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agosto, 2004:

El Desierto de Bolarque, un patrimonio escondido

Cuenta Guadalajara con espacios naturales de espléndida belleza, que poco a poco van siendo divulgados y conocidos de muchos. De entre ellos, destaca el entorno del embalse de Bolarque, formado sobre el Tajo para, con sus aguas recogidas, llevarlas a tierras de Levante. El río, que siempre fue por allí encañonado y estrecho entre altos roquedales, es ahora un ancho lago que refleja el azul del cielo y el verde de los bosques de las laderas.

Las ruinas del convento y desierto de Bolarque junto al Tajo

En el ámbito de belleza suprema (tengo amigos que al verlo dijeron creerse en Suiza) podemos encontrar algunos elementos patrimoniales que son esencia de la historia de la Alcarrria. De entre ellos, recuerdo aquí las ruinas del complejo conventual carmelitano que llamaron “Desierto de Bolarque”, la altiva silueta (cada vez más arruinada) del castillo calatravo de Anguix, y las referencias (que no evidencias) de la “Ciudad Perdida” o posible Repópolis de la altura que vigila la unión de los ríos Tajo y Guadiela.

Hace años hice algún viaje al Desierto de Bolarque, que comenté en estas páginas, causando la incredulidad de algunos, y alimentando en otros el deseo de llegar hasta aquel lugar recóndito. De aquellos viajes y de sus posteriores investigaciones, nació un libro que ha tenido cierto éxito, pues va ya por su segunda edición.

Lo cierto era que aquel lugar tenía una imagen de misterio y romanticismo muy clara: ruinas de grandes edificios (abandonados por los monjes carmelitas mediado el siglo XIX) que incluían un gran templo barroco; un claustro con sus arcos y en el suelo profundos agujeros que comunicaban con amplios aljibes y cámaras subterráneas; ermitas a docenas, repartidas por la montaña y el bosque, etc. Todo ello poco a poco devorado por el bosque de pinos, las zarzas y los cardos. Una maraña de vegetación que no conseguía enterrar tanta belleza. Una imagen de escalofrío.

El Desierto de Bolarque es un lugar inédito, desconocido para la gran mayoría. Conjuga tres valores diferentes: de un lado, el paisajístico, pues se encuentra situado en uno de los lugares más hermosos de la provincia, la orilla derecha del río Tajo aguas arriba de Bolarque; de otro, el monumental y artístico, ya que aún permanecen escondidos entre la densidad del pinar los restos del gran monasterio carmelita y numerosas ermitas de las que usaron los ermitaños para su vida ascética; y finalmente el interés histórico, pues allí se fraguó y se dio vida a un nuevo modo de entender la religión, el anacoretismo primitivo, pasando por aquel lugar gentes diversas y de gran importancia, desde el renovador del Carmelo fray Alonso de Jesús María a su Vicario General, Nicolás Doria, así como destacados aristócratas de la Corte, y el propio Felipe III que visitó en 1610 aquellas soledades.

El Desierto de Bolarque cumple 412 años, exactamente el día 17 de Agosto. Su mejor cronista, el fraile carmelita fray Diego de Jesús María, escribió y publicó en 1651 un interesante libro en que narra la vida primitiva de esta institución. Nos dice de los esfuerzos que los frailes de Pastrana hicieron para poner en práctica el ideal de la Reforma: la vida contemplativa exclusiva, el eremitismo primitivo. Y entre varios renovadores se pusieron manos a la obra. El lugar lo eligió fray Ambrosio Mariano, comprándolo por 80 ducados con el dinero que entregó para ello un caballero genovés amigo suyo. Tres carmelitas comandados por fray Alonso de Jesús María se instalaron en la solitaria orilla del río Tajo, media legua arriba de la estrechez que formaba el río en la llamada Olla de Bolarque, y construyéndose con ramas y piedras sus ermitas y una pequeña iglesia, dijeron en ella la primera misa ese día de agosto de 1592.

