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julio, 2003:

El nuevo Museo de la Trinidad en Atienza

 

 Para mañana sábado 26 de julio está anunciada en Atienza la inauguración del tercer Museo de la villa, un espacio antiguo y hermoso que ahora se llena de piezas de arte recuperadas, restauradas y brillantes: es la iglesia románica de la Santísima Trinidad, en la que se expondrán los elementos propios del templo, allí colocados desde hace siglos (el retablo, el Cristo de los Cuatro Clavos, la portada plateresca de la Capilla de las Santas Espinas, etc.) y nuevas piezas encontradas y allí perfectamente asentadas. El factotum del Museo, como de todo lo que supone aliento cultural y empuje turístico de Atienza, es don Agustín González, el párroco arcipreste de la Villa, quien sigue sin descanso en esta batalla de dar a conocer, de salvar, de ofrecer a todos lo que Atienza tiene de rico y de glorioso, de arte puro y de historia concentrada.

La iglesia de la Santísima Trinidad

 La iglesia en la que se ha instalado el Museo de la Caballada tiene un origen románico, plenamente medieval. Actualmente, el único resto de ese estilo es el ábside, magnífico, de clara influencia segoviana. En sus muros, aparecen dos pares de columnas que no llegan al suelo, apoyando sobre ménsulas con carátulas. Corre una imposta con decoración bellísima de tallos serpenteantes, a dos niveles, sobre todo el ábside. En él se abren también tres interesantes ventanas, abocinadas, formadas por dos arcos: el exterior baquetonado y el interior sobre columnillas acodilladas, con capiteles fina­mente elaborados en los que se ven variados motivos vegetales.

En el siglo XVI sufrió una reforma amplia, haciéndose nuevo todo el templo, excepto la cabecera. Se pusieron muros de sillería, más altos, con torre adjunta de planta cuadrada. La puerta de acceso, al mediodía, y precedida de un amplio atrio o patio rodeado de barbacana, es de sencillas líneas clasicistas, resguardada de un gran arco de medio punto, y reja gran­diosa, hecha en 1729.

El interior del templo es de una sola nave, dividida en tres tramos, con coro alto a los pies. Su bóveda es de crucería, con nervaduras que descargan en capiteles a modo de ménsulas, de tipo jónico. El alargado presbiterio se cubre de bóveda apuntada. A los lados de la nave se abrieron en los siglo XVI y siguientes diversas capillas. Entre ellas destacan la de las Santas Espinas, cuya reliquia se conserva en una arqueta de orfebrería. La portada de esta capilla es de alabastro policromado, algo que era muy corriente en el Renacimiento. La capilla de los Ortega se abre en el muro norte, junto a la cabecera del templo. Es obra de 1582, cubriéndose de bóveda hemisférica apoyada sobre pechinas. Sobre el arco de entrada, escudo de armas y leyenda en la que se recuerda cómo fueron don José Ortega de Castro, alguacil mayor de la villa, y su esposa quienes pagaron el retablo, obra espléndida barroca con un cuadro central que representa a la Sagrada Familia. En el muro sur de la nave se abre la capilla de la Purísima Concepción, obra realizada en estilo rococó francés. De planta cuadrada y cubierta de bóveda hemisférica, tanto la cúpula y pechinas como las paredes ostentan abundante y fina decoración exuberante, con cornucopias del estilo. Esta capilla se hizo en 1767, y fue decorada por Lorenzo Forcado y José de la Fuente. En el altarcillo principal, una extraordinaria talla de la Inmaculada, posiblemente de mano de Luis Salvador Carmona.

El retablo mayor de la iglesia de la Trinidad cubre por completo el muro semicircular del ábside, y se muestra espléndido en su estilo barroco, de hacia 1660. Con un grupo escultórico representando a la Santísima Trinidad, ya del siglo XVIII, y varias pinturas sobre lienzo, algunas de ellas de acusado tenebrismo, y otras mostrando sobre tabla las imágenes de santas y apóstoles.

El contenido del Museo

Si el continente ya es una joya (la propia iglesia románica de la Trinidad) el contenido es riquísimo y puede entretener y admirar a quien lo visite durante largo rato.

En la Sacristía del templo se han colocado elementos múltiples relativos a la Cofradía de La Caballada. Ello hace que sea este un Museo monográfica de la archiconocida Cofradía castellana, cuyo origen se remonta a más de ocho siglos, en la memoria del rescate que los recueros atencinos hicieron del monarca, entonces niño, Alfonso VIII de Castilla. En esa parcela se ofrecen los estandartes, los manuscritos en pergamino de las primitivas constituciones, muchos documentos claves de la historia de la cofradía, muchas fotografías y muchas curiosidades. Tanto a los atenciones, que viven en lo más hondo esta costumbre centenaria, como a los visitantes, les llenará de asombro este Museo de La Caballada.

