Plazas limpias de Ciudad Real

viernes, 23 enero 2004 1 Por Herrera Casado

De vez en cuando conviene salir de Guadalajara, y orear la vista por espacios menos contaminados. Existen por ahí, incluso en nuestra misma Región autónoma, ciudades y aún pueblos en los que no existen pintadas por todas las paredes, y que el único arte que se contempla es el que han dejado los hombres laboriosos a lo largo de los siglos. Aquí vamos a terminar creyéndonos, de tanto leerlo y aún oirlo, que el graffiti es un arte. La indigestión del arte. Vamos a ver plazas limpias y luminosas. Por la provincia de Ciudad Real.

San Carlos del Valle

La plaza de San Carlos del Valle es, sin duda, uno de los espacios urbanos más hermosos e inolvidables con los que pueda encontrarse el viajero que se mueva a lo largo y ancho de Castilla-La Mancha. San Carlos no existía hace tan solo 300 años. Quizás sería un minúsculo lugar, pero su nacimiento como pueblo se produce en la segunda mitad del siglo XVIII, cuando el Plan de Colonización de Carlos III, dirigido por el superintendente del reino, Pablo Olavide, trata de colocar en pueblos nuevos a gentes venidas de otros países europeos, o de otras regiones de España, a poner a producir territorios que hasta entonces habían estado abandonados. Para ello funda pueblos, y los construye de acuerdo a planes racionalistas y muy bien organizados, como ocurre con La Carolina y Santa Elena, en Jaén, o con Almuradiel y San Carlos del Valle en Ciudad Real.

Así nació San Carlos, un pueblo trazado sobre un plano totalmente regular, estructurado en torno a un eje, el camino que lo atravesaba (ahora carretera que va de Valdepeñas a La Solana) poniendo a uno de sus lados la Plaza. Casi no merece la pena describirla, porque lo que hay que hacer es ir a verla, a vivirla, a pasearla. Se accede a esta plaza por medio de tres arcos de ladrillo en tres de sus flancos. Su planta es prácticamente rectangular. En sus lados mayores, surgen al levante la iglesia parroquial, edificio monumental e increíble del que ahora hablaré. Y al occidente un largo cuerpo de edificios soportalados y adintelados sobre columnas de piedra, con dos pisos superiores de balaustradas de madera entre pies derechos y zapatas del mismo material. En los lados menores, los edificios también soportalados tiene un solo piso, pero en la misma estructura que el lado largo, siempre apoyadas las galerías sobre fuertes vigas con las cabezas talladas. Uno de esos edificios era el Ayuntamiento, que actualmente se ha trasladado a un costado, casi fuera de la plaza.

A la plaza se entra a través de tres amplios arcos que son casi zaguanes, y la visión desde ellos, con el marco arqueado de las bóvedas, y el contraste de los oscuros muros con la luz que surge de las galerías de madera, es en cualquiera de las tres perspectivas realmente bonito. En la puerta que da a la carretera, aparece un gran placa de cerámica que dice así: “La Casa Grande de la Hospedería fue construida en 1710 como lugar de reposo de peregrinos y viajeros del Camino Real. La iglesia del Santo Cristo se construyó entre el 18 de septiembre de 1713 y el 13 de septiembre de 1729 durante el reinado de Felipe V de estilo barroco con influjos neoclásicos. La Plaza Mayor se construyó posteriormente a la iglesia y sus dimensiones son 53 m. Por 21 m. El pueblo fue proyectado durante el reinado de Carlos III”. Así da gusto, información clara y concisa para los viajeros de hoy.

