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marzo, 2003:

Pastrana se abre al mundo

 Dentro de poco tiempo se va a inaugurar definitivamente el Palacio de Pastrana, el de los duques y la princesa de Éboli, ese hermoso y trascendental edificio que siempre inquietó a quien lo vio por fuera, y se mantuvo en el mayor de los secretos por dentro. Y se va a abrir, a Pastrana y al mundo, hecho un edificio nuevo, aun manteniendo la esencia total de lo antiguo.

De la mano y la sabia palabra de su arquitecto restaurador, Carlos Clemente San Román, y acompañado del alcalde de la villa Juan Pablo Sánchez Sánchez-Seco, verdaderos motores de esa larga y difícil recuperación, he tenido la gozosa oportunidad de andar patios y subir escalones, de recorrer salas y echar el cuello hacia atrás para extasiarme bajo los artesonados espléndidos que parecen haber regresado de un “más allá” de cuatro siglos en los que estuvieron negros, podridos, olvidados. El palacio ducal de Pastrana es ya una realidad nueva, espléndida, y a la que adivino un futuro brillante, que redundará sin duda en la vida futura de la villa. Va a cambiar, en 180º, el devenir de la población y de sus gentes. Cualquiera que lo visite, lo vea con detenimiento, calibre sus posibilidades, se dará cuenta de esto que digo: el palacio pastranero va a ser el motor de un renacer de este pueblo. Y todo ello se ha hecho con tranquilidad, sin prisas, con la paciencia del orfebre que talla su joya, del pintor miniaturista que mima cada perfil.

Podría repetir aquí noticias que en otras partes ya he dado sobre este palacio. En mis libros sobre Pastrana, sobre la Princesa de Éboli, sobre la Alcarria, he comentado con cierto detalle los datos que hacen a este palacio algo singular sobre el patrimonio alcarreño. La noticia que apareció, hace ahora diez años, de que fue el gran arquitecto castellano Alonso de Covarrubias quien diseñó y dirigió este edificio, la recibimos en su día del historiador Aurelio García López, quien ha seguido ahondando en el conocimiento de esta pieza, hasta el punto de que sabemos tiene acabada también una magna obra que titulará “Historia del palacio ducal de Pastrana” y que también verá pronto la luz.

Datos para un palacio

Doña Ana de la Cerda, primera señora particular que tuvo en propiedad la villa de Pastrana (por compra de la misma a la Orden de Calatrava) inició en 1542 la construcción de este palacio-fortaleza que encargó a Covarrubias. Su construcción duró hasta 1580, porque hubo parones y pleitos, y en todo caso, nunca llegó a concluirse según las trazas iniciales del arquitecto toledano. El palacio ducal de Pastrana fue más bien un ensayo o entretenimiento de Covarrubias, en pleno periodo creativo de dos de sus más geniales obras: el hospital Tavera y el alcázar de Toledo. De ambos edificios lleva influencia la casona de Pastrana: su estructura cerrada, con patio central, y sus cuatro torres esquineras, más la portada escoltada de columnas y rematada por frontón heráldico. Si bien lo concibió como una obra muy equilibrada, a base de una planta rectangular, patio central y torres en cada esquina, las dificultades y problemas legales en los años sucesivos llevaron a la obra a ser terminada con tan sólo las dos torres delanteras, pues las posteriores fueron protestadas por los franciscanos y vecinos de la villa.

Su cuerpo principal, torres, decoración interior y jardín posterior, se hicieron en vida de la primera señora de Pastrana, Ana de la Cerda. Tanto su hijo don Gaspar Gastón de la Cerda como sus sucesores en el señorío, los Silva y Mendoza, no hicieron sino mantenerlo y habitarlo por temporadas. En él se hizo el recibimiento, en 1569, a Santa Teresa de Jesús, cuando vino a Pastrana a fundar sus conventos, y en él estuvo, en la torre de levante, retenida y prisionera la princesa de Éboli, doña Ana de Mendoza y de la Cerda, entre 1581 y 1592, por orden de Felipe II. Sus hijos y nietos ocuparon en alguna otra ocasión los salones de palacio, pero muy circunstancialmente.