Luego, por el resto del templo, van extendiéndose todas las obras de arte religioso se dan cuerpo y latido a este Museo: en la capilla del bautismo se ha colocado, con sobriedad castellana, una pila románica y un Calvario en el que destaca el Cristo de los Cuatro Clavos, impresionante talla del siglo XIV, de la que llama poderosamente la atención la cabeza solemne de Cristo.

La pieza mejor del conjunto museístico es el Cristo del Perdón, de Luis Salvador Carmona, quien en un gesto muy utilizado por este artista castellano, nos presenta a Cristo doliente y en plena Pasión, poniendo su rodilla dolorida y ensangrentada sobre la bola del mundo, en la que aparecen pintados Adán y Eva, como orígenes del pecado en la naturaleza del hombre, y que Cristo viene a perdonar y redimir. Procede del Hospital de Santa Ana, y luego pasó a la parroquia de San Juan, recuperándose con mejor vistosidad y visibilidad en este espacio.

Se pueden admirar también un par de estatuillas góticas, en alabastro, proce­dentes del convento de San Francisco; un busto de Ecce Homo, de gran naturalismo; destacan en el coro un gran catafalco con la Danza de la Muerte, así como cantorales, relicarios y cruces, carracas de Semana Santa, moldes de sagradas formas, etc. En su conjunto, este Museo e iglesia ofrecen al visitante un espectacular conjunto de piezas de arte religioso enmarcadas en su ámbito natural: una iglesia magnífica que sigue siendo lugar de culto, y sede de la Cofradía de La Caballada. Así pues, desde mañana contamos en la provincia con un nuevo espacio para el arte y la cultura. Un precioso folleto patrocinado por Caja de Guadalajara ofrecerá a quien recorra sus espacios detallada información de su contenido. Y la música y la luz del ambiente, recreada para este objeto, avalorará si cabe aún más tanta joya reunida, tanta maravilla que nos confirma en lo que ya sabemos: que Guadalajara (y Atienza en especial) es una vitrina de sorpresas y asombros.

Sacedón a lo grande

 

Mañana va a vivir Sacedón un día grande. Se va a presentar, a las 9 de la tarde, y en el salón principal de su Ayuntamiento, un libro que recoge todo lo que puede saberse de esta villa alcarreña, tan importante y, en gran medida, tan desconocida hasta ahora. Años de esfuerzo de sus autores, que lo han sido principalmente Jesús Mercado y María Jesús Moya, salen a la luz organizados y escritos. Detrás de sus casi 400 páginas hay mucho más: hay meses y meses de preparación, de investigación, de búsquedas, de preguntas y análisis, de charlas y deducciones: hay búsquedas de documentos, de fotografías, de memorias contadas. Hay una meritoria razón de amor y entusiasmo colectivo. De amor a un pueblo, y de entusiasmo compartido por muchas gentes que han ido aportando noticias y recuerdos. Es un libro, esta “Historia de Sacedón” que mañana se presenta, que está hecho con muchas manos, aunque la dirección y el mérito principal deben corresponder a sus primeros firmantes, que desde el principio vieron lo que Sacedón necesitaba, lo que podía hacerse, y lo que por fin se ha hecho.

Una historia densa y con sorpresas

A muchos les va a sorprender que en el término actual de Sacedón hace varios millones de años hubo un auténtico “parque zoológico” con animales de lo más variado y numeroso: una especie de “parque jurásico” en el que han aparecido restos fósiles de todo tipo de seres vivos. Desde anfibios y moluscos hasta úrsidos, tortugas y cocodrilos. Pero tras esa sorpresa que al lector le reserva la primera página de un historia densa y larga, van apareciendo desgranadas otras muchas noticias que nos hablan de la ocupación prehistórica, restos de castros, ciudades y basílicas, caminos romanos y huellas que van a parar al conocido documentalmente como primer testimonio de Sacedón en los manuscritos, la referencia de la entrega al monasterio de Monsalud de los términos de Córcoles y Sacedón.

Esta historia de la villa alcarreña nos entusiasma, nada más ponerla en nuestras manos, por su marcado carácter de erudición sana, de ir “a por todas” en la información, de decir las fuentes de donde se bebe, pero con un idioma santillo y comprensible por todos. Quizás sea esta la mejor, la más acertada manera de escribir la historia de un pueblo: rigurosa y clara, para que sea verdadera y la entiendan todos.

