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marzo, 2004:

Un viaje hasta Valdeavellano

Entre las curiosidades que ofrece la Alcarria en sus pueblos, la villa de Valdeavellano nos da algunos elementos únicos, entre ellos su gran fuente caminera, sus pinturas románicas, una picota excepcional, y un aire a museo vivo y palpitante que se recoje en el discurrir por sus calles y caminos.

Desde Guadalajara, el viaje es fácil. Para hacer en una mañana de domingo, sin demasiadas prisas. Desde la capital se sale por la carretera de Cuenca, y a poco de pasar la desviación de la estación del AVE, surge otra desviación a la izquierda, cómoda de tomar porque tiene raqueta. Es el camino de Luliana. Pues bien: se baja al valle del Matayeguas, se deja Luliana a un lado, mientras se ven en lo alto, a la derecha, las ruinas del monasterio jerónimo de San Bartolomé.

Ya en el valle, se continúa, y tras pasar un puente que cubre al río Ungría, se empieza la subida de las Majadillas, que nos pone en lo alto del puertecillo desde el que se divisa el ancho valle del Tajuña. Seguimos la carretera a la izquierda, y entre subidas y bajadas suaves, siempre entre un rebollar que ya bulle, se llega a Valdeavellano.

La situación del pueblo

En una leve depresión que hace la meseta alcarreña, en un declive de lo que será una barrancada que baja hasta el cercano y profundo valle del río Ungría, se halla situado Valdeavellano, de caserío irregular, y con escasos ejemplos de arquitectura autóctona, polarizado entre los dos núcleos de la vida ciudadana: la plaza mayor, donde asienta el Ayuntamiento, y la iglesia parroquial.

Es fácil entender el significado de su nombre: desde la reconquista fue aldea perteneciente a la Tierra y Común de Guadalajara, viviendo de la agricultura de sus amplias extensiones. En el siglo XVI, a 3 de febrero de 1554, el Emperador Carlos le concedió el título y prerrogativas de Villa con jurisdicción propia. En el siglo XVII figuran como grandes señores y potentados en Valdeavellano los de la familia La Bastida, que poseían en su término enormes viñedos y nutridas ganaderías de reses bravas. Aunque no ejercían señorío judicial, ellos se encargaban del cobro de todos los impuestos de la villa, lo mismo que en el siglo XVIII hacía el duque del Parque y marqués de Vallecerrato.

Mirando el patrimonio de Valdeavellano

Quietud y limpieza, eso es lo que primero destaca ante el viajero al llegar a este pueblo. No se ha tardado más de media hora desde la capital. Y aquí, en sus calles cuestudas, en su anchurosa plaza, empezamos a ver las huellas de un pasado tenaz que se ha ido pintando en las piedras de sus edificios, en los perfiles de sus templos, en la gallardía de su rollo jurisdiccional.

Es de admirar en el centro de su plaza mayor, y sobre un gran pedestal pétreo, el rollo o picota, símbolo de villazgo, hermoso ejemplar del siglo XVI, constituido por columna de fuste estriado, sin acabar, y remate en desgatado florón, apareciendo sobre el capitel cuatro bellas cabezas de leones. Los rollos o picotas son elementos patrimoniales muy frecuentes en la Alcarria: simbolizaban la capacidad del pueblo que lo erigía de administrarse justicia por parte de sus propios habitantes.

La iglesia parroquial, dedicada a Santa María Magdalena, es un interesante obra de arte románico, construida a fines del siglo XII, y con algunas reformas y añadidos posteriores. De su primitiva estructura conserva los muros de poniente, sur (dentro del atrio y cubierto por la sacristía) y el ábside orientado a levante. Sobre el primero de ellos, se alza una bella espadaña. En el segundo, se abre grandiosa la puerta de acceso, formada por seis arquivoltas de grueso baquetón, uno de ellos trazado en zig‑ zag, y el más interior, que sirve de cancel y lleva varios profundos dentellones, muestra una magnífica decoración de entrelazo en ocho inacabable.

Apoyan estos arcos en sendos capiteles del mismo estilo y época, en los que se ven motivos vegetales, con complicadas lacerías de gusto oriental. En dos de estos capiteles, el artista se entretuvo en tallar, toscamente, sendas escenas de animales: en uno aparece un perro atado por el cuello, junto a otro perro royendo un hueso, y en el otro se aprecia un viejo pastor con su cayado, y a cada lado dos animales con cuernos que parecen cabras. El exterior del ábside muestra una pequeña ventana en su centro, formada por arco de medio punto resaltado. El atrio exterior que precede a la iglesia en su lado sur, es obra posterior, constituida por cuatro arcos ojivales, sin adorno ni decoración alguna. La nave interior se cubre de artesonado de madera muy sencillo. Sobre el presbiterio y entrada a la capilla mayor, hay sendos arcos triunfales, semicirculares, apoyados en sencillos capiteles. Al norte se añadió en el siglo XVI, breve nave separada de la primitiva por tres pilares cilíndricos. A los pies del templo hay un coro alto, y bajo él, en la capilla del bautismo, una magnífica pila bautismal románica, contemporánea de la puerta, que tiene en su franja superior tallada admirablemente una cenefa en madeja de ochos inacabable, similar a la del arco interno de la portada. La copa de la pila, que apoya sobre estrecho pie, está simplemente ranurada.