Después llegaron muchos más frailes, muchas ayudas, el entusiasta apoyo de buena parte de la aristocracia madrileña, y hasta la visita del Rey Felipe III. Se levantó en los primeros años del siglo XVII un enorme convento, con una bonita iglesia, muchas capillas, un claustro, biblioteca, dependencias múltiples y, por supuesto, muchas ermitas, hasta 32, que se distribuían por la ladera derecha del Tajo en torno al convento. Allí vivían aislados en oración permanente los frailes más tenaces. Otros residían en el convento, también rezando, pero además escribiendo. En Bolarque se fraguaron muchos de los libros de espiritualidad de la Orden Carmelita reformada a lo largo de los siglos XVII y XVIII.

En 1836 la Desamortización de Mendizábal forzó el abandono de este lugar paradisíaco. Los frailes se fueron, exclaustrados. Algunos se quedaron a vivir en Sayatón, incluso se casaron y hoy viven allí sus descendientes. Dicen las leyendas que guardaron un gran tesoro por las brañas del monte, y que nadie hasta ahora ha conseguido descubrirlo. Lo cierto es que muchas de las riquezas artísticas que encerraba Bolarque se trajeron a Pastrana y hoy en su colegiata se exponen. Así ocurrió con la talla salcillesca de la Divina Pastora, o con el óleo de Diricksen que representa a María Gasca, mas algunos retablos, reliquias y enterramientos con escudos.

Visitar hoy el Desierto de Bolarque es una tarea para aventureros, caminantes y montañeros avezados. Se encuentra el lugar en las orillas del pantano de Bolarque, aunque el mejor camino para acceder a él es por Sayatón, subiendo la ladera del monte que limita el término por levante, y bajando por alguno de los barrancos (alguno tan profundo y espectacular como el del Rubial) que dan al Tajo. Las aguas del río, allí remansadas, pero aún estrechas por la hondura de los montes, reflejan el azul del cielo y confieren al lugar una belleza intensa, una paz soñada, una sensación indescriptible de vuelta a los orígenes.

Entre la maleza y el bosque, allí de pinos y muy denso, surgen las románticas ruinas del convento, de las ermitas, de la iglesia, del claustro… como si de una fábula se tratara, en el silencio de la mañana parece reconocerse aún el eco de las campanas, o el murmullo de los cánticos monacales. Todo es paz, armonía. Lástima que haya que caminar tanto, y tan duro, para llegar hasta aquel espejo de felicidad.

Ahora he vuelto a Bolarque. Por última vez. En doce años, la vegetación ha crecido tanto que ya a duras penas puede el viajero hacerse idea de cómo fue aquel monasterio. Solo queda limpio el ancho camino que había, protegido por muros de contención, a la entrada del convento. Todo lo demás está invadido de forma asfixiante por la vegetación. Desde dentro de las ruinas es difícil hacerse idea de cómo era aquello. La mejor estampa de este viejo conjunto carmelitano se tiene ahora desde las aguas del pantano de Bolarque. A través de ellas, sobre una lancha neumática con motor fuera de borda, he podido admirarlo desde el agua, y luego desde la orilla trepar a las ruinas. En todo caso, el paisaje que acoge al conjunto es tan hermoso, que bien merece la pena hacer el intento, y llegar hasta allí. Hoy día lo mejor es hacerlo, en lancha, sobre las aguas del pantano, desde el Club Náutico de “Nueva Sierra de Madrid”.

Un nuevo libro sobre Bolarque

La Excmª Diputación Provincial de Guadalajara ha editado recientemente un libro que explica todo sobre Bolarque. Se trata de un manuscrito que dejó inédito el que fuera Cronista de Pastrana, el doctor don Francisco Cortijo Ayuso, quien nos relata que de niño pasó largas temporadas veraniegas entre los muros de aquellas ruinas, todavía habitables porque eran propiedad de unos amigos suyos, los Escudé, y refiere lo que entonces le enamoró de por vida: el silencio de las murallas, la presencia de los techos barrocos del templo, la sugerencias misteriosa de los hondos sótanos y aljibes… explica la historia completa del edificio y su conjunto, y habla de los varones, insignes en piedad y sacrificios, que conformaron a lo largo de los siglos aquella casa de la Orden del Carmelo.