Van sucediéndose por sus páginas avatares sociales, políticos, guerreros y señoriales. Queda luminoso su pasado medieval, y especialmente lo relativo a  la declaración de Sacedón como Villa independiente de quien fuera varios siglos la cabeza jurídica de su territorio, Huete. Aparecen luego, cómo no, los Mendoza y duques del Infantado, señores de impuestos y leyes. Y surgen historias de sacedonenses en América, de durezas de la Inquisición, de peleas del Empecinado, y crueldades de los carlistas…

Un capítulo muy grande, muy interesante, de este libro, es el que se refiere a los Baños de la Isabela. Merecería un comentario especial, pero aquí sí quiero que conste el gran esfuerzo de búsqueda de los autores en temas relativos a esos “Baños de Sacedón” que durante siglos concitaron la atención de muchos viajeros y enfermos, y que finalmente a principios del siglo XIX fueron distinguidos con la denominación de “Real Sitio” por haber sido escogidos para pasar en ellos la temporada de descanso por el Rey Fernando VII y su esposa, Isabel de Braganza, en honor de quien se titularon desde entonces “Baños de La Isabela”. Su larga historia de gloria y ahogamiento es referida con detalle, acompañada de muchísimas fotografías, cuadros, sellos, retratos y detalles que hacen de esta parte del libro un valioso rincón de evocaciones.

En este libro los autores no han eludido los hechos más modernos, desde la construcción de los embalses de Entrepeñas y Buendía, que bañan su término, a los tristes años de la Guerra Civil, dejando memoria de alcaldes, de fiestas, de romerías, de personajes, de ferias, de vinos y de un largo etcétera que aquí es imposible ni siquiera enumerar.

Un patrimonio por descubrir

Largo capítulo el que dedican Mercado y Moya al análisis del patrimonio histórico-artístico de Sacedón. La huella de los siglos sobre el pueblo ha quedado marcada en el templo parroquial, la ermita de la Santa Cara de Dios, el santuario de la Virgen del Socorro, el Rollo Trujillo, las neveras y las ermitas, las fuentes públicas y las bolas de la plaza… no ha quedado un espacio, por mínimo que sea, sin analizar y referir. Para los aficionados a los toros (y se nota que el primer autor lo es, y mucho) esta “Historia de Sacedón” trae como en un bolsillo de su amplia chaqueta una “Historia de su Plaza de Toros”. Resumidas están sus grandes tardes de agosto, sus figuras paseando el ruedo, sus esfuerzos por tener una Sociedad Taurina, su entusiasmo por la fiesta nacional más pura.

Cuando cojo un libro que trata o quiere tratar la historia de un pueblo de la provincia, lo primero que hago es irme al índice y mirar cómo se estructura la información que ofrece, y cual sea ésta, cual su calado. En esta “Historia de Sacedón” que han escrito Jesús Mercado y María Jesús Moya no falta nada. El índice ocupa cuatro páginas, y en él aparece desde la historia y el patrimonio, al folclore y la naturaleza, dando ideas al lector de cuánto maravilloso existe en el término y sus alrededores. Yo creo que Sacedón, todos sus habitantes y cuantos de él proceden, pueden estar felices de contar ya con esta información: un libro riguroso y ameno, muy bonito en su presentación, y hecho con todo el cariño que se desprende de dos escritores aquí nacidos, y que engrosan ya, (esto queda para futura edición) la lista de sus “personajes ilustres”. Porque el esfuerzo y el entusiasmo vertidos en preparar y dar a luz esta obra, no puede quedar despachado con un aplauso sin más. Aparte de leerse el libro (ese es el mejor premio que a un escritor puede concedérsele) habrá que considerar la oportunidad de dedicarles alguna vía pública, aunque sea de esas tan livianas y limpias como las que dejan tras de sí los vencejos de la tarde cuando vuelan en algarabía.

Yo me considero feliz con haber colaborado con ellos, y haber podido tener, finalmente, en las manos esta “Historia de Sacedón” que es grande y redonda, como una de esas “bolas” de piedra que, -son un misterio- adornan desde hace muchos años las esquinas de la plaza mayor, esa plaza sacedonense abierta al mar –interior- de Entrepeñas, y a la luz –máxima- de sus orígenes romanos, de sus esfuerzos seculares por ser un lugar principal  y prudente, en medio del mundo de la Alcarria.