La madera que sostiene el coro alto, es un espacio museístico por sí mismo: presenta pinturas de época románica, en las que aparecen con suaves colores y resueltos contornos personajes del siglo XIV en actitudes de danza y contorsionismo. Además, un gran dragón con colas múltiples enredadas, da una imagen muy espectacular de las creencias medievales: es este conjunto de Valdeavellano uno de los poquísimos ejemplos de pinturas románicas en Guadalajara.

En la capilla de la cabecera de la nave del evangelio, que fundó el eclesiástico don Luis Lozano, se ve lápida funeraria a él perteneciente. En el suelo de la nave aparece otra lápida, con gran escudo tallado de caballero calatravo, timbrado de yelmo y lambrequines de plumas, en la cual se lee con dificultad: «…iglesia y de sus deudos y señores del Maiorazgo… los Bastidas púsose en el…de D1 de La Bastida, sobrino C1 de la Orden de Calatrava. Año de 1651» perteneciente al enterramiento de un miembro de la poderosa familia La Bastida, a quien perteneció el gran caserón con patio anterior que todavía existe detrás de la iglesia, y en cuyo arco de entrada se ve el mismo escudo, sostenido por dos niños con inscripción que dice: «…ndo…honre gloria». Este escudo era el mismo que coronaba la puerta y el arranque de la escalera del palacio de los La Bastida en Guadalajara, derribado hace años para construir el actual edificio de los Juzgados en la plaza de Beladíez.

Para los andarines, aún quedan algunas sorpresas que mirar. Así, por ejemplo, les recomiendo que sigan el camino abajo que surge y se ve desde la fachada occidental del templo parroquial, desde la espadaña. Bajando por ese camino, muy cerca aún del pueblo, se encuentran las ruinas de la almazara, en las que se puede deletrear el ritmo de los trabajos que hacían, en tiempos pasados, que la oscura oliva se transformara en brillante aceite. En ese mismo camino, en su lado derecho, encontramos la gran fuente pública, que se levanta firme y señorial con muro de sillar sobre el que destaca tallado el escudo del reino, de Castilla y León, obra del siglo XVI en su primera mitad. Esta fuente la mencionaban ya los redactores de las Relaciones Topográficas como un elemento moderno, y de mucho mérito. La verdad es que aún hoy merece un vistazo y hasta alguna fotografía de recuerdo.

En cualquier caso, todo en Valdeavellano es interesante, y quien se acerque hasta allí en la mañana de un domingo luminoso, seguro que no sentirá haber perdido el tiempo: porque se habrá encontrado con la historia y las maneras ciertas de una comarca que tiene aún su voz propia, ¿por cuánto tiempo?

El rollo de Valdeavellano

No servía este rollo para ejecutar bandidos, sino para decir a todos que Valdeavellano era villa de por sí, y que sus regidores, alcaldes y juez tenían capacidad para servir, en primera instancia, de veedores y sentenciadores de los problemas que los vecinos tuvieran y desarrollaran entre sí. Era por eso un “rollo”, un alto pilote o columna griega rematada en cuatro cabezas de animales, que demostraba esa capacidad: era un farde tallado, una limpia silueta de prestigio y honor colectivo.

La picota solía hacerse de madera, o de piedra pero más basta, con sillarejo y ladrillos, llevando en lo alto algunos fuertes ganchos que servirían, en contadísimas ocasiones, para mostrar el cuerpo de algún sentenciado y ejecutado. Las picotas se ponían a las afueras de las poblaciones, en algún cerro, para que de lejos se viera el balanceante cadáver “bendiciendo con los pies” a quienes se acercaran.

En la provincia de Guadalajara quedan más de 40 picotas, algunas de ellas muy hermosas, en las plazas mayores de sus pueblos. Solo por conocerlas, y fotografiarlas, o gozar con su prestancia leve y gris, ya merece andarse la Alcarria, de pueblo en pueblo, y ver tanta luz en ellas resaltada.

Torija y su eterno castillo

El pasado sábado 13 de enero fue presentado en el Centro Socio-Cultural de Torija el libro que acaba de escribir don Jesús Sánchez López “El Castillo de Torija”. Es de nuevo, por ello, actualiadad esta fortaleza, en la que está previsto instalar un macro-museo o Centro de Recursos Turísticos de la provincia de Guadalajara, en el que quedará reflejada la riqueza enorme que nuestra tierra ofrece a cuantos a ella llegan.

El castillo de Torija es de origen templario. Desde 2009 alberga el Centro de Interpretación Turística de la Provincia de Guadalajara.

