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julio, 2004:

Molina de Aragón en clave festiva

Este fin de semana se celebrará en Molina de Aragón su tradicional Fiesta del Carmen. El día 16 será el festejo a la Virgen por sus Cofrades, los tradicionales “cangrejos” que recorren en formación militar rigurosamente vestidos de rojo y blanco las calles del burgo. Hace un mes fue la evocación del Medievo, y todo junto supondrá uno de los momentos del año en que más público se junta por las calles evocadoras, y los rincones únicos, de esta ciudad alta que baña el Gallo.

La Casa Grande de los Moreno en Hinojosa

Han pasado ya el tumulto de las fiestas y mercados medievales, en Sigüenza, Molina, Tamajón, Pioz… Quizás un día haya que reflexionar acerca de esta fiebre que ha entrado en nuestra tierra de celebrar fiestas medievales, llenar las calles y plazas de tenderetes que venden artesanías, hierbas y almendras, y vestirse todos a la usanza de hace 700 años. Me gustaría que fuese un deseo auténtico de encontrarse todos con sus propias raíces. De saber de sus orígenes, de sus pecados y arrepentimientos, de sus formas de vivir más naturales. Mucho me temo que hay más cosas detrás. Que hay empresas que montan estos encuentros con el pasado para dar buenos resultados contables a fin de año. Y el buen deseo de autoridades locales por resaltar la existencia de su municipio ante la previsible afluencia de gentío que busca sobre todo comer algún buen pulpo o jamón,  según se pasa camino del escenario donde entretendrán a sus niños con un cuentacuentos o una representación de titiriteros en clave de chanza. Porque la Edad Media tuvo alguna cara más que la jocosa que sale en estas ocasiones.

Molina de Aragón, en la encrucijada

A Molina ha llegado la memoria de la Edad Media. Realmente, Molina es solo pretérito. Es Edad Media, es Renacimiento, es Ilustración….. es el ejército poderoso de don Manrique, de doña Blanca. Es la admiración que en sus vecinos suscita el aguante de una independencia que dura dos siglos. Es la capacidad de fortificarse dentro y fuera, cubrir de castillos y atalayas el territorio, poner pairones en cualquier cruce de caminos, alzar templos románicos, palacios grandiosos, inmensos rebaños de merinas que en el invierno duro del altiplano bajan a pastorear en la remota Andalucía. Molina es el poder de sus concejos, la riqueza de sus ganaderos, la pujanza de sus comerciantes. Molina está, durante siglos, en el centro de la península ibérica, en el cruce y desarrollo de todos sus caminos. Y es precisamente cuando llega el progreso, cuando se trazan vías de ferrocarril primero, y luego carreteras y hasta autopistas, cuando, como en una actuación de “magia potagia”, Molina desaparece, nadie sabe donde está, y nadie ha ido. Se olvidaron de Molina al hacer las carreteras, los trenes y los aeropuertos. Los únicos que se acuerdan de Molina son los propios molineses. De esos, no falla ninguno.

La gente y las cosas de Molina

Si uno se pone a recordar a los molineses ilustres, no le caben las memorias dentro de un libro. Una recopilación de todos hizo hace tiempo don Claro Abánades, en un libro que, como casi todos los suyos, sigue manuscrito (mecanografiado perdón, para ser más exactos) en el Archivo Municipal al que dejó legada su obra inédita. Será benemérito quien lo saque a luz, y dé pie a que sean recordados tantos hombres y mujeres del pasado que pusieron su vida al servicio del territorio. Desde el primer señor, don Manrique de Lara, al actual alcalde, don Pedro Herranz, que tiene en la mano siempre la antorcha de la supervivencia. Pasando por gentes como el licenciado Núñez y el regidor Sánchez de Portocarrero, sus capitanes e historiadores, hasta don Antonio Sanz Polo, reconstructor de castillos y don Santiago Arauz de Robles, analista del problema rural molinés.