Alvar Fáñez de Minaya, político y militar

 

En esta recopilación de biografías y memoriales que estamos haciendo relativos a los personajes que evocan las estatuas colocadas hace poco en el Paseo de las Cruces, aparece hoy la figura de Alvar Fáñez de Minaya, el “cristiano conquistador” de la ciudad, que se la tomó a los árabes en el año 1085, y que pasa por ser el primero de los jerarcas políticos de la ciudad en ese largo y ya antiguo vaivén de poderíos.

A pesar de estar en la memoria de todos los habitantes de esta tierra, de la Alcarria, de Cuenca, de Toledo, de Castilla entera, de sonar mucho en leyendas y algo menos en historias, Alvar Fáñez es un perfecto desconocido en sus detalles. Y por la escasez de documentos, mucho me temo que lo va a seguir siendo por bastante tiempo. Porque aparte de cuatro datos contrastados, que a continuación reseño, solo evocaciones legendarias quedan de él, puertas que dicen atravesó, estandartes que alzó y cerros donde posó su caballo.

Certeza histórica

Además de la estatua (que es busto valiente y de buena mano) que hay ahora ante la Clínica de Sanz Vazquez en el paseo de las Cruces, surge enorme la talla de cuerpo entero de Alvar Fáñez en el puente sobre el río Arlanza en pleno corazón de la ciudad de Burgos. Allí le evocaron hace mucho tiempo, por ser uno más de la mesnada del Cid don Rodrígo Díaz. Al parecer, fue sobrino suyo, familiar muy directo. Y en todo caso, siempre cabalgó a su lado, actuó en conquistas y fazañas, pues en “Cantar de Mío Cid” señala a don Rodrigo acompañado siempre de sus capitanes, entre los que se incluye Alvar Fáñez, a quien dice primo suyo, o sobrino.

Su vida transcurrió, desde el ignoto año de su nacimiento, hasta el seguro de su muerte en 1114, bajo el reinado de Alfonso VI de Castilla. Actuó como capitán de su ejército, y se le encomendaron difíciles misiones, entre ellas la de ser embajador del castellano en las cortes de los reyes taifas meridionales. Cuando casa el Cid con doña Jimena, en 1074, Alvar Fáñez aparece como testigo en la carta de arras.  Los años de 1085 y 1086 los pasó, tras culminar la operación de conquista de Wad-al-Hayara y su entorno, en servir de apoyo a Alfonso VI en Valencia, manteniendo allí a Alcádir como jerarca sometido, y gobernar el protectorado que Castilla estableció sobre el reino levantino.

Hay un diploma de 1107 en que se le confirma como señor de Zorita y Santaver, ambas ciudades fortificadas, sedes de poderíos militares árabes, junto al Tajo y el Guadiela. Al año siguiente, participó en la batalla de Uclés, que acabó en desmán para los castellanos, perdiendo a partir de ella sus posesiones y señoríos en tierras de la Baja Alcarria de Guadalajara y Cuenca. Sus últimos años los pasó como gobernante y político de peso, siendo el tenente real de Toledo, ocupándose de organizar y dirigir su defensa en 1109 ante el ataque de los almorávides. En 1111 dirigió la razzia que tomó pasajeramente  Cuenca, volviendo a Toledo donde murió en 1114, en un encuentro de armas con las milicias concejiles de Segovia, que habían tomado partido por el rey Alfonso de Aragón, en la pequeña guerra civil surgida durante el reinado de doña Urraca. Precisamente el guerrero que se las había visto con los más duros combatientes del integrismo musulmán avanzando por la meseta castellana desde el norte de Africa, fue a morir, de forma inesperada, en una pelea civil sin mayor trascendencia.

Conquistador de Guadalajara

La presencia de Alvar Fáñez de Minaya en la galería de retratos de las Cruces se debe a su papel de capitán en la conquista de la ciudad a sus anteriores poseedores, los musulmanes. Nunca encontraremos el documento que fehacientemente lo diga. La leyenda es machacona, y lo ha ido arrastrando por siglos, lo ha ido contando en libros, en poemas, en romances y canciones. Quién fuera el exacto reconquistador de Guadalajara es por tanto algo que se queda en el ámbito de lo legendario. El historiador Layna Serrano lo da por seguro, apoyándose en varias razones: por una parte, en que por el pres­tigio conquistado desde varios años antes en la corte castellana, él sería designado para capitanear tan difícil empresa. Por otra parte, por el hecho de conocerse bien el territorio, desde que unos años antes, cuando estuvo con su tío el Cid Campea­dor en la toma de Castejón y su castillo, había he­cho una razzia o cabalgada Henares abajo, dando sustos y tomando propiedades a las gentes de Hita, Guadalajara y Alcalá. Incluso avalora Layna esta opinión por el hecho de existir tradiciones, en di­versos pueblos de la comarca alcarreña, de haber si­do Alvar Fáñez su conquistador (Horche, Romano­nes, Alcocer, etc.) e incluso de haber tomado la puerta del Cristo de Feria, poco tiempo después de la reconquista, el nombre de Alvar Fáñez, posi­blemente en memoria de su conquistador, que por allí entraría.

