Albares, costumbres con fuerza

viernes, 11 junio 2004 0 Por Herrera Casado

En estos días está celebrando Albares su Semana Cultural, que dará paso, a partir del domingo 13 dedicado a San Antonio, a la semana grande de las fiestas. Todo es un bullicio festivo en Albares: un pueblo de la Alcarria que guarda en su memoria una cascada de costumbres curiosas, de ritos ancestrales. Desde “La Cueva que llora” a las tradiciones pastoriles y de fabricación de quesos; desde los motetes a San Antonio, y el paseo de los niños del pueblo sobre las andas del santo, hasta unos carnavales de color feroz y muy divertidos.

En este contexto de cultura y fiesta, el pasado domingo día 6 se presentó en el Centro Social de la villa un acto que consistió en la presentación de un libro titulado “ALBARES, historia y tradición”, escrito por la Asociación de Mujeres de Albares, y prologado por quien esto escribe. Es un libro que ofrece, en sus 160 páginas, ilustradas profusamente con dibujos y fotografías, un amplio repaso de la geografía, la historia, el patrimonio y el costumbrismo del pueblo. Han colaborado en él numerosas personas, escritores, historiadores, genealogistas y un largo etcétera de aportes, consiguiendo una obra amena y simpática, un libro que trata, fundamentalmente, de decir a las gentes sencillas cual es su historia, su pasado, su raíz profunda…

Costumbres de Albares

Una de las más curiosas, que este libro se entretiene en referir con todo detalle, es el proceso de elaboración, obtención y artesanía del esparto. Como lugar más bien seco que es Albares, el cultivo del cáñamo fue el más extendido en las escasas zonas de huerta que tiene: y de ahí que a estas aún se las denomine “los cañamares” aunque ya no se produzca esta hierba. Se cuenta con detalle el proceso de recolección, de limpieza del la caña, de formación de los gramajones que se metían en agua en grandes pozos, para macerarlos. Una vez mojados durante mes y medio, se secaban al sol. Allá se sacaban los borricos de espadar, se terciaba la maña, y se llevaba a las casas donde los trenzaban y hacían con él cestos y mil utensilios imprescindibles en las labores del hogar y la labranza…. eran tiempos de economía de subsistencia, en el que las empresas multinacionales no existían, porque nada hubieran tenido que hacer frente a estas formas de sembrar en las umbrías el material con el que luego se harían los enseres de la casa.

Las artesanías textiles fueron abundantes en Albares. En el Catastro del Marqués de la Ensenada ya se recoge la noticia de existir 17 tejedores de lienzo y paño, a mediados del siglo XVIII, y en la centuria siguiente aún había seis telares para lienzos caseros, paños pardos y costales. Su desaparición puede fecharse en la segunda mitad del siglo XX, época de la brutal emigración que llevó fuera del pueblo a gran cantidad de personas, y época en la que empezó el desarrollismo que a la postre acabaría con las economías de autosuficiencia de los pueblos.

Albares fue siempre un pueblo muy ganadero, y la producción de lana de sus enormes rebaños de oveja fue también destacable. De ello se deriva la existencia, aún comprobable sobre el terreno, de chozas para pastores con sus correspondientes corrales en su derredor. Una de ellas aún recibe el nombre de “la choza de pelagatos”. Entre las costumbres ganaderas de Albares, está l a de que hombres y chicos, en ciertas épocas veraniegas, quedaban a vivir y dormir en el monte, cuidando los ganados en sitios de buen pasto, no cansando a las ovejas con desplazamientos innecesarios. Allí en el campo se las ordeñaba y se traía la leche al pueblo, para hacer quesos que obtuvieron merecida fama. El esquileo se hacía también llegados los primeros calores fuertes, y el vellón obtenido de cada oveja era tratado y usado en rellenar colchones, o con la rueca y el husillo hacer fina lana para luego confeccionar los jerseys, los calcetines y las bufandas que tan necesarios se hacían el invierno.

Esta forma de autoabastecerse, de entre todos conseguir todo (comida, bebida, vestido y techo) lo que se necesita para vivir, es algo que hoy ya no se entiende, pero que en Albares tuvo su vigencia hasta hace poco. Y eso es lo que se cuenta en este libro con todo lujo de detalles.

La joya del patrimonio: La Casa de las Pinturas

En la calle de San Pedro existe una casa en la que hace pocos años se encontraron, al realizar obras en su interior, numerosas pinturas que llenan por completo un muro de la vivienda. Estas pinturas están realizadas al fresco, y en tonos apagados, con escasa variedad de colores, pues predominan el sepia y el negro. El sepia es el general de toda la pintura, con los perfiles en negro, y un tono terroso en las carnaciones de los personajes. Se establece distribuida en tres grandes y bien definidos paneles: uno central, en el que aparece la gran escena de batalla, y dos laterales, con figuras aisladas y leyendas.

En el espacio central, de mayores dimensiones que los laterales, encontramos una escena de fácil identificación: en primer plano aparece un individuo montado a caballo, provisto de espada, aureola y banderín, en una actitud guerrera, avanzando. En segundo plano aparece otro jinete, en la misma actitud, portando una lanza. A la derecha, y en un tercer plano, vemos un grupo de gentes, algunos de ellos llevan barba poblada, con flechas y lanzas en sus manos, situándose ante una puerta formada por un gran arco adovelado, de medio punto. Ya en l aparte inferior aparecen otros personajes, tendidos en el suelo, y heridos, a los que puede identificarse como “moros”, árabes y bereberes, con trajes apropiados y característicos.