En la historia de Torija se mezclan la leyenda de su inicio a partir de los caballeros templarios, con la certeza histórica de su pertenencia a los Mendoza, a la saga de los Condes de Coruña, durante siglos. Su situación, en el camino real que llevaba a los viajeros desde la meseta inferior a la superior y al valle del Ebro, la hizo siempre un codiciado puesto estratégico, y por lo tanto su posesión provocó luchas entre reinos, grupos y hasta entre administraciones, más recientemente.

Historia de una villa amurallada

Torija estuvo amurallada desde la Edad Media. Un grueso cinturón de murallas formadas de densa mezcla de sillarejo y cal, la defendía por completo, reforzándose por cubos o torreones en esquinas y comedios, y abriéndose en ella al menos dos grandes puertas, la del Sol y la de la Picota, aunque sabemos que hubo algunas otras. En su extremo oriental, se alzaba vigilante del valle y de la villa el castillo. Es muy posible que, en sus orígenes, existiera una simple torre en ese mismo espacio, y de ahí tomara el nombre que hoy usa, el de Torija que devendría de la palabra castellana “torrija” o “torre pequeña”.

La fortaleza y villa amurallada, después de varios siglos de trueques y posesiones de personajes de la Corte, fueron dadas por el Rey al arzobispo Carrillo en premio a su conquista de las manos de los navarros que la tomaron sin razón a mediados del siglo XV.  Ambas cosas, villa y castillo, fueron trocadas con el marqués de Santillana, quien dió al eclesiástico su villa de Alcobendas. Así pasó a la casa de Mendoza, donde en la línea de segundones, permanecería varios siglos. Don Iñigo dejó la villa de Torija en herencia a su (cuarto) hijo don Lorenzo Suárez de Figueroa, a quien el rey Enrique IV dió los títulos de conde de Coruña y vizconde de Torija. Fundó en su hijo don Bernardino de Mendoza un mayorazgo que incluía sus títulos y la villa de Torija y su castillo‑fortaleza. Este comenzó a construir la iglesia parroquial, y todos sus descendientes, a lo largo de varias prolíficas generaciones, se ocuparon en mantener y mejorar a esta su villa preferida.

En el siglo XVI, en 1545 más concretamente, el castillo de Torija sirvió de telón de fondo para la celebración, en el fondo de su valle, del famoso «paso honroso de Torija» que consistió en unas grandes justas y torneos, a la usanza medieval, y en símbolo de defensa de un paso, entre los caballeros de Guadalajara y Torija, todos de la corte del duque del Infantado y del conde de Coruña, y otros muchos caballeros españoles, franceses y portugueses. Se hizo esta fiesta en honor de Francisco I de Francia, y Carlos I de España, que la presenciaron juntos, y duró más de 15 días. El sonido caballeresco y guerrero que el nombre de Torija había levantado durante los siglos de la Edad Media, quedaba con esta fiesta consagrado.

Poco a poco vino a menos la villa, aunque el continuo paso de caravanas, comerciantes, viajeros y emisarios la mantuvo viva; precisamente una parte importante del libro que acaba de presentarse sobre este edificio, nos dice de nombres y calidades de esos viajeros: por aquí pasaron Camilo Borghese, Francisco Spada, Andrea Navagiero y Enrique Cook, entre los antiguos, más Ernest Hemingway y Camilo José Cela, ya en el siglo XX, dejando todos ellos memoria de lo que vieron y sintieron al plantarse ante este coloso de la arquitectura medieval. Pero con los años el castillo fue perdiendo color y prestancia. En 1810, durante la guerra de la Independencia, Juan Martín el Empecinado lo voló en parte para que no pudiera ser utilizado por los franceses. Largos años abandonado y en total ruina, la Dirección General de Bellas Artes acometió su reconstrucción en la década de los años sesenta de este siglo. Hoy luce como uno de los más bellos castillos de la provincia de Guadalajara, y está a punto de ser destinado a importante Centro de Muestra de los Recursos Turísticos de la provincia alcarreña.

Una visita al castillo de Torija

Se sitúa el castillo de Torija sobre una eminencia rocosa, en el borde de la meseta alcarreña, justo en un lugar en el que se inicia la caída hacia el valle. Es de planta cuadrada, con torreones esquineros de planta circular. Construído todo él con sillarejo trabado muy fuerte, muestra en el comedio de los muros unos garitones apoyados sobre círculos en degradación. Las cortinas laterales se rematan en una airosa cornisa amatacanada, formada por tres niveles de mensuladas arquerías, hueca la más saliente, que sostenía el adarve almenado, del que solo algunos elementos se nos ofrecen hoy a la vista.

También los torreones esquineros ofrecen en parte su cornisa amatacanada, aunque ya desprovistos del almenaje que en su día tuvieron. Algunos ventanales de remate semicircular apare­cen trepanando los severos muros.

La gran Torre del Homenaje es el elemento que concede su sentido más peculiar al castillo torijano. Alzase en el ángulo oriental, como un apéndice de la fortaleza, con la que sólo tiene en común el cubo circular de ese ángulo, a través del cual se penetra en la referida torre. Es de gran altura, muros apenas perforados por escasos vanos, y unos torreoncillos muy delgados adosados en las esquinas, que en las meridionales son apenas garitones apoyados en circulares basamentos volados. Se remata la altura de esta torre con una cornisa amatacanada forma­da también de tres órdenes de arquillos, y sobre élla aparece el adarve del que apenas quedan algunas almenas. Al comedio de sus muros aparecen garitones, y la cornisa también continúa sobre las torrecillas esquineras.