Sigue el libro con la transcripción completa de un manuscrito que él halló en la Biblioteca Nacional de Madrid, y que bajo el título de “Melisa de Bolarque” ofrece un auténtico tratado práctico de apicultura, escrito en el siglo XVIII por un fraile de Bolarque, de Francisco de la Cruz. Tiene el libro un total de 128 páginas, un tamaño de cuarto, y muchas fotografías.

Sigüenza: lo que está en los escritos

Sigüenza es permanente centro de atención para propios y extraños. En estos días celebra sus fiestas patronales (San Roque, Nª Sª la Virgen de la Mayor) y parece por ello estar más de actualidad. Pero siempre es Sigüenza un hito y una referencia, un lugar de obligada visita, un espacio humano que trasciende de sus proipios límites.

Sigüenza, por A. Herrera Casado

Escritos de Sigüenza

La importancia de un lugar se mide –si medirse pudiera- por la cantidad y calidad de los escritos que a él se refieren. Ello son el reflejo de una historia densa, de un patrimonio relevante, o de una admiración que le nace a los humanos que en él viven, o le visitan. Sigüenza ha generado, a lo largo de los últimos mil años con que cuenta de historia conocida, una cantidad inmensa de escritos: desde los documentos reales de los medievales monarcas, a las monografías que estudian su Universidad, sus templos románicos o la fiesta de los toros. Hay mucha gente, en la propia ciudad y fuera de ella, que tiene por pasión reunir libros, folletos y ejemplares de periódicos antiguos, en cuyas páginas laten la noticia, el estudio o las imágenes de la solemne belleza de la ciudad. Son los bibliófilos, los amantes de los libros.

Acaba de aparecer una publicación, extraordinaria, que viene a ser catálogo y oferta de todo lo mejor escrito sobre Sigüenza. Clasificados por temas, y precedido cada uno de ellos por un estudio de especialista, aparecen las imágenes de los documentos, libros, postales y láminas que expresan el saber de esta vieja ciudad. Están los incunables de su catedral retratados en portada; los solemnes documentos de los reyes; los legajos de catastros y privilegios; y las amarillentas portadas de tantos y tantos folletos que en detalle hablan de los detalles seguntinos. Una labor de filigrana que componen la joya que es esta ciudad.

Entre esos temas históricos, artísticos y personales, destaca el dedicado a Fray José de Sigüenza, fraile jerónimo que emerge o desaparece de la realidad cultural castellana, según la época. Ahora es preciso que empecemos a acordarnos de él otra vez, porque dentro de dos años se cumplirán los cuatro siglos de su fallecimiento, y quien puede y debe ha de ir tomando nota de este fasto cultural que en Sigüenza se celebrará, seguro, por todo lo alto.

Otro grupo de publicaciones interesantes son las guías. Bien a nivel provincial, o simplemente con una perspectiva local, existen multitud de libros que dan al curioso y viajero, con más o menos amplitud, el recuento y la valoración de los edificios de la Ciudad Episcopal. Se ofrecen los libros de Pérez Villamil (el más antiguo de los estudios sobre la catedral) y de Aurelio de Federico (el mejor ilustrado), más la breve guía de Sánchez Doncel, y la clásica de D. Elías Tormo y Monzó.

En este libro valen tanto las imágenes como los comentarios. De cada apartado en que se divide, se hace un estudio pormenorizado por parte de algún especialista en la materia. Así, hay textos del profesor Davara, del Dr. Martínez Gómez-Gordo, de Riansares Serrano (ahora delega de Cultura), del archivero Felipe Pez, y por supuesto de Angeles García Écija, que es la coordinadora del volumen. Los elementos gráficos proceden en su gran mayoría de la colección bibliográfica de Laguna Rubio, que puede darse por una de las mejores en puntos a temas seguntinos.