Aún siendo un espacio de personalidad muy viva, hermoso y resplandeciente ante los ojos de cualquiera con un mínimo de sensibilidad, parece hecha como atrio de la fabulosa iglesia construida a comienzos del siglo XVIII, que con su volumetría impactante, su decoración barroca, sus tallas de santos y gentes, dejan boquiabierto al más indiferente. De 1713 a 1729 es la construcción de esta iglesia del Cristo de San Carlos del Valle. Su planta es de cruz griega inscrita y cubierta con una gran cúpula. El interior es de una sola nave con capillas laterales, apareciendo tribunas formadas por balconcillos y celosías apoyadas en un voladizo. Se cubre por una bóveda de cañón sostenida por pilastras toscanas y la cúpula, ochavada, ofrece un gran tambor con barandilla de hierro, y sobre él una media naranja dividida en plementos y pilastras decoradas con granadas que convergen en la linterna. Todo el conjunto se remata con una aguja. De todo lo que mira el espectador, lo más llamativo son sus fachadas que casi parecen retablos, y la cúpula flanqueada por cuatro torrecitas de ladrillo. La fachada principal se divide en dos cuerpos: el primero se cimenta en columnas toscanas que avanzan sobre grandes pedestales, y el segundo con columnas salomónicas de tipo churrigueresco que sirven de marco al relieve en que aparece la escena de Cristo crucificado entre los dos ladrones. La otra fachada, que da a la placita aneja a la gran plaza, tiene el mismo esquema de dos cuerpos y decoración de columnas pétreas enmarcando la figura de Santiago Matamoros.

Y nada más que decir, y ponderar: la plaza de San Carlos del Valle deja sin aliento a quien la visita y contempla. Parece imposible que se haya hecho algo tan bello, y, sobre todo, que sea conocido de tan pocos. Porque esto es lo que hay que hacer, promocionar el conocimiento de tales maravillas que tenemos en la Región, y que la gente venga y disfrute en espacios donde la historia y el arte pesan y se adensan. Y donde además, nadie las pintarrajea con graffitis.

La Solana

Sobre una suave eminencia del terreno, asienta este populoso lugar de La Mancha, pletórico de vida,  de juventud por la calle, de actividades culturales, de afán constructivo. Toda la villa se afana al sol, parece que las casas, al cobijo de la altísima torre eclesial, estiran el cuello para tomar la luz que se derrama a raudales sobre el blancor de la loma.

La plaza de La Solana es un conjunto abigarrado de construcciones y estructuras que, por ser muy grande, la hacen una de las más curiosas y animadas de la provincia. Se forma en sus costados de edificios de variadas épocas, muy diferentes entre sí, lo que le confiere un sentido popular y atractivo. Su estructura general es rectangular. En su costado meridional, y dominando con su imponente mole el espacio central, se alza el templo parroquial de Santa Catalina, que aparte su torre grandiosa, y sus buenas portadas, ofrece de cara a la plaza una galería con ventanales abiertos, que sirvió en su tiempo para contemplar en situación preferente las corridas y espectáculos de toros. En el costado frontal, el que mira al mediodía y se ilumina habitualmente por el sol, están las construcciones de regimiento municipal: el Ayuntamiento, en la esquina, y otras dependencias del Concejo. Los costados sur y norte también tienen casas soportaladas, especialmente este último, en el que se comenzó a levantar, con ideas de igualar toda la plaza, unos edificios de grandes arquerías con pilares cuadrados de piedra, y muros en los pisos altos de ladrillo visto. En un estilo que recuerda a la plaza mayor de Ocaña, la idea del Concejo en el siglo XVIII fue la de construir una gran plaza soportalada de proporciones grandiosas, muy homogénea, frente a la iglesia. No se terminó y hoy ha quedado un poco a medias, pero en cualquier caso esta plaza de La Solana es un espléndido ejemplo de gran espacio común y abierto, en el que la vida del pueblo late a cada instante.

En la Plaza de la Solana hay siempre movimiento, coches que llegan, gente que corre, caminantes solitarios y grupos de chicos, siempre muchos chicos y chicas por todas partes. Es monumento histórico, y todos los que la han visto dicen siempre lo mismo: que atrae de tal manera, que siempre se vuelve.