Siempre en manos privadas, primero de los Silva y Mendoza, de los duques del Infantado, luego de los jesuitas, de los obispos de Toledo y Sigüenza, finalmente ha sido adquirido por la Universidad de Alcalá, y ahí ha iniciado esta nueva andadura, con el apoyo siempre de ese gran rector que ha sido Manuel Gala. Su idea, casi quimérica, se ha completado. Su puesta en marcha, para muy pronto, será un aldabonazo para la villa, la comarca de la Alcarria, la provincia entera. Será una muestra de bien hacer y de planteamiento riguroso de ideas grandes de progreso e instalación en un nuevo siglo.

Las sorpresas del palacio

Todo han sido, para mí, sorpresas al entrar en el recinto de los Silva y Mendoza. Aparte de  la restauración de la fachada, que es de esas que casi ni se nota, pero contundente y total, porque ha eliminado hiendas y problemas, viejos problemas estructurales, todo son sorpresas en el interior: la primera, el zaguán, donde se ha construido una escalera de dos laterales, que suben al visitante hasta el nivel del patio, que está algo por encima del de la plaza. Desde el zaguán, y como antiguamente se pasaba a las caballerizas, hoy se accede a los dos grandes espacios que en esos lugares se han creado: a la derecha un moderno restaurante; a la izquierda, una soberbia sala de conferencias. En ambas se han conservado en los laterales los pesebres de los caballos. Nada menos que 35 animales cabían en cada sala. Un total de 70 caballos para uso del duque, su familia y criados. Eso sí era un lujo en el siglo XVI, una señal inequívoca de opulencia…

Después subimos la escala y accedemos al patio. Un mundo nuevo habita allí, bajo el gran lucernario que le remata y brinda tamizada la luz de la tarde. El corral que fue siempre este patio nuca terminado, probablemente ni siquiera proyectado, ha sido hoy rematado. Y de qué manera: cubierto totalmente, iluminado en su centro, los paramentos de sus galerías son inmensos paneles de cristal volado, que se sujetan a las altas columnas metálicas por apliques contundentes. Los arquitectos Fernández Alba y Clemente San Román han conseguido aquí la creación de un espacio lúcido y simple, amplio, valiente. Han cumplido su misión al cien por cien: han dado vida a un espacio nuevo en el interior de un viejo y cerrado edificio.

Pero las sorpresas siguen. Tantas, que aquí no hay lugar a describirlas. Lo dejaremos para otro día, en detalles. Solo repetir aquí que el palacio ducal de Pastrana (“Hotel Palacio Ducal” lo ha titulado ya la Universidad) está llamado a ser la verdadera sorpresa y la demostración palpable, sin falsos discursos ni sesgadas interpretaciones, de lo que vale un amor sincero a un pueblo, una dedicación constante y personal al mismo, un buen uso de los fondos públicos, un saber contar con los mejores, un planteamiento de futuro claro y preciso, unas ganas reales de mejorar nuestra tierra y ponerla en el camino de la modernidad. Todo eso se me venía, corazón y pasión en la mano, al recorrer las escaleras, los soberbios salones de rehabilitados artesonados, los muros de azulejería renacentista, las habitaciones del gran hotel, con un detalle distinto y asombroso cada una… a la Universidad le corresponde dar ya el servicio que ese edificio está ofreciendo. Y al pueblo de Pastrana, y a la provincia toda, alegrarnos y aplaudir. Porque es lo primero, casi lo único, que se le ocurre a quien vio tanta ruina tantos años, y ahora ve esta luz, esta maravillosa sinfonía de espacios y promesas.

Palacio ducal

Antonio de Mendoza, cabeza de dinastía

 

Antonio de Mendoza, primer virrey de Méjico

Por muchos conductos ha quedado demostrado que don Antonio de Mendoza, el primer virrey de Nueva España (México) en América, intentó crear una dinastía que gobernara, desde una perspectiva monárquica independiente de la española, el nuevo continente de dominio hispano. Desde Toledo se vio la maniobra muy claramente, y se frenó a tiempo. Aunque, ¿quizás no hubiera sido la historia, la de hoy mismo, muy otra si aquello hubiera llegado a cuajar? La dinastía Mendoza, los Reyes de América entera, organizadores del continente completo…. es jugar un poco a la historia-ficción, pero, aparte de que siempre es posible, ahí están los datos.

