Memoria de Sefarad en Guadalajara

viernes, 15 noviembre 2002 2 Por Herrera Casado

En la pasada semana he tenido la oportunidad de viajar a dos ciudades españolas en las que se están celebrando exposiciones monográficas sobre Sefarad (la España habitada por los judíos) que consiguen, de forma diversa, pero muy completa en ambos casos, ofrecernos la imagen de cómo era la vida de las comunidades hebreas, de lo que produjo el conjunto de sus individuos, y de las costumbres que tenían, y que hoy siguen vivas, aunque algo matizadas, en las comunidades que repartidas por todo el mundo, forman los sefardíes, los descendientes de aquellos judíos que en 1492 optaron por abandonar su patria, Sefarad, en la que nosotros hoy vivimos.

La primera exposición es la titulada “Hebraica Aragonalia”, y está abierta desde el 4 de octubre hasta el 8 de diciembre (aunque seguro se va a prorrogar dado el aluvión de visitantes que registra cada día) en el Palacio de Sástago de Zaragoza, situado en su Coso o Calle Mayor, un céntrico lugar que fue palacio renacentista de los condes de Sástago, los Alagón. Comisariada por Miguel Angel Motis Dolader, patrocinada por Ibercaja, y montada por la Diputación zaragozana, esta exposición es eminentemente didáctica. Aparecen reproducidos en cartón prensado, muy bien trabajado, juderías enteras de Aragón, calles, pavimentos, muros, puertas, ventanas, edificios, sinagogas…. impresionante muestra de sutileza y pasión. Además, un recorrido por su sinuoso trazado nos lleva a contemplar fotos y textos relativos a los judíos aragoneses, a sus aljamas, a sus personajes, a sus costumbres. Se han añadido numerosas piezas de interés, traidas de bibliotecas y museos diversos. Realmente, merece ser visitada esta grandiosa muestra zaragozana.

La segunda es de mayor calado, se titula “Memoria de Sefarad” y está organizada por la Sociedad Estatal para la Acción Cultural Exterior (Seacex). Comisariada por el catedrático y medievalista Isidro Bango Torviso, se ofrece en el Centro Cultural San Marcos, de la calle Trinidad de Toledo, y está previsto que permanezca abierta hasta fin de enero de 2003. Sorprendente, aleccionadora y emotiva es esta exposición sobre los judíos hispanos durante la Edad Media. Muy bien montada como exposición, ha conseguido reunir piezas extraordinarias, muy dispersas y difíciles de ver. Desde joyas, cerámicas y libros, hasta obras de arte, piezas arquitectónicas, audiovisuales y telas… la rica presencia de los judíos en nuestra historia, que se muestra viva y generosa.

No es el momento de señalar las principales piezas de esta exposición toledana, pero sí es el momento de señalar cómo existe una indudable presencia guadalajareña en ella, porque fue Guadalajara un lugar de especial relevancia en la Sefarad medieval, y ello trae consigo que su memoria, la de sus habitantes hebreos, salga a la luz. Así, nos ha llamado poderosamente la atención el ejemplar original y manuscrito de la llamada “Biblia de Alba”, que fue escrita en la primera mitad del siglo XV por Moséh Arragel de Guadalajara, un rabino nacido y residente en nuestra ciudad, e ilustrada por sus amigos los franciscanos de Maqueda, lugar donde Arragel realizó su trabajo entre 1422 y 1430. Quien acuda a esta exposición no podrá evitar estar largo rato ante ese precioso libro, grandioso, gigantesco, con cientos de páginas en pergamino ilustradas con más de 325 miniaturas, de las cuales la primera es muy impresionante, representando al maestre de Calatrava, don Luis de Guzmán, sentado en alto trono, y abajo sus caballeros, y el propio autor, el rabino Arragel de Guadalajara, con su vestimenta hebrea y la marca redonda roja sobre su hombro derecho.