En el lado izquierdo del espectador, incompleto por tener un tabique añadido que corta las figuras, no se aprecia nada en concreto. En el lado derecho aparecen dos personajes. El primero de ellos es el más grande. Está en pie, aparece nimbado, y señala al cordero que porta en uno de sus brazos. Los símbolos que identifican a este personaje (el cordero, la cruz, la aureola, la vestimenta en piel, etc.) le identifica con San Juan Bautista. Sobre él aparece una inscripción que dice «ECCE ANNUS DEI». En la parte inferior aparece el segundo personaje: está de rodillas y en actitud de orar, y aunque no tiene elementos identificativos propios, bien podría tratarse del donante del conjunto pictórico, del oferente.

El conjunto de estas pinturas murales está rematado en su parte superior por una gran leyenda, de la que hoy solo quedan fragmentos, y de la que podemos extraer los siguientes elementos:

[…] D. QUINIENTOS [TREINTA E OCHO]

    […] EL YLLmo DON L[UIS] […]

[…] [MAR]QUES DE M[ONDEJAR] TIERRA DE ALMOGUERA

                                      y sea para bien

Aunque el conjunto de estas pinturas murales de Albares es atractivo, no puede decirse que el autor de las mismas fuera un pintor de primera fila. Bien perfiladas las figuras, se consigue un cierto efecto de profundidad con la gradación del detalle en ellas según los planos que se quiere conseguir. También es posible que se diseñara primero en forma de boceto, y que este no llegara a concluirse en algunas de las figuras. En su conjunto hay idea de movimiento y de acción, y el abigarramiento de los personajes consigue transmitir la idea de batalla, de acción continua.

Se han hecho ya, por parte de su primera estudiosa, doña Paloma Rodríguez Panizo, ciertas apreciaciones interpretativas, incluidas dentro de una lógica histórica. Son datables las pinturas en el siglo XVI, tanto por el estilo, como porque en la leyenda parece aludirse a ese siglo. En esa leyenda, aunque muy incompleta, se dan pistas para identificar a los personajes y la acción.

Es muy probable que el personaje central de las pinturas sea don Luis Hurtado de Mendoza, conde de Tendilla y primer marqués de Mondéjar, quien desde 1538 fue señor de la tierra de Almoguera, y por ende de la villa de Albares. Este aristócrata luchó, en 1535, en la conquista de Túnez, donde fue gravemente herido. La composición nos muestra una escena de conquista de una ciudad por parte de elementos cristianos, vencedores de otros mahometanos que yacen, tendidos y heridos, por el suelo. En los límites de la pintura, como detalle también de época, renacentista, aparecen imágenes de adornos en candelieri.

Todo ello nos hace pensar que lo aquí representado sea la conquista de Túmez, ocurrida en 1535, y en la que participó el señor de la villa, a quien está ofrecida esta pintura, por parte de alguno de sus criados o devotos. Aparece en el centro la figura de Santiago, patrón de los caballeros, en funciones de vencer al enemigo mahometano, mientras que la presencia de San Juan Bautista nos habla de una simbología de tipo victorioso, de resurrección tras el martirio. Es muy posible que en la parte de la izquierda de esta gran composición, hoy perdida por apliques de tabiques, estuviera representada alguna santa, y la imagen femenina de la donante, lo que compondría un tríptico típico.

La Casona de los Suárez y Salcedo

Existe en Albares una vieja casona cuyo origen se remonta al siglo XVII cuando poco. Perteneció al linaje de los Suárez y Salcedo, tal como pregona el escudo que aparece empotrado sobre la fachada que da a la calle de San Sebastián, en pleno centro urbano. De esta familia se sabe que en aquellos tiempos fueron muy poderosos, teniendo numerosas tierras en los términos de Albares y Almoguera.

Lo más notable a destacar del edificio es el escudo, muy ricamente tallado en alabastro, aunque con el paso de los siglos, esta piedra se ha ido secando y desprendiendo. Así y todo, mantiene su brillo, dureza y los detalles heráldicos del escudo de los Suárez y Salcedo están todavía muy nítidos. El escudo es partido, apareciendo el campo diestro a su vez cortado, presentando en el primero un cuartelado en que se aprecian los siguientes elementos: 1º un castillo surmontado de un aguila, 2º tres barras, 3º campo liso, y 4º cinco roeles puestos de dos, dos y uno. Y en el segundo un puente. En el campo siniestro, también cortado, el superior es un cuartelado compuesto de 1º y 4º cinco panelas (hojas con forma de corazón), 2º y 3º cinco estrellas de ocho puntas, Y el inferior muestra un árbol acompañado de un animal, que puede ser un perro o un lobo. El escudo se timbra con una celada que mira a su diestra, en señal de hidalguía probada, y se acola sobre una base de concha, sin presentar tenantes ni cruces de ninguna orden militar, por lo que se colige que la capacidad del uso de armas de los Suárez y Salcedo fue más en función de su dinero que de su abolengo militar. Como una curiosa solución identificativa, no muy frecuente en nuestras armerías, en la cenefa superior del escudo aparecen tallados los nombres de los propietarios, Suárez y Salcedo.

Un libro clave

No tenía hasta ahora Albares bibliografía propia. Desde la semana pasada, existe este libro, “Albares, historia y tradiciones”, que supone la relación de sus detalles geográficos, de su historia detallada (los templarios, los calatravos, los Mendoza, las Relaciones Topográficas…), de todo su patrimonio monumental, que sorprenderá a propios y extraños, y de sus costumbres incontables y curiosas. Un libro de 160 páginas con un centenar de grabados, y un gancho seguro para cuantos sean de allí, de cualquier lugar de la Alcarria, o tengan cono afición el coleccionismo de libros propios de la tierra.