Aparte de la influencia que los Mendoza pudieran haber tenido en el hecho mismo de la aventura colombina, y que ha sido estudiada en otros lugares y aún deberá decirse mucho nuevo sobre ella, es evidente que este grupo familiar, a partir del siglo XVI, ejerció una gran influencia en la marcha de los asuntos ultramarinos de la corona hispana. Hasta el punto de que bien pudiera decirse que en algunos temas fueron ellos quienes dirigieron la marcha de esos asuntos.

Diversos miembros del grupo pertenecieron, a lo largo de los siglos XVI y XVII, al Consejo de Indias, órgano máximo de dirección de los asuntos americanos. Así, recordamos a don Luis Hurtado de Mendoza, tercer conde de Coruña, que fue su presidente en los años en que su hermano alcanzó el honor del primer Virreinato de Nueva España; o el propio don Juan de Mendoza y Luna, tercer marqués de Montesclaros, quien a su regreso de los virreinatos americanos que ejerció, pasó algunos años en dicho Consejo, hacia el año 1625. Y muchos otros que no son del caso ahora enumerar. El hecho incontestable es que, desde la Península, desde sus órganos decisorios, los Mendoza estuvieron siempre presentes en las decisiones de poder respecto a la política indiana.

Otro elemento a tener en cuenta, y ello podría abrir nuevas vías de investigación en este línea, es el de la colocación en puestos de importancia en la administración virreinal de numerosos individuos de tierras alcarreñas o norteñas, feudos mendocinos. Es sabido que al pasar a Indias, todo Virrey o gran funcionario tenía derecho a llevar consigo, acompañándole, un cierto número de servidores y de colaboradores, que de este modo trasplantaban a América su familia e intereses. Con los diversos virreyes del grupo Mendoza pasaron al Nuevo Continente un elevado número de alcarreños y de vascos, que ocuparon puestos de segunda fila como corregidores, supervisores de minas, oidores en las Audiencias, y por supuesto en relevantes cargos eclesiásticos, entre éllos numerosos obispados. Los apellidos Azagra, Guzmán, Caniego, Urbina, Saldaña, Medina, Núñez, además del propio Mendoza, se encuentran frecuentemente a la hora de repasar documentos y detalles de la administración novoindiana, especialmente en el territorio mexicano.

Antonio de Mendoza

El generador de esta perspectiva histórica, que cuajó de muchos modos, pero que quedó como a la espera de más grandes decisiones, fue don Antonio de Mendoza, de la casa de los Mondéjar, un personaje sobre el que se han escrito importantes libros, pero del que ahora está preparando el definitivo nuestro buen amigo, el cronista de Socuéllamos don Javier Escudero Buendía, cuyas tesis estamos ya deseando conocer a fondo. Él fue, en cualquier caso, quien hace unos años desveló el dato crucial de que este gran personaje de la historia de España nació en Mondéjar, hacia 1492.-1493.

Otros estudios importantes han sido el de Ciriaco Pérez Bustamante, profesor en Santiago de Compostela, editado en 1929 con motivo de la Exposición Iberoamericana de Sevilla, y poco antes, en 1927, el más importante de todos, el editado en la Universidad de Durham, con el título «Antonio de Mendoza, first Viceroy of New Spain»  por el profesor Aiton.

Las referencias familiares, escuetas, son estas: de la sangre del Marqués de Santillana surge su hijo, Iñigo López de Mendoza, primer Conde de Tendilla. A este sucede Iñigo López de Mendoza, segundo Conde de Tendilla y primer marqués de Mondéjar. Y del matrimonio de este con Francisca Pacheco Portocarrero, nace Antonio de Mendoza en Mondéjar, justo en el momento en que los españoles descubren e inician la colonización del continente americano. Sus hermanos son Luis Hurtado de Mendoza, nacido en Guadalajara, a principios de 1490, segundo marqués de Mondéjar, constructor de la iglesia y monasterio franciscano de Mondéjar. Este ya fue Presidente del Consejo de Indias, y luego del de Castilla. Gran Alcaide de la Fortaleza de la Alhambra y Capitán General del Nuevo Reino de Granada; luego va Antonio, el Virrey; después don Francisco de Mendoza, nacido en Granada, dedicado a la Iglesia, que fue vicario general de los ejércitos de Carlos I. Obispo de Jaén, acompañó al César en sus campañas, y murió en Spira. Había recibido el cardenalato de Paulo III aunque no tomó posesión; Bernardino de Mendoza, nacido en la Alhambra, estuvo en la conquista de Túnez, siendo luego alcaide y Capitán de La Goleta y luego general de las galeras de España, con grandes victorias sobre los turcos. Fue Virrey de Nápoles, y luego Contador Mayor de Castilla, muriendo tras la batalla de San Quintín; Diego Hurtado de Mendoza «el Embajador» cuya vida es toda una novela (así la ha publicado hace poco Seix escrita por Antonio Prieto, llegando a ser gobernador de Siena y Gran Gonfalonero de la Iglesia. Pero aún queda una hermana, María Pacheco, esposa del comunero toledano Juan de Padilla.