Un acopio de escritos, y un mar de papeles, que no hacen más que confirmar la inmensa riqueza cultural que alberga Sigüenza en su casi milenaria existencia.

Monumentos de Sigüenza

En estos días de fiesta, el viajero que se acerque por la que llamamos Ciudad Mitrada podrá buscar algún detalle más que sobrepase el vuelo de sus clásicas miradas sobre el castillo, la catedral, el Doncel o la Plaza Mayor. Sigüenza es un arcón sin fondo, que ofrece siempre sorpresas, miniaturas en cada dovela, atardeceres distintos, legajos sin leer, o publicaciones raras que solo conocen un par de personas. Al dar una vuelta, a pie, por Sigüenza, uno se encuentra con monumentos o detalles en los que nunca antes se había fijado. Algunos ejemplos siguen a estas palabras, para incitar al viajero por Sigüenza a practicar el ejercicio del asombro.

En la Alameda, que está cuajada de sombras en el verano, y ahora de risa y música, destacan en sus orillas las grandes pirámides que rematan en abiertas granadas, regalo para la ciudad del Obispo Pedro Inocencio Bejarano a inicios del siglo XIX. Unos monumentos que no son nada habituales de ver, por mucho que uno se mueva mirando por el país entero.

Cerca, dirigiendo la mirada al oriente, aparece la espadaña de la ermita de San Roque. Es obra del siglo XVIII, como todo el conjunto, y supone, vista así en detalle, todo un malabarismo de la piedra, que enmarca el aire de las campanas, llamando ahora ala visita de exposiciones y animaciones artísticas.

Entre la Alameda y la calle de San Roque, álzase orondo el edificio de las Ursulinas, destacando de él su fachada ondulada y sugerente del templo, que fue hecho por franciscanos, y por eso se ve, tallada en alba piedra, la cruzada armonía de los brazos (el de un fraile vestido y el de un pobre desnudo) que identifican a la Orden Seráfica. En lo alto del volado frontón, casi inaccesible a la vista, esgrime su poblado firmamento el escudo heráldico de los Salazar, fundadores del convento y patrocinadores del gasto inmenso del templo. Se convierte así en detalle patrimonial que evoca un buen corazón, y generoso.

No lejos de allí anda el Callejón de Infantes. Su superficie es ahora, en verano y fiestas, un apretado aparcamiento de coches. Prefiero verlo en el invierno, con la superficie enlosada cubierta de hielo, pero con sus fachadas de arenisca rojiza preñadas de sombras. Las que se forman cuando el sol se deja caer, de lado, sobre tanta filigrana barroca  como el arquitecto Bernasconi le puso a esta fachada del Colegio de Infantes. Aparte de tallas, escudos y retorcidos moldurones, en las abiertas metopas que escoltan triglifos en el dintel del hoy Colegio de Padres Josefinos, fueron talladas unas simpáticas alegorías al arte, al canto y a la música. Interpretadas por niños desnudos protegidos de diosas y en una actitud de entusiasmo y predisposición por aprender y mejorar.

Los balcones orondos de este callejón, la gran verja que cierra el arco de acceso a los patios traseros de la catedral, y ese aire de severidad jesuítica que impregna el sitio, le hace meta de muchos pasos.

Siga el viajero a su aire. Vuelva a la plazuela de las Tres Cruces, que se alzan como regadas del sol de atardecida. Suba la cuesta y póngase ante la fachada catedralicia, y mire las arquivoltas con premio de la puerta del Evangelio, o el relieve alabastrino en el que tallada aparece María donándole la casulla a San Ildefonso. Alce la vista y atrase el cuello para alcanzar las campanas, que en ellas está también la historia, la bibliografía y la emoción de esta Sigüenza que nunca acaba.

