Ochaíta en un rincón

viernes, 9 enero 2004 2 Por Herrera Casado

Está en un rincón de la ciudad, pero desde allí la vigila entera. José Antonio Ochaíta fue un escritor, un poeta, un pensador. Cronista de la ciudad, su alma vibrante y pulida, una llama más que un ser humano, como él decía del Cristo de su parroquia natal, la de Jadraque: que no era de madera, sino de fuego, de lo que estaba hecho.

La estatua que hoy visitamos está en un lateral de la plazuela del Carmen. Del rincón del Carmen, mejor diríamos. Se puso en 1974, poco después de morir el poeta. Y la talló Navarro Santafé, en bronce, sobre un pedestal de mármol, con un tapiz de ladrillos de fondo. En ese espacio mínimo y recoleto, parece vibrar aún la voz de Ochaíta, esa voz que plasmó en versos una visión personalísima, con fuerza y dramatismo, de la ciudad y sus cosas. Por eso se le ha denominado también “la voz de la Alcarria”, y por eso vino a ocupar un hueco en la cotidiana secuencia de nuestra vida ciudadana, porque no hubiera sido justo que olvidáramos a un hombre sabio, bueno y bien hablado como lo fue Ochaita. Modelo a seguir en muchas cosas.

Una breve biografía

Nació en Jadraque en 1905, y murió en Pastrana en 1973,  mientras recitaba sus poemas en el atrio de la Colegiata. Fue Cronista de la Ciudad de Guadalajara, y recibió diversos Premios nacionales y locales de poesía.

Decía de él José María Bris, en algún escrito que pregonó los valores de su paisano, que “José Antonio Ochaíta fue en Jadraque el alfa y el omega de su latido durante muchos años, años infinitos en ilusión, pero limitados en el tiempo”. José Antonio Ochaíta era el segundo de tres hermanos, y cuando contaba cinco años murió su padre. Fuese a estudiar a Madrid, en el colegio de San Ildefonso y muy pronto dio pruebas de su afición a las letras. Fue profesor de gramática en el colegio de los Salesianos, pasando a estudiar Filosofía y Letras en Salamanca, donde fue alumno de don Miguel de Unamuno. Siguió sus estudios en Galicia donde conoció a don Ramón María del Valle Inclán, a quien admiró y de quien tomó ciertas influencias. De Santiago de Compostela, con sus tertulias, su ambiente universitario, y sus saudades húmedas pasó a ser redactor del «Faro de Vigo». Allí trató con numerosos escritores que fueron influyéndole y dándole experiencia. Allí pasó una etapa feliz de su vida, y de allí se trajo el nombramiento de miembro de la Real Academia Gallega de las Buenas Letras.

Tras las Guerra Civil, Ochaíta inició una andadura personal muy rica e incansable: fue conferenciante, ensayista, autor teatral, periodista, animador de tertulias, y brillante poeta y rapsoda.

En su villa natal, Jadraque, donde también existe otra escultura de busto, réplica de la de Guadalajara, hecha por Navarro Santafé, Ochaíta fue alma generatriz de proyectos e ilusiones: especialmente la de reconstruir el castillo, al que él llamaba Atalaya del Cardenal, por haber sido morada algunos años del Gran don Pedro González de Mendoza. Decía Bris también que Ochaíta “hizo poesía y jadraqueñismo, a veces desde la Casa Consistorial, a veces desde la Iglesia Parroquial, y las más desde sus escritos en verso y en prosa.

Se convirtió en director teatral de los jóvenes jadraqueños y muchas veces su localismo, el amor a su pueblo, quizás le cortó alas para vuelos más altos”.

Esos vuelos, no obstante, llegaron. Y comenzó a ser autor conocido de teatro, poeta, letrista sobre todo: autor de cientos de canciones que las más famosas cantantes de la música española pasearon por todo el país, y aún fuera de él, durante décadas, hasta hoy mismo. De sus éxitos teatrales cabe recordar obras como «Doña Polisón», «La honrada», «María del Amor», «La macilenta» y «La mala boda». De sus libros de versos, destacaron «Turris Fortissima», «Desorden», «El Pomporé», y «Poetización de Jaén», Hace un par de años, el Ayuntamiento publicó una densa “Antología Poética” de Ochaíta.

Las letras de sus canciones se han paseado por radios, escenarios y películas. Desde las que aparecen en la película “Bienvenido, Mister Marshall”, hasta la que hoy todavía canta Rocío Jurado. Colaboró en ellas con los músicos Solano, Valerio, Rafael de León, Quintero y Quiroga. Descubrió con sus canciones a estrellas de la talla de Manolo Escobar, Lolita Sevilla, Dolores Vargas, El Príncipe Gitano, Marisol Reyes, Marifé de Triana, Gracia Montes o Rocío Jurado… Es el Porompompero que todos ellos hicieron vibrar en sus voces, la canción más universalmente conocida de José Antonio Ochaíta.

La voz de la Alcarria

Pero la verdadera dimensión de hombre de letras, de escritor, de poeta, de verdadero “primera fila” de la literatura hispánica y, por supuesto, alcarreña, en el siglo pasado, nos la da su talento innovador en el campo de la poesía. Los últimos años de su vida los dedicó a componer largas versificaciones sobre la historia de su tierra natal, la Alcarria. Sobre sus personajes, sus castillos, sus pueblos, sus maravillas. Con un torrente de innovaciones formales y una explosión de metáforas y neologismos que le ponen como una verdadera máquina de escribir y asombrar ante los ojos de cualquiera que se enfrente con su obra escrita.

Hace unos años, el Ayuntamiento de Guadalajara (del que Ochaita fue Cronista Oficial) editó una estupenda “Antología Poética”, que consiguió ofrecer la medida justa de su calidad literaria. Y hace solamente unos meses ha sido Tomás Gismera Velasco quien nos ha entregado, en su tarea de biógrafo de los mejores alcarreños, la biografía de Ochaíta. Un recuerdo estupendo que se lee de un tirón, y que se guarda, porque siempre apetecerá releer sus coplas, sus piropos a la princesa de Éboli, su dramático “Manos nuevas para tierra vieja…” con el que murió, puesto en los labios, una noche de verano en Pastrana.