Nació don Antonio el virrey en Mondéjar. Sus padres casaron en 1480. En los 9 primeros años no tuvieron descendencia. Luego nació María, en 1490 Luis, y después, 1492‑93, Antonio. Hereda la encomienda de Socuéllamos de la Orden de Santiago, y allí manda construir un gran palacio en 1514, que hoy permanece con sus armas en la fachada. Heredó también la hacienda de la Torre de Vegezate.

Desde muy joven tuvo varios cargos cortesanos: En la Corte de Doña Juana y del Rey Católico. Fue a Flandes a rendir pleitesía al nuevo Rey Carlos en nombre de sus hermanos, volviendo a España con él, en 1517. Amigo suyo desde el primer momento, destacó en la Guerra de las Comunidades al lado del Emperador, especialmente en el combate de Huéscar. Acompañó a Carlos I a Bolonia, a su coronación, y fue embajador en Hungría. También fue con el César a Alemania para luchar luego con los turcos en 1532.

Casó con Doña Catalina de Carvajal, dama de la Reina Católica, celebrándose el matrimonio en Valladolid, donde residía la Corte. Tuvo por hijos a Iñigo, heredero de sus encomiendas, que acompañó a su padre, tíos y Emperador. Luego en San Quintín, con Felipe II, batalló y murió de un arcabuzazo. Don Francisco de Mendoza heredó Socuéllamos, sirvió en la galeras de su tío Bernardino, siendo capitán de la galera «La Patrona», acompañando al Emperador en Argel en 1542 y pasando luego a Nueva España con su padre, ayudándole, inspeccionando las minas de Potosí en el Perú, etc. Fue también general de las Galeras de España, a la muerte de su tío. Al final de sus días, Felipe II le nombró superintendente de las Minas del país. De su hermana Francisca, casada con Alonso Fernández de Córdoba y Velasco, heredó la encomienda de Socuéllamos y mayorazgo don Alonso, a quien se impuso para ello la obligación de llevar por apellido el de Mendoza. Con sus hermanos fueron repartiéndose el territorio manchego que heredaron.

La forma en que llegó nuestro personaje, hasta entonces muy metido en “política europea”, al cargo que le ha dado fama, fue cuando el Obispo Zumárraga pidió al Emperador que nombrara un Virrey con amplios poderes para cortar los abusos de la primera Audiencia. El 17 de abril de 1535 se nombró a Mendoza primer Virrey de Nueva España. Llevaba meticulosas órdenes y asuntos: hacer un censo de población, conseguir la  humanización de la guerra a los indios; nuevas fundaciones de ciudades y fortificaciones; reformas administrativas; fomento de la economía; aumento de las conversiones.

Sus facultades eran muy amplias: Presidente de la Audiencia, pudiendo nombrar cargos militares, aunque Hernán Cortés seguía siendo el Capitán General de la Nueva España. Le ayudó mucho, antes y después de su llegada, el conquense obispo Ramírez de Fuenleal, presidente de la segunda Audiencia. Tuvo muy buenas relaciones con Zumárraga, Ramírez de Fuenleal y Vasco de Quiroga, pero algo tirantes con Hernán Cortés, quien se dedicó entonces a explorar las costas del Pacífico y California. Mendoza hizo repartos de tierras a los españoles, moderó los tributos de los indios y activó las obras del acueducto de Chapultepec. Residenció y prendió al también alcarreño Nuño Beltrán de Guzmán, presidente de la primera Audiencia, en 1537, señalado por sus abusos y crueldad.