El interior de esta Torre del Homenaje muestra hoy todos sus pisos primitivos. Desde el patio y a través de una estrecha puerta se penetra a la sala baja, comunicada solamente por un orificio cuadrado en su bóveda. Haría de sala de guardia. Al primer piso se accedía desde la altura del adarve. La última sala remata con bóveda muy fuerte, de sillería, en forma de cúpula. Sobre élla asienta la terraza. Una escalera de caracol embutida en el muro comunicaba unos pisos con otros. Hoy esta estructura ha cambiado, y gracias al trabajo del arquitecto Condado, que dirigió la construcción del Museo del libro “Viaje a la Alcarria” en su interior, vemos cómo una cómoda escalera embutida en un cuerpo exterior de metal y cristales, permite la subida al primer piso, desde el que a través de una volada escalera de caracol metálica se va pasando a los sucesivos pisos. El interior del castillo se encuentra hoy totalmente vacío. Tendría primitivamente construcciones adosadas a los muros, dejando un patio central. En este tema de la construcción futura de un espacio museístico en su interior, radica el peligro de trastocar la esencia de su primitiva estructura.

La fortaleza de Torija tenía, y todavía se ven algunos restos, un recinto exterior o barbacana de no excesiva altura, que seguía el mismo trazado que el castillo propiamente dicho. En la parte norte, que da sobre la plaza, al ser más llana y por lo tanto más fácilmente atacable, estaba dotado de un foso por fuera de dicha barbacana. La entrada a la fortaleza se hacía por esta cara norte, atravesando el foso por medio de un puente levadizo que, cayendo desde la entrada del recinto exterior, apoyaba sobre sendos machones de piedra puestos al otro lado de la cava.

El ingreso al interior del castillo no estaba, sin embargo, donde hoy se ve abierta la puerta. La estructura defen­siva de estos elementos guerreros, obligaba a realizar un recorrido por el camino de ronda, y hacer la entrada por otra de las cortinas del mismo. En el caso de Torija, es muy posible que esta entrada estuviera sobre el muro meridional, el que da al valle, donde siempre ha habido una pequeña puerta practicable.

Y ya como un complemento del castillo, y casi totalmente desaparecida, estaba la muralla que rodeaba la villa, de la que hace un estudio novedoso, detenido y brillante, el autor del libro que comento. Una alta cerca de piedra, reforazada a trechos por torreones, abierta por al menos dos grandes puertas, daba a este lugar la categoría de gran villa fuerte de Castilla. Así era Torija un bastión señalada, uno de esos Burgos medievales en los que caminantes y políticos se fijaban a la fuerza, porque tenía la importancia de ser lugar a poseer, a controlar, a tener a favor.

Un libro sobre el castillo

El pasado sábado 13 de marzo se hizo en Torija la presentación de un libro que ha escrito el párroco de la villa, que es al mismo tiempo elegante escritor y muy serio historiador, don Jesús Sánchez López. El libro se titula “El Castillo de Torija” y forma parte como número 48 de la Colección de libros “Tierra de Guadalajara” de la alcarreña editorial AACHE. Además de contar con infinidad de fotografías, planos y grabados antiguos, a lo largo de sus cuatro capítulos ofrece toda la información que pueda imaginarse y buscarse sobre esta fortaleza.

En sus cuatro capítulos se condensa (aunque necesiten 256 páginas para desarrollarse) los siguientes temas: 1. Caminos y Viajeros… 2. Los Templarios. 3. El castillo y sus circunstancias. 4. Guerra y Paz, refiriéndose esto último a las destrucciones sufridas en pasados siglos, y a las reconstrucciones sucesivas, y uso futuro que ha de tener este edificio.

Para ver en Torija

Además del castillo y la traza de su muralla, en torija hay otras cosas que el viajero puede ver.

La primera es la Plaza Mayor, en la que se enclava el Ayuntamiento, el Centro Socio-Cultural, algunos edificios clásicos soportalazos, y por supuesto el castillo. Es una de las plazas más típicas de la Alcarria, y muy bien urbanizada.

La iglesia parroquial, obra del siglo XVI, que a pesar de haber perdido una buena parte de su patrimonio artístico en la Guerra civil española, tiene aún hoy para mostrar la elegancia de su espacio, de su portada, de sus bóvedas y restos de rejas. Es sobre todo importante, el grupo de mausoleos de los condes de Coruña que escoltan los muros del presbiterio, y sobre todo los grandes escudos de armas, policromados, de los Mendoza, Figueroa, Cisneros y Borbón, que aparecen policromando sus arcos y bóvedas.