La gente de Molina tiene un apego especial por su tierra. Quizás fraguado en la distancia, en el estar lejos de ella la mayor parte del año. En el invierno, Molina desaparece del todo: se queda sin gentes, y allí arriba hay niebla. Pero va andando en el pecho de muchos. Por eso en el verano estalla la actividad, todo son fiestas, y se preparan nuevas ideas. Sé que en agosto, mediados, se va a celebrar en Tortuera, por todo lo alto, la presentación de un gran libro sobre esa villa. Cuajada memoria de un espacio único y singular. Y en Molina estos días la Fiesta del Carmen, de arraigo medieval, el nuevo Museo abierto, las calles llenas.

Monumentos en pequeño

Para quien es de allí, o para esos viajeros que quieren saber de un territorio hispano rico de historias, maravilloso de paisajes, pleno de patrimonios, no está de más recordar algunos de sus detalles que dicen de la Tierra, que expresan ese sabor a misterio y sorpresa.

En Milmarcos podrá verse, aún en la penumbra fresca de su templo parroquial, la pila bautismal románica que es una verdadera joya del arte medieval, desconocida. La descubrí hace muchos años, en mis estancias por aquellas latitudes con algunos de sus más animosos hijos, que luego han vuelto y ahora empujan: Fernando Marchán, Iturbe, los Escolano… Esa pila tallada a medias sobre la durísima roca molinesa, ofrece la imagen de una infinita retahíla de mitras o de bastones, puestos en el dibujo sencillo de lo medieval más puro. Milmarcos tiene muchas más cosas que ver, pero este detalle ya por sí mismo merece una visita.

Cerca de la capital, están las ruinas de Castellote, un pueblo que fue grande y hoy es sólo un espectro: en los muros de su derruida iglesia, tal como se ve en la fotografía adjunta, alguien pintó con detalle y parsimonia, pero dando gritos: “Pueblos del Señorío, salvemos nuestra tierra”. Alguien de fuera, pero que lleva a Molina en el corazón, ha adquirido recientemente Novella, otro poblado cercano a la capital, para salvarla del silencio, y darla vida.

En Turmiel, junto al río Mesa, que corre desde las arideces de Anquela hacia Aragón, sobre unos cantiles rocosos que invitan a soñar con alcores y castillos, con lanzas y cides, se mantiene entera la ermita de Palmaces. Tiene detalles románicos, algunos canecillos, el aire todo de la Edad Media pintada sobre su silueta firme. Esas ermitas molinesas, perdidas en lo alto, esas torres, esos chozones grandes de techo de sabina, son los restos de una civilización, que no deberíamos permitir que se perdiera.

Más que Edad Media: la Arqueología

De los restos del Señorío, lo más interesante está aún por descubrir. Es la arqueología, los yacimientos celtibéricos, los castros y necrópolis, los asentamientos junto a los ríos y sobre los peñascos. Desde hace años, una meritoria y meticulosa campaña dirigida por Arenas y sus gentes, está poniendo de relieve lo que fue la Molina prehistórica o remotamente vieja: el asentamiento judío, pero los sucesivos estratos de la humana huella sobre el gran cerro del castillo. En Herrería, muy cerca, se excavó completo el castro del Ceremeño. Y en Rillo de Gallo aparecieron los abrigos con pinturas rupestres más interesantes de toda la provincia.

En La Yunta y  en Embid, los campos de urnas. Y por Aragoncillo su bosque fósil. La orilla derecha del Ebro, abarcando la Cordillera Ibérica entera, pero muy especialmente en el altiplano molinés, fue asentamiento largo de lo que podríamos decir (en un exceso de celo patrio) fue el origen de nuestro país: la Celtiberia. Seguirán encontrándose puntos, altozanos y valles cubiertos del silencioso recuerdo metálico de las espadas y los cascos. En el Cabezo del Cid, que es cerro plano y amable, pero alto y firme como pocos, vigilante del caserío de Hinojosa, se han encontrado muchísimos restos celtíberos, y por allí aún está pendiente el estudio de sitios como ese, como la Loma Gorda de Cubillejo, como la docena de castros de Prados Redondos, y como el Cerro de la Cantera de Hinojosa. Prehistoria, Edad Media, Molina del pretérito…