En 1541 hizo frente a una grave rebelión de los indios de Nueva Galicia, que sitiaron a Guadalajara defendida por Cristóbal de Oñate, muriendo allí Pedro de Alvarado, en el peñón de Nochistlán. El Virrey Mendoza dirigió personalmente una dura campaña militar que llegó a forzar el cambio de lugar de Guadalajara.

También fue muy señalada la alteración social, especialmente entre los españoles, al tratar de implantar las Leyes Nuevas de Indias, de 1542, a partir de 1544 en que llegó el visitador e Inquisidor Francisco Tello de Sandoval con la intención de imponerlas. Fue imposible, para evitar la rebelión de los encomenderos. Las Casas, sin embargo, siguió clamando en contra de la esclavitud de los indios.

En 1547 Mendoza tuvo que reprimir dirigiendo personalmente el ejército una revuelta de indios en Oaxaca. Allí sufrió su primer episodio de hemiplejía. En 1549 tuvo que eludir una conjura de algunos españoles para matarle.

Entre sus actuaciones culturales y económicas, podemos destacar cómo creó la primera Casa de Moneda en América, en 1535; la primera imprenta, en 1539, imprimiendo la «Doctrina Christiana» de Zumárraga para evangelizar indios, en español y nahuatl. Inició los trámites para fundar la Universidad, que la conseguiría en 1551 Velasco. Estimuló enormemente la agricultura, la fundación de estancias, el cultivo de la seda, los obrajes de lana, abriendo caminos y haciendo muchas obras públicas. Se abrieron los yacimientos inmensos de plata en Zacatecas (en 1548) con la fundación de aquella ciudad por Cristóbal de Oñate, Diego de Ibarra y Juan de Tolosa, llevando allí a bastantes alcarreños.

En 1541 se fundó la ciudad de Valladolid en Michoacán (hoy Morelia). Muchos viajes de descubrimientos se hicieron en su mandato: los de Cortés y Francisco de Ulloa al golfo y península de California. De fray Marcos de Niza a Nuevo Méjico, y de Quivira a las praderas del centro de los Estados Unidos, de Hernando de Alarcón al Río Colorado, de Rodriguez Cabrillo a la Alta California, etc. Toda Norteamérica se hizo hispana bajo el inicial mandato de Mendoza.

No está nada claro lo que ocurrió a partir de la enfermedad de Mendoza en 1547. Quedó su hijo como gobernador. Existían al parecer planes de algunos para que le «heredara» y se implantara en Nueva España una nueva monarquía hispano‑americana bajo el cetro de los Mendoza. En 1549, Carlos I decidió cambiarle de gobernación y hacerle Virrey del Perú, enviando a Luis de Velasco como Virrey en Nueva España. En 1550, y a pesar de estar bastante enfermo, Mendoza optó por irse a Perú. Le dio sabias instrucciones a su sucesor, que han quedado impresas como modelo de buen gobierno.

En Lima encontró el ambiente mucho más enrarecido y alborotado. Llegó en 1551. Mantuvo en suspenso la cédula sobre el servicio personal de los indios, pero al ponerla en práctica la Audiencia, comenzaron de nuevo los disturbios. Mendoza encargó a su hijo Francisco un extenso informe y una visita, para tomar oportunas medidas, pero en éllo murió, el 23 de julio de 1553.

Una biografía densa, movida, una auténtica novela de aventuras, y un carácter de alcarreño valiente y sabio, que hizo neto el valor de una dimensión más humana en la “europeización” de Norteamérica, que hubiera sido muy, muy otra, si los Mendoza hubieran quedado allí como monarcas de un territorio al que comprendieron enseguida.

Nuevo Viaja a la Alcarria

 

Una nueva oferta para hacer el Viaje a la Alcarria, (y no el de Camilo precisamente, aunque muy parecido), nos llega de la mano veterana y medida de José Serrano Belinchón, que ha vuelto a entregarnos su visión precisa de la tierra en que vivimos: una guía de la Alcarria, de la que se encierra en los administrativos límites de Guadalajara (pues sabido es que también Madrid y Cuenca tienen parte de esta comarca), aunque al final no puede evitar dar el salto, y entregarnos un último capítulo, una especie de “propina” o coda, sobre la Ercávica conquense, la gran ciudad romana que al otro lado del río Guadiela nos muestra cada vez con más nitidez lo que fue la colonización romana en el interior peninsular.

