajas, jarras, etc.) que hoy son apreciados por los coleccionistas y los museólogos.

Desde Zarzuela se toma el camino, -de muy buen firme, por lo que permite el paso de automóviles preparados- que lleva a Villares. Y aquí la excursión y las bellezas paisajísticas comienzan desde el mismo pueblo, pues prácticamente todo es bajada hacia los Entrerríos.

De espectacular puede calificarse la bajada que hace el camino, con curvas continuas de 180 grados, dando la sensación a quien le sigue que está descendiendo hacia los infiernos. Se adivina abajo del todo una honda brecha de la naturaleza, se presiente un río, se imaginan unos árboles… pero al final, tras aguantar las botas o sostener el freno, lo que se encuentra uno es nuestro objetivo: los “Entrerríos”. El merendero, la alameda, el puente antiguo. Un lugar para no olvidar, que se hace excursión obligada en el tiempo que vamos a inaugurar pronto, en la primavera que vendrá cargada de verdes, de espumas entre las piedras, de deshielos.

Rutas Fáciles para conocer Guadalajara

Este viaje a pie que hoy hemos propuesto a nuestros lectores, porque lo hemos hecho en realidad, y nos ha encantado, es uno de los 20 tramos de excursiones a pie que nos proponen Sebastián Rubio, y Alicia y María Jesús Ramos, autores que son de un libro que acaban de poner en nuestras manos, y que es un manantial de ideas y un acompañante perfecto de andaduras y senderismos.

Dentro de la Colección Aache Turismo, como su número 5, acaba de aparecer “Rutas Fáciles para conocer Guadalajara”, que nos permite, con sus 128 páginas en la mano, ir por el Alto Tajo, por la Sierra Negra, por los Milagros del Linares o las minas de Hiendelencina (por supuesto, también, a los Entrerríos de Villares) mirando paisaje y siguiendo las indicaciones, totalmente visuales, que nos dan para no perdernos. Este libro es algo más que un simple prospecto de turismo: es una enciclopedia de ideas, de indicaciones y ofertas. Un amigo verdadero para empezar a andar Guadalajara.

Armas heráldicas, piedras labradas de Hita

 

La villa de Hita es uno de los lugares más interesantes de la tierra de Alcarria, y ello por muchos motivos. Uno es por su historia, larga y preñada de acontecimientos de relieve. Otro es por los personajes que albergó a lo largo de los siglos, muchos de ellos cruciales en el devenir de la nación castellana. Y un tercero, en fin, por la fama que ha cobrado al calor de quien fuera su Arcipreste y poeta, de aquel Juan Ruiz que dio al mundo su *Libro de Buen Amor+.

Hay entre las casas de Hita escondido un pequeño/gran tesoro: entre las sombras de los muros de sus templos, mezclado en las ruinas y confundido en los recuerdos: son los blasones tallados en piedra de quienes fueron sus señores y sus hidalgos. Es un tesoro de mil facies, todavía por descubrir en su definitiva dimensión, y que nos habla, aunque con letras minúsculas, de un pasado esplendoroso, vibrante, único.

Esta palabra minúscula, visual tan sólo, es sin embargo el perfecto complemento de la Historia que con mayúscula escribe Hita con su silueta cada día. Para el viajero que pasa por Hita quizás no dirán nada estas viejas piedras talladas, pero para quien vive y lleva en su corazón la memoria de esta villa, el significado de estos elementos es muy grande. Y por eso en esta ocasión vamos a tratar de desentrañarlo, aunque sea parcialmente.

Las armas talladas de Hita proceden de las que se pusieron en templos, en altares, en dinteles de puertas y mansiones. La mayoría, sin embargo, proceden de las laudas y lápidas sepulcrales que se hacían tallar, con leyendas escritas y dibujos de blasones, en las piedras destinadas a sellar las tumbas, y que normalmente se ponían (las de estas gentes principales) en el interior de los templos.