Sigüenza, un rito medieval

En estos días del fin de semana que ya corre, Sigüenza se viste, aún más si cabe, de ciudad medieval a lo grande. Calles y plazuelas oirán los cánticos, los cuentos y las músicas de aquella lejana Edad en la que fue centro de una enorme región, de una diócesis y un territorio en el que su Obispo era señor de cruz y de espada, dueño de haciendas, de impuestos y de perdones.

La evocación de la Edad Media se queda siempre a niveles muy superficiales, con un caudal de gentes que suben las cuestas ataviadas de haldas y capirotes, con chapines y collares multicolores. Que venden capachos de anea o faltriqueras de cuero. Pero aquella razón vital del dominio de los Obispos, del poder omnímodo sobre gentes y tierras, de severa marcialidad en el pensamiento y en las actitudes, se deja de lado, porque sin duda sería tomada por sus directos herederos como mofa o irreverente comedia. No está de más recordarlo, justo ahora.

Un cabalero de la Edad Media, en la Travesaña de Sigüenza

La ciudad medieval

Sigüenza tiene el aire medieval marcando sus límites. Su imagen en la distancia es la de una ciudad del pasado, netamente antigua. Con su castillo en lo más alto, su catedral a media ladera, los paseos umbrosos abajo, junto al río. Y en la caída de la colina, todo el caserío con sus tonos intensamente rojos, entre los que sobresalen las líneas pardas de algunas torres, las moles poderosas de conventos, la Universidad, el Seminario. Es una ciudad episcopal en su esencia, desde su fundación allá por el siglo XII.

Bueno, mejor desde su reconquista. Por la ciudad existía, en calidad de aldea del alfoz de Medinaceli, desde mucho antes. Pero su estratégica situación en el valle del Henares, nudo clave en las comunicaciones entre ambas mesetas y Aragón, a hicieron enseguida punto disputado. Y así el rey de Castilla le entregó en señorío la ciudad, tras su toma a los musulmanes de Al-Andalus, para que la repoblaran, la engrandecieran, y pusieran como punto fuerte de la frontera.

Es esta razón que le hace a Sigüenza ser medieval netamente. En su origen, en su evolución histórica, y en sus monumentos todos. Los Obispos ejercen durante siete siglos un señorío total: espiritual y material. Son señores en el sentido total de la palabra. Administran justicia, ponen a las autoridades locales, cobran los impuestos, deciden lo que se hace y lo que no se hace. Menos mal que además, tienen en general el buen gusto de hacer crecer los edificios, de adornarlos con el mejor arte del momento. Demuestran así que son grandes (el Cardenal Mendoza pedía que cuando llegara a una legua de la ciudad, todas las campanas de sus iglesias le recibieran volteándose) y que son inteligentes.

Ya en la Edad Media, Sigüenza tuvo Universidad. Creación del cardenal Mendoza y de su “familiar” López de Medina. Ya entonces tenían sus sacristías colecciones preciosas de libros y de esculturas. Poco después, en la Travesaña alta, se levanta la casa de los Arce, la “casa del Doncel”, que sería cruce de culturas. Y en la catedral, poco más tarde, crece la estatua de alabastro más bella del mundo, la que soporta la memoria de un caballero que sale del Medievo y pisa con sigilo la primera piedra del Renacimiento: Martín Vázquez de Arce es también ese Doncel que nos trae en su vestimenta la imagen de la Edad Media, y en su libro y su sonrisa el soplo grácil del Humanismo.