El recorrido por la Alcarria

Con la prosa sencilla y clara de quien ya tiene experiencia de contar lo que ve, y de ofrecérselo a los demás, Serrano Belinchón nos tiende la mano, a través de las páginas de este su nuevo libro, para que recorramos la Alcarria. Y nos la ofrece con un primer capítulo espléndido, poético, magistral, que él titula “Fantasía de andar y ver” en el que resume lo que la Alcarria nos va a dar: paisajes, monumentos, pueblos recoletos y silenciosos, olores de labiadas, choperas junto a los delgados arroyos… todo lo que de poéticos seamos capaces de alcanzar al mirar la tierra que nos rodea, la Alcarria se encargará de pulirnos y mejorarnos. Porque, eso sí, este libro y esta oferta están condicionados a salgamos al campo, vayamos a los pueblos, nos metamos en sus iglesias, miremos desde varios ángulos sus plazas, mantengamos el tipo en sus fiestas: hay que mirar y vivir, y a través de esa vivencia, se recoge todo el calor y el color de esta tierra de Alcarria.

Empieza el viaje por Morillejo, que es, según nos dice el autor, el punto más oriental del recorrido, allí por donde el sol sale primero. Enseguida nos plantamos en Trillo, con su río Tajo espléndido, verdeante como todo el paisaje que le rodea: las aguas minerales, el recuerdo de las ruinas de Ovila, los cerros gemelos de Viana, el buen yantar…

Sube luego hasta Cifuentes, donde va paso a paso contemplando los curiosos testimonios del pasado medieval de la villa: que si el castillo, que si la portada románica de Santiago, que si la Balsa donde nace el río parido por las claras rocas, que si la plaza triangular… un montón de espectaculares fotografías nos van conduciendo luego, por Cívica, a la vera del Tajuña, hasta Brihuega.

Aquí, en la capital de la Alcarria (pero bueno, también Cifuentes, y Pastrana, y Budia lo son) en el jardín de la comarca, en el surtidor permanente de sus múltiples fuentes, Serrano pasa a describir cuanto de ver existe en esta villa de los arzobispos: el castillo con su muralla circular, los jardines de la fábrica, los templos góticos, en los que la piedra brilla y tamiza nuestras voces, la gran plaza del Coso, las choperas amarillas del otoño tapizando cualquier rincón del valle.

En este punto, el lector promete ser viajero en solo unas horas. A este límite, las ganas del lector por salir corriendo a ver la Alcarria suben de punto, y el cometido que el libro persigue, que es dar pistas, información e imágenes para ser turista consciente y viajero sensato por nuestra comarca más representativa, se completa: Brihuega suena a fuentes en las imágenes de la Blanquina, y a verano taurino en la silueta de su plaza “La Muralla”.

Por Budia primero, y por Alocén y Tendilla después, el autor sigue ofreciéndonos imágenes y descripciones. Tomo nota, ya sé que en Budia hay otra plaza mayor de antología, unas ruinas carmelitas que desconocía, y un Peral de la Dulzura que habla de leyendas y mitologías rurales. En Tendilla, finalmente, la sombra larga de su calle mayor soportalada, con sus palacios y templos, sus ruinas y sus ferias, es otro destino que no puede perderse. Tantos caminos en esta Alcarria que de ellos recibe su nombre: “La Alcarria – el Camino pedregoso”, que hoy es paso fácil para llegar en un momento a cualquier parte.

Pastrana centra buena parte de este viaje. Pastrana ducal y cuajada de joyas del arte arquitectónico, escultórico y pictórico. Pastrana que es un milagro en la estreches y empinamiento de sus calles, que resuena siempre en voces de historia, en personajes de leyenda. Serrano disfruta enseñándonos Pastrana. La Colegiata con su cripta ducal, en la que mezclados están los huesos de la Éboli y el marqués de Santillana, del arzobispo don Pedro y del capitán don Diego Hurtado… Retablos, tapices, recuerdos carmelitanos. En fin: hay que ir, disfrutar, mirar sin pausa, en Pastrana, para saber cuanto de fantástico existe. Ese es el objetivo de Serrano Belinchón con esta guía de “La Alcarria de Guadalajara” y lo consigue con holgura, sobre todo al leer este capítulo de Pastrana.