Testigos de la historia de Sigüenza

Acaba de aparecer, editado por Rayuela (la librería de Sigüenza) un precioso libro que es al tiempo cifra de conocimientos, caudal de informaciones, y bello objeto para el paladeo de las manos y las retinas.

Se trata del titulado “Testigos de la historia de Sigüenza” y supone una exposición gráfica comentada de las más sustanciosas piezas de la bibliografía seguntina.

Se fundamenta en el aporte de muchos –escritores, coleccionistas, periodistas, archiveros…- pero han sido fundamentalmente los escritos de Angeles García Écija y las piezas de la colección de José Angel Laguna Rubio las que sirven de basamenta a esta obra.

Encuadernada en cartoné, con pasta dura, con casi 300 páginas todas impresas a color, esta obra se divide en apartados que ofrecen imágenes de libros y documentos referentes a muy diversos temas seguntinos: desde la memoria de Fray José de Sigüenza, a las tradiciones en torno a Santa Librada. Lo apartados que ofrece son estos: Archivo Municipal de Sigüenza, Archivo Histórico Provincial de Guadalajara, Archivo Catedralicio, Fray José de Sigüenza, Histórico y Religioso, Mundo Científico, Guías de la provincia y Sigüenza, Literatura, Catedral, Colegio-Universidad de San Antonio de Portaceli, Santa Librada, La prensa seguntina en el primer tercio del siglo XX, y Varia.

Y cada uno de ellos lleva una introducción escrita por un especialista en el mismo. Un libro, sin duda, de apasionante lectura e ingente información, que se hace imprescindible para cualquier coleccionista de libros de tema seguntino.

El Henares, paso a paso

Acaba de obtener Francisco García Marquina el Premio “Blas de Otero” de Poesía, que se creó hace tiempo en Majadahonda para rendir memoria de versos al gran poeta vasco. García Marquina es uno de los mejores poetas con que cuenta España en este momento. En el que no es la especie de intelectuales que más abunda, precisamente. García Marquina, aunque nacido en Madrid, ha escogido esta tierra de la Alcarria y la Campiña para vivir y meditar: para estar en contacto con el mundo y la tierra. No es exagerado decir que García Marquina es hombre y escritor de comunión diaria: con la Naturaleza, el pensamiento y la palabra.

El valle del rio Henares por Moratlla

El Henares inspirador

García Marquina (Madrid, 1937) vive en la finca de El Cañal, en una casa grande y alargada, entre las arboledas que se alzan en la orilla derecha del Henares. Hace unos meses, la Diputación Provincial editó un libro bajo el título “La letra de los Ríos” en el que cuatro escritores enraizados en Guadalajara ponían sus comentarios al Tajo, al Bornova, al Gallo y al Henares. Los autores eran Manu Leguineche, Antonio Pérez Henares, Pedro Aguilar y García Marquina. El libro de marras no ha tenido toda la difusión que merece, debido a la política de distribución aleatoria que la Diputación hace de la cultura escrita en esta provincia. Y es por eso que García Marquina, que escribió en esa ceremonia pánica y cultual de nuestros ríos un maravilloso texto sobre el Henares, se ha decidido a sacarlo por su cuenta, y bajo el sello de Gatoverde nos ha premiado a todos sus lectores con esta joya de la literatura provincial (que se hace universal al mismo tiempo) que son “Los pasos del Henares”.

Es esto un viaje a pie junto a un río que es la clave de los ríos de esta provincia. Un río que es esencia, y explicación, de la historia de la tierra que él nutre y atraviesa. Fue hilo conductor de civilizaciones y culturas, cuando estas cosas llegaban caminando, sobre el suelo.