Se ha llegado a cuestionar incluso la fórmula militar y guerrera para la toma de Guadalajara. Es muy posible que el cambio de dirigentes, y por tanto de política, se hiciera como resultas de un proceso de negociación y de situación social que forzó esa salida. Alvar Fáñez entró, ya desde el siglo XII, en la “mitología” que todo Estado en nacimiento fabrica para reforzar un prestigio y un poder. Alvar Fáñez fue un factotum en esa época, y a él se le adignaron hazañas que quizás no en su totalidad podría haber firmado.

La misma reconquista

Sobre la forma de la conquista de Guadalajara por Alvar Fáñez y su mesnada (hecho que recoge el escudo heráldico de la ciudad, desde hace más de un siglo) habría mucho que hablar. Porque los historiadores no se han puesto nunca de acuerdo acerca del mo­do en que esta conquista se realizó. Aparte de cues­tionar totalmente, como hacemos nosotros, el he­cho de una toma militar, pues creemos que esta no existió, limitándose al simple envío de mensajeros o representantes que hicieron ver a los jefes árabes guadalajareños la caída de Toledo, y el paso a Casti­lla de la soberanía de la ciudad, también está el ele­mento contrario, fabuloso y legendario, que se ha ido transmitiendo de abuelos a nietos, en el que la hipótesis de una en­trada sigilosa nocturna nos transporta al mundo de las Mil y Una Noches.

Alonso Núñez de Castro, historiador del siglo XVII, opina que ocurrió del siguiente modo: estando el asedio implantado desde hacía muchos días ya, los moros decidieron hacer una salida al campo y pro­curar diezmar y dañar a los sitiadores. Pero éstos, más fuertes, les atacaron y persiguieron, entrando tras ellos hasta el interior de la ciudad, haciendo en ella y en sus soldados tanta daño, que pocos días des­pués se rindieron. Por, el contrario, Francisco de Torres, a quien vemos en todo mucho más razona­ble y menos fabulador, piensa que la toma de Guadalajara se hizo sin violencia alguna, por rendi­ción ante hechos políticos consumados.

Layna Serrano fue más allá, tratando de razonar científicamente el modo de la conquista, consiguiendo fabular por su cuenta. Dice que la rendición fue pactada entre Alvar Fáñez y los jerarcas de la ciudad, y que al entrar a tomar posesión del burgo, la población se amotinaría y protestaría, poco menos, que estableciéndose un ré­gimen de guerrilla urbana. También propone Layna la versión de que una vez pactada entre los jefes árabes y el capitán Alvar Fáñez la entrega de la ciudad, con objeto de evitar alborotos de la población, la entrada se hiciera por la noche, y se ocupara de inicio todo el barrio en torno a la iglesia de Santo Tomé, donde residía la colonia mozárabe y los sim­patizantes de la causa castellana, siendo al día si­guiente un hecho consumado.

También en Alcocer tienen a Alvar Fáñez como conquistador de su villa a los árabes. De la antigua y ya fenecida muralla quedan restos de una puerta. Que fue siempre dedicada al capitán castellano. Igual ocurrió en Horche. Allí dicen que la noche del 24 de junio (difícil sería, pues esa es la que se dedicó a conquistar la capital) de 1085 el militar burgalés se hizo con la población y la puso para siempre en el derrotero cristiano. Por Romanones cuentan que hay en un cerro señales de excavaciones directas en la roca. Con seguridad son tumbas visigodas o quizás más antiguas, pero allí se dio siempre la más bonita interpretación de que en ese hueco de la roca durmió Alvar Fáñez y su caballo en un descanso de sus correrías por la Alcarria.

Con cabe duda, pues, que la figura de este altivo y emplumado personaje que hoy admiramos en el Paseo de las Cruces tuvo mucho que ver con nuestra tierra, con nuestra ciudad y con la Alcarria toda. Es por ello que se merece el recuerdo que en estas líneas le dedicamos.