Marcha luego al sur, a las tierras de en torno al Tajo y del Guadiela: y nos describe Sacedón y sus pantanos, que siguen siendo un milagro cuando crecidos nos dejan soñar con la “Costa de la Miel” y sus barcos veleros. Por allí sigue, enseñándonos Alcocer, el monasterio cisterciense de Monsalud en Córcoles, el castillo de Zorita espléndido de recuerdos calatravos, la joya engastada en pinos del castillo de Anguix, el recuerdo de La Isabela, Millana, etc…

Acaba, como dije al principio, con un irrefrenable salto a Cuenca: y nos dice qué es Ercávica, que mérito tiene, por qué hay que ir a verla. En definitiva, una espléndida guía turística, un libro modélico, de esos que “hacen patria” porque no persiguen otra cosa que alentar viajes, animar gentes, promover un flujo de gentes hacia esta Guadalajara que está deseosa de enseñar cuanto tiene. Un libro de mérito, un libro ejemplar. Un nuevo (y eterno) viaje a la Alcarria que nos ofrece y nos deja disfrutar este escritor de calado y saberes aquilatados.

Un paseo por el mudéjar de Guadalajara

 

Requiero de mis lectores, en esta ocasión, que den una oportunidad a su imaginación, y la pongan a saltar sobre el abismo del tiempo, poniéndola a la búsqueda, por tierras, sierras y caminos de nuestra provincia, de los elementos de una de nuestras más propias y olvidadas raíces, las mudéjares, las que explican en callada retahíla algunas páginas de la historia común.

Por no ser demasiado pesado en letras, creo que lo mejor es dar claridad a la propuesta con esa que es razón fundamental de nuestro tiempo: con la imagen, con las siluetas que en este caso son de complicadas tracerías y asombrosos dibujos en volutas.

Más de trescientos años permanecieron los musulmanes controlando –política o económicamente- el territorio de nuestra actual provincia, al menos el más poblado, el de los entornos del río Henares: desde su nacimiento por Horna y Sigüenza, hasta su salida al Jarama más allá de Torrejón, los árabes, bereberes y gentes varias del Norte de África y el Oriente próximo tuvieron el control de los caminos, de los alcázares y los portazgos. Desde los comienzos del siglo VIII hasta el fin del XI, la cultura islámica fue marcando (Marca la llamaron, por ser frontera con el cristiano Norte castellano) esta tierra, y dejando hondas huellas que aún pueden rastrearse.

Arte mudéjar en Guadalajara

El arte es el que mejor ha dejado su evidencia. El color pálido del yeso, de la piedra serrana tallada, o la pintura roja de los muros, todavía se asoman a nuestro camino. Lo mudéjar es la herencia, en tierra ya cristiana, de esa previa dominación o cultura islámica. Muchos moros quedaron a vivir pacíficamente entre el sustrato hispano-romano y visigodo previo, sin dramas especiales con los nuevos gobernantes. Y esos moros tuvieron el saber de muchas cosas. De la construcción sobre todo, de la decoración de edificios, de portadas, de ventanales y cornisas.

Por ello no se hace difícil encontrar sus huellas en los corazones y los horizontes de la provincia de Guadalajara. Tanto en lugares estrictamente civiles, como los más puramente religiosos. Siete espacios nos pueden servir de parada, en una ruta idealizada que empezaría en Guadalajara y acabaría en Campisábalos, en los extremos septentrionales de nuestra tierra.

Los complicados dibujos de líneas y plantas (por algo se llaman arabescos a estas múltiples encrucijadas) reciben su herencia capital de la exquisitez islámica, de Granada, en cuyo palacio nazarita de la Alhambra toda la maravilla de la imaginación geometrizante es posible.

En Guadalajara encontramos un ejemplo primordial: el palacio de los duques del Infantado, que construido en los años finales del siglo XV, recibió de las manos de muchos alarifes de origen moro sus más delicados adornos. Es un auténtico muestrario del arte hispano más genuino, y que en asombrosa decisión, de gentes que deciden sobre lo nuestro sin estar aquí, han rechazado que sea ofrecido a la UNESCO como Patrimonio de la Humanidad, aunque lo es, aunque lo lleva siendo desde hace cinco siglos. En la imagen adjunta vemos remarcado el mocárabe que a todo lo largo de la fachada de este caserón mendocino sustenta el nivel más alto de balconadas y garitones. El genial espíritu de la levedad pétrea, de la ingravidez de la madera, tiene aquí su asiento.