El autor, en su viaje caminero, visita pueblos y ermitas. Encuentra a unos cuantos paisanos que, ya viejos, le reciben en los bares, o a las puertas de sus casas. Enumera puentes, fábricas (ruinas de fábricas, sombras de fábricas) y molinos (ruinas de molinos). Sin pretenderlo, porque a las claras se ve que no va por ahí su escrito, el autor plasma un “libro denuncia” en toda regla, un libro cuajado de escalofríos: en las orillas del Henares, aparte de Sigüenza y Jadraque, todo lo demás está roto, está vacío, yace en ruina.

Un cronista de ríos

Marquina es el cronista de los ríos de Guadalajara. Se le debería dar, o crear para él porque aún no existe, ese título honorífico. Es su testigo: hace años, fue el Ungría (Nacimiento y mocedad…) y hace poco, el Cifuentes (el río de las cien fuentes). Y ahora el Henares. Los ha vivido, los ha entendido. Es un cronista de una tierra mojada que no está en agonía: está muerta. El río ya no da vida a nada. Por Sigüenza pasa y es allí ignorado. Muchos de cuantos van a Sigüenza ni se han enterado que por allí pasa el río Henares. Y por Jadraque ocurre lo mismo. Pero su empeño da frutos, y consigue rescatar la parte de vida que aún tiene el río. Su memoria cuajada, su sonar, los “puntos calientes” donde aún late vida, o latió hasta hace poco.

El viajero va anotando fielmente los elementos que sobreviven en ese mundo silencioso de las orillas. El juego de la rana en el bar (que se llama Cheyenne) de Carrascosa. Y de los lugares que cruza anota con fidelidad los fastos históricos allí acontecidos, los personajes que por allí vivieron, incluso los que aún hoy viven. Que no es cosa de olvidarlos, porque tienen su mérito: cualquier hálito de vida en esta tierra muerta, da mucho juego. De esos supervivientes, Marquina hace el elogio sin regateos, porque –dice- todos fueron amables con él, e incluso algunos/as se habían leído sus libros. Nadie ni nada es vulgar en este viaje. Todo y todos tienen su singularidad, y su misterio.

Sigüenza y Jadraque

Una docena de páginas dedica a Sigüenza y quince a Jadraque. Son las dos estaciones que más dan para escribir y recordar. De Sigüenza es vecino a temporadas, y se las sabe todas, de gentes y sucedidos. Elige unas cuantas, claro, porque Sigüenza da para mucho. Y al final parece que pasa por ella de puntillas. Jadraque, sin embargo, le sale bordado.

Lo que maravilla al lector, porque ha maravillado antes al autor, es el brillante y pulcro castellano en que aún se expresan las gentes de en torno al Henares. Un ejemplo de ello es el viejo de Valdeancheta, que parece un poeta medieval oteando los campos en los que siempre se pone el sol. También aparecen, de vez en cuando, los propios que vapulean el idioma con frases locutivas tomadas de refilón de los debates parlamentarios, como los del bar de Espinosa.

Y en todas las páginas, en todas las jornadas, el tren. Como un personaje central y permanente, pues la vía se hace camino obligado en muchos tramos. Camina sobre el metal de la vía, sobre el empedrado suelto entre las traviesas, se retira al terraplén cuando la máquina furibunda enfila el estrecho paso por Cutamilla. Al final, el viajero acaba su periplo en Humanes. Allí coge el tren, el Regional de las 17:31, y cierra su manuscrito. Lo de más abajo, ya no es río. Son aguas que van entre fábricas y olvidos.

Los pasos del Henares, un libro brillante

Tiene 152 páginas, y 8 láminas en color, impresas aparte. Lo edita Gatoverde, y se adquiere en librerías o por Internet. No se regala, porque está demostrado que los libros regalados no se leen y al final se tiran.

Es un libro este de García Marquina maravillosamente escrito, un libro que (en lo tocante a la profesión de viajero de ríos) es perfecto. Y en lo que supone de introspección humana, de análisis de la soledad y del aire, de asombro por la luz y los recuerdos, totalmente armonioso, supremo.