El rollo o picota es otro de los elementos singulares de Torija. Aparece sobre gradas de piedra a la entrada de la población viniendo desde Brihuega, y significa que en siglos pasados tuvo jurisdicción propia, capacidad sus Concejo de juzgar los problemas suscitados entre sus moradores. Es la picota una alta columna de fiste estriado rematada en gran capitel.

La fuente de abajo aprovecha un manantial que surge en el nivel freático, y desde hace siglos deja salir por sus grandes caños el agua del interior del cerro. Un espacio lleno de encanto, gobernado visualmente por la silueta del castillo.

También a la entrada del pueblo viniendo desde Torija está el monolito que hace alusión al paso, por ese lugar, del camino real de Madrid a Zaragoza.

Finalmente, el viajero que quiera ver todo lo de interés que hay en Torija, debe seguir el camino que nace frente al castillo, y en dirección sur llegar hasta la ermita de la Virgen del Amparo, bien restaurada, y desde la que se divisan espectaculares perspectivas.

Pastrana cubierta de miel

Han llegado otra vez los días de risas y miel. Han llegado a Pastrana, en el corazón oloroso de la Alcarria. Frío aún, pero vibrante está el aire. La Feria Regional Apícola, en su 23ª edición, desembarca entre los severos perfiles del monasterio pastranero de San Francisco, todavía con el rumor de las sedas de la Eboli y la incierta duda de la heterodoxia de sus habitantes, los del siglo XVI, que fueron pioneros en eso de dudar de todo, hasta de la Religión Católica. Tanta historia, y tanto arte son el mejor marco para encuadrar esta impresionante muestra de la economía y la realidad alcarreñas.

El palacio, renaciente y renaciendo

El monumento más alto, más ancho y cuajado de historias que hay en Pastrana es el palacio ducal. En el que vivió y murió doña Ana, en el que estuvo Santa Teresa, en el que soñaba Felipe II su amago imposible de presidir el mundo desde un empinado olivar. Este palacio ducal de Pastrana ofrece su monumental fachada, de dorada piedra severa, de portalada clásica con escudos, y en el interior, tras el vacío patio desangelado, lo salones que parecen abrir la sima del tiempo bajo sus artesonados de madera en derrota. La Universidad de Alcalá, con la ayuda del ministerio de Fomento, lo ha restaurado, con una primera intención de darle vida. Nada menos que 1.400 millones de pesetas se han invertido durante los pasados cuatro años para poner en funcionamiento (hospedería, centro cultural, museo) esta casona tan singular, tan alcarreña. Todos sabemos lo fuerte que era esta apuesta, y por eso la aplaudimos en su día, y nos sumamos a ella. Hoy la restauración se ha concluido, y el palacio ha quedado cerrado. El rector de la Universidad, Virgilio Zapatero, tiene en su mano la llave para abrirlo, o para seguir dejándolo cerrado, como está ahora.

La calle mayor de Pastrana está siempre en sombra: los pasos resuenan entre los muros, bajo los aleros. Hay un balcón, muchos balcones tristes tras los que alguien mira con pesar. Hay humedad y silencio. Pero pesa tanto la historia de esa calle, que no me canso (yo al menos) de recorrerla una vez y otra, subir y bajar, mirar a los muros, mirarme adentro.

Se llega al final donde está la Colegiata, y el Ayuntamiento. En la primera, hay también solemnidad de alturas, gozo carmelitano. En su altar, la oscuridad de Jimeno. Las santas barrocas de seda y talismanes. El San Francisco de la cruz roja y mistérica. La Asunción sobre el ágata, brillante como si tuviera el sol entre sus vetas. Y en el Museo, la gloria del hilo y la cochinilla. Los seis tapices que cuentan la victoria de Alfonso, el rey portugués, sobre los moros de Tánger, de Arcila, de Alcazar Seguer… el barullo de sus soldados, la estridencia de sus trompetas, el bramar del agua contra los bajeles. Pastrana tiene en su Plaza de la Hora, en su calle mayor, en el Museo de su Colegiata, una mano abierta que se te pone sobre el pecho y casi te ahoga. Es realmente hermoso este lugar.

Pasos por Pastrana

Para el visitante que recorre con parsimonia esta villa de la Alcarria, no se acaba nunca la sorpresa: la contemplación, uno a uno, de los monumentos más señalados permite seguir el paseo, tranquilo y dispuesto a recibir sorpresas, por las calles, callejas, plazas, rincones, pasadizos y fuertes cuestas que la villa tiene. En esos lugares, anónimos o con nombres evocadores, está también el encanto y la monumentalidad de esta población. Que si tiene el apelativo de principesca por su historia, demuestra luego ser campesina, letrada, carmelita y artesana por sus cuatro costados.

Pastrana sólo puede descubrirse andando una por una sus calles y plazas. Hay algunas zonas que recomendamos no perderse. Así, el llamado barrio del Albaicín, donde tradicionalmente se dice vivieron los moriscos que, en gran número, trajo de las Alpujarras a su villa ducal don Ruy Gómez de Silva. Allí pusieron sus casas y talleres estos individuos, dedicados durante largos años al trabajo de la seda. En este mismo barrio tuvo casa, viviendo en ella y escribiendo algunas de sus más famosas obras, el dramaturgo Leandro Fernández de Moratín.