Todo es arte y memoria

El visitante que estos días acuda a Sigüenza estará sumido en un ambiente plenamente medieval. Lo consiguen, a base de tesón, ganas, mucho trabajo y mucho dinero, los miembros de la Asociación Medieval Seguntina, para los que envío desde aquí un fuerte aplauso. Entre hoy viernes y el próximo domingo, se vestirán de galas sarracenas y cristianas, de mantos judíos y jubones labrantíos. Pondrán sus puestos, cantarán sus zejeles, pondrán,-en suma- contrapunto humano a una ciudad que es, siempre, eternamente, medieval.

Pero además de ser parte de esa latiente melodía, el visitante querrá entrar en los espacios plenamente medievales de Sigüenza. Lo puede conseguir sin gran esfuerzo. Entrar en la catedral, a través de los vanos protegidos de semicirculares arcos baquetonados de la fachada de poniente. Superficies pétreas que tienen coros de hojas y entrelazos de picos. Dentro, todo es original y grandioso. Resuenan los pasos y los cuchicheos se alzan. Los pilares se arraciman y se vuelcan en ingrávidos arcos. Se pisa sobre el duro roquedal semirrosado. Y se admira a ambos lados los altares, los enterramientos, las pinturas, las velas, todo tamizado del dorado blasón múltiple que se alza y recita apellidos y orondos nombres de caballeros y obispos.

En la catedral es interminable la serie de cosas a ver: el Doncel, por supuesto. Y la Sacristía de las Cabeza, que tallara personalmente Alonso de Covarrubias. Y la virgen de la Leche. Y el coro de galanura mudéjar. Y el púlpito de la Epístola tallado por el germano Rodrigo Alemán. Y el enterramiento de “Carrillo el feo” que era tan hermoso, aunque muerto, con su alto sombrero de cortesano sin futuro. Y esto y lo otro. Y lo de más allá. Todo en la catedral nos habla de la Edad Media.

Y en la calle…. para qué contar. Se sube la calle mayor, y todo son palacios, a un lado y a otro. A medias de la cuesta, una iglesia románica, que por dentro se supone hermosa, aunque por fuera nos deslumbra con sus arcos. A poco, a la derecha, la Travesaña Alta, donde surgen casas como la de los Arces, templos como el de San Vicente, Arcos como el de la Virgen… y arriba del todo, en la limpia altura, el castillo, con sus salones donde impartían justicia los obispos, donde se arrebuñaba doña Blanca, donde se defendían los ciudadanos de ataques franceses.

Nada más. Ni cabe aquí el detalle de la ciudad entera, medieval por completo, ni estoy para contarlo. Lo que quiero es irme allí, andar sus calles, y oir sus irreverentes sonidos. Si alguna ciudad, o villa, de nuestra provincia, puede celebrar con rigor y autenticidad una Fiesta Medieval (siempre aparte Hita, que esa es sagrada, es la mejor) ha de ser Sigüenza. Ojalá salga todo lo han planeado las gentes de la Asociación Medieval Seguntina.

Un libro sobre Doña Blanca

La triste peripecia vital de Doña Blanca, que es recordada estos días en el festival de evocaciones medievales de Sigüenza, está plasmada en un libro muy interesante que hace poco escribió el Cronista seguntino, doctor Martínez Gómez-Gordo. En esa obra, titulada “La reina doña Blanca, prisionera del castillo de Sigüenza”, se narra con pormenor la biografía de esta joven princesa francesa, que llegó a ser reina de Castilla y enseguida repudiada por su esposo el Rey Pedro I el Cruel, quien la dejó encerrada en esa fortaleza, en la que ahora, con la evidencia lúdica del recuerdo, se repite coloristamente el episodio.

El libro tiene 80 páginas y muchas imágenes a color. El autor narra con detalle y secuencia bien organizada el discurso vital de la reina. Se añade de bibliografía, y aporta datos sobre el propio rey y todos sus cortesanos: batallas, tratados, traiciones y vida cotidiana de la Castilla medieval. Justo lo que se reproduce ahora en estas jornadas. El libro está editado por AACHE, y hace el número 18 de su colección “Tierra de Guadalajara”.