En cada párrafo de “Los pasos del Henares” hay una idea sobre la humanidad, la religión, la economía, el arte. En cada pueblo que se visita (y en algunos el viajero no encuentra a nadie, ni un alma) se acoge una nueva visión del mundo. Los pocos seres humanos con que topa están llenos de sabiduría y bondades. Una parte es cierta; la otra se las regala el autor, a quien sí le sobra saber, humanismo, visión y arte.

Tortuera, una villa, una historia

El próximo miércoles 11 de agosto, y a las 7:30 de la tarde, se va a presentar en Tortuera un libro que ofrece completo el devenir y la esencia de esta villa molinesa. Esperado con gran expectación este libro, y ahora que la afluencia en la paramera molinesa es completa, sus autores explicarán los parámetros sobre los que han tejido este impresionante tapiz de historias, descripciones, opiniones y recuerdos.

Tortuera está en el extremo nororiental del Señorío molinés, a más de 1.100 metros de altitud sobre el nivel del mar, en el centro de lo que se ha dado en llamar “el granero del Señorío”, porque sus tierras (es el segundo término municipal más grande de los 81 que constituyen el Señorío) desbordan de mieses allá por julio, y ahora en los inicios de agosto están ya recogidas y puestas a buen recaudo. Confina por el norte con algunos municipios turolenses, y está a medio camino entre Molina y Daroca, más cerca de Teruel y de Zaragoza que de su capital provincial, Guadalajara.

Tortuera es una villa cuajada de memorias y aconteceres. En ella tuvieron asiento los celtíberos, a lo largo del milenio anterior a nuestra Era. Y de hecho,  se han encontrado importantes restos en castros y asentamientos varios, entre los que destaca el cerro de Guisema. Esa finca, que ocupa casi la mitad del término, y hoy es propiedad particular, fue antaño un próspero municipio, del que queda memoria en infinidad de crónicas y documentos.

A Tortuera le dieron vida, ya en tiempos relativamente modernos, algunos linajes de grandes posibles, como los Romero de Amaya, los López Hidalgo de la Vega, los Moreno, Vera, Herranz y Olmos. Todos ellos pusieron sus grandes casonas (casonas molinesas en el más puro sentido de la palabra) en sus principales calles y plazas. Y todos ellos dispusieron de enormes rebaños de ganado, especialmente de ovejas merinas, que les suponía una fuente ingente de ingresos, porque con su lana se mercadeaba en Castilla y en Europa a muy altos niveles. De ellos han quedado memorias y genealogías (que los autores de este libro han compuesto con toda fidelidad, sin faltar ni un solo nombre) y casonas en las que aún resuenan los pasos de tantos señores, de tantos doctores, canónigos, generales y gobernadores como de ellas salieron. La gloria de Tortuera viene, en buena medida, de aquellos linajes que ensancharon Molina a través de Castilla y Andalucía.

Tortuera en el Camino Real                  

La importancia de Tortuera en pasados tiempos, radicó en estar situada en el Camino Real de Aragón, el camino “de rueda” que permitía el cómodo tránsito entre la corte madrileña, y las tierras de Aragón y Cataluña hasta el Mediterráneo. Además añadía la preeminencia económica de estar en Tortuera situado el “Puerto Seco” o Aduana entre ambos reinos, lo cual suponía la obligación de parar al menos una jornada, contar, pagar, albergarse a numerosas personas, arrieros, trajinantes, potentados, mensajeros, etc. Es curioso observar cómo los pueblos de nuestra tierra han cambiado de importancia a lo largo de los siglos. Todo ello, casi siempre, condicionado por las comunicaciones. El Señorío de Molina, centro de la Península, y clave para su dominio político durante muchos siglos, ha llegado a “desaparecer del mapa” con la creación de autovías, AVEs y demás líneas rápidas de comunicación que se han situado fuera de él. De Tortuera se decía  en las crónicas que era “Villa en la cual se registraban los caballos, el dinero y todo lo que cada uno llevaba consigo, porque esta villa está en la raya de Castilla y ninguno puede acá pasar sin registro”. En 1585 pasó por Tortuera el rey Felipe II, en pleno mes de febrero, por el camino que trataron con dificultad sus hombres de despejar de la nieve caída. Allí pasó el rey tres días, a la espera de que los agentes de Aduanas controlaran totalmente lo que la comitiva llevaba…. esto da idea de la seriedad y  el control de la cosa pública que al Rey le gustaba se hiciera en toda ocasión, incluso con su propia persona.