Hita en la Historia

La historia de Hita, larga y cuajada, ha sido referida en un libro que es una de las joyas bibliográficas de nuestra provincia: la “Historia de la villa de Hita y de su Arcipreste” lo escribió en 1976 el profesor don Manuel Criado de Val, que alcarreño de origen, es quien mayores desvelos ha dedicado durante toda su vida a la investigación de los orígenes y la evolución de esta villa tan nuestra. Y de su personaje mayor, el Arcipreste y cura poeta, Juan Ruiz, el Arcipreste de Hita. De ese libro, agotado en su primera edición de la Editora Nacional, hay ahora una segunda edición con nuevos planos, grabados y documentos. Una joya que nos dice de importancia estratégica para romanos y para musulmanes, de gran alcázar para Mendozas y lugar de paso para reyes y emperadores. Pero en punto a historias modernas, contemporáneas casi, nos dice también de cómo Hita permaneció, durante la Guerra Civil de 1936-39, en la misma línea del frente, de tal modo que quedó derruída por las bombas de la artillería hasta los cimientos, y de sus templos mudéjares, de sus palacios, de sus cuevas, de sus lápidas… solo quedaron leves rastros que hoy han sido recogidos en los muros del templo parroquial de San Juan.

Los hidalgos de Hita

Los muros de la iglesia de San Juan, en Hita, son un verdadero museo de la historia de la Alcarria. ¿Por qué? Muy sencillo: porque en ellas están tallados a buril, sobre la dura y blanca piedra caliza del cerro, los apellidos, los escudos, las leyendas de cientos de hidalgos, de sus mujeres, de sus hijos…. la plena memoria de unos siglos pasados, allí queda fija sobre la materia eterna de la piedra.

La mayoría de las más de cuarenta grandes laudas con escudos heráldicos civiles que aún pueden admirarse en Hita, como parte indiscutible de su patrimonio artístico, son pertenecientes a hidalgos. Hay que recordar aquí que una de las características de la sociedad de Hita durante los siglos de su esplendor fue la crecida cantidad de miembros que poseyó su estado noble, y que apareció a partir de 1492, pues anteriormente a esa fecha, el burgo de Hita, aunque dominado señorialmente por los Mendoza, mantuvo su pujanza gracias a la numerosa colonia o aljama judía, que tuvo allí sus centros comerciales. La expulsión supuso dos cosas: de un lado, desaparición física, por alejamiento, de muchos honrados y trabajadores individuos, con sus familias. De otro, la conversión y regreso de otros tantos, que adoptaron nombres de sus lugares de nacimiento, o apellidos de sus señores. Además contaron estos conversos con el apoyo de los Mendoza, siempre favorables a la raza de Moisés, por lo que incluso adquirieron, a lo largo del siglo XVI, el *status+ de hidalguía. Qué maravilla esa trilogía de novelas, las “novelas de Hita” que escribió en su día Beatriz Lagos (La Halconera, la juglaresa, la tapicera… de Hita) en las que fluye y rebulle la vida de los judíos, de los moros, de los cristianos en aquella portentosa villa, ejemplo señero “de las tres culturas”.

La totalidad de estos *hidalgos+ que poblaron Hita en el siglo XVI tenían, junto con sus familias, el privilegio de exención por pertenecer al estado noble. Así lo hacen constar repetidamente en sus inscripciones sepulcrales: *los muy nobles caballeros+, *el noble señor+, *hijodalgo de sangre y ejecutoria en posesión y propiedad+, *los magníficos señores+, etc. El uso de celadas, lambrequines y cruces de órdenes militares; la profusión de escudos de armas, de dotaciones pías a la iglesia que los acoge, etc., hacen de este grupo un curioso y denso mundo de individuos que parecen ponerlo todo en su vida al servicio de la apariencia y de la constancia de su categoría. La mayoría de ellos habían alcanzado el estado que les permitía tales ínfulas en el siglo XV, traídos muchos de ellos por el primer marqués de Santillana. Actuaron como alcaides de su fortaleza, capitanes o alféreces de sus gentes de armas, administradores de sus bienes, o simples mayordomos. Este es el origen de buena parte de esta nobleza nueva y villana de Hita, que reúne tan gran cantidad de ejemplos espectaculares.

La mayoría de estos escudos, tallados en la pálida piedra caliza que existe en torno al cerro y por la Alcarria, son de estructura *española+, que es el nombre que se le da al campo del escudo que acaba en punta redondeada. Dan todos ellos idea cabal de una forma de vida, de un régimen social, de unos entronques familiares y de una mentalidad muy especial. Para quienes, lúcidos investigadores del pasado, sepan leer en éllos, serán todos un tesoro inigualable. Tallados por un equipo homogéneo de artesanos, la mayoría presentan una tipología propia que modula la forma clásica del escudo español: la punta es más aguda, y en la línea superior se alza un apéndice central que la comba en dos mitades cóncavas y que permite resaltar las esquinas superiores. Es de notar la cantidad de emblemas mendocinos que aparecen, aun en personajes que por sus apellidos nada parecen tener en común con el linaje alavés. Sin embargo, la mayoría de estos individuos y sus familias eran empleados, funcionarios o allegados en diverso grado de los señores de Hita por excelencia, de los Mendoza duques del Infantado, por lo que a quienes de antes de su hidalguía no contaban con escudo propio, se le ponían las armas mendocinas en sus diversas acepciones y antigüedades.