Centenera la Vieja, ya un suspiro

Los viajeros se han echado, en la mañana fresca del verano, a recorrer sobre suculentos caminos de hierbas altas y pedegrosas certezas la Alcarria que media entre el arroyo Matayeguas y el río Ungría. Un espacio de terreno en el que apenas hay otra cosa que anchos campos de cereal, ahora mismo granados, alcores pedregosos, y la seguridad de que a poco que se ande uno se encuentra ante la suave y oronda hondonada de algún valle. Los valles de la Alcarria, todos olivos y bosquedas, urracas en pelea, alguna serpiente que huye…

En búsqueda de un despoblado

Las Relaciones Topográficas de Felipe II nos ofrecen, al hablar de los pueblos de la Alcarria, noticias de pueblos que hoy ya no existen, que hoy son solamente un pequeño montón de piedras, cubiertas de hierba y sembrados, pero que entonces, -finales del siglo XVI- tampoco eran mucho más. Apenas un montón de casas arruinadas, la vieja iglesia desmochada, las fuentes rotas… y el recuerdo aún vivo de cuando se vaciaron, de aquellas epidemias (la terrible de la Peste Negra a mediados del siglo XIV fue la principal causa de tanto deshabitamiento) de aquellas plagas, de aquellas peleas. Las leyendas cuentan y no paran en los pueblos. Dicen que muchas aldeas se quedaron vacías de gente, y luego se hundieron olvidadas, porque en una boda alguien echó, por envidia, un veneno en el vino. O que una terrible avalancha de hormigas devoradoras se empinó por las calles y acabó con todo. O un aire raro, un cierzo violento… nada de eso. Los pueblos, muchísimos pueblos que existieron en la Edad Media en la actual provincia de Guadalajara, quedaron abandonados tras la epidemia de peste bubónica del siglo XIV, en la que se calcula que murió más de la mitad de la población de ese momento. Quienes sobrevivieron, se fueron a otros pueblos cercanos a vivir, fundieron concejos y términos, quedaron simples ermitas, torreones, ruinas, que han llegado hasta hoy en la memoria, o en signos ciertos, como ocurrió en Centenera la Vieja.

La Relación de Centenera

En la Relación Topográfica de Centenera, a la pregunta número 50 se dice  “Que cerca del dicho lugar hay dos despoblados, que el uno se llama Centenera de Yuso, y el otro el Villar, y que en el despoblado del Villar hemos oido á nuestros mayores que hubo una moza que tenia dos cabezas y dos caras en un solo cuerpo, y que la una cantaba y la otra respondía lo que cantaba la otra”. Del despoblado de El Villar, ha quedado memoria en Atanzón, porque está en ese término, y sobre la leyenda referida, existe un relato muy bonito escrito por Felipe Olivier en su libro “Historias y Leyendas de Guadalajara”.

Y en la misma relación de Centenera aparece la memoria de la peste, cuando refieren el origen de sus fiestas y votos: “Que en el dicho lugar hay voto de guardar cuatro días de fiestas, además de las que manda Nuestra Santa Madre Iglesia Catedral de Toledo, que son S. Roque, é S. Gregorio Nacianceno, Santa Agueda y Santa Ursola, y la causa y principio de guardar dicho dia á S. Roque, hemos oido decir a nuestros antepasados, que fué por peste que vino, y la fiesta del dicho S. Gregorio por gusano que se come las viñas, é lo demás no sabemos”.

Don Juan Catalina García López, en los Aumentos que a las referidas Relaciones Topográficas incluyó en su edición, nos dice que “me consta ciertamente que Centenera de Yuso estuvo en una altura, como he dicho, casi enfrente de Aldeanueva de Guadalajara, donde quedan los vestigios de una iglesia que llaman de San Marcos, nombre que no se refiere, sin duda, al pueblo, sino á la misma iglesia, cuyo titular sería aquel evangelista”. Efectivamente, después de enconado pleito, en el siglo XVIII, hoy ese lugar pertenece al término de Atanzón, y se ve separado de Aldeanuela, que casi está enfrente, por el hondo barranco por donde discurre el arroyo Matayeguas.