Muchos otros viajeros ilustres pasaron y admiraron Tortuera. Entre ellos, el famoso Cosme de Médicis, quien junto a su dibujante Pier María Balde, y sus cronistas Corsini, Magalotti y Gorrina, fueron detallando lo que allí veían. En el dibujo que Balde dejó hecho de la Villa, se aprecia perfectamente la vieja “torre torcida” o tuera de la que recibió su nombre. Y la picota en las afueras de la población, que daba fe de su calidad de villa. Acompaño a estas líneas este grabado, importantísimo, hallado por los autores del libro que comento.

Escudos, pairones, ermitas…

En Tortuera podrá el viajero entretenerse mirando su patrimonio rico, brillante, bien conservado. Están de un lado las grandes y perfectas labra heráldicas de los apellidos y linajes que fraguaron su historia: la casona de los Romero, con ese escudo escoltado de dos lanceros infantiles, que acompaña a estas líneas, y la casona de los López Hidalgo, con el otro escudo que, curiosamente, se ve repetido en otra casa de la localidad alcarreña de Budia, donde también tuvieron sede estos señores.

Los pairones, emblemas pétreos del Señorío, son también numerosos en Tortuera. Aunque uno de ellos, el del Pilar, lo derribó un camión hace pocos años, y lo han tenido que reconstruir con ladrillo simple, los demás son espléndidos, y muy característicos de este tipo de arquitectura popular y sin autores: el de las Animas, a la entrada de la villa viniendo desde Molina; el de San Simón y San Judas, el más característico; y el de San Nicolás de Tolentino, el patrón del pueblo, y ubicado en su lugar más céntrico.

Fiestas y memorias

En Tortuera se celebran fiestas en honor de San Nicolás de Tolentino (con una romería que llega hasta la ermita del Santo, a donde había que ir en caballerías y carros; y de la Virgen de los Remedios, que después de una sequía muy dura la cambiaron y ampliaron el nombre añadiendo a su apelativo el de “la Fuente” que ella hizo milagrosamente brotar y desde entonces no se ha secado. Juegos, ritos y mudanzas salpican el calendario anual en Tortuera, con detalles de popular regocijo. Y eso se recuerda en las páginas de que hablo, porque a la historia y el patrimonio, una localidad añade, al menos, su costumbrismo y sus formas propias y autónomas de celebrar y divertirse.

Tortuera, una villa, una historia

El libro que se presentará el próximo miércoles en Tortuera, y que ofrece a lo largo de sus 500 páginas todo cuanto pueda imaginarse sobre esta localidad, ha sido escrito por dos grandes especialistas de la historia y el arte de nuestra provincia: uno de ellos es Francisco Javier Heredia Heredia, quien durante años ha peregrinado por archivos y bibliotecas anotando cuanto tenía relación con Tortuera. Y ha sido tal la cantidad de datos, que nada ha escapado a su indagación. El otro autor es Juan Antonio Marco Martínez, ya muy conocido por sus estudios sobre órganos, retablos e iglesias de la diócesis, y que en esta ocasión ha realizado un meticuloso análisis del patrimonio monumental de esta villa. La obra se complementa de algunos planos, grabados antiguos, fotografías en color de los elementos actuales, detalles de escudos y pairones, etc. Una amplia bibliografía y un interesante complemento de Apéndices documentales redondean esta obra, que es modélica en lo que respecta a la bibliografía provincial, y capital en lo que hace a Tortuera y todo su entorno del Señorío molinés.