La calle de la Princesa de Éboli, ó Calle Ancha por la que se entra a la villa, ofrece un buen conjunto de edificios populares, destacando entre ellos el gran Palacio Viejo de antigua portada gotizante y cuestudos jardines que pronto se cuajarán de lilas. En la Calle Mayor, que desde la Plaza de la Hora asciende suavemente hasta la Colegiata, también abundan los buenos ejemplos de construcciones reciamente alcarreñas, con planta baja de mampostería ó incluso sillar, planta alta de revoco en yeso, y tinados con galerías cubiertas bajo los pronunciados aleros. Se ven escudos de armas por los muros y en los interiores frescos y oscuros se paladea la poesía conceptual de otros siglos.

En la plaza de la Colegiata destaca el edificio del Ayuntamiento, que guarda estrictamente su antigua apariencia, que no es otra que la de un gran caserón revestido en su fachada del clásico aparejo toledano con sillarejo y alternando con anchas hiladas de ladrillo. En el muro frontal se empotra un antiguo escudo municipal del siglo XVIII tallado en piedra. Ese escudo, timbrado de corona ducal y adornado de múltiples lambrequines, ofrece como en sintético emblema la historia de la villa. En el cuartel primero, una letra P cruzada de una banda y escoltada de dos flores de lis; en el segundo cuartel, una cruz, una calavera y una espada, símbolos de hermosa leyenda que dice que Pastrana está dispuesta a defender la cruz con la espada hasta la muerte. También en esa plazuela, y frente a la iglesia mayor, se ven unas antiguas casas de alta galería abierta con arcadura de ladrillos, que pertenecieron a los clérigos capitulares de la Colegiata.

Los nombres del Heruelo, del Almendro, del Pilar, de las Animas (estos últimos en el barrio alto del Albaicín), de la Castellana, de las Siete Chimeneas, de las Monjas, etc. son algunos de los que sirven para nombrar las estrechas y frescas callejas pastraneras. La cuesta de la Castellana, muy pronunciada, también ofrece un precioso panorama de alcarreños perfiles. Es, en definitiva, todo un apretado conjunto de espacios urbanos que definen de magnífica manera a esta villa tan reciamente hispana que es Pastrana.

Serán estos días de Feria Mielera que van entre el 11 y el 14 de marzo los que permitan a cientos, a miles de curiosos, volver a Pastrana, o descubrirla. Será esa voz que no se dice la que les hablará. La voz del hidalgo pobre con golilla, la de la gitana que arregla cacharros de cobre, la del maestro de primeras letras que sabe rígidamente latín y lo enseña con un mimbre fino. Una Pastrana de siempre que está abierta, para ti, lector. Abierta y palpitante. Dulce de mieles.

Propuesta de lectura

Acaba de aparecer un libro mayúsculo que explica con el detalle que solo los sabios pueden darle a una explicación, lo que es y lo que ha sido Pastrana: el “La Villa ducal de Pastrana” y lo ha escrito Esther Alegre Carvajal. Por sus páginas desfilan, en fotos y en planos, las imágenes suculentas de este lugar, y la descripción completa de su historia y sus monumentos. Una ayuda imprescindible para saber más de Pastrana.

El Palacio Ducal, a la espera de su uso

Tras una meticulosa restauración, llevada a cabo por la Universidad de Alcalá, y tras haber invertido muchos millones de Euros, se ha conseguido dar un vuelco a la realidad del palacio ducal de Pastrana: hoy es un espacio perfectamente recuperado, elegante, útil, limpio, con ganas y posibilidad de hacer que Pastrana despegue hacia la cultura y el turismo de una forma insospechada.

Pero el palacio, más de un año después de haber sido completamente restaurado, no se abre. Al parecer, la razón que se da desde altas instancias es que no se ha concretado todavía el uso científico que tendrá, pues gracias a ese plan de uso universitario se consiguió la ayuda. Pero el tema, que es de mero papeleo, no parece que justifique ese plantón en que está el Palacio. La economía de los pastraneros, el despegue de la villa en esta hora difícil de una Alcarria rural en despoblación, no se puede permitir el lujo de tener un máquina parada. Ni un solo día más.

Alguien tendrá que dar el acelerón, y por las trazas, quien tiene ahora la palabra es el Rector de la Universidad de Alcalá, Virgilio Zapatero. El Ayuntamiento de Pastrana está dispuesto a colaborar en lo que haga falta, pero… alguien tiene que ir no ya a cortar la cinta, sino a poner aquello en marcha. Los alcarreños estamos pidiendo y deseando que sea cuanto antes.

Casas principales de la Alcarria

En cada pueblo que llegamos, una casa principal nos saluda. Es la evidencia de tiempos de riqueza y lujo, hoy perdidos en la memoria y casi borrados por el olvido. Pero en todos hay escrita una historia, una intriga que conviene rescatar.

