Establés entre el sabinar y la historia

viernes, 27 septiembre 2002 2 Por Herrera Casado

Hacía tiempo ya que Domingo Alonso Abad me había invitado a ir a su pueblo, Establés, donde vive jubilado y utilizando sus manos y su ingenio para tallar las rocas del sabinar que rodea, como un manto mágico y antiguo, este pueblo del Señorío de Molina. En las rocas areniscas del entorno, justo por las Chazuelas, a lo largo del camino de San Juan, Domingo ha ido tallando primero cosas como estas, Aquí vivieron mis padres / mis tíos y mis abuelos / yo ya voy siendo mayor / y me quedan los recuerdos, y luego imágenes, símbolos, animales, casas, campanarios, hasta el símbolo del PSOE ha grabado en la portada de una casa que no es la suya, pero a todas partes llega el buril de este molinés que no descansa. En uno de los pairones de entrada al pueblo ha tallado esta sentencia: Cuando yo te conocí / era un niño y tú eras viejo / ahora yo soy el viejo / y tú el niño. ¿A quien va dedicada esta frase misteriosa? Probablemente al propio pairón en que está escrita.

Mientras miro estas tallas, y admiro el entusiasmo, y la iniciativa de este hombre, un numeroso grupo de mujeres me aborda y me anima a que pasee el pueblo, haga fotos por todos lados, hable de su historia, escriba en los periódicos, y vaya a saludar a domingo. “Todo lo haría con gusto, señoras, si no fuera con prisas. En poco más de una hora tengo que estar en Guadalajara, me esperan allí, y no me puedo entretener”, les digo (por desgracia es cierto). Así es que las hago una foto bajo una parra, todas juntas, alegres, llenas de optimismo. Se ve que los aires fríos y quietos de este pueblo molinés inyectan por la piel, y se meten en el corazón, unas ganas de vivir y sonreír muy fuertes y poco vistas en otras latitudes. Aquí va, pues, la foto de la casa que ha tallado, en un tour de force meritorio y asombroso, Domingo Alonso Abad, y aquí va también el grupo de mujeres de Establés que me animaron a escribir sobre su pueblo.

Establés merece un viaje

Claro que lo que busca el viajero al llegar a Establés, y yo desde aquí animo a mis lectores a que viajen allí, es la imagen de su legendario castillo medieval. Aquel castillo de la mala sombra que fue construido por los duques de Medinaceli, para desde su altura mantener el control de la frontera y los caminos que les separaban y unían a un tiempo del territorio molinés y, entonces (siglo XV mediados) castellano. Gabriel de Urueña fue el alcaide y capataz de aquellas obras de las que aún queda memoria entre la gente del pueblo. “Era un tirano, que le sacaba la piel a los del pueblo, para con ella forrar las puertas del castillo”, me dicen estas mujeres al hablar del edificio militar. Y yo no me voy, aun con prisas, sin hacerle un par de fotografías, pues el día está azul, y los colores brillan como nunca.

Desde aquí animo a hacer un viaje hacia Establés. Se va, carretera nacional arriba, hasta Alcolea del Pinar. Allí se toma la de Molina, y un poco antes de llegar a Anquela del Ducado, y muy poco después de haber dejado a la derecha la fuentecilla de la Canaleja, se toma una carretera secundaria que tras pasar por Turmiel, acompañar las arboledas y roquedales del alto río Mesa, y dejar a un lado Anchuela del Campo, empieza a subir y en medio de un denso bosque de sabinas, antiguo y oloroso, en lo alto de un cerro aparece Establés.

Por decir algo de la historia de Establés, escribo aquí que su importancia estratégica hizo que ya en los comienzos de la repoblación del territorio, hacia el siglo XII en su primera mitad, se colocara en la parte más alta del valle un torreón de vigía, y a sus pies el pueblo, entonces humilde, que progresivamente fue creciendo en habitantes y valor. Ese torreón era una de las primitivas fortalezas defensivas del independiente Señorío (primero los Lara y luego los monarcas castellanos). En 1432, D. Alvaro de Luna, como canciller del rey Juan II, ordenó que el castillo de Establés fuera reparado.

En ese mismo siglo XV, cambió bruscamente el destino histórico del pueblo, al ser violentamente conquistado por D. Gastón de la Cerda, conde de Medinaceli, en cuya casa y territorio quedó incluido este lugar y otros cercanos. El Común de Villa y Tierra de Molina solicitó repetidas veces de sus señores, los Reyes Católicos, que les fuera devuelto el lugar y castillo de Establés. Siendo su alcaide, por los Medinaceli, D. Pedro de Zurita, este se negó a obedecer las órdenes reales, y los monarcas se vieron obligados a utilizar la fuerza enviando como alcalde ejecutivo a Diego de Riaño. El 1841, y tras ciertas escaramuzas guerreras entre las gentes del Común de Molina, capitaneadas por su Regidor D. Luis Fernández de Alcocer, y el entonces alcaide Sancho Díaz de Zurita, Establés pasó de nuevo a ser del Común molinés, donde prosiguió durante siglos.

El castillo de Establés

Y para acabar, y después de admirar las tallas que por doquier está dejando Domingo Alonso Abad, echarle un vistazo al castillo medieval, que fue construído, tal cual hoy se ve, por orden de su señor el conde de Medinaceli, en 1450. Fue encargado de la erección de la fortaleza, como dije antes, un tal Gabriel de Ureña, que utilizó su crueldad para conseguir baratos los materiales (piedras, vigas, etc.) y de ahí que el recuerdo de sus malos modos quedara desde entonces grabado en los naturales del pueblo. Es fortificación típica de su época, formada de fuertes muros que establecen una planta cuadrada, rematando sus esquinas con cubos semicirculares, siendo el torreón de su punto sur el más fuerte de ellos. La entrada, escoltada, de torre y garitón, la tiene al nordeste. El interior está vacío, y abandonado. Las mejores fotos (es una sugerencia) se sacan desde los pies mismos de la fortaleza, en su costado sur, y por las mañanas. O desde lo alto del pueblo, justo en una estrecha era por donde sale el camino de San Juan, también por la mañana, con la imagen de la fortaleza sobre la plataforma de los tejados. En todo caso, un motivo más, -este de ir a Establés, hablar con sus gentes, recordar sus historias, mirar lo que sus hombres hacen con las manos-, para llevar bien dentro el escalofrío que la fuerza paisajística y humana del Señorío de Molina sigue conservando en todos sus perfiles.