También aparecen en la exposición ejemplares primeras ediciones de los libros de otro ilustre judío arriacense, de Moséh de Leon, nacido en Guadalajara y aquí residente largos años. En nuestra ciudad escribió El Siclo
del Santuario
«, el Shequel-Ha-Codesh, siendo ya muy famoso por haber escrito antes El Zohar o “Libro del Esplendor”, del que existe también una bella edición representada. Aparecen además documentos de judíos molineses, de un proceso inquisitorial llevado a cabo de Sigüenza en siglo XVI. En un apartado final, multimedia, con pantallas táctiles, puede consultarse toda la documentación existente sobre juderías y aljamas (organizaciones municipales judías) en tierra de Guadalajara. Está tomada fundamentalmente de la obra de Cantera y Carrete Parrondo, aunque se adivinan datos ofrecidos también por Lacave en su estudio sobre las Juderías españolas.

Los judíos en Guadalajara fueron numerosos hasta el siglo XV. Muchos de ellos quedaron a vivir en los pueblos de la provincia, gozando de sus pertenencias y trabajando en sus oficios, pero ya “convertidos” de forma forzosa al cristianismo. Aljamas hubo y muy importantes en Hita, en Sigüenza, en molina, en Pastrana. Sabemos que también las hubo en Atienza, en Marchamalo, etc. En Guadalajara ciudad estaba sin duda la más numerosa y selecta, pues consta que aquí se estableció un grupo denso de estudiosos e intelectuales, que integraban la llamada “Academia de la Diáspora”, sabios teólogos, traductores, poetas y cabalistas, que fueron protegidos por los ricos comerciantes de la familia de los Benveniste, Avrabanel y Aboba. Los historiadores Yithzak Baer, José Luis Lacave, Francisco Cantera y Carlos Carrete, además de Manuel Criado de Val, y Marcos Nieto, han ido aportando numerosos datos sueltos con los que puede construirse una amplia visión realista de la existencia y movimientos de los judíos en la parcela alcarreña de Sefarad.

Por el contrario, también aquí destacó la acción de los opositores y rigurosos perseguidores de los judíos. Uno de ellos, el más conocido, don Pedro González de Mendoza, el gran cardenal, fue creador de la Inquisición, primer inquisidor general de Castilla, y uno de los que participó en la elaboración del edicto de expulsión, la terrible pieza administrativa que fue leyéndose en todas las calles de las aljamas judías de Sefarad en los primeros meses de 1492, obligando a marcharse del país a todos cuantos no quisieran seguir aquí convertidos al cristianismo. Drama que se lee con admiración y facilidad en esa serie de “Novelas de Hita” que acaba de ofrecernos la escritora argentina Beatriz Lagos, y que expone de forma magistral, a través de la vida de tres mujeres judías de Hita, sus costumbres, sus deseos, y sobre todo, los miedos y las tristezas de irse unas, quedar las otras, todas desarraigadas en su propia casa.

Viajando por la provincia, en Albendiego nos encontramos tallados en la piedra rojiza de su iglesia de Santa Coloma la exalfa o sello de Salomón. Por Sigüenza subiendo desde la plazuela de la Cárcel al plazal del castillo, trepamos por la calle de la Sinagoga. En Guadalajara, si subimos desde la antigua carretera a la calle del Museo, lo haremos por la calle de Sinagoga, y en la cuesta de Calderón tendremos la memoria de otros dos templos judíos, uno de ellos, la sinagoga de los toledanos, alabada por todos cuantos la conocieron… la memoria nos lleva a reproducir in mente las delicadas yeserías de la capilla de los Orozco en San Gil, o a memorar la vida y viajes de Luis de Lucena, converso sin duda, que anduvo por el mundo entre el recuerdo de su religión nacida y sus ritos recibidos. Un mundo de temor y brillos, la Sefarad que hoy se nos muestra, perfectamente diseccionada, con las mejores piezas de su memoria, en Zaragoza y Toledo. ¿Algún día podremos tener exposiciones así, trabajos serios y de verdad culturales, en Guadalajara? De momento, hay que salir fuera de nuestra provincia para ver parte de nuestra memoria recogida.