El palacio de los Condes de San Rafael, en Almonacid de Zorita

Vamos a recorrer la provincia, un viernes más, a pesar del frío y la lluvia que por todas partes nos acosa. No es momento de quedarse en casa, cuando tantas cosas bonitas nos están esperando. Cosas y casas, porque hoy nuestro viaje se va a la Alcarria, a buscar casonas, palacios, casas principales y eminencias urbanas. Hay muchas por la comarca, pero aquí vamos a recordar, y a admirar, las más sobresalientes.

En Albares, la casa solariega de los Alcalá-Galiano se sitúa en el costado de poniente de la plaza de la iglesia. Recientemente restaurado, este palacio sencillo ofrece en su fachada, enfoscada, una portada elegante de vano adintelado escoltado de sillares almohadillados. Sobre ella, el balcón, en cuyo remate se ve tallada sobre la pieza caliza la simbología heráldica de la familia, que es una cruz sobre un ancla, en memoria de algunos antepasados marineros. Hoy es casa particular.

En Almonacid de Zorita, el palacio de los Condes de San Rafael se sitúa fuera de las murallas de la villa, a poniente del caserío, en el camino del Convento de monjas. Es obra del siglo XVIII, con buena portada de complicadas molduras, escudos heráldicos tallados, muchas ventanas con buenas rejas y muros de aparejo de piedra y ladrillo. Una torre esquinera con chapitel le confiere un aire señorial y español muy característico. Su interior está magníficamente conservado y es de uso particular. También en este pueblo se conserva, hoy ocupado por un centro cultural, el palacio de los Condes de Saceda, que estos donaron para ser ocupado por convento de la Compañía de Jesús. Es obra del siglo XVII, todo él construido de  sillería con numerosos ventanales cubiertos de magníficas rejas de forja popular, muy trabajadas. Su interior guarda aún ecos del paso de la Compañía de Jesús, y muestra salones amplios, escaleras de madera y otros detalles de la época en que fue construido.

Un interesante palacio hay en Chiloeches. En un extremo de la población se alza el palacio de los marqueses de Chiloeches, un perfecto edificio del siglo XVII, con amplia fachada al sur, precedida de jardines que se cierran, como el palacio, por alta cerca de ladrillo y sillería. La fachada tiene una severa portalada de piedra tallada con escudo heráldico en su parte superior. Es el típico caserón palacio rural, en el que anejas a la vivienda de los aristócratas estaban las dependencias de los criados, los almacenes de grano, aperos, etc. Hoy se conserva en perfectas condiciones, tal y como fue construido hace más de tres siglos.

De Illana debemos decir algo. Al menos dos hermosos palacios le quedan a Illana en el interior de su casco urbano. Uno de ellos, el mejor, perteneció a don Juan de Goyeneche y Gastón, marqués de Belzunce, gran promotor industrial, que instaló en el pueblo a principios del siglo XVIII unos talleres de fabricación de tejidos. Con la traza de Churriguera, su arquitecto personal, levantó en el centro del pueblo este edificio del que hoy por desgracia apenas queda la fachada. En ella se ven la portada de múltiples molduras, rematada por gran balcón de similar estructura, con unos quiebros moldurados en las esquinas, y encima de este el escudo de armas del fundador, minuciosamente tallado.

El otro palacio es el llamado de don Miguel Palomar, y cuya titularidad real correspondería a una familia de hidalgos emparentada con don Juan de Goyeneche. Ello se explica al analizar el escudo que, de gran tamaño, y tallado finamente en piedra caliza, remata la puerta de acceso. Este escudo es uno de los más hermosos ejemplares de la heráldica civil alcarreña.

La puerta que remata es también muy curiosa, pues se abre por ancho portón de vano moldurado, pilastras con relieves de sillar, frontón roto en su punta para albergar el escudo, y pirámides con bolas en los extremos que culminan las pilastras. Un señorial conjunto que da empaque a la plazuela que preside.

En Gualda merece contemplarse el palacio señorial de Gualda, obra del siglo XVII, que muestra soberbia portada con vano adintelado y la frase “Alabado sea el Santísimo Sacramento” sobre el dintel. Las fachadas rematan en alero de muy buena talla, destacando una de las vigas que muestra una carátula de guerrero.

En Budia existen numerosas construcciones, del siglo XVIII, en las que el vano de entrada está decorado con sillares almohadillados. Algunas llevan sobre la clave un símbolo religioso, un cáliz, o custodia, con letras alusivas a Jesucristo, y la fecha. Destacan entre todos los palacios o casonas la Casa de los Condes de Romanones, edificio noble con abundancia de ventanas enrejadas y gran portalón de moldurada sillería coronado de escudo nobiliario. Otra es la llamada Casa del Duende, a la que ya han quitado el escudo de armas, y otra aún la casona de los López Hidalgo, que ha perdido en parte su carácter, pero que muestra el bello escudo tallado de este apellido, procedente del Señorío de Molina.