Escudos del apellido Hita

Las armas de Mendoza son fácilmente distinguibles entre todas las que aparecen en la penumbra del templo de San Juan, en cuyos paramentos bajos se muestran colocadas. En campo cuartelado en sotuer, el primero y cuarto de sus campos muestran una banda cruzada cuyo color es el rojo sobre fondo verde. Y en los segundo y tercero campos, de oro, aparecen de azul las letras de la frase *Ave Maria Gratia Plena+. Junto a ellas, independientes o combinadas formando cuarteles de escudos más complejos, aparecen los emblemas de apellidos de gran prosapia castellana: las armas de los Ayala, de los Orozco, los Velasco, Salazar y otros importantes linajes del reino.

Sin embargo, y por no extenderme demasiado en esta ocasión, voy a destacar solamente los escudos que ofrecen las armas propias de la villa y del apellido de Hita, que aquí nace y se expande luego por Castilla toda. Es quizás el más espectacular (aunque moderna su talla, tras la Guerra Civil) el que corona el arco de la puerta de entrada a la villa, que lo puso el marqués de Santillana cuando la mandó erigir, y que representa las armas de Mendoza, pero con el añadido propio de Hita: se trata de un escudo español partido en sotuer, 11 y 41 cuarteles con una banda perfilada, y 21 y 31 lisos con la invocación ave maria gratia plena repartida entre ambos, añadiendo en su bordura repartidas diez picas o hitos.

Ya entre las laudas que ocupan los muros de la iglesia de San Juan, aparece una que tiene un bello escudo, de traza simple, pero plenamente expresivo del apellido Hita: es un escudo español con un estilizado castillo de tres torres, y una bordura en la que lleva repetidos diez veces los hitos de Hita. Bajo la piedra descansaron los cuerpos de padre e hijo, o de dos hermanos, de apellido *Sánchez de Hita+, muertos en el siglo XVI. Eran bachilleres y uno se llamaba Fernand Sánchez y el otro Juan Sánchez de Hita. El segundo escudo de estos personajes es similar al anterior pero el castillo es de una sola torre, está puesto sobre ondas de agua, y en la bordura aparecen ocho veces los hitos de Hita, que en este caso están tallados en forma de V.

Más antiguo, del siglo XV, es el escudo que se ve en la lauda de Juan… de Hita, en la que también aparece tallado un castillo de tres torres y una bordura alrededor con ocho hitos.

Finalmente, es de admirar el escudo que aparece en la lauda de Diego del Castillo, nieto de Garci López del Castillo, alférez perpetuo que fue del ejército del marqués de Santillana destacado en Hita. De esa familia hidalga era este Diego, que muestra un escudo complejo, en cuyo cuartel superior derecho aparece tallado un castillo de tres torres rodeado de una bordura de quince picas o hitos.

Estos son algunos de los elementos puntuales, curiosos, de esa gran colección de escudos heráldicos tallados en las pálidas piedras mortuorias de la iglesia de San Juan de Hita, y que a pesar de su soledad y silencio están hablando muy alto de las pasadas grandezas y la densa historia de la villa de Hita.

Un libro con todas las piedras armeras de Hita

Hace algunos años, en 1990 exactamente, la editorial AACHE de Guadalajara editó un libro que bajo el título de “Heráldica de Hita”, y a lo largo de 112 páginas, muestra el catálogo del centenar largo de escudos y emblemas heráldicos que, procedentes de palacios, casonas, e iglesias de Hita, se reúnen hoy en los muros de su templo de San Juan. Aparecen en forma de fichas, con el dibujo a línea del escudo, en el lado izquierdo, y una referencia al lado derecho del titular del emblema, sus armas, su localización, el material de que está hecho, la fecha, la descripción del elemento, y el blasonado. Una verdadera herramienta para historiadores, viajeros y curiosos de nuestra densa y multiforme historia.