Por Guadalajara ciudad pueden encontrarse pequeñas joyas mudéjares. Solo hay que mirar hacia arriba: en la gran portada principal de la concatedral de Santa María, recientemente restaurada y recobrada su pureza mora más genuina. O en la ventanita alta del ábside de la ermita de la Antigua (que es antigua parroquia de Santo Tomé, de origen también mudéjar), o en las arcadas volátiles y cantarinas del ábside (es lo único que queda) de la iglesia de San Gil.

El mudéjar por la Alcarria

Un lugar preciso y magnífico para iniciar una ruta del mudéjar que a continuación se irá hacia la Alcarria, y llegará hasta Brihuega. Subirá hasta el podio de su castillo de los obispos, cruzará el patio de honor, hoy cuajado de enterramientos, y penetrará en la capilla del arzobispo Jiménez de Rada (hoy por hoy cerrada a las visitas turísticas). Allí, en sus paredes, y con pintura de oscuro tono rojo, encontrará el viajero los enrevesados y armónicos dibujos que artistas mudéjares al servicio de los toledanos prelados le pusieron a comienzos del siglo XIII.

Más allá, en las orillas casi del Guadiela, en el hondo y recoleto valle de Córcoles, la severidad cisterciense de su templo monasterial alberga en los costados de su presbiterio unas credencias que ven tallados rosetones de hermosa parafernalia mudéjar. Escoltadas de cortas columnas y pequeños capiteles románicos de acanto petrificado, los complicados dibujos de geometría soñada dan noticia cierta de alarifes moros por aquellos contornos. Era el siglo XII, Edad Media castellana repleta de gentes pegadas a su tierra secular y querida.

Se sube a Sigüenza luego, y se encuentran en plena ciudad episcopal detalles de la mudejaría andante: en la catedral, sin ir más lejos, en el gran coro de tallada madera que adorna el centro de su principal nave, surge brillante -cardinas y filigranas- la teoría más sublima del mudéjar, del geometrismo aniconográfico por excelencia: ausencia de seres, inexistencia de vida. Parece como si las líneas, al curvarse, solo buscaran producir música. En el Museo Diocesano de Arte Antiguo, en un par de arcos que sirven de paso entre sus primeras salas, vemos los restos de sendas casas de las Travesañas, en las que constructores moros pusieron, para adornar los escudos de hidalgos severos, una complicada tracería sobre yeso de curvas, ángulos y mil sueños. No deben ser olvidados, aunque estén tan recónditos ahora, como lo están esos otros detalles mudéjares que al parecer han aparecido, y han podido ver quienes han entrado a ella, en la casa del Doncel, hoy usada por la Universidad de Alcalá como hospedería seguntina.

El románico de Pela

Más hacia el norte, el viajero llegará hasta Albendiego, y en la orilla serena del Bornoba, se acercará hasta la ermita de Santa Coloma, el ejemplo más brillante del románico rural en Guadalajara. En su ábside, tres ventanales centrales en los que la filigrana tallada del mudéjar pregona viejísimos laureles. Los rosetones múltiples que tienen como motivo central la cruz octopuntata de los sanjuanistas, muestran hasta qué punto el mudéjar adornó los templos medievales cristianos. Junto a estas líneas vemos también un ejemplo de tamaña floritura en la piedra.

Un último enclave, la final frontera que nos circuye: Campisábalos, en su capilla del caballero San Galindo tiene varios motivos mudéjares que mostrar: quizás sea la ventanilla (no más de treinta centímetros de diámetro) que da luz a su presbiterio, ofrece de nuevo la estrella de cruzados rayos que complica el espacio, parte la luz y se lleva la mirada a rebotar en todos los límites que forma.

Un viaje, éste del mudéjar por Guadalajara, que merece emprenderse cualquier día. Aunque ya lo hayas hecho otras veces, lector amigo, esta oferta no decae: es más, se levanta cada año porque el mudéjar guadalajareño está formado de pequeñas sorpresas, y en su esencia la búsqueda paciente puede aportar tantas ofertas que lo que hoy solamente es un artículo puede llegar a ser un día cortejo de sones y filigranas. Una oferta que solo busca darte el camino por donde ir, lejos y cerca a un mismo tiempo, para poder encontrarse en silencio con uno mismo, con su ancestral identidad.