En Brihuega, la casa de los Gómez, en la calle de las Armas, luce una fachada fastuosa, de complicada ornamentación barroca. En otra casa de la calle Cozagón Alta aparece un escudo con los emblemas del Santo Oficio, perteneciente a algún clérigo que, en siglos pasados, ocuparía el cargo de familiar de esta institución en la villa alcarreña. Aún puede verse otro escudo nobiliario en un edificio de la Plaza del Coso, que perteneció a los Brihuega del Río, administradores de la Real Fábrica de Paños briocense.

En Pareja, destaca en el costado de poniente de su plaza mayor el gran palacio que fue de los señores del pueblo, los obispos de Cuenca, que en 1787 mandó construir el obispo Solano para sustituir al antiguo. De éste nada queda si no son restos de su aparejo antiquísimo en algunos muros, y restos también de un torreón. Otras muchas casonas nobiliarias se encuentran distribuidas por este pueblo. En algunas de ellas se rematan las puertas y fachadas con vistosos escudos de armas tallados en piedra. Los hay de hidalgos y de obispos conquenses, de la XVII y XVIII centurias, y otros antiguos del siglo XV.

En Tendilla, en su calle mayor, no debemos dejar de admirar el edificio que denominamos como Palacio de los López de Cogolludo por ser éstos los apellidos que figuran en la cartela que escolta al escudo de armas que preside su fachada, y que es de suponer corresponda a los propietarios del mismo en la época de su construcción. Es una obra sencilla, pero muy hermosa y equilibrada, de arquitectura barroca, con portón de almohadillados sillares, cargado de un gran balcón noble cuyo vano también se decora de almohadillado, y bajo un frontón rematado en pináculos alberga al escudo armero de la familia constructora. Su interior está intacto, tal cual era en el siglo XVIII en que se construyó, con escalera noble, cúpula sobresaliente que la ilumina, grandes salones con muebles antiguos y pinturas representando a los sucesivos propietarios, mas un romántico jardín en la parte posterior que se riega con las aguas del cercano arroyo.

Anejo al palacio está el oratorio o capilla de la Sagrada Familia, obra erigida por el secretario real de Hacienda don Juan de la Plaza Solano, nacido en Yélamos de Arriba, y muerto en Madrid en 1739. Propietario a la sazón del palacio, tras construir la capilla dejó a su hermana la facultad de establecer un mayorazgo para que en él se incluyera el patronato de este oratorio. Se trata de un edificio de fastuosa fachada con líneas barrocas en las que se incluye gran portada de curioso remate, y un gran ventanal que ilumina la nave interior, única, muy amplia, con breve crucero cubierto de alta cúpula hemiesférica, repleto el ámbito de complicados adornos en yeso policromado, propios del más rebuscado estilo barroco.

Símbolos sobre los dinteles

Piedras armeras: son los escudos heráldicos de los linajes a los que pertenecen los constructores primeros de las casas principales de la Alcarria. Sencillos emblemas como el de los Guzmán y Zúñiga que preside el caserón, hoy reformado, del Palacio de los Guzmán frente a Santa María, y complicadas armerías barrocas como los símbolos que representan a la familia de los Gómez en la calle de las Armas de Brihuega. Los escudos, con su lenguaje de símbolos, mitos y racional blasonado, expresan orígenes remotos, entronques ventajosos, y sutiles prepotencias. Frente al gran escudo de Mendoza tenido de dos salvajes velludos sobre la portada de su gran palacio arriacense, hasta el humilde símbolo de los Vigil en Sotodosos.

Símbolos religiosos y memoriales: algunas veces, lo que remata una puerta en las casas principales de la Alcarria son simples símbolos como la Cruz, una frase que alude a María, un ancla como la de los Galiano en Albares, o una custodia como vemos en un caserón de Condumios.

Los signos de la Inquisición: todavía quedan muchos edificios en nuestra comarca, en los que se hace visible la imagen del Santo Oficio de la Inquisición. Allí donde se vea casona que remata en escudo con una cruz, una palma, y una espada, es señal de que en tiempos albergó a un familia de la Inquisición. Se ven así en Pastrana, en Milmarcos, en Cogolludo…

Algo más que casonas

La provincia de Guadalajara tiene destacados ejemplos de la arquitectura monumental civil. Algunos de estos edificios son verdaderas joyas del arte español, conocidas de todos, pero siempre pendientes de la admiración que merecen. Los más destacados:

Guadalajara, el palacio del Infantado, construido por los Mendoza en los finales años del siglo XV. Su fachada gótica con detalles mudéjares y su patio de los leones, son suficientes para recabar para este monumento la categoría de Patrimonio de la Humanidad, que se ha pedido.

Cogolludo, el palacio de los duques de Medinaceli, un pura sangre del estilo renacentista, con su portada de almohadillados sillares, sus ventanas todavía góticas, y su insuperable chimenea mudéjar.

Pastrana, el palacio fortaleza de los Silva y Mendoza, diseñado y dirigido por Alonso de Covarrubias, hoy recuperado para la cultura y el turismo, una de las emblemáticas atracciones monumentales de la Alcarria.

Yunquera, el palacio de los Lasso de Mendoza, hoy rehabilitado para centro cultural, con sus galerías amplias, sus talladas columnas y capiteles, su elegancia suprema.