Los restos de la vieja Centenera de Yuso

Casi al amanecer, para evitar el calor del día, los viajeros han surcado caminos, han bordeado trigales, y se han plantado frente al cerro empinado en que estuvo este viejo pueblo al que la peste bubónica dejó vacío. En lo alto del cerrete se ven unas ciclópeas ruinas, que desde lejos semejan castillo guerrero. Desde lejos y desde cerca, porque aunque García López dijera que allí estaba, en el lugar de la Centenera Vieja, la ruina de su iglesia de San Marcos, es evidente que él no llegó hasta ese remoto lugar. Lo que allí existe es una construcción ruinosa, pero con tres de sus altas paredes en pie. Son verticales, totalmente cerradas, no tiene contrafuertes, y en la altura no hay restos de aleros, sino unas hiladas de ladrillos entre la argamasa, de tal modo que todo hace pensar en que aquello fue una fortaleza, una gran torre de vigilancia y defensa. Así han opinado otros que la han visto. Y aún dejando abierta la posibilidad de que pudieran ser restos de iglesia, porque la tradición así lo dice, pero la realidad vista me hace inclinar hacia la salida de torreón defensivo, de castillo auténtico, porque está en una eminencia muy sobresaliente del terreno, y desde su altura se divisaban grandes espacios de la llanada alcarreña y del valle del Matayeguas.

En todo caso, las fotos que acompañan estas líneas pueden dar razón para la opinión de mis lectores. Finalmente, una sugerencia: vale la pena atravesar la Alcarria de Atanzón (mejor si es en un vehículo todo-terreno, por seguridad, porque las hierbas están muy altas, y los caminos que recibieron mucho agua esta primavera tienen en algunos trozos rodadas muy profundas) y plantarse ante el cerro fortificado de Centenera la Vieja. Es una excursión inédita, y, se lo aseguro, emocionante.

La Golosa, otro despoblado en la Alcarria

Hay muchos otros despoblados alcarreños en los que quedan restos interesantes de su pasado patrimonio. Uno de ellos es “La Golosa”, en término de Berninches, en una eminencia sobre el valle de su mismo nombre, que desde la meseta de Peñalver, Fuentelencina y el Cruce del Berral, se asoma hacia el valle del río Arlés. El nuevo trazado de la N-320 hacia Sacedón, pasa muy cerca de este lugar, al que hay que llegar a pie. En la eminencia del otero, se alza casi entera una iglesia románica.

La historia nos cuenta la misma historia que en Centenera, pero aquí sin fábulas: la peste diezmó a La Golosa de tal manera que quedaron tan solo tres vecinos, los cuales decidieron unirse a Berrinches, redactando y firmando un documento que aún hoy se conserva en el Archivo Municipal. La iglesia de La Golosa, de la que en su día dimos noticia en estas páginas, es románica y ofrece aún su traza, sus capiteles y arcos medievales, en medio del campo.

Un libro de despoblados

Acaba de aparecer un magnífico libro, que firman Ranz Yubero, López de los Mozos y Remartínez Maestro, titulado “Estudio toponímico de los despoblados de la comarca de Molina de Aragón”. Un estudio denso, y apasionante al mismo tiempo, en que al compás del análisis toponímico de espacios yertos, se da noticia de más de 5 docenas de despoblados, antiguos pueblos que hubieron vida, en la comarca de Molina.

Libros como este (ha sido editado por el Excmº Ayuntamiento de Molina de Aragón) nos devuelven la memoria cierta de esa parcela arcana, perdida en todas las crónicas, huida y silenciada, de los pueblos que fueron y se los llevó la peste. Andar Molina en su búsqueda es otro recomendable ejercicio que podrá hacerse cómodamente de la mano de este libro modélico, que aquí recomiendo.